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EL ADICTO
CONTEXTO
Ana era adicta al juego. Creció en una casa en la que
sus padres jugaban por diversión y nunca tuvieron con-
secuencias graves. Sus padres incluso le daban una can-
tidad fija de dinero para apostar en los viajes familiares
a Las Vegas. Pero en la facultad, el deseo de apostar se
volvió compulsivo. Frecuentó casinos. Se suscribió a
diferentes juegos online. Tenía aplicaciones para jugar
en el móvil.
Después de la facultad, Ana se convirtió y su adic-
ción al juego se frenó radicalmente, en su mayor parte
porque estaba ocupada con su nueva fe. Un año y pico
más tarde, empezó a jugar más a menudo. Al principio,
a sus amigos cristianos —un poco inmaduros tam-
bién— les parecían graciosas sus historias acerca del
juego. Pero no pasó mucho tiempo antes de que se die-
ran cuenta de que ella tenía un problema serio. Uno de
ellos confrontó a Ana directamente y ella reconoció
que apostar podía ser un problema si se practicaba de
manera irresponsable, pero Ana aseguró que lo tenía
todo bajo control.
Entonces Ana se casó. En un año, la adición de Ana
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EVALUAR EL PECADO
Los cristianos pueden estar en desacuerdo acerca de si
pequeñas apuestas de uno o dos dólares se pueden con-
siderar pecado. En lo que sí estarán de acuerdo la ma-
yoría de los cristianos es que apostar grandes cantida-
des de dinero es una mayordomía pobre y pecaminosa
de los recursos que Dios nos ha dado, sobre todo si es
algo habitual. Con toda seguridad, esta clase de hábito
está motivado por el deseo idólatra de conseguir algo
por nada. Además, es muy posible que un hábito de
este tipo impida que el cristiano ofrende generosamente
a su iglesia o a los necesitados. Y con toda seguridad,
muestra el fracaso de amar al prójimo como a uno
mismo (¿quién incitaría a su vecino a apostar grandes
cantidades de dinero?).
El pecado de Ana era claramente habitual y la es-
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EVALUAR EL ARREPENTIMIENTO
La realidad es que cuando llegó la llamada telefónica,
el proceso disciplinario ya llevaba años aplicándose en
Ana. Las advertencias llegaron. La estructura para ren-
dir cuentas había sido puesta en su lugar. Pero Ana se
las arregló para olvidarse de las estructuras. A veces
parecía arrepentida, pero volvía a su pecado una y otra
vez, como el perro a su vómito (Pr. 26:11). El problema
parecía empeorar en cada ocasión, como el espíritu in-
mundo que sale solo para volver con siete peores (Mt.
12:44-45).
Afortunadamente, había decidido a intervalos lu-
char contra el pecado, y lo había prometido de nuevo
después del último episodio. Con toda certeza, ella es-
taba arrepentida el día después. Pero cuando los ancia-
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CONCLUSIÓN
La tarde del domingo después de la llamada telefónica
del policía, los ancianos recomendaron la excomunión
inmediata de Ana sobre la base de apostar compulsi-
vamente y embriagarse de manera pública. Fue la pri-
mera vez que mucha gente en la iglesia supo acerca del
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