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*
<© 2007* GR ]SEf , DA GAMBARO
© 2007* 2014, EDICIONES SANTILLANA S . A .
© De esta edició n:
2016, EDICIONES SANTILLANA S.A.
Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
con Mar ía Inés
-
ISBN: 978-950 -46 4574-0
A rvadar I

1
Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Griselda Gá mbaro
Impreso en Argentina. Printed irt Argentina. Cubillas
Ilustraciones de Roberto
Primera edición enero de 2016
,

Tercera reimpresión: enero de 2020

Coordinación de Literatura Infantil y Juvenil: MAR í A FERNANDA MAQUIEIRA


Ilustraciones: ROBERTO CUBILLAS

Dirección de Arte: JOSé CRESPO Y ROSA MARí N


Proyecto gráfico: MARISOL DEL BURGO, RUBé N CHUMILLAS Y JULIA ORTEGA

G á mbaro, Griselda
A nadar con Mar í a Inés i Griselda Gámbaro ; ilustrado por Roberto Cubillas ,
- la ed . 3a reimp. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Santillana , 2020,
96 p. : ü. ; 20 x 14 cm . - (Naranja)

ISBN 978-950-46- 4574-0

1. Literatura infantil y Juvenil . I . Cubillas, Roberto, ilus. IL Titulo.


CDD 863.9282

Todos los derechos reservados . Esta publicación no puede ser reproducida, ni en


todo ni en parte, ni registrada en , o transmitida por, un sistema de recuperación de
información, en ninguna forma ni por ning ún medio, sea mecá nico, fotoqu ímico,
electrónico, magné tico, electro ó ptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso
loQueleo
previo por escrito de la editorial.

ESTA TERCERA REIMPRESIóN DE 1.8OO EJEMPLARES SE TERMINó DE IMPRIMIR


I í N EL MES DE ENERO DE 2020 EN PRIMERA CLASE IMPRESORES, CALIFORNIA 1231,
CIUDAD AUTóNOMA DE BUENOS AIRES, REPú BLICA ARGENTINA.

1
I

pirata ^Jstede
Pata de
s conocen seguramente la historia del
Palo que asaltaba a los barcos en pleno
océano, los despojaba de sus riquezas, arrojaba a sus
tripulantes al mar y luego los hundía .
Ustedes conocen seguramente la historia de
Tuerto con Parche, que hacía lo mismo que Pata de
Palo.
No se sabe muy bien si estos piratas eran feroces
porque habían perdido una pierna, un ojo, o habían
perdido una pierna, un ojo, por ser tan feroces comba-
tiendo con feroces espadas, puñales y cañones.
Esto me recuerda una historia, precisamente
porque es opuesta a la de Pata de Palo y Tuerto con
Parche. Es la historia de una señora que vive en la
otra cuadra. Se llama María Inés y perdió la mitad
de una pierna cuando era chiquita. Sin la ferocidad
de Pata de Palo o Tuerto con Parche, ella nunca
se dejó invadir por el enojo o el resentimiento por

.
8

haberla perdido. Al contrario, mantuvo su alegr ía y


buen carácter, (con algunas tristezas y algunas rabietas);
con media pierna de menos se movió igual que con dos,
caminó, trepó, saltó, y hasta se fue al mar, ese mar que
ya no tiene piratas pero que sigue siendo inmenso, con
grandes olas y un genio impredecible: en un abrir y
cerrar de ojos puede cambiar de la bonanza a las peores
tormentas. ice María Inés:
A Mar ía contarles su historia,
ía Inés le gustar A la edad de cuatro años perdí la mitad de
que no sólo tiene que ver con el agua salobre de todos una pierna, la derecha.
ros.
los mares sino también con el agua dulce de lagos y í No significa esto que la perdiera como
una moned í ta o que esa mitad se desprendiera de
m í y se fuera por su cuenta a tener una vida inde-
pendiente. Vida independiente pero a los saltos
porque la mitad de una pierna separada del cuerpo
no camina (y la pierna entera tampoco), da un
paso adelante, ¿y quién da el paso siguiente?, anda
a los saltos.
Y no conozco muchas piernas ni mitades
de pierna a quienes les haya gustado separarse del
cuerpo de su dueñ a para dedicarse a saltar por el
mundo.
Yo creo que mi pierna no quería irse, esta-
ba feliz conmigo y yo con ella.
¿ Qué pasó entonces?

J
10
I
Un colectivo me atropelló cuando cruzaba
la calle con mi mam á.
Yo me caí y mi pierna quedó debajo de una
de las ruedas, la parte inferior tan aplastada como
si la hubiera pisado un elefante. El elefante no lo
hubiera hecho, que ningún elefante tiene interés
en aplastar a nadie. Tampoco el colectivo, pero
el colectivo es un veh ículo y depende de quien lo ando desperté, estaba en una habi-
conduce. Y quien en esa oportunidad lo conducía tació n que no conocía, de paredes blancas, y me
era un distra ído, un imprudente, o estaba cansado faltaba la mitad de la pierna. Ten ía sin embargo la
de manejar muchas horas y efectuó la maniobra sensación de que ella estaba ah í, pegada al resto del
equivocada: torció el volante en lugar de endere - cuerpo, pero tocaba y no había nada.
zarlo y nos atropelló, aunque no lo deseara. Mi mamá estaba junto a mi cama y tenía
Oí un chirrido y el grito de mi madre. una cara triste de día nublado. Yo le sonreí, aun -
Creo que yo también grité, los transeú ntes grita- que me sentía como en las nubes, un poco marea-
ron, los perros ladraron, y el colectivero descendió da, y le dije:
del colectivo agarrándose la cabeza. Luego no — Mamá, se fue mi pierna.
recuerdo más. Y ella se puso a llorar. No lloró mucho
para no afligirme, pero la expresió n de tristeza no
la abandonó. Yo quería a mi mamá de siempre, la
que estaba contenta.
Sin muchas ganas, le guiñé un ojo, le saqué
la lengua en broma, desparramé muecas como los
monitos, pero en lugar de reírse, ella lloró de nuevo.
¿Qué le pasaba a esta señora, mi madre?
12 I
No sé qué le pasaba porque en ese momen
to la mitad de mi pierna ausente me habló.
-
Me dijo: No te dejaré. Harás sin pierna -la
mitad- lo que hiciste con pierna -entera.
Yo me eché a reír porque la frase me sonó
graciosa. Me gustó más todavía cuando la entendí
del todo: haría con la pierna que me quedaba, con
un solo pie, lo que hubiera hecho con dos.
Y en esto estaba: pensando en treparme a
ELando
-
tal, extrañ
tuve más de dos meses en el hospi
mi casa. Pasé momentos felices
-
los árboles, en jugar como siempre con mi herma- cuando me traían regalos y momentos fastidiosos
na mellíza y mi hermano mayor, y en todo lo que cuando me curaban.
haría al regresar a casa, cuando vino el médico, Fue un gran día cuando me sacaron las
me acarició la mejilla y dijo que yo era una niña vendas, aunque me dio un poco de impresión al
valiente. principio porque lo que me quedaba de pierna
No disfruté mucho el elogio porque estaba estaba cosido y colorado. Sin embargo, fue un
muy cansada y en seguida me dormí. .
gran día Y lo mismo cuando apoyé mi pie sano en
el suelo y di unos pasos ayudada por una muleta
que parecía de juguete.
Mi mamá seguía con su cara triste, un
poco menos ahora porque yo mejoraba, y por
suerte, nunca me había visto llorar por haber per-
dido un pedazo de pierna. Verdad que yo alguna
pena sentía y ciertas veces pensaba en dónde anda-
ría ese pedazo y si me recordaría.
En el hospital, todos me habían mimado
14 15

tanto que, me avergüenza decirlo, me había vuel-


to caprichosa y hasta impertinente. Rechazaba la
—Nos vamos a casa —y me alzó en brazos. il

Sosteniendo mi muleta, mi mamá nos


comida y sólo quería comer helado. siguió por el pasillo del hospital y, ¿ pueden creer-
También me impacientaba cuando mi lo?, todos, los médicos, las enfermeras, los padres
papá demoraba su visita. ile los chicos internados aplaudían , me llenaban
— ¡Quiero a mi papá! ¡Quiero a mi papá! de besos.
— aullaba sin atender razones.
Él venía a la tarde después del trabajo y
Detrás de nosotros, por fin contenta, mi
mamá gorjeaba como un pajarito.
me traía caramelos y algú n regalo: una mu ñeca,
un oso de peluche.
Yo quería levantarme y de hecho ya me
levantaba y caminaba con la muleta; sólo pensaba en
jugar con mi hermana melliza y mi hermano mayor.
Ellos también me visitaban, entraban a la habitación
con caras muy serias, pero al rato corrían alrededor
de mi cama, y a pesar de las protestas de mi mamá,
que temía que me cayera, yo empecé a correr tras de
ellos, no tanto a correr sino a seguirlos como podía.
Un día, mi papá vino a buscarme para
llevarme a casa. Yo lo esperaba sentada en el borde
de la cama; en lugar de camisón tenía puesto un
vestido a florcitas, y miraba curiosamente hacia
abajo, donde la mitad de mi pierna no estaba.
Mi papá me abrazó fuertemente. Me
dijo:
M alegría al trasponer la puerta de
mi casa! Al encontrar el patio de baldosas rojas
bajo la parra y al tocar el tronco de los árboles en
rl terreno del fondo.
Mar ía Cecilia, mi hermana melliza, y
( iermán, mi hermano mayor, me habían preparado

una fiesta, con globos de todos los colores, sándwi-


ches y masitas. Mi mamá los ayudó, seguro.
La casa estaba repleta de gente, mis tías y
primos, mis amigas y amigos del barrio, los veci-
nos de la cuadra y los vecinos de la otra cuadra,
' lodos aplaudieron, como en el hospital, y me

llenaron de besos.
— ¡Viva María Inés! ¡Viva María Inés!
-gritaron.
i mam á nunca me dejaba sola Me .
vid Isba.

yo me
Ni
a
—dijo unmirando
—habí sequedado embobada
te ocurra día que
en
las
cc> pas de los árboles.
— —
Ni se te ocurra repitió, señalando
un ciruelo que era mi árbol de trepar, ten ía
ramas dispuestas como escalones hacia la copa.
Si antes me había subido al ciruelo, ¿ por
11 u é no ahora ?
Me treparía. ¡Sí, rae treparía!
— Nunca —-dije, porque no quer ía pre-
ni uparla, bajé los ojos para que no leyera en

pilos mi determinación de treparme a los á rbo -


.
les , Apenas se descuidara, ¡zas!, arriba
Sin embargo, no lo hice en seguida,
pasó como un a ño, mi pierna sana se hizo más
fuerte, mis brazos m ás fuertes, y ya tenía una
20 21

prótesis en reemplazo del pedazo de pierna que Oculta por las hojas verdes del á rbol, yo
me faltaba. la chisté. ¡Qué susto se llevó! Alzó la cabeza, se
Mientras mamá preparaba el almuerzo, puso pálida.
yo salí al patio con mi hermana melliza y mi
hermano mayor. Jugamos a la mancha, juga -
— —
¡Estoy aquí! dije, mientras mis her-
manos se mataban de risa por el susto de
mos con una pelota, pero al rato yo dije que no mamá.
jugaba más. Empecé a fastidiarlos. No se fueron
como yo quería. Pegajosos como dos chicles ,

—¡Bajá inmediatamente! gritó.
Yo obedecí. Usé las manos y los pies ,
me siguieron al fondo. Habían adivinado mis apoyándome con precaución en cada rama.
intenciones. Cuando pisé el suelo, mam á lanzó un
—— — —
No cuenten nada Ies advertí.
No somos cuenteros me contes-
suspiro tan grande como si fuera el viento
soplando una tormenta.
taron.

— ¿ Me subo? dijo.
— —
¡No lo hagas! ¡No lo hagas más! me

— ¿Qué esperás?
¡Ah, eran dos hermanos maravillosos! —

—-Mamá le contesté, mirándola grave-
mente tengo cuidado. Si me asusto, nunca me
Mi mamá salió de la cocina. atreveré a nada. Nunca veré la tierra desde arriba.
— A comer, chicos.
Pasó debajo del ciruelo, buscá ndome. Les
preguntó a mis hermanos si me habían visto.
— ¡Nena! ¡Nena!
—exclamó, pesarosa.
Sin embargo, cuando me abrazó supe que había
ganado la batalla de los árboles.
— ¿Está en su cuarto ? A pesar del miedo que ella sentía -pod ía

con caras de inocentes.

No sabemos dijeron mis hermanos caerme, pod ía romperme un brazo- confiaba en
m í. Sabía además que sólo atada me quedar ía
— —
¡María Inés!¡María Inés! gritaba mi quieta, yo era porfiada, de cabeza tan dura como
mamá. un adoqu ín .
22

Enronces, se acordó de mis hermanos


que se habían reído de su susto y los
persiguió
con una escoba.

uando cumplí seis años, mi papá me


preguntó si me gustaría aprender a nadar. No le
contesté en seguida porque estaba soplando las seis
volitas concentrada en tres deseos. ¡Y vaya casua-
lidad! Uno de ellos era precisamente aprender a
nadar. Los otros dos no los cuento porque eran
muy secretos.
Iba todas las tardes al club, que ten ía una
piscina grande con un agua transparente y azul.
Me sacaba la prótesis antes de entrar al
agua y sin la pró tesis me sentía muy ligera.
Primero aprend í a agitar la pierna tomada
del borde de la piscina, luego a flotar; metiendo la
cabeza bajo el agua aguantaba la respiración.
Oh, la primera vez que moví los brazos
hacia adelante, agité la pierna y el agua se abrió
bajo mi impulso y me llevó con ella. Casi, casi,
era mejor que caminar. Me transformaba en pez,
24

como si tuviera aletas, cola, escamas; me trans-


formaba en ballena, sacando cada tanto la cabeza
fuera para tomar aire, hundiéndome luego en esa
masa que no era dura sino líquida, blanda.
¿Qué me gustaba más? ¿La tierra o el agua?
Las dos me parecían maravillosas. ¡Qué regalo!
Tener el agua para deslizarse, tener la tierra para
apoyar los pies. ISÍadabaabatodos los d
mi mam despu á
ías en la pileta del
és del colegio.
i lub. Me acompañ
El entrenador de natación se fijó en mí.
— ¡Qué condiciones tiene esta chica! le
dijo a mi mamá.

Y mi mamá, halagada, me dejó a su cuidado.
I ! se había propuesto que fuera la mejor. ¿Para qué?
Yo no quería ganarle a nadie, competir con otras
nadadoras para obtener un premio. Quería otra cosa,
pero no sabía exactamente qué era.
En todo caso, quería nadar bien para salvar
a náufragos, o en pleno océano luchar con piratas y
vencerlos, así fueran temibles como Pata de Palo o
liicrto con Parche.
Después de vencerlos, me iría nadando hasta
l.i playa llevando a mis náufragos.

.i
L

^
Claudio

-i
— ^
. Lo
Ta d
— —
á como los indios! me dijo
primero insistió con cara muy
necia es sentirte en el agua como en tu casa.
Yo estaba a punto de zambullirme y él me
retuvo de un hombro.
—— —
¿Y si no puedo? dije.
Si no podés, dedícate a otra cosa.
¡Ah, este Claudio! ¡Cuántas pretensiones!
lodos los días venía con una nueva.
Por suerte, antes de que me enojara, se
i
’ explicó más.
Para los indios, me dijo, el agua no era un
demento extraño, como puede ser el desierto para un
habitante de la dudad, o la dudad para un beduino.
Era parte de ellos, su hogar, su patria. En sus canoas,
en medio del mar, pescaban, comían, tenían a sus
hijos. Y se zambullían de la tierra al mar, saltaban de
las canoas al agua como si no hubiera diferencia.

.
28

Me quedé pensando. Después de todo,


mí el agua me atraía tanto que cada vez que me /
metía en la piscina me emocionaba. ¿Y por
i
qué?
No estaba viendo a un novio ni comiendo cho-
colate. Ahora me daba cuenta. Volvía a un lugar
querido: mi hogar, ¡mi casa!

bullí.
— —Hecho le dije a Claudio, y me zam-
Cena ndo supo que nadaría como los
indios, Claudio me enseñó a lograrlo mejor: que
respirara así y asá, que me sintiera cómoda en el
agua (¿y cómo no iba a sentirme cómoda si era mi
casa?), que esto y lo otro, ¡ufl
Yo le hacía caso porque no soy ninguna
tonta, y a medida que pasaban los días nadaba con
mayor facilidad, más velozmente, hacía dos largos
de pileta, tres, cinco...
Me esforzaba por mis náufragos. Para lle-
gar a ser cada vez más resistente y poder enfrentar
a Pata de Palo y Tuerto con Parche cuando me
encontrara con ellos. Quería darles una buena
paliza.
.E m el verano de mis nueve años fuimos
ni mar ya conocía, pero siempre me admira-
. Yo lo
ba y me admiraba la arena h úmeda donde las olas
hadan dibujos y las gaviotas dejaban las huellas de
sus patitas.
MÍ mamá cargó una reposera hasta la
playa, también una canasta con el termo y el
mate. Mi hermana melliza y mi hermano mayor
se peleaban por una pelota. Se llevaban bien, pero
en esta oportunidad no estuvieron de acuerdo:
mi hermano quería gambetear con la pelota, mi
hermana arrojarla por el aire. Terminaron a los
empujones.
— ¡Sos tonta!
— ¡Sos bobo!
Cuando mi mamá se cansó de tomar
mate, dejó a mis hermanos peleando y me acom-
pañó a orillas del agua. Bajo su vigilancia, yo
32

nadé cerca de la costa, nadé hasta que la piel se


me puso finita.
Mis hermanos, que por fin se habían pues-
to de acuerdo, corrieron hacia donde estábamos.
Cuando me quise dar cuenta, en un momento
en que me asom é haciéndoles señas para que me
.
vieran nadar, recibí un pelotazo en la cabeza Fue
a propósito, porque los dos festejaron matándose
vivimos muchas veces al mar, en una
de risa.
ocasión a fines del invierno.
Dejé la pró tesis al cuidado de mi mamá
y, un poco a los saltos y un poco apoyada en mi
papá, fui con él hasta la orilla del agua. Metí el
pie.
— —
Está fría dijo mi papá.
¡Qué iba a estar fría! Estaba helada.
— —
No importa le dije. Me gustaba el
agua helada que ni siquiera me pon ía piel de
gallina.
Cargoseé a mi papá para que me acom-
pañara. Él no me dejaba nadar sola mar adentro,
aunque ya era grande, tenía como trece años.
Yo seguía tan porfiada como siempre, i
insistí e insistí hasta que mi papá cedió. Para
darme gusto, estremeciéndose de frío, se arrojó \
al agua. Y yo detrás de él.
34 35

El mar parecía desierto, pero 70 vi un


brazo agitá ndose en el horizonte. Alguien se aho-
— entendi
Rescaté a un náufrago. ¿ No lo viste?
Él no ó nada. Lo tomó como una
gaba y gritaba con desesperación pidiendo auxi - broma .
lio. Para eso me había entrenado en la piscina,
para salvar a n áufragos. ¿Podría salvar a éste, me
—— — .
¿ Dónde está ? ¡e burló.
Ahí señalé
/

pregunté, podría nadar tanto, hasta el horizonte? Pero mi ná ufrago ya se había ido. Y para
Pero ese n áufrago que esperaba mi rescate, me colmo, sin tirarme un beso.
daría fuerzas: nadé y nadé, ¡y qué velozmente!
MÍ papá me seguía a duras penas, hubie-
ra nadado mejor de haber imaginado que debía
salvar a un n á ufrago. Me gritaba que volviéramos
y señ alaba hacia la costa. Faltaba mucho para el
horizonte. Sin embargo, llegué hasta mi ná ufra-
go, lo cargué en mi espalda y nadé de regreso,
tan rá pidamente que le gané a mi papá por varios
cuerpos. :

Cuando alcanzamos la playa, mí ná ufra-


go se puso de pie tranquilamente, me agradeció
el salvamento y se acercó a unos turistas contán-
doles mi haza ña. Me miraron con admiración.
Mi papá estaba violeta de frío. Tenía piel
de gallina. Se refregó con la toalla, saltó y corrió
para entrar en calor.
i
— —
¿Có mo pudiste adelantarte tanto? me
preguntó después.
i

1Progla res
é mucho entrená ndome con
Claudio en piscina del club.
También empecé a aburrirme. Ya era más
grande, casi una señorita. Sí, empezó a resultarme
aburrido nadar de un extremo a otro, siempre lo
mismo, ida y vuelta sin parar. La piscina me pare-
cía una celda y yo la presa yendo de una pared a
otra.
Con tanto entrenamiento alcancé a nadar
diez kiló metros de un tiró n. Diez kilómetros es un
montó n de metros, diez mil exactamente.
— ¡Qué condiciones tiene esta chica!
— repet ía Claudio.
Pero yo me aburría. Y así pasaron los
meses y los años.
Un d ía, nadaba lentamente, sin ganas.
Tenía tal malhumor que no me importaba con-
tentar a Claudio. Él decía que yo era como un
38 39

pez, pero ese día yo era un pez aburrido. ¡Que se ¡Cómo se había transformado la piscina!
conformara y me dejara tranquila! ¡Qué río, el Paraná!
En una de las vueltas me detuve, saqué la Hasta Claudio estaba en un lugareño des-
cabeza fuera del agua y bostecé. Me dorm ía. pejado de la costa, con su fastidioso cronómetro,
Claudio me hizo señas de que me acercara. pero ahora observaba con asombro mis brazadas y
Él se acuclilló en el borde de la piscina y me dijo le brillaban los ojos.
con tono de reproche y una cara de desilusión que Y en trance de imaginar, imaginé más.
daba lástima: Espectadores que me miraran y desde la costa
— ¿Qué te pasa? ¿ Por qué tan lerda?
compartieran conmigo el Paran á.
— ¿ Estoy lerda?
¡MUUUY lerda!
¿Quiénes?, me pregunté, y justo en ese
momento me vino a la cabeza una figura heroica,
Me aburr ía, pero no se lo dije. la de un subcomandante llamado Marcos, cuya
Me cansaban las aguas de la piscina, azules historia había leído hacía poco. Marcos luchaba
y transparentes, pero quietas y con olor a cloro. por los indios, para que recuperaran sus tierras,
No había olitas, viento ni sol. tuvieran hogar, comida, escuela. ¡A él quería!
Y entonces se me ocurrió, ¡qué tonta no Entonces Marcos apareció como por arte
haberío pensado antes!, que yo podía traer las olas, de magia a orillas del río. Nadé por él, que me
el viento y el sol. Que en lugar de la piscina estaba alentaba agitando los brazos.
en un í ro, en el Paraná, y que había camalotes, Al instante, saliendo de la selva, se aso-
corrientes y un fondo de lodo. maron sus compañeros. Combatían por la misma
Cuando me separé de la pared de la pisci- causa justa. Todos juntos me hacían señales de
na con un envión del pie y me zambullí de nuevo, aliento, comentaban mis brazadas.
imaginé que a los costados había selva, arena en — — —
¡Vamos, vamos! gritaban . ¡Olé, olé!
Se entusiasmaron tanto que corr
algunos tramos de la costa y soplaba un viento ían por la
suave. costa, saltaban y se tropezaban unos con otros.
40

Yo nadaba. i
Ellos gritaban: /
— ¡Olé, olé!
Estaban tan enloquecidos que en un
momento uno se arrojó al agua, y en seguida lo
imitó un compañero y luego otro. Todos se arroja-

A. , de
,
ron ai agua de cabeza, vestidos con sus uniformes
el fusil a la espalda, y nadaron conmigo. Y enton- tes seguir contándoles mi histo-
ces, en esa compañía, en ese río, ¿cómo no nadar ria con el agua de cuántos mares, ríos, canales y
lagos atravesé nadando, quiero hablarles m ás de la I
con bravura, sin cansancio?
Cuando salí del agua, desapareció lo que tierra.
había imaginado. La tierra, como saben, no es ajena al agua.
Empapados, revoleando sus gorras, son- Además, tiene que ver con hechos que me suce -
riéndome, Marcos y sus guerreros se perdieron en la dieron. Sobre todo tiene que ver con mi prótesis
selva. porque sin ella yo no hubiera podido saber cómo
Claudio ya no tenía el ceño fruncido. Al se la camina.
contrario, se reía como un tonto. Me dijo: Mi prótesis siempre creció conmigo. La
— ¡Muy bien! ¡Excelente, fenomenal! Ya
podés tirarte a un río, a un mar. Río y mar de verdad.
cambiaba, naturalmente. Para que mi cuerpo no
se torciera, siempre debía tener la altura de mi
Me sequé un poco con mi toalla. Me puse la pierna de carne y hueso.
prótesis y como una reina me fui caminando hacia Después de los veinte años, ya no necesi-
los vestuarios. taría reemplazarla. Otras me habían servido hasta
No le confesé a Claudio mi secreto: que ya que se rajaron, se rompieron o quedaron in ú tiles.
había estado en el río, nadando en el Paraná con un -

L
Como yo había crecido del todo, esta nueva pró
montó n de guerreros. ¡Olé, olé! tesis sería la definitiva.

II .
43
42
Fellini, Federico, era un director de cine.
Por este motivo, la cuidé desde que nació.
Había filmado hermosas películas donde la gente
Cada mañana me tomaba el colectivo y me apare-
lloraba y reía, discutía y soñaba, sobre todo soña-
/
cía en el taller donde la estaban haciendo.
ba. Casi siempre soñaba frente al mar.
Todos los que trabajaban allí, los que
1 Leyendo el periódico, me enteré de que
habían precisado las medidas, la habían moldeado
Fellini, el director (no la prótesis) había caído
dándole la forma de la pantorrilla, el tobillo y el
enfermo, muy enfermo. No pod ía levantarse de la
pie, comprendieron, de tanto hablarles, que la
cama.
pró tesis sería una parte de mi cuerpo, caminaría
Y lo que más quería era precisamente
conmigo.
La crearon perfecta y la primera vez que
levantarse, caminar, pararse de nuevo en sus dos i
pies sobre la tierra.
me la puse sentí que adquiría vida. Ya no quiero
Lo comprendí perfectamente porque este
separarme de ella como me separé de las otras. En
deseo (aparte de atravesar el agua) era también mi
ocasiones pienso que la mitad de la pierna que
deseo, había sido siempre desde que desperté en el
I
— —
perdí dondequiera que esté debe sentirse un
hospital después del accidente.
poco celosa.
¿Se dan cuenta de lo que significa?
A esta prótesis le otorgué un nombre:
Podíramos estar reptando, arrastrándonos
Fellini.
pegados al suelo, oliendo polvo y caca de perro, y
No se burlen.
estamos de pie, ¡caminando!
Cuando uno designa con un nombre a
La prótesis me ayudaba a mí para eso y
una cosa querida, convoca a quien tiene o tuvo ese
si yo la llamaba Fellini, Fellini vendría a caminar
nombre para que la anime, para que le dé energía
conmigo.
y un pedacito de su alma.
- El primer d ía que la usé le conté a Fellini,
¿Y quién era Fellini para ponerle ese nom
el director, que mi prótesis llevaba su nombre, y
bre a mi prótesis? ¿Por qué elegí ese nombre?
que por ese poder que tienen los nombres, él se
Si tienen paciencia, se los explico.
44

levantaría de la cama, aunque siguiera enfermo, y


vendíra a buscarme.
Me la puse y le dije: “ Bueno, Fellini, ahora
estás parado con los dos pies sobre la tierra. Uno
lo pongo yo y el otro lo ponés vos”.
Así caminamos juntos, y Fellini, el direc -
tor, está contento.
£ vn un momento dejé de nadar. Abandoné
por una tontería.
Estaba con mi hermano cuando nos
encontró en la calle uno de sus amigos. En lugar
de dirigirse a mí, el amigo le preguntó a mi her-
mano, señ alándome:
— Ella, ¿qué hace?
Mi hermano contestó:
—Nada.
¿Se imaginan ? Yo quería que dijera:
Estudia. No ¡NADA!
Que ese amigo, que tenía ojos preciosos y

U
me hubiera gustado de novio, pensara que yo esta -
ba con los brazos cruzados todo el día, me ofendió
tanto que dejé de nadar.
Fue una tonteíra, lo sé, pero nadar ya no
me parecía importante. Las chicas de mi edad iban
a bailar, trabajaban, ayudaban en la casa, estudiaban .
Qué hacía ella (yo): ¡NADA!
46 47

Cambié. Fui a la Universidad y estudié la Y la próxima vez que un tercero le pregun-


carrera de Letras. Sólo tocaba el agua cuando me tara a mi hermano:
bañaba. No iba al club, no veía a Claudio. Mejor,
porque así me concentraba ú nicamente en los
— Ella, ¿qué hace?
Y mi hermano contestara:
libros y salía bien en todos los exámenes. —Nada.
¿Mejor dije? No era cierto. Me faltaba Yo diría, metiéndome entre los dos:
algo, me sentía como una plantita que se seca. —¡No es nada de NADA! ¡Es nada de
Hasta Fellini estaba triste. Mi cuerpo me decía NADAR, cabeza hueca!
bajito: ¡al agua, al agua!, pero no lo escuchaba.
Un día encontré a un profesor de la
Universidad en un bar. Un viejo con mostachos
blancos y ojitos vivaces que no nos dejaba pasar
una. Me invitó a un café y clavándome los ojitos
vivaces, me preguntó qué hacía.
— ¿Vos qué haces, aparte de estudiar ?
Supe lo que en realidad me preguntaba. JM
En qué ponía yo todo mi coraje, mi corazón.
Estudiar me gustaba, pero no era lo mismo.
Entonces le contesté:
— Nado.
Le mentí porque ya no nadaba. Sin
embargo, cuando lo dije me di cuenta de que
decía la verdad. Aunque caminara con Fellini
sobre la tierra, extrañaba el agua y volvería a
nadar.
AClaudio
narme con
í volví a la piscina del club y a entre-
, quien me recibió con rezongos
y después a los besos.
Seguí estudiando. Me gradué, doy clases,
escribo... Pero ésa es otra historia.
La que les cuento tiene que cruzar aún
mares, lagos y ríos.
Cuando salía del club, después del entrena-
miento, siempre hacía un alto en el camino antes
de volver a casa. Me sentaba en el mismo banco
de plaza, a la sombra de un árbol, y me comía una
manzana.
Un día, en mi banco, estaba sentado un
viejo de cara agria. Yo lo saludé:
— —
Buen día pero era sordo o estaba
malhumorado. No me contestó. Les pegaba a las
piedritas del suelo con la punta de su bastó n. Tal
cual, no las acariciaba ni las movía con dulzura, I
I

50 51

les pegaba con saña y las piedritas saltaban enlo - — No. Sí. También es una pierna. Se llama
quecidas. Fellini. Y su bastón, ¿cómo se llama?
Miré su bastón, que era de madera oscura, Era muy antipático. Le salió una risa de
deslucido y lleno de rayas. hiena. y
Mientras comía la manzana, Fellini, mi
prótesis, y el bastón se pusieron a conversar. Oí este
— ¿Dó nde viste que los bastones tengan
— —
nombre? ¡Ja, ja! (Risa de hiena) . Lo odio.
diálogo: — —
¿Por qué? pregunté sorprendida. Era
como si yo odiara a Fellini.
dose.
— —
¡Qué trabajo! decía el bastón queján-
— Antes caminaba bien con mis dos pier-
nas. Ahora, de viejo, parezco una tortuga.
—— —
¿Cuál? preguntó Fellini.
Éste, pegarles a las piedras. El viejo se ¡Vaya con el ejemplo!¡Esta fama de las tor-
sentó aquí a las diez de la mañana y hace dos horas tugas! Si caminan tan rápidamente a pasos cortitos
que estoy pegándoles a las piedras. No me deja que en seguida se pierden de vista. En un momento
tranquilo, siempre me insulta, no me quiere. ¿Vos están acá, y en el otro allá. Pero no dije nada para
te llevás bien con ella? (conmigo). no sulfurarlo.

— —
¡La mar de bien! contestó Fellini .
¿Y si le hablaras?
— —— ¿Antes qué veía?
¿Qué tenía que ver?
— ¿Al viejo? ¡Qué le voy a hablar! Es sordo.
Y además, no quiere oír.
— —
Piense le dije, y mientras tragaba el
último bocado de manzana le expliqué que como
¡Señor!¡Señor! gritó Fellini. ahora caminaba lentamente podía ver un montón
— —
El viejo torció la cabeza hacia mí, aunque —
de cosas que antes no veía . Y no camina solo.
quien había gritado era Fellini. Después bajó la — —
¡Camino con éste! protestó.
vista, se inclinó. Debió de ver que mis dos pies no — Camina con...

eran iguales. Señaló: — Pinocho me susurró Fellini.
— ¿ Es artificial? — —
Camina con Pinocho dije.
52

—— ¿Con quién?
Con Pinocho.
i
—— ¿El bastón? ¿Tiene un nombre?
Se lo puso Fellini. i
— Pinocho, ¿así se llama? ¿Pinocho?
Él debió de haber leído el cuento -el de mi
viejo que fabrica un muñeco de madera, y el muñe -
co, Pinocho, cobra vida- porque de pronto se le
aligeró la cara como si recordara su niñez, y sonrió.
Y ahora, por fin , ¡suena el clarín!
¡ATENCIóN!
No era una buena sonrisa, todavía le costaba dar el Vayan a buscar un mapamundi, porque
brazo a torcer, pero ya no era una risa de hiena. mi historia corre al agua, al agua abierta de ríos,
Mostró los dientes como un perro viejo con canales, lagos y mares. Nos trasladamos a otros
ganas de recibir mimos. Se quedó pensando. Habrá lugares de la Argentina y del mundo. Vendrán
valorado que estaba en la plaza gracias a Pinocho, nombres conocidos pero también extranjeros de
el bastón. Lo miró con nuevos ojos. Al cabo me ros, canales, lagos y mares.
í
preguntó, señalando a Fellini: Lo primero que atravesé nadando fue el
—— ¿Te arreglás bien?
Muy bien.
Canal de la Mancha. ¿Lo ubican ? Separa Inglaterra,
que es una isla, de Francia en el continente. No sé
Se incorporó con ayuda de Pinocho. por qué el Canal se llama así, si porque lo creen
Entonces observó que el pobre estaba deslucido, manchado o porque juega a la mancha.
rayado, con la madera opaca. En sus mejores días está siempre embra-
— —
Lo voy a lustrar dijo, y se fue caminan-
do despacito, parándose cada tanto, seguramente
vecido; la gente que lo cruza en barco se marea o
vomita sobre la borda.
para cambiar unas palabras con Pinocho o para mirar En el mapa es chiquito, pero párense fren-
el cielo que antes, de andar tan apurado, no veía. te a él o naden en sus aguas, y verá n. (¿Cómo van
54

a ver si está tan lejos? Pero 70 que fui, les aseguro


que es ancho, alargado y además cabrero).
No piensen que crucé el Canal como
quien cruza caminando una calle cualquiera. Me J
entrené mucho. De otro modo, nadaría dos o tres
horas y, de tan cansada, ya pediría auxilio, querría
salir del agua. Un papelón.
Nadé horas y horas en la piscina, no la (guando uno nada en aguas abiertas
misma del club del barrio, sino otra, ¡mucho más
siempre hay un barquito que nos sigue para mar -
GRANDE! De esas que se llaman olímpicas. ¡I
carnos la ruta porque es fácil perderse en tanta
Cada quince días nadaba en Mar del
agua.
Plata buscando el horizonte, rescaté náufragos, El barquito lleva tres o cuatro personas
pero nunca encontré a Pata de Palo o Tuerto con
que nos cuidan, nos dan de beber y nos dicen
Parche.
cuánto nos falta. A veces una de ellas se arroja al
Me anotaba también en cuanta maratón agua y nada un rato con nosotros para acompañar -
había, cuanto más larga mejor. Acumulé experien- .
nos Cuando esto sucede, yo pienso que en lugar
cia. Nadie sube al Aconcagua sin haber practicado
de un nadador me acompaña un delfín, y cuando
antes con montecitos, colinas, sierras, montañitas
el nadador ya no da más y sube al barco, yo sigo y
y montañas. Hasta que por fin se atreve a la más
sigo, con el delfín.
alta. Paso a paso hay que hacer las cosas, o brazada Me zambullí en el Canal y con las prime-
tras brazada.
ras brazadas reconocí el agua, un agua gris y fría.
Me tiré al Canal de la Mancha cuando ya
El cielo estaba encapotado, lloviznaba y había
sabía. Mi cuerpo sabía cómo hacerlo.
relámpagos. Era horrible.
Sin embargo, yo me sentía animada, fresca
como una lechuga. ¡Tenía tantas ganas de cruzar
56 57

el Canal! ¿Llovía, relampagueaba? ¡No me impor- nadaba? ¿Si Claudio y los del barquito no pudie -
ran salvarme?
taba! Hendía el agua sin ningún esfuerzo, con la
¡Quería estar en casa, con mi mamá!
/
facilidad de un pájaro en el aire o de un atú n tras
la comida. En cambio, estaba allí. Avanzaba, pero yo
Cuando espiaba por encima del hombro, me sentía clavada en el mismo lugar, como si fuera
veía la costa de Inglaterra a mis espaldas. Se iba un ancla.
alejando, hasta que en un momento espié y ya no Y cuando después de no sé cuántas horas,
la vi. ya iba a renunciar y a pedir que me subieran al
¡Qué susto me llevé! barco, vi adelante unas luces. ¡Francia! ¡Era la costa
-
No había costa ni hacia atrás ni hacia ade de Francia!
lante. ¡Vaya si había nadado a pesar de mis
¿ Dónde estaba la tierra? dudas!
Los del barco me decían que iba bien, que Sentí una nueva energía recorriéndome el
avanzaba, que siguiera nadando. Pero yo descon- cuerpo.
fiaba. ¿ Dirían la verdad ? Esa costa me anim ó. Atrayéndome como
— ¡Claudio! —
barco—. ¿Decís la verdad ?
grité, acercá ndome al un imán , me decía: ¡Ven í, estás cerca, estás
cerca!
— — ¡Sil gritó, haciéndome senas de que Y lo estaba. Pensé que llegaría en seguida.

me apartara y siguiera mi camino . Ya cubriste la
mitad del trayecto. ¡Adelante! Tranquila.
Hacía más de nueve horas que nadaba y aunque
lo hiciera como los indios, para quienes entre mar
¡Qué fácil para él! y tierra no había diferencia, yo ya quería pisar la
Estaba sola en medio de toda esa agua costa. Como estaba cerca veía los detalles, veía
negra, no veía el horizonte ni las estrellas porque unas luces, las de Boulogne sur Mer, la ciudad

diluviaba. ¿ Y si nunca aparecía la costa? ¿Si me donde murió San Martín. Llegaría en media hora,
ahogaba en esa oscuridad, a pesar de lo bien que menos también, en línea recta. ¡Olé, olé!
I

58 59

Pero no fue así. ¿ Línea recta? ¡Qué va! Una Y mientras mis compañeros bromeaban y
ilusió n. se reían felices porque yo había cruzado el Canal,
La marea me mandó de un lado a otro, yo comían sándwiches y bebían gaseosa, yo, en el
creía avanzar derecho, y en cambio, si avanzaba asiento de atrás de la combi, de tan cansada me
un metro en línea recta, me desviaba dos para un dorm í como un tronco y no disfruté nada.
costado, dos más para el otro costado. El trecho
cortito me costó tres horas, dando más vueltas que
el dibujo de una huella digital.

del bote.

—¡Vas bien, vas bien! me gritaban los
No sé si por las luces que veía, yo ya no
quería estar en casa, con mi mamá. Quería vencer
la marea que me llevaba de un lado a otro y decir:
¡crucé el Canal!
¡Y finalmente lo conseguí!
l
No podía creerlo cuando el agua me faltó
como para poder nadar y me puse de pie, con
pequeñas olas rozándome las rodillas.
La marea me había apartado de Boulogne
sur Mer, toqué tierra en un lugar pelado, cerca de
una casamata, una mole abandonada de cemento
que algún loco había construido para la guerra.
Todos mis compa ñeros me abrazaron,
engrasada como estaba. Por el handy llamaron a un
transporte que nos vino a buscar poco después.
¿Y después del Canal?
Después del Canal me asaltaron proyectos
a montones.
Quería cruzar el Báltico (busquen en el
mapa, norte de Europa), el Canal de Beagle, el Lago
Argentino, dar la vuelta a una isla, la de Manhattan
(sigan mirando el mapa) . ¡Hasta la Tierra hubiera
atravesado nadando!
Entonces, después del Canal, con Claudio
nos decidimos por el Báltico. Nos esperaba allá,
bien arriba en el mapa de Europa. En esa zona
hace frío, nieva en invierno, el mar puede ser tem -
pestuoso.
Pero cuando un amanecer me tiré al
Báltico se anunciaba un día precioso, como uno
de Buenos Aires en primavera. Templado, no
había viento, no había oleaje, brillaba el sol.
¡Perfecto!, me dije. Pan comido.
4
62 63

Pensaba cruzarlo en siete horas. ¿ Pero por qué esa maldita corriente había tenido
¡Tardé once! que aparecer justo ahora? ¿ Para que nadara con la
¡Cómo me costó! Un esfuerzo descomunal. lengua afuera, con los brazos pesados?
¿Y por qué?, se preguntarán ustedes, si Yo insultaba a la corriente mientras nada -
todo estaba a mi favor. ba y nadaba, enceguecida de furia.
¿Pero era así realmente? Estaba a mi favor Y como cada vez me enceguecía más, el
y no estaba. agua se dio cuenta y no le gustó.
Empecé nadando como una flecha en ese Me dijo: “Te saqué las olas, te saqué
mar calmo, en ese día precioso, cantando: .
el viento, te puse el sol Solamente te dejé una
En este día tan lindo .
corriente en contra. Arreglátelas con ella Pero no
¡este cruce es pan comido! te enojés”.
¿Y qué pasó? Cuando menos lo esperaba, Sí, el agua me dijo eso. Y ten ía razón.
el agua me tiró para atrás. Hubiera podido ser peor: con oleaje, con viento,
— —
¡Tenés una corriente en contra! me
gritó Claudio desde el barquito.
con frío.
Me comí el enojo como si fuera una man-
¡Qué novedad!¡Como si no lo supiera! zana, me amigué con el agua.
Quería avanzar y me costaba el doble. Me Ya no era tampoco el agua del Báltico.
dolían las coyunturas de los brazos. ¿Y si me daba ¿Saben? El agua circula por todo el mundo. La del
un calambre? ¿Y si me quedaba sin aire? ¡Me aga- Río de la Plata, por ejemplo, en cuatro años reco-
rró tal furia!¡Qué mala suerte!¡Todo se presentaba rre todas las aguas del mundo. Vemos fragmentos
tan bien! Si la corriente hubiera tenido un cuerpo y diferencias: acá un río, allá el mar, lagos, lluvias,
visible, la habría mordido. lágrimas, pero siempre es agua, una sola, aunque
— —
¡Andate, andate! le gritaba rabiosa.
No me hacía caso. Me ofrecía resistencia
sea muy distinta. Va y viene .
Mientras luchaba con esa corriente en
como una pared o una puerta que no se abre. contra, como el agua va y viene, me dije que
64

quizás era el Paraná.¡Pucha!, justo en ese momen-


to al Paraná se le ocurr
ía aparecer y meterse con
una corriente en contra en el Báltico , donde yo
estaba nadando. Y como quiero mucho al Paraná
y el agua me había hablado, acepté la corriente
en contra, me avergonzó mi enojo. Nadé con
más ganas, nadé más horas, pero finalmente, la
corriente en contra comprendió que no podía 13e vuelta a casa disfruté los abrazos, las
.
vencerme y me dejó pasar. felicitaciones, descansé un poco. Retomé las clases
Al mes, a los dos meses, me picó de nuevo
el bichito de las aguas abiertas. Es así: una no puede
olvidarse de lo que ama o quizás el agua me amaba y
no se olvidaba de mí.
Empezamos a trabajar con Claudio, entre-
naba duro, estudiábamos las cartas náuticas. Claudio
frenaba mi impaciencia, yo quería estar ya en el
lugar que había elegido esta vez: me servía mucho
familiarizarme con el paisaje, hasta oler la sal de la
brisa marina me ayudaba.¡Ah!, no les dije cuál era mi
proyecto ahora: cruzar otro canal, el de Beagle.
¿ Lo ubican en el mapa? Está allá, en el sur,
donde casi termina la Argentina.
Cuando llegamos a la costa del canal, todos
dijeron: ¡Brrrr! ¡Qué frío!, y corrieron a buscar los
sobretodos y las bufandas.
66

Pero a mí me gustaban las aguas fr ías. ¿Se


acuerdan de cuando iba a nadar a Mar del Plata en
invierno?
Y esto del frío depende, unos lo sufren mucho,
otros lo sufren menos. Los indios andaban desnudos
en la Patagonia. Las mujeres yamanas se arrojaban a
las aguas heladas desde sus canoas, recogían mejillones.
Ten a
Yo quer ía ser como ellas. No iba a tirarme
con un traje de neoprene como había hecho una
nadadora para protegerse, o como un nadador que
cruzó el Beagle tan embadurnado, tan tapado por la
^
¡ ^ —
! ¡Quédate tranquila! me dijo
mi mamá cuando, después de unos meses, le anuncié
que mi próxima meta era cruzar el Lago Argentino .
Nadie nada allí. Es una heladera.

grasa que parecía una momia. ¡Así cualquiera nada — ¡No! De ningún modo. Sólo es un lago
en aguas fr ías! Yo sólo me pondría el traje de baño, fresquito.
antiparras y nada más que un poquito de grasa para Le ment í porque no quería asustarla. Cuando
deslizarme mejor. yo me iba, ella siempre se quedaba con el corazón en
¡Y así crucé el Canal! No fue fácil, porque es la boca.
de aguas revueltas. Me ayudó mucho pensar en las A la semana, nos fuimos con Claudio a la
indias. Imaginé que mi cuerpo era una canoa, un tron- Patagonia,
co ahuecado, y nadé navegando igual que una canoa. ¡Brrrrr!, seguían diciendo los del barco que
Y cuando puse pie en tierra, les dediqué mi me acompañaría, todos abrigados con gorros de lana,
esfuerzo a esas indias yámanas que tanto tiempo atrás camperas, bufandas y botas.
andaban casi desnudas pescando desde sus canoas, se
arrojaban a las aguas a recoger mejillones y alimenta-
— —
Te miramos y sentimos frío decían, yo
descalza y en malla.
ban amorosamente a sus hijos cantándoles al frío que Temblaban en sus abrigos y yo ni siquiera
también, como a mí, los abrigaba. tenía piel de gallina.
68 69

Sin embargo, era verdad: ei Lago es —


¡Ya está! me gritaban desde el barquito.
heladera. Su temperatura no pasa de los cinco grados
sobre cero, cinco grados y medio a lo más.
—Beb¡ í un poco de agua azucarad—a y pegué la
Vuelvo al de partida! grité.
punto

Si uno se cae por accidente en esas aguas vuelta, nadando entre pedazos de hielo, con pilas de
y nadie lo rescata en seguida, se congela, se muere. sobra para llegar al otro lado, y tan feliz como si sin-
Pero yo lo que menos temía era morirme. Me había tiera el caíorcito del verano.
entrenado para abrirme al frío, me concentraba en él,
lo hacía mi amigo. Y el frío me abrigaba. Lo abrazaba
y me daba calor. Tal cual.
Y las aguas heladas estaban contentas porque
después de los indios, todos las habían temido. No se
veía un nadador ni con lupa. Las aguas guardaban,
sin embargo, la memoria de los indios e indias, me
contaban sus historias como me las habían contado
en el Canal de Beagle. Así nadé en el Lago, viendo el
Glaciar Perito Moreno que se aproximaba, las mon-
tañas, los bosques. ¡Qué paisaje!
A los quince minutos de haberme arroja -
do al agua ya me encontraba en la mitad del Lago.
Avanzaba sin ningún esfuerzo. No sentía el frío, no
sentía cansancio. Me di cuenta alegremente de que
me sobraban las pilas. El Lago me resultaba chico
para las ganas que yo tenía. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Crucé el Lago, llegué al Glaciar y decidí
pegar la vuelta.
th ib,
m ÍL

u stedes pensar á n que después del


Lago Argentino, me quedé tranquila, como que-
ría mi mamá.
No pude.
Además, sabía que aunque protestara
mucho, mi mamá terminaba por aceptar mis
proyectos.
—¡Qué cabezacreodura! —ledecía rezongan-
gustaba y hasta
do, pero en el fondo que
la ponía orgullosa ( mi cabeza dura).
Esta vez no fue el deseo de cruzar canales
y lagos el que me sacó de mi casa. ¡Una isla! ¡Yo
quería dar la vuelta a una isla!
Hay muchas que resultan fáciles de bor-
dear, de pequeño tama ño, con aguas calmas. Yo
elegí una muy distinta que tenía entre ceja y
ceja, una isla alargada con una ciudad encima: la
isla de Manhattan, donde está Nueva York.
72 73

La isla está ba ñada por dos ríos, el Harlem esperando a que levantaran el puente y se me
y el Hudson, que corren hacia el Atlá ntico. Son uniera el bote.
dos ríos muy difíciles, con cambios de mareas Vi que se abría el cielo y salía el sol.
que mejor no me agarraran. Con Claudio estu- Entonces avancé un poquito con unas bra-
diamos la manera más eficaz de recorrerlos, qué zadas y miré hacia mi izquierda.
día, qué hora, las corrientes, los vientos. Se me apareció el río Hudson, enorme,
Empecé por el Harlem. Lo recorrí en casi impresionante.
nueve horas. Y además del í ro, vi el puente más largo de
¿ Mucho? Nueva York y en el fondo los rascacielos.
No. No estuve lenta , nadé a buen ritmo ¡Guauuu!, dije, ¡lo que es esto!
aprovechando las corrientes a favor. La admiración casi me quitó el aire que
Cuando ya estaba por entrar en el otro precisaba para nadar. Y estaba sola, porque el
río, el Hudson, el bote que me acompa ñaba tuvo puente no subía y el bote no venía.
que detenerse. Bajaron un puente levadizo por De cualquier modo, seguí con mis bra -
donde pasaba un tren. Yo podía cruzar debajo zadas. Avancé un trecho por el Hudson. Nadaba
del puente porque era una cabeza de alfiler, pero bien, pero con el estómago revuelto: había tragado
el bote no. y vomitado agua. í

guntó Claudio desde el bote.

¿Te atrevés a quedarte sola ? me pre- Después me alcanzó el bote. ¡Por fin!
Aunque me hiciera la valiente, la presencia del
Yo no quería parar, necesitaba meterme bote me tranquilizaba. Estaba ahí, cuidándome.
en el Hudson. Después de nueve horas en el Cuando estaba ya en mi recorrido por la
Harlem , ¡bueno sería que me asustara! mitad de la isla, Claudio pegó un aullido, de pie
— —
¡Claro que me atrevo! le contesté, en el bote.
pensando que seria únicamente por un ratito.
Crucé y me quedé haciendo la plancha, — ¡Pará, Inés! ¡Tenemos que hablar!
¿Y qué me dice?
75
74

¡Que quizás tendría que quedarme sola de costa, cerca de los muelles donde había anclados
nuevo! un montó n de barcos. Hasta me cruzó un catama-
rán. Ahí sí me detuve, porque me dio cuiqui de
—¿Cómo? —grité.
que me llevara por delante.
—¡NoC podemos
¿ ?óMO
seguirte!
Les dije que en la isla está Nueva York.
Era verdad, no podían seguirme. Los guar- Y fue de lo más raro.
dacostas los obligaban a desviarse. Debían tomar Yo estaba sola en el agua, pero muy cer-
otro camino con el bote, un canal de navegación. quita veía los muelles, la gente que trotaba en los
parques, la que caminaba en las calles, los autos, la
— — -
¡Pronto viene la marea en contra! gri
Estatua de la Libertad y los rascacielos. Hasta un
pasás!

taba Claudio . Apú rate. Si no, ¡no pasás, no
helicóptero volaba por encima.
¡Qué nervioso estaba! ¡Me dio un vé rtigo!

——
¡Sí que paso!
¿Te atrevés? — me preguntó de nuevo. Y
Yo sola, cabeza de alfiler.
Pero me sobraban las ganas de completar
seguramente para darme ánimos, me dijo: la vuelta a la isla y lo conseguí justo, justito antes
de que la marea me lo impidiera. L
— No podrás alimentarte, ni siquiera beber
Cuando sal í del agua miré de nuevo hacia
agua con azúcar. Adem ás, nosotros te vamos a
poder ver, pero vos a nosotros, no. la Estatua de la Libertad y me pareció que la
Paciencia. antorcha que sostenía en la mano, la sostenía por
Se me fueron los miedos. Claudio y los compañeros del bote.
Estaba en el río y quería dar la vuelta ente- Y también por m í.
ra a la isla.
No pensé en otra cosa.
Perdí de vista al bote. Me quedé sola y
para aprovechar la corriente, nadé cerca de la 4
i
\

A h ora,
frecuencia
de regreso a Buenos Aires, recuer
mi visión de Nueva York desde el
-
do con
agua. También me río a veces recordando la angustia
de Claudio: “Apúrate. ¡No pasás, no pasás!”.
Pasé.
Les cuento mi última aventura.Abrigúense,
porque es mucho más fría que la del Canal de
Beagle o del Lago Argentino.
Les pregunto: ¿cuál es el lugar más gélido
del país? (¡Ay! ¡Un despistado me contesta Mar de
Ajó!).
¡La Antártida, por supuesto!
Quise nadar en una caleta de la isla 25 de
Mayo que está a poca distancia de la base Yubany,
en el continente antartico.
¡Cómo me costó que me autorizaran!
En los destacamentos militares, a los cien-
tíficos que investigan allí los hielos, las aguas, la %

Ai
78 79

capa de ozono, no les gusta que vayan extraños a El día fijado para mi zambullida fue el 6
asomar la nariz. de febrero, el año: 2006.
No está mal porque así no se contamina Ese día, el capitán del Puerto Deseado,
el continente. que éste era el nombre del buque que nos daba alo-
¿Se imaginan si hubiera turismo en la jamiento, me dirigió unas palabras, el tono severo, la
Antártida? Sería ¡espan-to-so! expresión muy seria, como llamándome al orden:
Pero como yo no iba a hacer turismo sino
a nadar, a desafiarme, a probar cómo reaccionaba
— ¿Ya está lista? No tarde más.
¿Qué decía? ¡No iba a mandarme! Pero
mi cuerpo, finalmente me concedieron permiso e en seguida comprendí que no quería mandarme.
incluso me proporcionaron ayuda. Simplemente, estaba mirando el horizonte y como
Era verano y en Buenos Aires la gente se sabía mucho podía leerlo como ustedes un libro
achicharraba de calor. Necesitaba aclimatarme del colegio.
para sumergirme en aguas tan frías, y con mi
equipo nos fuimos en seguida a Río Gallegos.
— — —
Esas nubes señaló indican que el
tiempo puede cambiar dentro de poco.
Me entrené muy bien, nada que te nada, y comí Yo las miré -a las nubes- y me di cuenta
mucho para engordar. ¡Engordé catorce kilos! La de que era mejor apresurarse.
grasa de mi propio cuerpo me protegería mejor Dos gomones ya estaban alistados para
que cualquier grasa enchastrándome la piel. ponerse en marcha.
Después de Rio Gallegos pasamos a un ¿ Por qué dos, si siempre sólo me acompa-
buque oceanográfico y allí nos quedamos porque, ñaba un bote? Porque en la caleta de la isla había
lo saben, en la Antártida no hay hoteles. En el unas focas llamadas leopardos que podrían arrastrar-
buque, ¡qué frío en cubierta! El problema no era el me al fondo. Solían ser tantas y las profundidades
frío del agua: un grado (el agua dulce a un grado tan hondas que si me arrastraban, yo difícilmente
se congela, a menos uno la salada), sino el frío del podría emerger de nuevo a la superficie. Entonces,
aire, nueve grados bajo cero, ¡brrrrr! ¡adiós, María Inés!
80

Pero con el bote suplementario me sentía


segura. En él estaban unos buzos dispuestos a
auxiliarme en caso de que aparecieran las focas.
Vestían trajes de neoprene para tirarse al agua e
incluso empu ñaban unos fusiles arpones cuyos
disparos las ahuyentarían.
Pero cuando yo nadé, ¡qué suerte!, las
focas no aparecieron. Después del frío del aire, el agua me
Ya estábamos en la caleta de la isla y yo resultó templada. Digo, en el primer contacto
seguía en el bote. Observaba el agua que, contra lo porque cuando mi cuerpo entró en el ritmo de las
que puede pensarse, no era transparente, lleva en brazadas, aun con mis kilos de más y mi amor por
suspenso cenizas volcánicas, partículas de tierra. el agua fría, ¡la sentí helada!
No me decidía al chapuzón. Me di cuenta de que Pero no me arredró. Yo estaba preparada y
necesitaba una señal propicia. me concentré en no sentir el frío o sentirlo como
Y de pronto, apareció la señal: una gaviota. un compañero.
Las gaviotas de la Antártida no son como las Brazada va, brazada viene, nadé en ese pai-
de Mar del Tuyú o San Bernardo, que en compara- saje de mar y de blancura de nieve donde apenas
ción con sus hermanas parecen pajaritos. Éstas, las de sobresal ía el pico oscuro de una monta ñ ita en la
la Antártida, son enormes y, con las alas desplegadas, isla.
tan grandes como águilas. Y de ese pico vi avanzar, formando un
Pero águilas nada amenazadoras. círculo perfecto, otras tres gaviotas, igualmente
La gaviota volaba serenamente y se me ocu- grandes, impresionantes.
rrió que me daba permiso para tirarme al agua. La Naturaleza acepta o no que algo esté
Éste es el momento, me dije. ocurriendo en su contorno, algo imprevisto como
¡Entonces me zambullí! podían ser esos gomones que me acompañaban y
82 83

una figurita (yo) en el agua. En ese momento, supe picada para comerse los peces, del viento que le
que la Naturaleza me aceptaba y me lo decía . golpeaba el buche y se combinaba con sus alas
¿ Cómo? para sostener el vuelo. Del lugar donde empollaba
En primer lugar, sin desatar una tormenta, y de sus crías gaviotitas.
las nubes borrascosas lejos en el horizonte. En segun- Y yo, ¿qué le conté? Pues cuá nto había
do lugar con esas gaviotas volando armoniosamente, deseado nadar en la Antá rtida, rodeada del hielo
tan increíblemente bellas en la pureza del aire. de esas inmensidades que ella conocía como la
De pronto, una de las gaviotas abandonó palma de su mano, digo, de su pata.
el círculo y comenzó a planear descendiendo hacia En esa larga mirada nos hicimos amigas,
m í. Se detuvo muy cerca y, de haber habido sol, su por un instante ella penetró en mi mundo y yo en
sombra me hubiera cubierto. el suyo.
Oí que desde los gomones me gritaban exal - Después, ella giró y se alzó para volar de
tados, a pleno pulmón. Señalaban a la gaviota: nuevo con las demás gaviotas que la esperaban
— ¡Te está mirando, te está mirando!
Y era verdad. Suspendida en el aire, la
más alto, cerca del cielo. Agrandaron el círculo y
así me acompa ñaron hasta qua salí del agua.
gaviota me miraba fijamente con sus ojitos redon - Había nadado veinte minutos y, por
dos, duros como bolitas oscuras. supuesto, sentí m ás frío cuando me tocó el aire.
Yo alargué el brazo en una nueva brazada Me abrigué en seguida con una vieja
y mientras levantaba la cabeza para respirar, torcí manta del norte, suave y peludita, que siempre
ligeramente el cuello en su dirección y nuestras llevaba conmigo.
miradas se encontraron. Apenas me senté en el gomón, ¿qué se le
¡Ah, esa mirada que cambié con la gaviota! ocurrió al capitá n del barco?
No la olvidaré nunca. ¡Hizo sonar la sirena!
Ella me contaba de las inmensidades en ¡Pi, püiii!, así sonaba alegremente la sirena
donde vivía, de sus vuelos, de sus descensos en en el silencio de la Antártida. Festejaba la sirena que
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había cumplido. Cumplido con mi deseo, con el


mar helado, con mi amiga, la gaviota, que tam-
— —
bién me había contado con su mirada que su
ilusión había sido ver a una criatura de la tierra
1

nadar como una foca, por fin, en esas aguas.


¡Pi, piiiiii! ¡Misión cumplida!
¡Gracias por el festejo, mi capitán!
¡Piii ü ii! Despué , como siempre, volví a Buenos
s
Aires. Bajé los catorce kilos que había engordado y
retomé mis clases.
A veces, cuando estoy en el aula, si me
distraigo por un momento, veo a un montón de
gaviotas en los pupitres. Tienen las alas plegadas
para ocupar menos lugar. Muy concentradas,
mueven papeles, escriben con el pico.
Cierro los ojos con fuerza y cuando los
abro nuevamente veo que en realidad son mis
alumnos. Muy concentrados, mueven papeles,
.
escriben con lapicera Sé que no son gaviotas, pero
me gusta pensar que, como ellas, abrirán sus alas,
volarán alto.
-Dicen que ahora hay pró tesis que
sirven para nadar. Tengo una en vista. No se lo
cuento a Fellini, ¿se acuerdan de Fellini?, porque
se moriría de celos. No pienso de ningú n modo
dejarla de lado. Ella será siempre entrañable y tal
vez, con buenas palabras, le haga entender que
nadie ocupará el lugar que, de tanto caminar con-
migo, de tanto esperarme cuando nadaba, ella se
ha ganado en mi corazón.

é
T engo miles de proyectos.
Creo que hasta que sea vieja, viejita, segui-
ré nadando, cruzando mares, lagos, canales y ríos,
porque es lo que más me gusta.
Cuando ya no me den las fuerzas, cruzaré
una lagunita y todos los ríos que he recorrido,
todos los mares, el B áltico, el Atlántico, todos los
lagos y canales, estarán conmigo en esa lagunita
porque el agua va y viene y sólo basta amarla para
que no nos abandone.
Y cuando sea muy, muy vieja, requete - I
vieja, miraré el cielo y, entre las nubes, seguiré
nadando.

1
I

¿ L/es gustó la historia de María Inés?


A mí me hizo conocer muchos rostros del
agua, aspectos que ignoraba. De esto ella conoce
un montón, puede percibir incluso la diferencia
entre una gota de agua y otra, entre una gota de
invierno y otra de primavera.
Creo que María Inés hasta me llevó con
ella cuando nadaba. Aunque yo no sepa hacerlo,
pude sentir su amor por el agua y compartirlo,
supe acerca de cómo tratar el frío y ser canoa,
supe vencer el miedo de estar en la inmensidad del
agua (aunque nos acompañe un barquito ), supe
de Fellini y de Pinocho, y cuando algo me parece
imposible porque soy demasiado débil o me creo
incapaz, pienso en María Inés, en su voluntad y
su porfía. Pienso en cómo ella, con media pierna
de menos, me ayudó a caminar libremente, a mí,
que tengo dos piernas enteras, y pienso en el agua,
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donde sin saber nadar, con la imaginación, en


compañía de Marí a Inés, me deslizo.
/

E /sta historia cuenta vida y andanzas


de María Inés Mato, nadadora de aguas abier -
tas. Muchas situaciones e imágenes las recogí de
un reportaje a María Inés realizado por Oscar
Castelnovo; exceptúo su visita a la Antártida,
cuyas aventuras me contó ella en un bar de la calle
Corrientes.
Como en todas las historias, lo que no
sabía lo imaginé y hoy ignoro en realidad qué
palabras, situaciones e imágenes son mías y cuáles
pertenecen a María Inés.
Nadie me quita de la cabeza que, gracias a
este cuento, he estado nadando, como les dije, en
todos lados, en aguas templadas y en aguas frías.
Y ahora, ustedes también, después del i

cuento, vengan conmigo. ¡A nadar con María


Inés!

Jj I
Griselda Gámbaro
Autora

Nació en Buenos Aires en 1928 y vive en un


suburbio de la zona sur. Es dramaturga y nove-
lista. Estuvo exiliada en Barcelona (España) entre
1977 y 1980. Es autora de las obras de teatro Real
ígona furiosa, Temas sin importancia y La
envido , Ant
señora Macbeth, entre otras. Publicó varias nove -
las: Después del día de fiesta, Promesas y desvarios,
El mar que nos trajo; los libros de cuentos Lo mejor
que se tiene y Los animales salvajes.
Fue premiada por el Fondo Nacional de
las Artes, Argentores, Fundación Di Telia y la
Academia Argentina de Letras. En 1982 se le
otorgó la Beca Guggenheim.
En Santillana Infantil ha publicado El caballo que
tenía un sueño, El caballo que no sabía relinchar, Gran
Nariz y el rey de los seiscientos nombres, La bolita
azul, A nadar con María Inés, Los dos Giménez , El
investigador Giménez y Giménez y el Drácula fingido.
Aquí termina este libro
escrito, ilustrado, diseñado, editado, impreso
por personas que aman los libros.
Aqu í termina este libro que has leído,
el libro que ya sos.

:
A nadar con Mar ía Inés
Griselda Gámbaro
Ilustraciones de Roberto Cubillas
<
> La pequeña María Inés creyó que, al perder
o su pierna en un accidente, su vida ya no sería
la misma *

Sin embargo, poco sospechaba ella que todo


cambiaría para siempre dos a ños m ás tarde,
cuando aprendiese a nadar y encontrase en
el agua una aliada y compa ñera de aventuras

c
*

<
En esto novela , Griselda
G ámbaro cuenta La uida de
María Inés Mato, nadadora
de aguas abiertas, y se desliza ,
con cada palabra , junto a
esta mujer valiente y tenaz
en cada una de sus haza ñas.

UJUUUJ. Loque Leo ^ santü tanaxom

loQueleo - SANT1LIANA

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