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CHARTIER  “La historia entre el relato y el conocimiento.

Comienza reconociendo que hay una crisis en la disciplina histórica que se hace evidente en: 1) el editorial
de Annales de 1988 [es el que cita NOIRIEL en su trabajo] que decía que “los paradigmas dominantes, el marxismo
y el estructuralismo, como el uso de la cuantificación, pierden sus capacidades explicativas. Así también
encuentra una crisis en su independencia y autonomía.”; 2) el retorno de la literatura y el cuestionamiento
epistemológico de la historia.

Como vimos con otros autores, esta crisis parece una paradoja ya que se daba en un contexto de
creciente edición de textos y estudios. Para CHARTIER los diagnósticos de crisis hacen referencia a la desaparición
de los modelos de comprehensión y de los principios de inteligibilidad que eran aceptados por los historiadores
desde los ’60.  Estos modelos eran principalmente el paradigma estructuralista que trataba de identificar las
estructuras y las relaciones que, independientemente de las percepciones e intenciones de los individuos, dirigían
los mecanismos económicos, las relaciones sociales y las formas de discurso. Afirmaba también la separación
radical del conocimiento histórico y la conciencia subjetiva de los actores. Y el paradigma galileano (así lo llama
Ginzburg) que es el que intentaba someter la disciplina histórica a los procedimientos del número y la serie, la
cuantificación de los fenómenos, la construcción de series y el tratamiento estadístico. Ambos paradigmas
apuntaban a tratar de identificar las estructuras y regularidades para formular relaciones generales.

- Las certidumbres rotas  estas certidumbres (las que nombramos recién) son las que entran en crisis:

* por los nuevos enfoques sociológicos y antropológicos que revalorizan el papel de los individuos en la
construcción de los lazos sociales, entonces, se produce el desplazamiento de las estructuras a las redes, de los
sistemas de posiciones a las situaciones vividas, de las normas colectivas a las estrategias individuales.  Primero
en Italia (LEVI, GINZBURG) y luego en España, la “microhistoria” dio los ejemplos más notables de esta
transformación en las formas de hacer historiográficas. Radicalmente distinta a la monografía tradicional, cada
microhistoria pretende reconstruir a partir de una situación particular la manera a través de las cual los individuos
producen el mundo social. Entonces el objeto de la disciplina histórica deja de ser el de las estructuras y
mecanismos que organizan, por fuera de cualquier subjetividad, las relaciones sociales, para pasar a ser el de las
racionalidades y las estrategias que ponen en marcha las comunidades, las parentelas, las familias y los
individuos. Se traslada la mirada de las reglas impuestas a los usos creativos, de las conductas obligadas a las
decisiones permitidas por los recursos d cada uno. Si antes identificaba jerarquías y colectivos, ahora interroga
nuevos objetos a pequeña escala, como es el caso de la biografía, CHARTIER cita a LEVI al respecto: “ningún
sistema normativo es lo suficientemente estructurado como para eliminar toda posibilidad de elección,
manipulación o interpretación de las reglas, de negociación. La biografía constituye el lugar ideal para verificar el
carácter intersticial (pero central) de la libertad de que disponen los agentes.”

* la segunda razón, más profunda, que quebró las viejas certezas es la toma de conciencia por parte de
los historiadores de que su discurso, tenga la forma que tenga, es siempre un relato. Las reflexiones de DE
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CERTEAU y luego de RICOEUR han obligado a los historiadores a reconocer la pertenencia del conocimiento
histórico al género del relato. Esto interpelaba particularmente a aquellos que analizaban acontecimientos
alineándose en la historia estructural y cuantitativa y pensaban haber terminado con el problema de la narración.
RICOEUR dice que esta ruptura (entre la historia y la literatura) era ilusoria porque toda obra de historia, aún la
menos narrativa, está siempre construida a partir de fórmulas que gobiernan la producción de relatos: las
entidades que manejan los historiadores (sociedades, clases, mentalidades) son en realidad “cuasi-personajes”;
además, las temporalidades históricas tienen una fuerte dependencia en relación al tiempo subjetivo (cita el
trabajo de Ricoeur sobre Braudel y el Mediterráneo).  Interpretar a la investigación histórica como un relato
tiene múltiples consecuencias: a) el problema de la “vuelta al relato” estaría mal planteado porque nunca habría
dejado de serlo, lo que sí se puede ver es un cambio en las preferencia por tal o cual forma (por ejemplo del
predominio de la monografía a la biografía); b) la necesidad de retener las propiedades específicas del relato
histórico en relación a cualquier otra clase de relatos, la organización del discurso, los materiales que los fundan
(de los cuales también se espera producir la comprehensión), los procedimientos de acreditación. Así se hizo toda
una serie de trabajos destinados a analizar las formas a través de las cuales se produce el propio discurso de la
historia (por ejemplo H. WHITE hace tipologías universales de las narraciones).

- Desafíos contrapuestos  Habiendo visto sacudidas sus certezas, la disciplina histórica se confrontó a
múltiples desafíos:

 Se pretende romper con toda ligazón entre la historia y las ciencias sociales:
 en EEUU esto se dio con el GIRO LINGÜISTICO, que toma al lenguaje como un sistema cerrado de
signos cuyas relaciones producen ellas mismas significación. De esta manera la realidad ya no está para ser
pensada como una referencia objetiva, exterior al discurso, sino como constituida por y en el lenguaje. Así, dice
CHARTIER, las más simples y habituales operaciones del trabajo historiográfico pierden su objeto, comenzando
por las distinciones fundadoras ente texto y contexto, realidades sociales y realidades simbólicas, entre discursos
y prácticas no discursivas.
 en Francia los debates tomaron otro camino. En lugar de proponer el carácter autónomo de la
producción de sentido, el acento fue puesto en la libertad del sujeto, sobre la parte reflexionada de la acción,
sobre las construcciones conceptuales. Así, de golpe se cuestionan los procedimientos clásicos de la historia social
que apuntaba a identificar las determinaciones “no sabidas” que regían los pensamientos y las conductas.

Dice CHARTIER que los historiadores que aún creen que es esencial la pertenencia de la historia a las ciencias
sociales (es su propio caso!), han intentado responder a esta doble interpelación:
 contra el GIRO LINGÜISTICO (o “desafío semiótico”, como lo llama Spiegel) los historiadores niegan la
legitimidad de reducir las practicas constitutivas del mundo social a los principios que organizan el discurso.
Reconocer que el pasado sólo es accesible a través de los textos que lo representan (fuentes) NO quiere decir que
haya una identidad entre la lógica logocéntrica y hermenéutica que gobierna la producción de los discursos, con la

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lógica práctica que organiza las conductas y acciones. Además, también hay que considerar que la construcción de
los intereses por los discursos es también una práctica socialmente determinada y delimitada por recursos
desigualmente distribuidos (lenguajes, conceptuales, materiales) entre los que participan en la construcción.
Entonces la construcción discursiva reenvía necesariamente a propiedades socialmente objetivas y exteriores al
discurso. Para CHARTIER, el objeto fundamental de una historia que quiera comprender la forma en que los
actores dan sentido a sus prácticas y a sus discursos está en la tensión entre las capacidades inventivas de los
individuos y las presiones y normas que limitan aquello que es posible pensar y hacer.
 contra el “retorno de lo político” y la autonomía del sujeto, pensado como una autonomía radical,
CHARTIER cree necesario colocar en el centro del trabajo del historiador las relaciones complejas y variables entre
los modos de organización y de ejercicio del poder político en una sociedad dada y las configuraciones sociales
que hacen posibles esas formas políticas. Contra el retorno de la filosofía del sujeto, la historia entendida como
ciencia social, afirma que los individuos están siempre ligados por lazos de dependencia recíprocos (visibles o
invisibles) que modelan y estructuran la personalidad y que definen las formas de afectividad y la racionalidad.
Destaca la obra de Norbert Elias que asocia en la larga duración la construcción del Estado moderno y las
prácticas cotidianas de los sujetos. Para CHARTIER todo trabajo de historia cultural tiene que pensar la diferencia
por la cual todas las sociedades, con formas variables, han separado de lo cotidiano un dominio particular de la
actividad humana, y las dependencias que inscriben de múltiples maneras la invención estética e intelectual en
sus condiciones de posibilidad.

- Luchas de representación y violencias simbólicas  Otro desafío que el trabajo histórico inspirado en las
ciencias sociales NO puede dejar de lado es superar el enfrentamiento estéril entre el estudio de las posiciones y
de las relaciones vs. el análisis de las acciones e interacciones. Superar esta oposición exige construir nuevos
espacios de investigación en los que la definición misma de los problemas obligue a inscribir los pensamientos y
las intenciones individuales en los sistemas normativos colectivos que los vuelven posible y a la vez los limitan.
Este enfoque debería: revisar las fronteras canónicas entre las disciplinas, asumir que las prácticas sociales están
gobernadas por mecanismos y relaciones desconocidos por los sujetos, y revalorizar el concepto de
representación, propio de la historia de las mentalidades. Muchos trabajos hoy en día manejan esta noción de
representación, por ejemplo GINZBURG define una historia de las modalidades del “hacer-creer” que están
ligadas a la idea de resistencia. Este problema se ve por ejemplo en el tratamiento de la Historia de las Mujeres,
donde se destaca la violencia simbólica pero que muestra también que la dominación no excluye las distancias y
las manipulaciones que, a través de la apropiación que hacen las mujeres de los modelos y normas masculinos,
pueden transformarse en instrumentos de resistencia y afirmación de la identidad. La diferencia entre los sexos
está construida por discursos que la fundan y la legitiman, por eso la Historia de las Mujeres, formulada como una
historia de la relación entre los sexos, es un buen ejemplo para ver el desafío que tienen hoy los historiadores:
ligar la construcción discursiva de los social y la construcción social de los discursos.

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- Ficciones y falsificaciones  otro desafío importante para los historiadores es hacer frente a la anulación de
toda distinción entre ficción y disciplina histórica que han hecho algunos autores, como H. WHITE: para él el saber
histórico NO aporta un conocimiento sobre lo real más allá de lo que puede hacer una novela, por lo tanto es
ilusorio querer clasificar y jerarquizar las obras de historia en función de criterios epistemológicos que evalúen la
pertinencia de esas historias para dar cuenta de la realidad. Para WHITE los únicos criterios que permiten una
diferenciación de los discursos históricos están dados por sus propiedades formales.
 en contra de este enfoque, CHARTIER recuerda que el objetivo de conocimiento es constitutivo de la
propia intencionalidad histórica. Este objetivo funda las operaciones específicas de la disciplina: la construcción y
el tratamiento de datos, la producción de hipótesis, la crítica y verificación de resultados, la validación de las
relaciones de adecuación entre el discurso de saber y su objeto. Entonces, aunque es obvio que el historiador
escribe dentro de una forma literaria, NO HACE LITERATURA por dos motivos: su relación con el pasado está
mediada por el archivo donde se encuentra de alguna forma “lo real”, y su trabajo depende de los criterios de
cientificidad y las operaciones técnicas que son distintivas del “oficio” (aunque estos criterios vayan cambiando a
lo largo del tiempo).
Cita el trabajo de algunos historiadores que se ocupan de estudiar “lo falso”, entonces dice que
justamente el trabajo de los historiadores sobre lo falso es una manera de reafirmar la capacidad de la historia
para establecer un saber verdadero. Gracias a sus técnicas propias, la disciplina es apta para reconocer a “los
falsos” como tales y para denuncia a los falsificadores. Ojo! Esto no implica para CHARTIER que para que el saber
histórico sea verdadero tenga que volver a las categorías del “paradigma galileano” matemático y deductivo (que
para él corresponde al mundo físico). Entonces cita a DE CERTAU que afirma que: “la historia es un discurso que
pone en acción construcciones, composiciones, figuras que son las de la escritura narrativa y también la de la
fábula. Pero es también una práctica que al mismo tiempo produce un cuerpo de enunciados «científicos»
entendidos como la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que permite controlar operaciones
proporcionadas a la producción de objetos determinados.” Con estas palabras lo que nos invita a pensar DE
CERTEAU es precisamente lo propio de la comprehensión histórica. La tarea específica del historiador es ofrecer
un conocimiento apropiado, controlado, de esta “población de muertos – personajes, mentalidades, precios-“
que constituye su objeto. Abandonar este propósito de verdad sería dejar el campo libre a todas las falsificaciones
y a todos los falsarios que, traicionando el conocimiento, hieren la memoria. Corresponde a los historiadores
cumplir con su oficio y permanecer vigilantes.

- Entrada de Wikipedia de Roger Chartier


Roger Chartier, Nacido en Lyon el 9 de diciembre de 1945, es un historiador de la cuarta generación de la Escuela de
Annales, especializado en Historia del libro y en las ediciones literarias. Profesor de la Universidad de Pensilvania y el
Colegio de Francia, director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Ehess).

- En el texto de SPIEGEL aparece CHARTIER mencionado como el pionero de la HISTORIA CULTURAL EN FRANCIA.

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CHARTIER  “De la historia del libro a la historia de la lectura.” fuente
- artículo de 1987.
Chartier quiere analizar dos cuestiones relacionadas entre sí: a) las particularidades de la historia del libro
como disciplina (desde el libro fundador de Febvre en 1958) y b) las particularidades de la edición francesa, en sus
tendencias de larga duración y caracterizada en sus rupturas más significativas.
Dice que hasta hace 20 años (1965) era fácil definir la especificidad francesa en la historia del libro: se
dedicaba a construir series largas de la producción impresa para un lugar y un siglo, tomaba prestados de la
historia económica sus conceptos y sus herramientas, con los que la historia del libro trataba de delinear la
coyuntura de los impreso en sus movimientos largos y sus ciclos cortos, en sus períodos de crecimiento y
recesión, hacían estadísticas de los títulos… Así, se adecuaba perfectamente a las exigencias de la historia
cuantitativa que entonces (’60) era dominante: igual que para los precios o los tráficos, los nacimientos o las
muertes, se trataba de elaborar largas series de datos homogéneos, repetidos y comparables.  Estas
investigaciones arrojaron resultados útiles: comprobaron la escasez duradera del número de títulos impresos en
el reino de Francia (del XVI en adelante), pero el descubrimiento esencial de la historia serial del libro fue el gran
movimiento de cambio que desacralizó la producción impresa (cada vez menos libros religiosos).
La especificidad francesa de la historia del libro se veía, además, en la primacía otorgada al estudio social ,
esto también reflejaba una tendencia mayor de la historiografía francesa a partir de los ’60. La historia social se
había vuelto el factor dominante y trataba estadísticamente los datos proporcionados por los archivos fiscales y
notariales para reconstruir la jerarquía de las fortunas, la composición de los patrimonios, las diferenciaciones
socio-profesionales.  la historia francesa del libro fue doblemente tributaria de este privilegio concedido a la
división social: se propuso una historia social de los que fabricaban los libros y se hizo la historia del reparto
desigual de los impresos en la sociedad. Para esto fue necesario seleccionar fuentes específicas (inventarios,
manuscritos, catálogos, libros de cuentas de libreros) que permitieran construir diferentes indicadores culturales
nuevos que permitieran hallar diferencias sociales, es decir, reconstruir las bibliotecas de los diferentes grupos
sociales y profesionales.

Entonces, la historia francesa del libro, económica y social, apoyada en las cifras y en las series, desarrolló un
enfoque original centrado en la coyuntura de la producción impresa, en su desigual distribución en la sociedad y
en los medios profesionales de la imprenta y de la librería. Se hicieron tesis de doctorado, estudios monográficos
e investigaciones colectivas…
Sin embargo, surgieron diversas dudas/críticas:
1) Historiadores americanos del libro francés dijeron que los diagnósticos sobre la producción y circulación del
libro en el reino NO podía considerar sólo el peso de la producción autorizada, ya que había circulando
numerosos títulos prohibidos en forma clandestina. La historia francesa había olvidado el peso de esta producción

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hecha fuera del reino, tanto su peso cuantitativo (número de títulos) como su peso intelectual (eran libros que
innovaban, “subversivos”).
2) Se dudaba sobre el método mismo, el tratamiento en serie de los archivos administrativos y notariales del
reino: contar los libros para trazar la curva de su producción no basta para reconstruir la historia del libro en
términos de historia cultural. Se le criticó a la historia cuantitativa de los objetos culturales el haber reducido los
hechos culturales e intelectuales exageradamente, considerando sólo los objetos aptos para ser contados (libros)
y sus características más externas. Así, NO podría mostrar las formas en que esos textos eran comprendidos y
utilizados, para captar esto se necesitaba otro tipo de preguntas y otros enfoques que durante mucho tiempo
habían sido extraños a la historia francesa, que seguía preocupada por enumerar títulos.
3) La toma de conciencia por los historiadores franceses del libro de que la historia económica y social de lo
impreso, a la que se habían dedicado, era indiferente a los objetos mismos que ella ponía en series y cuyos
productores y distribuciones estudiaba: NO tenía en cuenta cómo era el proceso de fabricación de los libros, las
coacciones en la organización del taller. La historia social del libro carecía de algo que debía ser central para ella,
que es la comprensión de las prácticas de trabajo y de los hábitos obreros. Además, tampoco tenía en cuenta
cómo era aprehendido cada libro, cómo se leía en la sociedad y en los grupos. Al descuidar las características
internas propias de los libros (disposición de las impresiones, la relación entre el texto y el paratexto, el orden, las
divisiones, las ilustraciones, la historia francesa del libro estaba incapacitada para responder plenamente una de
las cosas que decía plantear: en qué y cómo la circulación de textos impresos cada vez más numerosos modificó
los pensamientos y las sensibilidades.

Esta era la situación cuando CHARTIER escribió en 1982-86 la Histoire de l’Edition francaise con Martin, las
dudas y críticas señalaban lagunas en el saber constituido e invitaban a mirar a los libros (y no sólo contarlos o
clasificarlos!) y a hacer una historia de la lectura de esos libros. Estas tareas eran externas o críticas con la forma
dominante de hacer historia en la historiografía francesa (asociada con Annales). CHARTIER presenta varias ideas
fundamentales para considerar a la historia del libro de una forma nueva:

- en primer lugar, rompe con la idea de “revolución” de la imprenta, sostenida por Febvre en el libro
fundador. CHARTIER quiere que se reconozcan las fuertes continuidades que unen la edad del manuscrito y el
texto impreso. Esto exige una perspectiva de duración más larga en la cual el paso de la “cultura escrita” a la
“cultura impresa” pierde su carácter revolucionario y enfatiza la forma en que el libro impreso es heredero del
manuscrito. Entonces, la imprenta no altera las modalidades de la relación con lo escrito. Sí permite una
circulación de libros mucho mayor (- costo, + ejemplares), pero NO constituye una ruptura similar a la que sí se
produjo en los siglos II y III cuando se empezó a usar el libro (codex).

- destaca la lectura silenciosa aún antes de Gutemberg, y también dice que después se seguía haciendo
lectura colectiva o grupal en otros contextos. Afirma CHARTIER que, frente a la perspectiva apresurada que
explica por la innovación técnica (imprenta) las transformaciones culturales que deben relacionarse con las
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mutaciones de las formas del libro y con los cambios en la forma de leer, hay que afirmar la pertinencia y
necesidad de un enfoque de larga duración que insiste en las continuidades en que se inscribe la “cultura
impresa”. Además, la cultura impresa no debe pensarse como una sustitución absoluta de la cultura escrita, los
libros copiados a manos siguieron siendo numerosos en el Antiguo Régimen (escritos secretos, esotéricos,
políticos).

- destaca la “larga duración” del período que va entre 1470 (introducción de la imprenta en Francia) y
1830: en este período el proceso de fabricación del libro se transformó muy poco, el taller tipográfico siguió
siendo lo que era; por otro lado, en todo este período la actividad tipográfica permanece sometida al capital
comercial, los mercaderes libreros son los amos del juego. También hay continuidad en la pequeñez de las tiradas
(temor a no vender todo, era caro almacenar). Durante el XIX, se sustituye este “antiguo régimen tipográfico” por
una nueva economía del libro, esto se realiza en dos tiempos: en 1830 hay una renovación técnica con la
industrialización de la fabricación del libro y en la segunda mitad del XIX se innova en la composición e ilustración
con nuevas técnicas. Crecen las tiradas y los títulos impresos. Esta evolución responde a la aparición de nuevas
categorías de lectores que da una dimensión inédita al mercado del libro (escuelas, manuales, periódicos).

- destaca el área de la edición de los libros y observa sus variaciones históricas, reconociendo tres modos
de edición: uno anterior a la imprenta donde predominaban los manuscritos y la lectura en voz alta; luego el
“antiguo régimen tipográfico” (desde mediados del XV al primer tercio del XIX) donde predomina la actividad
editorial comercial capitalista pero sigue atrapada en la dependencia del patrocinio (aval de las autoridades); y
desde 1830 la edición como profesión autónoma, para lo que fue necesario que se independizara del comercio de
librería y con la totalidad del proceso de fabricación del libro. CHARTIER se pregunta si esto sucedió sólo en
Francia o si es válido también para otros países, dice que hay que estudiarlo.

- la revalorización del concepto de lectura va a la par con la del concepto de edición. La historia francesa
del libro consideró durante demasiado tiempo a la lectura como una práctica siempre semejante a la actual, y
como una recepción pasiva de los textos. Para CHARTIER es importante pasar entonces, de la historia del libro
hacia una historia de la lectura, que restituya las formas en las que los lectores diferentes aprehendían,
manejaban y se apropiaban de los textos. Una historia de las formas de leer, mirando sus variaciones cronológicas
y sus diferenciaciones socioculturales. La lectura no es sólo algo de lo íntimo o de lo privado, también es cimiento
y expresión del vínculo social.

- la historia francesa del libro, basándose en las divisiones mayores que establecía la historia social,
distinguía oposiciones entre los grupos sólo a partir de diferencias socioeconómicas (cultura de elites vs. cultura
popular), en cambio, la historia de larga duración de las prácticas de lectura (como propone CHARTIER) muestra
que hay otras divisiones igual de importantes pero que ponen en juego otras diferencias: hombres y mujeres,
urbanos y rurales, católicos y reformados, entre generaciones, entre oficios, entre barrios.

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- la historia de la lectura en la larga duración funda un nuevo espacio de trabajo que reúne saberes hasta
entonces desunidos, que busca las diferenciaciones socialmente más arraigadas en los dispositivos más formales,
que invita a una misma tarea a los historiadores de los textos, a las bibliografías y a los historiadores de las
divisiones socio-culturales. De este crecimiento inédito, de este retorno al texto y al objeto, que sin embargo no
supone perder la tradición de Annales, tal vez pueda nacer una nueva comunidad de saber que no se limite a las
fronteras nacionales.

- la historia de la lectura traza una frontera móvil e inestable entre lo privado y lo público, define
diferentes formas de lo privado (la soledad individual, la intimidad familiar, etc). Las prácticas de lecturas también
están en el centro del proceso que ve, frente a la autoridad del Estado la aparición de un nuevo espacio público,
espacio de debate y de crítica en el que las personas privadas hacen un uso público de su razón, con total
igualdad. Así, la historia de la lectura es uno de los temas más importantes de un estudio de la constitución de la
cultura política moderna, que afirma frente al poder del príncipe la legitimidad de la crítica, y que modela la
comunidad cívica sobre la comunicación y la discusión de las opiniones individuales.

Hay que analizar país por país. La historia del libro, convertida en historia de la edición e historia de la
cultura tiene mucho que enseñar sobre la forma en que se transformaron las condiciones del ejercicio del poder,
las discrepancias entre los grupos y las clases, las prácticas culturales, las formas de estar en sociedad.

La especificidad francesa en la historia del libro ya no es lo que era: las interpelaciones procedentes del
exterior, las dudas nacidas en el interior, hicieron volar en pedazos la identidad forjada en los ’60 en torno a una
historia serial y social. Los historiadores franceses que piensan que la producción, la circulación y la apropiación
de los libros son datos fundamentales, comparten su espacio de trabajo con historiadores que toman en cuenta el
estudio de los textos, relacionándolos con los objetos escritos, con sus lectores y lecturas.

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