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Apéndice.

Informe sobre la
electroterapia de los neuróticos
de guerra^
(1955 [1920])

Ya en tiempos de paz existían numerosos enfermos que


después de traumas —vale decir, de vivencias de terror y
peligro, como accidentes ferroviarios u otros— mostraban
perturbaciones graves de su vida anímica y su actividad
nerviosa, sin que los médicos se pusieran de acuerdo en su
apreciación de esos estados. Algunos supusieron que dichos
enfermos padecían de lesiones graves del sistema nervioso,
semejantes a las hemorragias e inflamaciones de los cnsos
patológicos no traumáticos; y como la indagación anatómica
no conseguía pesquisar tales procesos, estos médicos se atu-
vieron a la creencia de que la causa de los síntomas obser-
vados eran unas alteraciones tisulares más finas. Por eso

1 [«Gulachtcn übcr die cleku-ische Behandlung der Kriegsneuroti-


ker». Publicado por primera vez en inglés, con el título «Memoran-
dum on the Electrical Treatment of War Neurotics», SB, 17, pags.
211-5. El original alemán sc publicó en 1972; Psyche, 26, n" 12,
pags. 942 y sigs. {Traducción en castellano: 1956: «Informe sobre la
electroterapia de los neuróticos de guerra», RP, 13, n° 3, págs. 277-
80, trad, de L. Rosenthal.}
Al concluir la Primera Guerra Mundial, tras el derrumbe del im-
pelió austro-húngaro, tomaron estado público en Viena varios testi-
monios acerca del brutal tratamiento a que habían sido sometidos los
neuróticos de guerra por los médicos militares. El Ministerio de
Cüucrra austríaco ordenó en consecuencia que sc iniciiira umi inves-
tigación al respecto, y en el curso de las indagaciones sc solicitó a
Ereud su opinión como especialista. I'.levó enlonccs un informe a la
comisión responsable de la investigación y posteriormente se presentó
ame ella para dar su testimonio oral, liste informe fue hallado en
los archivos del Ministerio de Guerra por el profesor Josef Gicklhorn,
de la Universidad de Viena, quien generosamente nos facilitó una
copia fotostática. Debemos expresar nuestro agradecimiento, además,
al doctor K. R. Eissler, de Nueva York (secretario de los Archivos
Sigmund Freud), por haber sido el primero en llamar nuestra atención
sobre la existencia del documento. El manuscrito original ocupa cinco
y media de las grandes carillas de papel folio utilizadas habitualmente
por Freud. El título está escrito de su puño y letra, y abajo lleva
como data: «Viena, 23.2.20». Un sello oficial en la parte superior
de la primera hoja consigna que el informe fue recibido por la «Kom-
mission zur Erhebung militárischer Pflichtverletzungen» (Comisión
para indagar las violaciones al deber militar) con fecha 25 de febrero
de 1920. En cada una de las hojas está impreso también el sello
oficial de los Archivos del Estado.]

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Int'lM^iWll) «t Ion p;KÍcntcs de este tipo entre los enfermos
(IflínlfO». Oli'ON iiiciiicos sostuvieron desde el comienzo que
fffll ixmlhlr ciiiHcl)ir estos estados sólo como perturbaciones
l'UlU'loiwli'N, permaneciendo anatómicamente intacto el sis-
leitin nriviiiso. ¿Cómo podían producirse perturbaciones
llll'l ííiiivrs de k función sin una lesión anatómica del ór-
IjMnoi' I li- ahí un problema que desde hacía largo tiempo de-
p,II,ill,I dificultades a la comprensión médica.
I ,:i guerra que acaba de finalizar ha producido y permiti-
clii observar un número elevadísimo de estos enfermos a
lonsecuencia de accidentes. Y de este modo la polémica se
xanjó en favor de la concepción funcional. La abrumadora
mayoría de los médicos ya no creen que los llamados neu-
róticos de guerra padezcan a causa de lesiones orgánicas,
palpables, del sistema nervioso; y los más penetrantes entre
ellos ya se han resuelto a introducir, en lugar de la impre-
cisa designación de «alteración funcional», el rótulo inecjuí-
voco de «alteración anímica».
Aunc^ue las manifestaciones de las neurosis de guerra
eran en buena parte perturbaciones motrices —temblores y
parálisis—, y aunque parecía natural atribuir a influjos tan
groseros como la conmoción provocada por el estallido de
una granada en las cercanías, o por un sepultamicnto debido
a un derrumbe de tierra, efectos mecánicos también grose-
ros, se obtuvieron observaciones que no dejaban subsistir
i)inj{iina duda sobre la naturaleza psíquica de la causación
de las lliunuilus neurosis Je guerra. ¿Qué podía aducirse en
conlrarii) cuantío lo.s mismos estados patológicos sobreve-
nían también en la retaguardia, lejos de esos horrores de
la guerra, o inmediatamente después de volver a filas tras
la licencia? Los médicos se vieron entonces llevados a con-
cebir a los neuróticos de guerra en parecidos términos que
a los neuróticos de tiempos de paz.
La escuela de psiquiatría llamada psicoanalítica, creada
por mí, venía enseñando desde unos veinticinco años atrás
que las neurosis de tiempos de paz han de reconducirse a
perturbaciones de la vida afectiva. Ahora bien, esta misma
explicación fue aplicada en términos universales a los neuró-
ticos de guerra. Nosotros habíamos indicado, además, que
Ins neuróticos padecen de conflictos anímicos, y que los
deseos y tendencias que se expresan en los fenómenos pa-
tológicos son desconocidos (es decir, inconcientes) para
los cnlermos mismos. Entonces se infirió fácilmente, como
la ciuisa inmediata de todas las neurosis de guerra, la ten-
dencia, invonciente para el soldado, de sustraerse de los re-
querimientos del servicio militar, que le resultaban peligro-

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sos o sublevaban sus sentimientos. Angustia por la propia
villa, renuencia ante la orden de matar a otros, revuelta con-
tra la despiadada sofocación de la propia personalidad por
obra de los jefes: he ahí las más importantes fuentes afecti-
vas de que se nutría la tendencia a huir de la guerra.
Un soldado en quien esos motivos afectivos hubieran si-
do concientes de una manera potente y clara habría debido,
como hombre sano, desertar, o bien hacerse pasar por en-
fermo. Pero sólo una ínfima parte de los neuróticos de
guerra eran simuladores; las mociones afectivas que se re-
volvían en ellos contra el servicio militar y los pulsionaban
hacia la enfermedad eran eficaces en su interior sin devenir-
les concientes. Permanecían inconcientes porque otros mo-
tivos —orgullo, autoestima, amor a la patria, hábito de obe-
decer, el ejemplo de los demás— eran al comienzo los de
mayor intensidad, hasta tjue en una ocasiiín adeciiailn rcsul
taban subyugados por esos otros motivos, los cHciiccs iiicon
cientemente.
De esta intelección acerca de la causación de las neurosis
de guerra se dedujo una terapia que parecía bien fundada
y al comienzo probó ser también muy eficaz. Se consideró
adecuado tratar a los neuróticos como simuladores y pres-
cindir del distingo psicológico entre propósitos concientes
e inconcientes, aunque se sabía que no eran unos simula-
dores. Si esta enfermedad servía al propósito de sustraerse
de una situación intolerable, era evidente que se la des-
arraigaría de cuajo volviendo la condición de enfermo toda-
vía más intolerable que el servicio militar. Si el enfermo se
había refugiado en la enfermedad huyendo de la guerra, se
aplicaban medios jiara compelerlo a volver de la enferme-
dad a la salud, vale decir, a refugiarse ahora en la aptitud
para el servicio. A tal fin se utilizó un tratamiento clt'clrico
doloroso, y ciertamente con éxito. Los m(5dic<,'s <.|iic aseve-
ran que la intensidad de esas corrientes eléctricas era la
misma que desde siempre se aplicaba en caso de perturba-
ciones funcionales no hacen sino embellecer los hechos con
posterioridad. Esto sólo haiiría podido surtir efecto en los
casos más leves, y tam|)oco respondía al razonamiento bá-
sico, a saber, que debían c|uitársele al enfermo de guerra
las ganas de permanecer en la condición de tal, de suerte
que sus motivos no pudieran menos que inclinar la balanza
en favor del restablecimiento.
Este tratamiento doloroso, creado en el ejército alemán
con propósitos terapéuticos, es muy posible que se practica-
ra de una manera masiva. Cuando se lo empleó en las clí-
nicas de Viena, estoy personalmente convencido de que

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nunci »• b liurcnicntó hasta la crueldad merced a la ini-
tilliivi íl«il profesor Wagner-Jauregg.^ Pero no saldré de
htdüt tb olios médicos a quienes no conozco. La instruc-
ción pdk'oltV.it'i' de los médicos es harto defectuosa en la
Heiierulliliul de los casos, y muchos quizás olvidaron que el
•nfpi'mo ;i c[uien pretendían tratar como un simulador en
veitliul no lo era.
Alioia bien, de antemano este procedimiento terapéutico
llfviiba un estigma. No apuntaba a restablecer al enfermo, o
DO apuntaba a esto en primer lugar, sino sobre todo a res-
tablecer su aptitud militar. Es que la medicina se encontró
esta vez al servicio de propósitos ajenos a su esencia. El
médico mismo era un funcionario de la guerra y corría pe-
ligros personales, podía temer ser removido o que se le
reprochase desaprensión en el ejercicio de sus deberes, si
se dejaba guiar por otros miramientos que los prescritos. El
conflicto insoluble entre los requerimientos de la humani-
dad, de ordinario los decisivos para el médico, y los de la
guerra de un pueblo no podía menos que provocar confu-
sión también en la actividad médica.
Pero esos éxitos, al comienzo brillantes, del tratamiento
mediante corriente eléctrica intensa no resultaron luego du-
raderos. El enfermo que, restablecido por ese medio, había
•sido reenviado al frente podía repetir de nuevo el juego
y experimentar una recaída, con lo cual por lo menos ganaba
tiempo y escapaba del peligro actual en ese momento. Pues-
to orrn voz en la línea de fuego, pasaba a segundo plano
la anuustia ante la corriente eléctrica, como durante el tra-
tamiento había cedido la angustia ante el servicio militar.
Además, en el curso de los años de la guerra fue en rápido
aumento la fatiga del espíritu popular, así como su cre-
ciente repugnancia a la empresa bélica, de suerte que el
tratamiento en cuestión empezó a fracasar. En estas circuns-
tancias, un sector de los médicos militares cedieron a la
inclinación, característica de los alemanes, de continuar con
sus propósitos sin miramientos de ninguna naturaleza, y,
cosa que jamás habría debido suceder, la intensidad de las
corrientes, así como la dureza de todo el tratamiento, se
incrementaron hasta lo insoportable a fin de sustraerles a
esos neuróticos la ganancia que obtenían de su condición
de tales. Es un hecho no controvertido que en esa época
se produjeron casos de muerte en el curso del tratamiento,
y de suicidios a causa de este, en hospitales alemanes. No

^ [ luliiis von Wagner-Jauregg fue profesor de psiquiatría en la


Univcrsidiul ilt- Vicna de 1893 a 1928.]

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alistante, yo no sé decir, absolutamente, si esta fase de la
terapia fue adoptada también en las clírúcas de Viena.
Puedo citar una prueba convincente del definitivo fracaso
de la electroterapia de las neurosis de guerra. En 1918, el
doctor Ernst Simmel, director de un lazareto para neuró-
ticos de guerra (en Posen), publicó un folleto en el que
comunicaba los resultados extraordinañamente favorables
obtenidos, mediante aplicación de los métodos psicotera-
péuticos recomendados por mí, en casos graves de neurosis
de guerra. En virtud de esta publicación asistieron al si-
guiente Congreso Psicoanalítico, realizado en Budapest en
setiembre de 1918,'^ delegados oficiales de la administra-
ción militar alemana, austríaca y húngara, que allí se com-
prometieron a establecer dispensarios para el tratamiento
puramente psíquico de los neuróticos de guerra. Y ello su-
cedió a pesar de que los delegados no podían tener ninguna
duda de que mediante este tratamiento benigno, laborioso
y lento, no era posible contar con una recuperación rajii-
dísima de la aptitud militar de estos enfermos. Los prepa-
rativos para crear esos dispensarios estaban en marcha jus-
tamente cuando sobrevino la revolución que puso fin a la
guerra y al influjo de los funcionarios, hasta ese momento
omnipotentes. Pero con la guerra desaparecieron también
los neuróticos de guerra, última prueba, pero una prueba de
mucho peso, de que esa enfermedad responde a una causa-
ción psíquica.

3 [En el manuscrito original se lee en este lugar, claramente,


:<1818».]

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