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a) El delito de rebelión tipificado en el artículo 427 del Código Penal exige la violencia
y esta requiere, según una referencia del Tribunal Constitucional en la STC 199/1987,
el uso ilegítimo de armas de guerra o explosivos.
Al respecto cabe puntualizar varias cosas:
1) La referencia del TC a la rebelión es, en la mencionada sentencia, puramente
incidental, pues lo que se dilucidó en ese procedimiento no fue la definición de
la rebelión o su constitucionalidad, sino asuntos distintos.
2) El TC no es un órgano jurisdiccional penal, ni es competente para interpretar
cuestiones de mera legalidad ni mucho menos para definir por sí solo los
elementos que definen el delito de rebelión ignorando lo establecido en la
legislación penal vigente cuando no se ha planteado su inconstitucionalidad.
3) Al respecto, no hay que olvidar que la regulación de la rebelión en el Código
Penal vigente, cuya inconstitucionalidad ni se ha declarado ni deducirse de
referencias incidentales de sentencias anteriores a su entrada en vigor,
contempla la existencia de una forma agravada de rebelión que exige,
precisamente, la circunstancia de “esgrimir armas” o también las de causar
estragos, distraer caudales públicos o ejercer violencias graves contra las
personas (artículo 473 CP). Esto significa que existe una rebelión básica (art.
472 CP), en la que no parece que sea necesario el uso de armas o en la que, por
ejemplo, simplemente podrían ejercerse violencias no graves sobre las
personas.
b) A juicio de los firmantes de “La banalización…” tampoco cabe considerar los hechos
como constitutivos de un delito de sedición (art. 544 Código Penal), pues la incitación
a participar en las movilizaciones del 20 de septiembre y en la “votación” del 1 de
octubre lo fue a “ejercer los derechos fundamentales de manifestación, reunión o
concentración”.
A nosotros nos parece, sin embargo, que lo ocurrido en las manifestaciones y
concentraciones de los días 20 de septiembre y 1 de octubre dista mucho de poder ser
descrito como el ejercicio pacífico de derechos fundamentales, y que hacerlo supone,
esta vez sí, una banalización de la gravedad de lo ocurrido y del sentido propio de los
derechos de manifestación y reunión constitucionalmente garantizados.
1. Creemos que estamos ante una discusión jurídicamente muy compleja, pues
complejos son los hechos investigados y limitada nuestra capacidad para
procesarlos a la vista de que, por ejemplo, no disponemos de jurisprudencia
específica a propósito de muchos de los asuntos que se investigan. En esas
condiciones, es evidente que hay margen para las discrepancias razonables. Es
deseable que cada uno se forme su propio criterio sobre si se dan o no
suficientemente los elementos necesarios para poder hablar de rebelión o de
sedición. Pero ese criterio ha de ser fundado y presuponer siempre un análisis
considerado de las opiniones distintas a la propia. Las reglas del debate jurídico
nos obligan a ser deferente con la opinión de quienes sostienen un
planteamiento distinto al nuestro y a atender a sus razonamientos con la mayor
minuciosidad y consideración, sean estos expresados por otros juristas
académicos o por jueces y fiscales en el ejercicio de sus funciones.
2. Por esa razón, debemos ser respetuosos con la labor de los órganos
constitucionalmente llamados a valorar lo sucedido. Es posible que haya
aspectos criticables en los escritos de los Fiscales del Tribunal Supremo o de
los Abogados del Estado, pero estamos seguros de que los argumentos de la
Fiscalía o los Abogados del Estado no pueden despachados en pocas palabras
hablando sin más de inexistencia de los delitos. También nos parece
inaceptable la insinuación de que tras las actuaciones de la Fiscalía y los Jueces
Instructores que se han ocupado de la causa hay motivos espurios o de que sus
actuaciones están orientadas a silenciar a los ciudadanos o a reprimir el
ejercicio de sus derechos. Consideramos sin ambages que España es un Estado
de Derecho solvente que cuenta con la legislación penal y las garantías
procesales propias de una democracia constitucional y eso es incompatible con
presuponer que Jueces y Fiscales actúan exclusivamente en función de
motivaciones represivas. Esas conclusiones resultan extremadamente
aventuradas y poco acordes con la pretendida “perspectiva estrictamente
jurídica” en la que los firmantes de “La banalización…” dicen que se enmarca
su escrito.
3. Tampoco podemos estar de acuerdo con la afirmación de que una condena por
rebelión o sedición acreditada por quienes tienen un conocimiento riguroso del
derecho y directo de los autos supondría la banalización del derecho penal: al
condenar a alguien en una sentencia fundada en derecho como autor
penalmente responsable de unos hechos declarados delictivos después de una
investigación rigurosa y de un proceso abierto y contradictorio no se banaliza
el derecho penal, sino que se aplican sus normas. Y si finalmente ese fuera el
caso, aún será posible examinar los argumentos jurídicos de esa hipotética
sentencia para criticarla, pero habría que hacerlo sin apriorismos ideológicos
que impidan nuestra capacidad de análisis.
4. No hay que olvidar, por último, que el derecho penal de una democracia
constitucional no existe para reprimir los derechos de los ciudadanos, sino para
protegerlos. En consecuencia, si finalmente los acusados resultan condenados
y si las razones de la condena son sólidas, será razonable pensar que se ha
hecho para proteger el derecho de todos los españoles a decidir sobre su marco
institucional y constitucional frente a quienes pretendieron apropiarse del
mismo de resultas de un proceso de secesión unilateral.
FIRMANTES:
Luis F. Rull
Catedrático de Física Teórica
Universidad de Sevilla.
Julio Carabaña
Profesor Honorífico, UCM
José A. Olmeda
Catedrático de Ciencia Política, UNED.
Montserrat Baras
Profesora titular de Ciencia Política
UAB (Jubilada)