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Generalidades:
En francés, la palabra “obsesión” perteneció originalmente al discurso religioso sobre la posesión.
Etimológicamente proviene del latín “obsideo”, que significa “ocupar un lugar” y apareció en la
psiquiatría francesa, a principios del siglo XIX, para designar una idea o imagen que se impone a la
mente de manera incoercible e inexpugnable.
La neurosis obsesiva fue aislada como una clase de neurosis de transferencia por Freud, quien reunió
en esta afección psiconeurótica síntomas (ideas, sentimientos, conductas compulsivas, etc.) descriptos y
agrupados con diferentes nombres desde hacía mucho tiempo (“degeneración” de Magnan,
“constitución emotiva” de Dypré, “neurastenia” de Beard, “locura de la duda” de Falret, “delirio del
tocar” de Legrand du Saulle, “psicastenia” de Janet, etc.).
Hoy en día es una entidad nosográfica universalmente admitida, y constituye uno de los grandes
cuadros de la psicopatología y clínica psicoanalíticas.
La neurosis obsesiva se define por el carácter forzado (compulsivo) de ideas, sentimientos y conductas
que se le imponen al sujeto, quien viéndose sometido a obligaciones que le impiden ser él mismo, lucha
contra ellas con plena conciencia de enfermedad, ya que los fenómenos obsesivos, a pesar de su
incoercibilidad y de ser juzgados como absurdos, son siempre reconocidos como propios.
Algunas impulsiones e ideas obsesivas, tal como su persistencia lo revela, son derivados de tendencias
rechazadas (por ejemplo, pensamientos obsesivos sobre actos incestuosos u homicidas). Otras dejan en
claro su origen superyoico manifestándose como órdenes (por ejemplo: “lávate” como defensa ante
pensamientos “sucios”) o amenazas (del tipo: “Si haces esto o si no haces lo otro pasará tal cosa”).
Además de síntomas que expresan mociones pulsionales y de otros que representan defensas contra
ellos, un tercer grupo representa a ambas tendencias opuestas sucesiva o simultáneamente (las dudas,
los síntomas en dos fases, etc.).
Para Fenichel el conflicto básico de la neurosis obsesiva está relacionado, como en toda neurosis, con
el complejo de Edipo, siendo lo patognomónico de esta patología una regresión desde la fase fálica a la
sádico-anal, determinada por una combinación de tres factores:
1. Fijación en la fase anal de organización de la libido (por intensificación constitucional de la
erogeneidad anal, por gratificaciones o frustraciones desusadas y traumáticas o por satisfacciones
pulsionales unidas a gratificaciones en cuanto a sentimientos de seguridad).
2. Posición fálica debilitada (por fijación pregenital y por amenaza de castración).
3. Estructuración de un yo que se caracteriza por desarrollar tempranamente sus funciones críticas e
intelectuales y por defenderse precozmente del embate pulsional, aunque con métodos inmaduros.
El obsesivo regresa a la fase sádico-anal en un intento por rechazar su complejo de Edipo, pero la
defensa, que primero se había dirigido contra lo fálico-genital, continúa luego contra lo anal, también
intolerable.
Como efecto de esta regresión, que para Freud constituye la piedra angular de la estructuración de esta
psiconeurosis, emerge con fuerza el erotismo anal produciendo un cambio tanto en los objetivos
sexuales como en el comportamiento y acrecentando el sadismo, que se combina ahora con la
hostilidad edípica.
A pesar de este desplazamiento del interés, no se consigue evitar el temor a la castración, que reaparece
ahora como temor a la castración anal, unida a la angustia pregenital relacionada con la de pérdida de
las heces.
Mecanismos de defensa
Más allá de los mecanismos de defensa que detallaremos a continuación, la neurosis obsesiva misma
puede ser concebida como una estructuración defensiva. En general se la considera una defensa
regresiva ante el complejo de Edipo, pero algunos autores la han pensado como defensa progresiva ante
la psicosis.
Lo impenetrable de la organización defensiva en el obsesivo, llevó a Lacan compararla con las
fortificaciones en estrella o en zigzag de los castillos medievales, destinadas a cubrir todos los flancos
posibles en las líneas de fuego.
Según Henry Ey el obsesivo se sitia a sí mismo con sus propias defensas.
Represión: a pesar de no ser el más típico, este mecanismo de defensa, básico de la neurosis, es
también importante en su modalidad obsesiva, en la cual la hiperpotencia pulsional característica
requiere una fuerza de contrainvestidura equivalente que se le oponga para proteger al sistema
preconciente del asedio de las representaciones reprimidas. Presenta en ella una modalidad
específica, produciéndose no por amnesia (como en la histeria), sino “por desgarramiento de los
nexos causales, a consecuencia de la sustitución del afecto”. Según Freud, en los casos de neurosis
obsesiva la represión utiliza un mecanismo diferente, por el cual el suceso traumático no es
olvidado, sino que es despojado de su carga de afecto, de manera tal que puede aparecer en la
conciencia, pero como un contenido ideológico indiferente, juzgado insignificante. De todas
maneras, el resultado es casi el mismo que el de la represión lacunar de la histeria, pues el
contenido mnémico indiferente, sólo muy raras veces es reproducido y no desempeña papel alguno
en la actividad mental consciente de la persona. Por eso podría hablarse, en esta neurosis, de dos
tipos de conocimiento: el sujeto conoce sus traumas pero ignora su significación. Lo cual explica
que los procesos inconcientes de los obsesivos lleguen en ocasiones a hacerse concientes sin
deformación alguna (por ejemplo el impulso de matar). De todas maneras, según Fenichel, hay que
considerar que muchas veces, las obsesiones y compulsiones, son sometidas a un proceso de
represión secundaria (por estar infiltradas por mociones pulsionales rechazadas), que dificulta su
inteligencia al tornarlas vagas y oscurecer y falsificar su contenido original.
Desmentida: mecanismo de defensa que no es exclusivo de la neurosis obsesiva pero que aparece
en ella, puesto al servicio del intento de mantener la fantasía de la madre fálica renegando de la
diferencia sexual y de la castración, y que produce como resultado el establecimiento de una
escisión a partir de la cual se constituyen dos corrientes psíquicas.
Desplazamiento: en la neurosis obsesiva es característico el desplazamiento sobre un pequeño
detalle. Cosas pequeñas y aparentemente insignificantes sustituyen, en los productos obsesivos, a
cosas importantes.
Los mecanismos de defensa que se exponen a continuación son los considerados más típicos de la
neurosis obsesiva (regresión, elipsis, formación reactiva, anulación, aislamiento, intelectualización y
racionalización).
Según Fenichel la formación reactiva, la anulación y el aislamiento dependen de la regresión
patognomónica de la mencionada patología, ya que se aplican de preferencia, a las pulsiones
pregenitales.
Para Freud, la anulación y el aislamiento serían subrogados de la represión y prueba de su fracaso en el
dominio de la idea obsesiva sádica, ante el cual el yo pone su actividad motriz al servicio de la defensa.
Regresión: en sentido temporal, la regresión designa el retorno defensivo del sujeto a etapas
superadas de su desarrollo psicosexual (fases de organización libidinal, relaciones de objeto,
evolución del yo. identificaciones, etc.). El concepto de regresión es paralelo al de fijación (que
marca el lugar a donde remitirá la regresión) y podría considerarse como el poner de nuevo en
funcionamiento lo que fue inscripto en etapas anteriores. En la neurosis obsesiva, motivada por el
intento de rechazar la conflictiva enlazada a la situación edípica, se produce una regresión desde la
fase fálica a la fase sádico-anal que obliga al neurótico a continuar su lucha defensiva en un nuevo
terreno. Previa fijación erógena en la fase sádico anal secundaria como una de las condiciones
necesarias (las otras dos estarían dadas por la fuerza pulsional y la anticipación del desarrollo
yoico), el neurótico obsesivo, ante las demandas superiores a sus fuerzas que le impone la fase
fálica (enfrentamiento a los complejos de Edipo y de castración), regresiona defensivamente hasta
la mencionada etapa del desarrollo libidinal. Como resultado de la regresión, los deseos edípicos se
transforman en impulsos hostiles que pueden ser dirigidos a los objetos, tanto de la realidad como
de la fantasía, o vueltos contra el yo (masoquismo), predominando según el cuadro, la agresividad o
el sometimiento El retorno hacia el punto de fijación anal implica volver al predominio de
pulsiones y defensas específicas, a modos de vinculaciones con el objeto peculiares y a un
funcionamiento mental característicos de esa etapa. Sobre todo hay que tener en cuenta que la
regresión arrastra no sólo a la libido (al ello), sino también al yo y al superyó. El yo vuelve a su
antecedente de la etapa anal, apareciendo en consecuencia pasividad ante la pulsión y ante el
superyó. Y el superyó deviene particularmente cruel y culpógeno. La regresión influye también
sobre la pulsión de saber, y en vez de una sublimación se instala una sexualización del pensar
(reactivación de las teorías sexuales infantiles y del complejo fraterno) y una tendencia compulsiva
a cavilar. Una de las consecuencias de la regresión es la transformación por la cual los deseos
incestuosos pueden manifestarse teñidos de agresividad defensiva (por ejemplo el paciente habla de
“matar” a una mujer, cuando su idea, en realidad, es tener relaciones sexuales con ella, o habla de
“acuchillar” aludiendo simbólicamente a “penetrar”). La regresión es una defensa mucho más
drástica que la represión, pues determina la disociación pulsional que la progresión de la libido
hacia la genitalidad tendió a unificar (la fase anal está marcada por la ambivalencia y por el
sadismo, porque no se ha operado en ella una adecuada mezcla entre las pulsiones libidinales y
tanáticas).
Elipsis: medio defensivo típico de la neurosis obsesiva. Es una técnica deformante simple por la
cual, en un texto, se sustrae un eslabón intermedio, utilizándose tal omisión para evitar que aquel
sea comprendido. Por ejemplo, en el caso de Freud “El Hombre de las Ratas” la siguiente
advertencia: “Si me caso con la mujer a la que amo, le sucederá a mi padre una desgracia” se nos
muestra como un producto de la elaboración elíptica aparentemente absurdo, pero si interpolamos
los elementos intermedios omitidos, obtendremos lo siguiente: “Si mi padre viviera, mi propósito
de casarme con esa mujer le haría encolerizarse tanto como en aquella escena infantil, de manera
que también yo me enfurecería de nuevo contra él y le desearía terribles males que la omnipotencia
de mis deseos haría caer irremediablemente sobre él”. Otro ejemplo tomado del mismo caso es: “Si
te permites un coito, a Ella (su sobrinita) le sucederá una desgracia (morirá)”. Al introducir lo
omitido queda: “Cada relación sexual te recordará la esterilidad de tu mujer y la envidia que
sentirás por la hija de tu hermana la matará”.
Racionalización: procedimiento de camuflaje mediante el cual el sujeto intenta dar una explicación
coherente, desde el punto de vista lógico, o aceptable desde el punto de vista moral, a una actitud,
un acto, una idea, un sentimiento, etc., cuya verdadera determinación inconsciente permanece
desconocida.. Es un mecanismo que no implica una evitación sistemática de los afectos, pero
atribuye a éstos motivaciones más plausibles que verdaderas, dándoles una justificación de tipo
racional o ideal. Habitualmente la racionalización no se clasifica entre los mecanismos de defensa,
a pesar de su función defensiva patente. Ello se debe a que no se dirige directamente contra la
satisfacción pulsional, sino que disimula secundariamente los diversos elementos del conflicto
defensivo. Así, pueden racionalizarse síntomas, defensas (formaciones reactivas), resistencias en el
análisis, etc. La racionalización encuentra firmes apoyos en ideologías constituidas y en los
mandaros del superyó. Como ejemplo de racionalización de un síntoma obsesivo podríamos ver que
una compulsión defensiva, manifestada en un ceremonial alimentario, puede ser justificada por el
paciente alegando preocupaciones higiénicas. En el caso de rasgos de carácter o de
comportamientos muy integrados al yo, resulta particularmente difícil hacer que el sujeto se de
cuenta del papel desempeñado en ellos por la racionalización.
Superyó:
Esta instancia adquiere gran importancia en la formación de síntomas obsesivos.
Para Fenichel, la regresión en la neurosis obsesiva modifica al superyó. Este se hace más sádico,
ostentando rasgos arcaicos y automáticos (obra según ley del talión, obedece a las reglas de la
magia de las palabras, etc.). La agresión del superyó aumenta en la neurosis obsesiva al refrenarse
la agresión dirigida al exterior, porque el sadismo no aplicado a los objetos es derivado
interiormente hacia el superyó, que a su vez lo descarga sobre el yo. El cumplimiento de exigencias
superyoicas procura un placer narcisístico y los sufrimientos autoimouestos voluntariamente
(sumisión propiciatoria) son usados como castigos profilácticos para evadir castigos más rigurosos.
El masoquismo moral aparece como complemento del sadismo superyoico y la necesidad de
castigo se subordina a la necesidad de perdón como recurso para liberarse de la presión del superyó.
Por proyección, el temor al superyó del obsesivo, puede transformarse en temor social.
Según Abraham, este estadio se divide en una fase anal primaria, relacionada con la expulsión y la
destrucción del objeto (perder, aniquilar) y una fase anal secundaria, marcada por la tendencia a la
retención y al control (guardar, poseer). En medio de ambas surge por primera vez el miramiento por el
objeto (precursor del amor), unido a fantasías sádicas y de control posesivo del mismo. Para preservar
el vínculo con el objeto, el niño renuncia a la erogeneidad sádico-anal, pero la hostilidad por ello
generada, vuelve a ponerlo en peligro. La vía de escape frente a esta situación de indefensión
traumática es encontrada en el lenguaje y la pulsión de saber (como caminos de salida del sadismo),
formas de relacionarse más evolucionadas que el intercambio con las heces. La eficacia de estas dos
vías, una motriz (hablar) y otra cognitiva (pensar), para terminar con un estado de angustia podría ser el
antecedente de la tendencia obsesiva a luchar con recursos de este tipo al enfrentarse contra lo pulsional
y la realidad (técnicas defensivas motrices: anulación, aislamiento, etc. y sobreinvestidura del
pensamiento).
En el neurótico obsesivo acontece un desarrollo prematuro del leguaje unido a una renuncia pulsional
(anal primaria fundamentalmente) implementada para preservar al objeto (desarrollo de una hipermoral
reactiva). Esta anticipación yoica, que lleva a renunciar a la satisfacción pulsional por temor a perder el
amor del objeto, produce montos de agresión adicionales (que vía investidura objetal y posterior
introyección pasarán luego al superyó).
La tenacidad del síntoma de la cavilación (cuando predomina la pulsión de saber), sumada a la
alteración del pensamiento que supone y a las dificultades terapéuticas que implica, merece que se le
asigne una forma clínica especial dentro de las neurosis obsesivas, separada de aquellas en que se
destacan las ideas, los afectos o los actos y ceremoniales obsesivos. En la práctica se verifica
predominancia o combinatoria de estas formas surgidas de fuentes varias y complejas articulaciones de
factores.
Relaciones de objeto:
Una acentuada ambivalencia en las relaciones objetales es típica de las etapas pregenitales del
desarrollo libidinoso y reaparece cuando, a causa de la regresión, se incrementa el erotismo anal. En la
neurosis obsesiva esta actitud ambivalente impide el desarrollo de relaciones de objeto maduras.
En cada caso están presentes todas las modalidades de relación de objeto marcadas por los diferentes
pares antitéticos: sadismo-masoquismo, activo-pasivo y amor-odio, y frecuentemente aparecen las
disociaciones para poner fin a la ambivalencia (por ejemplo: hostilidad hacia el analista y afectos
positivos hacia otros objetos reales o fantaseados). Otra solución se busca en las formaciones reactivas,
por medio de las cuales, por ejemplo, se esconde la hostilidad detrás de una ternura exagerada.
Otro factor que perturba el establecimiento de relaciones satisfactorias con los objetos está dado por la
utilización de los mismos con fines narcisistas o defensivos, a expensas de los vínculos directos con
ellos, ya que si bien los conflictos del obsesivo son internos, éste suele usar a los objetos para
“solucionarlos”. Así, su conducta social demuestra, a menudo, estar determinada por la búsqueda de
personas que le den seguridad (provoca la injusticia de los demás para lograr un sentimiento de
superioridad moral que acreciente su autoestima) o como medios indirectos para congraciarse con el
superyó, del cual teme perder la protección (tiende a forzar su afecto, a inducirlos a dar señales de
simpatía o pide su absolución para aliviar su culpa), o para rebelarse contra él (se vincula con una
modalidad “terca” en un intento de oponerse al propio superyó, proyectado).
En casos extremos la conducta del paciente pierde toda autenticidad ya que todo lo que hace conlleva el
propósito de impresionar a un auditorio o jurado real o fantaseado.
Según Bouvet en la transferencia reaparece el tipo de relación de objeto narcisista por la cual el sujeto
sólo se interesa por el objeto en función de los beneficios que procura: aumento de la autoestima,
sentimiento de unidad, de poder, etc., y de la consecuente necesidad inextinguible de poseerlo y
controlarlo. El amor a las heces, objeto de la fase anal, y la tendencia a retenerlas, prefiguran la
conservación y control de los objetos necesarios para sostener el equilibrio del sistema narcisista, de
aquí que el obsesivo, temiendo perder el objeto, esté continuamente alerta para no regresar a la primera
fase anal destructiva.
El otro con quiere entrar en relación el obsesivo, el personaje fabuloso que busca y esquiva, se aparece
a como él mismo cree que es inconcientemente: peligroso y destructor (imagen fálica, omnipotente y
cruel, a al vez que dispensadora de todos los bienes). Por desplazamiento, todo objeto significativo será
un sustituto, más o menos atenuado, de tal imagen temible pero indispensable como dadora de
certidumbres, y, en consecuencia, a la necesidad y al deseo de relacionarse íntimamente se le opondrá
siempre el terror. La solución al dilema se observa en la típica “relación a distancia” del obsesivo, que
puede mantenerse sin demasiada angustia, a la vez que pone a salvo al propio objeto. Bouvet llega a
hablar de relaciones interpersonales “muertas”, descoloridas por los ceremoniales, el empobrecimiento
masivo de la vida emocional, la desafectivización y la “frialdad” del obsesivo, etc.
En la neurosis obsesiva, la escasa diferenciación sujeto-objeto (yo-personaje fálico), implica que todo
ataque al otro es simultáneamente un ataque autoinfligido (masoquismo regresivo). De aquí que el
aspecto masoquista de la relación de objeto en la neurosis obsesiva exprese tanto autopunición por
sentimientos de culpa (expiaciones o ascetismo extremo) como autodestrucción por confusión sujeto-
objeto.
Sexualidad:
El erotismo anal es de naturaleza bisexual ya que el ano es un órgano excretor activo pero también
pasible de ser estimulado y penetrado pasivamente. La vacilación entre la actitud masculina primitiva,
reforzada por el componente sádico-anal, y la actitud femenina (con la castración como prerrequisito
angustiante) representada por el componente pasivo del erotismo anal, constituye el conflicto
inconciente más típico del neurótico obsesivo varón.
La bisexualidad, sumada a la acentuación de rasgos narcisistas como consecuencia de la regresión,
puede dar lugar a la aparición de fantasías de coito consigo mismo.
Algunos obsesivos perciben la sexualidad en términos anales, como si se tratara solamente de una
cuestión higiénica. Otros, la miran como un asunto puramente financiero (fantasías de prostitución).
A veces, la vida sexual de los obsesivos parece normal e incluso pueden llegar a mostrar una llamativa
capacidad eréctil, pero, como vimos, son incapaces de establecer relaciones amorosas completas debido
a sus dificultades en el manejo de los afectos y a su intolerancia a la cercanía del objeto.
La retención del semen puede reemplazar a la de las heces, y esto puede llevar al obsesivo a empeñarse
por priorizar el placer preliminar en las relaciones sexuales.
Si predomina el sadismo, el coito puede significar, inconcientemente, una lucha en la que el vencedor
castra a la víctima, y, en tal caso, realizarse con el fin de reasegurar la propia indemnidad.
El alto grado de exigencia superyoica se ve claramente en el terreno sexual, en el cual el obsesivo se
esmera por averiguar cómo hay que hacer el amor, durante cuánto tiempo, con cuanta frecuencia, etc.
El pensamiento:
Fenichel opina que en la neurosis obsesiva los procesos de pensamiento son influidos o suplantados por
sus precursores arcaicos. El obsesivo, temeroso del mundo real y de las emociones e impulsos que éste
provoca, huye de él y se refugia en las palabras, resucitando actitudes primitivas que acompañaron los
inicios del uso del lenguaje, como por ejemplo, la creencia en sus cualidades mágicas (dominio y
control de la realidad a través de su reflejo verbalizado). Las fantasías de omnipotencia vinculadas a
pensamientos y palabras (bendiciones y maldiciones) repiten la sobrestimación narcisista de las
funciones excretoras.
Habla y pensamiento recobran, en la neurosis obsesiva, sus cualidades originales, pueden matar, hacer
milagros, hacer que el tiempo retroceda, etc. Su poder los torna útiles pero también peligrosos y el
obsesivo se ve obligado a manejarlos con sumo cuidado ya que su mal uso reclama, desde esta
concepción, el mismo castigo que un delito. A partir de la creencia en su poder, fórmulas verbales
compulsivas mágicas son usadas como defensas secundarias contra los síntomas
Pero lo rechazado retorna y las palabras sobreinvestidas adquieren gran valor emocional al convertirse
en los sustitutos regresivos de los actos.
Por obra de la defensa, el pensamiento compulsivo suele ser teórico, abstracto, general, orientado hacia
sistemas y categorizaciones. Lo intelectual se ha sexualizado y el conflicto pulsional (anal) desplazado
al pensamiento, se manifiesta en forma de dudas y cavilaciones.
Detrás de problemas filosóficos o preguntas aparentemente prácticas se esconden frecuentemente
preocupaciones relacionadas con la bisexualidad (hombre-mujer), la ambivalencia (amor-odio) y el
conflicto estructural fundamental (pulsión-defensa).
Otras dudas, referidas a la validez de las propias percepciones o juicios (que ocupan el lugar de escena
primaria o pruebas de la diferencia sexual anatómica), representan el deseo de que no sean ciertos.
Los neuróticos obsesivos piensan en vez de actuar, y por miedo a la “cosa real” hacen preparativos (que
recuerdan al placer preliminar anal) para el futuro en vez de vivir el presente, defendiéndose así de
cualquier cambio que podría ser peligroso.
Los obsesivos sobrevaloran el intelecto y a menudo logran un alto desarrollo intelectual. Pero su yo
sufre un desdoblamiento, y, a la parte lógica, se le opone otra mágica y supersticiosa, producto de un
narcisismo aumentado por la restauración regresiva de la omnipotencia infantil.
Los conflictos en relación a Dios y los rasgos religiosos raramente faltan en una neurosis obsesiva,
cuya sintomatología está llena de supersticiones, oráculos, apuestas a Dios, creencia en fantasmas y
demonios, temor frente a un destino especialmente maligno, etc., a pesar de que los obsesivos son, a la
vez, perfectamente concientes de lo absurdo de tales ideas.
Según Freud las ideas obsesivas se muestran disparatadas o extravagantes pero son solucionadas
(descubriéndose su significación, el mecanismo de su génesis y su procedencia de fuerzas instintivas
psíquicas dominantes) con una labor de traducción (que relacione cronológicamente las ideas obsesivas
con la vida del paciente). Por ejemplo: impulso al suicidio. “El Hombre de las ratas” perdió semanas
de estudio por la ausencia su amada (de viaje para cuidar a su abuela enferma). Hallándose estudiando,
se le ocurrió: “No es difícil presentarse bien preparado a los exámenes. Pero, ¿qué sucedería si se te
impusiera la decisión de cortarte el cuello con una navaja?”. Fue a coger la navaja, pero entonces
pensó: “No, no es tan sencillo. Tienes que asesinar primero a la vieja esa”. Ante el pensamiento:
“¡Quisiera asesinar a esa vieja, que me priva de la mujer a quien quiero!” surge el mandato punitivo:
“Mátate tú para castigarte de tales impulsos asesinos”; y todo el proceso aparece con violentísimo
afecto en sucesión inversa.
Freud habla de un “pensamiento obsesivo” y resalta que los productos obsesivos pueden equivaler a
diversos actos psíquicos: deseos, tentaciones, impulsos, reflexiones, dudas, mandatos y prohibiciones.
Los enfermos tienden a desvanecer tal determinación y a presentar como representación obsesiva el
contenido despojado de su índice de afecto.
En la defensa secundaria contra las representaciones obsesivas concientes surgen productos que
merecen un nombre especial: “delirios”. No son reflexiones puramente razonables que el sujeto opone
a sus ideas obsesivas, sino algo como productos mixtos de ambas formas del pensamiento. Toman
ciertas premisas de la obsesión por ellas combatidas y se sitúan (con los medios de la razón) en el
terreno del pensamiento patológico. Un ejemplo aclarará tal diferenciación. Cuando “El Hombre de las
ratas” desarrolló los insensatos manejos prolongando el estudio hasta altas horas de la noche, abriendo
la puerta de su cuarto al dar las doce para facilitar la entrada al espíritu de su padre, situándose luego
ante el espejo y contemplando en él sus genitales, intentó apartar de sí aquella obsesión, pensando en lo
que diría su padre si se hallase aún en vida. Pero este argumento no tuvo eficacia. La obsesión cesó tan
sólo cuando el sujeto integró la misma idea en la forma de una amenaza delirante, diciéndose que si
prolongaba tales insensateces, le sucedería a su padre algo malo en el más allá. El valor de la
diferenciación entre defensa primaria y secundaria queda disminuido por el descubrimiento de que los
enfermos no conocen el auténtico texto verbal de sus representaciones obsesivas, el cual sólo mutilado
y deformado, como un telegrama mal redactado, se nos da a conocer. Frecuentemente, varias ideas
obsesivas sucesivas, pero de texto literal diferente, son, en el fondo, una sola y la misma. La idea
obsesiva ha sido afortunadamente rechazada una primera vez y retorna luego deformada, no siendo ya
reconocida. Pero la forma exacta es la primitiva, la cual muestra muchas veces sin velo alguno su
sentido. Cuando conseguimos aclarar una idea obsesiva no es raro oír decir al enfermo que antes de la
emergencia de la idea obsesiva surgió en él una ocurrencia, una tentación o un deseo, como las que
ahora le exponemos, pero que desaparecieron en seguida. Así, pues, la representación obsesiva oficial
integra en la deformación sufrida con respecto a su texto primitivo las huellas de la defensa primaria.
Su deformación la hace viable, pues el pensamiento consciente se ve obligado a interpretarla
erróneamente. Tal interpretación errónea por parte del pensamiento consciente puede comprobarse no
sólo en las ideas obsesivas, sino también en los productos de la defensa secundaria (como en las
fórmulas protectoras).
Por ejemplo: “El Hombre de las Ratas” usaba como fórmula defensiva la palabra “aber” (pero),
rápidamente pronunciada y acompañada de un ademán de repulsa, y en una de las sesiones manifestó
que dicha fórmula había sufrido una variación, diciendo ahora “abér”. Según él, la e átona no le ofrecía
garantías contra la temida aparición de algo ajeno y contradictorio, razón por la cual había decidido
acentuarla. Esta explicación inexacta (racionalización) corresponde al estilo de la neurosis obsesiva. En
realidad abér era asimilada a Abwehr (defensa), cuya significación le era conocida por conversaciones
teóricas sobre el tratamiento, aprovechado de un modo abusivo y delirante para robustecer una fórmula
de defensa. Su palabra mágica principal, formada por él, para protegerse contra las tentaciones, con las
iniciales de las oraciones más eficaces, y a la que añadía un fervoroso “amén”, era un anagrama del
nombre de la amada. Tal nombre contenía una s que el sujeto situaba al final e inmediatamente delante
del “amén” agregado formando así la palabra Samen (semilla, semen). Había reunido su semen con la
mujer amada, se había masturbado pensando en ella. Pero él mismo no había observado tan evidente
relación, y la defensa se había dejado burlar por lo reprimido. Es éste un ejemplo de aquella regla según
la cual los elementos que han de ser rechazados acaban por penetrar en aquello por lo que son
rechazados.
Carácter anal:
Según Fenichel, si bien los rasgos anales se extienden más allá del terreno de la neurosis obsesiva, son
característicos de todo neurótico obsesivo, aun cuando varíen ampliamente en contenido e intensidad.
Los rasgos caracterológicos anales postulados por Freud: orden, frugalidad y terquedad se convierten
en la neurosis obsesiva en escenarios de luchas defensivas contra impulsos anales. Surgidos alrededor
del aprendizaje de los hábitos higiénicos, representan en parte resistencia y en parte obediencia a las
exigencias ambientales opuestas a la pulsión, constituyendo en su mayoría compromisos entre ambas.
Tanto la función como los productos de la defecación pueden originar sublimaciones, pero si persiste el
erotismo anal esto no sucede y aparecen en cambio fracasos en los intentos sublimatorios o
inhibiciones (por ejemplo, si el sujeto se defiende contra el significado inconciente de embadurnar con
heces asociado por él a la pintura, probablemente fracasará como artista o presentará una inhibición
para pintar).
La frugalidad es una prolongación del hábito anal de retención, el sentido del orden (y sus derivados:
aseo, puntualidad, minuciosidad, corrección, etc.) una elaboración de la sumisión a los requerimientos
ajenos con respecto a las funciones excretoras y la obstinación, que puede llegar a ser una compulsión a
hacer siempre lo contrario y que representa una forma de agresividad pasiva, manifiesta la rebelión
contra los mismos.
Los rasgos de carácter que significan obediencia (formaciones reactivas) son perturbados por
irrupciones o filtraciones de las tendencias básicas, opuestas a ellos, lo cual generan conductas
contradictorias (por ejemplo: el puntual en ocasiones se torna impuntual, el pulcro en su vestimenta
externa presenta suciedad en su ropa interior, etc.). También se da el caso inverso (el que mantiene todo
desordenado cada tanto ordena todo perfectamente).
Las heces se vinculan con regalo, dinero y tiempo y también con pene y niño, y el interés
primitivamente dedicado a aquellas se desplaza hacia los otros elementos en el neurótico obsesivo.
La relación heces-dinero tiene que ver con el significado psicológico de la propiedad como “lo extraño
(no-yo) que a pesar de ser externo me pertenece, lo que está fuera en la realidad pero dentro de mi
cuerpo simbólicamente, lo externo revestido libidinalmente con cualidad de yo” y con lo que tienen en
común: son bienes no individualizables y son cosas valoradas y despreciadas a la vez. Cuando los
deseos vinculados a las heces determinan la actitud hacia el dinero (tomado como objeto de placer o de
castigo) aparecen conductas irracionales en su uso (tacañería, derroche, combinaciones de ambas, etc.).
Abraham nota que las personas con carácter anal pueden ser generosas sin problemas cuando quieren,
pero no cuando se les pide. Si el interés retentivo (por miedo a perder y por el placer que proporciona)
se desplaza del dinero hacia otro tipo de objeto, en vez de codicia puede aparecer manía de coleccionar
y ansia de poseer las cosas más variadas (desde objetos valiosos hasta desperdicios y trastos viejos).
Abraham dice que la avaricia puede desplazarse incluso al manejo del tiempo.
También en la relación con este ultimo (cuya medición y manejo se aprende entre otras cosas en
relación a la defecación: cuándo, con qué frecuencia, en cuánto tiempo, etc.) se observan
perturbaciones: temor de empezar, esperar hasta último momento para hacer algo, dificultades para
interrumpir actividades, tendencia a hacer muchas cosas a la vez, confeccionar horarios
puntillosamente, etc.
Otra evidencia de la actitud infantil hacia las heces, trasladada a otros ámbitos, aparece en la valoración
de las propias realizaciones: satisfacción y autoadmiración, descontento y despiadada autocrítica o
vacilación indecisa entre ambos extremos. Ya Sadger había notado que algunas personas con carácter
anal poseen la creencia de que pueden hacer las cosas mejor que cualquier otro (a partir de la
valoración de sus funciones y productos excrementitos) y que su pretensión y arrogancia se acompaña a
veces de una tendencia a subestimar a los otros. El placer en la contemplación de la propia obra es
prefigurado en ellas por la contemplación de las heces, que puede ser compulsiva.
Otro desplazamiento se ve en el manejo de las palabras y los pensamientos que se pueden retener o
expeler.
Abraham resalta, en el carácter anal, la necesidad de simetría y de justa distribución y la tendencia a
mirar todo “desde atrás”, interesándose por el revés de las cosas (estas inversiones estarían
determinadas por el desplazamiento de la libido desde lo genital a lo anal).
Otro rasgo de carácter anal estaría dado por la orientación olfativa, característica del erotismo anal.
En los casos de neurosis avanzada, frente a la amenaza de impulsos hostiles y sensuales regresivamente
deformados, el sujeto se siente protegido mientras se comporte ordenadamente, especialmente en
relación al tiempo y al dinero. El horario regulador de actividades les asegura no hacer lo que desean
pero temen, y, como en el plan preestablecido han sido suprimidos todos los impulsos censurables,
nada puede marchar mal mientras las reglas sean cumplidas.
Por eso son temidas las situaciones en que la orientación en el tiempo es dificultosa y toda
espontaneidad es percibida como peligrosa. Pero su afán de apego a un sistema rutinario casi nunca
puede ser estrictamente satisfecho, nunca alcanzan las reglas ni se tiene la plena seguridad de haberlas
cumplido, ya que lo rechazado invade los métodos de rechazo. Y el problema se complica cuando se
requiere de testigos de la validez de las exigencias de orden compulsivo o se presiona a otros para que
acepten el propio sistema y más aún cuando chocan dos sistemas obsesivos diferentes.
El obsesivo tiende a someter a los otros (como se somete él mismo) a normas impersonales y no admite
justificativos ni atenuantes para su trasgresión (por incapacidad para la consideración comprensiva y
particularizada).
Jones subraya que, en algunas personas con carácter anal, el apego a un orden concebido por ellas, que
luego intentan imponer a los otros, y su renuencia a doblegarse a cualquier orden impuesto, revela tanto
una necesidad compulsiva de orden como un deseo sádico de dominación.
El sadismo nunca está ausente en un carácter anal, aunque sólo se vea en ocasiones debido a las
formaciones reactivas que se le oponen, ya que el sentimiento de poder que acompaña el control
esfinteriano (sobre sí mismo) deriva ulteriormente en deseos de poder y de control o sobre los demás.
La obsesión por forzar el mundo para que ingrese a su sistema, puede llevar al sujeto a falsificar ciertos
hechos, aunque recurriendo a modificaciones pequeñas, en consonancia con su tendencia al
desplazamiento sobre un pequeño detalle, que ocupan el lugar de otras modificaciones deseadas más
importantes.
El afán obsesivo de clasificación y categorización apunta a evitar sorpresas y a conocer aunque de un
modo superficial y apresurado los acontecimientos nuevos, para controlar a la realidad y negar ciertos
aspectos de ella.
1894 – “Las neuropsicosis de defensa”: Freud menciona las nociones de conflicto y defensa y afirma
que cuando en una persona sin aptitud para la conversión es emprendida para rechazar una
representación intolerable la separación de la misma de su afecto concomitante, la representación
debilitada queda apartada de toda asociación en la consciencia, pero su afecto, devenido libre, se
adhiere a otras representaciones que este “falso enlace” convierte en obsesivas. La vida sexual
suministra el afecto penoso que se enlaza a la representación obsesiva, la cual, provista de un afecto
incomprensiblemente intenso, constituye un sustitutivo de la representación sexual intolerable. Para el
enlace secundario del afecto puede ser utilizada cualquier representación que sea susceptible de
conexión con un afecto de la cualidad dada o que tenga con la intolerable ciertas relaciones que la
tornen apta como subrogado suyo (por ejemplo, una muchacha culpable por dedicarse a la
masturbación padecía de autorreproches obsesivos: falsificación, homicidio, etc.).
1894 – “Obsesiones y fobias”: para Freud en toda obsesión hay dos elementos: una idea que se
impone al enfermo y un estado emotivo asociado (remordimiento, cólera, etc.) que está siempre
justificado. El sello patológico consiste en que este último se ha eternizado y en que la idea es una
sustitución motivada por una defensa del yo. Esta forzosa conexión del estado emotivo y la idea
asociada provoca el carácter absurdo de las obsesiones. En otros casos la idea original ha sido
sustituida por actos o impulsos que sirvieron en algún momento de alivio o de procedimientos
protectores, y que ahora se hallan en asociación con el estado emotivo original, con el que no
armonizan (como ejemplo presenta un caso de una mujer con aritmomanía obsesiva acompañada de
angustia, que había comenzado a contar para distraerse de sus ideas obsesivas - tentaciones -,
quedando, al conseguirlo, sustituida la obsesión primitiva por el impulso a contar).
1896 - “La herencia y la etiología de las neurosis”: Freud propone una innovación nosográfica al
situar al lado de la histeria, con la que se halla íntimamente enlazada, a la neurosis obsesiva
[Zwangsneurose] como afección autónoma e independiente. Más allá de la herencia y de las causas
concurrentes, Freud propone como causa específica de la neurosis obsesiva, un suceso sexual precoz
acaecido antes de la pubertad que ha causado placer: una agresión sexual inspirada por el deseo (niño)
o una gozosa participación en las relaciones sexuales (niña).
1896 - “Nuevas observaciones sobre las neuropsicosis se defensa”: Freud reafirma en este trabajo la
significación de las experiencias de actividad sexual de la temprana infancia en la etiología de la
neurosis obsesiva y atribuye a este factor su mayor frecuencia en el sexo masculino, aclarando que los
síntomas histéricos que pueden llegar a aparecer dependen de una escena (real o fantaseada) de
pasividad sexual anterior. Propone una fórmula para dar cuenta de la esencia de la neurosis obsesiva:
“las representaciones obsesivas son reproches transformados, retornados de la represión, y referentes
siempre a un acto sexual de la niñez ejecutado con placer”. Freud describe el curso típico una neurosis
obsesiva, que resumiremos a continuación. Los sucesos que contienen su germen: experiencias pasivas
y actos de agresión sexual, se desarrollan en un primer período de “inmoralidad infantil”. Con la
maduración sexual (adelantada), al recuerdo de aquellos actos placenteros se enlaza un reproche,
ambos son reprimidos y sustituidos por síntomas primarios de defensa: escrúpulos, vergüenza,
desconfianza de sí, etc., comenzando así el tercer período, de salud aparente o defensa conseguida. En
el período siguiente, el de la enfermedad, por fracaso de la defensa se produce el retorno de lo
reprimido. Los recuerdos patógenos reanimados y los reproches de ellos surgidos pasan a la
consciencia, alterados, como representaciones y afectos obsesivos, que son transacciones entre las
representaciones fuerzas reprimidas y las represoras. Para Freud existen tres formas de neurosis
obsesiva: El primer caso es el de las representaciones obsesivas típicas cuyo contenido, manifestado
como actual y no sexual, atrae toda la atención, apareciendo como afecto solo un vago displacer. El
segundo se da cuando el afecto correspondiente al reproche reprimido (de haber realizado en la niñez
un acto sexual) se transforma en otro y aparecen afectos obsesivos como: vergüenza (de que otro lo
sepa), miedo hipocondríaco (de las consecuencias físicas), miedo social (a la condenación por el delito
cometido), miedo a la tentación (desconfianza en la propia fuerza moral), miedo religioso, etc. El
contenido mnémico del acto motivo del reproche puede hallarse representado en la consciencia o
quedar desvanecido. En el tercer caso, además de los síntomas transaccionales, la neurosis obsesiva
forma actos obsesivos de origen distinto. El yo lucha contra las ramificaciones del recuerdo, creando
síntomas de defensa secundaria, medidas preventivas que se oponen a las representaciones y a los
afectos obsesivos. Si estos elementos auxiliares consiguen reprimir de nuevo los síntomas del retorno,
la obsesión se transfiere a ellos. (En este momento Freud consideraba que los actos de defensa
secundaria no contenían ramificaciones de lo reprimido, pero más tarde reconoció su naturaleza
transaccional). La defensa secundaria contra representaciones obsesivas puede consistir en una
desviación del pensamiento hacia ideas lo más opuestas posibles. En el caso de la cavilación obsesiva
recae sobre temas abstractos contrapuestos al carácter concreto, de las representaciones reprimidas.
Cuando se intenta dominar ideas obsesivas por medio de un proceso mental lógico, y acogiéndose a
recuerdos conscientes; aparecen el examen y a la duda obsesivos.
La defensa secundaria contra los afectos obsesivos da origen a medidas preventivas, susceptibles de
transformarse en actos obsesivos, que pueden clasificarse en grupos según su tendencia: medidas de
penitencia (ceremoniales molestos, observaciones de los números); de preservación (fobias,
superstición, minuciosidad, incremento del síntoma primario de los escrúpulos); del miedo a delatarse
(colección cuidadosa de todo papel escrito), etc. Según Freud hay casos en los que la obsesión se
transfiere desde la representación o el afecto a la medida preventiva; en otros oscila periódicamente la
obsesión entre el síntoma del retorno y el de la defensa secundaria y otros en los que no se forma
ninguna representación obsesiva, quedando inmediatamente representado el recuerdo reprimido por la
medida de defensa aparentemente primaria. Para Freud los casos graves culminan en la fijación de los
actos ceremoniales y la emergencia de la locura de duda, o en una existencia extravagante condicionada
por las fobias. Esta sección del artículo termina aludiendo a que si bien el obsesivo tiene la seguridad
de haber vivido moralmente (sólo esporádicamente, al emerger una nueva representación obsesiva, o en
estados melancólicos de agotamiento del yo, logran crédito los síntomas patológicos del retorno), no es
capaz de hacer desaparecer los productos obsesivos por medio de la actividad psíquica conciente Para
Freud, la causa de esta condición inatacable de la representación obsesiva o de sus derivados está en su
conexión con el recuerdo infantil reprimido, pues una vez que se lo consigue hacer consciente, se
desvanece la obsesión.
1907 - “Acciones obsesivas y prácticas religiosas”: Freud incluye aquí dentro de la unidad clínica:
“neurosis obsesiva”, a las representaciones e impulsos obsesivos, a las prohibiciones e impedimentos y
a los ceremoniales (manejos minuciosos regidos por leyes no escritas para ejecutar acciones de la vida
cotidiana, cuya infracción u omisión produce angustia) y actos (que en su mayoría proceden de
ceremoniales) de este tipo. Estos últimos tienen para él un sentido interpretable como expresión, directa
o simbólica, de experiencias pasadas o de pensamientos investidos de afectos, derivados de la vida
sexual y como medidas protectoras contra tentaciones y sus temidas consecuencias (sanciones). Freud
encuentra una analogía entre los ceremoniales de la neurosis obsesiva y los de la religión, a pesar de la
singularidad de los primeros y la estereotipia de los segundos. El paralelismo en sus productos, que lo
lleva a concebir a la neurosis obsesiva como el correlato patológico de la formación religiosa y a
caracterizar a la neurosis como una religiosidad individual y a la religión como una neurosis obsesiva
universal, pasa por: su común basamento en una renuncia a la actividad pulsional (aunque la represión
de pulsiones sexuales y egoístas nunca es perfecta y es amenazada de continuo desde lo inconciente), la
intervención del sentimiento inconsciente de culpabilidad (que hace surgir angustia y expectativa de
desgracia o castigo enlazados a la percepción de la presión de los impulsos reprimidos en forma de
tentaciones y que empuja además a actos de penitencia), el carácter transaccional de sus
manifestaciones (que aparecen como formaciones de compromiso entre fuerzas reprimidas y represoras
en pugna y en las que incluso puede verse como, con el tiempo, la defensa predominante al principio,
se acerca cada vez más a lo prohibido) y la utilización del mecanismo de desplazamiento (desde lo
auténtico e importante a sustitutivos nimios) que los modifica.
1908 – “El carácter y el erotismo anal”: Freud habla aquí de tres rasgos de carácter: tendencia al
orden (aseo corporal, escrupulosidad en el cumplimiento de deberes, necesidad de sentirse digno de
confianza), preocupación por el por el ahorro (que puede llegar a la avaricia) y terquedad (que puede
convertirse en obstinación, desafío, iracundia o reivindicación), que forman un complejo en el que es
fácil reconocer las propiedades de la neurosis obsesiva. Freud encuentra un vínculo entre esta tríada y
la extinción del erotismo anal y los rasgos mencionados sólo serían las huellas de la enérgica
acentuación erógena de la zona anal que marca la constitución sexual congénita de ciertos sujetos (que
parecen haber tenido dificultades en el aprendizaje del control de esfínteres y haber sido de esos niños
que se niegan a defecar cuando se les pide porque el acto de la defecación les produce accesoriamente
un placer, y que incluso a una edad más avanzada encuentran agrado en retener sus heces y recuerdan
haber hecho cosas inconvenientes con los excrementos). Sólo una parte de las pulsiones parciales sirve
a la vida sexual, las otras, por sublimación, son desviadas hacia otras metas. En el período de latencia,
son creadas, a costa de la excitación aportada por las zonas erógenas, formaciones reactivas
(vergüenza, asco y moral) que servirán de diques a la ulterior actividad de las pulsiones sexuales. El
erotismo anal es uno de los componentes pulsionales inutilizables con fines sexuales en nuestra
civilización y las cualidades características del “carácter anal” (orden, economía y tenacidad) son los
resultados más directos y constantes de su sublimación. La pulcritud es un producto de reacción contra
el interés por lo sucio, la relación del gusto por defecación y la obstinación surge de la tendencia a
conducirse al respecto según la propia voluntad y entre dinero e inmundicia (antítesis entre lo más
valioso y lo más despreciable) existen múltiples vinculaciones visibles en el lenguaje, los mitos, los
sueños, etc. Freud termina el artículo con la siguiente fórmula: los rasgos permanentes de carácter son
continuaciones invariadas de las pulsiones, sublimaciones de las mismas o reacciones contra ellas.
1909 - “Análisis de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas)”: El caso que Freud
presenta aquí es el de un joven que padece representaciones obsesivas. El contenido principal de su
dolencia era el temor de que les sucediera algo a las dos personas a las que más quería: su padre
(muerto ya) y la dama de sus pensamientos. La causa precipitante de la enfermedad se relacionaba con
los proyectos familiares para su matrimonio que lo obligaban a elegir entre ser fiel a la mujer pobre que
amaba o seguir a su padre y casarse con la muchacha rica que se le destinaba. EI conflicto patológico
consistía en una lucha entre la voluntad del padre y la inclinación del paciente, que se complicaba a
partir de la ambivalencia de sentimientos dirigidos tanto a su padre como a sus amada. Las
intervenciones del capitán (relato del tormento de las ratas e invitación a devolver el dinero) habían
provocado reacciones patológicas debido a que habían herido puntos hiperestésicos de su inconsciente
(sensibilidad de complejo), habían excitado toda una serie de instintos y despertado una multitud de
recuerdos, adquiriendo las ratas múltiples y variadas significaciones simbólicas “Mi paciente se hallaba
disociado en tres personalidades, una inconsciente y dos preconcientes, entre las cuales podía oscilar
su consciencia. Su inconsciente integraba los impulsos violentos y perversos tempranamente
reprimidos. En su estado normal era un hombre bondadoso, alegre, reflexivo, inteligente y despejado;
pero en una tercera organización psíquica rendía culto a la superstición y a la ascesis, de manera que
podía entrañar dos convicciones y dos concepciones del universo. Esta personalidad preconciente
entrañaba los productos de la reacción a sus deseos reprimidos y de haberse prolongado la enfermedad,
hubiera acabado por devorar a la personalidad normal.”
1915 – “La represión”: “la neurosis obsesiva tiene como premisa una regresión que sustituye la
tendencia erótica por una tendencia sádica: este impulso hostil contra una persona amada es lo que
sucumbe a la represión”.
1915 - “Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal”: Los
conceptos de excremento, dinero, regalo, niño y pene son tratados como equivalentes o intercambiables
en los productos de lo inconciente. Pene y niño son “pequeños” y en la mujer el deseo de tener un pene
es sustituido frecuentemente por el de tener un hijo. Por otra parte tanto en niño como el mojón salen
del cuerpo. Además la masa fecal y el pene tienen igual significación erótica como estimuladores de la
cavidad mucosa anal y el pene también es considerado por el hombre como separable del cuerpo a
partir del complejo de castración Excrementos y dinero son “regalos” para el niño, y el interés por los
primeros se extiende fácilmente al segundo.
1926 - “Inhibición, síntoma y angustia”: Freud propone, en este trabajo, que la situación inicial de la
neurosis obsesiva sería igual a la de la histeria (defensa contra las exigencias libidinosas del complejo
de Edipo) y supone que en toda neurosis obsesiva existiría un último estrato compuesto por síntomas
histéricos tempranamente formados. Como posible causante de la regresión en la neurosis obsesiva,
Freud piensa en un factor temporal: la resistencia temprana (en los comienzos de la fase fálica) del yo
contra las exigencias pulsionales.
Destaca en la neurosis obsesiva la alta tensión del conflicto existente entre yo y superyó y la
rigurosidad de la vigilancia yoica destinada a evitar la inmixión de fantasías inconcientes y la
exteriorización de la ambivalencia. Como principal motor de la formación de síntomas en ella, Freud
postula la tendencia a deshacer experiencias traumáticas mediante mecanismos de anulación,
subrayando además, la importancia del aislamiento defensivo.
Lacan: considera al padre como a una figura central en la neurosis obsesiva, dada la íntima vinculación
de esta patología con la problemática de la masculinidad, el logro de una posición viril y el acceso al
deseo. El padre encarna una función simbólica crucial (El Nombre del Padre es un significante
fundamental que articula al individuo con la cultura), pero siempre es discordante en algún punto en
relación a ella (padre carente y desprestigiado del hombre de las ratas). A partir de esta función fallida,
todo padre es deudor de una deuda que no podrá saldar y su hijo intentará restituirlo en su dignidad a
través de la enfermedad y los síntomas.
Los obsesivos hacen de la vida, una eterna espera de la muerte del amo (“Cuando el amo muera, todo
empezará.”), que se refleja en la esencia de la posición del obsesivo dada por el diferimiento. La
procastinación (defensa para evitar la muerte) se manifiesta en una parálisis del hacer y en una
realización continua de proyectos que luego caducan.
El obsesivo es un fabricante de amos, ocupa con placer el lugar del esclavo y coloca al analista o a sus
“asesores” en la posición del amo, delegando en ellos la toma de decisiones y presionándolos para que
participen activamente en asuntos que sólo incumben a su responsabilidad. Tiene terror de ser el amo,
ya que devenir amo coloca al sujeto en el riesgo de su propia muerte, y obedece y se somete al otro con
tal de no hacerse cargo de su propio destino. Se la pasa pidiendo permiso y requiere del otro para que lo
impulse, ubicándose gustoso en una posición de dependencia absoluta.
El tema de la muerte ronda permanentemente en la neurosis obsesiva ya que en ella es central la
cuestión de la relación del sujeto con el hecho de existir. “¿Qué es existir?”, sería una de las preguntas
obsesivas más importantes.
Frente a la fantasía de ser un muerto (pasividad, parálisis), el obsesivo da o busca todo el tiempo
pruebas para verificar que está vivo. Su temática es la muerte y su objetivo es ver cómo puede anularla,
dejarla en suspenso, escabullirse, en un reiterado esfuerzo por rechazar la posibilidad última de su
propio deceso De aquí que sea prototípico del pensamiento obsesivo la elaboración de teorías sobre “el
más allá”.
Lacan da un lugar importante a lo escópico en la neurosis obsesiva. De ello se deriva la preocupación
del obsesivo por su imagen (estar a tono, cuidar el vestir, tener modales, etc.) y también la fantasía de
un ojo omnipotente, casi siempre crítico, que todo lo ve.
Green: en la neurosis obsesiva hay que entender el lenguaje de la genitalidad en la trascripción sádico-
anal.
El objeto anal está encuadrado por dos ausencias, es objeto interno autoerótico oculto u objeto
expulsado respondiendo a la demanda del Otro, quien lo hace desaparecer. Su producción aparece,
entonces, ligada a su destrucción. Se efectúa una inversión del valor por la cual el objeto es valorizado
mientras es anunciado pero pierde todo su valor y es sacrificado cuando aparece. En la clínica del
obsesivo abunda el sufrimiento por sentimiento de minimización por parte del otro de la propia
producción.
La tensión entre las polaridades dentro-fuera se repite en la ambivalencia de la retención anal que en su
juego de fuerzas contradictorio recuerda a la masturbación.
El objeto anal está entre lo oral y lo fálico, y es objeto de mediación vinculado al lenguaje (“Decime
cuándo querés hacer”).
Se podría bosquejar un paralelo entre el objeto anal y el pensamiento obsesivo. La obsesión (a la vez
objeto-yo y objeto-no yo), que circula en la mente como el pene anal en el vientre es molesta, “sucia”,
pero sin embargo el neurótico obsesivo experimenta cierto placer en darle vueltas al tema obsesivo que
paraliza decisiones y actividades.
También en la clínica el síntoma obsesivo tiene papel de mediador ubicándose entre la psicosis (como
defensa progresiva contra una regresión mayor) y la neurosis (regresión frente al Edipo).
En todos los procesos de separación en la neurosis obsesiva (de pensamiento, palabras, cosas, afectos,
etc.) se puede ver a la pulsión de muerte operando desconexiones anuladoras para evitar encuentros. No
basta con decir que para el obsesivo es lo mismo odiar o gozar, si bien el neurótico obsesivo mantiene
una distancia protectora entre él y el objeto de su deseo fantaseado, no es en su encuentro donde se
manifiesta la pulsión de muerte, sino en la separación.
En cuanto a la constitución del superyó, en la neurosis obsesiva se procurara llegar en el proceso
identificatorio hasta el padre primordial: el más cruel y el más exigente, reiterándose la deuda con el
padre (identificación para sostener la interdicción) y esperando anularla pidiendo prestado al padre del
padre y así sucesivamente.
El obsesivo reemplaza la relación con el objeto del deseo que trata de impedir, por la que establece
con el agente interdictor, constituyéndose él en objeto pasivo para su satisfacción. El deseo, que
expresa su fuerza en las medidas que se adoptan para contraponérsele, no es abandonado, ni superado,
ni realizado, sino que es amortajado y envuelto como una momia por las vendas de la interdicción (se
denomina negativa a esta identificación en la que el sujeto recurre sólo a los aspectos prohibidores y se
remonta para atrás en el tiempo).
Ninguna neurosis logra ser mejor generadora de displacer y autocastigo ni mejor fuente de
satisfacciones disfrazadas. La prohibición del contacto como defensa mayor tiende a imposibilitar toda
satisfacción, y lleva a una huida progresiva en la que sólo se consiguen relacione negativas.
Hay una diferencia relevante entre la neurosis obsesiva femenina y masculina, en la primera la escena
primitiva tiene menor importancia y sólo es traumatizante por la seducción que conlleva, en la segunda
se suma a la seducción una fuerte angustia de castración. La neurótica obsesiva escapa a la seducción
mediante el saber o el trabajo, hace lo que le gusta al padre (que es un padre ideal, espiritual) en vez de
gustarle (por eso aparecen síntomas e inhibiciones en relación al trabajo), mientras que el neurótico
obsesivo encuentra en el trabajo un medio de lucha contra la castración.
En la neurosis obsesiva masculina hay una inhibición para firmar o hacer cualquier cosa con el nombre
propio por ser actos que simbolizan el asesinato del padre.
Hay una correspondencia entre el erotismo anal y el erotismo de la mirada, una equivalencia entre la
pulsión anal y la vertiente activa de la pulsión escópica (ver), fundada en el fantasma de la escena
primitiva. En la mirada se es seducido. En la neurosis obsesiva hay una mirada erotizada por a escena
primitiva. El erotismo anal otorga valor erótico a lo que es visto, por eso todo lo que se ve es erotizado
en la neurosis obsesiva, lo cual puede traer dificultades para leer o llevar al hábito de leer en el baño.
También hay un lazo entre escritura y analidad. La perfección de las frases, su armonía, su cadencia,
van en la dirección de la escena primaria.
Szpilka: el neurótico obsesivo es un sujeto suspendido en un hiato, detenido en una duda y en una
deuda congeladas.
La cuestión fundamental puede ilustrarse para él con el “ser o no ser” de Hamlet, cuya disyunción nos
recuerda el “o serás un gran hombre o un gran criminal” del “Hombre de las Ratas”, frases que plasman
la dificultad paradigmática de la obsesividad masculina para ubicarse subjetivamente en la imposible
dialéctica del superyó: “así como yo has de ser, así como yo no has de ser”. Este mantenerse en el “o”
paraliza e impide la asunción de una identidad sexual del obsesivo, que capturado en las vertientes del
Edipo positivo y negativo e inhibido entre la idealización del padre y el deseo de sustituirlo no llega al
“y” de una síntesis conjuntiva que lo histerifique y lo sumerja en la normalización subjetiva del “ser y
no ser”, del poder ser un gran hombre si y solo si se puede ser también un gran criminal (en lo que a la
fantasmática parricida se refiere).
Maldavsky: en las neurosis obsesivas encontramos dos juramentos simultáneos: uno a la cultura, que
implica renunciar a la masturbación y otro íntimo, que la sostiene, basado en la desmentida de la
castración materna. La represión y la crítica superyoica avanzan progresivamente hasta que el
juramento público prevalece sobre el privado. Pero como lo reprimido retorna, se erigen formaciones
reactivas para oponerse a deseos y fantasías masturbatorias sadomasoquistas. Frente a cada irrupción de
lo reprimido el preconciente patológico (o “personalidad ascética y sombría”) enuncia nuevos
juramento (que son cada vez más exigentes pero que siempre están destinados a no ser cumplidos), se
impone sacrificadas metas, para sustraer la energía libidinal del esfuerzo orientado a realizar deseos,
desviándola hacia el pago de los compromisos contraídos.
En los cuadros obsesivos hay un doble tipo de elección de objeto. Uno se deriva de la madre a la que se
ha jurado fidelidad (ideal fálico masturbatorio individual) y otro de la constitución del superyó (ideal
social). El primero se vincula a la trasgresión y el segundo a lo convencional. Incluso con un mismo
objeto se observa la transformación de un vínculo íntimo y satisfactorio en uno público, rutinario y
controlado, que revela los dos tiempos de un proceso que tiende a someter al deseo incestuoso
(primero masoquista y luego sádico) al superyó. Hay un vínculo hostil con el surgimiento del deseo y
con el objeto seductor que molesta causándolo.
Apariencia y actitud:
En los neuróticos obsesivos se observa escasa expresión de afectos. Los movimientos son correctos,
pero duros y sin gracia (gestos mecánicos) a raíz de una rigidez física o hipotonía general (Reich
hablaba de la “armadura” caracterológica de este tipo de personas) y de una sólida estructura defensiva
que ahoga su espontaneidad y flexibilidad.
En general son constipados o presentan una rígida regularidad en su funcionamiento intestinal.
Como vimos al referirnos al carácter anal, la pulcritud general suele tener puntos de ruptura y también
puede aparecer cierta extravagancia en su modo de vestir o hacer las cosas (derivada de la
obstinación).
Algunos obsesivos se caracterizan por la hiperlaboriosidad, la preocupación por la eficiencia y el
cumplimiento formal con las obligaciones y tanto la perseverancia como el gusto por el trabajo bien
hecho aparecen en ellos como rasgos (anales) valorados socialmente. Otros no toman iniciativas y
siempre esperan pasivamente que se les faciliten las cosas (enemas). De todas maneras la verdadera
productividad creativa está siempre disminuida por la regresión que, en la neurosis obsesiva, impide el
pleno desarrollo de la potencialidad genital.
Si bien los obsesivos suelen reservarse un tiempo y un espacio para la trasgresión, sus placeres ocultos
terminan por ritualizarse y las actividades placenteras son paulatinamente domesticadas hasta ser
transformada en obligatorias.
En la neurosis obsesiva el espacio se vivencia como cerrado (limita y ahoga) y el tiempo es
espacializado para poder ser mensurado y controlado. La vida del obsesivo inmovilista y conservador,
es aburrida y repetitiva, ya que en ella no hay lugar ni tiempo para la innovación.
Sus relatos laberínticos conllevan un exceso de detalles no significativos entre los cuales se pierde lo
que sería realmente importante. Es que así como hacen con las heces y el semen, los neuróticos
obsesivos retienen la emisión de palabras o acontecimientos cruciales en sus largos y elípticos
discursos, y aunque suscitan expectativa en el interlocutor anunciando siempre algo valioso, finalmente
lo frustran.
Las típicas dudas obsesivas empeoran la situación cumpliendo con su función de graduar la entrega de
información (el paciente da y quita).
Otros factores que se agregan para dificultar aún más la comunicación en la situación analítica son: su
constante preocupación por aclarar a qué o a quién se está refiriendo cuando habla, esmerándose
activamente por no ser malinterpretado y su tendencia a asociar por contigüidad témporo-espacial o por
similitud.
Por la rigidez y estereotipia de su discurso y el extremado orden en su manera de expresarse (que lo
hace sentirse mejor que los demás), el obsesivo provoca tedio y aburrimiento en quien lo escucha, y, en
el analista, sensación de ser controlado y encerrado o de infructuosidad en la tarea que realiza.
Otro rasgo a destacar en el modo de comunicarse del obsesivo es consecuencia de los mecanismos de
defensa que usa de preferencia: la formación reactiva se manifiesta en una exageración de los
convencionalismos sociales, que recuerda el estilo de los expedientes jurídicos; la anulación, en el
intento por que no se tome en cuenta lo dicho anteriormente, como diciendo “borrón y cuenta nueva” y
el aislamiento en el esfuerzo por que no se mezclen (contaminen) las cosas separadas en esquemas y
clasificaciones. Si estas defensas son exitosas se mantiene la secuencia del relato, pero si fracasan, la
retórica de “ensucia” con lenguaje anal.
Más allá de la estructura narrativa que lo delata como tal, es importante considerar en el obsesivo los
componentes temáticos predominantes ya que pueden dar indicios de la estructura psicopatológica de
base sobre las cual se han edificado defensas obsesivas.
Por último diremos que, al ser el analista o examinador sentido por el obsesivo como un padre o madre
exigente, intentará cumplir, aunque sólo sea formalmente (para no perder el control), con aquello que
se le pida como consigna.
Desarrollo y evolución:
Antes de la etapa anal secundaria no hay un desarrollo psíquico suficiente como para que se instale una
neurosis obsesiva con toda su complejidad, aunque sí pueden aparecer rasgos aislados.
La neurosis obsesiva adulta suele estar precedida por una neurosis infantil
Fenichel separa las neurosis obsesivas en dos grupos: las formas agudas (precipitadas por
circunstancias externas que reactivan conflictos sexuales infantiles en personas predispuestas por haber
hecho alguna regresión sádico-anal en la infancia) y el tipo crónico, mucho mas frecuente. En él
aparecen síntomas compulsivos ya durante el desarrollo del complejo de Edipo, en la latencia se
perfilan rituales más definidos y a partir de la pubertad se produce una nueva regresión al nivel sádico-
anal, las defensa se tornan más rígidas, los síntomas son infiltrados por el retorno de lo reprimido
mientras las defensas secundarias luchan contra ellos, y el orgullo narcisista como beneficio secundario
proporcionado por las formaciones reactivas las fortalece aún más. Hay casos estacionarios (relativo
éxito de la defensa) y casos progresivos en los que el equilibrio se rompe y aparecen angustio y/o
depresión o un aumento continuo de síntomas compulsivos hasta que se llega a una completa
paralización
En el curso de una neurosis obsesiva de este último tipo el sujeto tiende a efectuar más y más
desplazamientos y a extender el ámbito de sus síntomas, además puede observarse como los síntomas
defensivos sirven progresivamente al retorno de lo reprimido, adquiriendo a la vez un matiz punitivo
(por ejemplo, la defensa compulsiva contra la masturbación es reemplazada por una masturbación
compulsiva exenta de placer en un rencoroso pseudocumplimiento de un deseo). En estos casos la
neurosis obsesiva, suele evolucionar hacia la caracteropatización.
Las formaciones reactivas que paradójicamente conforman la primera barrera en la etapas tempranas,
aun antes que la represión y el retorno de lo reprimido, terminan cerrando la enfermedad, aumentando
su rigidez hasta tal punto, que el obsesivo termina lleno de miedos, realizado rituales extravagante y
mostrándose incapaz de pensar y escuchar.
Según Green la evolución hacia la psicosis es rara pero puede llegar a darse.
En los cuadros combinados la evolución es ciertamente más incierta (ver diagnóstico)
Profilaxis:
Se debe alentar un buen vínculo padre-hijo, con permiso para demostraciones de amor además del
cumplimiento de la función paterna en cuanto a la puesta de límites (ya que la resolución del Edipo
invertido es la vía privilegiada para acceder a la masculinidad con un superyó no demasiado riguroso).
También debería tenerse en cuenta una educación del control de esfínteres que no produzca fijaciones
en la etapa anal, adecuada en cuanto al momento: que no sea demasiado temprana (dará origen a una
obediencia superficial con profunda tendencia a la rebelión) ni demasiado tardía (esperar terquedad
como resultado) y en cuanto a su modalidad: ni demasiado severa (produce fijación por frustración) ni
demasiado libidinosa (provoca fijación por excitación que excede a la gratificación permitida).
Jones pensaba que con las exigencias de limpieza y regularidad por las cuales el niño se ve en la
obligación de renunciar tanto a la coprofilia (placer de ensuciar y de ensuciarse) como al placer de la
defecación (aprendiendo a hacerlo a intervalos regulares), su narcisismo sufre una dura prueba,
compensada a veces en parte por la alegría del éxito y la alabanza de los padres por el cumplimiento
del acto. Basándose en ello Abraham alertaba contra no constreñir al niño prematuramente a hábitos
para los cuales no estaba preparado psíquicamente. En su opinión el niño debía volverse limpio por
amor (cuando los sentimientos narcisistas comienzan a trasladarse sobre los objetos) y no por temor, ya
que en este último caso un aferramiento profundo al narcisismo reduce luego su capacidad de amar y
dolorosos sentimientos de insuficiencia se derivan de la perturbación del placer narcisista vinculado a
la defecación.
Motivo de consulta:
Según Freud los neuróticos obsesivos disimulan su estado patológico y acuden al tratamiento en
número escaso, y sólo en estadios muy avanzados de su enfermedad.
Cuando consultan suele ser por la tortura impuesta por las ideas obsesivas, la inmovilidad provocada
por las dudas, la esterilidad a la que lleva la incesante búsqueda de perfección, etc.
Los casos más cercanos a una caracteropatía obsesiva presentan problemas con los otros por su
incapacidad para comprender sus motivaciones y afectos y por su intolerancia ante lo que consideran
una trasgresión a reglas o leyes indiscutibles.
En cualquier caso de neurosis obsesiva, son frecuentes las enfermedades somáticas y el stress, debido
al alto grado de tensión que conlleva.
Otro motivo de consulta está dado por la angustia típica del obsesivo, teñida generalmente de
sentimientos de futilidad y vacío.
Diagnóstico:
No hay “una neurosis obsesiva”, existen diferentes tipos o modos de presentación, aunque la
combinación de síntomas y caracteropatizaciones suele ser la regla.
Para el diagnóstico deben estudiarse en cada caso las características en cuanto a pulsiones dominantes,
zonas erógenas más importantes, puntos de fijación, conflictos dominantes, defensas más usadas,
síntomas, etc.
Algunos autores (como Winograd) separan a las neurosis estructurales de las sintomáticas, reservando
esta última categoría para síntomas significativos pero aislados, sin una organización compleja.
Para precaverse de posibles errores diagnósticos hay que diferenciar a la neurosis obsesiva de otras
patologías:
Neurosis:
1. Histeria: se diferencia de la neurosis obsesiva en que en ella no hay regresión a lo sádico-
anal (la problemática es fálica y oral), la represión produce efectos lacunarios o de inversión
de afectos y aparecen conversiones somáticas. De todas maneras hay que tener en cuenta
que, como ya decía Freud, la obsesión se edifica sobre un núcleo histérico. Hay casos de
neurosis obsesivas que comienzan con fobias y en muchos de ellos se observan
organizaciones fantasmásticas con claro sello histérico.
2. Fobia: se diferencia de la obsesión en la presencia continua de angustia, en el mecanismo
por el cual la angustia debida a una representación ligada a la sexualidad aparece desplazada
y proyecta al exterior y en la eficacia de la evitación del objeto fobígeno. Pero hay que
destacar que se producen obsesionalizaciones de fobias y que existen pseudofobias (por
ejemplo a la sangre, a los cuchillos, etc.) que comportan regresión libidinal sin constitución
de defensas obsesivas. También hay que atender a las fobias de impulsión en las que hay
elección de objeto fobígeno (ventana por ejemplo) pero lo que se teme es una acción propia
(como agresión o suicidio) o la emergencia de la idea de realizarla.
Psicopatía: para diferenciarla de la neurosis obsesiva hay que tener en claro la distinción entre
compulsión e impulsión. Ambas se le imponen al sujeto en forma incoercible, pero mientras que a
primera es un acto contra en que sujeto lucha, que ha sido disfrazado defensivamente y que puede
tener él mismo un carácter de defensa secundaria, la segunda es una descarga masiva de
agresividad, no deformada ni criticada por el yo.
Psicosis:
1. Melancolía: Hay ciertas formas obsesionales de melancolía en las que un tema
autoacusatorio reiterativo recuerda en su persistencia a los remordimientos obsesivos.
Además en ciertos cuadros melancólicos involutivos resaltan las dudas y cavilaciones y en
otros el suicidio aparece como tema obsesionante. Pero en todos faltan las defensas
obsesivas. Por otro lado hay que distinguir el agotamiento psíquico con abatimiento por la
lucha contra los fenómenos obsesivos de la verdadera depresión con tonalidad penosa
consecuencia de los reproches del superyó.
También pueden darse transiciones desde la obsesión a la melancolía. Basándose en los rasgos anales
observados en melancólicos Abraham propone a la fase anal primaria (expulsión-destrucción) como un
punto de fijación del futuro depresivo, que abre la vía hacia la regresión oral.
2. Esquizofrenia: Para Green las similitudes entre esquizofrenia y neurosis obsesivas dadas
por retraimiento, timidez, rigidez, frialdad, etc. es sólo formal, ya que la obsesión nunca
llega a la incomunicabilidad esquizofrénica. Algunas esquizofrenias presentan al comienzo
formaciones obsesionales (sin organización, con tonalidad depresiva y orientación
hipocondríaca) que, al decaer, dan paso al derrumbe psicótico. La instalación de la
esquizofrenia en estos casos no suprime necesariamente a las obsesiones y pareciera que la
existencia de elementos obsesivos en una esquizofrenia es de pronóstico relativamente
favorable. De todas maneras los casos de evolución desde obsesión a esquizofrenia parecen
ser poco frecuentes.
3. Paranoia: obsesión y paranoia se unifican en la elaboración constructiva de sistemas, pero
el origen y el sentido de la misma es diferente en cada una. Otro punto de contacto es la
ambivalencia. Pero en la obsesión no se da el uso de la proyección como se da en la
paranoia.
También hay que diferenciar a las neurosis obsesivas de las caracteropatías esquizoides o narcisistas
con defensas o manifestaciones obsesivas cerrando su estructura, caracterizadas por la presencia de
mecanismos de escisión y sensaciones de inanidad y vacío.
Y no hay que olvidar la posibilidad de estructuras patológicas combinadas en las que a patologías
vinculadas a una falla materna temprana, se suma una neurosis obsesiva.
Pronóstico:
La estructuración precoz de una neurosis infantil, en los casos en que no podría hablarse de regresión
(como el clásico caso Rita de M. Klein que ya había comenzado a los dos años), puede evolucionar
hacia formas graves de neurosis emparentadas con estructuras psicóticas.
Para Fenichel sólo el curso de un análisis puede permitir la formulación de un pronóstico, aunque en
general los casos de corta data son los más dóciles al tratamiento.
Para Green la gravedad de una neurosis obsesiva, dato a tener en cuenta a la hora de hacer un
pronóstico, depende del grado de rechazo de la organización genital y de la importancia de la regresión
hacia la analizad sádica.
Para Zetzel, la emergencia durante el análisis, de tendencia a la triangulación y de indicios de
problemática edípica, sería de buen pronóstico.
El suicidio es raro en los neuróticos obsesivos, esto se debe a que la libido no se encuentra totalmente
involucrada en el conflicto entre el yo y el superyó y a la conservación de relacione objetales. Además
como a consecuencia de la regresión hay un vínculo sádico con los objetos este sadismo no llega a
aniquilar al yo.
Terapia psicoanalítica:
Según Freud en la neurosis obsesiva, grave o leve, pero tempranamente combatida, pueden darse
brillantes éxitos curativos.
La neurosis obsesiva pertenece al campo de las neurosis de transferencia, y por lo tanto está indicado
para ella el tratamiento psicoanalítico.
El análisis de una neurosis obsesiva es una empresa larga y difícil debido a las complicaciones que
conlleva, que si bien no son insuperables nunca deben ser subestimadas.
Como dificultad terapéutica insoslayable aparece en la neurosis obsesiva la extrema rigurosidad del
superyó oponiéndose a todo cambio progresivo en la cura.
Otros obstáculos están dados por la incapacidad del obsesivo para asociar libremente (una continua
atención censora lo obliga a no apartarse de programáticas y sólidas ideas acordes con la razón), su
desdoblamiento (la parte mágica, no sujeta a la lógica, es usada por la resistencia), el uso de las
defensas para contrarrestar las intervenciones del analista (sobre todo del aislamiento que puede hacer
que el análisis sea meramente intelectual, separar el tratamiento y la vida, etc.), la reproducción de las
alteración de las relaciones objetales en la transferencia (ambivalencia, terquedad, sadismo, etc.), la
sexualización del habla y del pensamiento (que son justamente los instrumentos del psicoanálisis) y la
ganancia narcisista que le proporcionan al obsesivo las “virtudes” proporcionadas por las formaciones
reactivas.
Tampoco ayudan determinados rasgos de carácter anal como la obstinación y la tendencia del obsesivo
a discutir cada punto del tratamiento.
Fenichel dice que los pacientes equiparan la producción de asociaciones a la de excrementos y que
ciertos detalles de la forma de hablar y de pensar en el análisis a menudo repiten detalles de los hábitos
higiénicos.
Las peculiaridades del mecanismo represivo en cuanto a su modalidad característica en la neurosis
obsesiva, tiene implicancias técnicas. La estrategia de abordaje, mas que tender a llenar las lagunas
mnémicas, debería apuntar aquí a dar pleno sentido a los contenidos de representaciones ligándolos a
los afectos correspondientes.
Liberman dice que en la situación analítica, el momento oportuno para interpretar en un caso de
neurosis obsesiva es aquel en que se produce un pasaje de la formación reactiva a la anulación, tras el
fracaso de la primera (ya que en él mejoran las funciones de comunicación) y que el contenido de la
interpretación debe incluir a la emoción que la anulación tiende a borrar.
Navarro, basándose en la convicción de que el núcleo duro más resistente a la terapia en las neurosis
obsesivas es el pensar obsesivo, propone como herramientas básicas para propiciar el cambio psíquico:
la búsqueda de la histeria de base, la formulación de construcciones y el análisis de la transferencia.
Para evitar sesiones improductivas en la que en paciente obsesivo habla sin parar pero no proporciona
material significativo, aconseja interrumpir su relato con señalamientos, preguntas, pedidos de
ampliación o de ejemplos concretos (sobre todo cuando el discurso se vuelve excesivamente abstracto o
teórico), para entrar en un diálogo orientado al establecimiento de un vínculo afectivo que privilegie la
autenticidad, espontaneidad y creatividad y se eludan los temores y el abuso de la lógica y la
especulación.
Otra indicación sería no entablar discusiones interminables con argumentaciones y
contraargumentaciones en torno a las interpretaciones en las cuales el sadismo del paciente obsesivo se
pone al servicio de las resistencias y no dejarse abatir por lo “peros“, “aunques”, etc., frecuentes en su
lenguaje oposicionista.
Fenichel apoya lo dicho anteriormente proponiendo como regla técnica no discutir nunca con un
obsesivo sus problemas obsesivos, para no fortalecer los mecanismos de aislamiento. En su opinión,
mientras los pensamientos permanezcan aislados de sus emociones, el objeto de análisis debe ser el
aislamiento mismo y nunca el contenido de lo que ha sido aislado.
“Ante una obsesión, buscar el afecto” y ayudar al paciente a enfrentar poco a poco sus emociones, sin
miedo ni vergüenza. Hay que tener en cuenta que muchas veces la primeras emociones verdaderamente
sentidas de los pacientes que van descongelándose, aparecen en los sueños
Al analizar los síntomas reaparecerán la angustia y culpa que aquellos encubrían, pero por la tendencia
a rechazar los afectos, éstos pueden no aparecer directamente y manifestarse en cambio bajo la forma
de sus equivalente físicos (síntomas vegetativos).
Otro importante dato para la técnica (según Navarro) es que, en ocasiones, ciertas manifestaciones de
agresividad (en la transferencia) por parte del paciente, pueden ser indicios de una mejoría, en tanto
revelan su esfuerzo para salir de una posición pasivo-femenino-masoquista en relación al padre, más
que una defensa frente al amor incestuoso regresivamente reactivado. Ya Nacht había observado las
complicaciones pasajeras provocadas en el tratamiento por la reorientación de la agresividad al exterior
al analizar el masoquismo y flexibilizar al superyó antes de que se produzca una reorganización
libidinal en la que los impulsos agresivos se mezclen con los eróticos.
La hostilidad (frecuentemente como defensa frente a ansiedades homosexuales), la ambivalencia y la
autodestructividad de los obsesivos ponen a prueba al analista, quien tendrá que soportar
frecuentemente la transferencia negativa. De todas maneras, no hay que dejarse abatir y no hay que
perder de vista, como aconseja Bouvet, que los obsesivos por proyección viven al otro como creen que
son ellos mismos, que pese a necesitar del otro le tienen mucho miedo y que su agresividad expresa
tanto su odio como su amor.
Bibliografía: