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Unidad 1 / Escenario 2

Lectura fundamental
La práctica historiográfica y la
construcción del conocimiento
histórico

Contenido

1 Introducción

2 La operación historiográfica

3 Archivo y poder

Palabras clave: fuentes, conocimiento, archivo, poder, práctica.


1. Introducción
En la Lectura anterior nos acercamos a algunos debates teóricos centrales de la disciplina histórica
relacionados con la diferencia entre Historia como campo de conocimiento e historia como fenómenos
que son experimentados. Asimismo, trazamos un pequeño mapa de las formas de pensar el tiempo social
e histórico al interior de la disciplina. Siguiendo algunos de los puntos señalados en la Lectura anterior,
analizaremos los componentes centrales de la práctica historiográfica, intentando precisar algunos
procedimientos y metodologías que definen el trabajo del historiador.

Los problemas sobre el oficio del historiador están lejos de ser considerados exclusivamente como aspectos
“prácticos” del trabajo historiográfico. Por el contrario, el problema de los procedimientos, métodos y
búsqueda de vestigios o fuentes para reconstruir y pensar el pasado está cargado de dilemas teóricos
y epistemológicos que han definido los debates de las últimas décadas en el campo de la historia. De
manera particular, la “operación historiográfica”, como ha sido definida por el historiador francés Michel de
Certeau, implica pensar en problemas como el lugar social de producción del conocimiento histórico, las
pretensiones de cientificidad del discurso historiográfico, la relación entre narrativa y verdad, entre otros
asuntos. Igualmente, la pregunta por las fuentes y su capacidad de acceder a los “hechos históricos” ha
sido puesta en paréntesis para pensar estos repositorios como escenarios marcados por una relación de
dominación y de poder. En otras palabras, estos debates nos ubican sobre un escenario en que el trabajo
del historiador se redefine a través de debates teóricos y epistemológicos que se han desarrollado de forma
paralela a problemas centrales de la teoría social.

2. La operación historiográfica
El trabajo de Michel de Certeau ha cobrado cierta relevancia en los debates historiográficos de las últimas
décadas debido a sus sugerentes reflexiones sobre la escritura de la historia. Estas reflexiones que bordean
los límites de la filosofía, la lingüística y la historia ponen en escena cuestiones que habían sido consideradas
marginalmente por las reflexiones historiográficas como el lugar social del historiador, las instituciones que
regulan esta comunidad discursiva y la escritura de la historia. “¿Qué fabrica el historiador cuando hace
historia?”, esta pregunta que sirve de hilo conductor de algunos de sus escritos es un punto de partida
importante para considerar las cuestiones que merodean la práctica historiográfica y que podríamos
simplificar en dos elementos: de un lado, el propósito de inteligibilidad que ha sido impuesto para tratar
con el “mundo de los muertos” (el pasado) y, de otro, la construcción de un discurso que concentra la
ambivalencia de ser real y ficticio.

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De Certeau, en su conocido texto La operación historiográfica, presentó un esquema de tres dimensiones
para definir la manera en que el análisis histórico funciona en una sociedad. Estos tres niveles fueron
definidos como el lugar social, una práctica científica y un ejercicio de escritura o narrativa. En primer
lugar, en la perspectiva del historiador francés, la historia aparece definida como el ejercicio de elaboración
de una “comunidad del discurso” que se fundamenta a partir de una práctica singular. Este punto de
partida permite introducir el problema del lugar social (lugar de enunciación) del discurso historiográfico.
Al considerar la dimensión discursiva del trabajo del historiador, se puede delinear dos aspectos
estrechamente vinculados: en primer lugar, el carácter provisional y relativo de los discursos que construye
el historiador y, en segundo lugar, los marcos sociales que regulan el tipo de relación que el historiador
establece con el pasado o con “los muertos”. Para explicarlo en términos más claros, el discurso histórico
desde su proceso de profesionalización intentó mostrar la opacidad entre la realidad y el lugar donde se
produce el discurso. Esta opacidad se amparaba en la distancia que separaba al sujeto de estudio de su
objeto de investigación. Por su parte, para de Certeau la escritura de la historia se establece a partir de la
inteligibilidad sobre el “otro” que franquea la vieja oposición entre sujeto y el objeto, y que representa una
sana advertencia de la relación del historiador con ese “otro” en el que “solo puede escribir uniendo en la
práctica al otro que lo impulsa a andar, con lo real, al que solo representa ficciones” (de Certeau, 2010).

Varios de estos elementos que se encuentran diseminados en distintos lugares del análisis de de Certeau,
de manera más precisa sus tres postulados (singularidad, la historicidad del discurso y la reafirmación
de la historia como una práctica), no son otra cosa que una constatación de los límites del trabajo
historiográfico. Este límite está fijado en la ambivalencia del término y en la misma práctica de la historia
en tanto real y discursiva. Pero el problema de los límites trasciende visiones simplificadoras que minimizan
este debate señalando que el historiador no puede desprenderse de sus inclinaciones ideológicas. Si bien
estas afirmaciones contienen muchos elementos de verdad, el pensador francés intenta complejizar esta
afirmación al llevarla al plano de la escritura de la historia. Para ser más claros, el problema no solo radica
en la carga del presente vivido del historiador, sino que cada instancia de la “operación historiográfica”
está demarcada por procedimientos que llevan a que se sature de sentido y significados un pasado que se
restituye a fuerza de encontrar su inteligibilidad.

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El lugar social: sus instituciones históricas,
sus academias, sus asociaciones, revistas.

La operación La práctica: una práctica científica que


consiste en un trabajo de elaboración de
historiográfica enunciados y la delimitación de un problema.

La escritura: el ejercicio de escritura, en


otras palabras, una apuesta narrativa.

Figura 1. Escritura de la historia


Fuente: elaboración propia, modificado de Certeau (2010)

En segundo lugar, se encuentra la “operación historiográfica”, que consiste en una práctica científica
que está definida por la construcción inicial de un problema que se enmarca en las expectativas de una
comunidad científica. En este sentido, esta elección primaria del problema y en algunos casos de las
perspectivas teóricas está definida por los criterios de validación internos que establece la comunidad de
historiadores. La importancia del análisis en este punto radica en que, si bien se reconoce el trabajo del
historiador como una práctica científica, esta se sacude de las herencias positivistas en las que se insistía
en la construcción objetiva de la verdad y de los hechos del pasado para revelar los marcos institucionales
en los que se encuentra “condicionado” el ejercicio científico del historiador. En otras palabras, se advierte,
como se señaló arriba, una relación entre la práctica científica y una serie de marcos sociales que definen
esa práctica. Por otro lado, como elemento diferenciador esta práctica científica inicia con el gesto de
poner aparte, de reunir, de convertir en “documentos” algunos objetos repartidos de otro modo. En otras
palabras, de construir un corpus documental, de trabajar sobre las fuentes para que nos revelen aspectos o
dimensiones del pasado que queremos saber o conocer.

En tercer lugar, se encuentra la dimensión narrativa de la historia. Este asunto ha sido objeto de discusión
y controversias en las últimas décadas, en particular por las propuestas del historiador norteamericano
Hayden White. En la década del setenta White anunció un provocador desafío a la práctica historiográfica
que se había desarrollado hasta esa década. Este desafío no se ubica, únicamente, en su problemática

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propuesta sobre las funciones tropológicas de la escritura de la historia, sino en el propósito de encontrar
las formas de representación histórica para discernir la autoridad de los relatos históricos o, en sus palabras,
recuperar el valor de las preguntas historiográficas sobre el estatus epistemológico de las explicaciones
históricas. Este asunto, vinculado a los problemas metahistóricos de la disciplina, había sido parcialmente
olvidado por los historiadores profesionales.

La propuesta de White, en términos historiográficos, se ubica en el denominado “giro lingüístico” que


considera el valor del lenguaje en la construcción de sentido en el mundo y cuyos efectos se inscriben en
lo real y no solamente como una representación de la realidad. En este sentido, White recupera algunos de
estos postulados y los vierte en una reflexión historiográfica en la que la historia vuelve a ser analizada desde
el lugar del que fue desterrada en el proceso de profesionalización de la historia, es decir, desde el lugar de
la retórica.

Señalemos entonces los argumentos de White para luego considerar sus alcances y posibles desafíos. La
propuesta tiene como horizonte de partida la definición de historia como una estructura de trama que
le da sentido al pasado, comprender la historia es comprender el relato. Para White, el historiador carga
los acontecimientos con el sentido de una estructura de la trama comprensible para un público, es decir,
las elecciones tropológicas del historiador están mediadas por el conocimiento que el público tenga de
las funciones retóricas. Así las cosas, la historia es considerada como una ficción mediadora, en la que la
labor del historiador está sujeta a la búsqueda de un lenguaje figurado que permita construir un sentido del
pasado diferente, en este caso, no es la ampliación del conocimiento o el acceso a nuevas fuentes lo que
definiría los tránsitos de una interpretación del pasado a otra, sino los recursos tropológicos que vinculan al
historiador con el público, por lo tanto, la manera en que el historiador y el novelista dan sentido al pasado
es la misma.

Esta forma metahistórica de considerar el trabajo del historiador generó diferentes reacciones, desde
aquellos que quisieron blindar los principios en los que se había desenvuelto la práctica historiográfica, hasta
aquellos que entendieron que el desafío de White no estaba en la relevancia que ponía al lenguaje, sino en
su manera de considerar la historia. En otros términos, en un reconocimiento que parte de entender que
los historiadores construyen artefactos literarios, pero que sus prácticas de construcción del conocimiento
se distancian de literatura. En esta dirección se sitúa la crítica de Roger Chartier, para este historiador
francés considerar la escritura de la historia desde un plano excesivamente formal podría hacer perder de
vista otras instancias indispensables de la construcción del conocimiento histórico. Este formalismo, basado
en el estudio de las estructuras profundas del lenguaje, deriva en una rigidez que inmoviliza la acción del
historiador, es decir, el historiador se encuentra atrapado en estructuras tropológicas dadas sobre las que
no tiene control. Quizás la función arquetípica de los ejemplos y de las cuatro vertientes del pensamiento
figurado impiden trazar una línea clara entre tramas y el lugar de creación del historiador. Sin embargo, el
problema desborda su problemática rigidez para ubicarse en un preocupante relativismo. Si no importan los

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hechos, cualquier tipo de versión sobre el pasado es válida, no por su capacidad de reconstruir parcialmente
el pasado, sino porque los criterios de validación no se hallan en la “operación historiográfica” sino en la
manera en que los historiadores deciden tramar el sentido del relato. Aquí las cuestiones sobre hechos,
ficcionalidad y verdad aparecen como dimensiones que involucran distintas maneras de hacer y pensar
la historia.

3. Archivo y poder
Un elemento decisivo de la práctica historiográfica está relacionado con el archivo y la construcción del
corpus documental. Estos dos asuntos (archivo y fuentes) han dejado de ser considerados como lugares
o formas en los que se puede acceder de manera transparente al pasado, para pensar las relaciones de
poder, los mecanismos de exclusión y las operaciones materiales que se desenvuelven para preservar o
anular registros del pasado y las memorias de otros grupos. Antoinette M. Burton (2005) señala una
serie de problemas que rodean las transformaciones contemporáneas del archivo. Aquí hay dos nociones
del cambio: de un lado, una que se presenta ligada a los cambios tecnológicos y que en el fondo implica
una descentralización del archivo como institución emplazada en un lugar específico; unido a esto, la
posibilidad del acceso, que implica cierta democratización, en tanto su uso y creación deja de ser un ámbito
de especialistas. La otra noción se encuentra instalada en la “desacralización” del archivo como espacio en
donde el acceso al pasado es transparente. El archivo en cualquier sociedad implica una relación de poder
en términos de lo que se enuncia y se silencia. Así las cosas, la revolución del archivo ha dotado de nuevos y
sugerentes matices a la práctica de la historia y de las ciencias sociales en general. En términos más claros,
el archivo es un monumento, una pieza que teatraliza el poder simbólico del Estado: de sus memorias
y olvidos, pero también la manera en que la relación con el archivo define una afectación emocional de
aquellos que se ven seducidos por el pasado. En suma, el archivo se confecciona como un campo que
excede las pretensiones de un acceso escéptico al pasado, porque allí se ponen en juego imaginarios del
pasado y expectativas sobre el futuro.

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Interrogar
las fuentes

Un historiador debe
indicar la procedencia de los
Identificación
El trabajo del historiador
documentos, lo que equivale de fuentes de
en términos metodológicos
se basa en el análisis y la
a someterse a una regla información
crítica de las fuentes.
universal de probidad.

La crítica a las fuentes está En historia, todo comienza


Diseños
relacionada con “no aceptar con el gesto de poner aparte,
de reunir, de convertir en
metodológicos
ciegamente todos los
testimonios históricos”. “documentos” algunos objetos
repartidos de otro modo.

Figura 2. Algunos elementos del método historiográfico


Fuente: elaboración propia

El archivo es, entonces, un escenario que implica una experiencia epistemológica. Aquí es posible
explorar con mayor detalle esta idea sobre el archivo como un “artefacto” que está construido sobre
una tecnología de gobierno específica. ¿Qué puede aportar esta matriz analítica? Podríamos aquí
apuntar algunos elementos:

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I. El giro archivístico permite considerar las relaciones de poder que se inscriben en el valor simbólico o
práctico de los documentos susceptibles de conservar, estamos en este caso ante una tensión entre
el saber-poder.

II. Una política del lenguaje que implica la construcción de los otros que aparecen en los archivos, es
decir, los tropos usados por el mundo colonial, por ejemplo, insertan una forma de representar al otro
que expresa una relación de fuerza entre los dominados y dominantes.

III. La construcción de los imperios o Estados de papel, el uso de la palabra “papel” indica que la
construcción de estas instituciones recobra sentido en los documentos seleccionados para preservar
su autoridad.

Si el archivo implica una tecnología de poder, ¿es posible una lectura a contrapelo? Dicho de otra
forma, ¿es posible encontrar resquicios para penetrar en lo no dicho, en los sujetos silenciados, en
las manifestaciones del poder no advertidas? Algunas corrientes historiográficas han señalado que
es posible identificar la manera en que el poder está representado en el archivo y la búsqueda de los
“pequeños gestos” que iluminan posibles vestigios del “otro” silenciado. Asimismo, se considera el
deber de recuperar la memoria de aquellos que se preocuparon por dejar algo. La recuperación del
“otro” deja de lado su presencia ante los vivos, a través de la escritura de la historia, para reclamar un
duelo que permite asegurarles un lugar en el pasado y el presente.

En esta lectura exploramos algunos problemas teóricos relacionados con el oficio del historiador y la
práctica historiográfica. Podemos decir que estos dos aspectos están asociados a problemas teóricos
decisivos sobre el problema de la verdad, la objetividad y las características de la práctica científica en
la disciplina histórica. Además, estas cuestiones resultan importantes para considerar las dimensiones
concretas de la construcción del conocimiento histórico. La importancia de este último aspecto
radica en que la comprensión del método historiográfico, relacionado con el trabajo de las fuentes
y la construcción de un corpus documental, no puede estar exenta de reflexiones teóricas sobre
los escenarios a los que se recurre para construir el conocimiento histórico como son las fuentes y
el archivo. En suma, el trabajo historiográfico implica una “epistemología de la observación” que se
concibe a partir de un ejercicio de autorreflexión sobre el quehacer del historiador y los conceptos y
categorías usadas por este.

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Referencias
Burton, A. M. (ed.) (2005). Archive Stories: Facts, Fictions, and the Writing of History.
Duke University Press.

de Certeau, M. (2010). La escritura de la historia. Universidad Iberoamericana.

Silva, R. (2015). Lugar de dudas: sobre la práctica del análisis histórico. Universidad de los Andes.

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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Teoría de la Historia


Unidad 1: Introducción a los conceptos centrales
de la historia
Escenario 2: La práctica historiográfica y la construcción
del conocimiento histórico

Autor: Edgar Andrés Caro Peralta

Asesor Pedagógico: Claudia Yaneth Mora Villalba


Diseñador Gráfico: Brandon Steven Ramírez Carrero

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.


Prohibida su reproducción total o parcial.

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