Está en la página 1de 275

Capítulo 9

LA CLASE TRABAJADORA URBANA


Y LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS
DE AMÉRICA LATINA, 1880-1930
Si bien la población de América Latina seguía siendo abrumadoramente ru-
ral, en el período que va de 1880 a 1930 los trabajadores urbanos se convirtieron
en una fuerza significativa en la vida nacional de la mayoría de los países latino-
americanos. Sin embargo, debido a la forma específica en que América Latina
se incorporó a la economía mundial, los movimientos obreros urbanos que apa-
recieron en la región presentaban diferencias importantes al compararlos con los
de Europa o América del Norte.

LA ECONOMÍA, LA BURGUESÍA Y EL ESTADO

La mayoría de los países latinoamericanos participaban en el orden económi-


co internacional en calidad de exportadores de productos básicos e importadores
de productos manufacturados y, hasta bien entrado el siglo xx, la industria de-
sempeñó un papel relativamente secundario en las economías de la región. No
sólo la mayoría de las economías latinoamericanas dependían fundamentalmente
de decisiones que se tomaban en otra parte y estaban sujetas a las fluctuaciones
a veces violentas del mercado mundial, sino que, además, era frecuente que la
población activa estuviese muy segmentada. A veces, los empleados en el sector
de exportación vivían muy aislados de otros trabajadores, aunque generalmente
tenían la ventaja de que su capacidad de negociar era relativamente mayor|Cuando
los carpinteros, o incluso los trabajadores de la industria textil, se declaraban
en huelga en Buenos Aires, Sao Paulo o Santiago de Chile, los efectos podían
ser graves, pero apenas comparables con las repercusiones de una interrupción
en la economía exportadora. Si los trabajadores del ferrocarril no transportaban
el trigo argentino, el café brasileño o el nitrato de Chile a los puertos, y si estos
productos no se cargaban rápidamente en los barcos que debían llevarlos a los
mercados europeos o norteamericanos, una grave crisis amenazaba de forma casi
inmediata a las respectivas economías nacionales.
282 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

La posición estratégica que los mineros y los trabajadores del transporte ocu-
paban en la economía basada en la exportación hacía que con frecuencia se vie-
ran sometidos a toda la fuerza del control estatal, pero a veces su capacidad de
negociación les permitía obtener importantes ganancias económicas y, de vez en
cuando, incluso ganancias políticas. Los mineros del nitrato de Chile, por ejem-
plo, lograron crear —pese a obstáculos inmensos— la unidad y la práctica mili-
tante que a menudo caracterizaban a las comunidades mineras bastante aisladas.
En Chile, fueron las organizaciones políticas y económicas de los mineros, y no
las de los artesanos de los pequeños talleres de Santiago, las que más adelante
darían forma al movimiento obrero. Los ferroviarios de casi todos los países es-
tuvieron entre los trabajadores que se organizaron primero y con la mayor efica-
cia, aunque en algunos casos la fuerza de su posición negociadora los separaba
del grueso de la clase trabajadora y empujaba a sus sindicatos hacia el reformis-
mo. Los estibadores y los trabajadores portuarios de Santos, la «Barcelona brasi-
leña», como la llamaban los militantes con admiración, siguieron contándose en-
tre los miembros más combativos y unidos del movimiento obrero brasileño durante
gran parte del siglo xx; los portuarios de Río de Janeiro, en cambio, se convir-
tieron en un bastión del reformismo.
Los trabajadores ajenos al sector de la exportación se encontraban general-
mente dispersos en empresas bastante pequeñas. Característicamente, éstas pro-
porcionaban artículos yjservicios que no podían obtenerse con facilidad —o como
fuera— del extranjero ¿Era típico que, por ejemplo, el primer movimiento labo-
ral de la mayoría de las ciudades lo formasen, entre otros, impresores y diversos
tipos de obreros de la construcción, así como panaderos y otros trabajadores
del ramo de la alimentación. Los que trabajaban en el ramo del vestir, especial-
mente los sastres y los que hacían zapatos y sombreros, también ocupaban un
lugar prominente, al igual que los trabajadores de ciertos oficios como la metalis-
tería, la fabricación de vidrio y la construcción de muebles.
Los trabajadores que ejercían estos oficios no eran necesariamente artesanos
independientes, en el sentido estricto de pequeños productores especializados y
dueños de sus propios medios de producción. Estos casos todavía existían, desde
luego, y a veces tales artesanos podían ejercer una influencia política considera-
ble. Dado que la mecanización avanzaba con bastante lentitud, numerosos ofi-
cios sobrevivieron durante mucho tiempo; en México unos 41.000 tejedores que
usaban telares manuales seguían trabajando en 1895, aunque el desarrollo de la
industria textil hizo que en 1910 ya sólo quedaran 12.000. No obstante, aunque
a veces estaban muy especializados, los artesanos de los oficios de la construcción
y de los pequeños talleres de las ciudades latinoamericanas de principios de siglo
eran generalmente trabajadores asalariados que se veían en la necesidad de ven-
der su capacidad laboral en el mercado.
El tamaño de este sector no es fácil de especificar. Los artesanos formaban
una categoría importante en México, donde una interpretación del censo de 1910
nos da la nada despreciable cifra de 873.436 artesanos y trabajadores, que repre-
sentaban casi el 16 por 100 de la población económicamente activa.1 Los ofi-

1. Los trabajadores industriales se excluyen de esta cifra. Ciro F. S. Cardoso, Francisco


G. Hermosillo, Salvador Hernández, De la dictadura porfirista a los tiempos libertarios
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 283

cios urbanos adquirieron proporciones significativas en casi toda América Latina


a finales del siglo xix, pero, dado que la capacidad importadora era relativa-
mente alta en muchas de las economías, por regla general este sector no estaba
tan desarrollado como en la mayoría de las ciudades europeas de tamaño compa-
rable. Por otra parte, muchos de estos oficios ocupaban un puesto poco decisivo
en la economía, lo cual limitaba el poder político y económico de los trabajado-
res. No obstante, a pesar de la dispersión, de las heterogéneas condiciones d£
trabajo y del clima paternalista que a menudo imperaba en los pequeños talleres,
en muchos casos los artesanos consiguieron formar organizaciones bastante com-
bativas. Frecuentemente, sabían sacarles provecho a las ventajas que sus habili-
dades les daban en el mercado de trabajo y, en general, interpretaron un papel
importantísimo en la mayoría de los movimientos obreros latinoamericanos has-
ta mucho después de 1930. La práctica política de los artesanos de las ciudades
no era en modo alguno uniforme*. Si bien algunos movimientos, sobre todo en
el siglo xix, representaban en esencia los objetivos de los pequeños productores,
en conjunto predominaban las estrategias y tácticas de los trabajadores asalariados.
El proletariado industrial, en el sentido de trabajadores empleados en fábri-
cas grandes y mecanizadas, acababa de aparecer en número significativo a princi-
pios del siglo xx y en ninguna parte ocupaba un lugar central en la economía
nacional antes de 1930. Las fábricas textiles representaban de forma abrumadora
las mayores empresas modernas; en algunos países eran virtualmente las únicas.
La mayoría de las demás actividades industriales seguían muy ligadas al sector
de la exportación, como ocurría en el caso de las plantas preparadoras de carne
y las fábricas de harina en Argentina.
Las cifras que dan los censos sobre el número de trabajadores de las fábricas
no son estrictamente comparables y las categorías dan lugar a mucha ambigüe-
dad. El censo mexicano de 1910, que registraba una población nacional de 15,1
millones de personas, clasificaba a 58.838 como trabajadores industriales, com-
parados con los 45.806 de 1895. Muchas de las mayores y más modernas fábricas
de México eran las plantas textiles que había en las poblaciones fabriles de los
estados de Puebla y Veracruz. El censo industrial brasileño de 1920 situaba 275.512
trabajadores de fábrica en un país de 30 millones de habitantes. Aunque el censo
brasileño excluía a muchos talleres pequeños, los resultados seguían indicando
un promedio de 21 trabajadores por planta. Alrededor de la mitad del total vivía
en la ciudad de Río de Janeiro o en el estado de Sao Paulo y aproximadamente
el 40 por 100 trabajaba en la industria textil. El censo argentino de 1914 conside-
raba que 24.203 establecimientos industriales tenían las características de verda-
deras fábricas. En un país de 8 millones de habitantes, estos establecimientos
empleaban a 242.138 personas, incluyendo el personal administrativo, pero es
obvio que muchos de ellos consistían en talleres pequeños, como lo indica el pro-
medio de empleados (diez).2

(la clase obrera en ¡a historia de México), Pablo González Casanova, ed., México, 1980, vol. III,
pp. 47 y 54.
2. México: ibid., p. 47; Brasil: Directoría Geral de Estatística, Recenseamento do Brasil
realizado em I de setembro de 1920, vol. V, 1.a parte, pp. LXXII y LXXVII; Argentina: Tercer
Censo Nacional levantado el 1." de junio de 1914, vol. VII, p. 35.
284 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

La distinción entre fábrica y taller, de hecho, seguía estando lejos de ser cla-
ra. Sólo en los casos extremos, como entre los artesanos de Ciudad de México
y los trabajadores de las modernas fábricas textiles cerca de Orizaba, aparecen
con alguna claridad prácticas políticas diferentes. En otros lugares de América
Latina, parece que el pequeño proletariado industrial no desempeñó ningún pa-
pel independiente antes de 1930. En Brasil, por ejemplo, las mujeres y los niños
formaban la mayoría de los trabajadores de la industria textil y resultaban difíci-
les de organizar. Dentro del movimiento obrero brasileño, la práctica de los tra-
bajadores de las fábricas textiles apenas difería de la correspondiente a los que
estaban empleados en empresas más pequeñas.
La prontitud con que se creó una importante reserva de mano de obra indus-
trial también marcó el desarrollo del movimiento obrero desde su nacimiento.
En el caso brasileño, la importación en gran escala de inmigrantes por parte del .
Estado, para que trabajaran en las plantaciones de café de Sao Paulo, surtió
el efecto complementario de inundar el mercado de trabajo en las ciudades y,
pese a esfuerzos considerables, el movimiento obrero nunca consiguió impedir
este procesov'Los gobiernos argentinos también fomentaron activamente la inmi-
gración, organizando campañas en Europa y, en ciertos períodos, pagando sub-
venciones a las compañías de navegación con el objeto de reducir el precio del
pasaje a Buenos Aires. Aunque la política argentina también tenía por finalidad
principal obtener mano de obra barata para la agricultura, servía igualmente para
limitar la capacidad de negociación de los trabajadores urbanos. En México, ha-
cia finales del siglo xix, el rápido crecimiento demográfico y el avance de la agri-
cultura capitalista vinieron a surtir el mismo efecto, es decir, saturar el mercado
de trabajo y mantener bajos los salarios. La creación de esa nutrida reserva de
mano de obra durante las primeras fases del proceso de industrialización, por
ende, hizo que a la clase trabajadora le resultase especialmente difícil organizarse
en varios de los países más importantes de América Latina, sobre todo porque
la eficacia de la huelga como arma disminuye considerablemente cuando es fácil
sustituir a los huelguistas.
Los trabajadores, por otro lado, se enfrentaban a una burguesía sumamente
intransigente. La escasa disposición de los propietarios a transigir era fruto, en
parte, del hecho de que la mano de obra solía representar una elevada proporción
de los costes totales y, en parte, de las condiciones competitivas que predomina-
ban en muchas industrias. Por consiguiente, a los industriales de muchos sectores
no siempre les resultaba fácil pasar el aumento de los costes de la mano de obra
a los consumidores. Estas condiciones, que son típicas del período competitivo
del capitalismo inicial, no eran sólo frecuentes en los sectores que se caracteriza-
ban por la presencia de gran número de empresas pequeñas y por un bajo nivel
de mecanización. Propietarios de plantas textiles grandes y modernas, tanto en
Brasil como en México, por ejemplo, también tenían dificultad para restringir
la competencia. Asimismo, la novedad de la mayor parte de la industria con fre-
cuencia significaba que los propietarios recurrían a la franca coacción, ya que
aún no habían ideado otras formas de ejercer control —ideológico e institucional—
sobre los trabajadores. La composición heterogénea de la burguesía en sus pri-
meros tiempos, así como su reciente formación, hizo que en algunos casos la
cooperación extensa entre los diversos segmentos resultara difícil. Las empresas
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 285

diferían mucho en la nacionalidad de sus propietarios, así como en su tamaño


y su grado de mecanización. No obstante, generalmente los propietarios de los
diversos sectores conseguían movilizar al Estado en su favor, organizar cierres
patronales, coordinar las normas que debían seguirse en casos de huelga y con-
feccionar listas negras de militantes con gran eficacia.
El hecho de que los propietarios con frecuencia fueran extranjeros influía de
diversas maneras en las relaciones de los industriales con los trabajadores y con
el Estado. Grandes intereses extranjeros, principalmente británicos y norteameri-
canos, dominaban la mayoría de las actividades importantes en el sector exporta-
dor, como la minería, las industrias cárnicas y los ferrocarriles. En muchos ca-
sos, por ejemplo entre los mineros mexicanos y chilenos, el resentimiento que
en los nacionalistas despertaban los propietarios y administradores extranjeros
era un elemento importante en la conciencia de la clase trabajadora. Pero la pro-
piedad extranjera no se limitaba al sector de la exportación. Capitalistas france-
ses residentes en México poseían algunas de las fábricas textiles más grandes y
avanzadas del país! En Lima, las dos plantas textiles principales eran controladas
por W. R. Grace and Company. Los comerciantes españoles, que dominaban
gran parte del comercio de Cuba, a menudo despertaban la hostilidad de los tra-
bajadores debido a sus procedimientos discriminatorios para contratar personal,
así como a su política de crédito y precios. Residentes extranjeros eran propieta-
rios de la mayoría de las empresas industriales de Sao Paulo y de Buenos Aires,
aunque parece que esto cambiaba poco las cosas para sus trabajadores, entre
los que predominaban los inmigrantes.
Si bien la burguesía industrial no era hegemónica en ningún país de América
Latina antes de 1930 —el Estado permanecía en su mayor parte en manos de
grupos vinculados muy claramente al sector exportador, que no mostraban el
menor interés por la expansión industrial en gran escala—, en general se las arre-
gló para alcanzar la mayoría de sus objetivos principales, y no era el menor de
ellos lograr que el Estado reprimiese a los trabajadores. El régimen de Díaz en
México (1876-1911), por ejemplo, promovió y defendió con entusiasmo los inte-
reses del capital extranjero, a pesar de algunos gestos que parecían dirigidos a
poner fin a la discriminación contra los trabajadores mexicanos en los ferrocarri-
les. En las disputas laborales relacionadas con las grandes empresas de propiedad
extranjera que caracterizaron los últimos años del régimen, la represión estatal
fue notablemente concienzuda y violenta} Los grupos agrarios que dominaban
el Estado en Argentina, si bien generalmente se preocupaban por los intereses
fundamentales del gran capital extranjero en el sector exportador, se mostraban
mucho menos preocupados por los industriales inmigrantes. Aunque el Estado
argentino mantenía rigurosamente el orden, y a veces era muy brutal al reprimir
a los anarquistas y otros elementos, las organizaciones obreras consiguieron cier-
to espacio para actuar, en parte porque los trabajadores industriales no parecían
amenazar directamente los intereses agrarios, El caso brasileño era un poco dife
rente, toda vez que muchos plantadores importantes —sobre todo a raíz de la
crisis del café en las postrimerías del decenio de 1890— participaban en activida-
des industriales y comerciales. Formaban un bloque unido con los industriales
inmigrantes, y el Estado se embarcó en una política de represión exhaustiva con-
tra la clase trabajadora.
286 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

En teoría, la política del Estado era liberal, en el sentido decimonónico del


término, casi en todas partes. En la práctica, el Estado intervenía en varios cam-
pos. La manipulación del mercado de trabajo, que diversos gobiernos, entre los
que destacaba el brasileño, llevaban a cabo por medio de su política de inmigra-
ción, representaba una de las formas menos violentas y, al mismo tiempo, más
eficaces que adquiría dicha intervención. La política monetaria también era un
instrumento importante para los intereses industriales, por ejemplo en Argentina,
donde la depreciación del papel moneda sirvió durante muchos años para rebajar
los salarios reales ¿En general, no obstante, el principal papel del Estado en las
luchas entre el capital y el trabajo consistía en coaccionar al segundo. El nivel
de violencia de la represión podía ser realmente muy alto. Durante el primer de-
cenio de este siglo, por ejemplo, el gobierno chileno perpetró una serie de matan-
zas extraordinarias contra los trabajadores, dando muerte a varios cientos de per-
sonas en el curso de huelgas y manifestaciones en Valparaíso (1903), Santiago
(1905) y Antofagasta (1906). En 1907 las tropas asesinaron a más de mil personas
indefensas, hombres, mujeres y niños, en Iquique al abrir fuego contra los traba-
jadores del nitrato y sus familias, que pedían salarios más altos y mejores condi-
ciones de trabajo. El gobierno Díaz, en México, actuó con brutalidad compara-
ble. Nunca se sabrá, por ejemplo, cuántos trabajadores murieron durante la huelga
del sector textil de Río Blanco en 1907, pero la mayoría de los cálculos en ese
sentido sobrepasa los cien. En un momento dado y, al parecer, siguiendo instruc-
ciones de Díaz, un piquete de fusilamiento ejecutó públicamente a seis trabajado-
res en Río Blanco con el fin de obligar a los otros a volver al trabajo.
También se recurría con regularidad a formas de represión menos sanguina-
rias pero, pese a ello, violentas, sobre todo las que tenían por objeto debilitar
o destruir las organizaciones de la clase trabajadora. Virtualmente, todos los go-
biernos latinoamericanos, en un momento u otro, cerraron sedes sindicales, sa-
quearon redacciones de periódicos, prohibieron o dispersaron manifestaciones y
mítines, y ordenaron el apaleamiento y la encarcelación de líderes obreros. El
uso frecuente de espías de la policía y agentes provocadores dentro del movimien-
to obrero era un arma complementaria. La mayoría de los regímenes también
protegía celosamente a los rompehuelgas y, a veces, incluso los proporcionaba
utilizando personal de las fuerzas armadas y de otros cuerpos, además de hacer
todo lo posible por detener e intimidar a los huelguistas. La ferocidad de la re-
presión estatal escandalizaba incluso a los agentes de policía extranjeros, que
normalmente no eran sospechosos de albergar una simpatía excesiva por el mo-
vimiento obrero; un agente italiano de Sao Paulo, por ejemplo, opinó que en
las huelgas brasileñas, que eran característicamente violentas, «los actos de pro-
vocación, con algunas excepciones, proceden más de la policía que de los huel-
guistas».3
Con el pretexto de que había «agitadores extranjeros» detrás de la creciente
inquietud obrera, los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Cuba y Uruguay dic-
taron leyes que preveían la expulsión sumarísima de los militantes nacidos en

3. Roma, Archivio Céntrale dello Stato, Direzione Genérale Pubblica Sicurezza, Ufficio
Riservato (1879-1912), busta 13, fascicolo 41, sottofascicolo 13, Cesare Alliata-Bronner a Luigi
Bruno, 30 de junio de 1909.
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 287

el extranjero. En Argentina, unos 383 individuos fueron expulsados antes de 1916


al amparo de la ley de residencia de 1902. Una ley brasileña equiparable de 1907
motivó un mínimo de 550 deportaciones antes de 1921. Ambos estados aplicaron
medidas semejantes, especialmente a los militantes más destacados, lo que a ve-
ces perjudicaba al movimiento obrero, por no hablar de los efectos intimidantes
que la amenaza de expulsión surtía en unas clases ^trabajadoras en las que había
un nutrido componente de inmigrantes extranjerps, Asimismo, varios gobiernos
enviaban regularmente a militantes obreros a campos de detención del país, lo
que en muchos casos equivalía a la pena de muerte. El régimen de Díaz se hizo
especialmente notorio por internar a los activistas obreros en campos de Campe-
che, Quintana Roo y Yucatán. No puede decirse que fuera mejor la suerte de
los presos que el régimen brasileño mandaba al tristemente célebre campo de Cle-
velandia, en la Amazonia, donde cierto número de conocidos líderes obreros mu-
rieron en el decenio de 1920. Los gobiernos argentinos utilizaban Ushuaia, en
la Tierra del Fuego, con parecido efecto.
En el período anterior a la primera guerra mundial, la mayoría de los gobier-
nos también probó otros medios de controlar a la clase trabajadora, aparte de
la represión directa. Díaz, en México, y Hermes da Fonseca (1910-1914), en Bra-
sil, por ejemplo, procuraron crear o fomentar organizaciones sindicales dóciles,
aunque los resultados de sus intentos fueron siempre desiguales. Sin embargo,
antes de 1917, apenas existía legislación social, exceptuando algunas medidas es-
porádicas y limitadas que se referían al descanso dominical, los horarios de tra-
bajo, los accidentes y la reglamentación del trabajo de mujeres y niños. Muchas
de estas leyes estaban restringidas a categorías concretas de trabajadores, gene-
ralmente empleados del Estado, o a ciertas zonas geográficas tales como las capi-
tales de nación. De todos modos, parece ser que el cumplimiento era, en el mejor
de los casos, esporádico. Respondiendo a la pregunta de un periodista, el gober-
nador de Sao Paulo comentó, durante la huelga general de 1917, que no acababa
de recordar si había leyes sobre el trabajo infantil en los libros de dicho estado. La
única excepción fue Uruguay, donde, durante los dos períodos presidenciales de
José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915), se aprobaron diversas medidas
con el fin de crear el primer Ministerio de Trabajo del continente y de asegurar
el derecho de huelga, la jornada de ocho horas, los salarios mínimos, las pensio-
nes para la vejez y las indemnizaciones por accidente. En otras partes, sin embar-
go, la cuestión social siguió siendo «asunto de la policía», según una famosa
frase que alguien pronunció en Brasil durante aquel período. Aunque algunos
regímenes, incluido el de Díaz, intentaban de vez en cuando arbitrar disputas
concretas, en general hasta después de 1917 y, sobre todo, después de 1930 no
acometieron los estados latinoamericanos una política más exhaustiva encamina-
da a reglamentar las relaciones entre el capital y el trabajo, así como entre los
propios capitalistas.

L A COMPOSICIÓN Y LA CONDICIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA

La composición étnica de la clase trabajadora de los primeros tiempos varia-


ba mucho de un país a otro e, incluso, de una ciudad a otra. En Buenos Aires,
288 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Montevideo y Sao Paulo, los inmigrantes europeos formaban desde hacía tiempo
una mayoría entre los trabajadores. La mayor parte de ellos eran italianos y es-
pañoles, a los que en Sao Paulo se sumaba un nutrido contingente de portugue-
ses. Los extranjeros de Río de Janeiro y Santos, sobre todo los inmigrantes por-
tugueses, representaban un elemento muy significativo, aunque menos abrumador,
de la población activa. En otras partes, la inmigración europea tuvo lugar en
escala mucho menor, aunque los españoles, por ejemplo, desempeñaban un pa-
pel que distaba mucho de ser imperceptible en la clase trabajadora de Cuba y
en la de Chile. En varias ciudades latinoamericanas, especialmente en Río de Ja-
neiro y La Habana, los ex esclavos nacidos en África y sus descendientes también
constituían una parte importante de la clase trabajadora. Hasta en países como
México, donde la inmigración de extranjeros siguió siendo escasa, la experiencia
de los migrantes internos no era en modo alguno totalmente distinta de la que
vivían los hombres y las mujeres que cruzaban el Atlántico con rumbo a otras
partes de América Latina.
La composición inmigrante de la clase trabajadora de Argentina, Uruguay
y el sur de Brasil antes de la primera guerra mundial trajo una serie de consecuen-
cias que en esencia eran bastante ambiguas. Era obvio que algunos inmigrantes
habían adquirido cierta experiencia política antes de su llegada y que un puñado
de líderes, incluso, habían desempeñado papeles significativos en los movimien-
tos obreros de sus países natales.' Sin embargo, parece que pocos militantes consi-
deraban que el nivel general de experiencia política de loslnmigrantes fuese alto.
De hecho, muchos se quejaban amargamente de la inexistencia de tradiciones re-
volucionarias entre los inmigrantes y de que éstos no estuvieran familiarizados
con los asuntos políticos ni con las organizaciones obreras. Tampoco parece que
fuera grande la proporción de trabajadores especializados o que ya tuvieran ex-
periencia industrial, lo cual no es nada extraño en una inmigración/que era esti-
mulada y organizada para satisfacer las necesidades de la agricultura de exporta-
ción. Asimismo, muchos observadores argüían que los inmigrantes, generalmente,
sólo buscaban ganancias económicas inmediatas, para volver a su patria cuanto
antes. Sus proyectos individuales de ascensión social, pues, representaban un obs-
táculo para la creación de formas de organización más amplias^ Estos inmigran-
tes tampoco se prestaban fácilmente a estrategias políticas que dependían de la
participación electoral en gran escala de los trabajadores.
La diversidad étnica también complicaba la cooperación entre los trabajado-
res, y a menudo los patronos se apresuraban a sacar provecho de estas dificulta-
des. No sólo existían animosidades entre los diversos grupos nacionales, así como
entre los extranjeros y los nacidos en el país, sino que los antagonismos divisivos
de índole regional —sobre todo, entre los italianos— también ponían trabas a
la colaboración en numerosas ocasiones. Estas hostilidades étnicas perjudicaron
al movimiento obrero durante decenios, pues los prejuicios o las diferencias cul-
turales entre trabajadores hicieron fracasar huelgas y debilitaron o destruyeron
organizaciones.
En parte, sin embargo, muchos de los problemas que se han atribuido a la
presencia de gran número de inmigrantes fueron fruto principalmente de la re-
ciente formación de la clase trabajadora. En todos los países, los trabajadores
han tropezado con dificultades enormes para crear organizaciones y formas de
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 289

acción colectivas, sobre todo en las primeras fases de industrialización, e incluso


en condiciones políticas y económicas menos desfavorables que las que predomi-
naban en la mayor parte de América Latina^Las hostilidades étnicas y los pro-
yectos individuales de movilidad social contribuían a aumentar las dificultades
que surgían al paso de los movimientos obreros en las regiones donde abundaban
los inmigrantes europeos, pero no eran la causa de las mismas. Además, actitu-
des y consecuencias parecidas afloraban a la superficie en otras latitudes de Amé-
rica Latina entre los migrantes internos. Si bien la falta de una cultura y una
historia comunes planteaba serios obstáculos iniciales a la clase trabajadora de
algunos países latinoamericanos, al mismo tiempo faltaban también sanciones
históricas de carácter consuetudinario que tuvieran por fin contener a los traba-
jadores dentro del orden social imperante, con lo que la resistencia y la autono-
mía de clase resultaban menos difíciles. Los inmigrantes se habían escapado has-
ta cierto punto de la influencia de los sacerdotes, terratenientes y policías de sus
países de origen; la reinstauración de pautas de control semejantes en el Nuevo
Mundo no fue ni rápida ni completa.
Sin embargo, los orígenes inmigrantes de la clase trabajadora de los primeros
tiempos en varios países latinoamericanos hicieron que sus miembros fuesen es-
pecialmente vulnerables a ciertas formas de represión. Las campañas nacionalis-
tas que se organizaron en Brasil, Uruguay y Argentina contra la supuesta subver-
sión extranjera, en especial después de 1917, debilitaron el movimiento obrero
en los tres países. Organizaciones tales como la Liga Nacionalista en Brasil y
la Liga Patriótica en Argentina se apuntaron un gran éxito en su empeño de divi-
dir a la clase trabajadora, aislando a muchos de sus elementos más combativos
y, en general, ayudando a crear un clima favorable a las deportaciones y otras
formas de represión. El efecto del nacionalismo fue muy_di|ej£rit^eiuN4éxico.
Allí, un número relativamente pequeño de trabajadores extranjeros, llegados so-
bre todo de los Estados Unidos, monopolizaba la mayoría de los puestos mejor
pagados en los ferrocarriles y en muchas de las mayores empresas mineras. Asi-
mismo, los capataces y otros supervisores de las modernas fábricas textiles eran
con gran frecuencia extranjeros y gozaban de unos salarios muy altos, a juicio
de la mayoría de los trabajadores mexicanos, así como de otros privilegios. El
régimen de Díaz, que estaba muy comprometido por sus asociaciones con intere-
ses extranjeros, proporcionó sin querer a algunos de sus adversarios un arma
poderosa: los resentimientos nacionalistas. Así pues, el disgusto que. despertaba
la posición relativamente privilegiada de los trabajadores y supervisores extranje-
ros sirvió en gran medida para unificar a gran parte de la clase trabajadora, ba-
sándose en el nacionalismo, contra lo que parecía el enemigo común.
En la mayoría de las ciudades latinoamericanas, el nivel general de los servicios
públicos, que nunca fue elevado, iba muy a la zaga del rápido crecimiento demo-
gráfico desde finales del siglo xix. La clase trabajadora del principio se encontró
con graves problemas de hacinamiento, agua contaminada y saneamiento insufi-
ciente, todo lo cual hacía que las condiciones de vida en las ciudades apenas fue-
sen superiores a las que existían en las zonas rurales del sur de Europa o de Amé-
rica Latina, de donde había llegado recientemente la mayoría de los trabajadores.
Una parte muy grande de las clases trabajadoras vivía en horribles barrios
bajos, en viviendas que recibían el nombre de cortijos (literalmente, «colmenas»)
290 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

en Sao Paulo, conventillos en Buenos Aires y Montevideo) mesones en Ciudad de


México. Pese al hacinamiento y la insalubridad de estos edificios, el alquiler de los
mismos se llevaba una parte considerable de los ingresos de la mayoría de los tra-
bajadores: Es probable que en Buenos Aires hasta un tercio de la clase trabajado-
r a habitara en esas viviendas de una sola habitación en las postrimerías del siglo
xix y principios del xx. Las condiciones apenas eran mejores en las ciudades que
crecían más despacio; en la provincia de Lima, el 42 por 100 de las familias ocu-
paban viviendas de una sola habitación en 1920.
Las condiciones de vida contribuían a crear alarmantes problemas de salud
pública en muchas ciudades. En el período 1904-1912, la tasa de mortalidad en
Ciudad de México (42,3 por 1.000 habitantes), aun siendo inferior a la del dece-
nio de 1890, todavía era peor que la de El Cairo (40,1) y i a de Madras (39,5).
Las enfermedades epidémicas eran comunes y las condiciones higiénicas contri-
buían a propagar una amplia variedad de enfermedad^ graves.
Los barrios densamente poblados y homogéneamente obreros de muchas ciu-
dades fomentaron ciertos tipos de solidaridad política y social. Diversos barrios,
tales como el de Brás en Sao Paulo o La Boca y Barra ca s en Buenos Aires, se
hicieron muy conocidos como baluartes de militancia Política y de una cultura
obrera un tanto autónoma. Con la invención del tranvfa, los barrios de clase
traóajaabra se aVspersaron un poco mas, aunque no parece que, en genera/, /as
condiciones de vida mejorasen mucho antes de 1930.
Los trabajadores de las zonas mineras y de las poblaciones fabriles sufrían
algunas formas de explotación especiales. Cuando existían viviendas de la com-
pañía, los propietarios podían amenazar con la expulsión inmediata de los traba-
jadores que causaban problemas y de sus familias, lo cual era un poderoso medio
de intimidación^ Las viviendas de este tipo también podían servir de pretexto para
controlar todavía más la vida de los trabajadores. En la huelga textil de Puebla
en 1906, una de las principales exigencias de los trabajadores era que se elimina-
ran las disposiciones que prohibían que los ocupantes de viviendas de la empresa
recibieran visitas sin permiso; los agravios de esta índole distaban mucho de ser
desconocidos en otras partes.
Los economatos de la empresa, que tenían especial m^i a fama en México y en
la zona del nitrato en Chile, provocaban especial enojo. Las empresas utilizaban
estos economatos como instrumento complementario par^ ejercer control por me-
dio de las deudas y, también, para reducir más sus costes. Pagando con vales que
sólo podían utilizarse en estos establecimientos, que con frecuencia cobraban pre-
cios exorbitantes, lo que en realidad hacían los propietarios era rebajar los sala-
rios de los trabajadores e incrementar sus propios beneficios:.. A veces, el enojo
provocado por este mecanismo de explotación tan visible adquiría formas muy vio-
lentas. Una de las primeras acciones que protagonizaron ios huelguistas de Río
Blanco en 1907 fue prender fuego al economato de la empresa, a lo que no tardó
en seguir el incendio de economatos parecidos en otras fábricas textiles de la zona.
En la mayoría de los países, las condiciones de trabajo, variaban mucho según
el sector, aunque a los trabajadores especializados las cosas les iban bastante me-
jor que a los demás. No obstante, pocos observadores serios, al intentar describir
las condiciones del grueso de la clase trabajadora latinoamericana a comienzos
del siglo xx, han dicho que fuesen mucho mejores que miserables. Dado~que,
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 291

en general, los sindicatos eran débiles o no existían, a la vez que el mercado de


trabajo imponía pocos límites, las más de las veces los propietarios instituían
regímenes de trabajo muy coactivos.
En la mayoría de las fábricas, predominaba un clima de autoridad arbitraria
y de insultos personales, y era frecuente que los observadores trazaran analogías
con las prisiones o con la esclavitud. Los propietarios se valían de reglamentos
internos draconianos para imponer disciplina a los trabajadores y controlar el
proceso de trabajo tan completamente como fuera posible. Estos reglamentos fi-
jaban multas elevadas y muy odiadas, incluso para las infracciones de poca im-
portancia, y a veces obligaban a pagar por cosas como, por ejemplo, usar el re-
trete. La aplicación arbitraria de multas absorbía fácilmente una parte cuantiosa
de la paga de muchos trabajadores. Varias fábricas también cobraban a sus em-
pleados la sustitución de piezas rotas o gastadas, así como la de materiales defec-
tuosos. Asimismo, las jornadas de trabajo podían ser larguísimas. En la industria
mexicana antes de 1910, oscilaban entre doce y dieciséis horas, y la semana labo-
ral era de seis días. Por otra parte, propietarios y supervisores frecuentemente
sometían a los trabajadores —en particular a mujeres y niños— a diversas for-
mas de agresión física, a veces sexual. Los trabajadores también se quejaban de
que los salarios se pagaban tarde o de forma irregular, de la manipulación arbi-
traria de las escalas de salarios y de diversas extorsiones de menor importancia
por parte de capataces y otras personas. El uso generalizado de destajos e incre-
mentos de la tasa de producción servía para mantener una alta intensidad de tra-
bajo. Como los propietarios tendían a pasar por alto las precauciones de seguri-
dad, incluso las mínimas, se producían accidentes graves con frecuencia y era
muy raro que se indemnizara a la víctima. Las enfermedades del aparato respira-
torio eran comunes en las fábricas textiles, y el riesgo de contraer una enferme-
dad laboral era también muy grande en la minería y en muchas otras industrias.
Los datos referentes a los salarios y al coste de la vida son difíciles de inter-
pretar, pero hay pocos indicios de que los niveles de vida subieran de forma gene-
ralizada antes de la primera guerra mundial. En México, los salarios mínimos
reales en la industria aumentaron brevemente a finales del decenio de 1890 y lue-
go descendieron poco a poco durante el primer decenio del siglo xx. Aunque
los salarios eran más altos en Argentina, los datos indican que el trabajador no
especializado medio recibía más o menos el mismo salario en 1914 que en 1890.
La irregularidad del empleo, no obstante, significa que las tasas salariales nos
dan una imagen incompleta del nivel de vida. Las fluctuaciones violentas del mer-
cado mundial de exportaciones latinoamericanas producían paro en gran escala,
de forma regular. El número de trabajadores de la industria del nitrato de Chile,
por ejemplo, bajó de unos 57.000 en 1918 a menos de la mitad de esa cifra en
1920. Luego, el empleo fluctuó mucho en el curso de todo el decenio siguiente,
hasta que a principios del de 1930 se produjo el derrumbamiento definitivo de
la industria del nitrato. Incluso en Argentina, donde la reemigración en los perío-
dos de crisis económica servía para transferir a España o a Italia muchos de los
que se habían quedado sin trabajo, el paro alcanzaba a veces proporciones serias.
Las cifras son esporádicas, pero se calcula que entre una cuarta y una quinta
parte de los trabajadores asalariados de Buenos Aires estuvieron parados en di-
versos momentos del período 1900-1914. Incluso en coyunturas relativamente fa-
292 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

vorables o en economías sujetas a fluctuaciones menos drásticas, la amenaza del


paro continuó siendo seria en toda América Latina. En casi todas partes, los
trabajadores se quejaban amargamente de la frecuencia de los despidos arbitra-
rios, que a menudo eran en represalia por haber ofrecido resistencia, aunque fue-
se ligera, a los abusos que se cometían en la fábrica. Es posible, no obstante,
que el elevado movimiento de trabajadores durante los períodos favorables sir-
viera en parte como medio de protesta cuando las formas colectivas parecían poco
prácticas.

E L MOVIMIENTO OBRERO ANTES DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Los primeros intentos colectivos que artesanos y otros trabajadores hicieron


para protegerse de los efectos de sus condiciones de vida y trabajo consistieron
en la fundación de mutualidades. Estas organizaciones, que a menudo ampara-
ban tanto a los propietarios de talleres como a sus empleados, aparecieron en
la mayoría de los países grandes de América Latina antes de mediados del siglo
xix. A cambio de unos pagos hechos con regularidad, las mutualidades normal-
mente trataban de proporcionar subsidios en casos de accidente, enfermedad o
defunción y, a veces, procuraban prestar algunos servicios más.
Estas instituciones llegaron a ser especialmente numerosas en la economía ar-
tesanal de México, que estaba muy desarrollada. En los decenios de 1860 y 1870,
formaron parte de un movimiento obrero cuyo-tamaño y alcance no tenían igual
en ningún otro país latinoamericano. (Durante este período, en Ciudad de México
y en varios otros centros urbanos, las divisiones entre los numerosos pequeños
propietarios-productores, por un lado, y los trabajadores asalariados, por otro,
continuaron siendo lo bastante imprecisas como para permitir la aparición de
una serie de organizaciones comunes(Xos trabajadores y sus jefes todavía eran
eapaces de unirse para defender los intereses de su ramo, y la posibilidad de que
un empleado llegara a ser propietario de un taller no parecía totalmente despro-
vista de realismo.
El movimiento que nació en este ambiente en México representaba esencial-
mente los intereses de los artesanos independientes y de los pequeños empresa-
rios. Detrás de las ideas políticas de signo igualitario y liberal del movimiento,
así como de sus estrategias, había generalmente cierta intención de unir a los
productores directos con los medios de producción.) Anarquistas de diversos ti-
pos, tales como el maestro de escuela Plotino Rhodakanaty, que era griego de
nacimiento, y su círculo, también ejercieron una influencia considerable en cier-
tos períodos. En particular, los anarquistas atacaban continuamente toda forma
de colaboración con el Estado. Sin embargo, en el sistema político de la república
restaurada (1867-1876) y los primeros años del régimen de Díaz, el apoyo de los
artesanos y sus seguidores pasó a tener bastante valor para diversas figuras políti-
cas. Las ventajas de tal colaboración atrajeron a una parte importante del movi-
miento, a pesar de la oposición de los anarquistas y otros.
El llamado Gran Círculo de Obreros empezó a funcionar en 1870 en México
a modo de coordinadora nacional de las diversas organizaciones que existían,
que en su mayor parte eran mutualidades. Publicaba un periódico, El Socialista,
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 293

y en 1875 ya tenía veintiocho filiales en la capital y varios estados. Al principio,


los anarquistas dominaban el Gran Círculo, pero fueron vencidos antes de 1872,
y la organización empezó a recibir una subvención del gobierno. Disputas en tor-
no a la participación en las elecciones y divergencias entre varias facciones políti-
cas acabaron dividiendo y debilitando al Gran Círculo, que cesó virtualmente
de funcionar antes de concluir el decenio. La organización consiguió celebrar un
congreso nacional de trabajadores en 1876 y, en un segundo congreso, celebrado
en 1879, se formó una organización sucesora que terminó convirtiéndose en un
instrumento del régimen de Díaz.
Las huelgas, cuyo número aumentó durante el decenio de 1870, dividieron
más el movimiento. Hay constancia de un mínimo de veintiuna interrupciones
del trabajo en México entre 1872 y 1880, varias de ellas encabezadas por ciertas
mutualidades que se componían principalmente de trabajadores asalariados y que
empezaban a hacerse cargo, al menos esporádicamente, de algunas de las tareas
que en un período posterior corresponderían a los sindicatos. En varias de estas
disputas, el Gran Círculo procuró hacer de mediador entre los huelguistas y sus
patronos. Esta postura reflejaba la contradicción esencial de un movimiento que
intentaba unir a trabajadores asalariados y artesanos independientes. Como mu-
chos de estos últimos eran patronos, veían con comprensible inquietud la propa-
gación de la huelga como táctica.
A medida que México fue integrándose de forma creciente en la economía
mundial durante el decenio de 1880, el primer movimiento obrero se desintegró
porque ya no podía conciliar los intereses contradictorios de los pequeños propie-
tarios y los trabajadores asalariados.-Era frecuente que los artesanos que logra-
ban sobrevivir al avance del capitalismo llegasen a un modus vivendi con el régi-
men de Díaz, que, en todo caso, apenas necesitaba ya la participación política
de grupos subalternos. La dictadura dirigió entonces sus poderosos medios de
represión contra los trabajadores asalariados, que se encontraban relativamente
aislados, con efectos devastadores. A pesar de los logros considerables del prime!
movimiento obrero, su crecimientÓ"se concretó a determinado momento de tran-
sición en la economía y el sistema político de México; dejó pocos herederos directos.
En otras partes de América Latina a mediados del siglo xix, los artesanos
independientes y los trabajadores asalariados eran mucho menos numerosos que
en México y, durante algún tiempo, las mutualidades siguieron siendo casi la úni-
ca forma de organización obrera JA veces, los mutualistas las utilizaban para
montar huelgas, como ya hicieron los cajistas de Río de Janeiro en 1858. No
obstante/la clara aparición de organizaciones cuyas funciones iban más allá de
las estrictamente propias de las mutualidades, y que en aquel período solían de-
nominarse «sociedades de resistencia», data, en la mayoría de los países, de su
creciente incorporación en la economía mundial y del crecimiento del trabajo asa-
lariado en el decenio de 1880 o incluso después. (Vale la pena recordar que en
Brasil la esclavitud no fue abolida hasta 1J8J£8.) En otras partes, las organizacio-
nes nacionales y los congresos de trabajadores comparables con los que durante
un tiempo aparecieron en México en el decenio de 1870 son, en general, un fenó-
meno del siglo xx.
La mayoría de las variantes de socialismo utópico encontró partidarios en
alguna parte de América Latina a partir del decenio de 1840, a la vez que segui-
294 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

dores europeos de Fourier u otros fundaron varias colonias experimentales. Pare-


ce ser, no obstante, que las corrientes de esta clase ejercieron poca influencia
entre los artesanos y trabajadores de lo que, en todo caso, generalmente era toda-
vía una clase trabajadora muy reducida.
Militantes de diversos países, entre ellos México, Chile y Brasil, se pusieron
en comunicación, a veces de forma bastante fugaz, con la Primera Internacional.
En Argentina y Uruguay, sin embargo, organizaciones afiliadas a ella empezaron
a actuar antes del decenio de 1870. Communards refugiados en Buenos Aires
ayudaron a fundar una sección francesa de la Internacional en 1872, a la que
poco después se unieron las secciones italiana y española. En 1873 los grupos
contaban en total unos 250 miembros, pero no tardaron en escindirse en faccio-
nes divergentes de signo marxista y bakuninista. Las organizaciones padecieron
cierta persecución y, al parecer, ya habían desaparecido a comienzos del decenio
de 1880.
Los movimientos obreros que empezaron a surgir en varios países latinoame-
ricanos hacia finales del siglo xix se inspiraban claramente en las experiencias
de los trabajadores de otras partes del mundo. La incorporación de conocimien-
tos y doctrinas del extranjero, modificadas y ampliadas por la práctica en Améri-
ca Latina, fue, sin embargo, un proceso complejo y variado que dio origen a
la formación de varios agrupamientos políticos diferentes.
Los anarquistas ejercían, como mínimo, cierta influencia en casi todos los
países latinoamericanos, aunque diferían mucho entre ellos mismos en cuestiones
de estrategia y tácticas. Muchos anarquistas, por ejemplo, seguían mostrándose
muy escépticos en relación con la eficacia de los sindicatos, que ellos considera-
ban inherentemente reformistas. En lugar de sindicatos, estos anarquistas traba-
jaban por medio de reducidos grupos afines para convencer a los trabajadores
y otras personas de la necesidad de una revolución que destruyese el Estado y
diera paso a una sociedad nueva, cuyos rasgos generales provocaban algunas dis-
putas. Otros anarquistas, si bien compartían las dudas referentes al potencial re-
volucionario de los sindicatos, se afiliaban a ellos de todos modos, arguyendo
que eran un lugar útil para hacer propaganda y que, a veces, era posible influir
en las luchas sindicales para que tomaran direcciones revolucionarias.
La corriente que se conoce grosso modo por el nombre de anarcosindicalismo
desempeñó un papel todavía más importante en la mayor parte de América Lati-
na. Esta doctrina empezó a propagarse ampliamente por diversas partes del mun-
do a finales del siglo xix, a modo de reacción ante lo que, a juicio de sus adep-
tos, era el carácter cada vez más reformista de los movimientos socialistas, así
como ante la ineficacia de anteriores métodos anarquistas. Aunque es evidente
que la utopía de los pequeños productores, que ocupa un lugar prominente en
gran parte del pensamiento anarquista, atraía a muchos artesanos independientes
y grupos sociales parecidos, el anarcosindicalismo representaba una adaptación
de ciertos principios anarquistas a las condiciones del capitalismo industrial. Fue-
ran cuales fuesen sus debilidades estratégicas —y resultaron ser inmensas—, en
América Latina el anarcosindicalismo era fundamentalmente una doctrina tanto
proletaria como revolucionaria.
Aunque las diferentes organizaciones variaban mucho en la adaptación e in-
corporación de los dogmas anarcosindicalistas, el concepto de la acción directa
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 295

ocupaba generalmente un lugar central. Al hablar de acción directa, los militan-


tes se referían a que los trabajadores debían recurrir a huelgas, sabotajes, boicots
y armas similares con preferencia a valerse de las instituciones del Estado bur-
gués, entre las cuales incluían a todos los partidos políticos^Lós anarcosindicalis-
tas afirmaban, por ejemplo, que la participación de los trabajadores en las elec-
ciones no hacía más que fortalecer el orden capitalista. Insistían en que su objetivo
era destruir el Estado, en vez de hacerse con el control del mismo. A este efecto
hacían hincapié en el sindicato, que para ellos era tanto el principal instrumento
para la lucha presente como el núcleo de una sociedad nueva.
Entre los anarcosindicalistas había grandes divergencias relativas a varios as-
pectos de la forma de organización sindical. Por ejemplo, muchos defendían lo
que, de hecho, eran sindicatos que se limitaban a minorías de militantes y critica-
ban a otros que pretendían alistar al mayor número de trabajadores posible en
determinada categoría, prescindiendo de su conciencia o convicciones* De modo
un tanto parecido, muchos anarcosindicalistas prevenían contra los peligros que
comportaba crear estructuras sindicales que podían debilitar a la militancia revo-
lucionaría. En su lugar, intentaban crear organizaciones que prescindiesen de lo
que, a su modo de ver, eran rasgos burocráticos y potencialmente reformistas
como, por ejemplo, funcionarios retribuidos, personal permanente y fondos para
huelgas. En teoría, muchos anarcosindicalistas tendían a ser favorables a la orga-
nización de sindicatos de base industrial en vez de artesanal (esta última modali-
dad solía gozar de la preferencia de los anarquistas). Tales sindicatos se unirían
en federaciones locales con el fin de contrarrestar las tendencias corporativistas
y coordinar las acciones que se llevaran a cabo en una zona geográfica dada.
Estas federaciones formarían luego parte de organizaciones provinciales y nacio-
nales. En la práctica, la represión y las divisiones internas siguieron siendo tan
severas en la mayor parte de América Latina que las organizaciones anarcosindi-
calistas más bien híbridas que consiguieron sobrevivir, generalmente, se corres-
pondían con estos principios sólo en parte.
Los anarcosindicalistas esperaban destruir el orden existente mediante una huel-
ga general revolucionaria. En algunas formulaciones, esta huelga cobraba la for-
ma de un levantamiento armado de las masas, aunque en otras se presentaba
como un fenómeno relativamente pacífico, tan extendido que era invulnerable
a la represión del Estado. Sin embargo, las huelgas en pos de objetivos económi-
cos limitados planteaban una cuestión estratégica de cierta complejidad. Aunque
los anarcosindicalistas solían insistir en que tales luchas no podían conseguir me-
joras económicas significativas para los trabajadores, en la práctica tendían a
apoyar las huelgas de este tipo en nombre de la «gimnasia revolucionaria». Ar-
güían que, si bien cualquier ganancia económica se perdería pronto, en el curso
de estas luchas los trabajadores llegarían a comprender su poder y su espíritu
de solidaridad y militancia se desarrollaría.
Si bien gran número de sindicatos, así como varias federaciones nacionales,
defendían posturas anarquistas o anarcosindicalistas, sigue siendo difícil valorar
la influencia real de tales doctrinas. A menudo, podía haber una distancia consi-
derable entre las declaraciones programáticas, que usaban los conceptos y el len-
guaje que eran comunes a los revolucionarios en gran parte del mundo antes de
1917, y la práctica real de los trabajadores. Es obvio que los militantes recono-
296 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

cían que la pertenencia a un sindicato partidario de la acción directa no significa-


ba necesariamente que los trabajadores pensaran poner en práctica la teoría anar-
cosindicalista al pie de la letra. Además, los trabajadores sindicados representa-
ban un porcentaje bastante reducido de la clase obrera en toda América Latina.
La historia del movimiento obrero durante este período en la mayoría de los
países nos da ejemplos frecuentes de sindicatos aparentemente anarcosindicalis-
tas tratando directamente con el Estado, por ejemplo, o de huelgas que pedían
la intervención estatal. Por otro lado, también abundan los casos de actuación
ejemplar por parte de los anarcosindicalistas, los cuales en algunas huelgas gene-
rales, así como en otras ocasiones, claramente movilizaron a partes importantes
de la clase trabajadora. Además, las numerosas actividades editoriales de los anar-
quistas y los anarcosindicalistas, que incluían la publicación de periódicos dia-
rios, así como sus extensos programas culturales, no hubieran podido sostenerse
en aquellas circunstancias sin contar con amplio apoyo de la clase trabajadora.
Aunque puede que las complejidades de la doctrina anarcosindicalista no tuvie-
ran mucho sentido para gran número de trabajadores, es casi seguro que varios
elementos de su teoría y de su estilo expresaban aspectos importantes de la con-
ciencia de la clase obrera e influían significativamente en la práctica.
El anarcosindicalismo no representaba en modo alguno la única tendencia que
existía en el movimiento obrero de los primeros tiempos, y en algunos casos los
aspectos revolucionarios y anarquistas de la doctrina quedaban muy diluidos. Don-
de con mayor claridad apareció una corriente sindicalista distinta fue en Argenti-
na, aunque cabía encontrar movimientos similares en Río de Janeiro y otras par-
tes. Si bien influían en ellos algunos elementos del anarcosindicalismo, en particular
su ethos obrerista y la primacía que daba al sindicato, los sindicalistas dedicaban
gran atención y muchas energías a obtener ganancias económicas inmediatas. Aun-
que no abandonaban necesaria y explícitamente el concepto de la huelga general
revolucionaria, en la práctica los sindicalistas tendían a concentrarse en mejorar
las cosas poco a poco. Asimismo, se mostraban muy dispuestos a negociar, e
incluso colaborar, con el Estado cuando opinaban que esa táctica favorecería
1
sus intereses.
Con algunas excepciones, el socialismo avanzó relativamente poco en Améri-
ca Latina. El tamaño y la composición de las clases trabajadoras, así como la
naturaleza del Estado, hacían que la mayoría de los países fuese un terreno deci-
didamente poco prometedor para las estrategias socialdemócratas basadas en la
participación electoral de los trabajadores. El partido argentino, con mucho el
más significativo, desde su fundación en 1896 siguió una política de reformismo
parlamentario muy moderado, y sus vínculos con los sindicatos se volvieron muy
tenues después de los primeros años del partido. A raíz de los cambios que en
1912 se hicieron en los procedimientos electorales argentinos, el partido gozó de
cierto éxito en las elecciones, aunque su influencia en el grueso.de la clase traba-
jadora continuó estando muy lejos de ser decisiva. El Partido Obrero Socialista
(POS) chileno, fundado en 1912 por el veterano militante Luis Emilio Recaba-
rren adoptó una postura menos reformista. El POS obtuvo el apoyo de una parte
significativa de la clase trabajadora, sobre todo en el norte, aunque sus éxitos
electorales fueron siempre de poca importancia. Los socialistas chilenos también
interpretaron un papel decisivo en el desplazamiento de la FOCH, una de las
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 297

principales federaciones obreras del país, en una dirección anticapitalista a partir


de 1919.
Algunos sindicatos de varios países también afirmaban ser independientes de
toda doctrina política. Los llamados «sindicatos amarillos» por sus enemigos eran
francamente conservadores en la práctica y, con frecuencia, funcionaban bajo
los auspicios de la Iglesia o de las compañías. Especialmente después de la publi-
cación de la Rerum Novarum en 1891, la Iglesia católica se esforzó mucho por
contrarrestar el crecimiento de los movimientos revolucionarios o incluso refor-
mistas entre los trabajadores. Sin embargo, la influencia real de esta política,
así como las corrientes conservadoras en general dentro de la clase trabajadora,
sigue sin estar clara.
Los trabajadores que organizaban las sociedades de resistencia que comenza-
ron a aparecer en las postrimerías del siglo xix eran, en general, artesanos espe-
cializados. La sindicación de sus ramos respectivos y, pronto, de los sectores me-
nos especializados tendía a seguir un curso irregular, jalonado de períodos de
actividad frenética, que generalmente coincidían con momentos favorables del
ciclo económico. Durante las fases de expansión de la economía, cuando el paro
era relativamente escaso, con frecuenciaToslrabajadores conseguían formar sin-
dicatos y organizar huelgas para pedir mejoras materiales. Luego, cuando se pro-
ducía un descenso, que frecuentemente iba unido a los efectos de la severa repre-
sión contra éTmoyirjuenío obrero, se perdían "muchas de las ventajas económicas
y desorganización que antes se lograran. No obstante, creció la experiencia colec-
tiva, se crearon más metas y tácticas y las sucesivas oleadas de organización ten-
dieron a propagarse a otros campos y otras categorías de trabajadores. iEn 1920
ya eran pocos los sectores urbanos de los países principales que no habían sido
afectados por todo ello.
La forma de organización de la clase trabajadora que predominaba en la ma-
yoría de los países continuó siendo el sindicato profesional local, aunque con
el paso del tiempo se hizo más frecuente la aparición de sindicatos industriales.
No obstante, pocas organizaciones de uno u otro tipo lograron reclutar a más
que un pequeño porcentaje de los trabajadores en términos nacionales de una
categoría dada, y en la mayor parte de América Latina tanto el mercado de tra-
bajo como la política del Estado hacían que los sindicatos continuasen siendo
bastante frágiles. El número de afiliados fluctuaba mucho y las organizaciones
aparecían y desaparecían con cierta frecuencia. En varios países, sin embargo,
especialmente en Argentina, resultó posible mantener importantes federaciones
sindicales de carácter nacional, provincial y local. Asimismo, la capacidad sindi-
cal de movilizar a los trabajadores, a menudo, iba mucho más allá de los contin-
gentes relativamente reducidos de afiliados que pagaban su cuota.
Los intentos de fundar formas de organización que no fueran sindicatos tu-¡
vieron menor fortuna. En Sao Paulo, las ligas de barrio compuestas por trabaja-
dores de todos los ramos registraron un desarrollo significativo en 1917 y 1919,
pero desaparecieron en gran parte a causa de la represión intensa dirigida contra
la clase trabajadora a raíz de las huelgas generales de aquellos años. Con la ex-
cepción parcial de Argentina y Uruguay, el papel de los partidos políticos en el
movimiento obrero fue poco importante hasta después de 1917.
Las huelgas resultaron ser el arma más eficaz de que disponían los trabajado-
298 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

, res para atacar a los patronos y al Estado. Los primeros movimientos huelguísti-
cos, en particular, tendían a ser más bien defensivos en sus exigencias, toda vez
que lo que pretendían los trabajadores era impedir las reducciones salariales o
los incrementos del horario laboral^, A veces, en estos movimientos se incluían
también protestas contra normas laborales concretas, contra el pago irregular,
los abusos de los capataces, y cosas por el estilo. Estas primeras huelgas, que
característicamente se limitaban a un número relativamente pequeño de trabaja-
dores, con frecuencia estallaban de forma espontánea y en circunstancias más
bien desfavorables. Aunque las de carácter defensivo nunca desaparecieron, en
años posteriores las huelgas tendieron a ser más amplias y a estar mejor organiza-
das. Cada vez eran más las exigencias relacionadas con las reducciones de hora-
rios, los aumentos de los salarios reales y el reconocimiento de los sindicatos.
También se hicieron más frecuentes las huelgas de solidaridad con otros trabaja-
dores en la mayoría de los países.
Incluso las exigencias aparentemente moderadas de los huelguistas solían pro-
vocar una represión extramadamente dura y violenta; el despido en masa de huel-
guistas también pasó a ser un procedimiento casi habitual en algunos países. En
tales circunstancias, hasta los movimientos obreros más fuertes tropezaban con
dificultades enormes para triunfar realmente en las huelgas. Las estadísticas al
respecto son escasas, pero los trabajadores de Buenos Aires, por ejemplo, duran-
te el período 1907-1913, obtuvieron la victoria, según dicen, en el 30 por 100
de 1.081 huelgas y consiguieron ganancias parciales en otro 10 por 100.
Huelgas generales en una ciudad o en una región estallaron en diversas oca-
siones y paralizaron Buenos Aires, Río de Janeiro, Sao Paulo, y varias ciudades
más, durante períodos considerables ya en el primer decenio del siglo xx. Algu-
nas de las huelgas generales habían sido planeadas como tales, aunque muchas
tuvieron lugar más o menos espontáneamente al desbordar a los huelguistas que
las habían empezado y servir, con frecuencia, para protestar contra actos de re-
presión o aprovechar condiciones que parecían favorables para obtener unas ga-
nancias más generalizadas. Si bien las huelgas generales del período movilizaron
a un número inmenso de personas, los resultados tangibles resultaban casi siem-
pre muy pequeños o efímeros.
Además de las huelgas, los trabajadores también recurrían al boicot, al traba-
I jo lento y, de vez en cuando, al sabotaje. Los movimientos de consumidores mo-
vilizaban a grandes sectores de la población, inclusive a elementos de la clase
media en algunas ocasiones. Las campañas cuyo objetivo era el descenso del cos-
te de la vida obtenían pocos éxitos concretos; una de ellas, la de Santiago de
Chile en 1905, provocó una tremenda matanza de manifestantes. En varios países
la táctica consistente en negarse a pagar el alquiler proporcionó algunas ganan-
cias temporales. Más de 100.000 personas secundaron el mayor de los movimien-
tos de esta clase, el que hubo en Buenos Aires en el año 1907, aunque la represión
y la escasez de viviendas hizo que los alquileres volvieran a subir vertiginosamen-
te poco después.
Las historias nacionales específicas presentan variaciones considerables en el
empleo y los resultados de diferentes tácticas y formas de organización durante
los últimos dos decenios del siglo xix y, de modo más especial, el primero del
xx. Los movimientos obreros de Argentina, Chile, Brasil y México merecen tra-
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 299

tarse por separado. En América Central y gran parte del norte de América del
Sur, los movimientos de la clase trabajadora fueron generalmente débiles y frag-
mentarios antes de la primera guerra mundial.
El movimiento obrero más fuerte apareció en Argentina, donde la primera
gran oleada de actividad tuvo lugar a finales del decenio de 1880. La expansión
económica y el descenso de los salarios reales durante el citado decenio contribu-
yeron a provocar diversas huelgas (un mínimo de quince en 1889), así como la
formación de varios sindicatos. Los anarquistas desempeñaban un papel activo
en varias de las nuevas organizaciones. De hecho, el anarquista italiano Errico
Malatesta, que estuvo exiliado en Argentina entre 1885 y 1889, redactó los estatu-
tos para los trabajadores del ramo del pan y para otros sindicatos bonaerenses.
Los socialistas ejercieron una influencia significativa en el movimiento obrero
durante este período y también aparecieron otras corrientes. La Fraternidad, por
ejemplo, fundada por los maquinistas y fogoneros de tren en 1887, procuró des-
de el principio concentrarse en obtener mejoras económicas inmediatas para sus
afiliados. Bajo la influencia del ejemplo de los sindicatos de ferroviarios nortea-
mericanos, durante las décadas siguientes el sindicato demostró ser un elemento
poderoso y militante, aunque muy poco revolucionario, del movimiento obrero
argentino. Estas divisiones doctrinales entre los trabajadores contribuyeron al fra-
caso de dos intentos de formar una confederación de sindicatos en las postrime-
rías del decenio de 1880, y la grave crisis económica que padeció Argentina en
1890 provocó el derrumbamiento de muchos de los sindicatos que se habían for-
mado poco antes. No obstante, se produjo cierta recuperación a mediados del
decenio de 1890 y en 1896 funcionaban en Buenos Aires un mínimo de 26 sindica-
tos. También se reanudaron las huelgas en gran escala.
Durante el primer decenio del siglo xx hubo una explosión extraordinaria de
actividad obrera en Argentina. No sólo se sindicaron muchos sectores por prime-
ra vez, sino que las huelgas se hicieron más frecuentes e importantes. Según ci-
fras del gobierno, por ejemplo, en 1907 hubo 231 paros laborales en la ciudad
de Buenos Aires con la participación de unos 75.000 huelguistas. Para responder
a la actividad obrera, el gobierno decretó el estado de sitio en cuatro ocasiones
entre 1902 y 1910, además de dictar dos importantes medidas represivas: la ley
de residencia (1902) y la ley de defensa social (1910).
A pesar de la severa represión ejercida por el Estado y de las graves divisiones
en el seno del movimiento obrero, los trabajadores llevaron a cabo una notable
serie de huelgas generales en Buenos Aires, Rosario y otras ciudades. Algunas
de ellas, tales como la huelga general de 1902 en la capital, empezaron en forma
de disputas limitadas en torno a las condiciones de trabajo, pero pronto rebasa-
ron el grupo inicial de huelguistas y paralizaron ciudades enteras. Tanto en 1904
como en 1907 los trabajadores bonaerenses protagonizaron huelgas generales de
solidaridad con sus colegas de Rosario. En 1909, para protestar contra la matan-
za de manifestantes perpetrada por la policía durante una celebración del Prime-
ro de Mayo, los trabajadores convocaron un impresionante paro laboral que duró
una semana en Buenos Aires y que arrancó varias concesiones del gobierno. La
última de las huelgas generales antes de la guerra tuvo lugar en 1910 durante
los festejos del centenario de la independencia argentina y fue objeto de una re-
presión especialmente severa.
300 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Después de que durante el decenio de 1890 se hicieran varios intentos infruc-


tuosos de formar una confederación obrera nacional, finalmente, en 1901, nació
la Federación Obrera Argentina (FOA), que representaba a unos 27 sindicatos
"de la capital y el interior!íNo obstante, las diferencias entre militantes por cues-
tiones de estrategia y táctica de la nueva organización resultaron insuperables.
Los socialistas y muchos otros afiliados no anarquistas abandonaron la FOA en
1902 y formaron una organización independiente de ella, la Unión General del
Trabajo (UGT) durante el año siguiente. Según se dice, en ^1903 la FOA represen-
taba a unos 33.000 afiliados y la UGT, a 7.400.
Mientras la FOA (que en 1904 pasó a denominarse Federación Obrera Regio-
nal Argentina o FORA) caía progresivamente bajo la influencia anarquista, en
el seno de la UGT comenzó a aparecer una clara corriente sindicalista. Los sindi-
calistas, que estaban descontentos tanto con la moderación de los socialistas como
con lo que ellos consideraban la ineficacia de los métodos anarquistas, formaron
una nueva organización, la Confederación Obrera Regional Argentina (CORA)
en 1909. Los sindicalistas adquirieron una fuerza especial entre los obreros por-
tuarios y de otros sectores clave de la economía de exportación y llegaron a tener
mucha influencia porque su política de huelgas radicales, aunque limitadas en
pos de ganancias económicas inmediatas, obtuvo cierto éxito.
Tras el fracaso de varios intentos de fusión, la FORA y la CORA consiguie-
ron unirse en 1914. Sin embargo, en el noveno congreso de la FORA, celebrado
durante el año siguiente, los sindicalistas se apoderaron de la recién unificada
organización. Entonces, los anarquistas se retiraron y formaron lo que daría en
denominarse la FORA V, que se adhirió a las declaraciones anarquistas del quin-
to congreso de la FORA, celebrado en 1905. La organización sindicalista era lla-
mada FORA IX porque tuvo sus orígenes en el noveno congreso, celebrado en
1915. Los sindicalistas continuaron ganando adeptos y durante el gobierno de
Yrigoyen (1916-1922) empezaron a colaborar un poco con el Estado, de forma
tácita/En la práctica, esto significaba que el gobierno, a cambio del apoyo al
Partido Radical en las elecciones, se abstendría de hacer que la policía intervinie-
se en las huelgas, bajo ciertas condiciones, y, de vez en cuando, mediaría en las
disputas laborales. En 1918, la FORA IX ya afirmaba tener 80.000 afiliados en
Buenos Aires, lo cual representaría entre una cuarta y una quinta parte de los
trabajadores de la ciudad.
Aunque las divisiones internas, sobre todo entre anarquistas y sindicalistas,
lo debilitaron, el movimiento obrero argentino siguió siendo, con mucho, el más
fuerte de América Latina y ejerció una influencia considerable en los movimien-
tos de Uruguay, Chile, Perú y otras partes. No sólo circulaba muy lejos de Ar-
gentina el diario anarquista bonaerense La Protesta, así como otras publicacio-
nes, sino que el ejemplo de la FORA sirvió de punto de referencia, durante los
primeros años del siglo, para los militantes de todo el continente.
Una fase notable de la expansión del movimiento obrero tuvo lugar en Chile
durante los primeros años del siglo xx. Aparecieron sociedades de resistencia en
varios ramos en Santiago y Valparaíso, así como entre los trabajadores portua-
rios. El éxito relativo de las tácticas de acción directa en la huelga marítima que
hubo en Valparaíso en 1903, a pesar de una extraordinaria represión que causó
unos cien muertos, sirvió para reforzar la influencia, ya considerable, que los
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 301

anarquistas y los anarcosindicalistas tenían en los nuevos sindicatos. La expansión


alcanzó su apogeo entre 1905 y 1907, al aparecer gran número de nuevas sociedades
de resistencia y tener lugar un mínimo de 65 huelgas en Santiago y Valparaíso.
En las zonas mineras del norte de Chile, donde la estructura de clases parecía
especialmente transparente, durante el mismo período surgió una forma distinti-
va de organización: las mancomúnales. Estas asociaciones, que eran una combi-
nación de mutualidad y sindicato, se formaron sobre una base territorial en vez
de profesional. Las mancomúnales, compuestas principalmente de mineros del
nitrato y trabajadores del ramo de transportes, unían a obreros especializados
y no especializados en unas organizaciones que resultaron ser muy cohesivas y
militantes. No obstante, debido a los efectos de la fuerte represión y de una seria
crisis económica, tanto las sociedades de resistencia como las mancomúnales vir-
tualmente dejaron de funcionar en Chile después de 1907 y no volvieron a dar
señales de vida hasta finalizar la primera guerra mundial.
En Brasil, aunque anteriormente se habían registrado algunas huelgas, así como
cierta actividad sindical, durante el decenio de 1890 el movimiento obrero empe-
zó a crecer en una escala mucho mayor. En Río de Janeiro un estallido de frenéti-
ca actividad obrera a principios de siglo culminó con una huelga general de toda
la ciudad en 1903, la primera que hubo en el país. Este movimiento había comen-
zado como un paro laboral de los trabajadores de la industria textil, que pedían
un incremento salarial y la reducción de la jornada de trabajo, pero luego se
extendió a otros ramos. Los huelguistas, que eran unos 40.000 en el momento
culminante del movimiento, paralizaron virtualmente la ciudad durante veinte
días y acabaron obteniendo algunas de las mejoras que pedían.
La primera huelga general de Sao Paulo empezó en 1906, cuando los emplea-
dos del ferrocarril paulista dejaron de trabajar, principalmente a causa de lo que
ellos consideraban abusos de la dirección. Pronto se les unieron los trabajadores
de otros sectores, en parte para protestar contra la represión, y al final el Estado
sofocó la huelga con notable brutalidad. En 1907 trabajadores especializados de
varios ramos de Sao Paulo aprovecharon la expansión de la economía para orga-
nizar una huelga general que tuvo éxito y que dio a muchos de ellos la jornada
de ocho horas. Sin embargo, durante el siguiente descenso económico, los pro-
pietarios pudieron incrementar la jornada laboral otra vez, y la mayoría de los
sindicatos recién formados desaparecieron. El movimiento obrero brasileño, a,
pesar de cierto renacimiento entre 1912y 1913, no volvió a registrar una expan-l
sión significativa hasta 1917.
De todas formas, los trabajadores habían hecho algunos avances en lo que
se refiere a la organización, unos avances que distaban mucho de ser insignifican-
tes. El primer congreso de trabajadores brasileños se reunió en 1906, y en él estu-
vieron representadas 28 organizaciones de varias partes del país. Las resoluciones
fueron de signo anarcosindicalista y los delegados votaron a favor de formar una
organización nacional, la Confederacao Operaría Brasileira (COB), que empezó
a funcionar en 1908. La COB facilitaba el intercambio de información a escala
nacional y coordinaba las actividades hasta cierto punto, aunque su existencia
fue siempre bastante precaria. En un segundo congreso de trabajadores, celebra-
do en 1913, al que asistieron representantes de 59 organizaciones, los delegados
reafirmaron las posturas anarcosindicalistas del anterior congreso.
302 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

En México, a pesar de la severa represión que el régimen de Díaz dirigió con-


tra las clases trabajadoras, hubo un mínimo de 250 huelgas entre 1876 y 1910.
Algunos tipos de organización obrera consiguieron existir, sobre todo entre los
trabajadores ferroviarios, pero el gobierno reprimió generalmente a las que da-
ban muestras de una militancia significativa o, incluso, a las que iban mucho
más allá de las funciones mutualistas. La violencia del Estado era mitigada a
veces por gestos paternalistas e intentos de cooptación, así como por el arbitraje
especial del régimen en algunas disputas.
Sin embargo, el gobierno Díaz sabía ser implacable al atacar a sus enemigos
y emprendió una campaña de represión especialmente inflexible contra los mili-
tantes asociados con Ricardo Flores Magón. Este grupo, que comenzó a publicar
el periódico Regeneración en 1900 y acabó formando el Partido Liberal Mexica-
no (PLM), sufrió tal persecución, que la mayoría de sus líderes terminaron exi-
liándose en los Estados Unidos. Aunque las detenciones y el acoso continuaron
allí, los exiliados lograron ponerse en comunicación con varios grupos de la clase
trabajadora en México. En el PLM tenía cabida una amplia variedad de adversa-
rios de Díaz, y su programa oficial de 1906 era bastante liberal y reformista.
Ricardo Flores Magón y algunos de sus colegas, empero, estaban muy influencia-
dos por las teorías y la práctica anarquistas, aunque ello no se notó claramente
en sus escritos y actos hasta después de 1910.
Aunque se sigue discutiendo sobre cuál fue la influencia real del PLM entre
los trabajadores mexicanos, militantes vinculados a la organización desempeña-
ron papeles importantes en los dos conflictos laborales más significativos de las
postrimerías del período de Díaz. El primero de ellos estalló en una gran mina
de cobre de propiedad norteamericana en Cananea, en el estado de Sonora. Los
trabajadores mexicanos de la mina estaban muy molestos porque eran objeto de
varias formas de discriminación, especialmente en el terreno salarial, ya que les
pagaban mucho menos que a los extranjeros. En 1906, influenciados hasta cierto
punto por organizadores del PLM, los trabajadores se declararon en huelga para
pedir un aumento salarial y la reducción de la jornada de trabajo. Al rechazar
la compañía sus exigencia, estalló la violencia y, por lo menos, dieciocho mexica-
nos murieron y muchos otros resultaron heridos. Con el fin de controlar la situa-
ción, la compañía utilizó a unos 275 hombres armados procedentes de Arizona,
en el otro lado de la frontera. La huelga de Cananea se convirtió en un importan-
te asunto público, y la muerte de mexicanos a manos de extranjeros sirvió para
desacreditar al régimen, incluso entre algunos de sus partidarios conservadores.
Más adelante, en aquel mismo año, los trabajadores de la industria textil de
Puebla fueron a la huelga contra la imposición de nuevas y severas normas labo-
rales en las fábricas. Al final, la huelga provocó un cierre patronal a escala nacio-
nal, y el propio Díaz tuvo que arbitrar en la disputa. Muchos trabajadores, no
obstante, rechazaron el resultado del arbitraje y algunos organizaron una revuel-
ta virtual en la fábrica textil de Río Blanco, cerca de Orizaba, el 7 de enero de
1907. Organizadores que simpatizaban con el PLM habían actuado en la región
de Orizaba durante el año anterior, aunque en el momento de la rebelión la ma-
yoría de ellos ya habían sido encarcelados u obligados a abandonar la región.
El régimen, como hemos visto, sofocó la insurrección de Río Blanco con gran
violencia.
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 303

Los acontecimientos de Río Blanco sacudieron el gobierno Díaz de varias for-


mas. La fábrica, al igual que gran parte de la industria textil moderna, era de
propiedad francesa, y una vez más el régimen había perpetrado una matanza de
mexicanos para proteger intereses extranjeros. Asimismo, cada vez eran menos
creíbles los intentos que sin gran entusiasmo hacía el gobierno con el fin de res-
ponder a la creciente militancia de los trabajadores apoyando a dóciles líderes
sindicales. Aunque después del período 1906-1907, el régimen logró en gran parte
aislar a los elementos más militantes del PLM de la clase trabajadora incremen-
tando la persecución, la agitación laboral en gran escala continuó hasta la caída
de Díaz en 1911. Si bien los trabajadores industriales como grupo no desempeña-
ron un papel decisivo en el derrocamiento de Díaz, su desafección contribuyó
a aumentar las debilidades de un régimen que ya estaba bien surtido de ellas.

MÉXICO Y LOS ORÍGENES DEL SINDICALISMO CONTROLADO POR EL ESTADO

La historia del movimiento obrero mexicano entre 1910 y 1930 difiere en cier-
tos sentidos de la de otros movimientos latinoamericanos. Durante la larga gue-
rra civil que estalló en México en 1910, los trabajadores urbanos se convirtieron
en una fuerza política de considerable importancia. Aunque distaba mucho de
estar unificado, el movimiento obrero era a la vez un aliado potencial para las
facciones opuestas y una amenaza para los que trataban de aferrarse al poder.
El resultado final —un movimiento obrero muy ligado al aparato del Estado—
anunciaba las formas de organización que a partir de 1930 se encontrarían en
varios países latinoamericanos.
Durante el efímero gobierno de Francisco Madero, que sustituyó a Díaz en
1911, continuó la persecución del PLM y otros grupos, pero también tuvo lugar
una extensa labor de organización de sindicatos y de actividad huelguística. En
1912, trabajadores de Ciudad de México fundaron la Casa del Obrero Mundial
como centro para las actividades del movimiento obrero en la capital. El apoyo
a la Casa procedía principalmente de los artesanos, los trabajadores especializa-
dos y los de servicios; los vínculos con los trabajadores industriales continuaron
siendo mucho más débiles. En la Casa había representantes de distintas corrien-
tes, aunque parece ser que la influencia anarquista y anarcosindicalista estaba
generalizada, sobre todo durante los primeros años de la organización.
La Casa, así como la clase trabajadora de Ciudad de México en general, su-
frió mucho a causa de las vicisitudes de la lucha militar. Muchos militantes aca-
barían abandonando su anterior oposición a participar en política y, en febrero
de 1915, la Casa aceptó un pacto con la facción constitucionalista encabezada
por Venustiano Carranza y Alvaro Obregón. De acuerdo con las condiciones del
pacto, la Casa proporcionó varios contingentes de soldados, los llamados «bata-
llones rojos», para que se utilizaran contra los ejércitos campesinos de Zapata
y Villa. A cambio de ello, los constitucionalistas permitieron a miembros de la
Casa organizar sindicatos en las partes de México que estuvieran bajo su control
y prometieron no sólo medidas para mejorar las condiciones de los trabajadores,
sino también apoyo a sus «justas demandas» en los conflictos con sus patronos.
Aunque muchos trabajadores se opusieron al pacto por considerarlo una vio-
304 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

lación de los principios anarcosindicalistas, y otros opinaban que, en el mejor


de los casos, era una maniobra táctica a corto plazo, el acuerdo representó un
primer paso importante que un sector significativo de la clase trabajadora daba
hacia la colaboración con el nuevo régimen que a la sazón empezaba a surgir
de los trastornos militares. Por otro lado, el anticlericalismo y el nacionalismo de
los constitucionalistas, así como su defensa de un Estado fuerte y central, coinci-
dían con los puntos de vista de una parte importante de los miembros de la Casa.
Aunque el papel militar que interpretaron los batallones rojos fue secundario,
su colaboración sirvió de importante fuente de legitimidad para los constitucio-
nalistas en un período crucial, ya que dio apoyo a la idea de que Carranza enca-
bezaba una amplia coalición multiclasista. La Casa también sacó provecho de
las oportunidades que los comandantes militares constitucionalistas le brindaban
y fundó gran número de sindicatos que propagaron la influencia de la organiza-
ción mucho más allá de su primera base en la capital.
En 1916, no obstante, los constitucionalistas ya habían eliminado en gran parte
las serias amenazas militares de las facciones rivales y, ante las perturbaciones
causadas por las huelgas, tomaron medidas para restringir el poder del movi-
miento obrero. Carranza disolvió los batallones rojos en enero y, poco después,
empezaron el acoso y la detención de varios miembros de la Casa. En medio
de una severa inflación, las condiciones económicas de las clases trabajadoras
empeoraron mucho y la agitación alcanzó su apogeo en julio de 1916. Ante tal
estado de cosas, la Casa convocó una huelga general en la capital, exigiendo que
los salarios se pagaran con oro o su equivalente en el papel moneda emitido
por los constitucionalistas, que se estaba depreciando rápidamente. Carranza con-
sideró que la huelga, que fue seguida mayoritariamente, era una amenaza directa
contra su régimen y consiguió aplastarla empleando la violencia en gran escala,
la ley marcial y la amenaza de pena de muerte. La grave derrota que el fracaso
de la huelga general de 1916 representó para los partidarios de la acción directa,
junto con la represión continua ejercida por el gobierno Carranza, vino a refor-
zar mucho las corrientes que en el seno del movimiento obrero se inclinaban por
obtener mejores condiciones utilizando la negociación política y la colaboración
con el Estado.
En la Convención Constitucional de 1917, los delegados rechazaron la pro-
puesta conservadora de Carranza sobre asuntos laborales y, en vez de ella, adop-
taron, en el artículo 123, una serie de medidas relativas a los trabajadores y sus
organizaciones. Entre sus diversas cláusulas, la nueva Constitución especificaba
la jornada de ocho horas, fijaba límites al trabajo de las mujeres y los niños,
imponía algunas restricciones al ejercicio del derecho de despido por parte de
los patronos y sancionaba los principios de un salario mínimo, la participación
en los beneficios y la indemnización por accidente. El artículo 123 también elimi-
naba los economatos de empresa y la remisión de deudas por el trabajo. Asimis-
mo, declaraba que los sindicatos, e incluso las huelgas, serían legales en ciertas
condiciones bastante ambiguas, y bosquejaba un sistema de arbitraje y concilia-
ción para resolver las luchas entre los trabajadores y sus patronos. Al determinar
la legalidad de sindicatos y huelgas, así como reglamentar la solución de dispu-
tas, el Estado asumía poderes amplios y nuevos. De hecho, las cláusulas de la
Constitución de 1917 que se referían al trabajo sólo se cumplieron parcialmente
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 305

hasta el decenio de 1930, o incluso más tarde. (Las medidas relativas a la partici-
pación en los beneficios, por ejemplo, datan del decenio de 1960.) Por otra parte,
también existían grandes variaciones regionales dentro de México porque algunos
gobiernos estatales intentaron hacer cumplir elementos del artículo 123, y otros,
en cambio, no.
Generalmente, las cláusulas laborales de la Constitución de 1917 sirvieron para
garantizar ciertas condiciones materiales mínimas para los trabajadores, al mis-
mo tiempo que eliminaban o restringían cualquier medio autónomo (los sindica-
tos independientes, por ejemplo) que los trabajadores pudieran utilizar para ex-
presar su voluntad política y económica. El artículo 123, y otras medidas similares,
pretendían garantizar la colaboración de las clases y la buena marcha de la acu-
mulación de capital mediante la creación de un fuerte aparato estatal que trataría
de suprimir la lucha de clases ejerciendo de mediador entre el capital y el trabajo.
Un proyecto político y económico parecido surgiría más adelante en otros países
latinoamericanos.
La Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), la primera confede-
ración sindical de carácter nacional que tuvo eficacia en México, nació de un
congreso celebrado en Saltillo en 1918 bajo los auspicios del gobernador de Coa-
huila. La nueva organización, que resultó ser un elemento importante en el con-
trol estatal del movimiento obrero durante el decenio de 1920, permaneció desde
el principio bajo la dirección de un pequeño grupo de líderes obreros encabezado
por Luis N. Morones. Varios de ellos habían tenido que ver con la Casa del Obrero
Mundial, pero en 1918 ya habían optado por seguir una línea de negociación
política y reformismo moderado. En 1919 Morones y sus colegas formaron un
partido político, el Partido Laborista Mexicano, para apoyar la candidatura del
general Obregón a la presidencia del país. Durante dicha presidencia (1920-1924),
la CROM creció mucho y obtuvo mejoras materiales para un gran número de
sus afiliados. Junto con el Partido Laborista, la CROM representaba uno de los
elementos más poderosos del gobierno Obregón. En la práctica, la CROM co-
menzó a funcionar como brazo virtual del Estado y servía para mantener el or-
den, restringir las huelgas no autorizadas y debilitar o destruir las organizaciones
obreras rivales.
La creciente influencia de la CROM no dejó de encontrar oposición. En 1921
un gran número de anarcosindicalistas, comunistas (véase más adelante) y otros
que se oponían a la política de la CROM formaron la Confederación General
del Trabajo (CGT). Se creía que en el momento de fundarse, la CGT representa-
ba un nutrido contingente de alrededor de 12.000 a 15.000 trabajadores de todo
el país. (Las comparaciones tienen una utilidad discutible, sobre todo si se piensa
que las cifras de afiliados a la CROM eran notoriamente hinchadas, pero en 1921
la CROM decía contar con 150.000 afiliados, de los cuales más del 40 por 100
constaban como miembros de las organizaciones campesinas afiliadas a ella.) Los
comunistas no tardaron en abandonar la CGT, que en 1922 generalmente ya adop-
taba posturas anarcosindicalistas, mostrándose favorable a la acción directa y
contraria a meterse en política. Durante las huelgas encabezadas por la CGT en
la industria textil y otros sectores, era frecuente que las luchas con la CROM
fuesen, como mínimo, tan intensas y violentas como las luchas con los patronos.
Entre las técnicas que empleaba la CROM contra otros sindicatos, figuraban
306 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

el prestar rompehuelgas a las empresas durante las disputas laborales y crear afi-
liadas rivales que gozaban del apoyo del Estado e, incluso, de los patronos. La
CROM también mantenía sus propias brigadas armadas para atacar a sus enemi-
gos y existía la creencia general de que era responsable de más de un asesinato
político. Dado que la CROM podía contar con la ayuda de la policía, así como
de otras partes del aparato del Estado, sus métodos —que también incluían di-
versos beneficios para los deseosos de colaborar— resultaron de gran eficacia
para debilitar a las organizaciones rivales.
La CROM alcanzó su mayor poderío durante la presidencia de Plutarco Elias
Calles (1924-1928). La organización había fortalecido su posición dentro del régi-
men poco antes, durante la revuelta de De La Huerta en 1923-1924, período en
que la CROM prestó una ayuda decisiva al gobierno bajo la forma de tropas
y otras clases de apoyo. Durante la campaña electoral de Calles, la CROM había
llegado al extremo de declararle presidente honorario de la confederación. Al
subir al poder, Calles nombró a Morones secretario de Industria, Comercio y
Trabajo; varias figuras de la CROM y su Partido Laborista ocuparon otros pues-
tos importantes en eJ gobierno y el Congreso. El ya notorio oportunismo de ¡a
organización, así como su corrupción y su gangsterismo, se hizo todavía más
acusado, al mismo tiempo que en sus declaraciones hacía llamadas a la «consoli-
dación armoniosa del trabajo y el capital», además de a la creación de «un espíri-
tu de confianza para los industriales y los capitalistas extranjeros». Su anticomu-
nismo sistemático y los vínculos cordiales con la American Federation of Labor
eran pruebas complementarias de que la CROM apoyaba la continuación del de-
sarrollo capitalista. En 1928 la organización afirmó que contaba con dos millo-
nes de afiliados, cifra muy inverosímil.
Morones y su círculo, no obstante, cometieron un grave error de cálculo du-
rante las complejas maniobras destinadas a escoger al sucesor de Calles. Durante
un tiempo habían albergado la esperanza de imponer al propio Morones como
presidente y, hasta casi el último momento, se opusieron a la reelección de Obre-
gón, a pesar del apoyo amplio que éste tenía entre los afiliados. El descontento
acumulado de gran parte de la masa, e incluso de algunos líderes, debido a las
componendas, alianzas y limitaciones de la CROM, alcanzó su punto más alto
! con el asesinato de Obregón en julio de 1928. Aunque nunca se demostró nada,
muchos creían probable que el propio Morones hubiera tenido que ver con el
asesinato.
Dividida internamente y privada de la mayor parte del apoyo del Estado du-
rante el gobierno interino de Emilio Portes Gil, la CROM perdió gran parte de
su poder después de 1928. Ahora, el ejecutivo no sólo se mostraba hostil a Moro-
nes y su círculo, sino que el régimen se embarcó gradualmente en una nueva polí-
tica para tratar la cuestión laboral, cuyos ejemplos más característicos fueron
la creación de un nuevo partido gubernamental en 1929 y la adopción de la ley
federal del trabajo de 1931, que era bastante corporativista. Al amparo de la
nueva ley, una serie de funciones que antes de 1928 se dejaban en manos de la
CROM fueron cumplidas en lo sucesivo directamente por el aparato del Estado,
1
que empezó a controlar la inscripción de sindicatos y el carácter de los contratos
' laborales, así como a determinar la marcha de las huelgas y a imponer el arbitra-
je obligatorio.
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 307

LA AGITACIÓN LABORAL EN LA POSGUERRA, 1917-1920

En gran parte de América Latina, a excepción de México, los años compren-


didos entre 1917 y 1920 habían sido testigos de una explosión sin precedentes
de actividad obrera. Hubo huelgas generales con participación masiva en muchas
de las ciudades principales, y los trabajadores de numerosas regiones y sectores
empezaron por primera vez a formar sindicatos, organizar huelgas y tomar otras
medidas. Lo dramáticos acontecimientos de estos años contribuyeron en gran me-
dida a dar forma a las luchas posteriores. El movimiento obrero, los industriales ]
y el Estado empezaron a reformular sus estrategias y aprovecharon para ello la ,
experiencia adquirida en el período 1917-1920, durante el cual la lucha de clases
alcanzó un nuevo nivel de intensidad.
Las grandes huelgas y movilizaciones nacieron en parte de las penalidades
que la primera guerra mundial había causado a las clases trabajadoras de Améri-
ca Latina. La interrupción del comercio internacional y las consiguientes disloca-
ciones económicas en los países que dependían mucho del comercio exterior pro-
dujeron inicialmente mucho paro y una acentuada subida del coste de la vida.
Las repercusiones específicas que la guerra tuvo en las clases trabajadoras varia-"
ban un poco de una región a otra, según factores tales como la importancia que
en la economía local tuviesen las importaciones de alimentos y de materias pri-
mas, o la medida en que el incremento de las exportaciones agrícolas redujera
la producción de alimentos para el consumo local. En general, la interrupción .
de las importaciones de manufacturas fue un estímulo para la industria latinoa- '
mericana, y la producción había aumentado significativamente en muchas regio-
nes hacia la postrimerías de la contienda. Mientras los industriales aprovechaban
las ventajas del monopolio, los salarios continuaron muy a la zaga del alza del
coste de la vida. No obstante, la expansión económica irregular que en algunos *
países hubo hacia 1917 creó condiciones más favorables a la acción obrera del
las que habían existido desde antes de que comenzara la guerra.
El efecto de la Revolución rusa también interpretó un papel en los aconteci-
mientos de 1917-1920 en América Latina. Aunque la información procedente de
Rusia siguió siendo escasa y tergiversada, el hecho mismo de la revolución inspi-
ró enormemente a los militantes y alarmó muchísimo a la mayoría de los grupos
gobernantes. La noticia del derrocamiento de Díaz y de las luchas que a conti-
nuación hubo en México había surtido efectos parecidos. Crónicas de brotes re-
volucionarios en Alemania, Hungría, Italia, y otras partes, llenaron la prensa
obrera a partir de 1918. Aun cuando las huelgas generales que hubo en América
Latina durante éste período distaban mucho de ser insurreccionales, tuvieron lu-
gar en un clima enardecido por las perspectivas de revolución mundial y el temor
que la misma despertaba.
La huelga general de Sao Paulo, que empezó en julio de 1917, fue al principio
un paro laboral para pedir salarios más altos en una gran industria textil de la
ciudad. En medio de las penalidades económicas del momento, el movimiento
se propagó a otras empresas. Después de que la policía matara a un manifestan-
te, el paso del cortejo fúnebre por las calles de la ciudad provocó una huelga
general que en gran parte era espontánea. Unas 45.000 personas dejaron el traba-
308 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

jo; las autoridades civiles perdieron virtualmente el control de Sao Paulo durante
varios días, y diversos incidentes hicieron pensar en la posibilidad de que tal vez
la policía y las tropas se negarían a disparar contra los huelguistas. Hubo algunos
actos de pillaje, sobre todo en panaderías, almacenes y, como mínimo, un moli-
no grande, cuyos propietarios fueron acusados de retener la harina en vez de
mandarla al mercado.
Los trabajadores organizaron un Comité de Defesa Proletaria (CDP), que
se componía en gran parte de anarcosindicalistas, y formularon una extensa lista
de exigencias bastante moderadas. Pedían que el Estado interviniera para rebajar
los alquileres y los precios de los alimentos, lo cual sirvió para que el movimiento
gozase de un cierto apoyo de la clase media, pero no concordaba con la doctrina
anarcosindicalista. El CDP negoció con el gobernador por medio de un comité
de periodistas (para que no pareciese que trataba directamente con el Estado)
y, finalmente, obtuvo un incremento general de salarios del 20 por 100, así como
promesas —que fueron olvidadas rápidamente— en el sentido de que el gobierno
llevaría a cabo otras reformas. El incremento del 20 por 100, aunque se cumplió
de forma imperfecta, representó una gran victoria para los huelguistas y fue se-
guido de una extensa oleada de organización obrera.
El movimiento también se propagó al interior del estado de Sao Paulo y con-
tribuyó a provocar una huelga general en Río de Janeiro durante el mes de julio.
Los trabajadores de Río conquistaron algunas mejoras y se embarcaron en una
campaña generalizada para promover la sindicación en varios sectores. No sólo
el Estado brasileño se había visto pillado desprevenido por el alcance de las huel-
gas de julio, sino que, además, la subsiguiente expansión en gran escala de la
actividad sindical alarmó seriamente a los industriales y sus aliados.
En septiembre de 1917, reforzado el aparato represivo, el Estado empezó a
clausurar sindicatos y montó una extensa campaña de detenciones y deportacio-
nes. Las actividades policiales continuaron durante 1918 al amparo del estado
de sitio y, al estallar una nueva oleada de huelgas en diversas partes de Brasil
en el año siguiente, el movimiento obrero se encontró con una persecución cada
vez más eficaz.
Aunque los trabajadores lograron organizar huelgas generales, que obtuvie-
ron un éxito parcial en Sao Paulo y otras ciudades durante 1919, los resultados
de la represión en gran escala eran más y más visibles. El movimiento obrero
no sólo había perdido a algunos de sus militantes más capacitados, que fueron
deportados, sino que las crecientes divisiones internas en torno a la estrategia
y las tácticas creaban gran confusión en el movimiento. Las actividades de los
grupos de vigilantes de derechas, y la intensificación de las campañas contra las
supuestas conspiraciones extranjeras, debilitaron y aislaron aún más a los traba-
jadores y sus organizaciones. El fracaso de los intentos de huelga general en 1920,
en medio del empeoramiento de la situación económica, señaló el final del gran
período explosivo de los principios de la historia obrera en Brasil.
Aún mayores fueron las movilizaciones que tuvieron lugar en Argentina entre
1917 y 1921. En cada uno de aquellos años más de 100.000 trabajadores partici-
paron en huelgas sólo en la ciudad de Buenos Aires. Durante 1919, año del apo-
geo, 308.967 trabajadores bonaerenses protagonizaron 367 huelgas.
La mayor y más violenta de las sacudidas fue la llamada Semana Trágica,
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 309

y ocurrió en enero de 1919. Durante una huelga de los trabajadores del metal
en una fábrica de Buenos Aires hubo choques entre los piquetes y la policía, a
consecuencia de los cuales murieron cuatro obreros. La violencia se propagó en-
tonces por toda la ciudad y, en el entierro de los cuatro trabajadores, la policía
disparó contra la multitud y causó la muerte a unas veinte personas. Los trabaja-
dores respondieron con una huelga general masiva, la primera que se registraba
en Buenos Aires desde 1910. El ejército, la policía y grupos de vigilantes libraron
batalla con los obreros en las calles y mataron a un mínimo de doscientos, según
algunas crónicas. Las principales federaciones sindicales apoyaron la huelga ge-
neral, pero ésta ya había empezado antes de sus declaraciones. Hay, de hecho,
pocos indicios de planificación o coordinación por parte de las organizaciones
obreras en la Semana Trágica, a pesar de los rumores infundados de un complot
bolchevique que sirvieron de pretexto, entre otros, para un pogromo virtual con-
tra los trabajadores judíos de Buenos Aires. Los sindicalistas acabaron negocian-
do el fin de la huelga general con la condición de que todos los encarcelados
fueran puestos en libertad y se concediera la mayoría de las peticiones originales
de los trabajadores del metal. Los anarquistas se opusieron al acuerdo, pero no
pudieron continuar la huelga.
Los grupos «patrióticos» de derechas, que habían participado en la represión
contra el movimiento obrero, salieron muy fortalecidos de los sucesos de 1919.
Junto con sus aliados militares y civiles, ayudaron a restringir los intentos de
Yrigoyen de establecer lazos más estrechos con los sindicalistas. En 1921, bajo
la creciente presión de los conservadores, el gobierno actuó francamente contra
los sindicalistas durante una huelga de trabajadores portuarios, y un intento de
huelga general convocada por los sindicalistas fue un fracaso. Persistieron las
serias divisiones internas del movimiento obrero argentino, que en su conjunto
resultó debilitado por la depresión de comienzos del decenio de 1920.
En Chile, hubo por lo menos 229 huelgas en Santiago y Valparaíso entre 1917*
y 1921, de las cuales 92 ocurrieron durante 1919. Las movilizaciones contra el
coste de la vida atraían a grandes multitudes, quizá hasta 100.000 personas en
Santiago en 1919. Los trabajadores portuarios y de las plantas de envasado pro-,
tagonizaron una breve insurrección en Puerto Natales en 1919 y se adueñaron
de la ciudad hasta que el ejército los aplastó.
El Estado dirigió algunas de las represiones más feroces contra los anarcosin-
dicalistas, en particular contra la filial chilena de los Industrial Workers of the
World (IWW), que había obtenido un gran éxito organizando a los trabajadores
portuarios de Valparaíso. El Estado también llevó a cabo una gran matanza de
trabajadores del nitrato en San Gregorio en el año 1921. La depresión que empe-
zó en Chile a finales de 1920 reforzó mucho la posición de los patronos. En 1921
organizaron una eficaz serie de cierres patronales y consiguieron anular muchos
de los logros que los trabajadores habían conquistado en las huelgas de 1917-1919.
Sin embargo, la victoria de los patronos estuvo muy lejos de ser decisiva. Aunque
muchas organizaciones quedaron debilitadas y algunas hasta desaparecieron, el
movimiento obrero en su conjunto había adquirido mucha fuerza en Chile y re-
sistió los intentos de destruirlo con mucho más éxito que en el caso de la repre-
sión y la crisis económica que siguieron a la expansión en 1905-1907.
Hubo también movilización en gran escala durante el período 1917-1920 en
310 HISTORIA DE AMERICA LATINA

varios de los países donde el movimiento obrero había sido más bien limitado
antes de la guerra. En Cuba, los trabajadores de los puertos, ferrocarriles y la
construcción, así como los de otros ramos, llevaron a término importantes paros
laborales durante 1918 y 1919. Una oleada de huelgas acompañadas de mucha
violencia barrió Colombia entre 1918 y 1920. Trabajadores portuarios de Barran-
quilla y Cartagena, así como ferroviarios de Santa Marta, se declararon en huel-
ga en 1918 y obtuvieron cierto éxito. Una serie de paros laborales en Bogotá
durante 1919 culminó con una huelga generalizada en noviembre. Hubo huelgas
de mineros y trabajadores portuarios en Ecuador. En Perú, los trabajadores de
Lima organizaron una huelga general que alcanzó notable éxito en enero de 1919,
huelga que para muchos supuso la conquista de la jornada de ocho horas. En
mayo, sin embargo, otra huelga general en Lima y El Callao fue derrotada, y
se calcula que costó cien muertos.

LOS MOVIMIENTOS OBREROS EN EL DECENIO DE 1 9 2 0


Y LA APARICIÓN DE PARTIDOS COMUNISTAS

La depresión de posguerra, que afectó a la mayoría de los países latinoameri-


canos en Í920 o 1921, contribuyó a poner fin al ciclo de expansión de los movi-
mientos obreros. No obstante, el tamaño y la intensidad sin precedentes de la
movilización de la clase trabajadora durante los años 1917-1920 produjeron cam-
bios signifieativos en las características de la lucha entre el capital y el trabajo
durante el decenio de 1920. En muchos países, la magnitud de la agitación obrera
había sacudido al Estado y a los grupos gobernantes, al menos momentáneamen-
te. La consecuencia fue que reforzaron el aparato represivo. La represión pasó
a estar mejor organizada y a ser más concienzuda con el empleo de medidas tales
como listas negras más eficaces, aunque siguió utilizándose la violencia física sal-
vaje contra los trabajadores. En La Coruña en 1925, por citar un caso extremo,
las autoridades chilenas dieron muerte a varios centenares de trabajadores del
nitrato a resultas de una disputa laboral. Al mismo tiempo, empezaron a probar-
se otras formas de controlar a la clase trabajadora. Las innovaciones institucio-
nales solían incluir, como mínimo,' algunas reformas sociales de índole parcial,
junto con intentos de crear nuevos modos de dominación de las clases trabajado-
ras por el Estado. La mayoría de los proyectos de este tipo no se consolidaron
hasta después de 1930, pero, en gran medida, tenían sus raíces en los acontenci-
mientos del período 1917-1920.
Durante el decenio de 1920, en varios países empezaron a hacerse intentos
de crear o fomentar sindicatos que cumplieran los objetivos del Estado, aunque
ninguno de ellos gozó del éxito que la CROM obtuviera en México. Regímenes
tan diversos como el de Yrigoyen en Argentina (1916-1922, 1928-1930), Benardes
en Brasil (1922-1926) e Ibáñez en Chile (1927-1931) procuraron, en un momento
u otro, cooptar a los sindicatos con fines electorales o de otra clase. El código
del trabajo chileno, por ejemplo, que fue adoptado por primera vez en 1924,
pero no se puso en práctica hasta 1927, anunciaba una estrategia que en otras
partes de América Latina se seguiría después de 1930. El código chileno autoriza-
ba la existencia de sindicatos, pero restringía seriamente su autonomía y su efica-
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 311

cia. Las federaciones sindicales a escala industrial fueron prohibidas y el Estado


pasó a controlar tanto los procedimientos de huelga como el reconocimiento jurí-
dico de los sindicatos, así como sus finanzas y elecciones. Los intentos de adop-
tar códigos laborales exhaustivos que se hicieron antes de 1930 fracasaron tanto
en Brasil como en Argentina, debido en parte a la oposición de los conservado-
res, pero también, en el caso de Argentina, porque el movimiento obrero se mo- *
vilizó eficazmente para oponerse a tal medida.
«. La mayoría de los gobiernos adoptaron o ampliaron varias formas de legisla-
ción social durante el decenio de 1920, deseosos de disminuir la agitación obrera/
y, en algunos casos, responder a presiones electorales." Los patronos se oponían-'
con frecuencia a que se adoptara este tipo de legislación, aunque muchas cláusu-
las específicas de la misma en realidad servían para restringir la competencia en-
tre empresas y, por lo demás, facilitar la acumulación de capital. Entre las medi-
das más comunes se encontraban las limitaciones de la duración de la jornada
laboral, la reglamentación del trabajó femenino e infantil y el pago de indemni-
zaciones en los casos de accidente. Algunos países también adoptaron medidas
para regular las condiciones de trabajo en las fábricas, las pensiones y las vaca-
ciones. Aunque a menudo su aplicación era muy limitada y se hacía cumplir de
forma irregular, la legislación social de este período mitigó parcialmente algunos4
de los peores abusos de los patronos.
Una parte significativa del movimiento obrero también reformuló su estrate-
gia y su táctica en el curso de los años veinte. Aunque las ganancias que los tra-
bajadores habían obtenido antes en modo alguno desaparecieron por completo
en las frecuentes derrotas y la severa represión de principios del decenio, el des-
contento que despertaban las estrategias que a la sazón usaba el movimiento obrero,
sobre todo la huelga general, era muy grande. Muchos militantes consideraban
que losVresultados tangibles de las luchas de 1917-1920 eran escasos, especialmen-
te en vista del tamaño de las movilizaciones y el precio que el movimiento había
pagado, y la mayoría de los movimientos anarcosindicalistas entraron en un pe-
ríodo de seria crisis^Las corrientes reformista y colaboracionista ganaron fuerza""
en varios países, en parte, como hemos visto, a resultas de una política estatal
que de forma creciente estimulaba a tales movimientos para fines políticos. La
participación política y la negociación parecían ofrecer posibilidades nuevas y
atractivas. Al mismo tiempo, aparecieron también partidos leninistas que compe-
tirían con las tendencias que predominaban en los movimientos obreros latino-
americanos antes de 1917. /
El prestigio inmenso de la Revolución rusa sirvió para inspirar a los militantes
de todo el continente. Los primeros partidos comunistas, sin embargo, sufrieron
mucho a causa de las disputas"ieñfféTacciones'"y~aeT05 efectos de la persecución.
Con la excepción parcial de Chile, los partidos continuaron siendo relativamente
pequeños y su influencia en el movimiento obrero fue leve hasta, como mínimo,
las postrimerías del decenio. Sin embargo, durante los años veinte lograron en
varios casos crear sindicatos entre grupos que antes no estaban organizados; los
ejemplos más notables de ello son los campesinos de algunas partes de México,
Perú y Chile, y los trabajadores administrativos de Argentina y Chile.
En contraste con los socialistas y los anarcosindicalistas, los comunistas pre-
tendían combinar —bajo la dirección del partido— estrategias dirigidas tanto a
312 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

la participación electoral como a la organización de sindicatos (incluyendo la aten-


ción a las ganancias económicas inmediatas). Los comunistas también hacían hin-
x capié en que el imperialismo era uno de los obstáculos principales contra los que
debían luchar las clases trabajadoras. Su análisis afirmaba que el movimiento
obrero podía sacar provecho de las rivalidades entre sectores de las burguesías
/ocal e internacional por medio de alianzas temporales que permitirían avanzar
/al movimiento revolucionario de gran alcance. Por consiguiente, los comunistas
¡ apoyaban a veces a gobiernos nacionalistas que trataban de limitar la penetración
^extranjera en las economías nacionales. Los anarcosindicalistas, en cambio, veían
pocas diferencias entre el capital nacional y el extranjero, y consideraban que
el nacionalismo no era nada más que una ideología burguesa.
_ Las estrategias de los partidos comunistas variaban un poco de un país a otro,
sobre todo en los primeros años, pero en general estaban informadas por una
serie de ideas relativas a la naturaleza feudal de las sociedades latinoamericanas,
el necesario paso de la región por una serie de etapas históricas (en especial, la
etapa de la revolución burguesa) y el carácter temporalmente progresista de la
burguesía nacional. Estos análisis eran el origen de estrategias dirigidas a acelerar
la revolución burguesa y la industrialización nacional.
La Internacional Comunista prestaba relativamente poca atención a América
Latina, excepción hecha de México, antes de los últimos años veinte. A partir
de 1928, empero, el Comintern entró en lo que se denomina su «tercer período»
(que duró hasta la adopción de tácticas frentepopulistas en 1935) e hizo grandes
esfuerzos por obtener la adhesión a su nueva e intransigente línea de «clase con-
tra clase». Esta política se oponía, entre otras cosas, a la colaboración de los
comunistas con los socialistas y otros elementos no comunistas; su adopción en
América Latina, por ejemplo, contribuyó a poner fin a un frente electoral mode-
radamente prometedor en Brasil —el Bloco Operario e Camponés (véase más ade-
lante)— e hizo que en varios países los comunistas abandonaran las organizaciones
obreras existentes y creasen sindicatos y federaciones independientes encabezados
por ellos mismos. En 1929, en un congreso celebrado en Montevideo, los comu-
nistas organizaron la Confederación Sindical Latino-Americana, que tenía que
abarcar todo el continente. Poco después, los partidos comunistas latinoamerica-
nos celebraron sus primeros mítines conjuntos en Buenos Aires, con la asistencia
de delegados de catorce países, en los cuales pasaron revista al papel de los parti-
dos en toda la región y procuraron que la práctica estuviese conforme con la
política del «tercer período».
El primer partido comunista latinoamericano había aparecido en México en
1919, del seno de un pequeño grupo socialista. El nacionalista indio M. N. Roy
organizó el nuevo partido con el estímulo del bolchevique Michael Borodin, que
a la sazón estaba en México, principalmente, al parecer, en misión comercial.
El partido llevó una existencia precaria durante sus primeros años, debido en
parte a un liderazgo fluctuante que no siempre estaba familiarizado con las con-
diciones que se daban en México. El primer secretario general, José Alien, resul-
tó ser un agente del servicio de información militar de los Estados Unidos. El
propio Roy, que había huido de los Estados Unidos al entrar éstos en la primera
guerra mundial, se marchó de México en 1920, para asistir al segundo congreso
del Comintern, y nunca volvió. Otros militantes extranjeros desempeñaron pape-
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 313

les importantes en diversos momentos de los primeros años del partido: el japo-
nés Sen Katayama, el suizo Alfred Stirner (Edgar Woog), y varios comunistas
de los Estados Unidos y de otras partes.
Después de que abandonaran la CGT anarcosindicalista en 1921 (véase ante-
riormente), los comunistas encontraron dificultades para mantener lazos efecti-
vos con el movimiento obrero, aunque tuvieron más éxito organizando a los cam-
pesinos, sobre todo en el estado de Veracruz. A mediados de los años veinte,
Bertram Wolfe, miembro del Partido Comunista de los Estados Unidos, dirigió
la reorganización del partido mexicano con el fin de eliminar supuestas tenden-
cias anarquistas que preocupaban al Comintern desde hacía algún tiempo. En
el período 1926-1927, el partido ya ejercía considerable influencia entre los traba-
jadores del ferrocarril y algunos mineros. La estrategia sindical de los comunistas
había consistido, generalmente, en trabajar a través de la CROM, pero, ante el
desorden que reinaba en esa organización en 1928, y de acuerdo con la política
del Comintern en el «tercer período», el partido creó una organización indepen-
diente dirigida por él mismo. La Confederación Sindical Unitaria de México, que
así se llamaba la nueva organización, fue durante un tiempo, a principios del
decenio de 1930, una fuerza importante en el movimiento obrero. ^
Las divisiones que desde hacía mucho perturbaban el movimiento obrero ar-
gentino persistieron durante el decenio de 1920. La sindicalista FORA IX siguió
siendo la más fuerte de las confederaciones sindicales de la nación, y una de sus
principales filiales controlaba virtualmente los puertos. En 1922, la FORA IX,
que englobaba a los comunistas, cambió su nombre por el de Unión Sindical Ar-
gentina (USA). La FORA V, que era más pequeña, continuó representando a
una importante corriente anarquista dentro del movimiento obrero. También exis-
tían varios grupos independientes, entre los que destacaban los trabajadores del
ferrocarril, que fueron la base de otra organización nacional, la Confederación
Obrera Argentina (COA), fundada en 1926. Los sindicalistas y los independien-
tes, que buscaban beneficios concretos para sus afiliados, entablaron diversas for-
mas de negociación política con el Estado. Los gobiernos del Partido Radical
de los años veinte se mostraron a menudo receptivos, pues esperaban obtener
votos de la clase trabajadora y, en todo caso, eran más tratables que los patronos.
Al finalizar el decenio, el movimiento obrero argentino seguía dividido en
tres confederaciones nacionales (la USA, la FORA y la COA), varios agrupa-
mientos independientes y una nueva organización sindical comunista, el Comité
de Unidad Sindical Clasista. Poco después, no obstante, las principales confede-
raciones —excepto la anarquista FORA— se unieron para formar la Confedera-
ción General del Trabajo (CGT). El grupo militar que se hizo con el poder en
1930 siguió una política de gran hostilidad para con el movimiento obrero y,
si bien una parte de la CGT estaba dispuesta a colaborar con el nuevo régimen,
las posibilidades de avenencia resultaron escasas. Ante el paro creciente y la re-
presión estatal, el movimiento obrero argentino —a pesar de notables luchas por
parte de los trabajadores de las industrias cárnica y del petróleo, entre otros—
sufrió serios reveses a principios del decenio de 1930 y perdió gran parte de lo
que había ganado durante el decenio anterior.
- El grupo que formó el Partido Comunista en Argentina nació de una escisión
que se había producido entre los socialistas en 1917 a causa de la participación
314 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

en la primera guerra mundial. Los socialistas partidarios de la neutralidad acaba-


ron fundando otra organización, el Partido Socialista Internacional (PSI) en 1918,
el cual, durante el año siguiente, votó a favor del ingreso en la Internacional
Comunista. El PSI se convirtió oficialmente en el Partido Comunista en diciem-
bre de 1920. Los socialistas, en su convención de 1921, rechazaron (por 5.000
votos contra 3.600) una propuesta para adherirse al Comintern. Muchos de ellos,
no obstante, dejaron el partido para unirse a los comunistas, que eligieron candi-
datos a cargos locales en varias ciudades durante el decenio de 1920. Dentro del
nuevo partido las disputas entre facciones, tanto de izquierdas como de derechas,
resultaron enconadas, y hasta las postrimerías del decenio no logró imponer su
control el grupo encabezado por Victorio Codovilla y apoyado por el Comintern.
En Chile, el movimiento obrero consiguió soportar la represión del Estado
y la severa depresión de la posguerra. El Partido Obrero Socialista (POS) decidió
pedir la admisión en el Comintern en diciembre de 1920 y pasó a ser oficialmente
el Partido Comunista en enero de 1922. La organización mantuvo una gran auto-
nomía respecto de las directrices del Comintern hasta finales de los años veinte.
En las elecciones presidenciales de 1925, los comunistas apoyaron decididamente
a un candidato de coalición que obtuvo más del 28 por 100 de los votos. Los
comunistas también representaban un elemento importante en el movimiento sin-
dical: la FOCH, la confederación que dominaba las zonas del nitrato y de la
minería de carbón, votó a favor de afiliarse a la organización sindical del Comin-
tern en diciembre de 1921. Los anarcosindicalistas, incluyendo la filial chilena
de los IWW, continuaron encabezando los principales sindicatos de Santiago y
Valparaíso, entre ellos los del ramo marítimo y de la construcción. Sin embargo,
después de 1927 la severa represión ejercida por el gobierno de Carlos Ibáñez
debilitó seriamente a los partidos y sindicatos de la izquierda.
En Brasil, el acoso, las detenciones y las expulsiones que tuvieron lugar a
consecuencia de las huelgas del período 1917-1920 habían diezmado el movimien-
to obrero, y la represión prosiguió durante todo el decenio, facilitada por el esta-
do de sitio que estuvo en vigor entre 1922 y 1926. Alentados hasta cierto punto
por el Estado, los sindicatos amarillos y reformistas continuaron influyendo en
una nutrida parte de la clase trabajadora, especialmente en Río de Janeiro y va-
rias ciudades del norte. El movimiento obrero sufrió nuevas escisiones cuando
muchos militantes anarcosindicalistas rechazaron gran parte de la anterior estra-
tegia del movimiento y, bajo la influencia del éxito de los bolcheviques, pasaron
a apoyar el concepto de un disciplinado partido de vanguardia, que no rechazaba
ni la participación política ni las huelgas en pos de objetivos económicos a plazo
corto. Aunque el anarcosindicalismo continuó siendo una corriente importante
en el movimiento obrero, y la predominante en Sao Paulo, su posición en la ma-
yoría de las ciudades declinó de forma decisiva, debilitada por la represión y las
defecciones.
En Brasil, no surgió ningún partido socialista significativo, y ex anarcosindi-
calistas fundaron el Partido Comunista en 1922. La nueva organización se esta-
bleció gradualmente en varios sindicatos de Río de Janeiro y en 1926 organizó
un frente electoral, que más adelante pasaría a llamarse Bloco Operario e Cam-
ponés (BOC). En 1927 el BOC hizo campaña a favor de un candidato parlamen-
tario no comunista que resultó elegido y, en el año siguiente, eligió dos miembros
LOS PRIMEROS MOVIMIENTOS OBREROS, 1880-1930 315

del partido para el Ayuntamiento de Río de Janeiro. El partido sufrió serias de-
fecciones a finales de los años veinte, tanto por parte de los trotskistas como
de miembros que se oponían a la política del «tercer período». A pesar de ello,
continuó ocupando una posición importante en el movimiento obrero y en 1929
creó una efímera confederación sindical nacional, la Confederacáo Geral do Tra-
ta alho.
El Partido Comunista había mantenido contactos con Luís Carlos Prestes,
el joven oficial militar cuyas hazañas al conducir la «columna Prestes» por las
regiones apartadas de Brasil entre 1924 y 1927 habían ocupado la imaginación
de gran parte del país. Sin embargo, las posturas políticas que Prestes adoptó
durante el decenio de 1920 resultaron estar bastante lejos de las comunistas y
las relaciones siguieron sin dar fruto hasta el decenio siguiente, momento en que
Prestes entró finalmente en el partido que iba a encabezar durante más de cua-
renta años.

CONCLUSIÓN

En 1930 la pequeña clase trabajadora urbana de finales del siglo xix ya ha-
bía experimentado grandes cambios. Aunque las economías latinoamericanas, como
productoras de artículos básicos, seguían hallándose ligadas fundamentalmente
a Europa y América del Norte, la industria en los países grandes había crecido
de forma significativa. En casi todas partes, los trabajadores habían creado insti-
tuciones para defenderse, adquirido experiencia y, en algunos casos, mejorado
sus condiciones de vida y trabajo. Sus luchas habían dado origen a un importante
conjunto de leyes sociales y a un creciente papel del Estado en las cuestiones la-
borales: legados que resultarían ambiguos y que sirvieron también como instru-
mentos para contener a la clase trabajadora dentro del orden imperante. Movi-
mientos obreros que se habían formado en las luchas de los decenios anteriores
representaban en la mayoría de los países una fuerza capaz de influir en la direc-
ción de la vida nacional. No obstante, las doctrinas de los movimientos de antes
de 1930 generalmente perdieron terreno ante los movimientos populistas, nacio-
nalistas y estatistas, que dominaron la política en gran parte de América Latina
durante los decenios posteriores a 1930. Sin embargo, el propio populismo era
una reacción a la lucha de clases y a la movilización real y potencial de la clase
trabajadora. Sus raíces pueden verse claramente en los acontecimientos y políti-
cas de los años anteriores.
136 O Relaciones internacionales de América Latina Auge del imperialismo norteamericano
y·resistencias en América Latina (1883-1933)
Triple Alianza, Argentina, Brasil y Uruguay, coaligados, arremetieron contra el
Paraguay nacionalista y, después de someterlo a una tremenda masacre, lo obliga-
ron a abrir sus puertas a los intereses comerciales y financieros foráneos.
Del mismo modo, en la Segunda Guerra del Pacífico, la República de Chile
apoyada por los intereses ingleses derrotó a Bolivia y Perú, países cuyas burguesías
nacionales habían adoptado posiciones de rechazo a la irrestricta penetración del
capital europeo.

Naturaleza del imperialismo

La dominación de las potencias extranjeras sobre los pueblos de América


Latina atravesó por diversas etapas, que podríamos resumir de la manera siguiente:
• Desde losdescubrimientos de fines del siglo XV y, comienzos del XVI hasta
la época de las guerras de independencia, la dominación europea sobre Latinoamé-
rica tenía un carácter colonialista completo y clásico, basado en relaciones econó-
micas mercantilistas. España, todavía feudal o precapitalista en la época de la
conquista y la colonización, implantó en sus colonias relaciones de producción
feudales o semifeudales, pero al mismo tiempo sirvió de vehículo para una
explotación global de tipo capitalista, ya que los productos básicos de América en
última instancia sirvieron para enriquecer a la burguesía comercial y bancaria de los
centros más desarrollados de Europa. El mercantilismo representa un proceso de
transición entre el feudalismo y el capitalismo; las colonias latinoamericanas
recibieron el impacto de ambos modos de producción.
• Para América Latina, luego de alcanzada su independencia política formal, se
inició una segunda etapa de dependencia: la etapa del semicolonialismo o
preimperialismo liberal. Gran Bretaña y Francia asumieron el papel de sucesoras de
España y Portugal en la hegemonía sobre los países latinoamericanos. Sus mercan-
cías inundaron los mercados del Nuevo Mundo, asfixiando o frenando la produc-
ción autóctona, a la vez que su influencia política afectaba la toma de decisiones.
• Una tercera etapa se inicia alrededor de 1850. Es la del preimperialismo
financiero. En grado creciente, Inglaterra y Francia exportan hacia América Latina
no sólo mercancías sino también capitales. Estados Unidos comenzó a imitarlos en
menor cuantía después de finalizada la Guerra de Secesión. Con la creciente
exportación de capitales hacia América Latina, bajo forma de inversiones y créditos
o préstamos, la injerencia semicolonial se hizo más dura y marcada: el temor de
perder dinero invertido es mayor que el de perder un mercado de productos
manufacturados.
• Por último, aproximadamente a partir de 1880, se abrió la etapa del imperia-
lismo plenamente desarrollado, basado en el monopolismo, la hegemonía del sector
financiero sobre los demás sectores y la rivalidad acentuada por la captación de
mercados de capital y fuentes de materias primas. En esta etapa nuevos centros de
poder, tales como Alemania, Estados Unidos, Japón e Italia, se colocaron aliado de
los imperios capitalistas tradicionales -Inglaterra y Francia- y compitieron con
ellos por el control sobre los mercados y los recursos de América Latina. Sobre todo
la influencia económica y política de Estados Unidos comenzó a desplazar y
sustituir la de Inglaterra y Francia a partir de 1880. Citaremos algunas cifras para
indicar las fases del proceso.
138 D Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) D 139

Durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX el crecimiento guerras contra los indios y la destrucción de los bisontes durante el decenio 1865-
general de la producción y el comercio exterior de Estados Unidos puede deducirse 1875 abrieron el camino a los ferrocarriles, los bancos, los hatos ganaderos de tipo
de las cifras que muestra el cuadro 2. Por su parte, las inversiones de diversos países capitalista y los especuladores en terrenos. En muchos casos, los agricultores y
industrialmente avanzados en el continente latinoamericano, entre fines del siglo pastores pequeños resistieron con las armas a la invasión del capitalismo y al
XIX y el año 1930, variaron como lo muestra el cuadro 3. proceso de expropiación de sus tierras por bancos y compañías financieras. Sus
El imperialismo norteamericano fue producto del proceso de desarrollo capi- revueltas fueron reprimidas de manera sangrienta.
talista acelerado que se inició en Estados Unidos después de la Guerra de Secesi'ón. Simultáneamente con la expansión de los ferrocarriles, que pronto unieron la
Ese conflicto estimuló extraordinariamente el proceso de industrialización del norte costa del Atlántico con la del Pacífico, se desarrolló la explotación de minas de la
del país. La destrucción del Sur y su posterior reconstrucción significaron la más diversa índole. Desde 1880 en adelante aparecen colosales "imperios" banca-
apertura de nuevos mercados para los productos del Norte. Entre 1865 y 1870 el rios, ferroviarios, mineros y siderúrgicos. Bastaría otra década más para que el
volumen del capital bancario creció espectacularmente en el país. La conquista del imperio petrolero del viejo John D. Rockefeller se extendiera por todo el país.
Oeste se intensificó en la misma época, por primera vez con un carácter capitalista. El vertiginoso crecimiento del capitalismo norteamericano -rudo, de lucha a
Detrás de los pioneros empeñados en ocupar tierras y establecer una economía muerte entre _empresarios- produjo la exaltación de impulsos agresivos. Los
agrícola y artesanal, vinieron los comerciantes y los empresarios ferroviarios. Las hombres de presa que dirigían el desarrollo económico se sintieron dirigentes de un
pueblo elegido, portadores y ejecutores del "Destino Manifiesto" que impulsaba a
Estados Unidos hacia la jefatura de las naciones. La embriaguez del éxito material,
conquistado en implacable lucha contra los competidores capitalistas, se tradujo en
-Cuadro 2 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - embriaguez imperialista. La conquista del Oeste no terminó en el litoral del
Comercio exterior de Estados Unidos, 1800-1920 Pacífico, California y Oregón. Continuó más allá, a través del océano, hacia Japón
(En miles de dólares) y China. Del sudoeste la marcha siguió hacia México, Centroamérica y toda la
América Latina. Los monopolistas triunfantes miraron más allá de las fronteras de
Año Exportaciones Importaciones
su propio país, y sus ideas expansionistas influyeron en la política de Washington
y en el pensamiento de las masas, educadas en el espíritu del Destino Manifiesto y
1800 70.972 91.153
de la Doctrina de Monroe, interpretada és~ como un llamado para que Estados
1820 69.692 74.450
Unidos asumiera la protección y el control de, las naciones más débiles.
1840 123.669 98.259
Desde 1880 el capital financiero norteamericano buscó campos de inversión en
1860 333.576 353.616
el exterior, en regiones subdesarrolladas y carentes de recursos financieros propios,
1880 835.639 667.955
donde la inversión arrojara ganancias superiores a las que se lograban en los centros
1900 1.394.483 829.150
desarrollados. Al mismo tiempo, la corriente general del espíritu nacional estado-
1920 8.108.989 5.278.481
unidense se inclinaba hacia una política imperialista.
Tomado de Thomas A. Bailey, A Diplomatic History ofthe American People, 1959, p. 459.

La Primera Conferencia Internacional Americana

-Cuadro 3 - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Uno de los síntomas del espíritu imperialista, producto de una nueva etapa del
capitalismo norteamericano, lo constituyó el deseo de participar activamente en los
Inversiones privadas asuntos polftkos de Latinoamérica y de asumir en fonna decidida el papel de árhitro
(En millones de dólares) en las relaciones internacionales americanas. El concepto de una orgamzación
multilateral de Estados americanos fue acogido por los dirigentes políticos y
País 1897 1930 empresariales yanquis como posible instrumento de su hegemonía sobre el hemis-
ferio; en lugar del esquema bolivariano (una Confederación Latinoamericana que
Gran Bretaña 2.060 4.500 como participante secundario invitaría a su mesa a Estados Unidos), para 1880, este
Francia 628 454 país desarrolló el concepto de un sistema panamericano dirigido por el gobierno de
Alemania 700 Washington, con los países latinoamericanos en calidad de protegidos del poderoso
Estados Unidos 308 5.429 Tío Sam. Mediante la creación de una unión panamericana se aspiraba alcanzar dos
propósitos fundamentales, de índole económica uno, y política el otro. En lo
Tomado de Norman Bailey, Latin America in World Politics, 1967, p. 50.
económico, se buscaría la creación de una unión aduanera americana, por la cual
140 D Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) D 141

Gran Bretaña y los demás países europeos serían excluidos de sus posiciones positiva el proyecto de una unión aduanera dentro de la cual Estados U nidos jugaría
comerciales y financieras en el hemisferio occidental, mientras que Estados Unidos el papel de gran abastecedor industrial. '
asumiría el papel de gran abastecedor y financiador de la América morena. En el La Primera Conferencia Internacional de Estados Americanos inició sus
plano político, se trataría de implantar un sistema de arbitraje obligatorio, a través sesiones en Washington el día 2 de octubre de 1889. Los países asistentes fueron
del cual Estados Unidos asumiría el puesto de gran juez y árbitro de las Américas, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador,
anteriormente ocupado por los ingleses. La unión aduanera y el arbitraje obligatorio Estados Unidos, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Perú,
significarían conjuntamente la implantación de la "Pax Americana" sobre el Nuevo Uruguay y Venezuela. James Blaine fue electo presidente de la Conferencia, y los
Mundo. representantes de Perú y de México desempeñaron las vicepresidencias.
En lo concerniente al problema del papel mediador de Estados Unidos en Ninguna de las dos. ideas maestras de la diplomacia norteamericana -el
América Latina, los dirigentes de Washington actuaron impulsados por los aconte- arbitraje obligatorio y la unión aduanera- fueron aprobadas en la reunión. Los
cimientos del Pacífico sudamericano. El gran conflicto entre Chile, Perú y Bolivia, delegados latinoamericanos estaban conscientes de que la primera de esas iniciati-
beneficioso para el capital británico, incitó a Washington -como ya lo señalamos vas afectaría la soberanía política de sus países y los colocaría bajo la tutela arbitral
en el capítulo anterior- a ofrecer sus buenos oficios y una eventual mediación. de la nación más fuerte del hemisferio. En cuanto a la segunda idea, veían
Chile, triunfador, rechazó el ofrecimiento, pero el Congreso y el gobierno norte- claramente que ella traería beneficios económicos casi exclusivamente para la
americanos quedaron dispuestos a no dejarse excluir -en futuras ocasiones- de potencia industrial del Norte, y que para los países débiles y subdesarrollados del
una participación en el arreglo pacífico de problemas latinoamericanos. Nuevo Mundo sin duda era preferible conservar su libertad de comercio y tratar de
En mayo de 1880 el Congreso de Estados Unidos autorizó al Presidente para mantener un equilibrio en el intercambio con Estados Unidos y con Europa.
que tratase de organizar una conferencia interamericana "con el objeto de discutir El principal resultado ·concreto de la conferencia -que finalizó el 19 de abril
y recomendar a los respectivos gobiernos la adopción de un plan de arbitraje para de 1890- fue la creación de una Unión Internacional de las Repúblicas America-
el arreglo de desacuerdos y problemas que pudieran en el futuro surgir entre ellos". nas, con su secretaría permanente establecida en la capital norteamericana. La
Claramente, era el espectáculo de la Segunda Guerra del Pacífico el que provocó esa función principal de la secretaría sería la de recibir y divulgar información
iniciativa del Congreso de Washington. Por otra parte, éste agregó que igualmente económica y técnica sobre los países miembros de la unión. Se adoptaron resolu-
deberían estudiarse, en la eventual conferencia panamericana, "medidas encamina- ciones en favor del incremento del intercambio comercial, técnico y cultural entre
das a la formación de una unión aduanera americana" y tendientes a "fomentar los países miembros, así como de la cooperación en materia sanitaria. Se recomendó
aquellas relaciones comerciales recíprocas que sean provechosas para todos, y la adopción del sistema métrico decimal para facilitar el intercambio. Igualmente,
asegurar mercados más amplios para los productores de cada uno de los referidos hubo pronunciamientos favorables a la unificación de normas jurídicas de los
países". diversos Estados, y su adhesión a tratados de derecho internacional aprobados en el
En 188i, bajo.la presidencia de James Garfield, el secretario de Estado James congreso celebrado en Montevideo en 1888. En el ámbito político, se recomendó
Blaine, en conformidad con lo recomendado por el Congreso, emitió invitaciones la utilización de medios pacíficos para solucionar las diferencias entre países de
para que los países de América acudieran a una conferencia destinada sobre todo a América, y se expresó la esperanza de que en el futuro pudiera crearse un sistema
estudiar la creación de un sistema de arbitraje. Pero casi en seguida, después de esta eficaz de arbitraje.
iniciativa el presidente Garfield fue asesinado, y su sucesor, el vicepresidente De esta manera Estados Unidos, llegado a la etapa imperialista y hegemónica,
Chester Arthur, destituyó a Blaine y anuló la convocatoria a la conferencia se apropió la idea de la organización internacional americana, anteriormente
panamericana. manejada sólo por los latinoamericanos, y dio un primer paso para establecer su
En 1885 asumió la presidencia de Estados U nidos Grover Cleveland, demócra- liderazgo sobre una unión de repúblicas.
ta, quien acogió la idea de la conferencia panamericana. De común acuerdo con el
Congreso, ordenó al secretario de Estado Bayard que fonnulara nuevas invitaciones
para 1888. A fines de ese año, los republicanos triunfaron en las elecciones Norteamérica desplaza a Inglaterra. Guerra entre
presidenciales, llevando a Benjamín Harrison a la primera magistratura a co- Estados Unidos y España
mienzos de 1889. James Blaine fue designadosecretario de Estado nuevamente;
de modo que fue el mismo hombre que había dado el primer impulso práctico a la Durante la década de 1890-1900, Estados Unidos tomó diversas iniciativas en
conferencia ocho años antes, el que representó a Estados Unidos cuando finalmente política exterior, encaminadas a establecer su hegemonía sobre las Américas y a
la reunión se efectuó. desplazar a Gran Bretaña de la posición de potencia dominante sobre la parte latina
Antes de iniciarse las deliberaciones de la conferencia en septiembre de 1889, del hemisferio.
los delegados latinoamericanos fueron llevados de gira para visitar los centros La discusión fronteriza entre Venezuela y Gran Bretaña constituyó un aconte-
industriales de Estados Unidos, con la idea de que una impresión favorable del cimiento importante en esa lucha por la hegemonía estadounidense. Desde 1850 en
adelanto técnico y manufacturero del país los alentara a considerar de manera adelante, los ingleses habían extendido los límites entre Venezuela y la Guayana
142 D Relaciones internacionales de Améric a Latina
Imperialismo norteamericano y resistencias en Améric a
Latina ( 1883-1933) D 143

Británica hacia el Oeste, penetrando cada vez más en


territorio históricamente administrativa y política para Cuba y Puerto Rico dentro
venezolano, sin hacer caso a las quejas de los gobiernos del mantenimiento de los
de Caracas. A partir de vínculos con la mádre patria. Ya era muy tarde. Unos
1890, el conflicto se tornó más grave, con ribetes de violen años antes, la autono mía
cia contenida. Venezue- habría constituido una concesión importante; ahora, los
la, demasiado débil para defenderse con las armas contra el patriotas exigían la inde-
Imperio Británico, pidió pende ncia completa.
ayuda, y Estados Unidos, bajo la segunda presidencia de
Gro ver Cleveland ( 1892- En Estados Unidos, la opinión pública seguía las peripecias
1896), acudió en defensa de la república sudamericana agredi cubanas con el más
da. En 1897, mediante vivo interés. Como ya lo señalamos anteriormente, Estado
presiones y actitudes amenazantes, Washington logró que s Unidos -desd e la
Londres aceptara que la época de Jeffe rson- se mostró deseoso de anexar la isla
disputa fronteriza fuese sometida a un arbitraje internaciona de Cuba. John Quincy
l. En el juicio arbitral, Adam s declaró en 1823 que algún día Cuba caería en manos
realizado en París en 1899, agentes norteamericanos asumi de los yanquis como
eron la representación de una manza na madura, y en 1825-1826 impidió que la Gran
Venezuela. El laudo dictado por los jueces -que eran Colom bia libertara a la
de nacionalidad inglesa, antilla. De 1845 a 1861 hubo diversos ofrecimientos de compr
norteamericana y rusa- fijó los actuales límites entre a, hechos por Estados
Venez uela y Guayana. Unidos a España. Desde 1880, el auge del imperialismo financ
Venez uela estima que tanto el procedimiento como el laudo iero norteamericano
adolecieron de graves fortaleció los sentimientos anexionistas hacia Cuba. El
vicios de forma y de fondo, y actualmente está reclamando anexionismo buscó una
ante Guyan a y Gran excusa moral, y-la encontró en la condena al colonialismo
Bretañ a la devolución de una importante porción territo español y en la aparente
rial. ~impa~a. hacia el bravo pueblo cuban o en su
En 1897 Estados U nidos obtuvo una clara victoria sobre Inglat lucha por emanciparse de España. El
erra cuando ésta tmpen ahsmo , para apoderarse de Cuba, necesitaba el apoyo
transigió en su reclamación más extrema, que le habría dado del pueblo norteame-
el·control sobre el Delta ricano, fundamentalmente generoso y democrático, que respon
del Orinoco, y aceptó el arbitraje. La opinión pública intern dería a los llamados
acional estimó que a de solidaridad contra el factor colonialista clásico, es decir,
partir de ese momento el león británico cedía el prime r puesto el gobierno de Madrid
en Améri ca al águila y sus agentes de represión.
yanqui. William Randolph Hearst, rey de la prensa norteamericana,
Ello contribuyó para que, a fines del siglo, Estados Unido fundador y dueño
s se sintiera animado de la prime ra gigantesca caden a de periódicos, fue el hombr
a establecer oficialmente, por las armas, su supremacía e que objetivamente
sobre el Caribe y la parte sirvió como agente de enlace entre los intereses imperialistas
norte de Améri ca del Sur. Cuba, siempre codiciada por y el pueblo norteame-
su posición estratégica en ricano. Sistemáticamente, por una propaganda periodística
la entrad a del Golfo de México, así como por su riquez en contra del poder
a azucarera, constituyó la español. y a favor de la liberación de Cuba, Hearst fue forma
causa del desencadenamiento de una guerra entre Estado ndo la opinión públic a
s Unidos y España. n~cesarta para provo car y sosten er una guerra
La lucha independentista cubana, incesante desde 1868, norteamericana contra España. Lo
se intensificó a partir htzo para probar su fuerza y aumentar el tiraje de sus public
de 1890. La excelsa personalidad de José Martí desempeñó aciones, así como por
un papel de primer pla- simpatía hacia los sectores capitalistas expansionistas
no desde esa fecha. Como teórico y como dirigente y los grupos militares y
práctico del movim iento navales que pensaban en Cuba en términos de seguridad
independentista y democrático de su país, Martí figura entre estratégica. Al ocurri r el
los grandes próceres desenlace bélico, Hearst se jactó de que la guerra hispan
de América. Es el último de los libertadores del siglo XIX o-norteamericana era
y el primero de los del exclusiva obra suya. Día tras día, sus diarios habían
siglo XX. Sus ideas comienzan a superar el liberalismo denunciado la represión
decimonónico y se colonial española, detallando las severas medidas de Weyle
proyectan hacia la revolución social del siglo actual. Martí r, presentando a éste
pertenece al Terce r como un monstruo, y exagerando los horrores de la reconc
Mundo, por su verticalidad frente a todos los colonialismo entración.
s -viej os y nuev os- y Para comienzos de 1898, la opinión pública norteamerica
por su avanzado sentido de solidaridad internacional. Origin na, estimulada por
almente desprevenido Hears t y por los factores imperialistas, se encontraba
ante Estados U nidos, en sus últimos años Martí comprendió en un verdadero frenes í
el carácter imperialista procub ano y antiespañol. En ese momento, como detona
de ese país, y voceó el temor de que una dominación neoco nte final, ocurrió el
lonial norteamericana incidente del acorazado Maine, barco de guerra norteamerica
pudiese reemplazar a la vieja opresión colonialista españo no, anclado en la bahía
la. de La Habana, en visita a Cuba, que sufrió una poderosa
En 1894. Martf. Maceo y Máximo Góme z invadieron Cuba. explosión en la que murió
dando comienzo la mayor parte de su tripulación, en el mes de febrero de
al levantamiento definitivo del pueblo de la isla. Para desgra 1898.
cia de América, Martí De inmediato, Hears t y la opinión norteamericana belicis
cayó el día 19 de mayo de 1895 en la batalla de Dos ta achacaron a los
Ríos. Maceo y Góme z españoles la culpa del estallido. En realidad, España,
continuaron en la dirección de la lucha de independencia, amenazada por Estados
y en 1895 se constituyó Unidos, era la menos interesada en provocar un incidente.
en las zonas guerrilleras la "Repú blica en Armas", presidida Tampoco es probable la
por Salvad or Cisneros. tesis de algunos defensores del punto de vista español, de
Ese mismo año Españ a intensificó las medidas militares que los propios imperia-
y policiales encaminadas listas norteamericanos hayan hecho estallar el barco, a fin
a derrotar la insurrección. El gobernador militar Martínez de provocar la guerra. Un
Campos, moderado, fue frío "maquiavelismo", capaz de matar a nacionales de Estado
sustituido por el general Valeri ana Weyler, quien recurr s Unidos, no parece
ió a la "reconcentración" propio de los métodos empleados por ese país en aquell
(traslado forzoso de poblaciones y detención de sospec a época. Existen dos
hosos en campos de explicaciones plausibles del hecho. La prime ra es que se
concentración) como medio para debilitar a los rebeldes. Para trató de un accidente: el
combi nar la represión · estallido de una caldera del barco ocurrido por mera casual
con la reforma, en 1897 el gobierno español emitió un idad en un mome nto de
proyecto de autonomía gran tensión política internacional. La otra posible explic
ación sería la de que el
144 D Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) D 145

hecho fue provocado por patriotas cubanos, desesperados por desencad~nar el cia que los norteamericanos le habían formulado, empuñó las armas contra sus
conflicto entre Estados Unidos y España. antiguos aliados, y durante varios años prosiguió su lucha contra el nuevo colonia-
Si tal fue el caso, lograron un éxito cabal. En Estados Unidos, la ira contra lismo.
España era ya arrolladora e incontenible. El presidente Me Kinley, sucesor de Cuba, pese a las presiones de imperialistas extremos, recibió la independencia
Cleveland desde 1897, trató de serenar los ánimos de sus compatriotas y de formal. Pero se trataría de una independencia incompleta, mediatizada. Estados
preservar la paz. De acuerdo con España, comisiones mixtas de expertos realizaron Unidos ocupó la isla hasta 1903, y retiró sus tropas a cambio de un tratado que le
inspecciones del casco del buque reventado. No hubo ningún dictamen concor- concedía el derecho de intervenir en los asuntos internos de la república antillana
dante. Según los expertos norteamericanos, la voladura se produjo de fuera hacia cada vez que unilateralmente lo estimase necesario para preservar "el orden" y "la
dentro y, según los españoles, de dentro hacia fuera. independencia" de la isla. El principio del derecho a la intervención estuvo con-
Ningún consejo de moderación logró detener los impulsos bélicos que emana- tenido en la Enmienda Platt, presentada por el senador norteamericano Orville Platt
ban de los sectores económicos y militares imperialistas, de congresistas vinculados ante el congreso de su país. Posteriormente, dicho principio quedó incorporado al
a esos intereses, y de una opinión pública exaltada. El gobierno de Estados Unidos, tratado cubano-estadounidense y a la propia Constitución Nacional de Cuba.
presionado por el Congreso y la opinión pública, presentó un ultimátum a España: Además del derecho a la intervención; el tratado de 1903 dio a Estados Unidos la
destituir a Weyler, poner fin a la reconcentración, otorgar libertades y autonomía a base militar de Guantánamo y una base naval en Bahía Honda.
los cubanos. España estuvo dispuesta a la conciliación y efectivamente destituyó a Aceptada así la legalización de la intervención extranjera, y reducida Cuba a la
Weyler: pocas veces una potencia mostró tanto empeño en evitar un conflicto. Pero situación de protectorado de Estados Unidos, las tropas norteamericanas fueron
Estados U nidos siguió presionando, y declaró la guerra antes de obtener respuestas retiradas, y Tomás Estrada Palma asumió la presidencia del país.
definitivas de los españoles.
Los combates duraron de marzo a junio de 1898 y se desarrollaron en diversos
frentes. En el mar, la flota de Estados Unidos derrotó a la de España. Fuerzas
norteamericanas desembarcaron en Cuba, en Puerto Rico, y en las islas Filipinas y La toma del Canal de Panamá
de Guam, en el Océano Pacífico: Estados Unidos estaba interesado por igual en La idea de construir un canal interoceánico en Panamá o América Central fue
dominar el Caribe y las rutas del Pacífico entre California y China. Ambas regio- v?. ceada
. por p~imera vez en ~1 siglo XVI bajo el reinado de Carlos V. La proposi-
nes representaban para Norteamérica esferas imperiales de suma importancia en lo cwn fue recogida y pormenonzada por Alejandro de Humboldt a raíz de su viaje por
económico y lo naval. las regiones equinocciales del Nuevo Mundo en el lapso 1799-1804. Poco después,
En Cuba las tropas norteamericanas actuaron en forma paralela a las fuerzas el conde de Saint;.Simon, ideólogo del socialismo utópico y del progreso científico
armadas rebeldes del país. Al cabo de pocos meses, los españoles quedaron y tecnológico, hizo suya la idea de conectar los mares y los océanos mediante
acorralados. Puerto Rico fue ocupada sin dificultad, en vista de que en esa isla no canales en Suez y Panamá. El ingeniero Ferdinand de Lesseps, constructor del Canal
se encontraban fuerzas españolas importantes. También en el Pacífico la ocupación de Suez e iniciador de los trabajos del Canal de Panamá, fue discípulo de Saint-
de la isla de Guam fue fácil para la armada de Estados Unidos. En Filipinas, las Simo~ y ejecutor de las ideas· del maestro en su aspecto tecnológico, aunque no en
fuerzas norteamericanas se unieron al movimiento de liberación dirigido por el el SOCial.
general Emilio Aguinaldo. Se les prometió a los patriotas filipinos que, luego de la Inglaterra y Estados Unidos ·eran·las dos principales potencias con opción
victoria sobre España, su país obtendría la independencia. Al ser derrotada, España efectiva para construir un canal a través del istmo. Como lo hemos visto, los dos
se vio obligada a firmar el Tratado de París el 10 de diciembre de 1898. Por los países acordaron -por el Tratado Clayton-B ul wer, firmado en 1850- que ningu-
términos de ese instrumento, España reconoció la independencia de Cuba, y cedió no de ellos tomaría la iniciativa de la construcción del canal sin el consentimiento
Puerto Rico, Guam y las Islas Filipinas a Estados Unidos. del otro. ·
Con respecto a Filipinas, Estados Unidos vaciló entre cumplir la promesa de En 1878, un norteamericano llamado Bonapartc Wysc obtuvo una conct!sión
independencia hecha a Aguinaldo, o conservar las islas como dependencia colonial. del gobierno colombiano, del cual dependía Panamá, para la eventual construcción
Al comienzo, el presidente Me Kinley se inclinó a conceder la libertad al archipié- de un canal interoceánico. Un año después, Ferdinand de Lesseps y una compañía
lago. En cambio, el alto mando naval insistía con pasión en que era necesario anexar francesa compraron la concesión Wyse y abrieron suscripciones de capital, no sólo
Filipinas al imperio yanqui: las islas están localizadas en un sitio estratégicamente en Francia sino en todos los países adelantados del mundo, incluido Estados Unidos.
importante, en la ruta marítima entre N orteamérica y China. Me Kinley terminó por Pero contrariamente a lo que sucedió en el caso de Suez, la compañía de De Lesseps
aceptar los razonamientos de los almirantes, y se dejó convencer de gue Estados se encontró con las más graves dificultades financieras y, al cabo de una década, en
Unidos tenía una "misión civilizadora" que cumplir en Filipinas y por ello no debía 1889 tuvo que declararse en quiebra.
retirarse de ese país. España recibió la suma de 20 millones de dólares por la cesión Estados Unidos, volcado hacia el imperialismo desde 1880, observó con interés
de Filipinas. En cambio, Puerto Rico y Guam fueron considerados como botín de la iniciativa de De Lesseps, y sus dirigentes llegaron a la conclusión de que
guerra. Emilio Aguinaldo, indignado por la violación de la promesa de independen- necesariamente debían controlar y dirigir la construcción de la vía interoceánica.
146 O Relaciones internacionales de América Latina
Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) O 147

Claramente el acuerdo Clayton-Bulwer constituía un obstáculo para la realización


del destino imperial estadounidense. La potencia norteam~ricana ~e 1880-1_890 ya Congreso p~a el mes de jun~o. La segunda compañía francesa vendió sus propie--
dades al gobierno norteamencano en ese mismo año.
consideraba al Caribe y Centroamérica como su esfera de mfluencia ex~l~siva. De
conformidad con ese sentimiento, el presidente Rutherford Hayes en~ncto ~n. 1889 El secretario de Estado de Estados Unidos y el encargado de negocios de
n corolario a la Doctrina de Monroe: para evitar la injerencia de Impenahs~os Colombia en Washington firmaron en enero de 1903 el Tratado Hay-Herrán. Por
~xtracontinentales en América, Estados Unidos debía ejercer el control exclusivo p~~ del colom~iano era un acto precipitado: la oposición política y la opinión
pubbcas colombianas rechazaron la idea de enajenar partes del territorio nacional
sobre cualquier canal interoceánico ~u~ ~e ~ons~yese. _,
Por lo pronto surgieron nuevas Imcia~vas pnvad~s. En 1887 una compama a mano~ de un Estado extranjero. En efecto, el Tratado preveía la concesión a
particular firmó un convenio con el gobierno de Nicaragua para la e~entual p~~etuidad de _una zona del Canal para uso de Estados Unidos, a cambio de un pago
construcción de un canal. En 1888 otra empresa suscribió un acuerdo simtl~ con IniCial de 10 millones de dólares y una suma anual de 250.000. En agosto de 1903
Costa Rica. En 1894 los sucesores de De Lesseps crearon una nueva compama en el Congreso Nacional colombiano rechazó el Tratado, por considerarlo violatorio
de la Constitución y la soberanía del país.
Panamá.
El gobierno norteamericano vacilaba en cuanto a otorgar su respaldo a una u '!~odoro Rooseve~t ~o estaba dispuesto a aceptar una negativa, tampoco a
otra de esas iniciativas. El gran interrogante que se presentaba era fundamentalmen- admtttr que las negoctactones pudieran prolongarse. En 1904 se realizarían las
te éste: ¿Nicaragua o Panamá? Tanto los terratenientes ?icaragüenses co~o l~s elecciones presidenciales en Estados Unidos y Roosevelt estaba empeñado en
panameños tenían interés en que su región fuese la escog~da. T~l ob~a valonzana obtener la zo~a del Canal antes de ese proceso para capitalizarla políticamente. Por
enormemente sus terrenos y les traería prosperidad comercial y fmanciera. ~or ello, ello, el presidente norteamericano reaccionó violentamente ante el rechazo al
en Washington se instalaron dos lobbies, uno nicaragüense Y. o_~o p~n~eno, para Tratado Hay-Herrán, y tomó la firme decisión de proceder por la fuerza.
hacer propaganda y aplicar presiones ante el Congreso y la opimon ~ubhca en fav?r En estrecha colaboración con Bunau-Varilla, el gobierno de Estados Unidos
de sus respectivos intereses. El "lobbista" panameño, Bunau-Varilla, era el mas trabajó en la preparación de la secesión panameña. Existían condiciones objetivas
hábil y triunfó sobre su rival nicaragüense. , . . favorables a la separación de Panamá de la República de Colombia. Panamá se
Antes de decidirse definitivamente entre Panama y Nicaragua, el gobierno diferenciaba de todas las demás provincias colombianas por su localización
norteamericano resolvió conseguir la anulación del Tratado Clayton-Bulwer. Para geográfica, su carácter étnico y cultural, y sus relaciones económicas. Separada del
1901 Inglaterra estaba dispuesta a renunciar a sus dere~hos sobre un even~al c~nal rest? del país por el inhóspito istmo de Darién, desarrolló su vida aparte. Durante
en el istmo: la guerra de los Bóers había dejado al gobierno d~ Londres sm ~Igos el siglo XIX más de 50 levantamientos secesionistas habían ocurrido en tierra
en el mundo y le había enseñado la necesidad de buscar la amistad norteamencana. p~name~a. Ahora~ a los descontentos anteriores se añadía la decepción de la
Ese mismo año, Estados Unidos y Gran Bretaña fi~a;on el Tratado Hay_-Pauncefote, ohgarqma terratemente de Panamá por el rechazo colombiano al proyecto de venta
de la zona del Canal.
cuyos términos eran los siguientes: Inglaterra admitía que Estados Umdos c??stru-
yera exclusivamente el canal por su propia in,iciati~~' con tal, d~ no f?rtlficarlo Con la complicidad de las autoridades norteamericanas, Bunau-Varilla desde
militarmente. El senado norteamericano se nego a ratificar esta ultn~a clausula y el la sui~e n~mero l. ~ 62 del Hotel Waldorf Astoria de Nueva York, preparó la r~belión
Tratado fue renegociado. En su versión definitiv_a deja las manos _hbres a Estados s~ceswmsta, reumendo a conspiradores y contratando a unos quinientos mercena-
Unidos, comprometiéndolo únicamente a garantizar la c~mpleta libertad de nave- nos. Roosevelt prometíó secretamente a Bunau-Varilla que Estados Unidos no
gación a todas las naciones y muy particularmente a los mg~eses. . permitiría que la rebelión fracasara. El barco de guerra norteamericano Nashville
El presidente Me Kinley fue asesinado en el mes de septiemb~e de 1901, en la llegaría al puerto de Colón el día 2 de noviembre de 1903 en visita de "cortesía".
primera magistratura del país le sucedió el entonces vicepresi~ente, !eodoro La insurrección separatista estalló el3 de noviembre. El Nashville y sus infantes
Roosevelt. Este vigoroso estadista, de gran enverga?ura, .c?~~I~aba ~Ie~o re- de marina impidieron el desembarco de tropas gubernamentales colombianas. El 4
formismo en polftica interna con la más clara y _compleJa ?~fmtciOn _tmpen~ltsta_en de noviembre la República de Panamá proclamó su independencia. Dos nf~s
el ámbito de la política exterior. Dominar el Caribe, el Pacifico y las tierras n?eren~s después, el gobierno de \Va.shington reconoció el nuevo Estado. El día 13 de
de esos mares era, para Roosevelt, un requisito esencial para el asce~de~te Impeno noviembre Bunau-Varilla presentó sus credenciales como enviado extraordinario
norteamericano. En lo personal, cifraba su. honor en en~ar a_la histona como el Y plenipote~ci:rrio de ~ana~á. El 18 de n~viembre fue ~irmado el Tratado Hay-
forjador fundamental de ese imper~o: ~ p_arur de 190~, baJo el Impulso de Teodo~o Bunau_-V~nlla. ~an~a cedto a Estados Umdos, a perpetmdad, el uso de una franja
Roosevelt se intensificaron las IniCiativas encammadas a obtener una frail.Ja de territono de diez millas de ancho, de la costa del Pacífico hasta la del Caribe, por
territorial ~n el istmo y comenzar la construcción del ~a~~l. . la suma de 10 millones de dólares y un pago anual de 250.000. En febrero de 1904
el Tratado quedó ratificado por ambos Estados.
En enero de 1902, el Congreso autorizó la_ negociacion c?n Nicaragua o ~on
Colombia para obtener concesiones en cu,al~mera de esos yruses. Bunau-V ~lla Roosevelt, como imperialista franco, jamás negó que la separación de Panamá
redobló sus esfuerzos para convencer al maxi~o cuerpo ~ehberant; nor~eam~nca­ de Colombia· y la cesión del Canal fueran producto de una política de fuerza.
no de que se pronunciara en favor de Colombia, es decir, Panama. Asi lo hizo el Justificó la intervención indirecta de Estados Unidos en los asuntos colombiano-
panameños, con el alegato de que era necesaria para asegurar "el progreso y la
'.',
.<~':.
.•.

•·.··.··.•

148 O Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) O 149

civilización". En 1911 explicó con toda claridad: "/ took Panama and let Congress política en 1906. Las fuerzas estadounidenses ocuparon la nación cubana durante
debate" ("Tomé Panamá y dejé que el Congreso discutiera"). tres años, retirándose en 1909.
La construcción de la vía interoceánica comenzó en seguida, con todo el vigor Teodoro Roosevelt tuvo una actitud enérgica en la crisis venezolana de 1902-
y la rapidez que Teodoro Roosevelt sabía imprimir a sus iniciativas. El Canal 1903. En un arrebato nacionalista, el presidente Cipriano Castro se negó a cancelar
comenzó a funcionar en 1914. las. d~udas pendientes con varias pot~ncias europeas bajo las condiciones que éstas
Colombia se sintió grandemente ofendida por la intervención norteamericana exigian. Como resultado de la negativa de Castro, aparecieron en la costa venezo-
en Panamá y la abierta ayuda de Teodoro Roosevelt a la secesión de ese país. En lana barcos de guerra alemanes, ingleses e italianos. Después de bloquear los
1914, el presidente Wilson tomó la iniciativa de negociar un c~nvenio · co,n puertos venezolanos, procedieron a hundir y capturar la mayor parte de la flóta del
Colombia, por el cual Estados Unidos expresaba su pesar por lo ocurrido y ofrecia país, y finalmente los alemanes cañonearon la costa, causando destrucción y
una indemnización de 25 millones de dólares. Ese convenio fue rechazado por el mu~rte. El pr~si~ente norteamerican~ invocó la Doctrina de Monroe y exigió que
Congreso, encabezando Teodoro Roosevelt la batal~a política c?~!ra 1~ ratific~c,~ó~ los mtervencwmstas europeos se retirasen; a cambio de ello, Estados Unidos se
del instrumento. Roosevelt alegaba que Estados Umdos no debia pedir perdon m encargaría de obligar a la Venezuela rebelde a pagar sus deudas.
lamentar los hechos de 1903. Apenas solucionado el caso venezolano, se presentó una situación similar en
Fue sólo en 1921 cuando Estados Unidos negoció con Colombia un tratado que Santo Domingo. Las finanzas públicas de República Dominicana se hallaban en un
entró en vigencia y otorgó al país sudamericano la indemnización de 25 millones. estado de virtual bancarrota, de tal manera que el país no estaba en capacidad de
Para este momento los norteamericanos estaban interesados en obtener concesiones hacer fr~nte ~ ~gobiant:s obligaciones ante acreedores europeos. Bajo el impacto
petroleras en tierra colombiana. de esta situacwn, ademas de la venezolana del año anterior, Roosevelt proclamó su
C~rolario ~ la Doctrina de Monroe: "La delincuencia crónica (de algunos países
latinoamencanos) puede (... ) hacer necesaria la intervención de alguna nación
La política del garrote y la diplomacia del dólar civilizada, y en el hemisferio occidental la Doctrina de Monroe puede obligar a
Estados Unidos( ... ) a ejercer un poder de policía internacional". En otras palabras,
Las presidencias de los mandatarios norteamericanos Teodoro Roosevelt Teodoro Roosevelt transformó la Doctrina Monroe en un instrumento preventivo
(1901-1909) y William Howard Taft (1909-1913) se definen en su actuación hacia e intervencionista. Allí, donde a juicio unilateral de Estados Unidos existían
los países de Latinoamérica del siguiente modo: la primera, por la llamada "política con~iciones d~ ,desorden fi~anciero o político _que posiblemente pudiesen provocar
del garrote", y la segunda, por la "diplomacia del dólar". Ambas políticas represen- una mtervencwn extracontmental, la potencia norteamericana debía anticiparse,
tan el mismo proceso de creciente intervención y dominación del imperialismo ocupando a su vez el indócil país "incivilizado", para corregirlo de acuerdo con los
estadounidense en la zona del Caribe. dictados del sistema internacional dominante.
Teodoro Roosevelt, influido por· el darwinismo social, a la vez que por la En aplicación al Corolario Roosevelt, los infantes de marina desembarcaron en
ideología imperialista anglosajona de figuras como Rudyard Kipling y Joseph República Dominicana en 1905. Estados Unidos asumió la administración de
Chamberlain, creía que la competencia es la ley del mundo y que los más fuertes aduanas del país, destinando el45% de los ingresos aduaneros al fisco dominicano
están destinados a ejercer su dominación -preferentemente benévola y civilizado- y el 55% restante al pago de la deuda exterior. Gran Bretaña, acreedora de República
ra- sobre los más débiles. En el plano de la política interna de Estados Unidos esa Dominicana, elogió esta iniciativa que satisfizo a los banqueros del mundo.
fe en una ruda pero creadora competencia se expresó por la lucha contra los Al mismo tiempo que intervino en el Caribe, en aplicación de su Corolario,
monopolios y la promoción de la ley anti trust de 1903; en el ámbito de la política Teodoro Roosevelt actuó enérgicamente en el Océano Pacífico y Asia oriental para
exterior se tradujo en una estrategia imperialista. fortalecer los intereses imperiales norteamericanos en esas regiones. Negoció con
Al mismo tiempo, Roosevelt creía en el realismo político. Sin piadosas Japón sobre la división del Pacífico en zonas de influencia, sirvió de mediador entre
ilusiones, sabía que la estructura internacional en última instancia está determinada Japón y Rusia, y proclamó la doctrina de la "Puerta Abierta" en China (doctrina4u~;;
por relaciones de fuerza y no por normas de derecho. Una de sus máximas era la de exige que los viejos imperialismos -inglés, francés, ruso- ya establecidos en
no emprender iniciativas diplomáticas que no pudiesen ser respaldadas por la fuerza China, dejen la puerta abierta a los imperialismos más jóvenes, tales como el
si fuese necesario. En uno de sus safaris en Africa oriental había recogido un norteamericano).
· proverbio indígena que decía: "Cuando vayas a visitar a tu adversario, habla en voz William Howard Taft y su secretario de Estado, Philander Knox, representaron
baja pero lleva un garrote en la mano". Una política exterior basada en demostra- el ala más conservadora del Partido Republicano, y mantuvieron íntimas y excelen-
ciones de fuerza discretas pero inconfundibles era la de Teodoro Roosevelt ante las tes relaciones con el establishment financiero de Wall Street. Knox, antes de
demás grandes potencias. Frente a la América Latina el garrote era más visible y ingresar a la diplomacia, había sido abogado de grandes empresas financieras.
menos discreto. Tanto él como el propio presidente Taft se sentían convencidos de que el interés
El ejército norteamericano, que había salido de Cuba en 1902 después de que nacional norteamericano coincidía plenamente con el de los consorcios capitalistas
ese país acogió la Enmienda Platt, intervino nuevamente en la isla a raíz de su crisis del país. En su política exterior mantuvieron la más estrecha y permanente
·150 D Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) D 151

colaboración con los grupos inversionistas particulares. En la Casa Blanca, en el represiva. El gobierno de Washington protestó, expulsó al encargado de negocios
Departament o de Estado o en otros sitios más discretos, los máximos dirigentes del nicaragüense y envió barcos de guerra al país centroamericano. Zelaya cayó y fue
gobierno se reunían regularmente con los jefes de la gran banca, para proyectar y reemplazado por un gobierno provisional al cual se le obligó, bajo amenaza de
organizar acciones conjuntas encaminadas a ocupar y dominar la zona del Caribe cañoneo y desembarco de marines, a suscribir un acuerdo por el cual Nicaragua
y la parte septentrional de América del Sur, así como también a conquistar una recibía un préstamo norteamericano y, a cambio de ello, entregaba sus aduanas a un
participación económica y política cada vez mayor en los asuntos del Pacífico y de administrado r estadounidense, designado en 1911. Poster~ormente, entre 1912 y
China. En lo doctrinario, acogieron cabalmente el Corolario Roosevelt y el objetivo 1931, los infantes de marina entraron en Nicaragua varias veces.
de garantizar la seguridad del Canal de Panamá y las rutas marítimas que conducen El presidente Woodrow Wilson, electo en 1912 y en posesión del mando a partir
hacia él. de 1913, era un hombre totalmente distinto de Taft. Dirigente del Partido Demócra-
Taft y Knox agregaron a la Doctrina de Monroe otro Corolario, que acentúa su ta, liberal, idealista y adversario del imperialismo como doctrina y principio,
carácter imperialista. Afirmaron que no sólo la ocupación política de alguna zona prometía un trato nuevo, más democrático, a su propio pueblo y a las naciones
independiente en las Américas por parte de una potencia extracontinental constitu- extranjeras. Al tomar posesión de la presidencia, proclamó su vehemente repudio
ye una violación de esa doctrina, sino que la vulnera hasta el establecimien to de la a la diplomacia del dólar y a las intervenciones imperialistas. Afirmó que su política
"influencia económica" de sectores privados extracontinentales. Sistemáticam ente exterior estaría basada en el respeto a la autodeterminación de los pueblos y en el
presionaron a los países del Caribe, hasta con la amenaza del desembarco de los apoyo a la causa democrática en todos los países del mundo. Pero entre la teoría y
marines, para que negaran concesiones y contratos al capital europeo y japonés, la práctica existió una distancia considerable. En el área del Caribe, Wilson continuó
llegando incluso a forzarlos para que anularan convenios ya suscritos con in- la política intervencioni sta de Taft y hasta la intensificó. Para tranquilizar su
versionistas de esos países. En 1912, cuando un grupo económico japonés negoció conciencia, se convencía de que sus intervenciones no iban dirigidas contra "de-
con México para obtener concesiones en Baja California, Estados Unidos amenazó mócratas" sino contra "enemigos de la democracia", y que su propósito no era el de
a las autoridades mexicanas y presionó a Japón hasta que el proyecto fue cancelado. proteger y promover los intereses de grupos inversionistas sino el de ayudar a los
Henry Cabot Lodge, senador republicano allegado a Taft, propuso y logró la pueblos pobres a liberarse de gobernantes indeseables: si los capitalistas norteame-
aceptación por parte del Congreso de una resolución según la cual Estados Unidos ricanos aprovechaban esas nobles intervenciones y sacaban de ellas grandes
no toleraría la transferencia de zonas "estratégicas" de las Américas a compañías beneficios no sería culpa del gobierno.
privadas no americanas. Así, la Doctrina de Monroe se aplicaría en lo sucesivo no En 1913, antes de entregar el gobierno a Wilson, Taft había obligado a
sólo a gobiernos sino también a empresas privadas extracontinentales. De 1912 en Nicaragua a entregar a Estados Unidos, por un lapso de 99 años, dos islas en el
adelante, este nuevo corolario fue invocado cuatro veces para impedir el otorga- Golfo de Fonseca, a cambio de la cancelación de las deudas pendientes con bancos
miento de concesiones mexicanas a grupos japoneses. Los dos componentes del norteamericanos. Wilson aprobó estos términos, que quedaron incorporados en el
engranaje imperialista -capitalistas y militares- tuvieron participación en la Tratado Bryan-Cham orro, firmado en 1916 por el secretario de Estado norteame-
formulación de ese añadido a la Doctrina Monroe. ricano y el canciller nicaragüense. El presidente Wilson quiso que a este Tratado se
En 1909 Taft y Knox comprobaron que Honduras adeudaba sumas considera- le agregase una cláusula similar a la Enmienda Platt, que habría legalizado las
bles a acreedores ingleses. Aplicando el Corolario Roosevelt, el gobierno norteame- intervenciones armadas estadounidenses, pero el propio senado de Washington se
ricano forzó al hondureño a aceptar que un grupo financiero privado de Estados negó a ratificar tal disposición.
Unidos tomara a su cargo la deuda exterior del país centroamericano. Cañoneras e En 1915 graves desórdenes políticos estallaron en Haití. El presidente Vilbrun
infantes de marina se hicieron presentes para garantizar la operación. Guillaume Sam, enfrentado a un levantamiento de sus adversarios y del pueblo,
En 191 Ose efectuó una intervención parecida en la República de Haití. Bajo la masacró a 160 presos políticos. En seguida fue derrocado por las fuerzas rebeldes.
protección de infantes de marina y unidades navales estadouniden ses, un grupo En venganza por la masacre de los presos, la turba despedazó a Sam.
hancario norteamericano compró el Banco Nacional haitiano y lo manejó de El linchamiento y los desórdenes callejeros sirvieron de pretexw para un
acuerdo con sus propios intereses como sucursal de Wall Street. desembarco inmediato de los infantes de marina, teóricamente para proteger las
Otra intervención de Taft se llevó a cabo en Nicaragua, república de particular vidas y propiedades de los ciudadanos norteamericanos en la isla. En vez de retirarse
importancia no sólo económica (grandes inversiones en la producción y exporta- después del restablecimiento del orden, los marines permanecieron en el país
ción de bananas), sino también estratégica: la geografía del país se presta a la durante 18 años. Haití fue obligada a suscribir un convenio por el cual se convertía
eventual construcción de otro canal interoceánico y Estados Unidos ejerce, por ello, en protectorado de Estados Unidos. Bajo severa ocupación militar, y con una
una vigilancia particular. Para 1909, el mandatario nicaragüense de orientación Constitución redactada por norteamericanos, el país llevó una existencia colonial
nacionalista, José Zelaya, había disgustado al gobierno y a los grupos privados hasta 1933. En una oportunidad, cuando el pueblo se alzó contra la potencia
norteamericanos por su política independiente. Estados Unidos dio su apoyo a un ocupante, los infantes de marina reprimieron duramente la revuelta, dando muerte
conato de golpe contra Zelaya. El enérgico gobernante debeló la intentona y mandó a unas 3.000 personas. .
fusilar a dos mercenarios norteamericanos capturados en el transcurso de la acción Del mismo modo, la parte oriental de la isla -República Dominicana -fue
152 O Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) O 153

ocupada por las tropas de Wilson en 1916. En el caso dominicano, la ocupación proletariado organizado de esos países: sindicatos, agrupaciones anarquistas y
"sólo" duró ocho años (en lugar de dieciocho), pero fue más dura y opresiva que la finalmente, partidos socialistas. · '
que imperaba en Haití. Mientras que en la república negra existía un gobierno Después de la Segunda Guerra del Pacífico, Chile se encontró más que nunca
nacional, que regía al país bajo la supervisión del ocupante, en Santo Domingo los sometido al capital extranjero. El inglés John Thomas North, "rey de los nitratos",
oficiales de marina yanqui asumieron el mando directamente, sin gobernantes controlaba la economía del país en asociación con la oligarquía autóctona. Contra
nacionales interpuestos, y ejercieron una férrea y salvaje dictadura, recurriendo al ese estado de cosas se elevó el presidente José Manuel Balmaceda, liberal, quien
uso de la tortura, la reclusión en campos de concentración, y hasta el asesinato de gobernó de1886 a1891. Frente al parlamento dominado por los grandes intereses,
los patriotas que resistían a la opresión extranjera. Tanto en Haití como en Santo Balmaceda pretendió fortalecer el poder ejecutivo vinculado a la causa nacionalista
Domingo, la ocupación militar permitió a los intereses capitalistas norteamericanos y popular. Dictó una serie de decretos que afectaban la dominación extranjera sobre
extender y consolidar su control sobre los ingenios azucareros y otras fuentes de la economía chilena. Pero la alianza imperialista-oligarca se alzó en armas contra
riqueza. Balmaceda en 1891, en nombre de la "democracia" parlamentaria amenazada por
el "autoritarismo". Derrocado y refugiado en la embajada argentina, Balmaceda se
suicidó, quedando en la memoria del pueblo chileno como mártir del nacionalismo
Resistencias sudamericanas al imperialismo (1900-1920) liberador. En años recientes, se han establecido comparaciones entre Balmaceda y
Salvador Allende por la similitud de sus destinos. En ambos casos, derrocado y
Las opresiones nacionales y sociales tienden a despertar fuerzas rebeldes, muerto el mandatario renovador, la oligarquía victoriosa se apresuró a anular las·
dirigidas en contra de los factores opresores. Fue notable el estímulo objetivo e reformas realizadas.
indirecto que la intervención del imperialismo norteamericano y británico dio al Desde 1900 en adelante, los radicales se fortalecieron continuamente y su
ascenso de corrientes sociales y políticas nuevas, orientadas hacia el logro de una influencia se hizo sentir en el país. Además de luchar por el avance de la democracia,
mayor independencia de las naciones latinoamericanas, así como a la reestructura- los radicales proponían medidas económicas nacionalistas. Los socialistas, por su
ción de las relaciones sociales dentro de esas naciones en el sentido de una mayor parte, propugnaron la solidaridad internacional de los trabajadores chilenos con el
justicia. La penetración imperialista provocó réplicas liberadoras importantes y en proletariado del mundo en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo.
algunos casos irreversibles. Tendencias parecidas se desarrollaron en la vecina Argentina. El radicalismo
La interrelación imperialismo-liberación tiene su raíz en el papel transformador de clase media y el socialismo crecieron paralelamente. En 1905 Hipólito Irigoyen
que el capital extranjero desempeña en los países subdesarrollados. La penetración encabezó un movimiento revolucionario radical. En 1916 los votos del pueblo lo
del capital extranjero intensifica la dependencia del país subdesarrollado frente al llevaron a la presidencia de la nación. Su gobierno se caracterizó por las reformas
centro capitalista dominante. Pero al mismo tiempo estimula actividades capitalis-. encaminadas a promover una mayor igualdad entre los ciudadanos, y por una
tas dependientes, alienta migraciones del campo a la ciudad, y provoca la formación política de nacionalismo económico frente a los grandes intereses capitalistas
de nuevas clases sociales, destinadas a combatir el imperialismo y, eventualmente, norteamericanos e ingleses.
el propio modo de producción capitalista. Aunque, por un lado, el capital imperialista En Uruguay comenzó en 1903 el interesante ensayo popular reformista de José
crea una burguesía importadora vinculada a intereses foráneos y, por el otro, Batlle y Ordóñez. Para fines del siglo XIX el Partido Colorado había comenzado a
estimula la formación de capas medias modernas, integradas por profesionales, desarrollar una corriente novedosa, más avanzada y más social que el liberalismo
técnicos e intelectuales, así como también el desarrollo de la clase obrera. Esta clásico que caracterizaba a ese partido en sus primeras fases. Batlle, desde la
última, integrada por los trabajadores de empresas dominadas por el capital o la presidencia, aprovechó los grandes ingresos fiscales debidos a la prosperidad del
tecnología extranjera, tiende a ejercer creciente influencia en la dinámica social de mercado mundial de carne, lana y cueros, para implantar el primer Welfare S tate del
sus países, coincidiendo con los campesinos y otros trabajadores tradicionales, y . mundo: el primer Estado -antes y en mayor grado que la Alemania del Kaiser
también con las capas medias inconformes y rebeldes, en la lucha por la liberación Guillermo TT- donde todos los ciudadanos gozahan de una seguricbd social
nacional y la transformación de las estructuras. En algunos casos, esa lucha sólo integral desde la cuna hasta la tumba. Junto con esta labor reformista en el plano
logra éxitos parciales y arroja resultados modestos; en otros, sacude profundamente social interno, Batlle despertó la conciencia de sus compatriotas con respecto a la
a las naciones latinoamericanas y produce avances de honda significación histórica. dependencia económica ante el mundo exterior.
En la etapa que nos interesa, la Revolución Mexicana constituyó la réplica más Cabe mencionar igualmente, como síntoma de transformación progresista en
contundente e importante de la América Latina a la penetración imperialista, pero América Latina, el auge del liberalismo en Brasil desde las últimas décadas del siglo
también deben señalarse algunos procesos sudamericanos que precedieron a los XIX; La esclavitud sólo fue abolida en 1888, pero a partir de ese momento se acele-
sucesos mexicanos o que ocurrieron simultáneamente con ellos. ró la modernización. En 1889 los republicanos hicieron una revolución sin sangre
Para fines del siglo XIX iniciaron su ascenso en las repúblicas de Chile y de y obligaron al emperador Pedro II a abdicar el trono.
Argentina los Partidos Radicales de tendencia democrática y reformista, expresión Los primeros gobiernos de la república emprendieron diversas iniciativas
política de las capas medias. Al mismo tiempo, se inició el auge de las fuerzas del renovadoras en diferentes órdenes de la vida política y social. En lo relativo a la
i 54 O Relaciones internacionales de América Latina
Imperialismo norteamericano y resistencias en
América Latina ( 1883-1933) O 155
olític a exterior, el Barón de Rio Branc o organ
izó a comi enzos de este siglo el
~ervicio exter ior contemporáneo de Brasil. El Itamaraty const ituye , desde enton ces,
su letargo. Made ro estab leció un gobie rno revol
ucionario provisional y convo có a
el minis terio de Relac iones Exteriores más eficie una asam blea constituyente. Mirad o por el impe
nte de Amér ica Latina. Rio Branc o rialis mo como pelig roso agitador,
trazó, así mism o, ciertos lineam iento s generales Made ro fue dema siado vacila nte con los trabajador
de la políti ca exter ior brasileña, que es revolucionarios. En novie m-
fueron cump lidos poste riorm ente. Brasi l aspira bre de 1911 el dirige nte camp esino Emili ano Zapa
ría a la hegem onía en Amér ica del ta se alzó contr a Made ro en vista
Sur, pero no por méto dos violentos sino por las de que éste se negab a a pone r en práct ica la
arma s de la diplo macia . En su lucha refor ma agrar ia desea da por los
por el puest o de árbitro de Suda méric a, Brasi explo tados del camp o. Por otro lado, los latifundista
l actua ría en alian za con la mayo r s y demá s sectores privil egiad os
poten cia hegem ónica externa: Gran Breta ña y, poste del país, apoya dos por los inversionistas extranjero
riorm ente, con Estad os U nidos. s y el emba jador norte amer icano
En ese sentido su políti ca se difere ncia de la de Henr y Lane Wilso n, consp iraron desde la derec
Arge ntina que igual ment e aspir aba ha. En 1913 el general Victo riano
a una posic ión influy ente en Amér ica del Sur, Huer ta, origin almen te al servicio de Made ro,
pero tendí a a busca r esa meta se rebel ó contr a él, lo apres ó y
medi ante una políti ca contr aria al impe rialis mo -apar entem ente por insinu ación del emba jador
exter no más impo rtante . Henry Lane Wils on-l o asesinó.
La impla ntació n de la dicta dura contr arrev oluci
onari a de Huer ta fue salud ada
con júbilo por los capitalistas extranjeros que
creían en el retorn o a los bueno s
La Revolución Mexi cana y sus efectos inter nacio tiemp os del porfiriato. Pero el puebl o mexi cano
nales no estab a dispu esto a renun ciar a
la demo craci a y a la liberación nacional. En el
Norte, Panch o Villa se alzó contr a
Méxi co fue sacud ido por la Guer ra de la Refor ma, Huerta. Igual cosa hizo Emili ano Zapa ta a la cabez
la interv enció n franc esa y el a de sus camp esino s sedie ntos
gobie rno de Benit o Juárez, pero el libera lismo de tierra y de justic ia. El general Venu stiano
ascen dente no fue capaz de cump lir Carranza, demó crata y patrio ta
enter amen te con su progr ama. Juáre z murió en vincu lado al movi mien to obrer o y a las capas
1872, y al cabo de un breve lapso de medi as urbanas, asum ió la jefatu ra
confu sión le suced ió en el mand o el general Porfi princ ipal de la lucha revol ucion aria contr a el régim
rio Díaz, segui dor y lugar tenien te en huertista.
del gran tribuno desaparecido. A difere ncia En Estad os Unidos, los capitalistas eran obvia
de éste, Porfi rio Díaz carec ía de ment e partidarios de Huer ta y
vertic alidad doctr inaria y de since ra identificac vehem entes enem igos de la Revo lució n Mexi cana.
ión con las masa s popu lares. Desd e No así el presid ente Wood row
que asum ió la presi denci a en 1876 se fue inclin Wilso n que, en este caso, se apegó a los ideale
ando progr esiva ment e hacia la s demo crátic os que en otras
derec ha. Surgi do del libera lismo y del movi mien oport unida des tendí a a abandonar. Contr a las presio
to popu lar de la Refor ma, gradual- nes de los sectores econó mico s,
ment e se transf ormó en un autóc rata apoya do por Wilso n mant uvo el punto de vista de que había que
la oliga rquía latifu ndista , el clero apoya r a Carra nza y no a Huer ta.
conse rvado r y, sobre todo, por los intereses impe Venu stiano Carra nza era revol ucion ario y demó
rialis tas norte amer icano s. Abrió el crata, pero más mode rado que
país a los inver sionis tas extranjeros, otorgándol Zapa ta y Villa, y dispu esto a perm itir que el capita
es conce sione s mine ras y agrícolas. l extranjero siguie ra partic ipand o
Duro hacia su propi o puebl o, se mostr ó flexib en la vida econó mica mexi cana, con tal de some
le ante los intere ses foráneos. Con terse a la super visión efect iva y
mano dura garan tizó a los capitalistas norte amer sober ana del pode r públi co nacional. El presid
icano s la "tran quilid ad social": ente Wilso n desau torizó la políti ca
duran te su dicta dura no hubo huelg as ni reivin segui da por Taft y su emba jador Henr y Lane
dicac iones obrer as efectivas. En el Wilson, y se negó a recon ocer al
medi o rural este antiguo reform ista actuó como gobie rno de Victo riano Huerta. El disgusto- de
defen sor del orden feuda l y de los los capitalistas norte amer icano s se
intere ses latifundistas. Bajo el opres ivo régim comp rende cuand o se recue rda que el mont o total
en de Porfi rio Díaz los camp esino s de sus inversiones en Méxi co era,
mexi canos vivían en una situación parec ida a la para 1913, de 1.000 millo nes de dólares. Cincu
de los sierv os de la gleba en Euro pa enta mil norteamericanos vivían y
medi eval o en la Rusia zarista. Se les mant uvo en traba jaban en tierra mexi cana. Así mism o, los
total sujec ión a los amos de la tierra intereses británicos y alema nes en
y, en much os casos, su condi ción era de virtual Méxi co eran consi derab les, y tanto el gobie rno
esclavitud. El pueb lo humi lde y los de Lond res como el del Kaise r eran
intele ctuale s gemí an bajo el porfiriato, mien tras partid arios de Huer ta y se sentían irritados por
la prens a intern acion al, vincu lada la actitud que Wood row Wilso n
a los grand es intereses econó mico s, elogi aba al adopt ó en este caso.
dicta dor como palad ín del orden y
de la "civil izació n". En 1914 Wilso n dio otro paso favorable a la corrie
nte revol ucion aria mode rada
Pese a todo ello, la penetración impe rialis ta prepa de Carra nza y contr aria a la corriente huertista,
raba objet ivam ente su propi a al permitir la venta de arma s a aquél
derro ta. En torno a las conce sione s mine ras y mien tras mant enía el emba rgo contr a el gobie rno
petro leras, a los estab lecim iento s de Huerta. La derec ha norte ame-
come rciale s extranjeros, y a los ferrocarriles rican a e intern acion al se lanzó contr a Wilson.
const ruido s con capita l y técni ca Los ingleses y alemanes, así como
yanqu is, se forma ba una clase obrer a y surgían tamb ién contr aband istas yanquis, intensificaron
núcle os de profe siona les e intelec- su apoyo a Huerta. Los intere ses
tuales de ment alida d mode rna, desen gañad os y petro leros norte amer icano s e ingleses estuv ieron
revol ucion arios. a la vangu ardia del grupo de
Para fines de 1910 Porfi rio Díaz trató de hacer presi ón pro Huer ta y favorable a una intervenció
se reele gir una vez más. Los n "civil izada " que pusie ra fin a la
mexi canos se alzaro n contr a la reelec ción y pidie Revo lució n Mexi cana. En 1914 los gritos de interv
ron la demo cratiz ación del país. ención se hicier on más fuertes
Ante la negat iva de Díaz de entre gar el poder al conoc erse la notic ia de que unos seten ta norte
, Franc isco Made ro encab ezó un americanos habían perdi do la vida
movi mien to revol ucion ario armado, que contó por la viole ncia que había en el sur del Río Bravo
con el apoyo de todo el puebl o. Al .
lado de intele ctuale s, capas medi as y obreras, las Efect ivam ente, en 1914 una interv enció n arma
masa s camp esina s despe rtaron de da norte amer icana se produ jo a
raíz de un incid ente en Tamp ico, dond e la bande
ra de Estad os U nidos fue agrav iada
156 D Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) D 157

por fuerzas mexicanas dependientes del gobierno de Huerta. Wilson exigió discul- Venustiano Carranza, a pesar de que los zapatistas continuaban la guerra. En el
pas y un saludo de 21 cañonazos a la bandera norteamericana. Huerta aceptó pedir transcurso de su combate, Emiliano Zapata se radicalizó más. Al comienzo había
disculpas, pero no el homenaje de los 21 cañonazos. En el mes de abril tropas de proclamado una reforma agraria moderada que sólo expropiaría una tercera parte de
infantería de marina norteamericana desembarcaron en el puerto de Veracruz. Esta los terrenos de cada latifundio y pagaría indemnizaciones a los terratenientes
intervención provocó una tregua y una momentánea unidad de acción entre todos afectados; al final llegó a proclamar la lucha de clases violenta, la expropiación sin
los bandos mexicanos, incluido el de Huerta. Este, así como Carranza, Zapata y indemnización y la aplicación de fórmulas agrarias socialistas. Para combatir el
Villa, fueron unánimes en condenar la intervención y en exigir la salida de los zapatismo, Carranza y su lugarteniente y sucesor Alvaro Obregón utilizaron la
yanquis del territorio mexicano. Se rompieron las relaciones entre Estados Unidos represión pero también la reforma. La promulgación de la Constitución Mexicana
y México. de 1917 -instrumento jurídico revolucionario que a partir de ese momento sirvió
En ese momento se produjo una gestión diplomática de las potencias "ABC" de modelo para todas las Constituciones progresistas latinoamericanas- indicó
(Argentina, Brasil y Chile), que ofrecieron su mediación entre México y Estados que el gobierno de Carranza acogía la teoría de una transformación antifeudal y
Unidos. Por efecto de los buenos oficios de los ABC, se realizó una conferencia en socialdemócrata de las estructuras, a la vez que afirmaba el control del Estado sobre
Niagara Falls, en la cual participaron esos tres países además de México y Estados los recursos y rechazaba el imperialismo. La Constitución de 1917 no sólo reconoce
Unidos. Se llegó a un acuerdo de reconciliación y retiro de las tropas norteameri- los derechos tradicionales, liberales, del hombre y del ciudadano, sino que además
canas de México. Poco después, el general Huerta, asediado por las fuerzas enumera sus derechos sociales al trabajo, a la tierra, a una vida material digna, a la
revolucionarias, presentó su renuncia y salió al exterior. Venustiano Carranza seguridad social. De aplicar realmente todos esos principios, el Estado mexicano se
asumió la presidencia del país. vería obligado a adoptar medidas que van más allá del capitalismo y abren la puerta
Aunque había contado con el apoyo de Zapa:ta y Pancho Villa en el combate a una democracia socialista. Así mismo, la total aplicación de las normas que la
contra la reacción huertista, Carranza pronto fue abandonado por esos revoluciona- Constitución establece para el control nacional sobre los recursos del país y sobre
rios radicales. Zapata insistía en una reforma agraria inmediata y profunda, que su desarrollo económico, así como para la defensa contra el imperialismo económi-
quebrara el latifundio y estableciera cooperativas campesinas en todo el país. co extranjero, requeriría la nacionalización de los medios de producción más
Además, él y Villa miraban con desconfianza la relativa moderación del naciona- importantes y la incuestionable primacía del sector público sobre el privado. La
lismo de Carranza y su disposición a mantener contactos con el gobierno de Wilson. magna carta de la Revolución Mexicana, elaborada bajo el gobierno de Carranza en·
En 1915, los dos líderes populares, el uno en el centro-sur y el otro en el norte de 1917, representaba un llamado a que la revolución continuara, para que no se
México, recomenzaron la guerra revolucionaria, esta vez contra Carranza. En cierto aceptara su estancamiento y no se permitiera el surgimiento de nuevos privilegios.
modo fue la lucha del campo contra la ciudad. La clase media urbana y también los Era un documento "rojo" que espantó a los norteamericanos, y cuyos planteamien-
sindicatos obreros apoyaban a Carranza, mientras que a Zapata le seguía la clase tos tanto Carranza como Obregón no estaban dispuestos a llevar a la práctica en su
más pobre, oprimida y numerosa: el campesinado, indígena en su mayoría. Pancho total dimensión revolucionaria y humanista. Zapata continuó su lucha hasta que sus
Villa, de criterio político y conciencia social menos formados que Zapata, encabezó enemigos recurrieron a la alevosía: en el año 1919, mediante una traición, el
tropas campesinas en el Norte, en la zona limítrofe con Estados Unidos. admirable jefe agrarista fue asesinado.
Ante la hostilidad que Estados Unidos mostraba hacia la Revolución Mexica- El impacto ideológico y emocional de la Revolución Mexicana sobre el resto
na, durante 1916-1917 Pancho Villa invade el territorio de ese país y da muerte a de América Latina fue inmenso. El valiente pueblo de Hidalgo, Juárez y Zapata
35 ciudadanos. Presionado por una opinión pública condicionada desde hace había demostrado que los pobres y los desamparados de la América morena son
tiempo por la incesante propaganda antimexicana de los grupos capitalistas, Wilson capaces de sacudir el yugo del imperialismo yanqui y de las oligarquías nacionales.
presentó un ultimátum al gobierno de México: si éste no lograba dominar y controlar Hasta el año 1959, cuando surgió la Revolución Cubana como un nuevo ensayo de
a Pancho Villa, los norteamericanos intervendrían por la fuerza para acabar con las liberación del hombre latinoamericano, la Revolución Mexicana y el estímulo
andanzas de ese caudillo. Como Carranza tuvo que admitir su incapacidad para externo de la Revolución Soviética constituyeron las dos fundamentales fuentes de
controlar a Villa, el gobierno norteamericano envió al general Pershing, con una inspiración para los obreros, los campesinos y los intelectuales revolucionarios de
columna de caballería, a penetrar en territorio mexicano y perseguir a los guerrille- nuestro continente.
ros villistas. Esa intervención táctica, con un número reducido de tropas, era
insignificante en comparación con lo que pedían los consorcios capitalistas: nada
menos que la guerra en gran escala y la ocupación de todo México. Latinoamérica y Estados Unidos de 1920 a 1932
Pershing obligó a Villa a replegarse hacia el Sur, aunque no .logró infligirle
daños serios. En vista de que se agravaba la situación internacional y que Estados Desde la Primera Guerra Mundial, la hegemonía económica de Estados Unidos
U nidos se disponía a entrar en la Primera Guerra Mundial, Wilson ordenó aPershing sobre América Latina fue completa e incuestionable. De manera general, dicho país
que se retirara de México al cabo de pocos meses. se había convertido en el banquero del mundo y acreedor de todas las naciones. En
En ese mismo año (1917) se consolidó el poder del gobierno del general lo político, el coloso tuvo una reacción aislacionista, negándose a participar en la
158 O Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina ( 1883-1933) O 159

Sociedad de las Naciones y a asumir compromisos multilaterales con los demás hasta 1924 mantuvieron una guarnición permanente en el país. En 1927 volvieron
países de la tierra. En cambio, en lo económico, Estados Unidos intervino y para hacer frente a un movimiento liberal dirigido por el general Sacasa y apoyado
participó en grado creciente en la vida de los pueblos de todos los continentes. El por Calles desde México. Ante ese nuevo atropello a la soberanía nicaragüens~, se
propio aislacionismo político tenía un carácter claramente imperialista: reflejaba el formó un movimiento guerrillero de liberación nacional, capitaneado por el heroico
deseo de los grupos dominantes norteamericanos por conservar una entera libertad Augusto César Sandino. Ese gran revolucionario -que gozó de prestigio y apoyo
de acción y de intervención ante los demás países del mundo. internacionales- combatió a los ocupantes norteamericanos y la dictadura econó-
Las administraciones derechistas de los presidentes norteamericanos Harding mica de la United Fruit Company hasta el año 1933, cuando el gobierno de
(1921-1925), Coolidge (1925-1929) y Hoover (1929-1933) continuaron una polí- Roosevelt retiró los marines de Nicaragua. En 1934 Sandino fue asesinado por la
tica de intervención directa en la zona del Caribe, y de presiones o intervenciones oligarquía gobernante, y tomó el poder el general Anastasio Somoza, comandante
indirectas en América del Sur. de la guardia nacional que los norteamericanos habían organizado y adiestrado para
Las relaciones entre Estados Unidos y México conservaron durante ese lapso seguir defendiendo sus intereses cuando sus tropas abandonaran el país.
un carácter de hostilidad y tensión. A partir de 1920, el presidente Alvaro Obregón En República Dominicana, ocupada en 1916, la administración norteamerica-
continuó las iniciativas nacionales y de transformación social emprendidas por el na continuó hasta 1924. En esa fecha el gobierno fue devuelto a los dominicanos,
gobierno de Venustiano Carranza. Con la desaparición de Zapata y de Villa, el poder pero destacamentos militares estadounidenses siguieron en el país, organizando y
revolucionario se centralizó en manos de Obregón, y disminuyó la violencia en el adiestrando a las fuerzas armadas de cuyo seno surgió el terrible Rafael Leonidas
país. La reforma agraria tuvo progresos y el papel de los sindicatos en la toma de Trujillo. Desde comienzos de la década 1930-1940, Trujillo ejerció una férrea y
decisiones fue considerable. El gobierno aplicó medidas de nacionalismo económi- sangrienta dictadura, totalmente favorable a los intereses económicos y estratégicos
co que amedrentaron al capital extranjero pero fortalecieron el control del Estado norteamericanos; de manera que Estados Unidos continuó una ocupación indirecta
sobre las actividades productoras y enrumbaron el país hacia un desarrollo autóno- del país, por intermedio de uno de sus propios nacionales. Así, las aduanas
mo, con base en la participación mixta del sector público y del sector privado. La dominicanas permanecieron en manos de un administrador norteamericano hasta
actitud de los intereses capitalistas norteamericanos y de la prensa controlada por 1940.
ellos fue de sistemática hostilidad contra México. Se denunciaba a los dirigentes En Cuba, Estados Unidos dio su apoyo a la feroz dictadura -favorable a los
mexicanos como "bolcheviques" y se pedía la intervención de Estados Unidos en inversionistas extranjeros- de Gerardo Machado, quien tomó el poder en 1924 y
el vecino país para contener una presunta marea roja que amenazaba a todo el fue derrocado en 1933. En Venezuela mantuvo excelentes relaciones con el dicta-
hemisferio. Se exageraba el alcance de la violencia en México y se Incitaba a los dor Juan Vicente Gómez, quien gobernó de 1908 a 1935. Gómez centralizó el poder
católicos del mundo en contra de un régimen laico que procuraba separar la Iglesia y acabó con los caudillos regionales en Venezuela. Duro hacia su propio pueblo y
del Estado y reducir el poder económico y político del clero. · blando ante las potencias extranjeras, otorgó concesiones a los consorcios foráneos.
Plutarco Elías Calles, quien asumió la presidencia de México en 1924, dio un Bajo su gobierno se inició la fase petrolera de la historia económica venezolana.
ligero viraje hacia la derecha. En primer término, acentuó el elemento autoritario y Con su control directo o semidirecto sobre Nicaragua, Panamá, Haití, Repúbli-
centralista dentro del poder revolucionario. En segundo lugar, desaceleró la reforma ca Dominicana y Cuba, y con un gendarme amigo en el emporio petrolero
agraria y se mostró menos radical que su predecesor ante el capital extranjero. venezolano, Estados U nidos tenía cercado y aislado al México revolucionario, y no
Expresó las tendencias de la clase media, convertida en burguesía nacional, deseosa necesitaba temer por la estabilidad de su dominación en el área del Caribe.
de moderar el proceso revolucionarjo y colocarlo bajo su control. El único ámbito En Sudamérica los años 1920-1932 produjeron múltiples luchas sociales y
donde Calles extremó el radicalismo fue en el de la lucha anticlerical. Los católicos políticas dentro de los diversos países, además de algunos conflictos internacionales
conservadores, por su parte, desencadenaron contra el gobierno de Calles la en los cuales la potencia norteamericana trató de servir como pacificadora, media-
sangrienta revuelta de los "cristeros": campesinos fanáticos, alzados contra la dora o árbitro. Ecuador y Perú experimentaron reiteradas crisis fronterizas: desde
revolución, bajo la jefatura de sacerdotes o seglares católicos de extrema derecha, su independencia, esos países se han disputado la posesión de extensos territorios.
al grito de "Viva Cristo Rey". Estados Unidos, pese a las ligeras concesiones que Ecuador se basa en una cédula real del1563 y Perú en otra emitida en 1802. Estados
Calles hizo a sus intereses y a sus puntos de vista, no se dio por satisfecho, y las Unidos trató de llevar a las partes a negociar directamente o a aceptar un procedi-
relaciones continuaron en un plano precario hasta que el gobierno de Franklin D. miento arbitral. Durante el mismo lapso, Venezuela y Colombia procuraron
Roosevelt, después de 1933, las mejoró decididamente. solucionar pacíficamente su conflicto fronterizo, existente desde 1830. Argentina
En América Central y Panamá continuaron las intervenciones norteamericanas y Chile, que tenían un litigio sobre el Estrecho de Magallanes, llegaron a un acuerdo
durante ese mismo lapso. En Panamá, además de la ocupación permanente de la en 1920. Al mismo tiempo, Chile seguía en controversia con Perú por los territorios
Zona del Canal, se habían realizado desembarcos de infantes de marina en 1908, de Tacna y Arica. Como ya se señaló anteriormente, en 1926 el conflicto llegó al
1912 y 1918, dejando el país entero bajo estricta vigilancia política y militar borde del estallido bélico, pero Estados Unidos logró imponer una solución
estadounidense. salomónica para 1929, otorgándose Tacna a Perú y Arica a Chile. El conflicto entre
En Nicaragua los mafines·habían desembarcado en 1912, y desde esa época Bolivia y Chile quedó sin solución, reclamando Bolivia su salida al mar.
160 D Relaciones internacionales de América Latina Imperialismo norteamericano y resistencias en América Latina (1883-1933) D 161

Dos problemas territoriales latinoamericanos atrajeron la atención de la opi- Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) dedicada a la liberación
nió~ mundial y fueron llevados ante la Sociedad de las Naciones. Uno de ellos fue antiimperialista y social de "lndoamérica". Inspirado no sólo por el modelo
el problema de Leticia, entre Colombia y Perú. El poblado de Leticia, reclamado por mexicano, sino también por el soviético y por la lucha del Kuomintang en China,
Colombia, estaba ocupado por los peruanos. En 1932 surgió una situación bélica Haya de la Torre estableció como b'.lses de su programa la lucha contra el
entre los dos países y fue movilizado el ejército colombiano. Perú, cuyo presidente imperialismo -y a favor de la unidad "indoamericana "-, la nacionalización de
Sánchez Cerro fue asesinado en aquel momento, mantuvo una actitud moderada y, tierras e industrias, la internacionalización del Canal de Panamá, y la solidaridad
en 1934, por un protocolo firmado en Río de Janeiro, reconoció la soberanía con todos los pueblos oprimidos.
colombiana sobre Leticia. Otra corriente que se formó en la década 1920-1930 para promover la lucha
La otra cuestión que ocupó la atención de la Sociedad de las Naciones fue la del contra el imperialismo norteamericano y a favor de la transformación revoluciona-
Chaco, planteada entre Bolivia y Paraguay. Desde 1879 estos dos países buscaban ria de la sociedad en América Latina fue la constituida por los grupos y partidos
un arreglo sobre el territorio del Chaco. Se habían efectuado diversas negociacio- marxistas, inspirados en gran parte por el ejemplo de la Revolución Rusa. En Chile,
nes, sin resultados positivos. En la disputa territorial sobre el Chaco, Bolivia se el Partido Obrero Socialista se inclinó hacia la izquierda, y su ala más identificada
basaba en los tradicionales límites de la Audiencia de Charcas, mientras que con el modelo soviético se le desprendió para constituir el Partido Comunista. Un
Paraguay fundamentaba su reclamación en las expediciones colonizadoras efectua- proceso similar ocurrió en Argentina y en Uruguay. Los primeros partidos comu-
das desde Asunción. El presidente boliviano, Hernán Siles (1925-1930), resolvió nistas aparecieron en esos países a partir de 1921. En los demás países latinoame-
impulsar con energía la solución del problema del Chaco de acuerdo con los puntos ricanos se crearon grupos comunistas que, igualmente, desde 1924 en adelante, se
de vista bolivianos. En ese empeño, el gobernante boliviano contó con el apoyo de transformaron en partidos. En México actuaron en forma legal, ubicándose a la
la Standard Oil Company, interesada en lograr concesiones en la zona del Chaco, izquierda del ala más radical del Partido Nacional Revolucionario (hoy Partido
mientras que Paraguay fue respaldado por la Royal Dutch Shell, compañía anglo- Revolucionario Institucional-PRI). En la mayoría de los demás países su actuación
holandesa. La controversia territorial entre los dos países se agravó por la partici- fue clandestina en aquella etapa. A partir de 1927la pugna Stalin-Trotsky, que para
pación de dos consorcios petroleros transnacionales, que luchaban por la posesión ese momento dividía a los comunistas de la Unión Soviética, se reflejó en los grupos
de una zona rica en yacimientos y procuraban utilizar a dos Estados rivales como y partidos marxistas de América Latina. Después de 1928 comenzaron a formarse
instrumentos para realizar sus ambiciones. En 1928 tropas bolivianas y paraguayas partidos trotskistas, disidentes de los comunistas vinculados a la línea política de la
tuvieron un primer choque violento en el Fuerte Vanguardia. La Sociedad de las URSS. Por otra parte, en Perú se realizó un notable intento por crear una versión
Naciones trató de restablecer la paz, y Estados Unidos por su lado se esforzó en el del bolchevismo adaptada a la realidad latinoamericana: José Carlos Mariátegui
mismo sentido. Continuaron las escaramuzas, tratando Bolivia de extender su (1928), en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, planteó la
territorio hasta el Río Paraguay, vía fluvial que abre la salida al Océano Atlántico. necesidad de valerse de los instrumentos del marxismo-leninismo para hacer la
Sin embargo, se logró un acuerdo de tregua firmado en Estados Unidos. La tregua revolución en América Latina, utilizándolos sin dogmatismo, con espíritu crítico e
se rompió en 1932, comenzando los combates en gran escala entre los dos países. independiente.
Por último, cabe señalar como factores importantes en las relaciones En algunos países los gobiernos renovadores expresaron por momentos el
interamericanas las corrientes políticas e ideológicas que surgieron en algunos ascenso de las clases medias y de los sectores obreros, y el anhelo de esos grupos
países latinoamericanos entre 1920 y 1932. de debilitar la influencia imperialista y conquistar una mayor justicia social. En
La Revolución Mexicana, como ya lo indicamos, ejerció una influencia Argentina, Hipólito Irigoyen volvió al poder en 1928 con promesas de nacionalismo
considerable sobre el auge de movimientos de renovación democrática, nacionalis- económico y cambio social. Esta vez, sin embargo, logró menos resultados que en
ta y social en todas las regiones de Latinoamérica. En Nicaragua, Sandino actuó la oportunidad de su primer gobierno de 1916 a 1922. La crisis económica mundial,
inspirado en gran parte por el ejemplo del proceso mexicano. En República con su secuela de desempleo y bancarrotas, golpeó la nación argentina y el
Dominicana, los patriotas que opusieron resistencia a la ocupación norteamericana reformismo de Irigoyen no tuvo soluciones efectivas que ofrecer. Se creó un
derivaron igualmente parte de su ideario de la Revolución Mexicana. La misma ambiente golpista y, finalmente, en 1930 el gobierno legítimo fue derrocado por un
influencia se manifestó en Cuba entre quienes lucharon por derrocar la dictadura de movimiento militar de derecha, dirigido por el general José Félix Uriburu. Para
Machado. A su vez, la corriente izquierdista del Partido Liberal colombiano tomó 1932 Argentina se encontró gobernada por la corriente oligárquica, sumisa ante el
como base el modelo mexicano para su propio programa. Lo mismo ocurrió en el capital extranjero. Entre tanto, Chile también vivía un proceso de ascenso-descenso
seno de los sectores avanzados del liberalismo ecuatoriano. En Venezuela, la de sus fuerzas democráticas e independentistas. Arturo Alessandri, con el respaldo
experiencia mexicana fue ponderada por los estudiantes que realizaron la gran de los radicales, hizo el intento de una gestión renovadora en 1920, y otra·
protesta de 1928 contra la satrapía de Juan Vicente Gómez. nuevamente en 1925. En 1927 Carlos lbáñez despertó breves esperanzas de
Un intento por traducir las lecciones de la Revolución Mexicana en una doctrina liberación y de justicia, para luego decepcionar. La crisis económica mundial
socialdemócrata antiimperialista fue realizado en 1924 por el joven dirigente de agravó los problemas sociales del país. En 1932 una alianza cívico-militar de
la izquierda peruana, Víctor R~úl Haya de la Torre, al trazar las bases para una izquierda, encabezada por el general Marmaduke Gro ve, tomó el poder por la fuer-
--T~la6----------------------~--------------------------------------------------

Tabla cronológica VI
-
Rj
D
::tl
Año México Centroamérica Sudamérica EEUUy
y el Caribe hemisferio ~
- ~j"
1883 ~

1886 Balmaceda, presidente. ~
3$'::¡
1888 Abolición de la esclavitud en Bra- !")

sil. §"
1889 Quiebra de la Cía. Francesa. Brasil, república. Primera Conferencia Interamericana ~
Corolario Hayes. (Washington). ~
)...
;:!!
Cll,
1890 :::!.
Caída de Balmaceda
B
1891 ~
1893 Cleveland, presidente. ~-

1894 Martí desembarcó en Cuba.


2a. Compañía de Panamá.

1895 Muerte de Martí. Represión.

1896
1897 Inglaterra acepta arbitraje de Me Kinley, presidente.
límites con Venezuela.

1898 Guerra EEUU-España.

1899 Laudo arbitral de límites Venezue-


la-Guayana Británica.

.:JA

--Tabla 6 ( c o n t . ) - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Tabla cronológica VI
Año México Centroamérica
y el Caribe
Sudamérica EEUU y ~

l
hemisferio

1900
~-
1901 Tratado Hay-Pancefote. ::S
T. Roosevelt, presidente. Segunda Con- e
ferencia Interamericana (México). ;:¡
1902 Enmienda Platt. Rio Branco al Itamarati. ~
(1)
:::!.

~
1903 Toma de Panamá, Hay-Herrán y Hay- Reformas de Batlle.
Bunau-Varilla. Intervención en
~
Venezuela.
...~~·
1904 Corolario Roosevelt. ~

1905 Intervención en Santo Domingo. Movimiento revolucionario de


Irigoyen.
e·~
~
)...
1906 Intervención en Cuba. ;:!!
Tercera Conferencia Interamericana
(Río). S:
B
1908
~
Intervención en Panamá. Comienza la dictadura de Juan Vi-
cente Gómez.
1909 Intervención en Honduras. W.H. Taft, presidente. -gg
$'::¡

.....
1910 Comienza Revolución. Intervención en Haití. ~
Cuarta Conferencialnteramericana(Bue- .....

1911
nos Aires).
~
Madero, presidente. Za-
D
pata contra Madero.
-
0 '\
w
- Tabla 6 (cont.)

Tabla cronológica VI
-
~
D
Año México Centroamérica Sudamérica EEUUy ~
y el Caribe hemisferio S"
~
5"
;:
~
1912 Corolario Cabot Lodge. Ocupación de Nicaragua. Intervención 1:.>

en Panamá. s·
~

1913 Golpe de Huerta. W. Wilson, presidente. ~


~

§"
1914 Intervención norteameri- Inauguración del Canal. s:l
cana. Conferencia de ~
Niágara. Carranza presi- f}
dente. )..

1915 Ocupación de Haití.


~:
1916 Ocupación de Santo Domingo. Irigoyen, presidente de Argentina. ~
~-
1917 2a. intervención norte-
. americana. Constitución
Mexicana.

1918 Intervención en Panamá.

1919 Asesinato de Zapata~

1920 Caída y muerte de Carean- Alessandri, presidente de Chile.


za. Obregón presidente.

1921 Primeros partidos comunistas inci- Harding, presidente.


pientes.

1922

••'"~

-Tabla 6 (cont.) - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

Tabla cronológica VI
Año México Centroamérica Sudamérica EEUUy ~
y el Caribe hemisferio ~
1923 Quinta Conferencia Interamericana i
(Santiago de Chile). ~-
;:
1924 Calles, presidente. Retiro de EEUU de Nicaragua y de Fundación del APRA. e
::t
Santo Domingo. Machado al poder en ~
Cuba. ~
Coolidge, p~sidente.
1925
1"
'<
1926
~
1:.>
;:;;·
1927 Rebelión de los cristeros. Nueva intervención en Nicaragua. Re- lbáñez, presidente de Chile. ~
;:
belión de Sandino. ~

~r
1928 Segunda presidencia de lrigoyen. Sexta Conferencia Interamericana (La ~
Rebelión contra J.V. Gómei. Cho- Habana). )..

ques armados en el Chaco. ~'


::!.
Ensayos de Mariátegui.
2
1929 Solución del problema Tacna-Arica. Hoover, presidente. Comienza la gran ~
~-
1930 Irigoyen derrocado.
crisis económica mundial.
-
....
gg
1931 Trujillo al poder en Santo Domingo.
....'tJ
~
-
Conflicto de Leticia.
1932 Conflicto en el Chaco.
D
Revolución en Chile. 0\
VI
166 D Relaciones internacionales de América Latina
La época de la "política del buen vecino"
(1933-1945)
za y proclamó una "República Socialista", pero ésta sólo se mantuvo durante unos
pocos meses.

Resumen

Se puede afirmar de manera global que entre 1920 Y1 1932 Estados Unidos ·
mantuvo su hegemonía sobre América Latina, continuando una política
intervencionista. Aparte de México, donde la oligarquía semifeudal fue desplazada La crisis económica y la política de Franklin D. Roosevelt
completamente por una clase media respaldada por obreros y campesinos, los países
latinoamericanos conservaron sus estructuras sociales caracterizadas por la con- Súbitamente, en 1929 surgió en Estados Unidos la gran crisis económica que
centración de la riqueza y el poder económico y político en manos de élites pronto se extendería y afectaría a todo el mundo capitalista.
inclinadas a aceptar la hegemonía norteamericana. Desde la Primera Guerra Mundial en adelante la economía norteamericana
Los métodos de dominación norteamericanos tuvieron un carácter militar y había experimentado un ininterrumpido proceso de expansión. Bajo un régimen de
brutal desde el comienzo del siglo hasta 1917. De esa fecha en adelante comenzaron irrestricta libertad de empresas, sin intervención alguna del· poder público, se
a prevalecer las presiones un poco menos violentas y más indirectas. producía cada vez más y subían los valores negociados en la bolsa de Wall Street.
A partir de 1897 Estados Unidos comenzó a desplazar la influencia inglesa del La nación entera vivía con la esperanza y la ilusión de enriquecerse de modo
área del Caribe y del norte de Sudamérica. En 1901 se efectuó un tácito reparto de continuo y sin límites. Eran los años del aislacionismo, de la autosuficiencia, del
esferas de influencia: hegemonía estadounidense al norte del Amazonas y predomi- materialismo, y de aquella moralidad puritana e hipócrita que ilegalizaba las
nio inglés más al sur de la región amazónica. bebidas alcohólicas mientras toleraba la explo~ación y la rapacidad en los negocios.
Aparte de la Revolución Mexicana, surgieron otras diversas reacciones y Esa Norteamérica de aparente prosperidad sin límites era, al mismo tiempo, el país
rebeliones latinoamericanas en contra de la dependencia semicolonial existente. que persiguió las ideas sociales renovadoras, que asesinó a Sacco y Vanzetti, y que
Por el momento, esos movimientos permanecieron en una etapa defensiva y a veces impulsó al autoexilio a sus mejores escritores. Era un país capitalista próspero,
sólo incipiente. regido enteramente por la gran burguesía que imponía sus ideas y valores y reprimía
a sus críticos. Pese a la prosperidad, un tercio de la población vivía en la pobreza:
su baja capacidad de consumo -determinada, por otra parte, por la grave situación
mundial- sería la causa fundamental de la recesión.
Para 1929 se había producido más de lo que se podía vender y había crecido
desproporcionadamente el volumen de inversiones especulativas. De repente, en
octubre de 1929, cundió el pánico en W all Street. Llenos de alarma los especuladores
comenzaron a vender frenéticamente sus papeles, cuyos valores descendieron
bruscamente. A los pocos días, por falta de crédito y por la imposibilidad de vender
sus productos, las empresas comenzaron a cerrar sus puertas y a arrojar a sus
trabajadores a la calle. Al cabo de pocos meses era ya general la crisis en Estados
Unidos y el número de desocupados ascendía a varios millones.
Rápidamente la depresión se extendió del principal centro fÍnanciero a las
demás regiones del mundo. Todos los países capitalistas, desarrollados y subdesa-
rrollados, dominantes y dependientes, quedaron sumidos en la crisis. A la angustia
de millones de trabajadores sin empleo se sumó la de los empresarios en quiebra o
carentes de fuentes de financiamiento. Como consecuencia de ello, se acentuaron
en todas las naciones las contradicciones sociales y las tensiones políticas. Burgue-
ses, proletarios y capas medias se inclinaron a buscar fórmulas políticas extremas.
Latinoamérica sufrió duramente el impacto de la crisis económica mundial. Por
la disminución de la producción en los centros industriali~ados, éstos redujeron
bruscamente sus compras de materias primas y de productos básicos en general.
Debido a ello se agravó la miseria de las masas latinoamericanas y se debilitó
incluso el poder económico de las oligarquías. Así, en América Latina como en el
LESLIE BETHELL, ed.

£^ FT"1 f * \ I T ^ "Y" A
H
TT-

DE
AMÉRICA LATINA
11. ECONOMÍA Y SOCIEDAD DESDE 1930

CRITICA
C1RIJAUU) M O N D A D O R I
HARClil.ONA
5

Capítulo 1
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS,
1929-1939

Se ha descrito habitualmente la depresión de 1929 como el momento decisi-


vo de la transición de América Latina de un crecimiento económico hacia afue-
ra, basado en la exportación, a un desarrollo hacia adentro, sostenido por la
industrialización de sustitución de importaciones (1SI). Tanto los «estructuralis-
tas», que generalmente consideran este cambio favorablemente, como los «neo-
conservadores», que consideran los años treinta como una década en que Amé-
rica Latina extravió el camino, comparten por igual este análisis. Es indudable
que en este decenio surgieron en muchos países nuevas fuerzas económicas,
sociales y políticas, que en última instancia darían un perfil muy diferente al
modelo latinoamericano cíe desarrollo económico. Sin embargo, aunque el creci-
miento tradicional basado en la exportación se volvió muy difícil en los años
treinta, los vestigios de un compromiso con la producción de bienes primarios y
con el desarrollo hacia afuera sobrevivieron en toda la región y el comercio exte-
rior aún desempeñó un papel importante en la recuperación de la depresión. No
fue sino hasta los años cuarenta y cincuenta que un conjunto de países latino-
americanos rechazó abiertamente el crecimiento basado en la exportación, pero
incluso entonces muchos países (pequeños) se mantuvieron fieles a alguna for-
ma de desarrollo hacia afuera.

D l i LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL A LA DEPRESIÓN DE 1929

El crecimiento basado en la exportación había sufrido cambios mucho antes


de 1929. A comienzos del siglo XX, el estímulo que el crecimiento de la expor-
tación dio a los sectores no exportadores, como el manufacturero, ya había alcan-
zado un grado tal que un grupo de países (en particular Argentina, Brasil, Chile
y México) podía satisfacer una proporción relativamente grande de la demanda
interna con bienes locales, antes que con artículos importados. Este virtuoso
ciclo, en el cual los rendimientos de la productividad del sector exportador se
lianslenan a la eeonolnía no expoliadora, no operó siempre con facilidad (por
ejemplo, en l'erul y en aI;'unos casos apenas existió (por ejemplo, en Cuba), pero
4 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

los elementos de un modelo más sofisticado y equilibrado de desarrollo basado


en la exportación eran ya evidentes a comienzos del siglo xx. De modo cinc, en
algunos países, el crecimiento basado en la exportación era bastante compatible
con el crecimiento de las manufacturas orientadas al mercado interno y el reem-
plazo de la importación de bienes de consumo.
No obstante, el modelo dependía de un acceso relativamente libre a los mer-
xados mundiales de factores y bienes, y el comienzo de la primera guerra mun-
dial lo hizo peligrar. Cuando estalló la guerra en Europa, el 2 de agosto de 1914,
no sólo quebrantó el equilibrio internacional de poder: el sistema global de co-
mercio y pagos, que había surgido paulatinamente desde el fin de las guerras
napoleónicas, quedó sumido en la desorganización. Con la firma del armisticio
de 1919, se dio una buena apariencia a los intentos de reconstruir el sistema an-
terior a la guerra, pero el viejo orden económico internacional había perecido y
el nuevo, inaugurado en la década de 1920, era peligrosamente inestable. Como
dicha inestabilidad era apenas perceptible en el momento, las regiones periféri-
cas —tales como América Latina— quedaron en una situación muy vulnerable
frente al colapso del comercio internacional y de los flujos de capital a finales de
los años veinte.
La principal característica del viejo orden había sido la existencia de un co-
mercio internacional relativamente libre de restricciones —un reflejo de los in-
tereses del poder económico dominante (Gran Bretaña) en el siglo xix; las pocas
restricciones vigentes asumieron generalmente la forma de aranceles, que tenían
la ventaja de ser evidentes para todas las partes interesadas. Tanto el capital como
el trabajo eran libres de trasladarse a través de las fronteras internacionales, y los
pasaportes eran la excepción antes que la regla. El patrón oro, adoptado por Gran
Bretaña, se había propagado en todos los principales países industriales a finales
del siglo xix, y proporcionaba un mecanismo bien establecido para el ajuste de
la balanza de pagos. El equilibrio interno (pleno empleo e inflación igual a cero)
era considerado menos importante que el equilibrio externo, de modo que el ajus-
te a las coyunturas adversas se conseguía generalmente por medio de la deflación
de los precios y el subempleo.
Los países latinoamericanos se habían ubicado en este esquema con relativa
facilidad apoyándose en la exportación de bienes primarios, la recepción de
capital y —en el caso de Argentina, Brasil y Uruguay en particular— la migra-
ción internacional. El ajuste de la balanza de pagos nunca estuvo libre de tropie-
zos y los flujos de capital eran habitualmente procíclicos, bajando justo en el
momento en que eran más necesarios, aunque las interrupciones eran raras (por
ejemplo, la crisis de Baring) y tenían un reducido impacto en la dinámica del cre-
cimiento económico mundial. El ajuste interno era amortiguado por la existencia
de un gran sector de agricultura no exportadora con baja productividad al cual
muchos trabajadores podían desplazarse en el caso de descenso de la demanda de
trabajo.
En la cima, del sistema económico internacional de la preguerra estaba Gran
Bretaña. Aunque su posición dominante en la exportación de bienes manufac-
turados y su liderazgo en ciencia y tecnología peligraban a finales del siglo xix,
Inglaterra era aún una potencia financiera mundial, una fuente de capital para la
periferia y un gran importador de materias primas. La preponderancia financiera
británica reforzaba las reglas del sistema internacional y su flota estaba lista para
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, J 929-1939 5

impedir todo intento de restringir la libertad de comercio y de movimiento del


capital.
La primera baja de la gran guerra fue el patrón oro y el movimiento de capi-
tal. La convertibilidad de la moneda fue suspendida por los países beligerantes,
se cancelaron las nuevas emisiones de capital y los antiguos préstamos fueron
reclamados para equilibrar el balance de las instituciones financieras europeas.
Las repúblicas latinoamericanas sumamente dependientes de las finanzas de la
balanza de pagos con el mercado europeo, tales como Argentina y Brasil, sufrie-
ron especialmente cuando los bancos europeos demandaron el pago de los prés-
tamos, lo que tuvo por efecto una crisis financiera interna.
La guerra en Europa también ocasionó el cese del flujo de inversiones extran-
jeras directas procedentes del Viejo Mundo. Estados Unidos, neutral en la primera
guerra hasta 1917, aumentó su inversión directa en América Latina, particularmen-
te en la extracción de materias primas estratégicas, pero no estuvo en condiciones
de incrementar sus préstamos en cartera hasta la década de 1920. Sin embargo,
los bancos estadounidenses, que habían tenido prohibido por ley invertir en filiales
extranjeras hasta 1914, comenzaron a establecer sucursales en América Latina:
en 1919 el National City Bank, el primer banco multinacional de Estados Unidos,
tenía cuarenta y dos sucursales en nueve repúblicas latinoamericanas.1
Las turbulencias en el mercado de capitales se reflejaron en la desorgani-
zación del mercado de bienes, pero en éste el impacto a corto plazo fue muy
diferente al de largo plazo. La penuria de transporte marítimo al comienzo de la
guerra, conjugada con la ausencia de crédito comercial, interrumpió la oferta nor-
mal, pero la demanda descendió aún más rápido y desencadenó una bajada de
precios en muchos mercados. La caída de los ingresos de la exportación a corto
plazo, sumada al descenso de nuevos flujos de capital, redujo la demanda de
artículos importados (la oferta de los cuales había quedado, por lo demás, inte-
rrumpida por la dificultad del transporte). La caída de la importación fue tan bru-
tal que se estimó que América Latina en su conjunto tenía un excedente en cuen-
ta corriente en 1915, pero el rápido ajuste a corto plazo al desequilibrio externo
produjo un gran descenso del ingreso fiscal real —el cual dependía de los aran-
celes sobre la importación. En Chile, por ejemplo, los ingresos fiscales cayeron
en un tercio entre 1913 y 1915, lo cual contribuyó más que cualquier otro factor
a la inestabilidad política en esa época.
El impacto a corto plazo de la desorganización del mercado de bienes fue
pronto superado por el viraje hacia una economía de guerra en los principales
países industriales. La demanda de materias primas estratégicas (por ejemplo,
cobre, petróleo) se disparó y los poderes aliados se ocuparon de dar facilidades
para el transporte. Los precios de materiales estratégicos se elevaron abrupta-
mente y los países que exportaban una alta proporción de los mismos —por
ejemplo, México (petróleo), Perú (cobre), Bolivia (estaño) y Chile (nitratos)—
disfrutaron incluso de una mejora en los términos netos de intercambio pese a la
subida de los precios de importación. Sin embargo, aunque la capacidad para
importar aumentó pronunciadamente, el volumen de importaciones quedó res-

I . VY-asc Haibara Stallings, Bunker to the 'lliird World: Portfolio Investment in Latín Ame-
II. o, l'KKI /'>,SY>, I t c i i r l c y , Cal., l ( )K7, p. Wi (hay liad, casi.: Haiu/ncro pora el Tercer Mundo:
inversiones de eailem de l'stados I luidos en Ámeriea Latino, l'XU) /</SY), México, D.P., IWO).
6 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

tringido en muchos casos. La consecuente alza de los precios de importación,


unida al excedente comercial y al déficit presupuestario, provocó la inflación
interna. El impacto de esta inflación sobre el salario urbano real fue un factor que
contribuyó al desorden político en varios países latinoamericanos en el transcur-
so e inmediatamente después de la primera guerra mundial.
Los países que exportaban materias primas no estratégicas (por ejemplo,
,, café) no fueron tan favorecidos. Los precios se elevaron, pero los términos de
intercambio se deterioraron y el transporte siguió siendo un serio obstáculo para
el volumen de la exportación. Brasil, por ejemplo, muy dependiente de la expor-
tación de café fue incapaz de sostener su primer plan de valorización del café y
vio caer los términos de intercambio en un 50 por 100 entre 1914 y 1918, a la
vez que el volumen de exportación quedaba estancado.2 Los pequeños países de
América Central y el Caribe estuvieron protegidos hasta cierto punto por su cer-
canía a Estados Unidos, aunque la exportación de bananas padeció gravemente
por la escasez de transporte hasta la conclusión de la guerra.
El estallido de las hostilidades en Europa no condujo a la pérdida total de los
mercados tradicionales. Gran Bretaña permaneció casi absolutamente dependien-
te de alimentos importados (por ejemplo, carne, azúcar) y se hicieron arduos
esfuerzos para mantener el abastecimiento de exportaciones latinoamericanas.
No obstante, también se realizaron esfuerzos casi tan arduos para impedir el
acceso de Alemania a las materias primas latinoamericanas. Aunque los princi-
pales países en la región (a excepción de Brasil) se mantuvieron neutrales duran-
te toda la guerra, el comercio con Alemania se tornó cada vez más dificultoso.
Tanto Estados Unidos como Gran Bretaña hicieron uso de una lista negra de
empresas en América Latina a las que creían que estaban bajo el control de ciu-
dadanos alemanes. El resultado fue un drástico descenso de las exportaciones
que se consideraban destinadas a Alemania y de las importaciones cuya proce-
dencia se atribuía a dicho país.
El mayor beneficiario de esta restricción fue Estados Unidos que era ya el
principal proveedor de México, América Central y el Caribe. Con la guerra se
convirtió en el mercado más importante para la mayoría de países latinoamerica-
nos, mientras que su porcentaje en la importación alcanzaba un 25 por 100 en
América del Sur y casi el 80 por 100 en el Caribe (incluido México). La coinci-
dencia fortuita de la apertura del canal de Panamá a comienzos de la guerra,
cuando el comercio transatlántico empezaba a hacerse peligroso y difícil, per-
mitió a las exportaciones de Estados Unidos penetrar los mercados de América
del Sur que antes habían sido aprovisionados por Europa, y en especial, por Ale-
mania. La red de sucursales de bancos norteamericanos que siguió a este inter-
cambio, se sumó a un agresivo esfuerzo diplomático en apoyo de las empresas
estadounidenses, lo que aseguraba que el advenimiento de la paz dejaría a los
Estados Unidos en una posición hegemónica en los países latinoamericanos más
cercanos y en una posición fuerte en los restantes de la región.
El eclipse de Alemania como comprador no sólo contribuyó al ascenso de la
importancia de Estados Unidos, sino que suavizó el declive de Gran Bretaña,
la cual retuvo su preponderancia en el comercio con Argentina, que era con
mucho el mercado más grande en América Latina y que se mantuvo como el

2. Véase Bill Albert, South America and the First World War, Cambridge, 1988, pp. 56-57.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS. 1929-1939 7

exportador más importante de la región. Sin embargo, las exportaciones argenti-


nas a Gran Bretaña excedían en gran proporción sus importaciones de la misma,
y este balance favorable se compensaba grosso modo con su déficit comercial
con Estados Unidos. Este triángulo de comercio exterior —que era el inverso en
el caso de Brasil— podía sólo operar en un sistema mundial de moneda conver-
tible y pagos multilaterales, de modo que el comercio exterior de las más gran-
des repúblicas latinoamericanas se hizo vulnerable a cualquier alejamiento de la
ortodoxia del patrón oro en la década de 1920.
La restauración del patrón oro fue efectivamente una prioridad después del
tratado de Versal les, pero demoró algunos años en conseguirse y —en el caso de
Gran Bretaña— significó un gran problema debido a la adopción de una paridad
sobrevaluada para la libra esterlina. El lento crecimiento de la economía británi-
ca en la década de 1920 fue un golpe para aquellos países latinoamericanos que
tradicionalmente habían considerado a Gran Bretaña un mercado para sus expor-
taciones y el ascenso de Estados Unidos como el poder económico dominante
fue un escaso alivio para las repúblicas que vendían bienes que competían con
los de los agricultores norteamericanos. Entre 1913 y 1929, las importaciones
estadounidenses de América Latina se elevaron en un 110 por 100 (mucho más
rápidamente que las importaciones británicas que crecieron sólo el 45 por 100),
pero las exportaciones procedentes de Estados Unidos a la región aumentaron
el 161 por 100, sobrepasando las importaciones por un margen considerable que
éste recibía de la región. De esta manera, América Latina, que había tenido un
excedente comercial considerable con Estados Unidos antes y durante la guerra,
se encontró en la situación inversa a finales de los años veinte. En 1929 la expor-
tación a Estados Unidos representaba el 34 por 100 del total exportado, mientras
que las importaciones procedentes de Estados Unidos dominaban el 40 por 100
del total importado.
El excedente del que disfrutaba Estados Unidos en su intercambio de bienes
y servicios con América Latina reflejaba su ascenso como exportador de capital.
Nueva York reemplazó a Londres después de la guerra como el principal centro
financiero internacional y las repúblicas latinoamericanas acudieron cada vez
más a Estados Unidos para la emisión de bonos, préstamos al sector público e
inversión extranjera directa. Apoyada en sus inicios por el esfuerzo del gobierno
norteamericano de favorecer la diplomacia del dólar, la inversión extranjera
(directa e indirecta) inundó América Latina y el porcentaje de capital contro-
lado por inversores de Estados Unidos creció constantemente a costa del que
tenían los países europeos. Gran Bretaña y Francia continuaron invirtiendo en
ciertas áreas de América Latina, pero las nuevas inversiones eran moderadas y
reflejaban la débil situación de la balanza de pagos de ambos países.
El ascenso de Estados Unidos en la década de 1920 como fuente principal de
capital extranjero fue una ambigua bendición para América Latina. La aparición
de nuevos y dinámicos mercados de capital en el hemisferio occidental era cla-
ramente de gran importancia en vista de la disminución del excedente de capital
disponible en los mercados europeos tradicionales, pero los nuevos préstamos se
conseguían sólo a un alto costo. En las repúblicas más pequeñas, los nuevos prés-
lamos eslaban combinados con los objetivos de la política exterior norteameri-
cana y muchos países se vieron obligados a ceder el control de las aduanas a
los lisiados I luidos o incluso los íeiTocaniles para asegurar el rápido pago de las
8 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

deudas. En algunas repúblicas más grandes, la fiebre por nuevos prestamos


alcanzó las proporciones de una epidemia durante el proceso llamado la «danza
de los millones». Se hizo poco esfuerzo para que los fondos fueran inverti-
dos productivamente en proyectos que pudieran garantizar el pago en divisas,3 y
el nivel de corrupción alcanzó dimensiones grandes en unos cuantos casos. Los
funcionarios de Estados Unidos podían ocupar las aduanas de los países latino-
americanos con afanes de rectitud fiscal, pero tenían un control nulo o mínimo
sobre los banqueros de su propio país que continuaban emitiendo bonos para
cubrir el déficit cada vez más grande del sector público.
El cambiante equilibrio internacional de poder y la reorientación del merca-
do internacional de capital no eran los únicos problemas con que América Lati-
na tenía que luchar. Más serios aún eran las transformaciones en los mercados de
bienes y el incremento en el precio de las mercancías y la inestabilidad de las
ganancias. Las inestables condiciones durante y después de la primera guerra oca-
sionaron súbitas alteraciones en las curvas de demanda capaces de hundir los pre-
cios de las mercancías. Un caso a propósito es la recesión mundial en 1920-1921:
los precios de muchos artículos (especialmente el azúcar) sufrieron un colapso
cuando se pusieron en circulación las existencias que se habían almacenado con
propósitos estratégicos. La abolición de los controles de precios de la época béli-
ca, aplicados por funcionarios con poderes draconianos en los principales países,
provocó sucesivamente un alza inicial de precios, una reacción dinámica de la
oferta y un colapso de precios en muchos mercados.
La depresión mundial de 1920-1921 fue breve, pero el problema de la satura-
ción del mercado duraría mucho más. Pese a que, en los países metropolitanos, se
estaba frenando el crecimiento a largo plazo de la demanda de bienes primarios
procedentes de la exportación —a consecuencia del cambio demográfico, de la
decreciente elasticidad renta de la demanda y de la creación de sucedáneos sinté-
ticos—, la tasa de crecimiento a largo plazo de la oferta estaba aumentando ace-
leradamente como resultado del progreso tecnológico, las nuevas inversiones en
infraestructura social (incluido el transporte) y la protección a la agricultura
en muchas áreas de Europa.
Estos cambios de la oferta y la demanda produjeron trastornos en el equili-
brio de precios a largo plazo que deberían haber actuado como señales para que
se modificara la asignación de recursos en América Latina. Entre 1913 y 1929,
los términos netos de intercambio se deterioraron para muchos países. Sin em-
bargo, un conjunto de factores distorsionaron la información 'provista por los
indicadores de precios, mientras que la incertidumbre creada por la guerra y sus
consecuencias hicieron difícil que los empresarios privados y los funcionarios
del sector público en América Latina sacasen las conclusiones pertinentes.
Como resultado, América Latina no sólo fracasó en ajustar su sector externo a
las nuevas condiciones internacionales en la década de 1920, sino que incluso
su dependencia de la exportación de materias primas aumentó de manera muy
patente.

3. Se estima que sólo el 36 por 100 de todos los préstamos provenientes de Estados Uni-
dos a América Latina en la década de los veinte se destinaron a proyectos de infraestructura. El
resto fueron para «refinanciáción, propósitos generales o desconocidos». Véase Stallings, Bun-
ker to the Third World, p. 131.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 9

El primer problema fue la inestabilidad a corto plazo de los precios de las


mercancías, la cual ocultaba las tendencias a largo plazo. Esto había sido un pro-
blema para los exportadores de bienes primarios latinoamericanos antes de la
guerra, pero fue mucho mayor en los años veinte; en Chile, por ejemplo, la ines-
tabilidad de los precios de las exportaciones duplicó la existente antes de 1914,
y la inestabilidad del valor de la exportación fue casi cinco veces más alta.4
Incluso en Argentina, con exportaciones mucho más diversificadas, la inestabili-
dad de la exportación fue mucho más grande en la década de los veinte que en
cualquier otro momento de la historia de la república.5
El segundo problema fue la persistencia de la demanda de minerales «estraté-
gicos» durante unos cuantos años después de la guerra. La necesidad de controlar
la oferta de petróleo, cobre, estaño, etc., indujo a que se promoviese oficialmente a
las compañías norteamericanas a invertir masivamente en América Latina, mientras
que los países europeos hacían lo mismo en sus colonias y dominios, con lo cual se
presentaba realmente un peligro de saturación mundial de algunos minerales. Ade-
más, cuando estas nuevas inversiones llegaron a raudales durante el segundo lustro
de los años veinte, la demanda estratégica había disminuido en muchos casos y las
existencias comenzaron a acumularse. Cuando, a comienzos del auge de la bolsa
en 1928, los tipos de interés mundiales se elevaron, los costos de mantener estas
existencias aumentaron drásticamente y desalentaron las compras adicionales.
El tercer problema fue la manipulación de los precios en un conjunto de mer-
cados clave. El plan de valorización del café brasileño, que resurgió en los años
veinte, redujo la oferta brasileña y elevó los precios. Sin embargo, otros exporta-
dores de café (por ejemplo, Colombia) reaccionaron ante los precios mundiales
más altos expandiendo sus plantaciones; este incremento de producción tuvo im-
pacto pocos años después cuando el mercado del café quedó saturado ya en 1926.
Brasil intentó repetir el experimento con el caucho, pero su cuota en el mercado
mundial era entonces demasiado pequeña como para tener un efecto significativo
en los precios.
El último problema fue la debilidad del sector no exportador en muchos paí-
ses latinoamericanos. La idea de que los recursos se orientarían fácilmente fuera
de la exportación de bienes primarios en respuesta al decreciente equilibrio de
precios a largo plazo suponía no sólo que los precios a largo plazo eran obser-
vables, sino que se podía hallar un uso alternativo para los recursos. Esta era una
expectativa legítima en aquellas repúblicas donde la industrialización había teni-
do un inicio prometedor; sin embargo, hasta los años veinte, la mayoría de las
repúblicas latinoamericanas sólo habían dado un modesto paso hacia la indus-
trialización, de modo que solamente una caída general en el equilibrio de precios
a largo plazo —tal como ocurrió en la depresión de 1929— era capaz de inducir
la requerida reasignación de los recursos. Los pequeños descensos en el equili-
brio de precios a largo plazo —aun cuando eran perceptibles— podían siempre
compensarse por medio de la depreciación de la tasa de cambio, de reducciones

4. Véase José Gabriel Palma, «From an Export-led to an Import-substituting Economy:


Chile 1914-39», en Rosemary Thorp, ed., Latin America in the 1930s, Londres, 1984, p. 55 (hay
liad, casi.: América ÍMtina en los años treinta, México, D.F., 1988).
5. Véase Arturo O'Conncll, «Argentina into the Depression: problems of an open eco-
noiny», en Tlmip, ed., Inlin America in lile l')Mh, \i. 213.
10 HISTORIA DE AMRR1CA LATINA

de impuestos a la exportación o de términos de crédito más favorables. En efec-


to, algunos de los países más pequeños estaban preparados para recurrir a tales
políticas incluso en los años treinta, antes que para fomentar una reorientación
general de los recursos del sector exportador.
A finales de ¡a década de 1920, el sector industrial se había desarrollado en
algunas de las repúblicas más grandes (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Méxi-
co y Perú), y también en las suficientemente prósperas como para haber formado
un vigoroso mercado interno (Uruguay). Incluso antes de la primera guerra mun-
dial, el crecimiento basado en la exportación había generado en la mayoría de
estas siete repúblicas un mercado interior lo bastante amplio como para justificar
la presencia de establecimientos manufactureros modernos. Estas fábricas produ-
cían principalmente bienes de consumo perecedero (por ejemplo, textiles, alimen-
tos elaborados y bebidas) que podían competir con las importaciones gracias a
aranceles que contenían ya un elemento proteccionista. La primera guerra mun-
dial dio mayor impulso a las manufacturas en unos cuantos países (claramente en
Brasil), mientras que las importaciones escaseaban, pero el estímulo principal para
la industria provino del crecimiento del consumo interior, el cual estaba todavía
estrechamente ligado —incluso en los años veinte— a la suerte del sector expor-
tador. En ningún país el sector manufacturero tenía un tamaño suficiente para ope-
rar como el motor del crecimiento, aunque estaba comenzando a adquirir cierto
dinamismo autónomo en Argentina y Chile —las dos naciones donde la indus-
trialización había progresado más hasta los años veinte. El sector manufacturero
brasileño, pese a su gran industria textil, estaba aún aplastado por el atrasado sec-
tor agrícola del país, que ocupaba más del 50 por 100 de la fuerza labora!, y lo
mismo es válido para México.
En el primer decenio que siguió a la primera guerra mundial, se produjeron
reasignaciones de recursos dirigidas a un cambio estructural, a la industrialización
y a la diversificación de la economía no exportadora en las principales economías
latinoamericanas. No obstante, todas las repúblicas siguieron ligadas a alguna for-
ma de crecimiento basado en la exportación; a fines de 1920 (véase el cuadro 1.1),
las exportaciones todavía representaban una alta proporción del producto interior
bruto (PIB) y la apertura de la economía —calculada según el índice de la suma
de exportaciones e importaciones respecto al PIB— oscilaba entre menos del
40 por 100 en Brasil y más del 100 por 100 en Costa Rica y Venezuela.''
El cambio estructural en la década de 1920 no originó la di versificación den-
tro del sector exportador. Por el contrario, la composición de las exportaciones a
finales de la década era muy parecida en el alto grado de concentración a la que
había existido en la víspera de la primera guerra mundial. En todos los países, tres
productos de exportación principales representaban como mínimo el 50 por 100

6. Existen datos del PIB (de diversa Habilidad) para catorce de las veinte repúblicas en
los años treinta (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, México, Perú, Uruguay, Venezuela
y cinco países centroamericanos). La información cubana, sin embargo (véase la nota 13), no
proporciona datos sobre las importaciones reales, de modo que sólo trece países se pueden uti-
lizar para los efectos del cuadro 1.1. A precios de 1929 las tasas de comercio son en promedio
más bajas —significativamente en el caso de México. Véase Angus Maddison, Two Crises:
Latín America and Asia, 1929-38 and 1973-83, París, 1985, cuadro 6 (hay trad. cast: Dos
crisis: América Latina y Asia, 1929-1938 y 1973-1983, México, D.F., 1988).
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 11

CUADRO 1.1

El sector externo en América Latina: índices de intercambio


(precios de 1970)

Exportaciones como porcentaje (Exportaciones + importaciones)


del PIB como porcentaje del PIB
1928 1938 1928 1938
Argentina 29,8 15,7 59,7 35,7
Brasil 17,0 21,2 38,8 33,3
Chile 35,1" 32,7 57,2" 44,9
Colombia 24,8 24,1 62,8 43,5
Costa Rica 56,5 47,3 109,6 80,7
El Salvador 48,7 45,9 81,0 62,4
Guatemala 22,7 17,5 51,2 29,5
Honduras 52,1 22,1 69,8 39,5
México 31,4 13,9 47,7 25,5
Nicaragua 25,1 23,9 54,9 42,3
Perú 33,6" 28,3 53,2 a 42,6
Uruguay 18,0* 18,2 38,0* 37,1
Venezuela 37,7 29,0 120,4 55,7

NOTAS: " 1929; '' 1930.


FUENTES: Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Serie histórica del creci-
miento de América Latina, Santiago de Chile, 1978; CEPAL, América Latina: relación de pre-
cios de intercambio, Santiago de Chile, 1976; V . Bulmer-Thomas,'77?e Political Economy of
Central America since 1920, Cambridge, 1987; G. Palma, «From an Export-led to an Import
substituting Economy: Chile 1914-1939», en Rosemary Thorp, ed., Latin America in 1930s,
Londres, 1984; D. Rangel, Capital y desarrollo. El rey petróleo, Caracas, 1970; J. Millot, C. Sil-
va y L . Silva, El desarrollo industrial del Uruguay, Montevideo, 1973; H . Finch, A Political
Economy of Uruguay since 1870, Londres, 1981; A . Maddison, «Economic and Social Condi-
tions in Latin America, 1913-1950», en M . Urrutia, ed., Long-term Trends in Latin America
Economic Development, Washington, D.C., 1991. Los datos se han convertido a precios base
de 1970 donde ha sido necesario y se han utilizados los tipos oficiales de cambio en todos
los casos.

de los ingresos del comercio exterior, y un solo producto representaba más del
50 por 100 de las exportaciones en diez países (Bolivia, Brasil, Colombia, Cuba,
El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua, la República Dominicana y Vene-
zuela). Prácticamente todas los ingresos de la exportación provenían de bienes
primarios y casi el 70 por 100 del comercio exterior se realizaba con sólo cuatro
países (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania).
De modo que, en el umbral de la depresión de 1929, las economías latino-
americanas continuaban fieles a un modelo de desarrollo que las hacía muy vul-
nerables a las condiciones adversas en los mercados mundiales de bienes prima-
rios. Incluso Argentina, con mucho la economía latinoamericana más avanzada a
finales de la década de 1920, cuyo producto interior bruto (PIB) per cápita dupli-
caba el promedio regional y cuadruplicaba el brasileño, había sido incapaz tic
romper el vínculo por el cual un descenso de ingresos de la exportación dismi-
12 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

nuía las importaciones y la renta fiscal, originando recortes del gasto y una dis-
minución de la demanda interna.

L A DEPRESIÓN DE 1929

El comienzo de la depresión de 1929 se asocia generalmente con la quiebra


de la bolsa de Wall Street en Nueva York en octubre de 1929. Sin embargo, algu-
nas señales llegaron antes a América Latina. En muchos casos, los precios de las
mercancías subieron verticalmente antes de 1929, aunque la oferta (restablecida
después de la interrupción bélica) tendía a sobrepasar la demanda. El precio del
trigo argentino alcanzó su cota máxima en mayo de 1927, el azúcar cubano en
marzo de 1928, y el café brasileño en marzo de 1929. El auge de los mercados
de valores antes de la quiebra de Wall Street condujo a un exceso de demanda de
crédito y a una subida de los tipos de interés mundiales, lo que elevó el costo
de mantenimiento de las existencias y redujo la demanda de muchos de los bie-
nes primarios exportados por América Latina. El alza de los tipos de interés (el
descuento sobre los pagarés de Nueva York llegó al 50 por 100 en los 18 meses
previos a que la bolsa se desplomase) ejerció una presión adicional sobre Amé-
rica Latina a través del mercado de capitales. La fuga de capitales —atraídos por
tipos de interés más elevados fuera de la región— aumentó, mientras el flujo de
capital disminuyó a medida que los inversionistas extranjeros aprovechaban tasas
de rendimiento más atractivas ofrecidas en Londres, París y Nueva York.
La quiebra de la bolsa en octubre movilizó una cadena de acontecimientos en
los principales mercados abastecidos por América Latina; la caída del valor de los
activos financieros redujo la demanda de los consumidores canalizada a través
del llamado efecto de riqueza; las deudas atrasadas llevaron a la restricción de
nuevos créditos y a una contracción monetaria, y el conjunto del sistema finan-
ciero' quedó sometido a una severa presión; los tipos de interés comenzaron a
caer en el último trimestre de 1929, pero los importadores no podían o no desea-
ban reponer sus existencias de materias primas ante la perspectiva de restriccio-
nes crediticias y una demanda decreciente.
La consiguiente caída de los precios de las materias primas fue verdadera-
mente espectacular. Ni un solo país latinoamericano quedó a salvo. Entre 1928 y
1932 (véase el cuadro 1.2), el valor unitario de las exportaciones cayó en más del
50 por 100 en diez de los países de los que disponemos datos y los únicos países
con una caída modesta en valores unitarios fueron aquellos en que los precios de
los productos básicos los administraban compañías extranjeras y no reflejan con
precisión las fuerzas de mercado (por ejemplo, Honduras y Venezuela).
También cayeron los precios de las importaciones, cuando el descenso de la
demanda mundial y la caída en los costos produjo una doble presión en el valor
unitario de los bienes vendidos a América Latina. Sin embargo, los precios de Tas
importaciones no cayeron, por lo general, más deprisa o tan abajo como lo hicie-
ron los de las exportaciones y los términos netos de intercambio (véase el cua-
dro 1.2) cayeron bruscamente para todos los países latinoamericanos entre 1928
y 1932 excepto dos. Las excepciones fueron Venezuela, donde el valor unitario
de las exportaciones de petróleo cayó «sólo» el 18,5 por 100 (conformándose
aproximadamente a la caída de los precios de importación), y Honduras, donde
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 13

CUADRO 1.2

Cambios de precio y volumen de exportación, términos netos de intercambio y


poder de compra de las exportaciones en 1932 (1928=100)

Poder de
Precio de las Volumen de Términos netos compra de las
País exportaciones exportaciones de intercambio exportaciones
Argentina 37 '88 68 60
Bolivia 79» 48" s.d. s.d.
Brasil 43 86 65 56
Chile 47 31 57 17
Colombia 48 102 63 65
Costa Rica 54 81 78 65
Ecuador 51 83 74 60
El Salvador 30 75 52 38
Guatemala 37 101 54 55
Haití 49 b 104'' s.d. s.d.
Honduras 91 . 101 130 133
México 49 58 64 37
Nicaragua 50 78 71 59
Perú 39 76 62 43
República
Dominicana ,55 A 106* 81* 87*
Venezuela 81 100 .„- 101 100
América Latina 36 78 56 43

NOTAS: " 1929; '' 1930.


FUENTES: CEPAL, América Latina: relación de precios del intercambio, Santiago, 1976;
V . Bulmer-Thomas, Political Economy of Central America since 1920, Cambridge, 1987; R. L .
Ground, «The Génesis of Import Substitulion in Latín America», CEPAL Review, 36 (diciem-
bre de 1988).

el «precio» de exportación de las bananas fue determinado por las compañías


bananeras para cubrir simplemente los costos en moneda local y fue reducido en
esos años hasta el 9 por 100.7
Aunque todos los países afrontaron una caída en el precio de sus exportacio-
nes de bienes primarios, había un gran contraste respecto al volumen de sus
exportaciones. Las más afectadas fueron aquellas naciones (véase el cuadro 1.2)
que sufrieron una caída de los precios y de los volúmenes de exportación, entre
las que se contaban Bolivia, Chile y México; significativamente, los minerales
dominaban la totalidad de las exportaciones de estos tres países cuando las empre-
sas de los países importadores reaccionaron a la depresión agotando las existen-
cias acumuladas en vez de hacer nuevos pedidos. No es sorprendente que estos
países experimentaran el descenso más pronunciado (véase el cuadro 1.2) en el

7. Los precios de exportación administrados fueron utilizados para las bananas hasta 1947
para propósitos de la balanza de pagos. Las compañías bananeras calculaban sus costos en mone-
da local y establecían el precio en dólares para la exportación, que, al tipo oficial de cambio,
cubila sus obligaciones internas.
14 HISTORIA DE AMERICA LATINA

poder de compra de sus exportaciones (esto es, los términos de intercambio netos
ajustados según las variaciones en el volumen de la exportación). En el caso chi-
leno, la caída del 83 por 100 del poder de compra de sus exportaciones fue el
más grande registrado en América Latina para un período tan corto y uno de los
más drásticos en el mundo.
Cuba debería ser incluida en este primer grupo, aunque no aparece en el cua-
dro 1.2 debido a la falta de datos comparables. Sus exportaciones, dominadas por
el azúcar, cayeron rápidamente después de 1929 cuando la isla sufrió las conse-
cuencias de su especialización azucarera y de su gran dependencia de Estados
Unidos. En 1930 una comisión dirigida por Thomas Chadbourne, un abogado
de Nueva York con intereses en el azúcar cubano, repartió el mercado norte-
americano de manera que provocó una disminución pronunciada de la expor-
tación azucarera cubana y el año siguiente se firmó el Convenio Internacional del
Azúcar entre los principales productores y consumidores que imponía nuevas res-
tricciones a las exportaciones cubanas.
El segundo grupo de países fue más numeroso y experimentó un modesto des-
censo (menos del 25 por 100) en el volumen de exportaciones. Este grupo —Ar-
gentina, Brasil, Ecuador, Perú y toda América Central— producía una diversidad
de materias primas agrícolas y alimentos, cuya demanda no podía satisfacerse con
las existencias disponibles;s en agosto de 1929, por ejemplo, Gran Bretaña tenía
almacenado en sus puertos trigo importado equivalente a sólo el 2 por 100 de la
importación anual de trigo.9 Igualmente, la acentuada caída del precio era suficien-
te en algunos casos para sostener la demanda de los consumidores a pesar de la caí-
da del ingreso real en los países importadores; por ejemplo, en 1932 el volumen
de importación mundial de café estaba en el mismo nivel que en 1929.
Un tercer grupo de países (véase el cuadro 1.2) experimentó un descenso muy
pequeño (menos del 10 por 100) en el volumen de exportación entre 1928 y 1932;
Colombia, aprovechando la confusión causada por el colapso del plan brasileño
de valorización del café,10 consiguió un pequeño aumento de sus exportaciones de
café; Venezuela sufrió un descenso en el volumen de sus exportaciones de petró-
leo después de 1929, pero esto simplemente compensó el gran incremento ocurri-
do en 1928 y 1929. Las exportaciones de la República Dominicana, dominadas
por el azúcar, crecieron constantemente durante los peores años de la depresión:
como exportadores azucareros sacaron provecho de las restricciones impuestas a
Cuba, primero por la comisión Chadbourne y más tarde por el Convenio Interna-
cional del Azúcar de 1931 que no fue firmado por la República Dominicana (ni
por Brasil)."
La combinación de precios de exportación decrecientes en todos los países
con el descenso de volúmenes de exportación en la mayoría de ellos provocó una
caída vertical en el poder de compra de las exportaciones durante los peores años
de la depresión (véase el cuadro 1.2). Sólo se salvaron Venezuela, protegida por

8. Las principales exportaciones peruanas eran minerales, pero la más importante era el
petróleo, cuyo precio sufrió menos que el de otros minerales durante ia depresión.
9. Véase Sociedad de Naciones, Instituto Internacional de Agricultura, International
Yearbook of Agricultural Statistics 1932/3, Roma, 1933, p. 577.
10. La defesa (defensa) brasileña del café se desplomó en 1929. Véase W . Fritsch, Exter-
na! Constraints on Economic Policy in Brazil, 1889-1930, Londres, 1988, pp. 152-153.
I 1. Véase B. C. Swcrling, International Control nf Silgar, 1918-41, Stanlonl, Cal., 1949.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 15

el petróleo, y Honduras, amparada por la decisión de las compañías bananeras de


concentrar su producción global en sus plantaciones hondurenas de bajo costo.
En otras partes, el impacto de la depresión sobre el poder de compra de la expor-
tación fue durísimo, perjudicando a los productores mineros (en México), a los
productores de alimentos de zonas templadas (por ejemplo, Argentina) y a los ex-
portadores de productos tropicales (por ejemplo, El Salvador).
Aunque los precios de exportación e importación comenzaron a derrumbarse
desde 1929, hubo un «precio» que se mantuvo: el tipo de interés nominal fijo
sobre la deuda externa pública y privada. Mientras los demás precios caían, el
tipo de interés real sobre esta deuda (principalmente bonos del gobierno) subía,
aumentando la carga fiscal y de la balanza de pagos para aquellos gobiernos
preocupados por preservar su crédito en el mercado internacional de capital por
medio de un puntual pago del servicio de la deuda.
El aumento del peso real de la deuda hizo que un mayor porcentaje de las
(decrecientes) exportaciones totales debiera dedicarse a los pagos de la deuda.
Argentina, por ejemplo, destinó 91,2 millones de pesos a cubrir los pagos de la
deuda externa en 1929 cuando la exportación total era de 2.168 millones de pesos.
En 1932 las exportaciones habían bajado a 1.288 millones de pesos, pero los
pagos del servicio de la deuda externa se mantuvieron en 93,6 millones de pesos,
con lo que el peso real de la deuda quedó prácticamente duplicado.
La combinación de pagos estables del servicio de la deuda e ingresos descen-
dentes de la exportación ejercieron una fuerte restricción sobre las importaciones.
Cuando el volumen y el valor de las importaciones cayeron, los gobiernos tuvie-
ron que lidiar con el nuevo problema causado por la fuerte dependencia del ingre-
so fiscal respecto a los impuestos al comercio exterior. La fuente principal del
ingreso fiscal, el impuesto a las importaciones, no podía mantenerse a causa
del colapso de las mismas; Brasil, por ejemplo, recaudaba el 42,3 por 100 del
total del ingreso fiscal de los impuestos a las importaciones en 1928. Hacia 1930,
la recaudación de impuestos a la importación había descendido en un tercio y el
ingreso fiscal en un cuarto. Aquellos países que también dependían en alto grado
de los impuestos de exportación (por ejemplo, Chile) experimentaron un recorte
particularmente radical del ingreso fiscal.
El alza de la carga real del servicio de la deuda afectó la situación fiscal de
modo muy similar a la balanza de pagos. La combinación de un ingreso fiscal
decreciente con pagos del servicio de la deuda fijos en términos nominales creó
una gran presión sobre el gasto público. Se hicieron esfuerzos de inventiva con-
table (por ejemplo, los funcionarios hondurenos recibían sus salarios en sellos de
correo durante un tiempo), que no obstante no consiguieron paliar la crisis subya-
cente. La mayoría de repúblicas latinoamericanas tuvieron cambios de gobierno
durante los peores años de la depresión; la ley del péndulo favoreció a los parti-
dos o individuos que habían estado fuera del poder durante el colapso de Wall
Street. Las excepciones más importantes fueron Venezuela, donde el gobierno
autocrático de Juan Vicente Gómez, en el poder desde 1908, sobrevivió hasta la
muerte del dictador en 1935, y México, donde el recién formado Partido Nacio-
nal Revolucionario dirigía un país agotado por el torbellino revolucionario y la
guerra civil.
En una situación internacional menos crítica, un gobierno latinoamericano
podría haber (cuido esperanzas de salir de sus dificultades con la ayuda de prés-
16 HISTORIA DE AMERICA LATINA

tamos internacionales. Sin embargo, había razones para que el flujo de nuevos
préstamos a América Latina —ya en descenso incluso antes de la crisis de Wall
Street— quedase interrumpido en 1931. En ese año, el pago al capital en car-
tera de Estados Unidos excedía su nueva inversión en cartera por primera vez
desde 1920 y el flujo neto se mantuvo negativo (con la insignificante excep-
ción de 1938) hasta 1954.12 Incluso Argentina, que desde todo punto de vista tenía
la más alta reputación de crédito en América Latina, fue incapaz de obtener nue-
vos préstamos de envergadura durante los primeros años de la depresión.
Ningún país de América Latina escapó a la depresión de los años treinta, pero
para algunos países el impacto fue peor que para otros. La combinación más desas-
trosa consistía en un alto nivel de apertura, un gran descenso del precio de las
exportaciones y una disminución abrupta del volumen de las mismas. No es sor-
prendente, entonces, que las naciones más seriamente afectadas fueran Chile y
Cuba donde el impacto externo fue más fuerte. En efecto, se han hecho estimacio-
nes de la renta nacional cubana en los años de entreguerras que muestran un des-
censo de un tercio de la renta nacional real per cápita entre 1928 y 1932,13 mientras
el descenso del PIB real en Chile entre 1929 y 1932 se estima en el 35,7 por 100.14
Sólo en circunstancias excepcionales se pudo mitigar el impacto externo,
aunque no pudo evitarse. Así, la República Dominicana —dependiente de la
exportación azucarera— estuvo en condiciones de aprovechar el no haber suscrito
los convenios azucareros posteriores a 1929; Venezuela se benefició de su posi-
ción de productor de petróleo con los costos unitarios más bajos en todo el conti-
nente americano; países con exportaciones dominadas por compañías extranjeras
(por ejemplo, Perú) vieron algunas de las cargas transferidas al exterior cuando
disminuyeron las remesas de ganancias y creció el valor retornado en proporción
al total de la exportación. Sin embargo, el impacto externo fue globalmente muy
serio y la introducción de medidas de estabilización para restaurar el equilibrio
externo e interno no podía retrasarse.

L A ESTABILIZACIÓN A CORTO PLAZO

El impacto externo asociado con la depresión de los años treinta creó dos
desequilibrios que los dirigentes de cada nación tuvieron que afrontar urgente-
mente. El primero fue el desajuste externo creado por el colapso de los ingresos
de la exportación y el descenso de los flujos de capital; el segundo fue el desa-
juste interno creado por la contracción del' ingreso fiscal, que dio origen a un
déficit presupuestario que no pudo ser financiado con recursos externos.
Durante los años veinte, las repúblicas latinoamericanas habían adoptado
el patrón oro por primera vez (es el caso de Bolivia), o lo habían retomado (es el
caso de Argentina). Se suponía que con el patrón oro el ajuste al desequilibrio
extemo era automático —en efecto, este era uno de sus principales atractivos.

12. Véase Stallings, Banker to the Third World, apéndice 1.


13. Véase C. Brundenius, Revolutionary Cuba; the Challenge- of Economic Growth with
Equity, Boulder, Coló., 1984, cuadro A 2.1. La fuente original es J. Alienes, Características fun-
damentales de la economía cubana. La Habana, 1950.
14. Véase Palma, «From an Export-led to an Import-substituting Economy», cuadro 3.5.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 17

Cuando cayeran las exportaciones, el oro o las divisas.serían drenados del país,
lo que disminuiría la masa monetaria, el crédito y la demanda de importaciones;
a su vez, la contracción monetaria rebajaría el nivel de precios, lo que haría más
competitivas las exportaciones y más caras las importaciones. De este modo, la
reducción del gasto y su reorientación provocaría la caída de las importaciones y
el proceso continuaría hasta que el equilibrio externo quedase restaurado.
Sin embargo, el descenso del valor de las exportaciones fue tan radical des-
pués de 1929 que no resultaba evidente que el equilibrio externo pudiese restable-
cerse automáticamente; además, la disminución del flujo de capital y la decisión
inicial de pagar la deuda externa implicaba que la caída de las importaciones tenía
que ser particularmente pronunciada para eliminar el déficit de la balanza de
pagos. Argentina, por ejemplo, vio caer el valor de sus exportaciones de 1.537 m i -
llones de dólares en 1929 a 561 millones en 1932, y esto no fue lo más grave; con
importaciones evaluadas en 1.388 millones de dólares en 1929, Argentina necesi-
taba recortar como mínimo en un 70 por 100 las compras en el exterior, si desea-
ba mantener los pagos del servicio de la deuda en 1932 en los mismos términos
que en 1929.
Aquellos países que trataban de seguir las reglas del patrón oro vieron que
sus reservas de oro y divisas caían rápidamente. Colombia por ejemplo, luchó
hasta cuatro días después de que los británicos suspendieron la vigencia del
patrón oro (21 de septiembre de 1931); para entonces las reservas del país habían
descendido al 65 por 100. Con todo, la mayoría de países optaron ya por aban-
donar el sistema formalmente (es el caso de Argentina en diciembre de 1929), ya
por limitar la salida de oro y divisas por medio de una serie de restricciones ban-
carias y otras medidas (por ejemplo, Costa Rica). Esto no evitó la necesidad de
políticas de estabilización para reducir las importaciones y restablecer el equili-
brio externo, e indicó que el proceso ya no sería automático.
Tres países (Argentina, México y Uruguay) suspendieron la vigencia del
patrón oro antes que Gran Bretaña decidiera dejar de vender oro y divisas sobre
pedido, aunque Perú — e l único país en América Latina— introdujo por dos
veces una nueva paridad con el oro. L a mayoría de países, no obstante, adoptó el
control de cambios en una forma u otra, y creó un sistema de cuotas para la
importación. Esto ocurrió en las principales naciones; en efecto, los únicos paí-
ses que no hicieron uso del control de cambios fueron las pequeñas repúblicas
caribeñas que utilizaban el dólar de Estados Unidos como medio de pago oficial
(Panamá y la República Dominicana) o extraoficial (Cuba y Honduras).
El deseo de seguir las- reglas internacionales implicó que la devaluación —de-
preciación de la moneda— fuera utilizada en contadas ocasiones al comienzo.
Nadie esperaba que la depresión llegase a ser tan grave como finalmente resultó.
La última depresión mundial (1920-1921) había pasado rápidamente sin ocasionar
una ruptura permanente en el sistema financiero internacional. Además, impul-
sados en algunos casos por las misiones dirigidas por E. W. Kemmerer, muchos
países latinoamericanos habían organizado sus sistemas financieros en la déca-
da de los veinte, habían vuelto a la ortodoxia del tipo de cambio y el patrón oro,
creando bancos centrales y luchando por mantener una disciplina monetaria; la
\ depresión de 1929 fue vista como la primera prueba real para dichas instituciones
y hubo una resistencia natural a admitir su fracaso al dar paso a la depreciación
de la moneda.
18 HISTORIA DE AMERICA LATINA

A finales de 1930, sólo cinco países (Argentina, Brasil, Paraguay, Perú y


Uruguay) habían visto sus monedas depreciarse en más del 5 por 100 respecto al
dólar desde el fin del año anterior. Sin embargo, Perú había cambiado la paridad
respecto al oro, y el peso paraguayo, vinculado oficialmente al peso de oro
argentino, también se depreció respecto al dólar norteamericano, una conse-
cuencia indeseada de la política del tipo de cambio. La suspensión británica del
patrón oro y la consiguiente depreciación de la libra esterlina implicó que las
monedas latinoamericanas vinculadas a ésta —Argentina, Bolivia, Paraguay (por
intermedio del peso argentino) y Uruguay— se derrumbasen respecto al dólar
norteamericano después de septiembre de 1931 hasta que la suspensión del pa-
trón oro decretada en Estados Unidos en abril de 1933 produjo una revaloriza-
ción igualmente abrupta.
La decisión de Gran Bretaña y Estados Unidos de abandonar el patrón oro
forzó finalmente a las repúblicas a afrontar el problema de la manipulación del
tipo de cambio. Seis pequeñas repúblicas (Cuba, Guatemala, Haití, Honduras, Pa-
namá y la República Dominicana) vincularon sus monedas al dólar norteameri-
cano durante los años treinta; tres más (Costa Rica, El Salvador y Nicaragua) tra-
taron de hacer lo mismo, pero se vieron finalmente forzadas a devaluar; incluso
en América del Sur, algunas de las naciones más'grandes hicieron muchos inten-
tos de vincular sus monedas a la libra esterlina o al dólar norteamericano, aunque
Paraguay siguió con su política (pero con poco éxito) de paridad con el peso ••
argentino; Argentina, con algún éxito, y Bolivia, sin ninguno, trataron de vincular
sus monedas a la libra esterlina a partir de enero de 1934 y de enero de 1935 res-
pectivamente, mientras Brasil (diciembre de 1937), Chile (septiembre de 1936),
Colombia (marzo de 1935), Ecuador (mayo de 1932) y México (julio de 1933) tra-
taron todos de vincular sus monedas al dólar norteamericano.
Los casos de monedas auténticamente flotantes fueron raros. El bolívar vene-
zolano estuvo flotando y rápidamente se revalorizó frente al dólar norteamerica-
no entre finales de 1932 y finales de 1937. Después de la suspensión del patrón
oro en Estados Unidos, varios países suramericanos (Argentina, Bolivia, Brasil,
Chile, Ecuador y Uruguay) adoptaron un sistema dual de tipo de cambio que per-
mitía al cambio extraoficial flotar libremente; este cambio libre fue utilizado para
diversas transacciones, incluidas la exportación de capital, las remesas de ganan-
cias, las exportaciones no tradicionales y las importaciones suntuarias. Esta expe-
riencia —que fue muchas veces una fuente de ganancias para el sector público—
demostraría ser inestimable para la utilización del tipo de cambio después de la
segunda guerra mundial.
En vista de la reluctancia a adoptar un genuino régimen flotante de tipos de
cambio, la mayoría de los países se vio forzada a confiar en otras técnicas para
lograr el equilibrio externo. La más popular fue el control de cambios y un sis-
tema de racionamiento de las importaciones no basado en el precio; esta técnica
no se limitó a las naciones más grandes, sino que varios países pequeños (Costa
Rica, Bolivia, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Uruguay) adoptaron
agresivamente este sistema. En la mayoría de países, los aranceles se elevaron en
un momento en que el precio de las importaciones (incluido el costo internacio-
nal del transporte) estaba descendiendo; esto elevó el costo real de las importa-
ciones abruptamente y' alentó una reorientación del gasto hacia los sustitutos
internos. Incluso en aquellos casos en que los aranceles sólo se elevaron formal-
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 19

mente, el costo real de las importaciones tendió a crecer como resultado del am-
plio uso de aranceles diferenciales.
En unos pocos países el equilibrio externo se consiguió sin recurrir ni al con-
trol de cambios ni al racionamiento de la importación no basado en el precio; se
obtuvo mediante el mecanismo de tipo patrón oro, en que el déficit de cuenta
corriente fue financiado con una salida de reservas internacionales que reducía
la oferta monetaria tan drásticamente que la demanda nominal caía al nivel de la
reducción requerida en importaciones nominales; los casos más patentes de ajus-
te automático al equilibrio externo fueron Cuba, Haití, Panamá y la República
Dominicana. México, sin embargo, también experimentó un descenso pronun-
ciado en su masa monetaria nominal en los primeros años de la depresión como
resultado de su peculiar sistema monetario en el que monedas de oro y plata for-
maban la mayor parte del numerario en circulación.15
A finales de 1932, se había restaurado el equilibrio externo en casi todas las
repúblicas a un nivel mucho más bajo de exportaciones e importaciones nomina-
les y,a un nivel ligeramente más bajo de pagos nominales del servicio de la deu-
da. El excedente de la balanza comercial de América Latina en 1929 de 570
millones de dólares norteamericanos había aumentado a 609 millones, pese a ¡a
caída de dos tercios de las exportaciones nominales, que pasaron de 4.683 millo-
nes de dólares norteamericanos a 1.663. Los ocho países que habían registrado
una balanza comercial deficitaria en 1929 se habían reducido a seis en 1930, a
cinco en 1931, y a cuatro en 1932. Sin embargo, estos cuatro (Cuba, Haití, Pana-
má y la República Dominicana) eran las excepciones que confirmaban la regla;
todos eran economías en las que el dólar circulaba libremente sin control de
cambios, de modo que el déficit comercial y la salida de divisas era el mecanis-
mo por el que la demanda nominal se conformaba al poder de compra de las
exportaciones.
El logro del equilibrio externo, aunque penoso, era inevitable. La mayoría de
los países no podían pagar por las importaciones con su propia moneda, por lo
que la oferta de divisas establecía un límite para las importaciones disponibles
una,vez que las reservas internacionales quedaran agotadas. En cambio, el equi-
librio interno era una cuestión distinta, ya que un gobierno podía siempre emitir
su propia moneda para financiar el déficit presupuestario. Sólo en países, tales
como Panamá, donde el dólar circulaba libremente y no había banco central,
podía uno estar seguro de que la consecución del equilibrio externo también su-
ponía la del equilibrio interno.
En la mayoría de países, la suspensión del patrón oro y la adopción del con-
trol de cambios trazó una separación entre ajuste externo e interno. Donde el
déficit presupuestario persistiese y fuera financiado internamente, la oferta mo-
netaria nominal no se ajustaría a la bajada en importaciones nominales. Esto cau-
saría que el índice de crédito interno para las importaciones creciera, creando un
exceso de oferta monetaria que, a su vez, estimularía el gasto interno en térmi-
nos nominales. Que el crecimiento en gasto nominal se reflejara en incrementos,
fuesen de precio o fuesen de volumen, sería esencial para determinar cuan rápida
y exitosamente un país superaría la depresión.

I'i. Véase L. Cárdenas, «The (¡real Dcpression and Industrialisalion: thc case oí Méxi-
co-, T I K I I | I . eil., I nliii Amcrird in llir IV.UIs, pp. 224-22.S.
20 HISTORIA DE AMERICA LATINA

CUADRO 1.3

Oferta monetaria: depósitos en demanda y a tiempo bancario comercial.


Precios actuales (1929 = 100)

1930 1931 1932 1933 1934 1935 1936


•Argentina 101 90 90 89 88 86 94
Bolivia 84 78 133 144 322 520 547
Brasil 97 101 115 109 125 131 141
Chile 84 68 82 96 110 124 143
Colombia 87 78 90 94 102 110 120
Ecuador 98 59 92 145 187 187 215
El Salvador" 74 68 64 57 42 44 37
México b 111 67 74 107 108 136 143
Paraguay 100c 76 64 72 125 191 170
Perú 69 63 62 78 100 116 137
Uruguay 114 115 126 114 116 124 139
Venezuela 49 68 69 76 85 106 89
Estados Unidos 101 92 71 63 72 81 92

NOTAS: " Incluye depósitos en dólares; '' los datos se compilaron sobre una base diferente
en 1932 y 1935 de modo que la serie no es coherente; c 1930 = 100.
FUENTE: Sociedad de Naciones, Statistical Yearbook, Ginebra, varios años.

La idea de un exceso de oferta monetaria cuenta con base empírica en los


casos de muchos países. Mientras los Estados Unidos experimentaron un descen-
so de casi el 40 por 100 en los depósitos bancarios comerciales nominales en el
período de 1929 a 1933, algunos países latinoamericanos (por ejemplo, Bolivia,
Brasil, Ecuador y Uruguay) vieron elevarse el valor nominal de sus depósitos
bancarios comerciales, mientras otros (por ejemplo, Argentina, Chile, Colombia)
tuvieron una ligera caída (véase el cuadro 1.3). En términos reales, es decir, ajus-
tados al cambio en el nivel de precios, este comportamiento es incluso más nota-
ble pues los precios cayeron entre 1929 y 1933 en todas las repúblicas latino-
americanas (excepto Chile) sobre las que existen datos de precios.
Hay varías razones para el relativo ascenso de la oferta monetaria nominal.
En primer lugar, la decisión de imponer el control de cambios en muchos países
restringió la salida de oro y divisas y, por tanto, limitó la reducción de la masa
monetaria de origen externo. Uruguay, uno de los primeros países en imponer el
control de cambios, sufrió sólo una ligera caída en las reservas internacionales,
mientras México —donde no existía— sufrió un drenaje de la moneda de oro y
plata que constituía una alta proporción de su numerario.
En segundo lugar, el déficit presupuestario persistió pese a los esfuerzos
enormes por aumentar el ingreso y reducir el gasto. Brasil, por ejemplo, consi-
guió incrementar el rendimiento de impuestos directos a la renta en un 24 por 100
entre 1929 y 1932, a pesar de la contracción del PIB real, pero la abrumadora
importancia de los impuestos al comercio exterior impulsó el descenso del ingre-
so fiscal, reflejando el colapso de las importaciones y exportaciones. Además, la
determinación inicial de pagar la deuda pública (interna y externa) y las dificul-
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 21

tades asociadas con los severos recortes en salarios y sueldos para los empleados
públicos hicieron prácticamente imposible limitar el gasto lo suficiente como para
eliminar el déficit presupuestario. En ausencia de nuevos préstamos externos, el
déficit se tuvo que financiar a través del sistema bancario con un efecto expan-
sivo sobre la oferta monetaria.
En tercer lugar, el declive del crédito privado interno no era tan abrupto
como podría haberse esperado en vista de las estrechas relaciones entre el sistema
bancario y el sector exportador. El pequeño número de bancos —por ejemplo,
México sólo tenía once— y su importancia pública creó un poderoso incentivo
para evitar el fracaso bancario; la estrecha relación entre banqueros y exporta-
dores (a veces eran los mismos individuos) permitía una mayor flexibilidad en
la reprogramación de la deuda que la que habría permitido un contexto más com-
petitivo; en los años veinte los bancos también tendían a operar con reservas
en efectivo por encima del mínimo legal, lo que dejó cierto margen disponible
para los difíciles tiempos que siguieron a 1929. Los bancos extranjeros, impo-
sibilitados de hacer remesas de ganancias a causa del control de cambios, tuvie-
ron recursos adicionales para sostenerse a sí mismos durante los años de la
depresión.
Por consiguiente, la política monetaria durante la etapa más grave de la de-
presión fue relativamente laxa en muchos países, de suerte que el equilibrio
interno —a diferencia del equilibrio externo— no se había restablecido a finales
de 1932. Se comprobó que los esfuerzos para elevar los impuestos, incluidos los
aranceles, eran insuficientes y que nuevos incrementos sólo podían ser contra-
producentes. Los recortes de sueldos en el sector público y en los salarios eran
más difíciles debido a la agitada coyuntura política de comienzos de los años
treinta, de modo que las políticas para reducir el déficit presupuestario se con-
centraron cada vez más en los pagos del servicio de la deuda.
El retraso en el pago de la deuda no era nada nuevo en la historia económica
de América Latina; en efecto, las aduanas de algunas pequeñas naciones (por
ejemplo, Nicaragua) estaban todavía repletas de funcionarios estadounidenses
encargados de recaudar los impuestos al comercio exterior y evitar una repetición
de antiguos incumplimientos en el pago. Sin embargo, todos los países hicieron
arduos esfuerzos para cumplir con el pago del servicio de la deuda con la espe-
ranza de que así preservarían su acceso a los mercados de capital internacional.
No obstante, ello entrañaba un fascinante dilema: el principal acreedor en térmi-
nos de bonos internacionales seguía siendo Gran Bretaña, donde las reglas de la
bolsa hacían imposible para los países morosos colocar nuevas emisiones de
liónos; pero, el flujo anual de nuevo capital hacia América Latina se había hecho
cada vez más dependiente de Estados Unidos, donde las multas por morosidad
eran menos definidas. Cuando se hizo evidente, en términos generales, que Amé-
rica Latina no podía esperar financiación adicional de Gran Bretaña, la tentación
de una moratoria se hizo irresistible.
México, todavía atrapado por las secuelas de la revolución, había suspendi-
do los pagos del servicio de la deuda con mucho adelanto en 1928; sin embargo,
la suspensión comenzó generalmente en 1931 y cobró fuerza en los años siguien-
les. 1 ,a moratoria fue unilateral, pero ningún país desconoció su deuda externa y
no lodos los casos fueron tratados de la misma manera; Brasil, por ejemplo, esta-
bleció siete clases de bonos en 1934, con tratos diferenciales que iban desde el
)•) HISTORIA DE AMERICA LATINA

pago lolal hasta la suspensión total de pagos sobre el interés y el capital.16 Por
lanío, el impacto sobre el gasto público varió sustancialmente incluso entre los
países morosos, aunque los recursos destinados al pago de la deuda tendieron a
descender en todas partes conforme la década llegaba a su fin.
No lodos los países suspendieron el pago a la deuda externa y la moratoria
en la lleuda externa no necesariamente implicó suspensión del pago a la deuda hí-
lenla (o viceversa). Venezuela, bajo Gómez, terminó de amortizar su deuda
y exlerna - -iniciada quince años antes— en 1930; Honduras suspendió el pago a
su deuda interna, pero cumplió religiosamente con su deuda externa (junto con
I lailí y la República Dominicana). Sólo Argentina pagó su deuda interna y exter-
na puntualmente por razones que son todavía discutibles. Algunos de los facto-
res que persuadieron a los políticos argentinos de pagar la deuda, de cuya mayor
pai le era acreedora Gran Bretaña, fueron su relación particular con ésta, los estre-
chos vínculos comerciales y la perspectiva de obtener más préstamos; además,
la ortodoxia financiera de los gobiernos conservadores argentinos en la década
de 1930 creó una fuerte predisposición en favor del pago de la deuda.
lin la mayoría de países, el incumplimiento con la deuda alivió la presión
sobre el déficit presupuestario y (en el caso de la deuda externa) liberó divisas
que pudieron utilizarse con otros fines. Con todo, el descenso de pagos del servi-
cio de la deuda, al rebajar la presión sobre la política fiscal, evitó la necesidad de
nuevos impuestos o recortes del gasto. El déficit presupuestario, por tanto, se
mantuvo como algo normal y el equilibrio interno siguió siendo un remoto obje-
livo en la mayoría de las naciones. La tensión entre el equilibrio externo y el
desequilibrio interno produjo una grave inestabilidad económica y financiera en
algunos países (por ejemplo, Bolivia), pero también pudo contribuir a la recupe-
ración económica a un ritmo más rápido que el que se daba en países donde unas
esiriclas políticas fiscales y monetarias dejaron al sector no exportador con una
demanda insuficiente e incapaz de responder al nuevo vector de precios relativos.

I ,A KI'X'UI'HRACIÓN DE LA DEPRESIÓN

I .as políticas adoptadas para estabilizar cada economía frente a la depresión


iiileiilaban restaurar el equilibrio interno y externo a corto plazo; pero, inevita-
blemente, también tuvieron consecuencias a largo plazo en aquellos países don-
de- afectaron de una manera permanente a los precios relativos.
El colapso de los precios de exportación después de 1929, el deterioro en los
lerminos netos de intercambio y la subida de los aranceles nominales favo-
recieron en términos de precios relativos al sector no exportador (tanto en los
artículos no comercializables a nivel internacional como en los importables) más
que al sector exportador. En aquellos países donde hubo una devaluación real
(eslo es, una devaluación nominal más rápida que las diferencias entre los pre-
cios internos y externos), lanío los bienes exportables como los importables obtu-
vieron una vcnlaja de precios relativos respeclo a los productos no comercializa-
dos inlcinai lonalmciilc I v esie modo, el precio del sector que competía con la

|(> VV.i-.r 11 l-h l i n i f i i v i i y I.' I'niii-.. .Sili luir I v l a u h s in t lio lini <>f Uoiul Finalice»,
111 r I I f< < I-, <'nllrj<r. I liiivi'l'.lil.ul i Ir I mitin-.. I »r.i nv.inii l'.i[«'i in lúnnciiiiics, n." ,H, l'WX.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 23

importación, en todos los casos, mejoró tanto en relación con los bienes expor-
tables como a los no comercializables en el exterior, mientras que el sector no
comercializado aumentó sus precios relativos respecto al sector exportador,
excepto en el caso en que ocurriera una devaluación real (con lo que el resulta-
do quedaba por determinar).
El que estas fluctuaciones a corto plazo en los precios relativos persistieran
dependía en gran medida de la fluctuación en los precios de exportación e impor-
tación. Para América Latina en su conjunto, los precios de las exportaciones
cayeron constantemente hasta 1934; en ese momento comenzó un nuevo ciclo,
que produjo una pronunciada recuperación de los precios en 1936 y 1937 seguida
por dos años de precios de exportación descendentes. Sin embargo, los precios
de importación se mantuvieron muy bajos, de modo que los términos netos de
intercambio mejoraron desde 1933 hasta 1937 e incluso en 1939 estaban aún al
36 por 100 por encima del nivel de 1933 y al mismo de 1930. En consecuencia,
para la región en su conjunto una mejora permanente del precio relativo del sec-
tor que competía con las importaciones dependía menos de variaciones en los
términos netos de intercambio y más de los aumentos en la tasa de aranceles y
de una devaluación real.
El sector competidor con las importaciones comprendía todas las actividades
capaces de sustituir los artículos importados. Se ha identificado convencional-
mente con la industrialización de sustitucion.de importaciones (ISI), en vista de
la importancia de las manufacturas en la importación. Sin embargo, en los años
veinte, muchos países estaban importando cantidades significativas de productos
agrícolas que podían ser producidos internamente en lo fundamental. Así que es
también necesario considerar la agricultura de sustitución de importaciones (ASI)
como parte del sector competidor con la importación.
El cambio de los precios relativos fomentó la reasignación de recursos y
actuó como un mecanismo para la recuperación de la depresión. Sin embargo,
esto era sólo una parte de la cuestión; por ejemplo, una caída en la producción
del sector exportador, y un alza en la producción del sector, que competía con la
importación, no necesariamente produciría una recuperación en el PIB real, aun-
que produjera un cambio estructural. La recuperación sólo quedaba asegurada si
el sector competidor con la importación se expandía sin un descenso del sector
exportador, o si crecía tan rápidamente como para compensar el descenso del
sector exportador; la primera posibilidad indica la importancia del comporta-
miento del sector exportador en los años treinta —un tema muy desatendido—,
mientras el segundo necesita que se tome en cuenta el crecimiento de la deman-
da nominal.
En las páginas anteriores, se ha sostenido que a partir de 1929 los programas
de estabilización habían sido muy exitosos en restaurar el equilibrio externo en
casi todas las naciones hacia 1932; sin embargo, muchos países tuvieron menos
éxito en eliminar el déficit interno. La permanencia del déficit en algunas repú-
blicas, incluso después de la reducción en los pagos del servicio de la deuda por
medio de moratorias, dio un estímulo a la demanda nominal que, dadas ciertas
circunstancias, podría esperarse que tuviera efectos reales (es decir, keynesia-
nos); estas condiciones comprendían la existencia de capacidad disponible y una
respuesta clástica de precio oferta en el sector competidor con la importación,
además de un sislcma financiero capaz de proporcionar capital activo a bajos
24 HISTORIA DE AMERICA LATINA

tipos de interés reales. Donde estas condiciones no existían (por ejemplo, Boli-
via), las consecuencias del déficit fiscal y el crecimiento de la demanda nominal
eran simplemente la inflación y un colapso del tipo de cambio nominal; pero
donde dichas condiciones se daban (por ejemplo, en Brasil), las políticas fiscales
y monetarias poco estrictas podían contribuir a la recuperación. De modo que,
para algunas naciones, los efectos de medidas incompletas de estabilización en
pos del equilibrio interno después de 1929 no fueron totalmente desfavorables;
„en cambio, algunas repúblicas «virtuosas» (como Argentina) se enfrentaron a la
paradoja de que las políticas fiscales y monetarias ortodoxas en pos de un pre-
supuesto equilibrado podían haber reducido su tasa de crecimiento económico en
la década de 1930.
La recuperación de la depresión, en términos del PIB real, comenzó después
de 1931-1932 con sólodos excepciones menores (Honduras y Nicaragua). En los
años siguientes de la década, todas las repúblicas de las que existen datos dis-
ponibles lograron un crecimiento positivo, y en todas el PIB real sobrepasó el
punto más alto anterior a la depresión con las mismas dos excepciones; sin
embargo, la velocidad de la recuperación variaba considerablemente y también
sus mecanismos. En particular, casi ningún país se basó exclusivamente en la 1SI
para recobrarse y algunos simplemente dependieron del retorno de condiciones
más favorables a los mercados de exportación.
Siguiendo a Chenery,17 podemos estudiar la recuperación en los años treinta
en América Latina por medio de una ecuación para contabilizar el crecimiento en
la que la variación en el PIB real se descomponga en la suma de:

, 1. la variación en el volumen de exportaciones agrícolas;


2. la variación en el volumen de exportaciones minerales;
3. la variación en la demanda interna final de productos agrícolas sin ASI;
4. la variación en la participación de la agricultura en la demanda interna
debida a ASI;
5. la variación en la demanda interna final para la industria sin ISI;
6. la variación en la participación de la industria en la demanda interna final
debida a ISI;
7. la variación en la demanda interna final por servicios que no se inter-
cambian.

Los primeros dos términos de la ecuación para evaluar el crecimiento desta-


can el papel del sector exportador en la recuperación económica; el cuarto y el
sexto reflejan el papel de la sustitución de importaciones; el tercero y el quinto
son modificados por el crecimiento de la demanda nominal, la redistribución de
la renta y las elasticidades del ingreso; el último término es afectado por los pre-
cios relativos, la demanda nominal y los efectos de la elasticidad del ingreso.
No es posible aplicar empíricamente esta ecuación a ninguna de las repú-
blicas latinoamericanas en los años treinta, pero es factible identificar una serie
de mecanismos de recuperación que corresponden de forma aproximada a sus

17. Véase H . Chenery, «Patterns of Industrial Growth», American Economic Review, 50


(1960), pp. 624-654. Véase también M . Syrquin, «Patterns o f Structural Change», en H . Che-
nery y T. Srinivasan, eds., Handbook of Development Economics, vol. 1, AnisU'i'ilain, l')SK.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 25

CUADRO 1.4

Análisis cualitativo de las fuentes de crecimiento en la década de 1930

Crecimiento
de la
ISI ASI exportación

PAÍSES D E RECUPERACIÓN R Á P I D A

Brasil ü
Chile D
Costa Rica a
Cuba H
Guatemala a
México Q
Perú
Venezuela

PAÍSES D E RECUPERACIÓN M E D I A

Argentina
Colombia
El Salvador

PAÍSES D E R E C U P E R A C I Ó N L E N T A

Honduras
Nicaragua
Uruguay

NOTAS: LOS países de recuperación rápida se supone que incrementaron el PIB real desde
el aflo crítico hasta 1939 más del 50 por 100; los países de recuperación media en más del
20 por 100 y menos del 50 por 100; los países de recuperación lenta en menos del 20 por 100.
• índice de producción manufacturera neta respecto al PIB que se asume que aumentó sig-
nificativamente.
• índice de la agricultura para consumo interno (ASI) respecto al PIB que se supone que
aumentó significativamente.
11 índice de la exportación respecto al PIB que se considera haber aumentado significati-
vamente en términos reales o nominales.
FUENTES; Véase el cuadro 1.1.

términos. Esto se muestra en el cuadro 1.4, donde catorce países para los que
existen datos sobre el PIB se agrupan en tres categorías: recuperación rápida,
media y lenta.
I <A grupo de recuperación rápida incluye ocho naciones donde el PIB real ere-
cié) hasta más del 50 por 100 entre el año de la depresión (1931 o 1932) y 1939.
Se puede considerar grandes a dos países (Brasil y México), medianos a cuatro
(Chile, Cuba, Perú y Venezuela), y pequeños a dos (Costa Rica y Guatemala). De
modo que no hay correlación entre tamaño y ritmo de recuperación. La ISI es un
mecanismo importante de recuperación para la mayoría del grupo, excepto para
Cuha, (¡tialcmala y Venezuela; en efecto, la recuperación cubana se debió prin-
cipalmente a los mejores precios del azúcar, lo que contribuyó a duplicar el valor
26 HISTORIA DE AMERICA LATINA

de las exportaciones entre 1932 y 1939; la recuperación venezolana se debió


principalmente al crecimiento de la producción de petróleo y la recuperación de
Guatemala dependió en gran medida de la ASI.
El grupo de recuperación media incluye países donde el PIB real creció en
más del 20 por 100 entre el año de la crisis y 1939. Sólo tres naciones (Argenti-
na, Colombia y El Salvador) se pueden incluir con toda certeza en este grupo,
aunque algunas otras (Bolivia, Ecuador, Haití y la República Dominicana), de las
que no existen cuentas nacionales para el período, registraron un aumento signi-
ficativo en el volumen de exportaciones después de 1932 y probablemente expe-
rimentaron un alza en el PIB que las colocaría en la segunda categoría. La ISI
fue importantísima como mecanismo de recuperación en Argentina y Colombia,
pero el crecimiento de la exportación no fue notable.
El último grupo comprende los países con un resultado menos favorable. Sólo
tres (Honduras, Nicaragua y Uruguay) aparecen en el el cuadro 1.4, pero la
desastrosa evolución de las exportaciones en Paraguay y Panamá (para los que
no hay datos disponibles de las cuentas nacionales) sugiere que también deberían
ser incluidos. Los cinco eran pequeñas economías (a excepción de Uruguay) con
reducidas posibilidades de compensar una débil participación en la exportación
por medio de un crecimiento de las actividades para sustituir las importaciones.
No obstante, Uruguay experimentó un crecimiento de su producción industrial
y la ISI fue importante, aunque no fue suficiente para contrarrestar el estanca-
miento de su esencial industria ganadera. En el caso de Panamá, donde la exporta-
ción de servicios era tan importante, el declive del volumen de comercio mundial
produjo un descenso en el número de embarcaciones que utilizaban el canal en
la década de 1930, lo cual tuvo un impacto adverso sobre su funcionamiento eco-
nómico global. Paraguay, aunque victorioso en la guerra del Chaco con Bolivia
(1932-1935), sufrió graves pérdidas y el valor nominal de las exportaciones
siguió cayendo hasta 1940.
Si nos limitamos al período de 1932 a 1940, en que la recuperación estaba
en auge en América Latina, hubo doce países —todos los que figuran en el cua-
dro 1.1, excepto Uruguay— que proporcionaron datos suficientes de sus cuentas
nacionales como para realizar una versión limitada de la ecuación para contabili-
zar el crecimiento, en la cual la variación del PIB real se divide en tres: la parte
debida al crecimiento de la demanda interna final (sin cambios en los coeficien-
tes de importación), la parte generada por la variación de los coeficientes de
importación y la parte debida a la recuperación de las exportaciones (véase el
cuadro 1.5). En todos los casos, la contribución mayor es por un gran margen la
recuperación de la demanda interna final, seguida por la promoción de las expor-
taciones, mientras que la contribución debida a los cambios en los coeficientes
de importación es generalmente negativa ya que éstos tendieron a subir antes que
a bajar después de 1932.
Si en lugar de 1932 se utiliza como punto de partida cualquier año de la dé-
cada de 1920, el panorama cambia considerablemente (véase el cuadro 1.5) por
cuanto los coeficientes de importación en 1930 fueron indefectiblemente más
bajos que los de la década anterior. Sin embargo, la promoción de las exporta-
ciones era todavía una causa positiva de crecimiento en la mayoría de los casos,
mientras que la contribución de la demanda interna final (dado un coeficiente de
importación estable) era más importante que la sustitución de importaciones en
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 27

CUADRO 1.5

Análisis cuantitativo de las fuentes de crecimiento (porcentajes)

1932-1939 1929-1939
Países 0) (2) (3) (1) (2) (3)
Argentina + 102 +6 -8 + 51 + 84 -36
Brasil + 74 -11 + 37 + 39 + 31 + 31
Chile + 71 -24 + 53 + 67fl + 28 +5
Colombia + 117 -35 + 18 + 61 + 24 + 15
Costa Rica + 96 -21 + 25 + 36 + 64 0
El Salvador + 39 -4 + 65 + 31h + 11 + 58
Guatemala + 92 +2 +6 + 64 + 30 +6
c
Honduras + 55* + 17 + 28
México + 108 1 -9 + 113 + 61 -74
Nicaragua + 98 -1 +3 + 64'' +47 -11
Perú + 85 -2 + 17 + 68 + 30 +2
Venezuela + 80 -1 + 21 + 19 + 67 + 14

NOTAS: (1) Contribución en porcentaje al incremento en el PIB real de la demanda interna


final en el supuesto de un coeficiente de importación estable.
(2) Contribución en porcentaje al incremento en el PIB real del cambio en el coeficiente de
importación.
(3) Contribución en porcentaje al incremento en el PIB real de la promoción a la exporta-
ción.
a
1925-1939; b 1920-1939; c la ecuación para las fuentes de crecimiento no puede ser apli-
cada cuando la demanda interna final cayó entre 1932 y 1939; d 1926-1939.
FUENTE: Cálculos del autor utilizando datos de las mismas fuentes indicadas en el cua-
dro 1.1.

todos los países más grandes, con excepción de Argentina. Estos resultados no
significan que la industrialización de sustitución de importaciones no fuera im-
portante, puesto que la ecuación para determinar las fuentes de crecimiento apli-
cada exclusivamente al sector manufacturero puede dar un resultado diferente.
Sin embargo, al utilizar un período más largo (1929-1950) la contribución de la
sustitución de importaciones al crecimiento industrial en los países más grandes
(Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México) se ha estimado en un promedio
del 39 por 100 —lo que implica que el crecimiento de la demanda interna final
(la contribución de las exportaciones industriales puede ser ignorada) era muy
importante para el sector manufacturero también.18
La recuperación de la demanda interna final era un reflejo de las políticas
monetarias y fiscales poco estrictas mencionadas anteriormente. El déficit presu-
puestario era común y —en ausencia de fuentes externas de préstamos— se
I mandaba habitualmente por medio del sistema bancario, lo que tenía un efecto
expansivo sobre la oferta monetaria. Las instituciones financieras, fortalecidas
por la creación de bancos centrales en varios países (por ejemplo, Argentina y Ll

1K. Véase .1. (¡runwakl y P. Musgrove, Natural Resources in IMIÍII American Develo/'
meiil, liallimoie. Mil., 1970, cuadro A.4, pp. 16-17.
28 HISTORIA DE AMERICA LATINA

Salvador) o apoyadas por las reformas monetarias de la década de 1920, eran


capaces de compensar las pérdidas de préstamos al sector exportador con esta
nueva y lucrativa fuente de préstamos. Dada la contracción existente en la utili-
zación de la capacidad, el crecimiento de la masa monetaria era sólo tenuemente
inflacionaria y tenía efectos reales sobre los precios.
La demanda interna final no se compone únicamente del gasto público, sino
también de la inversión y el consumo privado. La inversión pública, drástica-
mente recortada entre 1929 y 1932, fue estimulada por los programas de cons-
trucción de carreteras en casi todos los países ya que los gobiernos se ciñeron
a una forma de gasto con una cuota baja de bienes importados. El crecimiento
de la red viaria fue realmente impresionante en algunas naciones y contribuyó
indirectamente tanto al crecimiento de la manufactura como al de la agricultura
para el mercado interno. Incluso la inversión privada, pese a su alto contenido de
bienes importados, pudo recobrarse después de 1932 a medida que la contracción
de la balanza de pagos comenzó a ceder.
El crecimiento en el consumo privado —el elemento más importante de la
demanda interna final— era una condición necesaria para el crecimiento indus-
trial en los años treinta. El consumo privado fue fomentado por la recuperación
del sector exportador y por políticas fiscales y monetarias poco estrictas. Cuan-
do la demanda interna se recobró las compañías nacionales tuvieron una excelen-
te oportunidad para satisfacer un mercado en el que el precio relativo de los
artículos importados había subido. Pocas instituciones privadas —incluso aquellas
recién establecidas en la década de los treinta— se dedicaron principalmente a
proporcionar créditos al consumo, de modo que la demanda de bienes duraderos
de alto precio (por ejemplo, automóviles) era aún muy modesta; sin embargo, el
consumo de bienes perecederos, tales como bebidas y tejidos, experimentó un cre-
cimiento sustancial.
Ha habido alguna especulación sobre si el crecimiento de la demanda del
consumidor en la década de 1930 puede haber estado alimentada por cambios en
la distribución funcional de la renta. No existen datos para confirmar o negar esta
hipótesis, pero es evidente que en determinados sectores hubo cambios impor-
tantes en los rendimientos obtenidos por el trabajo en contraste con los del capi-
tal. Por ejemplo, en el sector exportador el impacto de la depresión fue sentido
más fuertemente por los propietarios de capital, cuya tasa real de rendimiento
cayó más drásticamente que los salarios reales; la recuperación del sector des-
pués de 1932 ayudó a reconstituir los márgenes de ganancias, pero es improba-
ble que la tasa de rendimiento del capital se haya restablecido al nivel que tenía
antes de 1929. En ese sentido es realista hablar de un cambio en la distribución
funcional del ingreso en favor del trabajo en el sector exportador.
Por otra parte, en el sector que competía con la importación es más probable
que ocurriese lo opuesto. El crecimiento del sector, sostenido por un tipo de cam-
bio depreciado y aranceles nominales más altos, generó una alteración en los pre-
cios relativos, del cual los propietarios de capital habrían sido los principales
beneficiarios. A su vez, los salarios nominales respondieron lentamente a la sua-
ve subida de precios en los países con moneda devaluada y pudo haber tenido
lugar un mayor desplazamiento hacia las ganancias. Tanto la depresión como la
subsiguiente recuperación probablemente dejaron la distribución funcional sin
mayores cambios en el sector que no competía en el mercado exterior, de modo
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 29

que el cambio global en la distribución funcional del ingreso no puede haber sido
muy grande. En consecuencia, es improbable que el crecimiento de la demanda
del consumidor en los años treinta pueda atribuirse a cambios significativos en la
distribución del ingreso.

E L CONTEXTO INTERNACIONAL Y EL SECTOR EXPORTADOR

La recuperación del sector exportador, en términos de volúmenes y precios,


contribuyó al aumento de la capacidad importadora a partir de 1932 y a la res-
tauración de tasas positivas de crecimiento económico. Pero esta recuperación de
las exportaciones no fue simplemente un retorno al sistema de intercambio mun-
dial existente antes de 1929. A l contrario, el contexto económico internacional
en los años treinta sufrió una serie de cambios que tuvieron un peso importante
en la suerte de cada una de las naciones latinoamericanas.
El principal cambio en el sistema mundial de comercio fue el incremento del
proteccionismo. El notable arancel Smoot-Hawley en 1930 elevó las barreras
para los exportadores latinoamericanos al mercado norteamericano, en tanto que
un arancel particular impuesto en 1932 a la importación de cobre desde Estados
Unidos golpeó duramente a Chile en particular; Gran Bretaña, al refugiarse en el
sistema de preferencia imperial de la conferencia de Ottawa en 1932, impuso
aranceles discriminatorios a América Latina en su segundo gran mercado; el
ascenso de Hitler en Alemania implantó el aski-mark —una moneda inconverti-
ble con que se pagaba a los exportadores latinoamericanos y que sólo podía uti-
lizarse para comprar artículos importados a Alemania; algunos alimentos (espe-
cialmente el azúcar) quedaron sujetos a un convenio internacional que estableció
cuotas para los principales exportadores (por ejemplo, Cuba), mientras que el
estaño boliviano quedó regulado por el Convenio Internacional del Estaño.
Pese al viraje hacia el proteccionismo, el comercio mundial (medido en dóla-
res) creció constantemente desde 1932 —como mínimo— hasta que la nueva de-
presión en Estados Unidos hizo caer las importaciones norteamericanas y el
comercio en 1938. Las importaciones de los principales países industrializados
alcanzaron un momento crucial entre 1932 y 1934 (únicamente en Francia la
recuperación ocurrió después de 1935). En el esencial mercado norteamericano,
las importaciones se recuperaron en un 137 por 100 entre 1932 y 1937 —esti-
muladas parcialmente por las gestiones del secretario de Estado Cordell Hull
para paliar el efecto del arancel Smoot-Hawley por medio de convenios bilatera-
les de comercio que comprendían reducciones arancelarias recíprocas.
Para América Latina en su conjunto, la evolución de las exportaciones des-
pués de 1932 parece a primera vista poco destacada. En los siete años anteriores
a la segunda guerra mundial, las exportaciones en términos de valor permanecie-
ron prácticamente sin cambios, mientras que el volumen de exportaciones creció
en un limitado 19,6 por 100. Pero esto induce a equívoco, ya que las cifras están
haslanlc condicionadas por el deficiente resultado de Argentina —desde siempre,
el más importante exportador de América Latina con casi el 30 por 100 del total
ivj'ional. Excluida Argentina, el volumen de las exportaciones creció hasta en un
Mi por 100 entre 1932 y 1939. Además, si se excluye también a México, el vo-
lumen de las exportaciones de las restantes repúblicas creció en un 53 por 100
30 HISTORIA DE AMERICA LATINA

durante el mismo período —una tasa anual del 6,3 por 100. Las exportaciones
mexicanas, que en efecto crecieron rápidamente de 1932 a 1937, cayeron en un
58 por 100 entre 1937 y 1939. Los precios más altos del oro y la plata después
del colapso del patrón oro no pudieron compensar el embargo comercial impues-
to como represalia por la expropiación de las compañías petroleras extranjeras
en 1938.
Las exportaciones argentinas han sido objeto de numerosos análisis. Experi-
mentaron un descenso constante en volumen después de 1932 que no cambió de
signo hasta 1952. Sin embargo, la tendencia quedó oscurecida por los precios
favorables y los términos netos de intercambio (TNI) que Argentina disfrutó
durante la mayor parte de los años treinta —entre 1933 y 1937, por ejemplo, los
T N I subieron en un 71 por 100 como resultado de una serie de malas cosechas
en América del Norte, ¿rué impulsó el alza de los precios del grano y la carne. En
efecto, la dependencia de Argentina respecto al mercado inglés fue un gran obs-
táculo a la expansión de las exportaciones. El tratado Roca-Runciman de 1933
dio a Argentina una cuota en el mercado británico para sus principales productos
primarios de exportación, pero lo mejor que podía esperarse con este tratado era
la preservación de un porcentaje del mercado de importación; por otra parte, los
agricultores británicos contaban con el incentivo del precio que les daba el aran-
cel discriminatorio para aumentar su producción a costa de la importación. De
modo que, aun la preservación de un porcentaje en el mercado importador, no
podía evitar un pequeño descenso de las exportaciones argentinas a Gran Breta-
ña. Las exportaciones argentinas también resultaban perjudicadas por las altera-
ciones del tipo de cambio real. Aunque en muchas repúblicas latinoamericanas
las exportaciones tradicionales disfrutaron de una depreciación real a largo plazo,
los exportadores argentinos se enfrentaron a un tipo de cambio real que tendía a
apreciarse en la década de 1930. Por ejemplo, dado que los precios británicos al
por mayor descendieron un 20 por 100 en el decenio que siguió a 1929 y los pre-
cios al por mayor en Argentina se elevaron hasta el 12 por 100, la devaluación
nominal del peso frente a la libra esterlina, necesaria para mantener competitivas
las exportaciones argentinas a Gran Bretaña, era como mínimo del 32 por 100.
Esto superaba la devaluación efectiva del tipo de cambio oficial en toda la déca-
da, aunque las marcadas fluctuaciones de año en año hicieron poco por dar con-
fianza en el sector exportador. En cambio, los exportadores brasileños en el mis-
mo período tuvieron una devaluación real del 49 por 100 basada en el tipo de
cambio oficial y del 80 por 100 en el mercado libre.
En el resto de América Latina, el comportamiento de las exportaciones des-
pués de 1932 fue sorprendentemente sólido (véase el cuadro 1.6). De los dieci-
siete países que dieron datos sobre el volumen de exportación, sólo Honduras
—además de Argentina y México— sufrió un descenso entre 1932 y 1939. Ade-
más, si se toma 1929 como año base, la mitad de los países considerados expe-
rimentaron un incremento en el volumen de exportación pese a las circunstancias
excepcionalmente difíciles que predominaron durante toda la década.
Tres factores son responsables del relativamente sólido comportamiento de
las exportaciones. El primero fue la dedicación de los dirigentes a la preserva-
ción del sector exportador tradicional —el motor del crecimiento en el modelo
basado en la exportación— a través de un sistema de políticas que iban desde la
depreciación del tipo de cambio real hasta la moratoria de la deuda. El segundo
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 31

CUADRO 1.6

Tasas anuales promedio de crecimiento de 1932 a 1939 (porcentajes)

Volumen de la Volumen de la Términos netos


País PIB exportación importación de intercambio
Argentina + 4,4 -1,4 + 4,6 + 2,1
Bolivia + 2,4
Brasil +4,8 + 10,2 + 9,4 -5,6
Chile + 6,5 + 6,5 + 18,4 + 18,6
Colombia + 4,8 + 3,8 + 16,1 + 1,6
Costa Rica + 6,4 + 3,4 + 14,0 -5,4
Cuba +7,2
Ecuador + 4,4 +9,7 0
El Salvador + 4,7 + 6,7 +4,2 + 1,9
Guatemala + 10,9 + 3,4 + 11,2 + 2,0
Haití + 4,9
Honduras -1,2 -9,4 +0,8 -0,3
México + 6,2 -3,1 + 7,8 + 5,7
Nicaragua + 3,7 + 0,1 + 5,6 + 5,5
Perú + 4,9° + 5,4 + 5,0 + 7,2
República
Dominicana « + 3,0 +4,4 + 15,2
Uruguay + 0,1" ' +3,5 + 3,0 + 1,4
Venezuela + 5,9" + 6,2 + 10,4 -3,4

NOTAS: " 1930-1939.


FUENTES: Véanse el cuadro 1.1 y la nota 13.

fue la alteración de los términos netos de intercambio a partir de 1932. E l terce-


ro fue la lotería de mercancías que produjo un número de ganadores procedentes
de la lista latinoamericana de exportaciones en los años treinta.
A inicios de los años treinta, m u y pocas naciones, si es que hubo alguna,
podía permitirse ignorar el sector exportador tradicional. Esto era particularmen-
te exacto respecto a las repúblicas más pequeñas, donde el sector seguía siendo la
mayor fuente de empleo, de acumulación de capital y de poder político. Incluso
en los países más grandes, el declive del sector exportador amenazaba debilitar el
sector no exportador como resultado de las conexiones directas e indirectas entre
ambos. Significativamente, de los trece países con datos sobre el PIB real y sobre
exportaciones en los años treinta, sólo uno registró un incremento en las expor-
laciones reales y el PIB real a la vez; la excepción fue Argentina, donde —como
liemos ya visto— el volumen de las exportaciones no logró aumentar.
Sin embargo, Argentina es la excepción que confirma la regla. Con mucho era
el país más rico de América Latina a inicios de los años treinta (su único rival en
términos de renta per cápita era Uruguay) y tenía la estructura económica más
diversificada y la base industrial más fuerte. E l sector no exportador era sufi-
cientemente sólido para convertirse en el nuevo motor del crecimiento en la
década de l ( )3(), de modo cine el PIB real y la exportación real se desplazaron cu
direcciones opuestas. También debe recordarse que los T N I mejoraron significa
32 HISTORIA DE AMERICA LATINA

tivamente en Argentina, lo que dio un impulso a la demanda interna final y al


consumo privado después de 1932. En consecuencia, incluso Argentina no pudo
escapar enteramente de su dependencia heredada del sector exportador.
Las medidas para apoyar y promover el sector exportador en América Latina
fueron diversas, complejas y con frecuencia heterodoxas. Sólo seis de las veinte
repúblicas (Cuba, Guatemala, Haití, Honduras, Panamá y la República Domini-
cana) rehuyeron toda forma de control sobre el tipo de cambio, prefiriendo más
bien preservar su vinculación al dólar norteamericano anterior a 1930. En otros
lugares, la devaluación nominal fue frecuente y los múltiples tipos de cambio,
comunes. Como el caso de Argentina ha mostrado, la devaluación nominal no
implica necesariamente depreciación real, pero el alza interna de los precios
era generalmente modesta, y sólo Bolivia —víctima de las caóticas condiciones
financieras creadas por la guerra del Chaco y sus secuelas— se hundió en un
círculo vicioso de elevada inflación interna y devaluación del tipo de cambio.
El descenso del crédito para el sector exportador procedente de fuentes na-
cionales y extranjeras a partir de 1929 puso a muchas empresas bajo la amenaza
de la ejecución de hipotecas por parte de los bancos. Los gobiernos intervinieron
unánimemente con la moratoria de Ja deuda para impedir la erosión de la base
exportadora; en algunos casos, nuevas instituciones financieras se establecieron
con el apoyo o participación del Estado para canalizar recursos adicionales al
sector exportador. Los grupos de presión que representaban intereses exportado-
res se fortalecieron o se establecieron por primera vez y a menudo se redujeron
los impuestos a la exportación.
La mejora de los T N I después de 1932 representó un nuevo impulso para el
sector exportador. De los quince países considerados (véase el cuadro 1.6) sólo
cuatro registraron un deterioro en el período entre 1932 y 1939. Dos de éstos
(Costa Rica y Honduras) eran importantes exportadores de banana y sufrieron
con la corrección a la baja de los precios de este producto empleada por las
gigantescas compañías bananeras en sus transacciones globales; puesto que estos
precios eran artificiales en gran medida, el deterioro de los TNI no fue muy serio
en la práctica. Lo mismo es válido para Venezuela, donde los precios del petró-
leo permanecieron bajos y causaron una caída de los TNI; sin embargo, Vene-
zuela comenzó a obtener un valor de retorno más alto de las empresas petroleras
extranjeras después de la caída de Gómez, por medio de la revisión de los con-
tratos y un incremento en el ingreso debido a los impuestos, de modo que el
poder de compra de las exportaciones creció constantemente.19
El único otro país en sufrir una caída de los TNI fue Brasil. El colapso de los
precios del café después de 1929 lo castigó duramente. Un nuevo plan de apoyo
al café, financiado en parte por un impuesto a la exportación de café y en parte
por créditos estatales,2" proporcionó recursos para destruir parte de la cosecha;

19. Véase J. McBeth, Juan Vicente Gómez and the OH Companies in Venezuela, 1908-
1935, Cambridge, 1983, cap. 5.
20. El impacto macroeconómico de este pian de financiación ha sido muy discutido.
Véanse, por ejemplo, Celso Furtado, The Economic Growth of Brazil, Berkeley, Cal., 1963, y
C. Peláez, Historia da industrializagcio brasileira, Río de Janeiro, 1972. Hay un excelente exa-
men del debate, favorable en general a la interpretación de Furtado que ve el plan como expan-
sivo, en A. Fishlow, «Origiñs and Consequences of Import Substitution in Brazil», en L. Di
Marco, ed., International Economics and Development, Nueva York, 1972.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 33

esto redujo la oferta que llegaba al mercado mundial y permitió a Brasil vender
a precios más altos en dólares, lo cual no habría sido posible de otra manera.
A l mismo tiempo, la devaluación elevó el precio del café en moneda local, de
modo que la caída de los ingresos procedentes del café fue mucho más severa
de lo que implicaba el deterioro de los TNI. Sin embargo, ninguna resolución
con los instrumentos disponibles podía ocultar el hecho de que el sector cafeta-
lero estaba en una crisis profunda. Como el precio relativo del algodón respecto
al del café se elevó en los años treinta, hubo una reasignación de recursos que
hizo que la producción y la exportación brasileña de algodón se disparasen.
Entre 1932 y 1939 el área plantada de algodón aumentó casi cuatro veces y la
producción casi seis, mientras que la exportación creció tan rápidamente que en
términos de volumen se incrementó más rápido que en cualquier otra república
(véase el cuadro 1.6). Las ganancias brasileñas en dólares procedentes de la
exportación pueden considerarse bajas, pero el crecimiento en términos de volu-
men y de moneda local fue mucho más impresionante.
La lotería mercantil produjo una serie de ganadores y perdedores en Améri-
ca Latina. El principal perdedor fue Argentina, porque sus exportaciones tradi-
cionales fueron perjudicadas debido a su dependencia del mercado británico.
Las exportaciones cubanas de tabaco, incluidos los cigarros, también perdieron y
sufrieron seriamente con las medidas proteccionistas adoptadas por el mercado
norteamericano. Los principales ganadores fueron los exportadores de oro y plata
a medida que los precios subieron notoriamente en la década de los treinta. Esta
bonanza de la lotería benefició a Colombia y Nicaragua, con respecto al oro, y a
México, con respecto a la plata. Bolivia se benefició del alza de los precios del
estaño lograda por la Comisión Internacional del Estaño después de 1931. Tam-
bién Chile, después de sufrir la caída más drástica en los precios de exportación
durante los peores años de la depresión, vio sus TNI crecer en un promedio del
18,6 por 100 al año entre 1932 y 1939 cuando el rearme comenzó a reflejarse en
los precios del cobre. Finalmente, la República Dominicana aprovechó su posi-
ción independiente del Convenio Internacional del Azúcar para obtener precios
más altos y mayores volúmenes de ventas de azúcar.
La recuperación del sector de exportación tradicional fue la principal razón
para el crecimiento de los volúmenes de exportación a partir de 1932. La diversi-
ficación de las exportaciones (con excepción del algodón en Brasil) fue de impor-
tancia limitada, caracterizada por algunos ensayos esporádicos tales como la pro-
ducción de algodón en El Salvador y Nicaragua, y de cacao en Costa Rica (en
plantaciones bananeras abandonadas). Sin embargo, el auge de la Alemania nazi
y de su agresiva política comercial basada en el aski-mark hizo que la distri-
bución geográfica del comercio exterior cambiara de forma significativa. En 1938,
el último año no afectado por la guerra, Alemania recibía el 10,3 por 100 de to-
das las exportaciones latinoamericanas y proporcionaba el 17,1 por 100 de todas
las importaciones comparados con el 7,7 por 100 y el 10,9 por 100 respectiva-
mente en 1930. La gran perdedora a causa de esta creciente participación alema-
na resultó ser Gran Bretaña, aunque el mercado de Estados Unidos también se
contrajo para las exportaciones latinoamericanas (del 33,4 por 100 en 1930 al
31,5 por 100 en 1938).
La mayor importancia del mercado alemán se debió en gran parte a la po-
lítica comercial del Tercer Reicli. líl incentivo para inducir a los países a aceptar
34 HISTORIA DE AMERICA LATINA

el aski-mark inconvertible era ofrecer precios más altos por sus exportaciones
tradicionales; por ejemplo, para Brasil, Colombia y Costa Rica, que buscaban
nuevos mercados para el café, el mercado alemán adquirió una creciente impor-
tancia y su pérdida, al estallar la guerra, les acarrearía graves problemas. Uruguay,
que tenía problemas para acceder al mercado británico, vio crecer sus exporta-
ciones al 23,5 por 100 del total en 1935. En cambio, los convenios comerciales
recíprocos promovidos por Cordell Hull no consiguieron un crecimiento de la
participación en el mercado de Estados Unidos, aunque contribuyeron a un incre-
mento del valor absoluto del comercio hasta la depresión de 1938.
A finales de la década, el sector exportador todavía no había recuperado to-
talmente su inicial importancia, pero había contribuido en parte a la recuperación
del PIB real desde 1932. A l comparar 1928 y 1938 (véase el cuadro 1.1), se apre-
cia que la mayoría de países considerados experimentó un descenso en el índice
de las exportaciones reales con respecto al PIB real; sin embargo, sólo en México,
Honduras y Argentina —los casos especiales ya examinados— hubo un descen-
so significativo e incluso Brasil tuvo un incremento.
La recuperación del volumen de exportación en la mayoría de países latino-
americanos contribuye a explicar el brusco crecimiento del volumen de las im-
portaciones a partir de 1932 (véase el cuadro 1.6). Sin embargo, esta no es la his-
toria completa en lo que respecta al volumen de importaciones recobrado en cada
caso considerado (incluidos los tres donde el volumen de la exportación descen-
dió). Las explicaciones adicionales sobre el movimiento de las importaciones las
proporcionan los cambios en los términos netos de intercambio y las reducciones
en los pagos de factores debido al atraso en el pago de la deuda, al control del
tipo de cambio y a la caída en los rendimientos de ganancias. De esta manera,
incluso en Argentina —donde la deuda externa fue pagada puntualmente y el
volumen de las exportaciones cayó— los movimientos favorables en los TN1 y
la reducción de las remesas de utilidades hicieron posible un incremento anual en
el volumen de importaciones del 4,6 por 100 entre 1932 y 1939.
El crecimiento del volumen de artículos importados en cada república a par-
tir de 1932 es tan sorprendente que vale la pena examinar la correlación entre los
cambios en las importaciones reales y el PIB real. Para doce de las naciones
de las que existen datos disponibles —es decir, todas aquellas del cuadro 1.1
excepto Uruguay— era positiva, con un coeficiente de correlación en mínimos
cuadrados de 0,75 por lo menos —el cual es significativo al nivel del 1 por 100.
Tomando en cuenta la opinión común de que los años treinta fueron un período
de recuperación económica sostenido por la industrialización de sustitución de
importaciones y la contracción de la importación, este resultado es un saludable
recordatorio de la importancia abrumadora del sector externo y del comercio
exterior aun después de la depresión de 1929.
Vale la pena explorar este punto más profundamente ya que el punto de vis-
ta común está tan firmemente arraigado. La sustitución de importaciones en la
industria fue en efecto importante, como veremos en la siguiente sección, y du-
rante el decenio comprendido entre 1928 y 1938 el índice de importación real
cayó respecto al PIB real. Sin embargo, la contracción de la importación fue más
seria en los peores años de la depresión (1930-1932) y ejerció una intensa presión
sobre las importaciones de bienes de consumo. A partir de 1932, el crecimiento
industrial fue capaz de satisfacer gran parte de la demanda de bienes de consu-
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 35

mo antes satisfecha por las importaciones, pero al mismo tiempo las importa-
ciones reales se elevaron más rápido que el PIB real en virtualmente todos los
casos cuando la propensión marginal a importar permaneció muy alta. La compo-
sición de las importaciones se distanció de los bienes de consumo —particular-
mente de bienes de consumo perecederos—, pero el desenvolvimiento económico
era aún extremadamente sensible al crecimiento de la importación y dependien-
te de él. Sin la recuperación de las importaciones, o una mejora de los TNI como
mínimo, habría sido mucho más difícil para América Latina en la década de los
treinta emprender una exitosa ISI.

L A RECUPERACIÓN DE LA ECONOMÍA NO EXPORTADORA

La recuperación del sector exportador, sea en términos de volumen, o sea en


términos de precios y en muchos casos en ambos términos, contribuyó al creci-
miento de las economías latinoamericanas en la década de 1930. El renacimien-
to del sector exportador, junto con políticas monetarias y fiscales poco estrictas,
produjeron una expansión de la demanda interna final nominal. Ésta correspon-
dió a un incremento en la demanda interna final real que permitió al sector no
exportador expandirse rápidamente en algunos casos, pues los incrementos del
precio se mantuvieron en un nivel muy modesto en la mayoría de repúblicas. El
sector manufacturero fue el principal beneficiado, aunque la agricultura para con-
sumo interno (ACI) también creció y hubo un incremento significativo en algu-
nas actividades no comercializables como la construcción y el transporte.
Argentina fue el único país donde la recuperación del PIB real no estuvo aso-
ciada con la recuperación del sector exportador. Por el contrario, los valores
nominal y real de las exportaciones continuaron descendiendo en Argentina
muchos años después de que el PIB real alcanzase su nadir en 1932. Sin embar-
go, Argentina tenía una estructura industrial más amplia y más sofisticada (con
excepción de los textiles) que cualquier otra nación a finales de los años veinte
y esta madurez industrial permitió al sector manufacturero sacar de la recesión a
la economía argentina respondiendo a la abrupta alteración en los precios relati-
vos de bienes extranjeros y bienes locales producida por la depresión.
El cambio de precios relativos —que afectaban a todos los bienes de impor-
lación y no sólo a los bienes manufacturados— surgió por tres razones. Primero,
el difundido uso de aranceles específicos en América Latina significaba que la
lasa del arancel comenzaba a subir a medida que los precios de las importacio-
nes caían; los aranceles específicos —una desventaja grave en un período de pre-
cios en alza— produjo una progresiva protección en tiempos de precios decre-
cientes, incluso sin la intervención estatal; sin embargo, la mayoría de repúblicas
respondieron a la depresión con la subida de aranceles, dando así un mayor ajus-
te a la protección nominal. Estos incrementos estuvieron en muchos casos dirigidos
a elevar los ingresos fiscales principalmente, pero —como es habitual— actua-
ron como una barrera proteccionista contra la importación. Venezuela, por ejem-
plo, vio la tasa promedio de los aranceles elevarse desde el 25 por 100 a finales
de los años veinte hasta más del 40 por 100 a finales de los treinta.21

'.'.I. VY;isi' W. Knrlsson, Miiinifiirliir'my, in Venezuela, lísloi-olino, l')75, p. 220.


36 HISTORIA DE AMERICA LATINA

La segunda razón para la alteración de los precios relativos fue la deprecia-


ción del tipo de cambio. A inicios de la década de 1930, cuando prácticamente
¡os precios estaban en descenso en todas partes, una depreciación nominal del
tipo de cambio era una garantía razonable de devaluación real. A mediados de
los años treinta, dados los pequeños incrementos de precios en algunos países,
la devaluación real sólo quedaba asegurada si la depreciación nominal excedía la
diferencia entre los cambios de los precios internos y los externos. Muchos paí-
ses, particularmente los más grandes, cumplieron estas condiciones y la política
cambiaría se convirtió en un instrumento poderoso para reorientar los precios rela-
tivos en favor de los bienes producidos internamente que competían con las
importaciones. Aquellas repúblicas que utilizaban múltiples tipos de cambio (la
mayoría en América del Sur), tuvieron una oportunidad adicional para elevar
el costo en moneda nacional de aquellos bienes de consumo importados que las
empresas locales estaban en mejores condiciones de producir.
El control de cambios proporcionó la tercera razón para la alteración de los
precios relativos. Las cuotas de divisas para las importaciones de carácter sun-
tuario efectivamente elevaron su costo en moneda nacional incluso sin devalua-
ción real. De esa forma, algunos de los países que mantenían la paridad de su
tipo de cambio con el dólar norteamericano todavía disfrutaron de una devalua-
ción de fado como resultado del control de cambios. La excepción notable es
Venezuela, donde el bolívar se apreció fuertemente frente al dólar e hizo desa-
parecer gran parte de la ventaja que ofrecía el incremento de los aranceles.
La alteración de los precios relativos, sumada al control del cambio en
muchos casos, proporcionó una oportunidad excelente a los manufactureros
en aquellos países donde la industria ya estaba afirmada. Aquellos países donde
el sector manufacturero tenía capacidad disponible antes de 1929 estuvieron
mejor preparados incluso; en ellos, la producción podía responder inmediatamen-
te a la recuperación de la demanda interna y a la alteración de los precios relati-
vos sin necesidad de costosas inversiones que dependieran de bienes de capital
importados.
Un grupo de países latinoamericanos se hallaba en esta situación. Se ha men-
cionado ya a Argentina. Brasil, aunque mucho más pobre que Argentina, había
estado desarrollando de modo constante su base industrial y había aprovechado
las favorables circunstancias de los años veinte para expandir su capacidad ma-
nufacturera. México había tenido una ola de inversiones industriales durante el
porfiriato y, después del tumulto revolucionario, había comenzado a invertir otra
vez en modesta escala. Entre los países medianos, Chile había construido con
éxito una base industrial relativamente sofisticada incluso antes de la primera
guerra mundial, y Perú había disfrutado de un auge de inversiones industriales en
la década de 1890 que sólo se sostuvo en períodos de precios relativos favora-
bles posteriormente. Colombia, cuyo progreso industrial había quedado detenido
por su fracaso en construir un fuerte mercado interno en el siglo xix, comenzó
finalmente a formar una importante base industrial en los años veinte. Entre las
repúblicas más pequeñas, sólo se puede considerar a Uruguay que había estable-
cido un sector manufacturero moderno con empresas atraídas por la concentración
de población y altos ingresos en Montevideo, la capital.
Estas siete repúblicas eran las mejor situadas para aprovechar las condicio-
nes excepcionales creadas para el sector manufacturero cuando la demanda inter-
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 37

CUADRO 1.7

Indicadores del sector industrial

(I) (2) (3) (4)

Argentina 7,3 22,7 122 12,7


Brasil 7,6 14,5 24 20,2
Chile 7,7 18,0'- 79 25,1
Colombia 11,8 9,1 17 32,1
México 11,9 16,0 39 20,1
Perú 6,4" 10,0 d 29 s.d.
Uruguay 5,3* 15,9 84 7,0

NOTAS:
(1) Tasa anual de crecimiento de la producción manufacturera neta, 1932-1939.
(2) índice (%) de la producción manufacturera neta respecto al PIB en 1939 (precios de
1970).
(3) Producción manufacturera neta per cápita (en dólares de 1970 traducidos al cambio
oficial), c. 1939.
(4) Número de trabajadores por establecimiento, c, 1939.
" 1933-1938;* 1930-1939; '• 1940; d 1938.
FUENTES: Véase el cuadro 1.1; también, G. Wythe, Industry in Latín America, Nueva
York, 1945; C. Boloña, «Tariff Policies in Perú, 1880-1980», tesis doctoral inédita, Universidad
de Oxford, 1981.
na se comenzó a restablecer. En efecto, la tasa anual de crecimiento de la pro-
ducción manufacturera neta superó el 10 por 100 en unos cuantos casos (véase
el cuadro 1.7). Aunque la capacidad disponible fue utilizada primero para sa-
tisfacer el incremento de la demanda, ésta había comenzado a quedar agotada
a mediados de la década. En México, las gigantescas fundiciones de hierro y
acero en Monterrey —no rentables durante la mayor parte del siglo— fueron
finalmente capaces de rendir saludables dividendos cuando la capacidad utiliza-
da llegó al 80 por 100 en 1936." Por consiguiente, la demanda sólo pudo ser
satisfecha con nuevas inversiones que implicaban la compra de bienes de capital
importados. De ese modo, la industrialización comenzó a modificar la estructura
de las importaciones con una proporción decreciente de bienes de consumo y una
creciente proporción de bienes intermedios y de capital.
Argentina siguió siendo la nación más industrializada, tanto en términos de la
participación de las manufacturas en el PIB como en los de la producción manu-
facturera per cápita (véase el cuadro 1.7). Sin embargo, el sector manufacturero
brasileño hizo considerables progresos en la década de 1930. Pese al descenso del
precio mundial del café, el ingreso en moneda nacional derivado del café se redu-
jo mucho menos gracias al programa de apoyo al café, y las exportaciones de
algodón proporcionaron una dinámica nueva fuente de ganancias. A l mismo tiem-
po, la combinación entre depreciación real, alza de aranceles y control de cambios
dio a los consumidores un fuerte incentivo para sustituir los artículos importados

??,. Véase S. Haber, Indiisirv and Undcrdcvelopmcnt: llw IndusírializcUion of Mc.xico,


IN'H) l')-l(). Slanlord, Cal., 1<W), p. 177.
38 HISTORIA DE AMERICA LATINA

por productos locales. Este estímulo estaba operando en otros países, pero sus
limitaciones de la capacidad impidieron muchas veces a las empresas responder
más positivamente. No obstante, la capacidad manufacturera en Rrasil había sido
notablemente ampliada debido al alto grado de importaciones de bienes de capi-
tal posible durante la década de 1920. En consecuencia, las empresas brasileñas
estuvieron preparadas para satisfacer la demanda no sólo en las industrias tradi-
cionales, como los textiles, los zapatos, los sombreros, sino también en nuevas
industrias que producían bienes de consumo duradero e intermedio.
Incluso la industria brasileña de bienes de capital avanzó en los años treinta.
Sin embargo, su participación en el valor agregado fue sólo del 4,9 por 100 en
1939.23 La industrialización brasileña, por tanto, se mantuvo acentuadamente
dependiente de la importación de bienes de capital, y por eso las limitaciones
de la capacidad comenzaron a reaparecer a finales de los años treinta en varias
ramas. A l igual que en otros grandes países latinoamericanos, estas restricciones
de la capacidad industrial incentivaron las tareas que empleaban trabajo intensivo
y la sustitución del capital por trabajo donde quiera que fuera posible. El em-
pleo manufacturero creció en Brasil rápidamente, favoreciendo particularmente a
Sao Paulo donde la tasa de crecimiento se mantuvo por encima del 10 por 100
a partir de 1932. En efecto, los insumos del trabajo «explican» la mayor parte del
crecimiento de la industria brasileña en los años treinta, pues los incrementos de
la productividad fueron reducidos. En consecuencia, ¡a eficiencia de esta indus-
trialización y la capacidad de las empresas para competir internacionalmente
pueden ser puestas en duda.
La industrialización en los años treinta provocó un cambio importante en la
composición de la producción industrial en los principales países latinoamerica-
nos. Aunque los textiles y los alimentos elaborados continuaron siendo las ramas
más importantes de las manufacturas, varios sectores nuevos comenzaron a adqui-
rir importancia por primera vez, entre los que se contaban los bienes de consumo
duraderos, productos químicos (incluidos los productos farmacéuticos), metales y
papel. El mercado para los bienes industriales comenzó también a diversificarse;
aunque la mayoría de empresas continuó vendiendo bienes de consumo (durade-
ros y perecederos) a los hogares, las relaciones interindustriales se hicieron más
complejas, toda vez que un conjunto de establecimientos proveía de insumos
necesarios a otras industrias, que antes los solían comprar en el extranjero.
Estos cambios fueron significativos, pero no deben ser exagerados. A finales
de la década de 1930, por ejemplo, la participación de la industria en el PIB era
todavía modesta (véase el cuadro 1.7). Sólo en Argentina la participación supe-
raría el 20 por 100 e incluso allí la agricultura era todavía más importante. Pese
a su reciente esfuerzo industrial, el sector manufacturero de Colombia represen-
taba menos del 10 por 100 del PIB real en 1939. Brasil y México habían hecho
un progreso destacado hacia la industrialización, pero el producto neto de las
manufacturas per cápita en ambos países estaba muy por debajo de los niveles en
Argentina, Chile y Uruguay (véase el cuadro 1.7).
Hubo otros problemas que el sector industrial afrontó en los años treinta.
Atraído por el muy protegido mercado interno, este sector no tenía incentivos

23. Véase Fishlow, «Origins and Consequences of Import Substitution in Brazil», cua-
dro VII.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 39

para superar sus abundantes ineficiencias y para comenzar a competir en el mer-


cado exportador. A finales de la década de 1930, el sector era todavía de una
escala diminuta con un número promedio de trabajadores por establecimiento
que iba del 7,0 en Uruguay al 32,1 en Colombia (véase el cuadro 1.7). La pro-
ductividad de la fuerza de trabajo era también baja, el valor añadido por trabaja-
dor incluso en Argentina era un cuarto del nivel de Estados Unidos, y en la
mayoría de países más de la mitad de la fuerza laboral estaba empleada en la pro-
ducción de alimentos y textiles.
Los problemas de la baja productividad del sector industrial pueden atribuir-
se a la escasez de electricidad, la falta de trabajo cualificado, el acceso restringi-
do al crédito y el uso de maquinaria anticuada. A finales de los años treinta, los
gobiernos de varios países aceptaron la necesidad de una intervención estatal indi-
recta en favor del sector industrial y establecieron varios organismos estatales para
promover la formación de nuevas actividades manufactureras con economías de
escala y maquinaria moderna. Un notable ejemplo fue la Corporación de Fomen-
to de la Producción (CORFO) de Chile, así como corporaciones similares para el
desarrollo formadas en Argentina, Brasil, México, Bolivia, Perú, Colombia y Ve-
nezuela. La mayor parte de estas corporaciones aparecieron demasiado tarde como
para tener gran impacto sobre los desarrollos industriales en curso en los años
treinta —CORFO, por ejemplo, se formó en 1939—, de modo que su influencia
se apreció más en la década de 1940.
En unos pocos casos, la intervención estatal fue más bien directa que in-
directa. La nacionalización de la industria del petróleo en México en 1938 puso
las refinerías petroleras bajo dominio público; la propiedad estatal en el Uruguay
socialdemócrata se extendió a las plantas cementeras y a las procesadoras de car-
ne. Sin embargo, la industria fue generalmente controlada por intereses privados
internos, entre los que desempeñaron un papel vital los inmigrantes recién llega-
dos de España, Italia y Alemania. ¡Sólo en Argentina, Brasil y México hubo filia-
les de propiedad extranjera de compañías internacionales importantes e incluso
en esos países su aporte a la producción industrial global fue pequeña.
El cambio en los precios relativos de los bienes nacionales y extranjeros
favoreció a la agricultura de sustitución de importaciones (ASI) tanto como
al ISI. El modelo basado en la exportación antes de 1929 había llevado la espe-
cialización hasta el extremo de que la importación de muchos alimentos y ma-
terias primas era necesaria para satisfacer la demanda interna. El cambio en los
precios relativos proporcionó una oportunidad para modificar esto y alentó
la producción de la agricultura para el consumo interno (ACI).
La expansión de la agricultura para el mercado interno fue particularmente
impresionante en el área del Caribe. Estas pequeñas repúblicas, que carecían de
una base industrial significativa, tuvieron en la ASI una manera fácil de com-
pensar la falta de oportunidades en la ISI. A finales de la década de los veinte,
la especialización y la existencia de numerosos enclaves de propiedad extranjera
habían creado una gran demanda de alimentos importados para alimentar al pro-
letariado rural y la creciente población de los centros urbanos; con un excedente
de tierra y trabajo, sumado a los incentivos proporcionados por el cambio en los
precios relativos, fue comparativamente una cuestión sencilla expandir la pro-
ducción inlerna a cosía de las importaciones.
Aunque la ASI íuc unís importadle en las pequeñas repúblicas de América
40 HISTORIA DE AMERICA LATINA

Central y el Caribe, afectó también a América del Sur. Se puede discernir una
pauta clara para muchos productos agrícolas, cuya importación sufrió un brutal
descenso en la depresión a consecuencia del colapso del poder de compra y que
luego no pudieron recobrar el alto nivel anterior a la depresión, mientras que la
producción interna de alimentos y materias primas crecía. Las principales excep-
ciones (por ejemplo; algodón, cáñamo) fueron todas materias primas requeridas
por el sector industrial en rápida expansión, de modo que los artículos importa-
dos siguieron siendo importantes.
El cambio en los precios relativos de los bienes nacionales y extranjeros fue
un factor importante para la expansión de la ACI y la industria. Sin embargo, los
bienes y servicios no comercializados en el mercado internacional también avan-
zaron, en conformidad con el crecimiento de la economía real y la recuperación
de la demanda nacional final. La orientación de recursos hacia el sector indus-
trial y el crecimiento concomitante de la urbanización impulsaron la demanda
de energía, por ejemplo, y estimularon nuevas inversiones en fuentes de elec-
tricidad (incluidas presas hidroeléctricas), la explotación petrolera y las refine-
rías de petróleo. El desfase entre oferta y demanda fue un problema constante
durante la mayor parte de la década de 1930, pero la existencia de un exceso de
demanda fue un estímulo poderoso para el crecimiento tanto de los servicios
públicos como de la industria de la construcción.
La industria de la construcción se benefició también de las inversiones en
el sistema de transportes. En los años treinta, el auge ferroviario de América
Latina había concluido, pero la región apenas había comenzado a desarrollar el
sistema vial necesario para satisfacer la demanda de camiones, autobuses y auto-
móviles. La construcción de carreteras —predominantemente financiada por el
Estado— tuvo el gran mérito de utilizar trabajo y materias primas locales y de
no ser notoriamente dependiente de importaciones complementarias. En toda
América Latina hubo una expansión de la red vial en los años treinta, con un cre-
cimiento particularmente impresionante en Argentina, que proporcionó una opor-
tunidad para absorber a la fuerza de trabajo desempleada en muchas áreas rurales.
La expansión del sistema vial requirió un incremento del gasto público que
implicó una presión adicional sobre los limitados recursos fiscales del Estado.
Algunos gobiernos autoritarios, tales como el régimen de Ubico en Guatemala,
recurrieron a la coerción para obtener la fuerza laboral necesaria para la expan-
sión del sistema vial. Una vez edificada, sin embargo, la red vial permitió a las
regiones aisladas comercializar el excedente agrícola y contribuir al crecimiento
de la ACI, lo cual se ha demostrado claramente en el caso del Brasil.24
El sistema de transporte aéreo también se amplió rápidamente en la década
de 1930, aunque comenzó desde un nivel tan bajo que su capacidad para trans-
portar pasajeros y carga se encontraba estrictamente limitada a finales del dece-
nio. Sin embargo, en países donde la geografía impedía o dificultaba los viajes
por tren o por autopista, la creación de un sistema de transporte aéreo fue un paso
importante hacia la modernización y la integración nacional. En Honduras, por
ejemplo, donde el presidente Carias otorgó el monopolio a un empresario neoze-
landés como premio por el papel que desempeñó en la conversión de aviones

24. Véase N . Leff, Underdevelopment and Development in Brazjl, vol. 1, Londres, i 982,
p. 181.
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 41

civiles en cazabombarderos durante la guerra civil de 1932, los recién organiza-


dos Transportes Aéreos Centroamericanos (TACA) tuvieron una participación
importante al comunicar las aisladas provincias orientales con la capital.
Finalmente, mientras la depresión en Europa y América del Norte se abría
paso en el sistema financiero de los países desarrollados, con la retirada masiva
de depósitos y el colapso bancario convertidos en experiencia normal, América
Latina pasó los peores años de la depresión con apenas un daño limitado a su sis-
tema financiero. Además, los años treinta presenciaron la creación de nuevos
bancos centrales, la expansión de las compañías de seguros y el crecimiento de
la banca secundaria (incluidas las corporaciones estatales para el desarrollo).
La estabilidad del sistema financiero fue muy notable si se considera la estre-
cha relación entre muchos bancos y el sector exportador. Como el valor de los
ingresos de la exportación se hundió a partir de 1929, muchos exportadores no
pudieron cumplir sus Compromisos financieros y la situación empeoró más para
los bancos cuando los gobiernos declararon una moratoria de las ejecuciones de
hipotecas. Sin embargo, las reformas financieras generales de los años veinte
(impulsadas en muchos casos por el profesor Kemmerer) habían llevado a la
creación de un sistema financiero más fuerte en América Latina con reglas cla-
ramente definidas en el período de la depresión. La novedad del sistema hizo que
en muchos países los índices de la reserva en metálico estuvieran por encima de
los límites legales, lo que permitió absorber el inevitable declive de depósitos.
Una segunda explicación para la supervivencia del sistema bancario la da el con-
trol de cambios. Las estrechas relaciones entre los bancos en América Latina y
las instituciones financieras extranjeras habían generado una gran dependencia
respecto a los fondos extranjeros; la existencia del control de cambios rescató a
un conjunto de bancos de la obligación de hacer pagos de interés o de capital a los
acreedores externos, lo que de otra manera podría haber ocasionado su banca-
rrota. De todas formas, quizá la más importante razón fue el papel del sistema
bancario en financiar el déficit presupuestario de la década de 1930. Los bancos
contribuyeron generosamente a la emisión de bonos locales por los gobiernos y
fueron premiados con un flujo constante de pagos de intereses; la financiación
bancaria del déficit puede haber contribuido al alza de precios en América Lati-
na a partir de inicios de los treinta, pero la inflación se mantuvo reducida y el
cobro de intereses se convirtió en una útil fuente de ingresos para los bancos.
Además, cuando el sector exportador comenzó a recuperarse, los bancos fueron
capaces de retornar a una relación más normal con muchos de sus clientes tradi-
cionales y algunos comenzaron a aprovechar las nuevas oportunidades que se
abrían fuera del sector exportador.
La recuperación de América Latina en los años treinta fue rápida (véase el
cuadro 1.6). El PIB real en Colombia, donde la depresión había sido relativa-
mente suave, superó el nivel más alto anterior a la depresión ya en 1932. Brasil
lo consiguió en 1933, México en 1934, y Argentina, El Salvador y Guatemala en
1935. Chile y Cuba, donde la depresión fue particularmente seria, tuvieron que
esperar hasta 1937, mientras la infortunada Honduras —abrumadoramente de-
pendiente de la exportación de bananas— tuvo que esperar hasta 1945. Con una
población que crecía alrededor del 2 por 100 por año, la mayoría de los países
habían recuperado el nivel anterior a la depresión del PIB real per cápita a fina-
les de 1930. I ,as excepciones más graves fueron Honduras y Nicaragua.
42 HISTORIA DE AMERICA LATINA

CONCLUSIÓN

La depresión mundial que comenzó a finales de los años veinte se transmitió


a América Latina a través del sector externo. En casi todos los casos, la recupe-
ración de la depresión se asoció también a la recuperación del sector externo. El
crecimiento de las exportaciones, unido al cese del pago de la deuda, a una
reducción de las remesas de utilidades, y a una mejora de los TNI, permitió un
crecimiento sustancial en el volumen de las importaciones, con el cual se halla
en estrecha correlación el crecimiento del P1B real en la década de 1930. Se
combinaron políticas fiscales y monetarias poco estrictas, el cambio en los pre-
cios relativos favorable a la producción interna que competía con las importa-
ciones y el acceso a artículos de importación complementarios mediante una
menor restricción de la balanza de pagos, para producir un cambio estructural
significativo en la década de 1930, que favoreció particularmente al sector
manufacturero en los países más grandes y la agricultura para consumo interno
en los más pequeños.
El comportamiento de las economías latinoamericanas en los años treinta no
debería ser visto entonces como un «momento decisivo», como se ha expresado
tan frecuentemente, aunque la década sí marcó un hito importante en la transi-
ción del crecimiento basado en las exportaciones tradicionales a la ISI. Es ver-
dad que el sector industrial era particularmente dinámico y que crecía más rápi-
do que el PIB real en la mayoría de países. Pero esto había ocurrido también en
los años veinte. Sólo en el caso de Argentina, donde el sector manufacturero lide-
ró la recuperación de la depresión a inicios de los años treinta, se puede sostener
que, a comienzos de la década, la economía había alcanzado un nivel suficiente-
mente avanzado para que su funcionamiento no pudiera ser afectado seriamente
por el descenso del volumen de la exportación. En otras partes, no hay evidencia
de que los países más grandes, con una base industrial más amplia, se hayan
desenvuelto mejor que los más pequeños, carentes prácticamente de un sector
manufacturero moderno; en ambos casos, su resultado dependió en alto grado de
la recuperación de la capacidad de importar y, en el caso argentino, incluso fue
sensible a la significativa mejora de los TNI a partir de 1933.
Sin embargo, se puede argumentar que el crecimiento industrial había produ-
cido un cambio tanto cualitativo como cuantitativo en la estructura de las econo-
mías de las repúblicas más grandes a finales del decenio. En los años cuarenta y
cincuenta, estos cambios maduraron hasta el punto de que la industria y el PIB
real en muchas repúblicas fueron capaces de orientarse en la dirección opuesta
a la exportación de bienes primarios, por lo que el modelo de crecimiento ba-
sado en la exportación dejó de ser una descripción adecuada de su funciona-
miento. En consecuencia, los cambios en los años treinta pueden ser vistos como
los que establecieron los fundamentos para una transición hacia el modelo puro de
sustitución de importaciones, que alcanzó su fase más intensa en las décadas
de 1950 y 1960. Con seguridad, esto es exacto respecto a Brasil, Chile y México,
que se habían sumado a Argentina a finales de los años treinta como los únicos
países que habían impulsado la industrialización y el cambio estructural hasta con-
seguir que la demanda interna no fuera ya determinada por el sector exportador.
El cambio más importante en la década de 1930 consistió en susliluir las
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 43

políticas económicas autorreguladoras por el uso de instrumentos de política que


tenían que ser activados por las autoridades. A finales de los años veinte, la fide-
lidad al patrón oro había dejado a la mayoría de repúblicas latinoamericanas sin
una política cambiaría independiente; el funcionamiento del patrón oro también
hizo que la política monetaria fuera predominantemente pasiva, donde los flujos
de entrada y salida del oro condicionaban los movimientos en la oferta moneta-
ria para producir el ajuste automático al equilibrio externo e interno. Incluso la
política fiscal había perdido mucha de su importancia; en las repúblicas más
pequeñas, la diplomacia del dólar y un gran número de condicionamientos
habían llevado en muchos casos al control extranjero de los aranceles —la fuen-
te más importante de rentas fiscales—, y en los países más grandes, la «danza de
los millones» había vuelto más fácil financiar el gasto con préstamos externos
que mediante la reforma fiscal.
El hundimiento del patrón oro forzó a todos los países a tratar la cuestión de
la política cambiaría. Unas cuantas repúblicas (pequeñas) se inclinaron por vincu-
larse al dólar norteamericano, abandonando así el tipo de cambio como un ins-
trumento activo. La mayoría de países, incluidos algunos pequeños, optaron por
un tipo de cambio controlado. En economías de gran apertura, el tipo de cambio
tiene un efecto inmediato y potente sobre los precios de muchos bienes, de ma-
nera que es el único determinante de importancia de los precios relativos y de la
asignación de los recursos; una política cambiaría independiente también alienta
la formación de grupos de presión para influir a los gobiernos en favor de las
alteraciones en el tipo de cambio que favorezcan sus intereses. No es sorpren-
dente que muchos países de América Latina en los años treinta optaran por un
sistema de múltiples tipos de cambio para equilibrar estas presiones competiti-
vas. Esa es la razón de que en 1945, después de la Conferencia de Bretton
Woods, el recién organizado Fondo Monetario Internacional encontrase que
treinta y uno de los cuarenta países que operaban con sistemas de múltiples tipos
de cambio en el mundo eran latinoamericanos.
La constricción de la balanza de pagos en los años treinta, sumada al control
estatal, hizo que el movimiento de divisas —dinero de origen externo— dejara
de ser un determinante importante de la oferta monetaria. En cambio, la moneda
de baja ley fue movilizada más por el déficit presupuestario gubernamental y la
política de redescuento del banco central, mientras que los cambios en el índi-
ce de reservas afectaron al multiplicador monetario. Así, los cambios en la oferta
monetaria se debieron más a los cambios en la moneda de origen interno, lo que
implicaba la adopción de una política monetaria más activa por casi todas las
repúblicas. Las principales excepciones fueron aquellos países, como Cuba y
Panamá, que carecían de un banco central y fueron, por tanto, incapaces de
influenciar la oferta monetaria a través de cambios en la base monetaria.
La recuperación del sector exportador y la capacidad de importar no necesa-
riamente implicó un incremento en el valor del comercio exterior. Por tanto, el
ingreso fiscal proveniente de los impuestos al comercio quedó seriamente afec-
tado y la reducción no quedó completamente compensada por la disminución de
gastos en el pago de la deuda externa a causa de la moratoria; la crisis provocó
la reforma fiscal y una política fiscal más activa en todos los países. Una opción
preferida fue el alza de los aranceles, aunque se puede detectar un cierto giro
hacia los-impuestos directos renta y propiedad- en los años treinta, así como
44 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

la introducción de una variedad de impuestos indirectos sohx- H > "ir.umo inter-


no. A finales de la década, la correlación entre.el valor del comcum .- -temo y el
ingreso fiscal se había relajado, socavando por tanto un vínculo eM-ncial en el
funcionamiento del modelo orientado a la exportación.
La adopción de políticas cambiarías, monetarias y fiscales mas apesivas fue
tan difundida, que es difícil sustentar la tesis de que las iipublu as latinoameri-
canas pueden dividirse entre grandes países que adopianm politn as -activas» y
pequeños países que siguieron políticas -pasivas-. Aunque ludas las grandes
naciones asumieron efectivamente políticas activas, también lo liicicion muchas
pequeñas repúblicas, incluidas Bolivia, Costa Rica, lidiador, Jil Salvador, Nicara-
gua y Uruguay. Los casos más obvios de países pasivos (Cuba, Haití, Honduras
y Panamá) fueron todos semicolonias de Estados Unidos en los años treinta, pero
no todas las semicolonias (por ejemplo, Nicaragua) pueden ser descritas como
pasivas.
Estos cambios en la utilización de los instrumentos clave de la política eco-
nómica no equivalen a una revolución intelectual. A l contrario, la teoría del desa-
rrollo hacia adentro estaba todavía en sus inicios, el sector exportador era aún
dominante y sus partidarios eran aún poderosos políticamente. No obstante, las
opciones afrontadas por los gobernantes en los años treinta en las áreas de polí-
tica cambiaría, monetaria y fiscal marcaron un importante paso en el camino
hacia la revolución intelectual asociada a la Comisión Económica para América
Latina (CEPAL) de la ONU después de la segunda guerra mundial y en el desa-
rrollo explícito de un modelo de sustitución de importaciones. La conducción de
la política en los años treinta mostró que la asignación de recursos podía ser afec-
tada sensiblemente por los precios relativos; la respuesta del sector manufactu-
rero en las repúblicas más grandes fue un saludable recordatorio de cuan eficaz
puede ser la política económica.
La conducción de la política económica en los años treinta fue bastante exi-
tosa y se compara favorablemente con la experiencia de los años que siguieron a
la segunda guerra mundial. La carencia de experiencia de los dirigentes fue com-
pensada de diversas formas. En primer lugar, los funcionarios a cargo de la polí-
tica fiscal y monetaria (por ejemplo, Raúl Prebisch en el Banco Central de
Argentina) fueron casi siempre teenócratas muy preparados que aprovecharon la
ignorancia general de la ciencia económica y fueron capaces de tomar decisiones
en un contexto relativamente apolítico. En segundo lugar, una perfecta previsión
y una información perfecta —dos condiciones requeridas para llegar a la conclu-
sión de esperanzas racionales sobre la inefectividad de la política gubernamen-
tal— estaban claramente ausentes en los años treinta, de modo que había mucho
menos peligro de que el proyectado impulso de cambio en la política económica
fuera frustrado por la omnisciencia del sector privado. En tercer lugar, la acele-
ración de la inflación, el azote de la política económica en el período posterior a
la segunda guerra mundial, era un problema mucho menor en los años treinta. La
ilusión monetaria (basada en parte en la falta de estadísticas de precios), los pre-
cios decrecientes en la economía mundial y la capacidad disponible en la econo-
mía interna implicó que las políticas económicas estaban en menor riesgo de
hundirse en el círculo vicioso del déficit presupuestario y de la inflación.
Las políticas fiscales y monetarias poco estrictas en los años treinta sostu-
vieron el crecimiento de la demanda interna final, lo cual (como muestra el cua-
LAS ECONOMÍAS LATINOAMERICANAS, 1929-1939 45

dro 1.5) fue de enorme importancia para sacar a los países de la depresión y pro-
porcionar el estímulo necesario para el crecimiento de bienes importables y de
bienes y servicios no comercializables en el exterior. Relacionado con este creci-
miento estuvo el incremento en la urbanización, de modo que varias repúblicas
podían ser consideradas como preponderantemente urbanas a finales de la década
de 1930, a la vez que todos los países experimentaron un gran descenso de la
población clasificada como rural.
Aunque el funcionamiento económico en los años treinta — a l menos a par-
tir de 1932— fue por lo general satisfactorio, hubo un conjunto de desviaciones
de la pauta regional. Algunas repúblicas —los países de recuperación lenta en
el cuadro 1.4— quedaron marcadas por el estancamiento e incluso la decaden-
cia de la actividad económica. El problema básico fue que el sector exportador
permaneció deprimido durante la mayor parte de los años treinta por razones
ajenas al control de los gobernantes; en Honduras, por ejemplo, la exportación
bananera se hundió a partir de 1931 a raíz de la propagación de una plaga en las
plantaciones bananeras y el valor real de las exportaciones no alcanzó el mismo
nivel de 1931 hasta 1965. En estas circunstancias, la expectativa de recuperación
estaba en el sector que competía con las importaciones ( A S I e ISI), pero la
pequeña dimensión del mercado hizo difícil compensar el declive del sector
exportador.
Los países de «recuperación media» se recobraron de la depresión apoyán-
dose prioritariamente en el sector exportador, con las importantes excepciones de
Argentina y Colombia. Por consiguiente, el crecimiento económico en los años
treinta no implicó un cambio estructural significativo y hubo poca modificación
en la composición de las exportaciones. En Bolivia, la recuperación dependió
esencialmente de la formación del cártel internacional del estaño en 1931, que
consiguió más altos precios para los exportadores de este mineral, lo que redun-
dó en más altos ingresos al Estado debidos a los impuestos a la exportación. E l
sector exportador se expandió en Colombia, pero su crecimiento fue ensombre-
cido por el auge espectacular del sector manufacturero donde el aumento de la
producción textil fue particularmente impresionante. En Argentina, sin embargo,
el sector exportador se estancó en términos reales, de modo que la recuperación
dependió esencialmente del sector-no exportador, cuyo funcionamiento, fuera en
la industria, la construcción o las finanzas, fue generalmente satisfactorio; por
tanto, es difícil inferir que la decadencia a largo plazo de la economía argentina
se iniciara en los años treinta.
En los países de «recuperación rápida» entran tanto repúblicas donde el i m -
pacto de la depresión fue relativamente menor (por ejemplo, Brasil) como los
países donde fue muy severa (por ejemplo, Chile y Cuba). Por tanto, el rápido
crecimiento de estos últimos consistió principalmente en una «recuperación» de
la producción real perdida en los peores años de la depresión, aunque Chile tam-
bién gozó de un respetable nivel de la nueva ISI. En Brasil, por otra parte, el rápi-
do crecimiento incluyó adiciones al producto real; aunque la recuperación de la
exportación fue importante, la estructura de la economía brasileña comenzó a
orientarse hacia la industria. Brasil, sin embargo, siguió siendo abrumadoramen-
(e pobre, en 1939 tenía un PIB real per cápita que era apenas un cuarto del de
Argentina y el 60 por 100 del promedio latinoamericano. M é x i c o también d i V
l'niló de un importante cambio estructural; la reforma agraria bajo el presidente
46 HISTORIA DE AMERICA LATINA

Cárdenas (1934-1940) fortaleció la agricultura no exportadora, el listado se con-


virtió en una importante fuente ele inversión y muchas compañías en los siviores
de la'industria y de la construcción comenzaron a apoyarse en los contratos del
sector público.
Los años treinta en América Latina no pueden presentarse como una radical
ruptura con el pasado, aunque la década tampoco representa una oportunidad
perdida. En un contexto externo generalmente hostil, la mayoría de países logra-
ron reconstruir su sector externo; casi todos expandieron la producción de artícu-
los importables donde era factible, y acrecentaron la oferta de bienes y servicios
no comercializables en el comercio exterior. Estos cambios proporcionaron la
base para un crecimiento significativo del comercio intrarregional a comienzos
de los años cuarenta, cuando el acceso a las importaciones del resto del mundo
quedó interrumpido. Los cambios en la política económica de los años treinta
fueron generalmente racionales; una retirada absoluta del sector exportador y
la construcción de una economía semicerrada habría implicado un incremento
masivo en la ineficiencia; un compromiso esclavizante al modelo de creci-
miento basado en la exportación habría limitado la región a una asignación de
recursos que ya no era compatible con una ventaja comparativa dinámica a largo
plazo. Los historiadores económicos, que tratan de detectar el período del siglo xx
en que la política y el comportamiento económicos de América Latina se desca-
rriaron seriamente, deben mirar más allá de los años treinta.
Alvarez Junco, José y González Leandri, Ricardo (comps.), El populismo
en España y América, Madrid, Catriel, 1994

LOS SIGNIFICADOS AMBIGUOS DE LOS POPULISMOS


LATINOAMERICANOS1

Carlos de la Torre
Drew University

El estudio de los populismos latinoamericanos tiene una trayectoria ex-


tendida. A partir de los trabajos de Gino Germani en los años cincuenta,
estudiosos con diversas perspectivas teóricas han analizado estos fenóme-
nos que atraen y repelen a los investigadores sociales. El reto principal radi-
ca en explicar el apelativo de los líderes a sus seguidores sin reducirlos a la
manipulación y a la anomia, o a una racionalidad utilitarista que supuesta-
mente explica todo.
Este artículo discute estudios recientes para desarrollar una nueva aproxi-
mación a los populismos latinoamericanos enfatizando los mecanismos que
explican el apelativo de los líderes populistas y las expectativas autónomas
de sus seguidores. La selección de estudios de caso no pretende presentar
una visión general de todas las experiencias populistas de la región ni anali-
zar toda la literatura existente. Más bien, se analizan críticamente algunos
estudios presentando una nueva aproximación para el estudio del populismo,
así como hipótesis para nuevos trabajos.
En el contexto latinoamericano el concepto de populismo se ha usado
para referirse a todos estos fenómenos: 1) Formas de movilización
sociopolítica en el que “masas” “atrasadas” son manipuladas por líderes
“demagógicos” y “carismáticos” (Germani, 1971). 2) Movimientos sociales
multiclasistas con liderazgo de la clase media o alta y con base popular
obrera y/o campesina (Di Tella, 1973; Ianni, 1973). 3) Una fase histórica en el
desarrollo dependiente de la región o una etapa en la transición a la moderni-
dad (Malloy, 1977; Ianni, 1975). 4) Políticas estatales redistributivas, nacio-
nalistas e incluyentes. Estas políticas estatales populistas son contrasta-

1
Este artículo publicado con anterioridad en Social Research, vol. 59, N° 2 (Summer,1992)
págs.: 385-414, tiene pequeñas modificaciones.
das con las políticas excluyentes que benefician al capital extranjero, con- Condiciones pre-estructurales de los populismos
centran el ingreso económico y reprimen las demandas populares (Malloy, Los primeros estudios de los populismos latinoamericanos, influenciados
1987). 5) Un tipo de partido político con liderazgo de las clases media o alta, por las teorías de modernización y de la dependencia, trataron de entender
con base popular fuerte, retórica nacionalista, la presencia de un líder las experiencias de los países más grandes de la región. En las décadas de
carismático y sin definición ideológica precisa (Angell, 1968). 6) Un discurso los treinta y cuarenta, Argentina, Brasil y México vivieron procesos de susti-
político que divide a la sociedad en dos campos antagónicos: el pueblo con- tución de importaciones asociados al surgimiento del peronismo, varguismo
tra la oligarquía (Laclau, 1977, 1988). 7) Intentos de las naciones latinoame- y cardenismo. Es así que Gino Germani, por ejemplo, desarrolló la hipótesis
ricanas de controlar procesos de modernización determinados desde el ex- de que el populismo es una fase en la transición a la modernidad. Desarro-
terior haciendo que el Estado tome un lugar central en defensa de la identi- llando una perspectiva alternativa, autores influenciados por la perspectiva
dad nacional y como promotor de la integración nacional a través del desa- dependentista criticaron los presupuestos teleológicos de la teoría de la
rrollo económico (Touraine, 1989). modernización, desarrollando un argumento estructuralista que relacionó al kkkk
Por los múltiples usos que se han hecho del concepto de populismo y por populismo con la industrialización por sustitución de importaciones.
la gran variedad de experiencias históricas al que se refiere, algunos autores Estudios recientes han demostrado que sustitución de importaciones y
como Ian Roxborough (1984) y Rafael Quintero (1980) han propuesto descar- populismo no necesariamente van de la mano. Ian Roxborough (1984) por
tarlo del vocabulario de las ciencias sociales. Basan su argumento en traba- ejemplo, demuestra que si bien la industrialización por sustitución de impor-
jos históricos que han desechado las interpretaciones del populismo como taciones empezó en el Brasil antes de la década de los treinta, el populismo
una etapa del desarrollo latinoamericano ligada al proceso de sustitución de varguista comienza a finales de los cuarenta y durante su segunda presiden-
importaciones (Collier, 1979; Roxborough, 1984). Además, plantean que las cia (1950-4). Además en países tales como el Ecuador o el Perú no hay
visiones que privilegian los conceptos de líder carismático y masas anómicas ninguna ligazón entre populismo y sustitución de importaciones.
y disponibles han sido descartadas por interpretaciones, ya sea de la natura- En todo caso y en términos generales el populismo está asociado al de-
leza racional del comportamiento político de los sectores populares (Drake, sarrollo del capitalismo dependiente y a la activación política de sectores
1982: 221; Menéndez-Carrión, 1986), o por interpretaciones basadas en el populares que buscan la expansión de sistemas políticos cerrados (Collier,
análisis de las alianzas de clases de las diversas coaliciones populistas 1979: 376; Drake, 1982). En este contexto, las condiciones sociales que
(Quintero, 1980; Roxborough, 1984). Por último, cuestionan la validez de un permitieron que surgieran el sánchezcerrismo y el aprismo en el Perú de los
concepto que se refiere a un período de sesenta años en el que regímenes años veinte y treinta, y el gaitanismo en Colombia a mediados de los cuaren-
civiles y militares de distintas ideologías han promovido diversas políticas ta, serán examinadas.
económicas. El orden social oligárquico latinoamericano se caracterizaba por la combi-
Contrariamente a estos esfuerzos prematuros de desterrar al populismo nación de “constituciones de inspiración liberal (divisiones de los tres pode-
del vocabulario de las ciencias sociales, este trabajo argumenta que, pese a res, elecciones, etcétera) con las prácticas y valores de tipo patrimonial
los abusos y malos usos de la palabra, es necesario preservar y redefinir polarizadas en torno al cacique, patrón, gamonal, coronel o caudillo” ( Ianni
este término Los fenómenos que han sido designados como populistas tie- 1975; 1979). Estas sociedades estamentales excluyen a la mayoría de la
nen rasgos en común que pueden ser identificados y comparados a través población de las decisiones políticas y tienen relaciones de dominación/
del uso de esta noción. Además, como lo señaló Laclau (1977), el populismo subordinación caracterizadas por la reciprocidad desigual entre patrones y
no es sólo un concepto de las ciencias sociales sino un dato de la experien- criados o peones. El análisis de Tocqueville (1961), sobre cómo en las socie-
cia de amplios sectores de la población que definieron y definen de esta dades tradicionales la diferenciación socioeconómica entre ricos y pobres
manera sus identidades colectivas. Por último, los autores que abandonan la se presentaba como relaciones naturales de desigualdad entre señores y
noción de populismo usan categorías objetivistas de análisis de la realidad criados, es pertinente. Señala Tocqueville que se constituye un orden fijo y
social que por su naturaleza no pueden dar cuenta de las esferas no jerárquico en el que:
cuantificables de las experiencias populistas como la formación de identida-
des colectivas, los rituales, los mitos y las ambigüedades de los significados
del populismo para sus actores.
Las generaciones se suceden sin que cambien las posiciones. Son en el poder de los sectores sociales bajos” (Ibíd.: 49)2 . Lo que Stein deja de
dos sociedades superpuestas una a la otra, siempre distintas, pero lado es el análisis de la visión del mundo, de la cultura y del discurso en la
regidas por principios análogos (...). Se originan entre ellos ciertas “República Aristocrática”, que será el marco de fondo para poder explicar las
nociones permanentes de lo justo y lo injusto (...). Reconocen reglas irrupciones populistas del APRA y del sánchezcerrismo. Precisamente, ése
fijas y, a falta de una ley, hay un prejuicio común que los dirige; reinan, es uno de los aportes del trabajo de Herbert Braun (1985) sobre Gaitán, que
pues, entre ellos ciertos hábitos determinados, una moralidad analiza las creencias, cultura y acciones de las figuras públicas colombia-
(Tocqueville, 1961: 152). nas entre los años treinta y cincuenta, a la vez que la racionalidad de las
acciones de las muchedumbres en el bogotazo.
Steve Stein (1980) en su estudio sobre las elecciones peruanas de 1931 Braun estudia la cultura política y la ideología de los líderes de la Convi-
en las que el APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana) fue derrota- vencia colombiana, un período que se inicia con la administración de Olaya
do por el movimiento populista de Sánchez Cerro, analiza los cambios en la Herrera en 1930 y que termina con el asesinato de Gaitán en 1949. Los
estructura socioeconómica y política ocurridos en el Perú en los años veinte ideales de la Convivencia en lo político se basaban en un ethos precapitalista
y treinta que terminan con la llamada “República Aristocrática”. Una mayor más moral que económico. Del catolicismo tomaban “una visión orgánica y
integración al mercado mundial a través del incremento de las exportaciones jerárquica de la sociedad que definía a los individuos de acuerdo a sus ran-
mineras y agrícolas —azúcar sobre todo—, unida a la mayor presencia de gos y obligaciones” (Ibíd.: 22). Diferenciaban claramente entre la vida pública
inversionistas norteamericanos modificaron la estructura de clases. El Esta- y la privada. A la vida pública de los líderes políticos se la veía como una vida
do se modernizó. El número de empleados públicos pasa de 975 en 1920 a de acción. Estos se autoentendían como “jefes naturales” (Ibíd.: 24). Su
6.285 en 1931, un incremento del 554,6% (Stein, 1980: 39). Además, la misión a través de la oratoria en el Congreso o en la plaza pública la enten-
migración del campo a la ciudad y procesos de urbanización se manifesta- dían como la promoción de “virtudes morales y pensamientos nobles” en sus
ron en cambios en la estructura socioeconómica de Lima que experimentó seguidores para de esta manera crear una nueva comunidad política (Ibíd.:
un gran incremento de las clases medias y trabajadoras. A estas últimas 25). Gobernar “lo percibían como el encauzamiento de las vidas anárquicas
Stein las diferencia entre lumpenproletariat —vendedores ambulantes, car- de los seguidores, el estímulo de comportamientos civilizados y levantar a
gadores, vendedores del mercado, camareros, jardineros y trabajadores ma- las masas sobre las necesidades de la vida cotidiana para así facilitar su
nuales descalificados en general—, artesanos y obreros (Ibíd.: 69-71). Como integración a la sociedad” (Ibíd.: 22). Los líderes políticos se referían a todos
esta enumeración de los distintos sectores sociales pone de manifiesto, aquellos fuera de la vida pública como el pueblo. Esta categoría indiferenciada,
Stein no analiza las especificidades y diferencias de estos sectores sociales el pueblo, “era vista más como plebe que como populos, más como trabaja-
a los que clasifica dentro de las categorías indiferenciadas de lumpenproletariat, dores que como el alma de la nación” (Ibíd.: 28).
artesanos y obreros. Esta falta de estudio de quiénes conformaron el pueblo Procesos socioeconómicos tales como un mayor desarrollo del capitalis-
en los años veinte y treinta se manifiesta en la inhabilidad del autor para mo dependiente, la urbanización, el crecimiento del aparato estatal se tradu-
comprender los significados de las acciones colectivas de las clases subal- cen en cambios en la estructura social que producen nuevos grupos que
ternas y en la imposibilidad de explicar por qué en las elecciones de 1931 los presionan por su incorporación a la comunidad política, cuestionando las
obreros y la clase media votaron por el APRA, mientras que lo que denomina visiones de la Convivencia sobre la política. Es en este análisis de la cultura
el lumpen lo hizo por Sánchez Cerro. política, del discurso y la visión de los líderes políticos de la época, donde
Stein también analiza las presiones de incorporación política de estos está la gran ventaja del trabajo de Braun sobre el de Stein. Pues al estudiar
sectores sociales que buscaban “un cambio en la política de estilo de gobier- los parámetros culturales a través de los cuales las élites entendían la polí-
no familiar liderada por aristócratas y basada en una participación política tica, la crisis del orden oligárquico se presenta en toda su complejidad: eco-
muy limitada, hacia una populista que buscaba incrementar la participación

2
Las traducciones del inglés son del autor.
nómica-social, política, cultural y del discurso.3 Pero el problema del trabajo fuerza de voluntad garantiza el cumplimiento de los deseos populares” (To-
de Braun es que analiza a los líderes políticos de la época, a los hombres rres Ballesteros, 1987: 171). El vínculo que une al líder con sus seguidores
públicos, sin tomar en cuenta las presiones, limitaciones y oportunidades es místico. El líder es la “proyección simbólica de un ideal (...). Se le atribu-
que a éstos ofrecieron las acciones de las clases subalternas. Braun sólo en yen a menudo cualidades que no posee, pero con las cuales es poco a poco
los últimos capítulos de su libro analiza la racionalidad de la acción colectiva investido por el rito social de la veneración.” (Martín Arranz, 1987: 84).
de las muchedumbres en el Bogotazo. Pero antes de estas páginas, el pue- El haber realizado algún acto extraordinario o fuera de lo común es uno de
blo aparece de la misma manera en que lo ven las élites, como ente indife- los elementos que genera la relación de liderazgo carismático (Willner, 1984).
renciado. Ejemplos de cómo actos de los líderes son percibidos como grandiosos por
El análisis de experiencias históricas populistas, no debe llevarnos al error los seguidores son las acciones de Haya de la Torre en 1919, como paladín
común de ver en el populismo sólo un fenómeno del pasado. Más bien, luego de los obreros en la lucha por la jornada de ocho horas, sus esfuerzos en la
de los éxitos electorales de líderes populistas a partir del último proceso de creación de la Universidad Popular y su liderazgo en la lucha contra Leguía
transición a la democracia en la región, es necesario explicar por qué perdu- en 1923 (Stein, 1980, 1982). Los obstáculos para tener éxito, el sacrificio y el
ran los populismos. Esperamos que nuevos estudios exploren las condicio- desinterés personal del líder, los riesgos y la importancia de la acción para
nes estructurales que permiten su continua efervescencia. los seguidores son elementos que generaron esta relación de liderazgo
La seducción populista carismático. Otros ejemplos son, el rol de Sánchez Cerro en dar por termina-
Analíticamente es importante diferenciar entre el populismo como régi- da la dictadura de Leguía y las acciones de Gaitán en defensa de los obreros
men en el poder—donde el análisis de las políticas estatales y de las coali- de las bananeras de la United Fruit masacrados en 1929.
ciones en el régimen son los marcos de referencia—, del análisis del populismo Los atributos personales del líder, según Willner (1984), son el segundo
como movimiento social y político4 de los movimientos electorales populis- elemento del liderazgo carismático. La apariencia física del líder, en los ca-
tas.5 Para entender el apelativo de los líderes populistas y las expectativas sos de Gaitán y Sánchez Cerro, su tez oscura que señalaba un origen mes-
autónomas de los seguidores en los movimientos sociales populistas y en tizo en sociedades racistas en las que las élites se vanaglorian de su blancu-
las alianzas electorales, se deben estudiar todas estas variables: 1) estilo ra, en sí, representaba un reto a las relaciones de castas sociales. Es así,
personalista de liderazgo carismático, 2) discurso político maniqueísta, 3) como los insultos del APRA al mestizaje de Sánchez Cerro, fueron tiros que
mecanismos de articulación líder-base clientelistas y de patronazgo, 4) aná- les salieron por la culata, pues para el “pueblo” la imagen física de uno de
lisis sociohistórico del populismo. ellos que triunfa era muy importante. Sánchez Cerro cultivó la imagen del
caudillo militar, fuerte, valiente, con los pantalones bien puestos, pero tam-
Liderazgo Populista bién la imagen paterna de patrón y padre protector (Stein, 1980: 101-128).
Por su parte, Gaitán resaltó su imagen física como oposición a las normas
El líder populista se identifica con la totalidad de la patria, la nación o el de lo político creadas durante la Convivencia. Sus dientes, símbolo de agre-
pueblo en su lucha contra la oligarquía. El líder debido a su “honestidad y sión animal, su piel oscura que representaba la temida y despreciada “mali-
cia indígena”, en fin la imagen del “negro Gaitán” estaba presente en affiches
electorales, en caricaturas y comentarios de la prensa como un reto, una
amenaza a la gente de la “buena sociedad”. Además, Gaitán rompió con las
normas de apariencia física de la Convivencia. En lugar de la pulcritud y
serenidad de sus contrincantes, Gaitán en sus discursos sudaba, gritaba y
gruñía, promoviendo un aire de intimidad con sus seguidores (Braun, 1985:
3
Otro aporte de Braun (1985) que es necesario incorporar en otros estudios de caso, es el
82-103).
estudio de la biografía y de la obra de Gaitán. Los líderes carismáticos invocan mitos. A través de la metáfora son asimi-
lados a íconos de sus culturas (Willner, 1984: 62-88). En Latinoamérica, los
4
Se sigue a Charles Tilly (1988) en definir movimientos sociales como la serie de desafíos
(challenges) a quienes enarbolan el poder, por parte de grupos no representados en el
sistema político.

4
De esta manera so pueden diferenciar al peronismo y al varguismo, por ejemplo, de las
coaliciones que llevaron a Fujimori o a Collor de Mello al poder.
ejemplos de Evita —la Madre Dolorosa—, de José María Velasco Ibarra y tiples y que la memoria oficial constituye el marco de referencia a partir del
Haya de la Torre —como Cristos Redentores— ilustran el predominio de lo cual los sectores populares interpretan sus experiencias (Popular Memory
religioso. Marysa Navarro (1982: 62) caracteriza el mito de Eva Perón en los Group, 1982).
siguientes términos:
Discurso maniqueísta: el pueblo versus la oligarquía
Rubia, pálida y hermosa, Evita era la encarnación de la Mediadora,
una figura como la Virgen María que pese a su origen social, por su La publicación de Politics and ideology in marxist theory (1977) constitu-
proximidad compartía la perfección del Padre. Su misión fue amar ye un hito en el estudio de los populismos latinoamericanos. Ernesto Laclau
infinitamente, darse a los otros y “consumir su vida” por los demás, introduce el análisis del discurso como una alternativa a planteamientos
punto que se hizo dramáticamente literal cuando se enfermó de cán- objetivistas y como herramienta para entender los significados ambiguos del
cer y rehusó interrumpir sus actividades. Fue la Madre Bendita, esco- populismo para los actores.
gida por Dios para estar cerca del líder del nuevo mundo: Perón. Fue Laclau analiza la crisis del discurso liberal argentino y cómo Perón se
la madre sin hijos que se convirtió en la Madre de todos los descami- apropia de una serie de críticas al liberalismo, transformándolas en un dis-
sados, la Madre Dolorosa que sacrificó su vida para que los pobres, curso que confronta antagónicamente al pueblo con la oligarquía. Las fuen-
los viejos y los oprimidos puedan alcanzar algo de felicidad. tes empíricas de Laclau son los discursos y otros documentos escritos por
los líderes de la época. El análisis pionero de Laclau, si bien tematiza la
Agustín Cueva (1988: 152) recapitula en los siguientes términos sus re- importancia de estudiar el campo semántico común dentro del cual varios
cuerdos sobre el arribo triunfal de Velasco Ibarra, quien fuera presidente del grupos luchan por imponer sus interpretaciones en un momento dado, adole-
Ecuador en cinco ocasiones (1934-35, 1944-47, 1955-66, 1960-61 y 1968- ce de errores. La crítica más común a Laclau ha sido que sólo considera las
72), desde su exilio en Colombia, como el “El Gran Ausente”, al Ecuador en condiciones de producción de los discursos. No se puede asumir que los
mayo de 1944. discursos del líder automáticamente producen y generan identidades políti-
cas. Ya que no todos los discursos son aceptados y debido a la cantidad de
Magro y ascético, el caudillo elevaba sus brazos, como queriendo discursos que compiten en un momento determinado, es necesario tomar en
alcanzar igual altura que la de las campanas que lo recibían. Y en el consideración las condiciones de producción, circulación y recepción de los
momento culminante de la ceremonia, ya en el éxtasis, su rostro tam- discursos políticos (de Ipola 1979, 1983; Sigal y Verón, 1982).
bién, y sus ojos, su voz misma, apuntaban al cielo. Su tensión corpo- Además, Laclau no diferencia el análisis del discurso político del discurso
ral tenía algo de crucifixión y todo el rito evocaba una pasión, en la que en general. Emilio de Ipola (1979: 949) señala las siguientes características
tanto las palabras como la mise en scene destacaban un sentido de los discursos políticos: 1) su temática está centrada explícitamente en el
dramático, si es que no trágico de la existencia. Comprendimos, en- problema del control de las estructuras institucionales del Estado y del po-
tonces, que esas concentraciones populares eran verdaderas cere- der; 2) son discursos polémicos que tienen el objetivo de refutar y descalifi-
monias mágico-religiosas y que el velasquismo, hasta cierto punto, car al discurso opositor; 3) incluyen un cierto cálculo, una cierta evaluación,
era un fenómeno ideológico que desbordaba el campo estrictamente de sus efectos ideológicos y políticos inmediatos. Además, hay varios tipos
político. de discursos políticos: discursos electorales, informes de gobierno, resolu-
ciones de un congreso del partido, discurso de un representante en el con-
Lo que ni Marysa Navarro ni Agustín Cuevas analizan es cómo se genera- greso, etcétera. Por lo tanto, es necesario tomar en consideración el contex-
ron estos mitos. Para explicar el proceso de construcción mitológica de to en el que se dan los discursos. Por lo demás, los discursos para tener
figuras como Evita o Velasco Ibarra es imprescindible el estudio de las per- éxito deben parecer al público transparentes y conformes con la realidad. Es
cepciones populares sobre el fenómeno. Estas imágenes, interpretaciones y por eso que, para entender el éxito o fracaso de los discursos políticos se los
significados son contradictorias. Por un lado, liberadoras, por otro, basadas debe analizar como eventos o acontecimientos en los que las expectativas y
en la aceptación acrítica de los líderes. Además, las visiones e interpretacio- acciones del público son tan importantes como la oratoria, gestos y rituales
nes de las clases subalternas han sido transformadas por el discurso oficial. del orador.
Es por esto, que si bien es necesario estudiar los mitos del populismo, se
debe tener en consideración que sus significados no son unívocos sino múl-
En esta sección se analizarán las características del discurso populista daban con la frase mesiánica “sólo el aprismo salvará al Perú”, consigna que
como categoría especial del discurso político a través del análisis de los estaba impresa en los affiches electorales (Ibíd.). Debido a su abnegación y
discursos de Luis Sánchez Cerro, Raúl Haya de la Torre, Jorge Eliecer Gaitán, a la persecución de que fuera objeto, la figura de Haya adquirió el aura de
Eva Perón y Juan Domingo Perón. mártir y santo. Además, Haya reforzaba la religiosidad del APRA en sus
El discurso y la retórica populistas radicalizan el elemento emocional de discursos a través del uso de un lenguaje bíblico extraído del Nuevo Testa-
todo discurso político. Como observa Alvarez Junco (1987: 220), el discurso mento. Identificó su acción política con un llamado al sacerdocio. Para Haya,
político “no quiere notificar ni explicar sino persuadir, conformar actitudes (...) la comunicación de un sentimiento místico era absolutamente necesaria para
responde a inquietudes y problemas, da seguridades”. Es así que Braun el éxito político. Tal fue la mística generada por el APRA, que una canción de
(1985:100) sostiene que “buscar una línea clara de argumentación en los la campaña electoral compara el sufrimiento y la persecución a los apristas
discursos políticos de Gaitán es no entenderlos. Los discursos fueron he- con la de los primeros cristianos:
chos para tener un efecto dramático, no consistencia intelectual.”. Aun Haya
de la Torre, cuyos discursos políticos tenían un mayor contenido, pide a sus Hombres que sufren
seguidores que cuando no entiendan sus discursos los sientan (Stein, 1980: cruento dolor
164). a formar
El discurso y la retórica populistas dividen en forma maniquea a la socie- del APRA la legión.
dad en dos campos políticos antagónicos: el pueblo versus la oligarquía. El ¡Marchar! ¡Marchar!
pueblo, debido a sus privaciones, es el depositario de lo auténtico, lo bueno, hermanos todos del dolor
lo justo y lo moral. El pueblo se enfrenta al antipueblo o a la oligarquía que ¡Luchar! Luchar!
representa lo inauténtico o extranjero, lo malo, injusto e inmoral. Lo político con la bandera del amor
se transforma en lo moral y aún en lo religioso. Por lo tanto, el enfrentamien- con fe y unión (en Stein, 1980: 177).
to pueblo/oligarquía es total. No hay posibilidades ni de compromiso ni de
diálogo. Es por esto que el populismo es anti statu quo, pero también Por su parte Sánchez Cerro, comunicaba a sus seguidores que lo que él
antidemocrático pues en lugar de promover el reconocimiento del otro, pro- buscaba era la regeneración moral y económica del Perú. Cuando un perio-
pugna su destrucción. El moralismo, religiosidad e intransigencia caracterís- dista extranjero le pidió que elaborara sus planes, Sánchez Cerro respondió
ticos de los discursos populistas se ilustrarán con las campañas electorales que sólo él los conocía (Ibíd.: 110). La mística inspirada por este movimiento
del APRA y Sánchez Cerro en 1930-1.6 se refleja en esta canción popular:
El aprismo era entendido como una cruzada moral-religiosa para la rege-
neración del hombre peruano. Los mítines políticos apristas siempre incluían Cuando suba Sánchez Cerro
el canto de la marsellesa aprista que contenía la siguiente estrofa: no vamos a trabajá’
pue’ nos va a llové’ todito
Peruanos abrazad la nueva religión como del cielo el maná (en Stein, 1980: 105).
LA ALIANZA POPULAR
conquistará la ansiada redención (en Stein, 1980: 175). Como sus rivales políticos los sánchezcerristas también hicieron uso de
simbologías y lenguajes religiosos como el “Credo Cerrista”.
No sólo en los mítines se identificaba al APRA como un movimiento reli-
gioso, sino que también cada vez que dos apristas se encontraban, se salu- Creo en el Cerrismo, todopoderoso, creador de todas las libertades y
de todas las demandas de las masas populares; en Luis M. Sánchez
Cerro, nuestro héroe e invencible paladín, concebido por la gracia del
espíritu del patriotismo. Como un verdadero peruano él nació en la San-
ta Democracia y en los ideales nacionalistas, sufrió bajo el poder ras-
6
Como Alvarez Junco (1987) lo señala, el maniqueísmo, el moralismo y los elementos reden-
trero del “oncenio”; fue perseguido, amenazado y exiliado y porque nos
tores no son propiedad exclusiva de los populismos, sino que caracterizan a una diversidad dio la libertad vertió su sangre en su sacrificio; descendió triunfante de
de movimientos sociopolíticos a través de la historia tales como los liberalismos, los naciona- las alturas de Misti (Arequipa) para darnos libertad y enseñarnos con
lismos y los socialismos.
su patriotismo, levantándose al poder, glorioso y triunfante. (en Stein, Los líderes populistas incorporaron en su discurso modismos del lenguaje
1980: 108-109). y otros elementos de la cultura popular. Por ejemplo, Perón incorporó en sus
discursos los modismos del lunfardo, estrofas del Martín Fierro y la estructu-
La intransigencia tanto del APRA como de los sánchezcerristas se expre- ra trágico-sentimental del tango. Evita usó un lenguaje de radionovelas, y
sa en los insultos tanto personales como los que identifican al opositor con transformó a la política en dramas dominados por el amor (Navarro, 1982:
la oligarquía —fuente de todo mal—. Por ejemplo, los sánchezcerristas acu- 58). Sus escenarios y sus caracteres eran los mismos. “Perón era siempre
saron a los apristas de ser anticatólicos, antimilitares, antinacionales y por glorioso, el pueblo maravilloso, la oligarquía egoísta y vendepatria (...) una
lo tanto la negación de los valores de la peruanidad encarnados en Sánchez mujer humilde o débil, consumiendo su vida por ellos para conquistar la jus-
Cerro. Por su parte, los apristas se referían a su rival como inculto, analfabe- ticia social, cueste lo que cueste y caiga quien caiga” (Ibíd.: 59). Gaitán a
to, vano, apestoso, cobarde, homosexual, retardado mental y epiléptico, como través de su estilo oratorio fuerte con los gritos de “Pueebloo aa laa caargaa”,
medio casta indio-negro cuyo comportamiento primitivo y posturas simiescas rompió con el estilo melódico, calmado y lírico de la retórica de sus rivales
sugerían que sus orígenes se debían buscar en los gorilas (Stein, 1980: 113- (Braun, 1985:100).
114; 165-166). Los líderes populistas hicieron un uso creativo de los medios masivos de
A través del discurso líderes populistas otorgan nuevos sentidos a pala- comunicación, como la radio. Incorporando la música popular—el porro—
bras clave (key words)7 de la cultura política de su época. Gaitán, por ejem- Gaitán a través de sus cuñas radiales y discursos retransmitidos logró pene-
plo, otorga la dignidad de seres humanos a sus seguidores cuando transfor- trar en los hogares de sus seguidores.
ma a la “chusma” temida, en la “chusma heroica” y a la despreciada “gleba” Los eventos discursivos populistas se caracterizaban por la repetición de
en la “gleba gloriosa”. O cuando Perón cambia radicalmente el significado de una serie de rituales. Por ejemplo, Gaitán terminaba sus discursos con el
palabras usadas para denigrar a las clases subalternas, como “descamisa- siguiente diálogo ritual con sus seguidores. Gritaba “pueblo” y las muche-
dos” en la Argentina, que adquieren el significado opuesto, convirtiéndose en dumbres respondían “a la carga”, “pueblo”: “por la reestructuración moral y
el baluarte de la verdadera argentinidad (James, 1988 a:31). Perón, además, democrática de la república”, “pueblo”: “a la victoria”, “pueblo”: “contra la oli-
amplió el significado de los términos claves de su época: democracia, indus- garquía” (Braun, 1985: 103).
trialismo y clase obrera. “Perón cuestionó explícitamente la legitimidad de la La sociología durkheimniana ha interpretado los actos políticos masivos
noción de democracia que se limitaba a la participación política formal y como “rituales que actualizan el sentimiento, de colectividad” (Lechner,1982:
extendió su significado para incluir la participación en la vida económica y 47). En los mítines populistas los elementos de identidad de los seguidores
social de la nación.” (Ibíd.: 16). El significado de la palabra industrialismo o y del líder son activados y reordenados. Los seguidores se reconocen en el
industrialización cambió al situarse dentro de parámetros sociales y políti- líder y proyectan en él la solución a sus demandas y aspiraciones.
cos (Ibíd.: 20), mientras que los obreros dejan de ser individuos para ser Pero además, en los mítines populistas los seguidores se identifican en-
nombrados como clase. Contrastando con el uso retórico de los términos, tre sí. Como en el carnaval analizado por Bakhtin (1984), los mítines populis-
en la expresión el pueblo versus la oligarquía, en Perón esas palabras ad- tas no son espectáculos que se observan, son espectáculos en los que
quieren significados concretos. Por ejemplo, el pueblo se convierte en el todos participan. Esta participación “celebra la liberación temporal de la ver-
pueblo trabajador. Además, el nacionalismo implícito en la noción de pueblo dad prevaleciente y del orden establecido; marca la suspensión de todas las
como lo argentino se hace manifiesto en hechos concretos: recordemos el jerarquías de rango, privilegio, normas y prohibiciones” (Ibíd.:10). Por eso
slogan de la primera campaña electoral peronista: “Braden o Perón”.8 permite que se cree un nuevo lenguaje entre los participantes. El análisis de
los mítines populistas como eventos discursivos, es una propuesta
metodológica para analizar la generación de identidades colectivas. Toma en
consideración la oratoria del líder y los rituales, símbolos y acciones que
ejecuta en el escenario, así como también las expectativas de los seguido-

7
Key words en el sentido que les da Raymond Williams (1976).

8
Braden fue el embajador norteamericano que tomó parte activa en la campaña electoral de
1945-46 y comparó a Perón con líderes fascistas.
res, sus slogan, sus pancartas y gritos, que hacen de los eventos discursivos (1986) sobre la primera etapa del CFP (Concentración de Fuerzas Popula-
verdaderos diálogos.9 res) entre 1948-60 en Guayaquil bajo el liderazgo de Carlos Guevara Moreno.
Pese a que no se han realizado análisis de los discursos como eventos, a Martz privilegia el concepto de líder carismático y demuestra el éxito de
manera de ejemplo, se resume el análisis de Braun (1985: 93-99) de uno de Guevara Moreno en la construcción del CFP. Pero lo que Martz no puede
los mítines gaitanistas más importantes. El 23 de septiembre de 1945 los explicar, más allá del chisme político, es por qué Guevara Moreno pierde el
gaitanistas se reunieron en el Circo de Santamaría en Bogotá. Luego de venir control de su agrupación política. Precisamente, Menéndez-Carrión explica-
de cuatro lugares estratégicos de la ciudad, alrededor de cuarenta o cin- rá tanto el éxito como el fracaso de Guevara Moreno, a través del concepto
cuenta mil personas esperaron a Gaitán. El caudillo estaba impecablemente de clientelismo político. La maquinaria política cefepista organizada desde el
vestido y acompañado de su esposa y de su padre. En el líder el pueblo vio nivel barrial al nacional articula el intercambio de votos por la obtención de
a uno de ellos, al “negro Gaitán” que había empezado en lo bajo y ahora bienes y servicios. De acuerdo a Menéndez-Carrión serán estas redes
disputaba la presidencia de la República. El tono sereno de este discurso de clientelares las que explicarán el éxito electoral de los diferentes políticos.
Gaitán contrastó con la euforia de los espectadores. El líder estableció un Por lo tanto el liderazgo es contingente de lo que el líder pueda ofrecer, no de
diálogo sereno y calmado con sus seguidores. Explicó puntos básicos de su lo que dice sino de lo que hace. Las acciones de las bases lejos de ser
ideario político: la visión de la sociedad como un organismo, la base moral de irracionales, son una respuesta racional a las condiciones de precariedad
lo social, la necesidad de regenerar los valores nacionales y la importancia estructural —pobreza y sistemas políticos poco receptivos— en las que vi-
de la meritocracia. Gaitán se refirió a la lucha del pueblo, depositario de lo ven.
justo y lo bueno, con la oligarquía. Situó al pueblo en el centro de la historia, La importancia del clientelismo en la captura del voto popular, también es
como categoría que trasciende a los partidos políticos. Y él, Gaitán, como la ilustrada por Stein (1980) en el caso peruano. En 1931 en Lima se estable-
persona, el líder que puede entender y comprender sus sentimientos. Los cieron 155 clubes electorales sánchezcerristas con aproximadamente veinte
efectos del discurso se vieron en los gritos de la multitud al abandonar el mil miembros. El APRA por su parte, también organizó una vasta red clientelar,
evento: “en el Circo de Santamaría murió la oligarquía” y “guste o no le guste, que a diferencia de los clubes sánchezcerristas estaban centralmente con-
cuadre o no cuadre, Gaitán será su padre”. trolados. Según Stein, para los líderes el cambio de votos por bienes y servi-
cios representó la posibilidad de éxito electoral. Mientras que para los segui-
dores, es una opción realista y racional de mejorar sus niveles de vida o
Mecanismos de clientelismo y patronazgo simplemente bregar en un ambiente adverso.
La superioridad del concepto de clientelismo sobre el de carisma para
Estudios, que privilegian el concepto de carisma, no estudian los meca- explicar la conquista del voto, no debe traducirse en el uso de dicho concep-
nismos concretos de articulación electoral y por lo tanto otorgan todo el peso to como marco de referencia único para explicar el apelativo populista. Por
explicativo a la figura y discurso del líder. Por supuesto y como lo han seña- privilegiar criterios de racionalidad formal, el concepto de clientelismo no
lado varios autores, esta interpretación es posible porque los actores son puede entender la generación de identidades colectivas en los movimientos
entendidos como masas irracionales y anómicas. Estudios que usan el populistas. Como en diversos estudios de casos se pone de manifiesto, las
concepto de clientelismo político han descartado los presupuestos de la estructuras organizativas populistas hacían algo más que intercambiar votos
irracionalidad de los sectores marginados demostrando, al contrario, su ra- por bienes o por servicios. Estas otorgaban un sentido de pertenencia al
cionalidad y la importancia de las organizaciones políticas en la conquista movimiento, una identidad basada en aportes simbólicos como el sucre
del voto (Menéndez-Carrión, 1986). La utilidad de esta perspectiva se ilustra cefepista en el Ecuador, o carnés, lenguajes y saludos en el APRA. Por
en el caso ecuatoriano en el debate entre Martz (1980) y Menéndez-Carrión esto, Braun (1985: 89) anota que si bien el clientelismo fue importante en el
movimiento gaitanista, éste jugó un papel menos importante que en los par-
tidos tradicionales, y que la mística, el creer en Gaitán, fue más importante.
Se deben diferenciar analíticamente los fenómenos populistas como movi-
mientos electorales y como movimientos sociales, pues no todos los que

9 Consúltese la crítica teórica y metodológica de Pickering (1986) a Stedman Jones (1982)


por no considerar los aspectos dialoguísticos de los discursos políticos.
participan en las campañas políticas populistas son votantes. En los oríge- y legislación laboral. Además, debido a su poder en el gobierno militar, Perón
nes de los populismos la votación popular fue muy reducida. En Brasil en reprimió y cooptó al movimiento sindical autónomo. Por lo tanto, el apoyo
1933 sólo el 4,1% de la población votó, en el Ecuador en el mismo año sólo obrero a Perón en 1946 y durante sus dos períodos presidenciales fue racio-
el 3,1%, en Perú en 1931 el 7,4%, mientras que en México luego de las nal y acorde a sus intereses a corto plazo.
movilizaciones revolucionarias, el régimen de Cárdenas (1934-40) fue electo A pesar de los esfuerzos de los investigadores, influenciados por la pers-
con una participación del 12,7 % de la población (Maiguashca y North, 1991). pectiva de la teoría de la dependencia, por entender en los populismos la
Igualmente hay que tener en consideración que los líderes populistas inter- racionalidad de la clase obrera y de otros grupos subalternos, sus interpreta-
pelaron a votantes y no votantes a través de mítines, slogans, posters. En ciones siguen atrapadas en las mismas paradojas que sus rivales de la teo-
fin, su mensaje trascendió al reducido número de electores. Por lo que, en ría de la modernización. Aunque tratan de romper con el falso postulado
conclusión, tal vez la manera de resolver este falso dilema: carisma versus normativo de cuáles son las acciones obreras autónomas y verdaderas, es-
clientelismo sea analizando los procesos políticos en que se juntan estos tán atrapados en los postulados del marxismo ortodoxo sobre la formación
dos fenómenos analítica mente distintos. El líder articula valores, reivindica- de las clases sociales. Debido a que arbitrariamente imputan un racionalismo
ciones y crea nuevos lenguajes. Por su parte, la organización política articu- y transparencia a las acciones de la clase obrera formada y madura, quienes
la estrategias tanto para la captura del voto, como la creación de mecanis- trabajan desde la perspectiva dependentista no toman en consideración los
mos de solidaridad e identidades colectivas. Estas dos formas de acción valores, ideologías y rituales de la clase obrera y de los otros sectores popu-
política diferentes se complementan en procesos políticos concretos. lares en el fenómeno del populismo. Además, se da más importancia a las
acciones de los representantes de la clase obrera que a las acciones de las
clases subalternas de carne y hueso. A diferencia de otros paradigmas, la
Historia social de los populismos historia social ofrece herramientas para el estudio de quiénes son los secto-
res populares, qué piensan y sienten y cómo interpretaron sus acciones. A
Los estudiosos del populismo han tratado de entender las acciones de los modo de ejemplo, se resumirán los trabajos de Daniel James sobre el
seguidores de los líderes populistas. Algunos autores, como Gino Germani, peronismo.
basaron sus argumentos en las teorías de la sociedad masa, otros han cues- James (1988a, 1988b) estudia la historia social de la clase obrera argenti-
tionado estas interpretaciones con argumentos estructuralistas que dan prio- na entre 1946 y 1976, demostrando cómo el peronismo formó y fue formado
ridad a la racionalidad instrumental de los seguidores; por último, análisis por los obreros. Reconoce la superioridad de los análisis que resaltan la
recientes van más lejos al considerar los valores, las ideologías y las accio- racionalidad instrumental de los obreros frente a las interpretaciones que
nes de los actores. destacan su irracionalidad, pero cuestiona la validez de esta visión
La experiencia del fascismo y del nazismo llevan a Germani a interpretar economicista de la historia. Si bien el peronismo respondió a las necesida-
la acción colectiva de los sectores populares en el peronismo como irracio- des reprimidas de la clase obrera, todavía se tiene que analizar por qué se
nal y anómica. Los cambios estructurales bruscos, producto de una indus- las solucionó dentro del peronismo y no de otras corrientes políticas que
trialización acelerada, se tradujeron en “masas disponibles”, “anómicas” y tenían a los obreros como a los destinatarios de sus discursos.
presa fácil de los poderes demagógicos de líderes carismáticos. Esta visión
conservadora de los actores sociales homogeiniza a los diversos actores Lo que tenemos que entender es el éxito del peronismo, su distintividad,
bajo la categoría genérica de “masas” y por lo tanto no permite el análisis de por qué su apelativo político aparecía como más creíble para los traba-
los significados de su acción colectiva que son denigrados a priori como jadores, qué áreas tocó que otros no lo hicieron. Para esto necesita-
irracionales. mos tomar en serio el apelativo ideológico y político de Perón y exami-
Una explicación alternativa del apoyo obrero a Perón enfatiza la racionali- nar la naturaleza de su retórica y compararla con la de sus rivales.
dad de las acciones de los sectores subalternos (Muráis y Portantiero, 1971; (James, 1988a: 14.).
Spalding, 1977). A diferencia de los gobiernos anteriores, Perón como secre-
tario de Trabajo (1943-5) atendió a las demandas obreras de seguridad social
Pese a que la cultura obrera militante siguió presente en algunos sectores
obreros, la década infame (1930-43) fue interpretada y vivida “como una épo-
ca de frustración y humillación individual y colectiva” (Ibíd.: 25). Esta fue una plares de periódicos antiperonistas. Uno de sus objetivos favoritos fueron los
época de disciplina dura en la fábrica en la que el fantasma del desempleo y estudiantes. Al grito de “alpargatas sí, libros no” varios estudiantes, sobre
la consiguiente degradación estaban siempre presentes. Las percepciones todo los niños bien engominados, fueron objeto de la burla y a veces de la
de humillación o de cinismo de los trabajadores se manifiestan en las letras violencia obrera. Gritando “menos cultura y más trabajo” lanzaron piedras a
de los tangos de la época. James (1988a: 26-27) señala que si bien los las universidades. En Rosario la columna central de manifestantes iba pre-
temas tradicionales del tango, la traición amorosa, la nostalgia por el pasado cedida por un burro que tenía colgada una pancarta que decía algo “ofensivo
y la valoración del coraje siguen presentes, en esta época se dan dentro de a profesores universitarios y a ciertos periódicos”. En La Plata, el 18 de
un nuevo contexto social. Las letras recomiendan la adopción de los valores octubre, los obreros se apoderaron de un ataúd con el cual marcharon por
dominantes de la época: el egoísmo y la inmoralidad. Se llega aun a propo- los barrios de la clase alta con una pancarta en la que se leía algo “hostil a
ner que frente a la resignación al orden social injusto, la alternativa es la mala estudiantes y periódicos”. Además, unos muchachos hicieron gestos obsce-
vida: la prostitución y el crimen. Además, James analiza cómo las degrada- nos y enseñaron el trasero a señoras de clase alta. Los monumentos a los
ciones de los obreros de la época se expresan en silencios, vivencias perso- próceres, considerados como sagrados, aparecieron llenos de slogans
nales que no podían verbalizarse y manifestarse en la arena pública. Explica peronistas.
el éxito de Perón, por su habilidad para recoger las experiencias privadas de ¿Cómo explicar estas acciones obreras que parecieron, tanto a las élites
los trabajadores y volverlas públicas, por su capacidad de tomar la concien- como a la izquierda, actos de barbarismo del lumpen del interior del país?.
cia obrera, sus estilos de vida y valores como estaban y afirmar su valor. James demuestra cómo las acciones obreras tenían una racionalidad. Ata-
(Ibíd.: 22). caron los símbolos que marcaban su exclusión de la esfera pública: universi-
Las movilizaciones populares que van desde el 17 de octubre de 1945 dades y estudiantes, así como clubes sociales y la prensa. Además sus
hasta la victoria de febrero de 1946 son eventos privilegiados en el análisis de acciones constituyeron una forma de “contra-teatro” a través del cual se ridi-
James (1988a: 32-33; 1988b) para entender los significados contradictorios culizó y abusó de los símbolos de autoridad y pretensión de las élites argen-
del peronismo. El 9 de octubre de 1945 el general Perón renunció a sus tinas, así como se afirmó el orgullo de ser obreros. Los obreros, excluidos de
puestos de vicepresidente y de secretario de Trabajo. El día 13 fue arrestado. la esfera pública, intentaron, en resumen, “imponer su poder simbólico y la
En los días 17 y 18 los obreros de la capital y otras ciudades de provincia legitimidad de sus demandas de representación y reconocimiento, de la rele-
realizaron grandes movilizaciones exigiendo su liberación. vancia social de su experiencia como obreros, de sus valores y organización
El espíritu festivo y carnavalesco10 de estos eventos contrastaba con las en la esfera pública” (James, 1988b: 454).
movilizaciones obreras del 1° de Mayo organizadas por comunistas y socia- Los obreros marcharon desde los suburbios hasta las plazas. Su presen-
listas. En lugar del desfile ordenado, sobrio y solemne, los obreros en los cia fue vista por las élites y clases medias como la irrupción de la barbarie,
días 17 y 18 de octubre cantaron tonos populares, usaron grandes tambores, de los “cabecitas negras”, en lugares consagrados sólo para la “gente bien”.
bailaron en las calles, se disfrazaron con ropas tradicionales de gauchos e Los habitantes de la ciudad se autoentendían como el pueblo, como los
inscribieron con tiza el nombre de Perón en las paredes de la ciudad. Tal fue ciudadanos que tenían derechos y obligaciones en la esfera pública repre-
la sorpresa de la prensa de izquierda que no se los reconoció como obreros, sentada por la plaza. El desafío a la jerarquía espacial, la invasión al centro
sino como marginados y lumpen. Por ejemplo, la prensa comunista los ca- de la ciudad, a la Plaza de Mayo, donde reside el poder político, fue una
racterizó como “clanes con aspecto de murga” liderados por elementos del afirmación de los derechos de los obreros a la ciudadanía, a ser parte de la
“hampa” tipificados en la figura del “compadrito” (James, 1988b: 451). esfera pública.
Los obreros atacaron instituciones que simbolizaban y transmitían las
relaciones de subordinación social. Sus principales blancos fueron los ca- Conclusiones: las paradojas del populismo para la democracia
fés, bares y clubes de la élite. También lanzaron piedras y quemaron ejem-
A lo largo del ensayo se ha enfatizado la necesidad de estudiar los signi-
ficados ambiguos y contradictorios de las experiencias populistas. Se ha
propuesto el análisis histórico social de la acción colectiva que generaron

10
En el sentido que da Bakhtin (1984) al carnaval como el mundo al revés.
estos movimientos, así como de los discursos políticos de la época a través Bibliografía
del análisis de los eventos discursivos. Esta propuesta de estudio del Alvarez Junco, José, “Magia y ética en la retórica política”, en Alvarez
populismo toma en consideración tanto los discursos y acciones del líder, Junco, J. (ed.), Populismo, caudillaje y discurso demagógico, C.I.S., Madrid,
como las respuestas y expectativas autónomas de los seguidores. Además, 1987.
presta atención a los mecanismos concretos de articulación electoral, Angeill, Alan, “Party Systems in Latin America”, en Veliz, C. (ed.) Latin
contextualizándolos dentro de las culturas políticas. A modo de conclusión America and the Caribbean, a handbook, Anthony Blond, 1968.
se señalan algunas consecuencias de los populismos. Bakhtin, Mikhail, Rabelais and his World, Bloomington, 1984, Indiana
Tal vez el principal efecto del populismo fue el acceso, para grandes gru- University Press. Braun, Herbert, The Assassination of Gaitán. Public Life
pos sociales, a la dignidad simbólica de ser alguien, de ser seres humanos, and Urban Violence in Colombia, Madison, 1985, University of Wisconsin
en sociedades excluyentes y racistas. La “chusma” de Gaitán y Velasco Press.
Ibarra, “los descamisados” de Perón, se transformaron en el baluarte de la Collier, David, “The Bureaucratic-Authoritarian Model: Synthesis and
verdadera nación en su lucha contra la antinación oligárquica. Esta búsque- Priorities for Future Research”, en Collier, D. (ed.), The New Authoritarianism
da de legitimación y apoyo de las élites en el pueblo, de poner en el centro in Latin America, Princeton, 1979, Princeton University Press.
de la política a sectores que antes se consideraban “indignos” o simplemen- Cueva, Agustín, El proceso de dominación política en el Ecuador, Quito,
te “no preparados para la vida pública”, es en cierta forma irreversible. Como 1988, Planeta.
las últimas experiencias de dictadura y democratización en el Cono Sur han de Ipola, Emilio, “Populismo e ideología”, Revista Mexicana de Sociología,
puesto de manifiesto, una vez que el pueblo se activa no se lo puede desactivar Año XLI, Vol. XLI, N° 3, 1979.
permanentemente. de Ipola, Emilio, Ideología y discurso populista, Buenos Aires, 1983, Folios.
La presencia política de sectores excluidos que se dan con el populismo de Tocqueville, Alexis, La democracia en América, Madrid, 1961, Alianza.
tiene efectos ambiguos y contradictorios para las democracias de la región. Di Tella, Torcuato, “Populismo y Reformismo”, en Ianni, O. (ed.), Populismo
Por un lado al incorporarlos, ya sea a través de la expansión del voto o a y Contradicciones de clase en Latinoamérica, México, 1975, Era.
través de su presencia en el ámbito público, en las plazas, el populismo es Drake, Paul, “Conclusion: Requiem for Populism?”, en Conniff, M.L. (ed.),
democratizante. Pero, a la vez esta incorporación y activación popular se da Latin American Populism in Comparative Perspective, Albuquerque, 1982b,
a través de movimientos heterónomos que se identifican acríticamente con University of New Mexico Press.
líderes carismáticos que en muchos casos son autoritarios. Además el dis- Germani, G., Política y Sociedad en una Epoca de Transición, Buenos
curso populista, con características maniqueas, que divide a la sociedad en Aires, 1971, Paidós.
dos campos antagónicos pues no permite el reconocimiento del otro, pues la Ianni, Octavio, “Populismo y Contradicciones de Clase”, en Ianni, O. (ed.),
oligarquía encarna el mal y hay que acabar con ella. Este último punto, Populismo y Contradicciones de Clase en Latinoamérica, México, 1973, Era.
señala una de las grandes dificultades para afianzar la democracia en la Ianni, Octavio, La Formación del Estado Populista en América Latina,
región. En lugar de reconocer al adversario, de aceptar la diversidad y de México, 1975, Era.
proponer el diálogo, que en sí incluye el conflicto mas no la destrucción del Jamés, Daniel. Resistance and Integration: Peronism and the Argentine
otro, los populismos a través de su discurso buscan acabar con el adversario Working Class, 1946-1976, Cambridge, 1988a, Cambridge University Press.
e imponer su visión autoritaria de la “verdadera” comunidad nacional.11 James, Daniel, “October l7th and l8th, 1945: Mass Protest, Peronism and
the Argentine Working Class”, Journal of Social History, Spring, 1988b.
Laclau, Ernesto, Politics and Ideology in Marxist Theory, Londres, 1977,
Verso.
Laclau, Ernesto, “Populismo y Transformación del Imaginario Político en
América Latina”, Cuadernos de la Realidad Nacional, N° 3, Quito, 1988, CIRE.
Lechner, Norbert, “Cultura política y democratización”, David y Goliath,
11
Año XIV, N° 46, 1984.
Los populismos no son los únicos regímenes que no reconocen los derechos de los
Maiguashca, Juan, y North, Lisa, “Orígenes y significados del Velasquismo:
opositores. Tanto las dictaduras como los regímenes electos han reprimido, silenciado y, a
veces, asesinado a sus adversarios. lucha de clases y participación política en el Ecuador, 1920-1972”, en Quin-
tero, R. (ed.), La Cuestión Regional y el Poder, Quito, 1991, Corporación
Editora Nacional. Tilly, Charles, “Collective Violence in European Perspective”, The Working
Malloy, James, “Authoritarianism and Corporatism in Latin America”, en Paper Series, N° 56, New York, 1988, The New School for Social research.
Malloy, J. Torres Ballesteros, Sagrario, “El Populismo: un concepto escurridizo”, en
(Cita n°11 que continua de la pag. Anterior ) Alvarez Junco, J. (ed.), Populismo, Caudillaje y Discurso Demagógico, Ma-
(ed.), Authoritarianism and Corporatism in Latin America, Pittsburgh, 1977, drid, 1987, Centro de Investigaciones Sociológicas.
University of Pittsburgh Press. Touraine, Alain; América Latina, Política y Sociedad, Madrid, 1989, Espasa
Malloy, James, “The politic of Transition in Latin America”, en Malloy, J. y Calpe.
Selligson, M. (eds.), Authoritarians and Democrats: Regime Transition in Latin Willner, Ann Ruth, The Spellbinders. Charismatic Political Leadership, New
America, Pittsburgh, 1987, University of Pittsburgh Press. Haven, 1984, Yale University Press.
Martin Arranz, Raúl, “El liderazgo carismático en el contexto del estudio Williams, Raymond, Key Words, New York, 1976, Oxford Urtiversity Press.
del liderazgo”, en Alvarez Junco, J. (ed.), Populismo, Caudillaje y Discurso
Demagógico, Madrid, 1987, Centro de Investigaciones Sociológicas.
Martz, John, “The Regionalist Expression of Populism: Guayaquil and the
CFP, 1948- 1960, Journal of Interamerican Studies and World Affairs, Vol. 22,
N° 3, 1980.
Menéndez-Carrión, Amparo, La conquista del voto en el Ecuador: de Velasco
a Roldós, Quito, 1986, Corporación Editora Nacional.
Murmis, Miguel, y Portantiero, Juan Carlos, Estudios sobre los orígenes
del peronismo, Buenos Aires, 1971, Siglo X)(I.
Pickering, Paul, “Class without Words: Symbolic Communication in the
Chartist Movement”, Past and Present, N° 112, 1986.
Popular Memory Group, “Popular Memory: theory, politics, method”, en
Johnson, R., Mc Lennan, G., Schwarz, B. y Sutton, D. (eds.), Making Histo-
ries, Minneapolis, 1982, University of Minneapolis Press.
Quintero, Rafael, El mito del Populismo en el Ecuador, Quito, 1980,
FLACSO.
Roxborough, Ian, “Unity and Diversity in Latin American History, Journal of
Latin American Studies, N° 16, 1984.
Sigal, Silvia, y Verón, Eliseo, “Perón: Discurso Político e Ideología”, en
Rouquié, A. (ed.), Argentina Hoy, Buenos Aires, 1982, Siglo XXI.
Spalding, Hobart, Jr., Organized Labor in Latin America: Historical Case
Studies of Urban Workers in Dependent Societies, New York, 1977, Harper
Torchbooks.
Stedman Jones, Gareth, “The Language of Chartism”, en Epstein, J. y
Thompson, D. (eds.), The Chartist Experience: Studies in Working-Class
Radicalism and Culture, 1830- 60, Londres, 1982.
Stein, Steve, Populism in Perú, 1980, University of Wisconsin Press.
Stein, Steve, “Populism in Perú: APRA, the Formative Years”, en Conniff,
M.L. (ed.), Latin American Populism in Cotnpnrative Perspective, Albuquerque,
1982, University of New Mexico Press.
Tilly, Charles, From Mobilization to Revolution, Londres, 1978, Addison
Wesley.
Capítulo 1
MÉXICO, c. 1930-1946

Tras el estallido de la Revolución en 1910, México vivió un decenio de con-


flictos violentos al que siguió otro de reconstrucción política y económica. La
campaña revolucionaria destruyó el antiguo régimen de Porfirio Díaz, liquidó su
ejército e instaló en el poder a una coalición que era heterogénea y, al mismo
tiempo, muy influida por las fuerzas del norte y comprometida en líneas gene-
rales con un proyecto de construcción del Estado y de desarrollo capitalista. Aun-
que, en lo que se refiere a estos objetivos generales, los líderes revolucionarios
siguieron precedentes porfirianos, los medios que emplearon eran muy distintos,
como lo era también el entorno sociopolítico en el cual actuaron. Es cierto que
la Revolución no había revolucionado la economía mexicana. El antiguo patrón
de crecimiento capitalista inducido por las exportaciones —el llamado «desarro-
llo hacia afuera»— no había sufrido ningún cambio fundamental. Las incli-
naciones nacionalistas del régimen en el terreno económico, expresadas en la
Constitución de 1917, provocaron disputas con Estados Unidos, pero no se pro-
dujo una ruptura total y en 1929 las inversiones directas de los estadounidenses
en México fueron superiores a las de 1910. Además, pese al descenso de la pro-
ducción de petróleo después de 1921, la economía se recuperó y creció, al menos
hasta 1927. En cambio, la Revolución cambió fundamentalmente la vida social
y política de México, aunque a menudo fue de un modo no planificado e im-
previsto. La movilización armada de 1910-1920 cedió ante formas nuevas de mo-
vilización institucional: ligas campesinas, sindicatos y gran número de partidos
políticos, de izquierdas y de derechas, grandes y pequeños. El resultado no fue
una decorosa política liberal, como la que Francisco Madero había propugnado
en 1910; pero tampoco fue un sistema autocrático cerrado, personalista, como el
que Díaz había mantenido hasta el fin. La nación política se había ensanchado
y ahora era quizá la mayor de América Latina; se estaba gestando una forma
de política de masas, agitada, a veces radical, a menudo violenta y corrupta.
No es posible generalizar cuando se habla de esta clase de política. Formaban
parte de ella los caciques locales y caudillos regionales (muchos de ellos, pero no
todos, de origen nuevo y revolucionario); el agrarismo radical, como en el caso
de Morelos, y los propietarios conservadores, como en el de Chiapas; el anti-
clericalismo revolucionario y la acción social católica (por no hablar del clerica-
14 HISTORIA DE AMERICA LATINA

lismo conservador católico); un pretorianismo agresivo y ambicioso, y una inci-


piente tecnocracia civil.
Una de las grandes preocupaciones del gobierno central, especialmente du-
rante la presidencia de Plutarco Elias Calles (1924-1928) fue el control y la
cooptación de estas facciones rivales fisiparas. Para ello Calles hizo la guerra
contra la Iglesia, en el campo de batalla y en el aula; redujo y profesionalizó el
inflado ejército; favoreció al movimiento obrero, en especial a la Confederación
Regional Obrera Mexicana (CROM), oficialista y encabezada por Luis N. Moro-
nes; y toleró —a veces estimuló tácticamente— la movilización de los campe-
sinos. Si bien el control estatal de la sociedad civil aumentó así (dada la cuasi
anarquía del período 1910-1920, difícilmente podía disminuir), el Estado que
-construyeron los líderes de Sonora (1920-1934) no era un leviatán autoritario.
La tumultuosa sociedad civil de los años veinte desafió dicho control. Los cris-
, teros combatieron a Calles hasta alcanzar un sangriento punto muerto; los ca-
ciques y caudillos locales se opusieron a la expansión del poder estatal; y el
ejército se rebeló dos veces. Las élites regionales, tales como la poderosa plan-
tocracia yucateca, se resistieron a las reformas de los que se proclamaban callis-
tas. Los obreros y los campesinos organizados optaban frecuentemente por aliar-
se con el Estado, pero solía tratarse de una alianza condicional y táctica y había
muchos ejemplos de disidencia popular.
El panorama político era muy diferente del que existía durante el porfiriato,
con su control personalista y centralizado, su estrecha política de camarillas y su
rotunda negativa a que las masas participasen en la política. En tiempos de Díaz
se daban casos de disidencia y protesta populares, pero normalmente eran sofo-
cados con rapidez; no adquirieron una forma institucional y, por supuesto, no se
establecieron en el Estado porfiriano mismo. Es más, en el decenio de 1920 las
exigencias y la retórica de los movimientos populares —y de los políticos que
procuraban sacar provecho de los mismos— ya mostraban un radicalismo nuevo,
, una confianza inédita en sí mismos. La Revolución había socavado las antiguas
certidumbres sociales y la deferencia que las acompañaba. La CROM, la confe-
deración obrera oficial dominante, no era un simple cascarón del Estado callista:
obligaba a los patronos a contar con los obreros como nunca antes. Los sindi-
catos independientes, tales como el de los ferroviarios y el de los petroleros
(trabajadores del petróleo), se hallaban situados más a la izquierda, se resistían al
.abrazo de la CROM y se apoyaban en su propia fuerza industrial. De igual ma-
nera, el campesinado, que seguía constituyendo el grueso de la población, mos-
traba un talante diferente en comparación con la época prerrevolucionaria. Des-
pués de todo, los campesinos habían sido las fuerzas de choque de la Revolución.
Es cierto que la reforma agraria oficial tardó en llegar y fue gradual: en 1930
sólo el 9 por 100 del valor de la tierra de México se había traspasado a propie-
dades ejidales (comunales). Pero estas cifras son engañosas y probablemente
subestiman la escala del reparto de tierra; ciertamente no reflejan los cambios
que la Revolución introdujo en las relaciones sociales y en la mentalidad. Los
terratenientes conservaban en su poder el grueso de su tierra, pero en condicio-
nes diferentes, más difíciles y onerosas. Puede que —en general— sus peones re-
sidentes siguieran siendo dóciles; pero los habitantes de los poblados vecinos,
que tenían derecho a pedir tierra, presentaban una amenaza constante y enerva-
dora. Por tanto, los terratenientes tenían que lidiar con un campesinado cada vez
MÉXICO. C. 1930-1946 15

más organizado y un Estado que, en sus manifestaciones regionales y nacionales,


en modo alguno les era tan favorable y tan fiable como su predecesor porfiriano.
Algunos terratenientes ya se habían arruinado durante la Revolución de 1910-1920;
muchos tenían que soportar ahora impuestos más gravosos, mercados inestables
y costes salariales más elevados. La clase terrateniente anhelaba la belle époque
del porfiriato y lamentaba el surgimiento de agraristas problemáticos y de polí-
ticos advenedizos y demagógicos que les daban aliento. Algunos terratenientes
actuaron con prudencia y desviaron su capital hacia la industria y el comercio ur-
banos, con lo cual aceleraron la muerte de la hacienda tradicional, acaparadora
de tierras con su mano de obra barata. La clase terrateniente (que, huelga de-
cirlo, variaba de una región a otra) no fue eliminada por la Revolución, pero
resultó severamente desgastada, y en algunos estados, como Morelos profun-
damente debilitada. Así, mucho antes de la cirugía radical del decenio de 1930
el sistema de la hacienda mostraba los síntomas de una progresiva anemia debi-
litante, y sus futuros legatarios ya se estaban reuniendo alrededor del lecho del
enfermo.
Mientras tanto, aunque la extrema violencia a escala nacional del período
1910-1920 había disminuido, la violencia local y la regional continuaban siendo
endémicas. La masiva movilización campesina generada por la guerra de los cris-
teros en 1926-1929 asoló el México centrooccidental. En las localidades, el
terrateniente luchaba contra el campesino, el agrarista contra el cristero. Los ca-
ciques combatían por el poder; las comunidades, por la tierra o por su indepen-
dencia corporativa. La nave del Estado sonorense subía y bajaba empujada por las
olas de una sociedad agitada. A veces —la perspectiva del tiempo transcurrido
nos permite sugerirlo— México amenazaba con seguir el mismo camino que
Colombia después de 1949: esto es, hacia un conflicto faccionalista, autónomo
y endémico, por el estilo de la Violencia. Que no llegara a ocurrir se debió en
cierta medida al arte de gobernar de que dio muestra la facción victoriosa: de
Venustiano Carranza, Alvaro Obregón y, sobre todo, Calles, que nunca perdieron
de vista la necesidad de integrar y reconstruir la nación. Más importante fue el
hecho de que la violencia endémica de México era el resultado de una auténtica
revolución social, no un sucedáneo de la misma. No era simplemente la violen-
cia sin objeto, embrutecedora, de facciones recalcitrantes, tampoco la violencia
que repetidamente perpetraba el antiguo régimen porfiriano. Y la acompañaba
una serie de fenómenos importantes derivados de la Revolución: una movilidad
social y espacial más marcada, la migración, así nacional como internacional; la
ascensión de nuevos grupos y familias empresariales; la expansión de los pro-
gramas de enseñanza; el indigenismo y el arte «revolucionario».
Por consiguiente, a finales del decenio de 1920 la Revolución ya había pro-
ducido cambios importantes en la sociedad y la política mexicanas. A pesar de
ello, el resultado de la Revolución seguía sin estar claro. Su curso seguía avan-
zando y había opiniones muy diferentes sobre adonde se dirigía. Clases, facciones
y regiones disputaban unas con otras; creció el control que ejercía el Estado sobre
la sociedad civil, pero incluso con el patrocinio por parte de Calles del nuevo par-
tido oficial, el Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929, dicho control con-
tinuaba siendo desigual y a veces tenue. Se iba avanzando hacia la consecución
de los amplios objetivos revolucionarios de construcción del Estado y desarro-
llo capitalista, pero el avance era lento y tropezaba con frecuentes obstáculos.
16 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Y había serias discrepancias —incluso entre la élite gobernante— sobre los me-
jores métodos que debían adoptarse.
Por algún tiempo, durante la favorable coyuntura fiscal y económica de
1924-1926, pareció que el nuevo gobierno de Calles estaba imbuido de cierta
confianza. La reforma de la banca y las obras públicas daban testimonio de los
crecientes poderes del Estado. Con la intención de poner en práctica los contro-
les constitucionales impuestos a la Iglesia y a la industria del petróleo, Calles de-
safió audazmente tanto a los católicos como a los gringos. Sin embargo, pronto
tuvo que hacer frente a la revuelta cristera, al conflicto con Estados Unidos y al
deterioro de la situación económica. El proyecto callista empezó a tambalearse
y el presidente se desplazó hacia la derecha. En julio de 1928 el asesinato de
Alvaro Obregón, ex presidente (1920-1924) y presidente electo en el momento
de su muerte, sumó la crisis política a la recesión económica, que en México fue
anterior a la crisis económica mundial de 1929. Calles respondió con habilidad,
desplegando sus dotes de estadista. Rehusó prolongar su presidencia y prefirió
ejercer el poder entre bastidores. Así, tres presidentes sucesivos (Emilio Portes
Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez) gobernaron durante el sexenio
siguiente mientras Calles, el «jefe máximo», ejercía el poder detrás del trono;
de aquí viene el título convencional que se da a este período de transición: el
maximato.
El maximato fue transicional en dos sentidos. En primer lugar, durante el
mismo hubo un claro desplazamiento del gobierno personalista al institucio-
nal. Tras proclamar el fin de la política caudillesca, Calles convocó una asam-
blea del nuevo partido revolucionario oficial, el PNR, a principios de 1929. En
el curso de aquel año agitado se aplastó una revuelta militar obregonista; se
llegó a una conclusión negociada de la guerra cristera; y Ortiz Rubio, el insul-
so candidato del PNR, arrolló a la oposición liberal y antirreeleccionista de José
Vasconcelos en las elecciones presidenciales de noviembre. Así pues, pode-
mos situar en 1929 el comienzo de la hegemonía ininterrumpida del partido
oficial.
No obstante, la institucionalización política del maximato fue acompañada
del crecimiento de los conflictos sociales y la polarización ideológica. Aquí se
encuentra la génesis del cardenismo, el movimiento político ligado al presidente
Lázaro Cárdenas fue fruto de su tiempo; dio su nombre a un período que —a pe-
sar de la supremacía presidencial mexicana— le moldeó a él antes que lo con-
trario. No obstante, es válido ver la historia de México en el decenio de 1930 como
la crónica de la ascensión y la dominación del cardenismo: proyecto nacionalista
y radical que afectó fundamentalmente a la sociedad mexicana y que representó
la última gran fase reformadora de la Revolución. No es menos cierto que el de-
cenio de 1940 presenció el ocaso del cardenismo: el debilitamiento de su políti-
ca, la eliminación de sus cuadros políticos, la ascensión de nuevos líderes entre-
gados a otro proyecto.

Ningún historiador pone en duda la importancia del cardenismo, pero muchos


discrepan en lo que concierne a su carácter. Tradicionalmente tanto los seguido-
res como los adversarios de la ortodoxia revolucionaria han considerado que en
el cardenismo culminó la Revolución social. Otros lo han presentado como un in-
termedio dramático y radical dentro del proceso revolucionario, una desviación
MÉXICO, C. 1930-1946 17

casi bolchevique a ojos de algunos. En estudios recientes se ha vuelto a hacer


hincapié en las continuidades, aunque de un tipo diferente: las de la construcción
del Estado, el corporativismo y el desarrollo capitalista. Aquí el cardenismo en-
caja perfectamente en la Revolución, pero no se trata de la Revolución como
vehículo de la redención nacional y del radicalismo popular, sino del estatismo y
de la acumulación de capital.
Toda evaluación del cardenismo debe trascender los límites de la presiden-
cia de Cárdenas. Su historia no es la de un único hombre, ni siquiera la de un
solo sexenio. Tuvo sus orígenes en dos amplias tendencias socioeconómicas que
se cruzaron con dos crisis políticas más específicas. En lo que se refiere a las
alineaciones ideológicas, personales y de clase, es verdad que el cardenismo re-
cuerda la Revolución de 1910. Pero también fue fruto de la depresión y de los
conflictos sociales y replanteamientos ideológicos que ésta provocó. Si la pri-
mera fue una influencia autóctona, la segunda puede compararse con lo ocurri-
do en el conjunto de América Latina. El cardenismo también nació de sucesivas
crisis políticas: la asociada con el asesinato de Obregón en 1928, que condujo a
la formación del PNR; y otra más importante, a saber, la batalla por el control
del partido y el gobierno que culminó con la lucha entre Calles, el jefe máximo,
y Cárdenas, el presidente, en 1935-1936.
Esta lucha debe verse teniendo presente su trasfondo político inmediato: la
creación del partido oficial, PNR, en 1929; la derrota de los militares obrego-
nistas que se rebelaron aquel mismo año; y la manipulación, la humillación y,
finalmente, la caída del maleable presidente Ortiz Rubio en 1932. Esta secuencia
de acontecimientos demostró tanto la consolidación paulatina del régimen nacio-
nal como el omnipresente poder personal de Calles, que controló al nuevo pre-
sidente, Abelardo Rodríguez (1932-1934), de modo menos descarado pero no
menos real. El logro de Calles —el mantenimiento del poder personal detrás y
a pesar de la institucionalización formal de la política que él mismo había
iniciado— fue más precario de lo que parecía a muchos. Le había granjeado
numerosos y cordiales enemigos políticos; e hizo que cualquier presidente en-
trante (en especial el orgulloso y obstinado Cárdenas, que había presenciado
desde muy cerca la destrucción de Ortiz Rubio) fuera muy consciente del dilema
que se le planteaba en sus relaciones con el jefe máximo: ¿mostrarle deferen-
cia o desafiarle?

C Los enemigos y los críticos de Calles y el callismo crecieron en número a


^ consecuencia de los efectos de la depresión. Su impacto en México fue más acu-
mulativo que instantáneo, y menos serio y prolongado que en economías basadas
en el monocultivo como la chilena o la cubana. El país ya había sufrido por cau-
sa de la caída de los precios de las exportaciones, la deflación y la contracción de
Via economía desde 1926. Entre 1929 y 1932 el comercio exterior descendió en
unos dos tercios; la capacidad de importar quedó reducida a la mitad; el desem-
pleo creció, inflado por la repatriación de unos trescientos mil mexicanos que
habían emigrado a Estados Unidos. Sin embargo, dentro de la gran «lotería de
los productos» de la depresión, México fue relativamente afortunado. El oro,
la plata y el petróleo, que representaban conjuntamente tres cuartas partes de las
exportaciones mexicanas, no sufrieron una caída tan extrema de la demanda y
los precios como la que afectó a otras materias primas; asimismo, el empleo en
18 HISTORIA DE AMERICA LATINA

el sector de exportación era pequeño (sólo un 3 por 100 de los trabajadores no


rurales generaba dos tercios de los ingresos de exportación de México), por
lo que las repercusiones en los salarios, el empleo y los niveles de vida fueron
menos acentuadas que en economías como la brasileña, por ejemplo, que vi-
vían de la exportación agraria basada en una fuerza de trabajo masiva. Mien-
tras tanto, el importante sector de la agricultura de subsistencia de México se
recuperó de las malas cosechas de 1929-1930 (el clima resultó benignamen-
te contracíclico), a la vez que la industria manufacturera —que satisfacía la
demanda nacional— se veía afectada de forma menos severa que la industria
extractiva y pudo beneficiarse de la imposibilidad de importar. La depresión
estimuló de esta manera un proceso de industrialización de sustitución de im-
portaciones.
Entre 1929 y 1932, por tanto, es posible que el producto interior bruto (PIB)
de México disminuyera en alrededor del 16 por 100. Es difícil evaluar el efecto
que esta recesión surtió en las masas. No hay duda de que los salarios reales des-
cendieron (también en este caso la tendencia ya se observa en 1927) y algunos
historiadores identifican una fase de «movilización frecuente pero fragmentaria»
—caracterizada por huelgas, ocupaciones de tierras, y marchas del hambre— que
coincidió con la depresión económica.
Es más claro que la militancia popular, que siguió los patrones habituales, se
, hizo más acentuada a medida que la economía fue reactivándose lo cual se pro-
dujo con cierta rapidez, gracias en parte a la política reflacionaria keynesiana que
adoptó Alberto Pañi en su condición de secretario de Hacienda (1932-1933). Pañi
aumentó la oferta monetaria (31 por 100 en 1932, 15 por 100 en 1933), y sacri-
ficó el peso en aras del crecimiento. Las exportaciones, el empleo y los salarios
reales se recuperaron. En 1934 el PIB volvía a encontrarse ya en los niveles
de 1929, el peso se estabilizó y la perspectiva económica era alentadora. Así
pues, Cárdenas subió al poder en el momento en que los efectos de ,1a depresión
retrocedían, aun cuando sus repercusiones políticas seguían notándose. Para mu-
chos el maximato (1928-1934) había sido un período difícil, y la sucesión presi-
dencial ofrecía ahora una apertura política a través de la cual podían encauzarse
los agravios populares acumulados.
La élite política respondió a la depresión de distintas maneras y ello produ-
jo una polarización en el seno del naciente PNR. Para Calles y sus partidarios
—los «veteranos»— los acontecimientos recientes en modo alguno invalidaban
el modelo existente de desarrollo capitalista, el basado en la empresa privada,
las exportaciones, las inversiones extranjeras, el control riguroso de los obreros
y un Estado generalmente «pasivo». Al contrario, había que mejorar el modelo, y
restringir anomalías como la agricultura ejidal no era la medida menos impor-
tante que podía tomarse para ello. En 1930 Calles declaró que la reforma agra-
ria había sido un fracaso: el ejido fomentaba la pereza; el futuro estaba en la
agricultura capitalista, de propiedad privada. Se hicieron esfuerzos por concluir
rápidamente la reforma y la concesión de ejidos pasó a ser menos frecuente des-
pués del punto máximo de 1929. Otro factor que alarmó a Calles fue la agita-
ción obrera: el capital necesitaba seguridad para sacar al país de la recesión, y
era necesario tomar medidas severas para limitar las huelgas. Calles continuó
machacando el viejo tema anticlerical, motivo principal de la política en el de-
cenio de 1920, y el papel de la enseñanza como medio de transformación revo-
MÉXICO, C. 1930-1946 19

lucionaria. Los objetos adecuados para la ingeniería social sonorense no fueron


los medios de producción, sino las mentes. Se reavivó el anticlericalismo y el
nuevo secretario de Educación, Narciso Bassols, dio nuevo estímulo a la políti-
ca de laicización (1931). Tres años después, en su célebre Grito de Guadalajara,
Calles pidió una revolución «psicológica», una «nueva conquista espiritual»
para ganar el corazón y el cerebro de los jóvenes para la Revolución. Calles y
sus «veteranos» se aferraron a las normas y las panaceas del decenio de 1920 y,
en medio del movimiento político y social de principios del de 1930, parecían
de forma creciente una fuerza favorable al conservadurismo, admirada por la de-
recha. En verdad que los ejemplos fascistas influyeron en el pensamiento de Ca-
lles, que citaba a Italia y a Alemania (así como a la Unión Soviética) como casos
de educación política coronada por el éxito.
Calles se daba cuenta de que una nueva generación estaba alcanzando la ma-
durez política, una generación para la cual las heroicidades de 1910 eran mitos o
historia y que cada vez se mostraba más desilusionada con la Revolución de tipo
sonorense. Rechazaba la ideología del decenio de 1920 —anticlerical, liberal en
lo económico, conservadora en lo social— y abogaba por cambios socioeconómi-
cos radicales. Participaba en el desplazamiento mundial desde el laisser-faire cos-
mopolita hacia el dirigismo nacionalista. Si, al igual que Calles, se inspiraba en
modelos extranjeros, era el New Deal o la planificación económica de la Unión
Soviética (mal interpretada, sin duda) lo que tenía importancia. Era imposible ha-
cer caso omiso de los hombres y las nuevas ideas, ni siquiera mientras Calles y
los callistas todavía gobernaban. A partir de 1930 se introdujeron de forma provi-
sional normas reformistas e intervencionistas. Una Ley Federal del Trabajo (1931)
ofreció concesiones en lo referente a los horarios, las vacaciones y los convenios
colectivos, a cambio de que el Estado reglamentara más rigurosamente las re-
laciones industriales. La derecha consideró que la nueva ley era peligrosamente
radical, la izquierda la criticó y la tachó de fascista, mientras que los más pers-
picaces se dieron cuenta de que los salarios mínimos podían reforzar la demanda
interna y beneficiar con ello a la industria. En 1934 se creó un Departamento
Agrario autónomo y un nuevo Código Agrario permitió por primera vez que los
peones de las haciendas solicitaran concesiones de tierra. El Código también ofre-
cía garantías a las propiedades particulares; tal ambivalencia reflejaba divisio-
nes profundas dentro del PNR. Del congreso que el partido celebró en 1933 salió
un Plan Sexenal que, pese a su falta de detalles políticos, contenía elementos del
nuevo planteamiento que exigía la nueva generación de tecnócratas, políticos e
intelectuales. El plan, que criticaba implícitamente el modelo sonorense, recalca-
ba el papel del Estado intervencionista y la necesidad de que fueran mexicanos
quienes explotaran los recursos de México; prometía a los trabajadores salarios
mínimos y el derecho a convenios colectivos; y subrayaba la importancia primor-
dial de la cuestión agraria, que requería soluciones radicales, incluyendo la di-
visión de las grandes propiedades.
Por consiguiente, en vísperas de la presidencia de Cárdenas el clima ideoló-
gico estaba cambiando con rapidez. Pero las ideas nuevas coexistían con los vie-
jos cuadros políticos, que impedían poner en práctica medidas radicales al mismo
tiempo que toleraban el radicalismo retórico que dejaba intacta la sustancia de su
poder. Tampoco la candidatura de Cárdenas pareció amenazar su posición. Al es-
coger a Lázaro Cárdenas como candidato oficial para las elecciones de 1934,
20 HISTORIA DE AMERICA LATINA

el PNR se inclinó hacia la izquierda; pero la vieja guardia se consoló pensando


que de esta forma podría controlarla mejor. Cárdenas había demostrado su ra-
dicalismo —sin salirse de los términos ortodoxos, institucionales— durante su
época de gobernador de Michoacán (1928-1932); pero en todo lo demás era
un político modelo que durante su carrera había pasado por las filas del ejército
revolucionario (donde por primera vez sirvió a las órdenes de Calles), ocupado
importantes puestos de mando en el decenio de 1920 y alcanzando la presidencia
del partido y la Secretaría de Guerra. Lugarteniente leal —aunque no colaborador
íntimo— de Calles, era un general clave en la jerarquía político-militar. Había
ayudado a aplastar cuartelazos y se había encargado de desarmar a los agraristas
de Veracruz en 1932. Aunque no fuese el primer elegido de Calles, era un candi-
dato seguro: en parte porque carecía de una base local (su sucesor en Michoacán
había desmantelado la maquinaria cardenista que hubiera allí) y en parte porque
parecía leal, hasta insulso y obtuso (reputación que su vida personal, austera, hon-
rada y puritana, reforzaba). Aunque la izquierda institucional del interior del PNR
respaldaba su candidatura, su historial no le granjeaba el apoyo de los obreros
ni de la izquierda independiente; los comunistas presentaron un candidato rival y
declararon que no estaban «ni con Calles ni con Cárdenas, sino con las masas
cardenistas».
Sin embargo, una vez le hubieron escogido candidato del partido, Cárdenas
empezó a dar muestras de una díscola heterodoxia. El alcance y la actividad de
su campaña electoral de 1934 superaron a los de todas las campañas anteriores
(con la posible excepción de la de Madero en 1909-1910). Viajando unos trein-
ta mil kilómetros, visitando ciudades, fábricas y pueblos, Cárdenas creó un estilo
peripatético que continuaría durante su presidencia y que le llevaría a desplazar-
se a las provincias en repetidas ocasiones (pasó más de un año del sexenio fuera
de Ciudad de México), a veces a comunidades remotas y lugares «casi inacce-
sibles» que, con gran consternación del séquito presidencial, hacían necesario
viajar a caballo o incluso, según se decía, nadar hasta la playa desde el barco pre-
sidencial.1 La campaña electoral y las giras posteriores dieron al presidente un
conocimiento directo de las condiciones que existían en el país y se dice que con-
tribuyeron a radicalizarle, lo cual parece verosímil. Unidos a su retórica refor-
mista, especialmente agrarista, estos viajes suscitaron las expectativas y las exi-
gencias populares; y demostraron a las comunidades remotas la realidad del
poder presidencial. Sin duda Calles y los conservadores se dijeron que estos bríos
del principio acabarían consumiéndose; que una vez se hubiera instalado có-
modamente en el palacio presidencial, todavía se le podría aplicar la vieja can-
ción que decía:

el que vive en esta casa


es el señor presidente
pero el señor que aquí manda
vive en la casa de enfrente.2

1. Rees, Ciudad de México, 19 de diciembre de 1939, FO (Foreign Office) 371/24217,


A359, Public Records Office, Londres.
2. Luis González, Historia de la Revolución mexicana, 1934-1940: Los días del presi-
dente Cárdenas, México, D.F., 1981, p. 44.
MÉXICO. C. 1930-1946 21

Después de la animada campaña electoral, las elecciones propiamente dichas


resultaron aburridas, muy diferentes de las contiendas de 1929 o 1940, y el nuevo
presidente, que obtuvo una victoria aplastante, asumió el poder en diciembre
de 1934 «en medio de la mayor calma posible».'
Pareció que también la estabilidad y la continuidad se vieron atendidas en la
composición del nuevo gabinete, en el que los callistas ocupaban algunos cargos
clave y pesaban más que los partidarios de Cárdenas. Las esperanzas de Calles
de que continuara el maximato se reflejaron en el disgusto de la opinión pública,
que veía en Cárdenas a otro pelele, y en los temores del propio Cárdenas de se-
guir el mismo camino que Ortiz Rubio. Mientras Cárdenas iba familiarizándose
con el aparato del poder, callistas recalcitrantes como el gobernador de Tabasco,
Tomás Garrido Canabal —cuyos excesos anticlericales empezaban a aumentar—,
se esforzaban por crear problemas y debilitar al nuevo ejecutivo.
Sin embargo, el control callista no era tan total como parecía; quizá nunca lo
había sido. En las provincias, el callismo de muchos caciques locales era nece-
sariamente provisional. Mientras la obediencia a Calles apuntalase el poder local,
eran sus partidarios, pero una crisis nacional podía provocar una racha de defec-
ciones. Así ocurrió en 1935-1936. A escala nacional, donde la política era más
volátil, el callismo andaba de capa caída. Sus adeptos seguían controlando secre-
tarías clave, puestos de mando del ejército y sindicatos, pero una nueva genera-
ción se agolpaba en la puerta, apartando a la generación «veterana» que había naci-
do en el decenio de 1880 y que había conquistado el poder durante la Revolución
armada. (Hay que señalar, sin embargo, que el progreso de los recién llegados
también hacía necesarias las alianzas con veteranos —Saturnino Cedillo, Juan An-
dreu Almazán, Cándido Aguilar— que tenían fuerza en San Luis, Nuevo León y
Veracruz, respectivamente, y estaban dispuestos a renegar de Calles.) Esta gene-
ración nueva significaba un cambio de carácter y de acento político. Sus miem-
bros tendían a ser más urbanos y cultos y menos obviamente norteños que sus
predecesores; y, como toda generación que sube, se concentraba en los defectos
de sus antepasados (sus pecados de comisión: el anticlericalismo, el militarismo,
la corrupción; sus pecados de omisión: las reformas agraria y laboral), y en su
lugar recalcaba la nueva política que se exponía en el Plan Sexenal. Eran libres
de hacer todo esto porque estaban menos ligados por los compromisos previos de
la mediana edad y de una carrera ya asentada. Los viejos revolucionarios habían
cumplido su «misión histórica», declararía más adelante Cárdenas; había llegado
el momento de que una generación nueva diese un paso al frente «para que las
masas puedan beneficiarse de perspectivas políticas diferentes, producidas por
hombres que están frescos».4
Las luchas internas de la élite eran tanto más significativas cuanto que coin-
cidían con las demandas y las presiones que se hacían evidentes en todo el país
y que la administración entrante tuvo que afrontar en seguida. Las élites rivales
manipulaban a las masas, pero hasta cierto punto también éstas manipulaban a
aquéllas. Así, todo presidente que ofreciera resistencia al control del jefe máxi-
mo, o que buscara el apoyo de las masas que se oponían al conservadurismo ca-

3. Farquhar, Ciudad de México, 6 de diciembre de 1934, FO 371/18705, A706.


4. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 57.
22 HISTORIA DE AMERICA LATINA

llista, tenía que desplazarse hacia la izquierda, hacia los sindicatos, cada vez más
combativos, y hacia el campesinado, cuya agitación iba en aumento. Porque aho-
ra, al reactivarse la economía, proliferaban las huelgas. Las cifras oficiales, que
muestran un incremento prodigioso (13 huelgas en 1933; 202 en 1934; 642 en
1935), son significativas, pero engañosas: reflejan un cambio de la política del
gobierno ya que aumentó el número de huelgas reconocidas como legales. Aun-
que cuesta obtener cifras relativas a las huelgas de facto, la evidencia no cuanti-
tativa es abrumadora: los paros laborales afectaron a los ferrocarriles (foco de ac-
tivismo sindical desde hacía mucho tiempo), las minas y las fundiciones, los
campos petrolíferos y las fábricas textiles. En el año 1934 hubo una oleada de
huelgas sin precedentes en estos sectores y en otros menos importantes. Sólo en
Ciudad de México había sesenta huelgas pendientes cuando Cárdenas asumió el
poder en diciembre; y en los primeros meses de 1935 hubo huelgas importantes
contra el Águila Oil Co., en los tranvías y los ferrocarriles, y en las haciendas
comerciales, así como conatos de huelga general en Puebla y Veracruz. Se ha di-
cho que Cárdenas heredó una «explosión sindical».5 Las reivindicaciones eran
básicamente económicas (algunos huelguistas pretendían recuperar lo que habían
perdido a causa de las reducciones salariales de años recientes), pero se expre-
saban con una combatividad inusitada. Una elevada proporción de huelgas se
declaraban por simpatía: los electricistas de Tampico fueron a la huelga para apo-
yar las reivindicaciones obreras contra la Huasteca Oil Co., y recibieron a su vez
apoyo de lugares tan lejanos como San Luis Potosí, Guanajuato, Yucatán, Mi-
choacán y Jalisco.
Este estado de cosas reflejaba tanto la radicalización de la política nacional
como la creciente complejidad de la organización de la clase trabajadora. Desde
su apogeo en el decenio de 1920 la CROM había perdido mucho apoyo. En 1929
Fidel Velázquez y los «cinco lobitos» se escindieron, llevándose consigo treinta
y siete sindicatos, incluido el grueso de los trabajadores organizados en la capi-
tal; les siguieron los electricistas y los ferroviarios —tradicionalmente bien or-
ganizados y combativos—, que formaron la Cámara de Trabajo. En 1933 la
CROM se dividió otra vez cuando el ala radical de Vicente Lombardo Toledano
rompió con el liderazgo de Morones. La CROM —debilitada políticamente des-
de el asesinato de Obregón— se encontró con que su número de afiliados que-
daba muy reducido a la vez que perdía irrecuperablemente el monopolio de la
representación obrera dentro del PNR y de las juntas de arbitraje laboral. Mien-
tras tanto los disidentes —la Federación Sindical del Distrito Federal (FSTDF)
de Velázquez, la CROM lombardista y otros grupos contrarios a la CROM, in-
cluidos los electricistas— se unieron en octubre de 1933 para formar la Confe-
deración General de Obreros y Campesinos de México (CGOCM), que hizo suya
una forma de sindicalismo más nacionalista y militante. También los comunistas,
empujados a la clandestinidad después de 1929, formaron un nuevo frente obre-
ro, la Confederación Sindical Unitaria de México (CSUM), que reclutó muchos
adeptos entre los maestros y los trabajadores rurales (especialmente en La Lagu-
na y Michoacán), en la capital y en el bastión conservador de Nuevo León. Las
diatribas que Calles y la CROM lanzaban contra el comunismo no eran exclusi-

5. Alicia Hernández Chávez, Historia de la Revolución mexicana. Período 1934-1940: La


mecánica cardenista, México, 1979, p. 140.
MÉXICO, C. 1930-1946 23

vamente fruto de la paranoia; en 1935 la línea oficial del partido ya impulsaban


a la CSUM y al Partido Comunista Mexicano (PCM) hacia la formación de un
frente común con fuerzas progresistas, entre las que se encontrarían la CGOCM
de Lombardo y, finalmente, el gobierno de Cárdenas.
Entretanto resucitó el espectro del agrarismo. Después del gran cataclismo de
1910-1915 la protesta agraria había disminuido o se había visto encauzada hacia
la reforma oficial —a menudo manipuladora— que alcanzó su apogeo en 1929.
La CROM había hinchado su fuerza nominal con la incorporación de campesi-
nos y se habían reclutado agraristas para combatir a los cristeros. Los antiguos
puntos de conflicto agrario, tales como el Morelos de Zapata, el Valle del Maíz
de Cedillo, habían experimentado el sedante de la reforma controlada; otros —La
Laguna, Michoacán— la represión concertada, así física como ideológica, de go-
bernadores, generales, terratenientes y no pocos clérigos. Sin embargo, en el de-
cenio de 1930 las corrientes represadas del agrarismo volvieron a crecer y ame-
nazaron con desbordarse. Los gobernadores de algunos estados ya habían dado
ejemplo: Adalberto Tejeda en Veracruz, Portes Gil en Tamaulipas, el propio Cár-
denas en Michoacán. Aunque con frecuencia actuaban así pensando en su propio
provecho político, seguía siendo necesaria la movilización, que a su vez ofrecía
experiencia y oportunidades. Pero la movilización local era precaria y no tardó en
fracasar, tanto en Veracruz como en Michoacán. No obstante, las elecciones y la
nueva presidencia aumentaron las expectativas agrarias y avivaron los temores
de los terratenientes. La lucha anónima que se libraba en gran parte de las zonas
rurales pasó a ser explícita, perceptible y a relacionarse directamente con la lucha
por el poder nacional. Los primeros años del decenio de 1930 fueron testigos de
esporádicas ocupaciones de tierras, repetidas huelgas rurales y más agitación, así
local como nacional, en pro del reparto de tierras. La administración Rodríguez
se vio empujada hacia la reforma, muy a su pesar; la de Cárdenas la abrazó con
entusiasmo.
La radicalización del régimen estuvo estrechamente ligada a la lucha por el
poder que dominó el período 1934-1936 y en la cual la conducta de Calles no fue
menos importante que la de Cárdenas. Conocido por su clerofobia, enemigo del
agrarismo y de la agitación laboral, Calles resultó incapaz de adaptarse a los
cambios del clima político. Cuando políticos obsequiosos acudieron a Cuernava-
ca para hacerle la corte, Calles les habló del peligro que la subversión industrial
representaba para la economía y, aunque dedicó palabras amables a Cárdenas,
puso como un trapo a Lombardo y a los líderes obreros radicales, denunciando
tales «intereses bastardos» e insinuando la probabilidad de que se repitiera la des-
titución presidencial de 1930. Estas «declaraciones patrióticas», como las llamó
la prensa callista, se difundieron rápida y ampliamente. A medida que el enfren-
tamiento se agudizaba, Calles empezó a llamar la atención sobre las flaquezas de
Cárdenas, denunció las «tendencias comunistas» que veía detrás de todo ello y
señaló el sano ejemplo que daban los estados fascistas de Europa.6 Habida cuenta
de su carácter, así como de las presiones políticas que recibía, Cárdenas no podía
por menos de responder; no estaba dispuesto a ser un Ortiz Rubio. Los líderes an-

6. John W. F. Dulles, Yesterday in México: A Chronicle of the Revolution, 1919-1936,


Austin, Texas, 1961, pp. 636-639 (hay trad. cast.: Ayer en México: una crónica de la Revolu-
ción, 1919-1936, FCE, México, D.F., 1977); González, Los días del presidente Cárdenas, p. 78.
24 HISTORIA DE AMERICA LATINA

ticallistas —radicales como Tejeda, oportunistas como Almazán— deseaban vi-


vamente que el jefe máximo se llevara su merecido. Lo mismo querían la opinión
pública y los trabajadores organizados. En la izquierda la amenaza de un nuevo
maximato, de represión, incluso de un desplazamiento hacia el fascismo engendró
un gran deseo de solidaridad que vino a complementar la línea oficial que en
aquellos momentos dictaba Moscú. En el período 1934-1935 México fue tierra
fértil para el frentepopulismo.
Al pasar al ataque, Cárdenas y sus aliados se enfrentaron a un adversario que
todavía era formidable. Calles podía proclamar afablemente su retirada de la polí-
tica (como hizo en junio de 1935, a raíz del furor que despertó la entrevista de
Cuernavaca) y podía confesar picaramente que prefería el golf a la política, como
hizo en diciembre, al volver de Estados Unidos. Sin embargo, no podía disimular
que continuaba albergando ambiciones y que no le gustaba el rumbo que seguía el
nuevo régimen, a la vez que poderosos grupos le estaban empujando hacia un en-
frentamiento. El sector empresarial temía al activismo de los trabajadores y espera-
ba que Calles le brindara tranquilidad, al tiempo que la clase media urbana estaba
harta de la oleada de huelgas que trastornaba la vida en las ciudades. Había aún mu-
chos políticos callistas en el Congreso, el partido, la CROM y los gobiernos de los
estados, hombres cuyo futuro político estaba hipotecado con el del «jefe máximo».
También en el ejército había elementos inquietos, mientras Estados Unidos veía con
preocupación el giro que iba tomando la política y esperaba —quizá hacía algo con-
creto en este sentido— que hubiera un acuerdo en lugar de un enfrentamiento en-
tre los dos. Políticos con experiencia, como el callista Juan de Dios Bojórquez, que
en aquel momento era el secretario de Gobernación, también aconsejaban que se
buscara una solución de compromiso, arguyendo que el enfrentamiento podía
llevar a la guerra civil y destruir la preciosa estabilidad política conseguida por los
sonorenses. Como sugiere este panorama, en los cálculos políticos había elementos
de fanfarronería. Calles podía desestabilizar la nueva administración, pero ello repre-
sentaría un grave riesgo para la obra de su vida. En cuanto a Cárdenas, si recha-
zaba una fórmula satisfactoria para ambas partes, tendría que buscar el apoyo de la
izquierda, lo cual llevaría aparejados nuevos compromisos radicales.
En estas circunstancias, Cárdenas desenmascaró a Calles. Se cercioró de la
lealtad de algunos hombres clave, así políticos como generales, y, a raíz de la en-
trevista de Cuernavaca, destituyó a varios ministros del gabinete que eran callis-
tas y ascendió a varios de sus propios hombres, entre los cuales había algunos
veteranos anticallistas (en esta crisis fue importantísimo el apoyo de figuras tales
como Cedillo, Almazán y Portes Gil). Al observar el desplazamiento de los gran-
des electores, el bloque callista en el Congreso se desmoronó. Hubo entonces una
leve purga en el PNR: se destituyó a los gobernadores indóciles, como el notorio
Garrido Canabal, gobernador de Tabasco; y los caciques locales se apresuraron a
cambiar de bandera. El ejército planteaba un problema más difícil, pero en este
caso fueron una ayuda para Cárdenas sus largos años de servicio en las fuerzas
armadas y la solicitud que mostraba para con los militares, así como la lealtad de
Manuel Ávila Camacho, que, en su puesto de subsecretario de la Guerra, había
defendido constantemente la causa cardenista. Se efectuaron cambios en la es-
tructura de mando del ejército, se distribuyeron hombres leales por todo el país
y se tomaron medidas parecidas en el caso de la policía. Esta limpieza política,
que ya estaba muy avanzada a mediados de 1933, permitió a Cárdenas hacer ta-
MÉXICO, C. 1930-1946 25

blas; durante el año siguiente el presidente pudo pasar a la ofensiva, seguro de la


victoria. Mientras tanto, una de las consecuencias de esta lucha fue mucho mo-
vimiento de generales y políticos. En 1938 de los 350 generales que Cárdenas
había heredado, 91 ya habían sido destituidos. Entre las bajas se contaban ahora
antiguos aliados como Saturnino Cedillo, cacique del estado de San Luis, y Joa-
quín Amaro, el principal arquitecto del ejército profesional posrevolucionario.
Incluso en el momento en que entraba en su fase institucional, radical, la Revo-
lución conservaba un carácter darwiniano.
La lucha en el seno de la élite afectó de forma insólita la naturaleza de la po-
lítica nacional. Cárdenas, por ejemplo, se propuso refrenar el anticlericalismo ex-
tremo que había caracterizado al callismo y que probablemente era su rasgo más
odiado. Después de una breve tregua entre la Iglesia y el Estado en 1929, el an-
ticlericalismo oficial revivió en 1931; cuando Cárdenas subió al poder los exce-
sos anticlericales de Garrido seguían igual que antes mientras que unos siete mil
cristeros continuaban luchando por una causa perdida en el norte y el oeste. Cár-
denas obró con prudencia. Aunque había tratado a los cristeros más decente-
mente que la mayoría de los comandantes del ejército, estaba cortado por el pa-
trón anticlerical. Seguía repitiendo la vieja canción de la opresión clerical; y su
política educativa, que hacía hincapié en la educación socialista, estaba calcula-
da para irritar la sensibilidad de los católicos. Pero la sabiduría política conspiró
con la moderación personal para dictar cierto grado de acercamiento. El asunto del
anticlericalismo marcó una distancia conveniente entre el nuevo régimen y el
anterior; Calles continuaba atacando al clero, pero Cárdenas se mostraba más cir-
cunspecto; y Garrido, que trajo a sus esbirros de camisa roja de Tabasco a Ciu-
dad de México (donde ocupó brevemente el puesto de secretario de Agricultura),
atrajo sobre sí tanto las protestas de los católicos como el enojo presidencial, lo
que condujo a su caída. Se dijo que los católicos gritaron «¡Viva Cárdenas!» por
las calles de la capital. A partir de aquel momento se aflojaron progresivamen-
te las ordenanzas anticlericales más rigurosas (que limitaban el número de sacer-
dotes y de iglesias, así como la difusión de literatura religiosa), lo cual alegró a
los fieles y tranquilizó al devoto Josephus Daniels, embajador de Estados Uni-
dos. El presidente puso especial empeño en señalar que la educación socialista
combatía el fanatismo y no la religión por sí misma: incluso fue visto abrazando
a un sacerdote en público. Si bien algunos enragés continuaron escribiendo folle-
tos anticlericales y cometiendo actos de vandalismo en las iglesias, eran una mi-
noría cada vez más reducida. Las famosas jeremiadas de Graham Greene ya esta-
ban desfasadas cuando su autor las escribió.
El contrapunto de este cese de las hostilidades entre la Iglesia y el Estado fue
el creciente conflicto entre las clases sociales. El presidente parecía alentarlo fo-
mentando el apoyo de las masas y utilizando una retórica radical, pero su gobier-
no respondía a las demandas en la misma medida en que las iniciaba. El desmoro-
namiento de la CROM anunció un activismo político más militante por parte de
la clase trabajadora, y sindicatos y políticos rivales competían unos con otros en
sus intentos por captar afiliados. Los sindicatos se alinearon detrás de Cárdenas y
organizaron manifestaciones para protestar por las declaraciones antiobreras de
Calles, además de librar luchas callejeras con sus adversarios callistas y conser-
vadores (como el movimiento fascista de los camisas doradas fascistas). Y, si bien
la clase obrera urbana estaba en la vanguardia de esta movilización semioficial, el
26 HISTORIA DE AMERICA LATINA

campesinado no permaneció inmóvil. De nuevo unos movimientos espontáneos se


mezclaron con la lucha en el seno de la élite y contribuyeron a formar una nueva
coalición radical. A escala nacional, organizaciones agraristas como, por ejemplo,
la Confederación de Campesinos Mexicanos (CCM) habían apoyado a Cárdenas en
su campaña para llegar a la presidencia. A escala local, agraristas en apuros como
los de Chiapas, que tenían enfrente a un gobernador hostil, se encontraron ahora
con que podían recurrir a un «centro» que simpatizaba con ellos y que a su vez
podía movilizar a los agraristas contra el callismo. Al acelerarse el ritmo de la
reforma agraria, pronto se contaron entre las víctimas algunos «veteranos» de
la Revolución: Calles y su familia; los hermanos Riva Palacio, caciques del estado
de México, sobre los que pesaban amenazas de expropiación y de expulsión del
partido oficial; los gobernadores Villarreal, de Tamaulipas, y Osornio, de Querétaro,
cuya posición se había visto socavada por la oposición agrarista; Manuel Pérez
Treviño, cacique de Coahuila y rival derechista de Cárdenas para la candidatura
presidencial en 1934, que, al igual que otros, sufrió a causa del gran reparto en La
Laguna en 1936. El agrarismo oficial ya era un arma de probada eficacia cuando se
empleó para desposeer a Cedillo en 1938, que fue quizá el caso más sonado.
Para entonces hacía ya mucho tiempo que se había resuelto el cisma nacio-
nal. Con su hábil combinación de alianzas tácticas y movilizaciones populares,
Cárdenas había derribado al maximato y puesto fin a la era de dominación de los
sonorenses. Después de pasar seis meses en Estados Unidos, Calles había sido re-
cibido con un coro de censuras al volver a finales de 1935. Al reanudarse la po-
lémica y la violencia callejera, el gobierno aprovechó un ataque terrorista contra
un tren en Veracruz para tomar medidas contra sus enemigos. La policía detuvo
a los callistas más destacados: Morones, Luis León y el mismísimo Calles, al que
encontraron en cama en su finca, cerca de la capital, reponiéndose de una gripe
y leyendo Mein Kampf. Se dijo que seguía inmerso en los delirios de Hitler cuan-
do le metieron en el avión que le llevaría a Estados Unidos. Así pues, en la pri-
mavera de 1936 Cárdenas ya se había liberado de la tutela de Calles, además de
afirmar su poder presidencial y demostrar una inesperada combinación de resis-
tencia y perspicacia. Todo esto se había logrado con poca violencia. El conflicto
institucional estaba desplazando la fuerza a un segundo término, al menos en el
nivel superior de la política, donde los «sórdidos asesinatos, como forma de impo-
ner la voluntad oficial... prácticamente desaparecieron» durante el sexenio.7 En el
curso de este proceso había sido necesario estimular las exigencias y la movili-
zación populares y el gobierno había «trazado una ruta hacia un destino descono-
cido» que no resultaría clara hasta que se llevaran a cabo las reformas radicales
de 1936-1938.8

La reforma agraria fue la política clave del régimen en 1936-1937. Sirvió a


la vez de arma política para abatir a los enemigos y de instrumento para promo-
ver la integración nacional y el desarrollo económico. Pero su papel instrumen-

7. Frank L. Kluckhohn, The Mexican Challenge, Nueva York, 1939, p. 3. En el nivel local
el descenso de la violencia política fue más lento y desigual.
8. Nora Hamilton, The Limits of State Autonomy: Post-revolutionary México, Prince-
ton, 1982, pp. 144-145 (hay trad. cast.: Los límites de la autonomía del Estado, Era, Méxi-
co, D.F., 1983).
MÉXICO. C. 1930-1946 27

tal y manipulador, destacado por estudios recientes, no debe exagerarse. La re-


forma fue también una respuesta a las reivindicaciones populares, que a veces
se sostenían ante la oposición oficial en los estados donde el agrarismo se consi-
deraba sospechoso desde el punto de vista político: Sonora, Chiapas, Veracruz.
Nada de esto era nuevo, pero ahora la reforma agraria iba más lejos y era más
rápida, y sus objetivos nacionales eran más ambiciosos. Mientras que Calles ha-
bía declarado que la reforma estaba terminada, Cárdenas, respaldado por el rui-
doso sector agrarista, la consideraba el medio de transformar la sociedad rural y,
con ella, la nación. De origen provinciano, michoacano, Cárdenas simpatizaba de
verdad con el campesino, era aficionado a la vida rústica y sentía cierta antipatía
puritana por la ciudad (lo cual le convertía en blanco de las burlas de los inge-
niosos cosmopolitas). A diferencia de sus predecesores sonorenses, no concebía
el ejido como una estación de paso hacia el capitalismo agrario y tampoco como
un simple paliativo político, sino como la institución clave que regeneraría el
^ campo, liberaría al campesino de la explotación y, si recibía el respaldo apropia-
do, fomentaría el desarrollo nacional. En este sentido, el nuevo recurso del ejido
colectivo, que por primera vez hacía posible la expropiación general de grandes
haciendas capitalistas, tenía que ser importantísimo. Finalmente, el ejido sería el
campo de formación política de un campesinado culto y dotado de conciencia de
clase. En el momento culminante de la campaña agrarista no se fijaron límites
para el potencial del ejido. Cárdenas declaró: «Si se cuida la organización del
ejido como hasta ahora se ha planeado, es posible que los ejidatarios logren ab-
sorber toda la tierra que hoy queda fuera de su jurisdicción».'
Un proyecto así podría calificarse de utópico, ingenuo y populista, pero es
indudable que no puede verse como una estrategia dirigida al desarrollo indus-
trial, favorable a la acumulación de capital. Y, por supuesto, tampoco lo veían en
estos términos en aquel tiempo; al contrario, se granjeó la hostilidad unánime de
los terratenientes y de la burguesía.
Esta supremacía agrarista —breve y anómala dentro de la historia de la Re-
volución— hay que verla en el contexto de la época. El antiguo proyecto de cre-
cimiento basado en las exportaciones (en el que la agricultura era una fuente
importante de divisas extranjeras) había fracasado de modo palpable, dejando
deprimidas y subcultivadas a regiones que, como Yucatán y La Laguna, en otro
tiempo habían sido dinámicas y comerciales. Las tensiones sociales que la Revo-
lución había desatado en primer lugar, y que luego se habían agravado a causa
de la recesión económica y el conflicto entre Calles y Cárdenas, exigían solucio-
nes. Una generación nueva, impresionada por los ejemplos de dirigismo económi-
co extranjeros y deseosa de distanciarse de su predecesora, que estaba sumida en
la bancarrota política, buscaba ahora el poder. Los orígenes de esta generación eran
más urbanos y menos plebeyos que en el caso de los veteranos de la Revolución,
pero procedía del centro de México en lugar del norte —por esto mostraba mayor
simpatía por los intereses de los campesinos— y estaba convencida de que era
necesario tomar medidas radicales. Así, mientras que otros regímenes latinoameri-
canos recurrían a la reforma política, a la movilización proletaria y al nacionalis-
mo económico para dar respuesta a las presiones del decenio de 1930, el gobierno

9. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 114.


28 HISTORIA DE AMERICA LATINA

mexicano fue el único que sumó a estas respuestas una amplia reforma agraria,
prueba de la tradición agrarista que anidaba en el corazón de la Revolución po-
pular y que ahora imbuía el pensamiento oficial. El agrarismo, que en otro tiempo
muchos equipararon con el bolchevismo, era ahora respetable desde el punto de
vista político, incluso necesario. La jerga del agrarismo impregnaba el discurso
político; inspiraba el arte, la literatura y el cine (con efectos estéticos no siempre
buenos); se ganaba partidarios a la vez ardientes y oportunistas, incluso dentro de
la floreciente burocracia agraria y entre los caciques locales. Huelga decir que se-
mejantes conversiones súbitas y superficiales no eran un buen augurio en lo que
se refiere a la longevidad o la pureza de la campaña agrarista.
Mientras tanto, sus logros eran impresionantes. En 1940 Cárdenas ya había
repartido alrededor de 18 millones de hectáreas de tierra entre unos 800.000 be-
neficiarios; los ejidos contenían ahora el 47 por 100 de la tierra cultivada, en
comparación con el 15 por 100 en 1930; la población ejidal se había doblado con
creces (de 668.000 a 1,6 millones de personas), y la población sin tierra había
descendido de 2,5 millones a 1,9 millones. Al aumentar los ingresos del gobierno
gracias a la recuperación económica, los recursos se encauzaron hacia la agri-
cultura. Comparada con otras, esta administración «hizo milagros» en la provisión
de créditos agrícolas, que representaron la importante cifra del 9,5 por 100 de los
gastos totales en 1936; el recién creado Banco Nacional de Crédito Ejidal se
llevó la parte del león.I0 Otros recursos se destinaron a obras de regadío, carre-
teras y electrificación rural, aunque se probable que estas inversiones en infraes-
tructura beneficiaran a la agricultura privada más que al sector ejidal. Parale-
lamente, los campesinos, al igual que los trabajadores urbanos, eran instados a
organizarse, y sus organizaciones —que eran numerosas, dispares, pero cada vez
mayores y más combativas— se vinculaban de modo creciente al aparado del Es-
tado. En 1933 la CCM había respaldado la candidatura de Cárdenas; dos años
después Portes Gil asumió la tarea de formar una confederación central de cam-
pesinos, patrocinada por el PNR; así se creó el núcleo de la futura Confederación
Nacional Campesina (CNC) (1938).
Sin embargo, la reforma agraria cardenista no se llevó a cabo de modo gra-
dual, burocrático, como las anteriores y (generalmente) las que se efectuaron des-
pués. En vez de ello, se puso en marcha con «tremendo fervor» y la puntuaron
dramáticas iniciativas presidenciales." En regiones de conflicto agrario arraigado
el clima cambió de la noche a la mañana; los asediados agraristas se encontraron
de pronto respaldados por el «centro». Un caso clásico fue La Laguna. Centro
importante de conflictos y rebeliones agrarias durante la Revolución, esta región
había conocido una «agitación campesina constante» durante el decenio de 1920,
a pesar de que el clima político era hostil.12 Aunque el grueso de los trabajadores
de La Laguna lo formaban proletarios empleados total o parcialmente en las plan-
taciones de algodón, en modo alguno eran inmunes a los atractivos del reparto de
tierras, especialmente a causa del elevado desempleo estacional. Así, las clásicas

10. James W. Wilkie, The Mexican Revolution: Federal Expenditure and Social Change
Since 1910, Berkeley, 1970, pp. 136-140 (hay trad. cast.: La Revolución mexicana, 1910-1976:
gasto federal y cambio social, FCE, México, D.F., 1978).
11. R. H. K. Marett, An Eye-witness of México, Londres, 1939, p. 142.
12. Clarence Sénior, Land Reform and Democracy, Gainesville, Florida, 1958, p. 52.
MÉXICO. C. 1930-1946 29

reivindicaciones «proletarias» —de mejoras salariales y de horarios de trabajo—


coexistían con reiteradas peticiones de tierras. Las malas condiciones (tan malas
que «ningún orangután consciente de su propia dignidad las hubiera tolerado»)"
se vieron exacerbadas por el descenso de la producción algodonera en 1931-1932.
Cuando el comunista Dionisio Encina tomó la iniciativa y se puso a organizar a los
peones, los terratenientes respondieron con sus métodos habituales: violencia, rup-
tura de huelgas y formación de sindicatos «blancos» (propatronales). También juz-
garon prudente iniciar una reforma cosmética y se efectuaron dos pequeñas dota-
ciones de tierras a finales de 1934, pero durante el año siguiente los conflictos la-
borales se multiplicaron y en mayo de 1936 se convocó una huelga general. Como
en el caso de las posteriores expropiaciones ferroviarias y petroleras, el gobierno
intervino y resolvió la disputa de forma radical; los conflictos laborales conduje-
ron de este modo a una reestructuración importante de las relaciones de propiedad.
En octubre de 1936 Cárdenas intervino personalmente y decretó una amplia refor-
ma en virtud de la cual tres cuartas partes de las valiosas tierras de regadío y una
cuarta parte de las de secano se entregaron a unos treinta mil campesinos agrupa-
dos en trescientos ejidos. Entre los perjudicados había varias compañías extranje-
ras y, como mínimo, cinco generales revolucionarios: uno de ellos comentó filosó-
ficamente que «la Revolución me dio la tierra y la Revolución me la quita».14
El alcance y el carácter de la expropiación que se llevó a cabo en La Lagu-
na no tenía precedentes. Por primera vez se invocó la Ley de Expropiaciones
de 1936, y las grandes haciendas comerciales se entregaron en bloque a sus em-
pleados, es decir, a los peones en vez de a los habitantes de los pueblos. Esta
nueva forma de expropiación exigía métodos igualmente nuevos. El régimen se
opuso a la fragmentación de las grandes unidades productivas y los beneficiarios,
siguiendo los consejos oficiales, votaron en proporción de cuatro a uno a favor
de los ejidos colectivos en vez de parcelas individuales. Cada ejido compartiría
la tierra, la maquinaria y el crédito, y sería dirigido por comités elegidos; la
cosecha se repartiría entre los trabajadores en proporción a sus aportaciones de
trabajo («a cada cual según su trabajo»: en el mejor de los casos, esto era socia-
lismo y no, como decían los críticos, comunismo). El Banco Ejidal proporciona-
ría créditos, asesoramiento técnico y supervisión general; el propio ejido apor-
taría una serie de servicios educativos, médicos y recreativos. El funcionamiento
de los ejidos de La Laguna —pieza clave del proyecto cardenista— merece ana-
lizarse y, lógicamente, el análisis debe llevarse más allá de 1940. Al principio los
terratenientes y los hombres de negocios predijeron con confianza que serían un
fracaso y que en dos años los trabajadores volverían arrastrándose y suplicando
que les dejaran trabajar de nuevo para sus antiguos patronos.15 No ocurrió así. La
producción de algodón (que era ejidal en un 70 por 100 en 1940 comparada con
el 1 por 100 de 1930) fue en aumento inmediatamente después de la expropia-
ción, se estabilizó en las postrimerías de la década de 1930, descendió mucho al
estallar la guerra y luego experimentó un auge después de 1941. Otros produc-
tos, tales como el trigo, mostraron un incremento todavía más rápido. La agri-
cultura colectiva demostró así que era capaz de dar fruto, en el sentido material

13. Pegram, en Murray, Ciudad de México. 21 de abril de 1936. FO 371/19792. A3895.


14. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 103.
15. Sénior, Land Reform and Democracy, p. 97.
30 HISTORIA DE AMERICA LATINA

de la palabra. Es cierto que, según los cálculos, la productividad era inferior en


los ejidos colectivos comparados con las haciendas privadas; pero éstas, que re-
presentaban las mejores tierras de regadío que los terratenientes habían conser-
vado, disfrutaban de niveles más altos de inversión de capital. De hecho, en La
Laguna, como en otras partes de México y América Latina, uno de los efectos
importantes de la reforma agraria fue estimular una agricultura más eficiente en el
sector privado. Entretanto, con el apoyo activo del Banco Ejidal, el nivel de vida
de los campesinos de La Laguna subió, tanto absoluta como relativamente, al me-
nos hasta 1939. Los salarios rurales mínimos, que en 1934-1935 eran iguales al
promedio nacional, los superaban en un tercio en 1939. También se registró un in-
cremento perceptible de los gastos de consumo, de la alfabetización (que produjo
un «tremendo incremento» de la circulación de los periódicos) y en los niveles de
sanidad: en esto coincidían todos los observadores, tanto los simpatizantes como
los críticos. Y estas mejoras cuantificables no lo eran todo. Se opinaba que con la
alfabetización y la autogestión los campesinos demostraban poseer nuevas habi-
lidades, una responsabilidad y una dignidad igualmente nuevas. A un viajero le
dijeron: «Antes vivíamos como animales. Ahora, por lo menos somos hombres y
a medida que aumenta la cosecha ganamos más».16 La mejora de la seguridad
material y de la seguridad personal iban juntas: disminuyó la agitación política y
ya no era de rigor llevar pistola en La Laguna.
No obstante, el éxito del experimento dependía de que las circunstancias fue-
sen favorables, de la demanda de algodón (que descendió en 1939-1941 y de nue-
vo en 1945-1947); del suministro de agua en cantidad suficiente (que ni siquiera
podía garantizar la nueva presa Lázaro Cárdenas, que quedó terminada en 1946);
y, sobre todo, del respaldo político. Aunque Cárdenas prestaba atención a los pro-
blemas de La Laguna, y aunque el Banco Ejidal era generoso, en 1941 subió al
poder un nuevo gobierno y hubo un cambio inmediato en el orden de prioridades.
El Banco Ejidal impuso ahora una política «económica» más rigurosa, se reduje-
ron drásticamente los proyectos «no económicos», los créditos se concedieron con
mayor parsimonia y el banco y sus acreedores tuvieron que recurrir a fuentes priva-
das, tales como la Anderson Clayton Co. Ejidos divididos en parcelas empezaron
a sustituir a los colectivos y se introdujo en éstos un sistema de pagos basados en
incentivos. El Sindicato Central, la combativa asociación de ejidatarios, estaba per-
diendo el control de los recursos económicos (los centros de maquinaria, por ejem-
plo, fueron traspasados al Banco Ejidal en 1942) al mismo tiempo que tenía que
hacer frente a una competencia política directa, toda vez que el gobierno recortó
sus fondos, alegó que estaba bajo influencia de los comunistas (que indudable-
mente había crecido durante los primeros años del decenio de 1940) y promocio-
naba a la rival CNC. La unidad de los campesinos, la unidad que Cárdenas había
defendido incansablemente y fomentado de manera activa, resultó destruida. Los
antiguos dirigentes del decenio de 1930 perdieron terreno y La Laguna se convir-
tió en escenario de disputas entre facciones. Así se perdió la mejor defensa contra
la esclerosis y la corrupción burocráticas, que, incipiente en los años treinta,
alcanzó grandes proporciones en los años cuarenta.

16. Dutton, Torreón, 4 de enero de 1939, FO 371/22780, A1015; Fernando Benítez, Lá-
zaro Cárdenas y la Revolución mexicana, vol. 3: El cardenismo, México, D.F., 1978, p. 66.
MÉXICO, C. 1930-1946 31

Estas nuevas circunstancias revelaron cruelmente los defectos del experi-


mento. Al igual que muchas reformas cardenistas, fue fruto de una improvisación
apresurada; necesitaba tiempo y cuidado para dar buen resultado. El reparto ori-
ginal, como otros de la época, se había efectuado en seis semanas y conservaba
la pauta original de cultivo, la de «centón». Había dejado las mejores tierras en
poder de los terratenientes y, sobre todo, había repartido la tierra disponible en-
tre demasiados beneficiarios, entre los que había numerosos inmigrantes que no
residían en La Laguna. Por supuesto, estos defectos tenían sus virtudes —rapidez,
continuidad de la producción, generosidad de las asignaciones—, y, con tiempo y
buena voluntad, podrían haberse corregido. Pero tal voluntad no existió a partir
de 1940 y, debido al aumento de la población, los ejidos de La Laguna ya no po-
dían dar sustento a las familias que se hacinaban en ellos. Aquí, como en otras
partes, los ejidos colectivos sufrieron una acentuada estratificación entre ejidata-
rios de pleno derecho y proletarios de facto. El mercado fomentó esta división a
la vez que el gobierno la permitía. Se propusieron políticas de signo igualitario
—que implicaban movimientos de población y la drástica intervención oficial—;
algunos sostuvieron que en vez de «distribuir tierras entre los hombres» de acuer-
do con el clásico principio del reparto, el régimen «distribuyera hombres entre
las tierras», es decir, que en cada unidad de producción colocara el número de
hombres necesarios para llevar a cabo dicha producción sin destruir la unidad
[de la empresa].17 Aunque completamente racional, semejante solución difícil-
mente habría sido muy popular, como, de hecho, tiende a confirmar el lema de
sus defensores: «haciendas sin hacendados». El cardenismo no era estalinismo.
Si se quería que la reforma fuese rápida, amplia y popular, los defectos eran ine-
vitables y sólo podrían corregirlos administraciones posteriores. Éstas optaron
por no hacerlo.
En lo que se refiere a sus orígenes, alcance, rapidez y resultados, la reforma
de La Laguna sentó precedentes que se siguieron en otras partes: en el valle de
Mexicali, donde se expropió a la Colorado Land Co. a favor de ejidatarios, tanto
individuales como colectivos, de pegujaleros y colonos; en Sonora, donde los in-
dios yaquis y mayos lograron que les restituyesen parte de sus tierras; en Michoa-
cán, donde las propiedades de la familia Cusi —empresarios italianos progresis-
tas y dotados de cierta conciencia social— fueron entregadas, intactas, a unos
dos mil campesinos agrupados en nueve ejidos. También el sur, que desde hacía
mucho tiempo era coto vedado de la oligarquía de plantadores, experimentó ahora
una amplia reforma colectivista. La más espectacular —y menos afortunada—
fue la gran reforma de Yucatán, que siguió con mucha fidelidad el precedente de
La Laguna. Debido a que la industria del henequén había sufrido una decadencia
ininterrumpida después del auge de la primera guerra mundial, el coste de opor-
tunidad de la reforma fue bajo y las reivindicaciones de justicia social fueron tan-
to más irresistibles. Asimismo, la reforma ofreció al gobierno central el medio de
introducirse en la política del sureste, que era tradicionalmente introvertida. Así,
en agosto de 1937 el presidente llegó a la península a bordo de un barco car-
gado de generales, ingenieros, burócratas, periodistas y extranjeros curiosos. El

17. Iván Restrepo, y Salomón Eckstein, La agricultura colectiva en México: la experien-


cia de La Laguna, México, D.F., 1975, p. 35.
32 HISTORIA DE AMERICA LATINA

80 por 100 de las haciendas henequeneras fue entregado en seguida a treinta y


cuatro mil peones mayas, que estaban agrupados en más de doscientos ejidos:
fue el «mayor acontecimiento de reforma agraria jamás ocurrido en México».
Yucatán compartiría con La Laguna el papel del «ejemplo» del ejido colectivo.18
Pero también en este caso pronto se hicieron visibles los problemas inherentes a
esta reforma precipitada. La ruptura de las antiguas redes productivas dejó a al-
gunos ejidos sin acceso a la imprescindible maquinaria raspadora y muchos po-
seían plantas de henequén que eran demasiado viejas o demasiado jóvenes. Se
decía que muchos de los beneficiarios no eran campesinos y no tardaron en oír-
se las consabidas quejas de corrupción y de opresión burocrática. Pero el pro-
blema principal —que era más agudo en Yucatán que en La Laguna o incluso
que en el vecino Chiapas— era la situación del mercado exterior. Yucatán, que
en 1915 monopolizaba el 88 por 100 del comercio mundial del sisal, gozaba sólo
del 39 por 100 en 1933 y del 17 por 100 en 1949. La socialización de una in-
dustria dependiente, en decadencia, fue desde el principio una muestra poco
brillante de colectivización.
Incluso cuando la demanda permanecía en alza —como en el caso del café—
los obstáculos internos que impedían el éxito de la colectivización eran formida-
bles. La última reforma importante de los años de Cárdenas fue dirigida contra
los plantadores de Chiapas, que también habían rechazado las reivindicaciones
de los proletarios y los campesinos desde la Revolución y que, ante el resurgir del
agrarismo en el decenio de 1930, echaron mano de sus antiguas armas: adelantar-
se dividiendo las propiedades, emplear «prestanombres», llevar a cabo reformas
superficiales, cooptar o eliminar a los adversarios. Incluso cuando la reforma se
estaba efectuando en 1939 los plantadores trataron de utilizar sus plantas de pro-
cesamiento y redes de comercialización para provocar la bancarrota de los nue-
vos ejidos. Aunque se amplió la reforma para que afectara también a las plantas
procesadoras y con ello se conjuró esta amenaza, el cambio de gobierno en 1940
surtió inmediatamente un efecto desfavorable. La reforma quedó interrumpida: se
dividieron los grandes ejidos colectivos; el Banco Ejidal y los caciques aliados
a él pasaron a ejercer el control corrupto sobre el sector ejidal: «El banco se
convirtió en un hacendado burocrático, el ejidatario, en un peón del Banco».19 En
las elecciones de 1940 se consideró que los ejidatarios eran los únicos partida-
rios locales del candidato oficial. Así pues, instituciones creadas durante una fase
de auténtica movilización campesina (hacia 1930-1940) pronto empezaron a ha-
cer las veces de instrumentos para controlar —incluso «desmovilizar— al mismo
campesinado. Cuando llegó el auge de la posguerra (la producción cafetalera de
Chiapas creció en dos tercios entre 1945 y 1950) la beneficiaría fue la agricultura
privada, que ahora disfrutaba de un clima que volvía a ser benigno.
Estas reformas espectaculares, aunque problemáticas, corrieron parejas con
numerosos ejemplos de menor escala, algunos de los cuales seguían el nuevo pa-
trón colectivo (Atencingo, Zacatepec, El Mante), mientras que otros permane-

18. Véase G. M. Joseph, Revolution from Without: Yucatán, México and the United Sta-
tes, 1880-1924, Cambridge, 1982, pp. 288-289 (hay trad. cast.: Revolución desde afuera: Yu-
catán, México y los Estados Unidos, 1880-1924, FCE, México. D.F.. 1992).
19. Thomas Louis Benjamín, «Passages to Leviathan: Chiapas and the Mexican State,
1891-1947», tesis doctoral inédita, Michigan State University, 1981, pp. 247-250.
MÉXICO. C. 1930-1946 33

cían fieles al viejo principio del usufructo individual. Con el tiempo muchas veces
el primer sistema dio paso al segundo, y hacia la década de 1940 las deman-
das de parcelación individual de las tierras comunales ya eran insistentes y en al-
gunos lugares provocaban conflictos violentos. Además, incluso allí donde seguía
existiendo el sistema colectivo (La Laguna, Chiapas, Atencingo), éste tendía a
producir una estratificación interna entre, por una parte, los beneficiarios con
plenos derechos y, por otra, los proletarios o semiproletarios. Fruto de un creci-
miento forzado y efímero, los ejidos colectivos cardenistas no tardaron en mar-
chitarse en el clima desfavorable de los años cuarenta. Los ejidos tradicionales
resistieron más tenazmente. Con frecuencia eran fruto de antiguas luchas agrarias
y la dotación cardenista fue la culminación de años de peticiones, politiquerías y
protestas armadas. A veces, como ponen de relieve estudios recientes, la reforma
servía a los intereses de élites locales oportunistas o era impuesta desde arriba, ex-
traña y mal recibida; pero ni siquiera los ejidatarios que al principio fueron rea-
cios a convertirse en tales mostraron deseos de volver a la condición de peones.
Fueran cuales fuesen los motivos, el resultado fue un traspaso masivo de recursos
que cambió profundamente el mapa sociopolítico de México. A corto plazo, la
reforma no sólo mejoró el nivel de vida y el amor propio de los campesinos, sino
que también provocó un desplazamiento del equilibrio político y dio a las organi-
zaciones campesinas un breve momento de poder condicional. Fue condicional
porque el régimen se aseguró de que la movilización de los campesinos estuviera
ligada estrechamente al partido oficial; y breve, porque en el decenio de 1940 este
vínculo, lejos de reforzar la organización y el activismo campesinos, sirvió para
atarles a una estructura política cuyo carácter estaba cambiando con rapidez. Por
consiguiente, la muerte del proyecto cardenista llevó aparejada «una desmoviliza-
ción de la solidaridad de clase y la lucha independiente, en vez de una disolución
de las organizaciones formales».20 Las organizaciones cardenistas continuaron vi-
viendo, pero al servicio de otros fines.
La reforma agraria y la movilización campesina estaban ligadas de modo in-
separable a la política educativa de los años de Cárdenas, así como al compro-
miso con la educación «socialista». Sin embargo, en este apartado la administra-
ción dio muestra de mayor continuidad. Los sonorenses habían mostrado un
compromiso más activo en este terreno que en el de la reforma agraria: aumen-
taron el presupuesto de educación de un 4 a un 14 por 100 del gasto público (1921-
1931), construyeron seis mil escuelas rurales y dieron al maestro el papel de por-
tador de valores seculares, nacionales. Así pues, en el campo de la educación el
«estado activo» ya existía. Pero con los años treinta llegaron nuevas iniciativas
que se adelantaron a la presidencia de Cárdenas y cuya señal fue el nombramien-
to de Narciso Bassols como titular de la Secretaría de Educación pública (1931).
Joven, enérgico e impaciente, Bassols fue el primer marxista que desempeñó un
cargo ministerial. Puso fin a un período (1928-1931) en que la Secretaría na-
vegó a la deriva y dio comienzo a una fase de reformas agresivas que algunos
interpretaron como la respuesta del Estado a la Cristiada. So capa de la educa-
ción «socialista», Bassols fomentó la laicización de la enseñanza, para lo cual
hizo que se cumpliera el artículo 3 de la Constitución: se imponían multas y a
veces se clausuraban las escuelas católicas que no respetaban los principios del

20. ¡bid., p. 251.


34 HISTORIA DE AMERICA LATINA

laicismo. Por otra parte, la hostilidad de los católicos aumentó a causa del osado
compromiso de Bassols con el primer programa sistemático de educación sexual
que hubo en México.
Ninguna de estas medidas respondía a caprichos individuales. Detrás de Bas-
sols había una falange de grupos progresistas, prueba de los cambios que el clima
ideológico estaba experimentando a principios del decenio de 1930. Las asociacio-
nes de maestros abogaban ahora por un plan de estudios «francamente colectivis-
ta»,21 y el más numeroso (y no el más radical) de los sindicatos de maestros pidió
la socialización de la enseñanza primaria y de la secundaria. Corrientes parecidas
agitaban la Universidad Nacional. En un plano más amplio, el realismo socialista
se puso de moda en los ambientes culturales. Y el Plan Sexenal incluía un compro-
miso deliberadamente ambiguo, pero significativo, con una educación que se basa-
ba en «la doctrina socialista que sostenía la Revolución mexicana». En un terreno
más práctico, el plan disponía un incremento anual del 1 por 100 en el presupuesto
destinado a la educación, cifra que aumentaría del 15 al 20 por 100 del gasto total
entre 1934 y 1940. Finalmente, el Congreso se inclinó ante la recomendación del
PNR y aprobó una forma de educación federal de signo socialista que combatiría
los prejuicios y el fanatismo (léase «clericalismo») e inculcaría un «concepto exac-
to, racional, del Universo y de la vida social».22 Por consiguiente, el compromiso
con la educación «socialista» fue algo que la administración Cárdenas heredó.
Por supuesto, cada cual interpretaba a su modo el significado de la palabra
«socialismo». Había dignificado el darwinismo social étatiste de sonorenses
como Salvador Alvarado, el furibundo anticlericalismo de Garrido, el seudoso-
cialismo de la CROM. Los debates sobre la educación en los años treinta reve-
laron (según los cálculos de una estudiosa atenta) que existían treinta y tres in-
terpretaciones diferentes.21 Más aún que la reforma agraria, la educación podía
camuflarse bajo la retórica. Callistas que en 1930 ya habían vuelto la espalda a
la reforma agraria todavía podían hacer comedia en el campo de la educación,
lugar ideal para hacer demostraciones de radicalismo de mediana edad. Tenien-
do presentes los ejemplos fascistas, albergaban la esperanza de encandilar a la
juventud y, quizá, desviar la atención de las penalidades de la recesión. Así, en
su Grito de Guadalajara, Calles podía parecer un radical joven y un jesuíta viejo
al mismo tiempo.
Para muchos el «socialismo» era simplemente una nueva etiqueta para el
anticlericalismo, el antiguo tema central de la política sonorense. Las palabras
«socialismo» y «racionalismo» se usaban de forma intercambiable. Otros se to-
maron en serio el cambio semántico. Bassols hacía hincapié en el papel práctico
de la educación, que estimularía una ética colectivista; los maestros no se limi-
tarían a enseñar, sino que, además, «modificarían los sistemas de producción,
distribución y consumo», estimulando la actividad económica en beneficio de los
pobres.24 Otros iban más lejos y hacían de la educación el tablero central de una

21. David L. Raby, Educación v revolución social en México, 1921-1940, México, D.F.,
1974. p. 39.
22. lbid., pp. 40-41.
23. Victoria Lerner, Historia de ¡a Revolución mexicana. Período ¡934-1940: La educa-
ción socialista, México, D.F., 1979. p. 83.
24. John A. Britton, Educación y radicalismo en México. I: Los años de Bassols (1931-
1934), México, D.F., 1976, p. 52.
MÉXICO, C. 1930-1946 35

amplia plataforma de reformas radicales. El secretario de Educación afirmó que


la educación combatiría los valores capitalistas e individualistas e inculcaría, es-
pecialmente en la juventud, «el espíritu revolucionario, con miras a luchar contra
el régimen capitalista».25 La literatura y la retórica de la época inducen a pensar
que «muchos maestros creían que era posible derrocar el capitalismo empleando
la educación como único medio»; método que poseía el mérito de ser pacífico y
exhortatorio antes que violento.26 El arte y la poesía —de un tipo apropiadamen-
te comprometido— trabajarían para alcanzar el mismo fin.
Era un antiguo sueño mexicano, un sueño acariciado tanto por los liberales
del siglo xix como por los revolucionarios del xx: que la educación cambiara el
mundo social. Al mismo tiempo que los radicales de la educación de los años trein-
ta repetían los consabidos temas del oscurantismo católico, así como de la alianza
liberadora de la alfabetización, la higiene, la templanza y la productividad, reapa-
recieron conceptos antiguos, incluso positivistas, con disfraz «socialista». A de-
cir verdad, algunos radicales socialistas hacían alarde de sus antecedentes com-
tianos. El «socialismo» absorbía así muchas de las obsesiones desarrollistas de
una generación anterior (según afirmaba un burócrata de la educación en 1932,
la necesidad más urgente era «enseñar al pueblo a producir más»; el «socialis-
mo» de Bassols se ha interpretado como una ideología sustitutiva de la moder-
nización).27
También daba cuerpo a la tradicional búsqueda de cohesión cultural e inte-
gración nacional. Estas continuidades ayudaban a explicar la facilidad con que se
convirtieron a la educación «socialista» incluso los miembros de la derecha ofi-
cial. Pero también había radicales auténticos que veían la educación como medio
de subvertir las viejas costumbres, en lugar de sostenerlas. El modelo soviético
volvía a influir. A juicio de viejos revolucionarios como Luis G. Monzón, ofre-
cía la única alternativa a un capitalismo en bancarrota. Se importaron métodos
soviéticos —de modo no sistemático y sin que en gran parte dieran fruto— y cir-
cularon textos marxistas, incluso en el Colegio Militar. Aunque a primera vista
este mimetismo concordaba con la importancia que daba el régimen a la con-
ciencia y la lucha de clases, el ejemplo soviético lo invocaban con más lógica
quienes defendían el desarrollo y la productividad. Más que portadores de la
guerra entre las clases, se consideraba a los soviéticos como exitosos exponentes
de la industrialización moderna en gran escala: más «fordistas» que Ford. Este
atractivo dependía de las circunstancias económicas de la época y de la radica-
lización que las mismas fomentaban, y ambos factores repercutían directamente
en la educación. La izquierda resurgente esgrimía sus propuestas educativas;
una profesión docente más militante (muchos maestros, aunque en modo alguno
todos, eran izquierdistas y una minoría significativa de ellos, comunistas) ejercía
presión a favor de sus intereses políticos, pedagógicos y sindicales. La recesión
y las consiguientes reducciones del gobierno habían afectado gravemente a los
maestros, y Bassols, a pesar de su radicalismo, se había mostrado cicatero como
pagador.
Aunque el número de maestros creció mucho en los años treinta, el desem-

25. Farquhar, Ciudad de México, 24 de enero de 1935. FO 371/18705, A1338.


26. Raby, Educación y revolución social, p. 60.
27. Ibid., p. 38; Britton, Los años de Bassols, p. 17.
36 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

pleo persistía; grupos de maestros figuraban a menudo en el primer plano de la po-


lítica local (organizaron el único desafío serio a Cedillo en su feudo de San Luis);
y los sindicatos de maestros se unieron a otros impelidos por los intereses
materiales tanto como por la solidaridad ideológica.
Estos factores se hallaban presentes en el compromiso oficial con la educación
socialista, que poco debía a las exigencias populares. Cincuenta mil personas des-
filaron por las calles de Ciudad de México y aplaudieron el nuevo programa (oc-
tubre de 1934), pero la manifestación fue uno de los últimos actos organizados por
el aparato de la CROM. En general (pero en particular en el campo, al cual iba
especialmente destinada la reforma), la respuesta popular fue tibia o declarada-
mente hostil. Si, como se ha sugerido, la educación socialista era un mecanismo
clave para recuperar la simpatía y el apoyo de las masas, que se habían perdido,28
fue un fracaso; en realidad, sin embargo, tenía menos de populismo oportunista
que de ingeniería social grandiosa y un tanto ingenua. En mayor medida que la
reforma agraria, la educación socialista llegó como una revolución desde arriba,
y a menudo como una imposición blasfema y no deseada.
Proliferaron los proyectos educativos: el importante programa para cons-
truir escuelas rurales se amplió mucho junto con programas secundarios —las
Misiones Culturales, la Escuela Normal Rural, las escuelas especiales del ejérci-
to (proyecto muy querido del presidente) y las escuelas (de las compañías) del
«artículo 123». Se hicieron esfuerzos especiales —basándose también en el pre-
cedente sonorense— por llegar a la población indígena, la cual, definida como
aquellas que hablaban alguna lengua indígena, constituía quizá una séptima parte
de la población total de México. En esta empresa, el presidente, que se dijo que
era nieto de un indio tarasco y que había concedido mucha importancia a la cues-
tión indígena durante la campaña de 1934, hizo uso de su energía y su autoridad
personales. Pero se produjo un cambio de actitud y ahora el indigenismo figuraba
menos como política autónoma, encaminada hacia la integración nacional, y más
como parte de la amplia ofensiva cardenista contra la pobreza y la desigualdad.
Aunque el Departamento de Asuntos Indígenas organizaba programas especiales
de educación e investigación (que en Chiapas eran de grandes proporciones), su
presupuesto era demasiado pequeño para soportar toda la carga de la política
indigenista. En vez de ello, el régimen trató de integrar al indígena en la masa de
trabajadores y campesinos haciendo hincapié en la clase social antes que en la et-
nicidad: el programa de la emancipación de los indios es, en esencia, el de la eman-
cipación del proletariado de cualquier país, aunque tal vez había que tener en
cuenta rasgos específicos de índole histórica y cultural.2L1 El objetivo —optimista
por no decir francamente utópico— consistía en alcanzar la emancipación social
y económica sin destruir los elementos fundamentales de la cultura indígena. El
principal efecto que el gobierno tuvo en el indígena no fue tanto a través de pro-
gramas específicamente indigenistas como a través de medidas más generales
que afectaban a los indígenas en tanto campesinos: el programa de educación
rural y, sobre todo, la reforma agraria en Yucatán, Chiapas y la región de los ya-
quis (donde a Cárdenas todavía se le recordaba bien al cabo de mucho tiempo).

28. Arturo Anguiano, El Estado y la política obrera del cardenismo, México, 1975, p. 45.
29. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 120.
MÉXICO. C. 1930-1946 37

El indigenismo propiamente dicho únicamente surtió efectos limitados, a menudo


pasajeros. Sin embargo, una de sus consecuencias permanentes fue el crecimien-
to del poder federal a medida que la cuestión indígena pasó a ser de la incum-
bencia exclusiva del gobierno nacional e incluso podía utilizarse para forzar la
apertura de cacicazgos locales hostiles. Incluso bajo Cárdenas se hizo evidente
que federalizar la cuestión indígena a menudo significaba sustituir a los patronos
locales —terratenientes, caciques, sacerdotes, «enganchadores» (contratistas de
mano de obra— por nuevos jefes, burocráticos, agentes de programas indigenis-
tas o agrarios, algunos de los cuales eran indígenas ellos mismos. Estas tenden-
cias se aceleraron después de 1940. La esperanza cardenista de alcanzar la inte-
gración con igualdad y supervivencia cultural forzosamente tenía que fracasar: se
integró a los indígenas, pero como proletarios y campesinos, clientes oficiales
y (de vez en cuando) caciques oficiales.
En el otro extremo del espectro, la educación superior se encontraba ahora
ante el desafío del «socialismo», que denunciaba la posición de las universidades
(en especial la Universidad Nacional, tradicionalmente conservadora, elitista y,
desde 1929, formalmente autónoma) como bastiones de los privilegios de las cla-
ses medias. Al igual que otros conflictos en el campo de la enseñanza, éste fue
anterior a la presidencia de Cárdenas. En 1933 se había suscitado una polémica
entre facciones universitarias en la cual Lombardo Toledano —a quien se oponía
Antonio Caso— abogaba por que la universidad se adhiriera a la nueva ideolo-
gía materialista. A pesar de las luchas y huelgas estudiantiles, los liberales con-
servaron su precario control; pero el gobierno respondió, reduciendo a la mitad
la subvención que pagaba a la universidad. También las universidades provin-
ciales, temiendo la intimidación ideológica, exigieron que se les concediera una
autonomía parecida y en Guadalajara el gobernador del estado recurrió a la fuer-
za para desalojar del recinto universitario a las autoridades insubordinadas. Mu-
chos izquierdistas aplaudieron semejante humillación de los señorones aca-
démicos (el propio Cárdenas, según decían, albergaba una sana antipatía por los
hombres cultos, que con frecuencia era recíproca).
Mientras tanto en los recintos universitarios seguían resonando los rebatos
políticos de 1935. En septiembre de dicho año una facción izquierdista integra-
da por profesores y estudiantes protagonizó un golpe interno y alineó la Univer-
sidad Nacional con la política oficial de signo «socialista». El gobierno pudo así
regularizar sus relaciones con la universidad, reafirmando la autonomía de ésta y
reanudando el pago de su subvención; a cambio de ello, la universidad tomó al-
gunas iniciativas nuevas, aparentemente radicales (servicios jurídicos para los tra-
bajadores, estudios sociales «relevantes») que probablemente representaban una
conformidad externa más que una conversión auténtica. Además, el régimen creó
nuevas instituciones de enseñanza superior que fueran más de su gusto. Algunas
de ellas, como el Instituto Politécnico Nacional, sobrevivieron y prosperaron;
otras, como la Universidad Obrera, fueron efímeras.
Mucha mayor fue la importancia de los esfuerzos y los conflictos en la esfe-
ra de la educación rural. Fue este el escenario de la principal innovación de los
años de Cárdenas; no en el contenido formal o la estructura organizativa de la
educación (de los cuales existían abundantes precedentes), sino más bien en el
contexto social y político en el cual se emprendió la educación rural. El compro-
miso de la administración era inequívoco. Si bien no pudieron cumplirse los am-
38 HISTORIA DE AMERICA LATINA

biciosos objetivos del Plan Sexenal, entre 1935 y 1940 los gastos en concepto de
educación oscilaron entre el 12 y el 14 por 100 del gasto público total, niveles
que no se alcanzaron ni antes ni después de dicho período. En términos reales
fueron el doble de los gastos correspondientes al período callista. Así, continuó
el crecimiento del número de escuelas rurales, que fue notable bajo Bassols, y de
estas escuelas se esperaba que hicieran mucho más que enseñar los elementos
básicos de las letras y los números. Cárdenas explicó que el maestro debía de-
sempeñar un papel social, revolucionario: el maestro rural es el guía del campe-
sino y del niño, y debe ocuparse del mejoramiento del poblado. El maestro debe
ayudar al campesino en la lucha por la consecución de tierra y al trabajador en
su demanda de los salarios que marca la ley.30 Y no se trataba de retórica hueca;
del mismo modo que los maestros sólo pueden enseñar a leer y a escribir cuando
existe la demanda correspondiente, sólo pueden dedicarse a la ingeniería social
cuando tienen a mano las piezas apropiadas, como ocurrió en México durante el
decenio de 1930. El maestro rural pudo cumplir la misión que le habían asigna-
do no porque los campesinos formaran una masa inerte, maleable, sino más bien
porque respondió a demandas reales —o, a veces se percató de demandas la-
tentes, especialmente en el campo de la reforma agraria. En el caso clásico de
los ejidos colectivos de La Laguna los maestros rurales desempeñaron un papel
clave en una serie de reformas integradas: reformas educativas, agrarias, téc-
nicas, médicas. En otros casos el maestro se vio involucrado en conflictos loca-
les que ya existían antes de que él llegara y su labor forzosamente se hizo muy
política, polémica y arriesgada. Los maestros fueron aplaudidos (o condenados)
por su agitación agraria en Chiapas, Michoacán, Jalisco, Colima, Sinaloa y otras
partes. Ayudaron a organizar a los pueblos mixtecas de Oaxaca que pedían
«Tierra y libertad» y una escuela en cada pueblo; en el estado de México se les
consideró responsables de incitar las ocupaciones de tierras; en Michoacán ca-
bía encontrarles explicando las leyes agrarias, redactando peticiones y siguien-
do el paso de las mismas por los organismos pertinentes. Sus críticos alegaban
que Arcadias que hasta entonces habían vivido tranquilas veían cómo su paz se
esfumaba a causa de la actuación de los demagógicos maestros socialistas; los
radicales, aunque lo expresaran de otro modo, con frecuencia eran dados a pen-
sar lo mismo. Es verdad que a veces los maestros estimulaban un agrarismo la-
tente y de vez en cuando contribuían a imponerlo a comunidades que no lo de-
seaban; pero también hubo casos en que fueron los propios campesinos quienes
ganaron a los maestros para la causa agraria. A los que «se acercaron al pueblo»
como ingenuos narodniki los echaron con cajas destempladas. Por el contrario,
los que lograron cumplir sus objetivos no triunfaron gracias a una agitación
estridente, sino porque aportaron ayuda práctica y, con su misma presencia, prue-
ba viviente del compromiso del régimen. Trabajaron en la agricultura, introdu-
ciendo productos y métodos nuevos; utilizaron sus conocimientos de letras en
beneficio de las comunidades; y, sobre todo, facilitaron aquella organización
supracomunal que con frecuencia ha sido el factor clave del triunfo de los mo-
vimientos campesinos.
A cambio de todo ello pagaron un precio. No hay prueba más segura del
efecto real de los maestros rurales que el historial de violencia que abarca el de-

30. Lerner, La educación socialista, pp. 114-115.


MÉXICO, c. 1930-1946 39

cenio de 1930. El fenómeno debe verse teniendo en cuenta la fuerte polarización


que provocó el programa de educación socialista. Aunque al principio algunos
izquierdistas se mostraron críticos y señalaron que era ilusorio intentar la tran-
sición al socialismo por medio de la maquinaria superestructural de la educa-
ción, la mayoría de ellos cambiaron de parecer. Este fue especialmente el caso
de los comunistas, que pronto abandonaron la postura crítica, que se ajustaba
bastante bien al «tercer período» de la Komintern, y se adhirieron al programa
con la misma vehemencia con que defendían el frentepopulismo. A lo sumo, era
comunista una sexta parte de los maestros mexicanos, pero esta minoría acti-
vista fue suficiente para alimentar las sospechas y ayudar a la propaganda de los
críticos. Éstos eran numerosos, enérgicos y a menudo violentos. La organización
y la combatividad crecientes de la izquierda tenían sus equivalentes en la dere-
cha católica y conservadora: en la jerarquía, el movimiento de estudiantes cató-
licos y asociaciones laicas tales como la Unión Nacional de Padres de Familia.
Los blancos principales de los críticos eran la educación socialista y la educación
sexual. Los estudiantes católicos protestaban, organizaban huelgas y provocaban
disturbios. Los padres expresaron su desacuerdo retirando a sus hijos de las es-
cuelas y el absentismo fue en aumento, tanto en la ciudad como en el campo; las
escuelas privadas (católicas) de San Luis, que eran protegidas por Cedillo, esta-
ban llenas a reventar. En la medida en que «socialismo» significaba «anticleri-
calismo» y los excesos anticlericales continuaron bajo auspicios «socialistas»,
esta reacción de los católicos fue defensiva, incluso legítima. Pero, en general, la
tendencia anticlerical iba perdiendo fuerza, y la oposición católica dirigió sus
miradas hacia asuntos de mayor envergadura, tales como los servicios médicos,
la educación mixta y la instrucción sexual, que fue denunciada y acusada de ser
un complot comunista para introducir la pornografía en el aula. La prensa ca-
tólica expresó horror porque a los niños campesinos —que estaban acostumbra-
dos a ver cerdos en celo— les mostraban grabados con los órganos sexuales de
las flores.
Los católicos también se opusieron al agrarismo tanto en general, defendien-
do los derechos de la propiedad privada, como de forma específica, poniéndose del
lado de los terratenientes contra los agraristas. Se decía que los sacerdotes lan-
zaban invectivas contra la reforma e incitaban a las chusmas a cometer actos de
violencia (Contepec, Michoacán); decían misas por criminales que habían asesi-
nado a un maestro (Huiscolo, Zacatecas). Se culpó a la influencia clerical de los
repetidos ataques que se registraron en la región de Colotlán, estado de Jalisco,
donde, según decían, cuarenta escuelas fueron incendiadas en un solo año. Por
supuesto, a veces estas afirmaciones eran exageradas. Asimismo, el sacerdote,
al igual que el maestro, no actuaba por su cuenta. Figuraba en conflictos locales
que él no había provocado. Muchos actos de violencia rural se producían sin que
en ellos interviniera el clero; era una violencia «espontánea» o nacida de la in-
citación por parte de terratenientes, caciques e incluso gobernadores de algún
estado. Las víctimas —maestros como López Huitrón de San Andrés Tuxtla, ase-
sinado en 1939, o los veinticinco maestros que fueron asesinados en Michoacán
hasta 1943— nos recuerdan que, si bien los poderes del gobierno central iban
aumentando, seguían siendo limitados y a veces vacilaban; no podían garan-
tizar la seguridad, y mucho menos el éxito, de sus agentes destacados en territo-
rio hostil.
40 HISTORIA DE AMERICA LATINA

Así pues, los maestros se encontraban con frecuencia ante una tarea solitaria
y peligrosa. Muchos estaban mal preparados, lo estaban sin duda para el socia-
lismo que debían impartir (a veces hasta para enseñar); un crítico se burló de ellos
porque antes habían sido «ayudantes de camionero, vendedores de pan calleje-
ros, [y] capataces de plantaciones de café»." Estaban mal pagados y, excepto en
casos de reforma integrada como La Laguna, normalmente carecían de aliados
institucionales en su localidad. A menudo tenían que afrontar la indiferencia y la
hostilidad del pueblo. Los conflictos asediaban sus organizaciones sindicales.
Con la expansión de la enseñanza en los primeros años treinta se hizo posible la
sindicación en gran escala; la reducciones salariales de aquellos años dieron a los
maestros muchos motivos de queja. Una y otra vez pidieron mejoras salariales
(y las recibieron en parte) y la federalización de la enseñanza, para que la toma
de decisiones se concentrara en el gobierno central, que era favorable a la edu-
cación, a expensas de las caprichosas administraciones de los estados. Aunque en
este campo, igual que en otros, la federalización se aceleró durante el decenio,
no se alcanzó por completo. Entretanto la Secretaría de Educación insistía en que
se formara un único sindicato de maestros, lo cual provocaba serias divisiones in-
ternas (hasta el 60 por 100 de los maestros, según se decía, eran católicos y, a
pesar de las purgas y las medidas para reclutar adeptos, la profesión nunca se ra-
dicalizó del todo). Como también la izquierda estaba dividida, entre comunistas
y lombardistas, la unidad resultó quimérica y los conflictos internos fueron en-
démicos, lo cual obró en detrimento de la moral.
Se obtuvieron algunas ganancias permanentes en la carrera entre el creci-
miento demográfico y la oferta educativa: las tasas de alfabetización mejoraron
y se intensificó el papel nacionalista e integrador de la escuela. Sin embargo,
como sistema de proselitismo socialista e ingeniería social, el proyecto fracasó.
Por muy afín o apropiada que fuese en las zonas de agrarismo y conflictos so-
ciales, la educación socialista no podía revolucionar la sociedad capitalista en su
totalidad. Al igual que muchas reformas cardenistas, fue un fenómeno circunstan-
cial que dependía del clima oficial que fue brevemente benigno. El clima empezó
a cambiar incluso antes de que Cárdenas dejara su cargo. En 1938 la austeridad
económica y la redoblada oposición (que ahora se movilizó contra la propuesta
de «regulación» del artículo 3) obligaron a emprender la retirada. El reglamento
terminó con una fórmula conciliatoria, se retiraron los libros más radicales, se
puso fin a las Misiones Culturales; la educación privada renació y se eliminaron
gradualmente ambiciosos proyectos de educación, como los de La Laguna. El úl-
timo mensaje de Año Nuevo de Cárdenas (enero de 1940) fue decididamente
conciliador, como lo fueron también los discursos del candidato oficial a la pre-
sidencia, Ávila Camacho. Y una vez éste subió al poder, estos cambios se acele-
raron. El «socialismo» siguió siendo la consigna oficial durante un tiempo; pero
posteriormente —dada la flexibilidad casi infinita del término— se convirtió en
sinónimo de conciliación social y equilibrio entre las clases. Volvió a oírse el dis-
curso de los sonorenses. El socialismo educativo, al igual que gran parte del pro-
yecto cardenista, resultó un intermedio en lugar de un milenio.

31. Murray, Ciudad de México, 31 de octubre de 1935, FO 371/18707, A9693.


MÉXICO, C. 1930-1946 41

Durante la lucha contra Calles en 1935 se habían registrado numerosas huel-


gas y una movilización significativa del movimiento obrero. Ambas cosas con-
tinuaron después de la caída del jefe máximo: en el período 1935-1936 ocurrió
el hecho insólito de que las huelgas fueron más numerosas en México que en
Estados Unidos; y en 1937 (año de creciente inflación) se alcanzó un punto máxi-
mo, al menos en términos de huelgas oficiales. Durante este período las huelgas
afectaron a todas las industrias básicas de México —minas, compañías petro-
leras, ferrocarriles, fábricas textiles—, así como a los servicios del gobierno y
la agricultura comercial. Al igual que en La Laguna, la protesta de los trabaja-
dores contra las compañías extranjeras podía presagiar la intervención y la expro-
piación por parte del gobierno, de acuerdo con la doctrina que en febrero de 1936
proclamó con audacia el presidente en su célebre viaje a Monterrey, la ciudadela
de la libre empresa, a la sazón aquejada de huelgas y un cierre patronal: si los
empresarios eran incapaces de evitar la parálisis industrial, el Estado intervendría.
Los conflictos laborales proporcionaron un instrumento contra los enclaves ex-
tranjeros. Mientras tanto, la organización sindical hizo progresos que culmi-
naron con la formación de la nueva central, la Confederación de Trabajadores
de México (CTM); y la militancia de los trabajadores contribuyó a la tendencia
alcista de los salarios reales. Esto no hubiera sucedido sin el respaldo oficial, que
se hizo patente por primera vez durante la crisis política de 1935 y se mantuvo
en lo sucesivo, aunque no de modo uniforme y sin críticas. No cabe duda de que
el gobierno adoptó una actitud intervencionista ante las relaciones laborales («el
gobierno —según declaró Cárdenas en Monterrey— es el arbitro y el regulador
de los problemas sociales»); el arbitraje pasó a ser sistemático (aunque no auto-
mático) y generalmente era favorable a los trabajadores. Con todo, hubo casos en
que huelgas importantes encontraron oposición (destaca entre ellos la de ferro-
viarios en mayo de 1936) y, especialmente después de 1938, el gobierno dirigió
sus esfuerzos a evitar huelgas, por el bien de la economía. No obstante, sería un
error valerse de estos casos para afirmar la importancia suprema de la producción
y la conciliación de las clases, y por ende la continuidad de una política de masas
manipuladora entre Calles y Cárdenas. El significado de la intervención, el arbi-
traje y la política de masas fue diferente según la época. Y bajo Cárdenas, en es-
pecial antes de 1938, llevaban aparejado el apoyo activo a los sindicatos contra
las empresas, tanto como el apaciguamiento del conflicto industrial, y rumbos
nuevos y radicales en el campo del control obrero. Una vez más, por consi-
guiente, el «populismo» cardenista difiere en aspectos importantes de algunos de
sus supuestos parientes políticos.
El régimen nunca perdió de vista las realidades económicas. Combatió lo que
consideraba sindicalismo irresponsable, por ejemplo, el de los petroleros. Se dio
cuenta de que subir los salarios profundizaría el mercado nacional en beneficio
de algunos sectores de la industria. Sin embargo, este enfoque keynesiano no
puede verse como la razón de ser de la política laboral cardenista. Algunos
nombres de negocios y banqueros inteligentes compartían este punto de vista,
pero la empresa privada —sobre todo, el núcleo de la burguesía nacional que
tenía su base en Monterrey— era abrumadoramente hostil al cardenismo y nun-
ca dejó de criticarlo. Y esta situación no varió después de 1938. En 1940 porta-
voces del mundo empresarial todavía criticaban al gobierno por su «fantástica
política de mejora unilateral en cumplimiento de promesas hechas al proletaria-
42 HISTORIA DE AMERICA LATINA

do». El nuevo impuesto sobre beneficios extraordinarios era un ejemplo de


«totalitarismo hitleriano».32 Si Cárdenas salvó a la burguesía mexicana de la re-
volución o del derrumbamiento (lo cual parece dudoso), la burguesía no mostró
mucha gratitud.
También es cierto que la política laboral de Cárdenas, al igual que su agraris-
mo, incluía un aspecto educativo o tutelar; una faceta del llamado «Estado papá».
El presidente contaba con la maduración gradual de la clase trabajadora como en-
tidad organizada, unificada, responsable; organizada, con el fin de que su impor-
tancia numérica contase; unificada, para que su fuerza no se disipase en luchas
fratricidas; y responsable, para que no exigiese demasiado a una economía sub-
desarrollada que acababa de salir de la recesión (porque, en caso contrario, los
propios trabajadores serían los principales perjudicados). Desde la campaña elec-
toral de 1934 hasta la alocución de despedida de 1940, por tanto, el tema cons-
tante de Cárdenas fue «organizar», igual que el de Lenin. La organización reque-
ría el apoyo activo del Estado, pero sería un error ver en ello una manipulación
cínica, una prueba de continuidad ininterrumpida de Calles y la CROM a Miguel
Alemán y los «cacharrazos» del decenio de 1940. Calificado hoy en día de esta-
tista ardiente, en realidad Cárdenas concebía los bloques y clases organizados en
el campo económico como las bases de la política. Así, la mejor garantía de la
continuación de su proyecto radical era una clase trabajadora poderosa, organi-
zada. La formación de la CTM, los experimentos con el control obrero y la edu-
cación socialista y la exhortación constante servían a una visión lejana y optimis-
ta: una democracia obrera que diese cuerpo a las virtudes cardenistas del trabajo
arduo, el igualitarismo, la sobriedad, la responsabilidad y el patriotismo. Esta era
grosso modo la meta «socialista» a largo plazo de Cárdenas.
Cierto grado de tutela estatal era necesario porque la creación de una confe-
deración laboral unida representaba una tarea formidable y era improbable que
se produjera espontáneamente. Tras el ocaso de la CROM el proletariado se mos-
traba combativo pero fragmentado. Sin embargo, la coincidencia de la campaña
contra Calles con una rápida recuperación económica brindó la oportunidad de
reagruparse. El Comité Nacional para la Defensa del Proletariado, que Lombardo
utilizó para combatir a Calles y la CROM, hizo las veces de núcleo de la naciente
CTM, que, al fundarse en febrero de 1936, reunió a varios sindicatos industriales
clave que se habían destacado durante las huelgas recientes (ferroviarios, mineros
y metalúrgicos, electricistas, tipógrafos y tranviarios), así como a las antiguas
confederaciones rivales de la CROM, la CGOCM de Lombardo y la CSUM co-
munista. La CTM, que afirmaba tener 3.594 sindicatos afiliados y 946.000 miem-
bros, empequeñecía tanto a la residual Confederación General de Trabajadores
(CGT), de signo anarcosindicalista, como a la CROM, aunque ésta sobrevivió
(algunos de sus afiliados en calidad de sindicatos blancos) y todavía pudo luchar
contra la hegemonía de la CTM, a veces empleando la violencia, en ciertas re-
giones e industrias (por ejemplo, la textil). Otras dos barreras que impidieron la
hegemonía de la CTM las erigió el Estado: el sindicato de funcionarios, la Fe-
deración de Sindicatos de Trabajadores en el Servicio del Estado (FSTSE), al que

32. Rees, Ciudad de México, 3 de enero de 1940, FO 371/24217, A547; Hamilton, Limits
of State Autonomy, p. 192.
MÉXICO, C. 1930-1946 43

se le impidió afiliarse (el asunto de los derechos sindicales de los funcionarios


dio origen a intensos debates que culminaron con leyes especiales); y, factor más
importante, se protegió al campesinado del abrazo de la CTM, a pesar de que ya
se había efectuado una significativa labor de captación, principalmente en regio-
nes de agricultura comercial. La organización de los campesinos siguió siendo
prerrogativa del PNR. Aunque la CTM conservó cierta influencia residual en el
campo, sus líderes no pudieron hacer nada contra la decisión oficial.
La ideología de la CTM experimentó una rápida mutación. Durante la lucha
contra Calles las partes que la constituían habían recalcado su independencia de
los partidos o las facciones. Este compromiso —radical, nacionalista, autóno-
mo— pasó a la nueva CTM, que vino al mundo lanzando sonoros gritos que ha-
cían pensar en el sindicalismo revolucionario. Pero del mismo modo que Calles
había hecho callar a la CROM, cuyos gritos infantiles habían sido parecidos,
Cárdenas se atrajo a la CTM. En esta tarea fue una ayuda para él la presencia en
la CTM de antiguos miembros de la CROM como Fidel Velázquez y los «cinco
lobitos», cuya escuela había sido el activismo obrero en Ciudad de México du-
rante el decenio de 1920. A medida que la CTM fue obteniendo subvenciones y
locales oficiales, así como puestos en las juntas de conciliación y arbitraje, sus
dirigentes se percataron de las virtudes de la colaboración. Alegaron tres razones
para colaborar: la necesidad de derrotar a los restos del callismo, de organizar un
frente común contra el imperialismo (al que pronto se identificaría con las com-
pañías petroleras anglonorteamericanas), y de construir un frente popular contra
el fascismo, tanto el internacional como, al decir de algunos, el nacional («el fas-
cismo criollo», como lo llamó Lombardo).
A decir verdad, Lombardo Toledano se erigió ahora en figura fundamental de
la política del período, superada únicamente por el propio Cárdenas. Hijo de una
familia de empresarios que en otro tiempo fue rica pero luego se arruinó, Lom-
bardo había evolucionado del idealismo filosófico del Ateneo de la Juventud al
marxismo (aunque nunca se afilió al PCM). A principios del decenio de 1930
ya era una figura destacada de la intelectualidad de Ciudad de México —«el
marxista mexicano»—" que participaba activamente en la política obrera y uni-
versitaria; y con su secesión de la CROM y la creación de la CGOCM, echó los
cimientos de su futura dirección de la CTM. Elocuente, autocrático y narcisista,
Lombardo carecía de una base institucional, ya fuera regional o sindical. Su po-
der dependía de la burocracia de la CTM y del apoyo del gobierno (de ahí los
malabarismos ideológicos que hizo en los años cuarenta para conservar ambas
cosas). Después de respaldar tácticamente a Cárdenas en 1935, ahora quería re-
forzar la alianza, haciendo hincapié, en primer lugar, en un viejo tema —la res-
ponsabilidad nacional de la clase trabajadora— y, en segundo lugar, en un tema
nuevo: la amenaza del fascismo. En este contexto, la política que seguían los co-
munistas era importantísima. Empujados a la clandestinidad en 1929, los comu-
nistas seguían mostrándose activos en las luchas agrarias locales, y en sindicatos
clave, tales como los de los ferroviarios, los tipógrafos y los maestros. Aunque
se habían opuesto a la candidatura presidencial de Cárdenas, fueron atraídos

33. Véase Enrique Krauze, Caudillos culturales en la Revolución mexicana, México, D.F.,
1976, pp. 291-329.
44 HISTORIA DE AMERICA LATINA

hacia la coalición contra Calles y respaldaron a la CTM; y, providencialmente,


en 1935 la Komintern efectuó un viraje que legitimó —que requirió— la plena
colaboración con las fuerzas antifascistas y progresistas. La delegación mexica-
na volvió del Séptimo Congreso de la Komintern tras prometer su apoyo al fren-
tepopulismo y, por ende, al PNR, al Plan Sexenal y al gobierno Cárdenas, al que
ahora se consideraba un régimen nacionalista-reformista, de todo punto diferente
de su predecesor callista. Así pues, la CSUM se fundió con la CTM y se instó a
los trabajadores a participar en las elecciones. En 1937 el PCM y la CTM se
unieron para formar un frente electoral común, en el año siguiente los comunis-
tas apoyaron a la CTM al asumir ésta un papel central en el nuevo partido oficial
corporativo, el PRM. La colaboración de la CTM había llegado hasta el extremo
de que cetemistas desempeñaban ahora cargos políticos locales y nacionales, in-
cluidos treinta escaños en la cámara.
Era inevitable que hubiese divisiones en el seno de un conglomerado tan
grande. Lombardo y sus lugartenientes no profesaban ningún amor a los comu-
nistas. A las diferencias históricas e ideológicas se sumó la rivalidad de sus ba-
ses institucionales: los lombardistas dependían de gran número de pequeños sin-
dicatos y federaciones, especialmente en la capital, y su falta de fuerza industrial
hacía que la colaboración con el gobierno resultase atractiva; la fuerza de los
comunistas residía en los grandes sindicatos industriales —ferroviarios, tipó-
grafos, electricistas— que se inclinaban hacia el sindicalismo apolítico. Cada
bando luchaba por controlar tanto sindicatos individuales, tales como el de maes-
tros, como la propia CTM, donde los lombardistas se apoyaban en su superio-
ridad numérica —aunque fuese una superioridad nominal, dispersa entre una
legión de sindicatos afiliados— para compensar la fuerza industrial de los co-
munistas. En abril de 1937 se produjo un cisma importante y los comunistas, al
encontrarse excluidos de puestos clave, abandonaron la CTM, llevándose entre
la mitad y una cuarta parte de los sindicatos afiliados, incluidos algunos tan im-
portantes como los ferroviarios y los electricistas. Las esperanzas cardenistas de
formar un frente obrero unido, al parecer defraudadas, resucitaron cuando la Ko-
mintern acudió en su ayuda. Earl Browder llegó a toda prisa de Estados Unidos,
Moscú ejerció presión y tras dos meses de extravío, los comunistas volvieron al
redil. Algunos se resistieron: los mineros y los ferroviarios, tradicionalmente
independientes, permanecieron fuera. Pero el grueso de los comunistas cumplió
y volvió a una CTM aún más controlada por Lombardo; asimismo, acordaron
apoyar a los candidatos del PNR en las elecciones internas del partido y acallar
sus críticas, que ya eran moderadas, al régimen. Fue el primero de varios «sa-
crificios necesarios» que el PCM, entregado al frentepopulismo y azuzado por
Moscú, haría entre 1935 y 1946, y que contribuirían a formar y mantener la coa-
lición cardenista.
El fomento por parte de Cárdenas de la organización de la clase obrera bajo
la tutela del Estado afectó a dos casos claves —los ferrocarriles y el petróleo—
en los cuales se expropió y reorganizó de forma fundamental a empresas que
eran total o parcialmente de propiedad extranjera y se encontraban agobiadas por
disputas laborales. Así pues, de modo análogo a la colectivización de La Laguna
las disputas laborales dieron pie a la intervención del gobierno y a experimentos
con nuevas formas de organización económica (y, en el caso del petróleo, a un
serio altercado internacional). Hay diversas interpretaciones: ¿eran estas audaces,
MÉXICO, C. 1930-1946 45

generosas y radicales medidas acaso indicativas de la existencia de un sindicalis-


mo residual en el pensamiento oficial? ¿O eran nuevos ejemplos de Real politik
disfrazada de radicalismo, por medio de la cual un régimen maquiavélico que ha-
cía gala de su nacionalismo se quitaba de encima las industrias conflictivas pasán-
doselas a los trabajadores, que entonces tenían que someterse a la severa discipli-
na del mercado?
Las dos industrias eran distintas. Mientras que la producción de petróleo re-
gistró un modesto incremento durante el decenio de 1930, la situación de los ferro-
carriles era pésima: descapitalizados, con un exceso de personal, perjudicados
por la competencia que les hacían los transportes por carretera (y que el vigoro-
so programa de construcción de carreteras del gobierno exacerbó) y muy endeu-
dados con acreedores extranjeros. A decir verdad, se reconocía de forma general
que era necesaria alguna reorganización radical que posiblemente llevaría apare-
jada la nacionalización. Los ferroviarios, que tradicionalmente eran activistas y
en 1933 se organizaron en el nuevo Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de
la República Mexicana (STFRM), se resistieron tenazmente a la pérdida de em-
pleos, con la que estaban harto familiarizados (en el período 1930-1931 se ha-
bían perdido 10.000 puestos de trabajo). Hubo convocatorias de huelga en 1935
y de nuevo en mayo de 1936, momento en que los trabajadores vieron con desa-
grado cómo el gobierno se negaba a reconocer una huelga nacional en apoyo de
un nuevo convenio colectivo. Se respondió a las exigencias de los ferroviarios,
pero los problemas económicos básicos no desaparecieron. Al cabo de un año la
administración decidió abordarlos como en La Laguna, es decir, por medio de
una impresionante reforma estructural. En junio de 1937 los ferrocarriles fueron
nacionalizados a la vez que la deuda en bonos se consolidaba con la deuda públi-
ca. Después de un año de administración directa por parte del gobierno y de pro-
longadas negociaciones con el sindicato, la empresa quedó bajo el control de
los trabajadores el día 1 de mayo de 1938. No fue este un caso único. Tal como
prometiera Cárdenas, se habían pasado otras empresas —minas, fundiciones,
fábricas— a los trabajadores cuando los conflictos laborales resultaban insupera-
bles. Pero los ferrocarriles, que seguían transportando el 95 por 100 de la carga
de México, fueron, con mucho, el ejemplo más importante.
La expropiación inicial, en la que se dio muestra de patriotismo y de ma-
chismo político, fue bien recibida incluso por los grupos derechistas de clase
media que acostumbraban a quejarse de lo que hacía Cárdenas. Después de todo,
José Yves Limantour, decano de los «científicos», había empezado el proceso de
nacionalización treinta años antes; y al crear un sistema ferroviario propiedad del
Estado, México no hacía nada que no se hubiera hecho ya en varios países lati-
noamericanos. Mejor esto que la educación socialista o la confiscación de propie-
dades privadas mexicanas por medio de la reforma agraria. Hasta los acreedores
extranjeros se alegraron de que los librasen de un activo menguante. Un grupo
que contempló con recelo la nacionalización fue el de los propios ferroviarios.
Aunque eran partidarios de ella en abstracto (para algunos, como su combativo
líder, Juan Gutiérrez, era un paso hacia una economía socializada), temían que
sus derechos sindicales y el convenio que acababan de conseguir corrieran pe-
ligro al transformarse súbitamente en empleados federales. Así pues, en la deci-
sión del sindicato de asumir la gestión de los ferrocarriles influyó mucho el deseo
de conservar lo que tanto les había costado ganar, aun cuando, durante las largas
46 HISTORIA DE AMERICA LATINA

conversaciones entre el sindicato y el gobierno en 1937-1938, se dijo claramente


que la gestión de los obreros estaría sometida a rigurosas condiciones económi-
cas (entre ellas el veto del gobierno a los incrementos del costo de los fletes)
y que una administración obrera no representaría una opción fácil.
El sindicato asumió el control de acuerdo con estas condiciones y afrontó va-
lientemente los tremendos problemas que se le planteaban. Reformó la adminis-
tración, reparó las vías y el material rodante viejos, redujo los costes y cumplió
con sus primeras obligaciones financieras; hasta el agregado comercial de Esta-
dos Unidos quedó favorablemente impresionado. Sin embargo, la falta de inver-
siones y el tener que trabajar con unos niveles de demanda y precios en los que
el sindicato no podía influir pronto hicieron que los ferrocarriles incurrieran en
déficit. Además, la nueva administración, que desempeñaba el anómalo papel de
sindicato y patrono al mismo tiempo, se encontró ante serios problemas en el
capítulo de las diferencias salariales y en el de la disciplina laboral. Una serie
de enfrentamientos indicó la gravedad de estos problemas, que la administración
reconoció con franqueza; también proporcionó a la prensa conservadora (que,
por muy bien que hubiera acogido la nacionalización, veía con malos ojos el
control obrero) municiones abundantes para disparar contra este ejemplo de
comportamiento irresponsable, «antipatriótico». Durante su último año en el po-
der Cárdenas se preocupó mucho por la cuestión ferroviaria y, de acuerdo con la
tendencia predominante hacia la «moderación», recortó tanto la nómina como
la autonomía del sindicato, convirtiendo la administración de los ferrocarriles en
«un simple apéndice del aparato estatal».34 Estas medidas anunciaron la termi-
nación total del control de los trabajadores y la imposición de la plena adminis-
tración estatal durante la presidencia de Ávila Camacho. Los ferroviarios, ahora
«totalmente desilusionados», figuraron de forma destacada en la oposición alma-
zanista de 1940.35
Comparada con los ferrocarriles, la industria del petróleo era de propiedad ex-
tranjera en su totalidad (98 por 100), más pequeña (empleaba a unas 14.000 per-
sonas frente a las 47.000 de los ferrocarriles) y rentable. Después de la cifra
máxima registrada en 1921 (193 millones de barriles) la producción había des-
cendido hasta quedar en 32 millones en 1932, subiendo luego hasta los 47 millo-
nes en 1937, gracias en parte al gran yacimiento de Poza Rica. Para entonces la
industria había experimentado una gran introversión después de los prósperos
días del auge de las exportaciones. Ahora tenía un papel importante en la econo-
mía nacional (casi la mitad de la producción de 1937 se consumió en el país)
y, como es lógico, figuraba en la estrategia desarrollista del gobierno. El Plan
Sexenal preveía la creación de una compañía petrolera estatal, Petróleos Me-
xicanos (PEMEX) y la explotación de nuevos campos, ya que las compañías
petroleras parecían reacias a emprenderla porque estaban más interesadas en la
bonanza venezolana. Estas intenciones moderadamente dirigistas eran de todo
punto conformes a la política posrevolucionaria, que había provocado sucesivos
enfrentamientos —y compromisos— entre el gobierno y las compañías petrole-
ras. La más reciente, que culminó con el acuerdo Calles-Morrow de 1928, pro-

34. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 289.


35. Davidson, Ciudad de México, 15 de agosto de 1940, FO 371/24217, 3818.
MÉXICO, C. 1930-1946 47

tegía eficazmente la posición de las compañías; pero después de 1934, con el


Plan Sexenal y PEMEX, este estado de cosas parecía deshacerse. El propio Cár-
denas adoptó una actitud típicamente dura. Como comandante militar en la Huas-
teca (1925-1928) había tenido ocasión de conocer directamente la industria del
petróleo, su carácter de enclave, su afición a echar mano del soborno y el pisto-
lerismo. Había desdeñado un «hermoso sedán Packard» que le ofreciera una
compañía como «prueba de gran estima y respeto»; diez años más tarde mostró
la misma resistencia a los chanchullos, que les parecía increíble a las compañías
petroleras y sus amigos, condicionados por las costumbres políticas del callismo.
Se quejaron de que el nuevo presidente era «curiosamente ingenuo en estas cues-
tiones y no apreciaba las convenciones comerciales tal como se entendían en
México».36
Así pues, Cárdenas no simpatizaba con las compañías petroleras. Expuso cla-
ramente su intención de obligarlas a ajustarse a las necesidades nacionales tal
como se formulaban en el Plan Sexenal y más adelante se comprometió a elevar
los derechos de explotación. Pero ninguna de estas medidas hacía pensar en una
futura expropiación. Las inversiones extranjeras —en el sector petrolero y
otros— todavía figuraban en los planes del gobierno; no se buscaba la expropia-
ción per se. En ningún momento se consideró que las minas de propiedad ex-
tranjera (que colectivamente eran más importantes que la industria del petróleo)
estuvieran maduras para la nacionalización a pesar de que el sindicato minero
ejercía cierta presión para que se llevara a cabo; se estimulaban activamente las
inversiones extranjeras en la industria eléctrica y otras. Así pues, mientras que la
política cardenista relativa a las inversiones extranjeras en general era pragmáti-
ca, el petróleo era un caso especial. Era un «símbolo sagrado» de identidad e in-
dependencia de la nación; en cambio, las compañías petroleras representaban un
imperialismo perverso, parasitario. De manera que la expropiación tendría en su
momento menos de ejemplo típico o de política económica nacionalista conse-
cuente que de excepción espectacular, provocada por la intransigencia de las
compañías (algunas de las cuales persistían en «concebir México como... un go-
bierno colonial al que sencillamente se le dictaban órdenes»)." Además, se llevó
a cabo después de años de crecientes conflictos industriales en los cuales la lucha
entre capitalistas y trabajadores era un importantísimo factor autónomo que con-
tribuía a que los resultados fuesen imprevistos.
Al igual que los ferroviarios, los petroleros tenían reputación de ser inde-
pendientes y combativos, reputación que se intensificó al fundarse el unificado
Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) en
agosto de 1935. En las repetidas huelgas del período 1934-1935 se presentaron a
las compañías unas exigencias que ellas consideraron «absurdas»; en noviembre
de 1936 los trabajadores las amenazaron con ir a la huelga si no se les concedía
un nuevo convenio colectivo de alcance nacional. Las reivindicaciones de los

36. William Cameron Townsend, Lázaro Cárdenas, Mexican Democrar, Ann Arbor. Mi-
chigan, 1952, pp. 43-51 (hay trad. cast.: Lázaro Cárdenas, demócrata mexicano, Gandesa.
México, D.F., 1956); Murray, Ciudad de México, 15 de julio de 1935, FO 371/18707, A6865.
37. La actitud de sir Henry Deterding, de la Royal Dutch Shell, descrita por el director
gerente de la filial mexicana de la Shell, El Águila, en Murray, Ciudad de México, 17 de sep-
tiembre de 1935, FO 371/18708, 8586.
48 HISTORIA DE AMERICA LATINA

obreros —que llegaban a 240 cláusulas— incluían la rápida mexicanización del


personal, la sustitución de empleados «de confianza» (no sindicados) por miem-
bros del sindicato en todos los puestos excepto un puñado, una gran mejora de los
salarios y de los beneficios sociales y una semana laboral de cuarenta horas. Según
las compañías, tales demandas amenazaban tanto las prerrogativas gerenciales
como la viabilidad económica; estimaron sus costes en un 500 por 100 de la nó-
mina existente en aquel momento (el sindicato prefirió la cifra del 130 por 100,
que, según dijo, estaba justificada por los niveles de beneficios; durante todo el
conflicto se intercambiaron cifras como si fueran puñetazos en un combate de
boxeo). Las contrapropuestas de las compañías sirvieron sólo para revelar el enor-
me abismo que había entre las dos partes y que la profusa propaganda de las com-
pañías (denunciando la codicia de los petroleros —los «niños mimados» de la
industria mexicana) no contribuyó a acortar. Después del fracaso de largas con-
versaciones, los trabajadores se declararon en huelga (mayo de 1937), alegando
un «conflicto económico» ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje.1* Era
claro que el arbitraje gozaba del favor tanto de la CTM como del gobierno, que
ejercieron presión para que se llegase a un acuerdo y se evitaran más trastornos
económicos (la idea de que el gobierno incitó el conflicto con el fin de justificar
la expropiación que pensaba llevar a cabo no es convincente). En agosto una nu-
merosa comisión federal ya había dado a conocer su dictamen y recomendado un
modesto incremento de lo que ofrecían las compañías, a la vez que, de modo
parecido, modificaba las demandas «sociales»; pero también criticó severamente
a las compañías por su condición de enclaves monopolísticos, por su largo his-
torial de injerencias en política, sus privilegios fiscales y sus beneficios exce-
sivos. Por consiguiente, el conflicto laboral del principio dio paso a cuestiones
económicas mucho más amplias.
Las compañías persistieron en su actitud intransigente, impugnaron la correc-
ción del informe y se negaron a aumentar su oferta. Cuando la Junta de Conci-
liación y Arbitraje aceptó «casi en su totalidad» las recomendaciones de la co-
misión, las compañías recurrieron a la Corte Suprema y cuando ésta falló contra
ellas, volvieron a hacer caso omiso de la sentencia. Mientras tanto hicieron pro-
paganda y ejercieron presiones tanto en México como en Estados Unidos. Sin
embargo, ellas mismas se habían colocado entre la espada y la pared. Seguras de
que su papel económico era esencial —y, por ende, convencidas de que tanto el
sindicato como el gobierno tendrían que transigir, igual que en 1923 y 1928—,
las compañías resistieron hasta el final, rechazando una solución que era financie-
ramente factible (la diferencia en términos económicos no era tan grande), temero-
sas de sus posibles repercusiones en otras naciones productoras de petróleo. El
conflicto, que había empezado como un conflicto laboral, se centró ahora en gran-
des cuestiones de prestigio y principio. Porque a comienzos de 1938 también las
opciones del gobierno eran limitadas: una rendición humillante, una intervención
temporal de las propiedades de las compañías, o la expropiación pura y simple.
Aunque la tercera opción fue el resultado final, no era el objetivo en que insistía
el gobierno, como alegaron las compañías ante las negaciones oficiales. La na-
cionalización de este recurso básico era, para algunos, un objetivo a largo plazo,

38. Véase Joe C. Ashby, Organized Labor and the Mexican Revolution Under Lázaro
Cárdenas, Chapel Hill, Carolina del Norte, 1963, pp. 197-212.
MÉXICO, C. 1930-1946 49

pero no hay ninguna prueba de que se eligiera de antemano 1938 como el annus
mirabilis. Al contrario, el pragmatismo oficial se hizo evidente en la concesión
de nuevas concesiones petroleras en 1937, así como en las conversaciones que se
sostuvieron después de la expropiación con vistas a posibles inversiones extran-
jeras en la industria del petróleo. Es más, el gabinete estuvo dividido durante las
críticas semanas iniciales de 1938 y pocos ponían en duda los riesgos —eco-
nómicos, financieros, políticos— que la expropiación llevaría consigo. Pero ni
siquiera estos riesgos podían justificar una rendición humillante. «Incendiaríamos
y arrasaríamos los campos petrolíferos —como dijo Cárdenas— antes que sa-
crificar nuestro honor.»™ Cuando, en el último momento, vieron claramente que
iban a ponerlas en evidencia, las compañías buscaron una solución negociada.
Ya era demasiado tarde. El gobierno estaba decidido, la opinión pública, exal-
tada. El 18 de marzo de 1938 Cárdenas habló por radio a la nación, enumerando
los pecados de las compañías y anunciando su expropiación total. Los trabaja-
dores ya estaban entrando en las plantas para hacerse con el control físico de
las mismas. Como declaró uno de ellos, impidiendo que los empleados britá-
nicos entrasen en la refinería de Minatitlán: «La ambición del extranjero ha to-
cado a su fin».40
En términos de drama político y prestigio presidencial, la expropiación del
petróleo fue el apogeo del período de Cárdenas. Las compañías quedaron «es-
tupefactas».41 Desde los obispos hasta los estudiantes de la Universidad Nacional,
los mexicanos acudieron en defensa de la causa nacional, aprobando la postura
patriótica del presidente y admirando, probablemente por primera vez, su machis-
mo personal. Hubo grandes manifestaciones: alrededor de un cuarto de millón de
personas desfilaron por las calles de la capital portando ataúdes de mentirijillas
en los que aparecían los nombres de los gigantes caídos: Standard, Huasteca, El
Águila. Impulsada por la euforia patriótica, la gente se lanzó sobre los bonos del
Estado que el gobierno emitió para cubrir la futura indemnización, y mujeres
de todas las clases sociales hacían cola para donar dinero en efectivo, joyas, má-
quinas de coser, incluso anillos de boda. Nunca, ni antes ni después, desplegó la
nación una solidaridad comparable. Durante un breve período el frentepopulismo
de la CTM pareció abarcar a toda la población. En este ambiente propicio el PNR
se reunió para celebrar su tercera asamblea nacional y se convirtió en el nuevo
Partido de la Revolución Mexicana (PRM), estructurado corporativamente.
La euforia popular no podía extraer petróleo, pero ayudó: los petroleros —ex-
pertos «de salón» colaborando con perforadores veteranos— dieron muestras de
gran energía e ingenio al hacerse con el control de una industria descapitalizada.
Un joven de veintiocho años se encontró al frente del rico campo de petróleo
que El Águila Company tenía en Poza Rica. Tal como sugería el lejano prece-
dente de 1914, los mexicanos eran totalmente capaces de dirigir la industria. Se
demostró el error de las compañías que, al igual que los terratenientes de La
Laguna, predijeron que su retirada provocaría el caos. Sin embargo, las compa-
ñías tenían más poder que los terratenientes para hacer que su predicción se con-

39. Ibid., p. 180.


40. Marett, An Eye-witness of México, p. 227, donde el autor hace hincapié en la espon-
taneidad del comentario.
41. Ashby, Organized Labor, p. 237.
50 HISTORIA DE AMERICA LATINA

virtiese en realidad. Cuando los gobiernos norteamericano y británico presen-


taron sus protestas oficiales —los norteamericanos de forma circunspecta, los
británicos con aspereza— las compañías pasaron inmediatamente al ataque y
sacaron fondos de México, boicotearon las ventas de petróleo mexicano, presio-
naron a terceros para que secundasen el boicot y se negaron a vender maquinaria.
Al coincidir con otros problemas económicos (inflación, crecimiento del déficit
público, descenso del superávit de la balanza comercial), estas medidas tuvieron
consecuencias serias. La confianza del mundo empresarial vaciló, se agotaron
los créditos y bajó el peso, puesto que Estados Unidos suspendió temporalmen-
te las compras de plata mexicana. Por una vez, decía la gente, hasta el flemático
presidente pasó una noche de insomnio. En lo que se refiere a la industria pe-
trolera misma, las exportaciones quedaron reducidas a la mitad y la producción
descendió en alrededor de un tercio. El estallido de la segunda guerra mundial
agravó los problemas de la industria, cuyo déficit era muy grande a finales
de 1939. Vemos, pues, que una vez más una reforma económica cardenista se
llevó a cabo en circunstancias extremas. Se hicieron evidentes las analogías con
el caso de los ferrocarriles. Los petroleros —que tradicionalmente eran sindica-
listas y estaban convencidos de la viabilidad de la industria— se mostraban fa-
vorables a una administración a cargo de ellos mismos, aunque también, como
los ferroviarios, recelaban en lo que se refería a asumir la condición de trabaja-
dores «federales». Sin embargo, el gobierno no quena renunciar al control de un
recurso tan valioso y se constituyó la PEMEX basándose en la colaboración con-
junta del gobierno y del sindicato. Esto dio un grado considerable de poder y
autonomía a secciones locales del sindicato, mientras el gobierno conservaba
en sus manos el control final de la gestión y las finanzas. Los líderes sindicales,
entre la espada y la pared, se encontraban ante un dilema recurrente: traicionarían
a su país si obstruían la buena marcha del nuevo activo nacional, y a su clase si
seguían escrupulosamente la dirección del gobierno. Y abundaban los motivos
para que surgiesen conflictos: el tamaño de la nómina, la organización del sin-
dicato, la política de ascensos y las prerrogativas gerenciales. En este sentido, la
expropiación no resolvió nada y, en cambio, exacerbó muchas cosas. La industria
era sana en potencia, pero el boicot y la guerra anulaban los pronósticos opti-
mistas que se habían hecho anteriormente. Por otra parte, al aumentar el número
de trabajadores (de unos 15.000 a 20.000) y subir los salarios, la nómina de la
industria se disparó (alrededor del 89 por 100 a finales de 1939). Con la PEMEX
deficitaria, el gobierno se encontraba ahora ante un problema difícil. Cárdenas
y la CTM pedían reorganización y despidos. Se decía que la disciplina laboral
había sufrido: los trabajadores se habían arrogado unos derechos excesivos, en
detrimento de la dirección; las nóminas eran demasiado largas; los salarios, de-
masiado elevados; los subsidios sociales, generosos en exceso. A decir verdad,
con la expropiación había cambiado el estatus fundamental de la industria, invali-
dando el laudo de 1937; al igual que los ferroviarios, ahora se instó a los petro-
leros a apretarse el cinturón por el bien de la nación y —según recalcó la CTM—
de su propia clase. Por su parte, los trabajadores echaban la culpa a los problemas
heredados y a la mala gestión, y pedían más, en vez de menos, autonomía obrera.
En 1940 hubo huelgas y se produjo una escisión entre los líderes del sindicato y
las secciones más militantes. Como en el caso de los ferrocarriles, Cárdenas pasó
gran parte de su último año en la presidencia ocupado con la reorganización de esta
MÉXICO, C. 1930-1946 51

nueva empresa nacionalizada (se le encontraba a menudo trabajando en las an-


tiguas oficinas de El Águila Company). Respaldó el plan de austeridad de la direc-
ción, recomendando reducciones salariales y de puestos de trabajo, mayor esfuer-
zo y mayor disciplina, en todo lo cual fue secundado fielmente por la CTM. Hubo
una modesta mejoría en la situación comercial de la PEMEX en 1940, pero siguie-
ron existiendo problemas básicos, lo cual despertó en algunos círculos la esperan-
za de que las propiedades fueran devueltas a sus anteriores dueños. El siguiente
gobierno, que en 1943 tuvo que hacer frente a una seria amenaza de huelga, res-
pondió con evasivas; el enfrentami«nto entre el gobierno y el sindicato quedó
aplazado hasta después de la guerra.

Con la expropiación del petróleo, el furor diplomático y las repercusiones


económicas que provocó y el comienzo de la guerra, por primera vez las relacio-
nes exteriores adquirieron importancia central para el régimen. Hasta entonces su
política eKterior —aunque llevada con un fervor moral y una coherencia poco co-
munes— siguió las consabidas tradiciones «revolucionarias»: respeto por la
soberanía nacional, no intervención, autodeterminación. Estos principios fueron
sustentados vigorosamente en la Sociedad de Naciones y en sucesivas conferen-
cias panamericanas, donde los portavoces mexicanos abogaron por la resolución
pacífica de las disputas internacionales y denunciaron las agresiones, con impar-
cialidad, ya se tratara del apoyo de Estados Unidos al golpe de Estado de Somoza;
la invasión de Abisinia por los italianos; el imperialismo japonés en China; el
Anschluss y el ataque nazi contra Polonia; y —con gran disgusto del PCM—
la campaña soviética contra Finlandia, que dadas las analogías geopolíticas, des-
pertó un sincero sentimiento de condena. Pero fue la guerra civil española la que
atrajo más atención, así oficial como popular. Al principio Cárdenas accedió
a suministrar a los republicanos las armas que le pidieron, y el suministro —a
ritmo modesto— continuó durante la contienda. La condena oficial de los naciona-
listas fue secundada por la CTM; y, al fracasar la causa republicana, México se
convirtió en un asilo para refugiados españoles (unos treinta mil en total), entre
los que había distinguidos intelectuales y el equipo de fútbol vasco; ambos de-
jaron huella en el país que los acogió.42 Al igual que la llegada fortuita a México
de León Trotski (otro ejemplo de la imparcialidad de Cárdenas), la guerra afectó
directamente a la política nacional. Debido a las obvias analogías, no fue extraño
que la opinión mexicana se polarizase y que los grupos derechistas, católicos y
fascistas fuesen partidarios de Franco. De hecho, algunos de ellos esperaban con
ansia la aparición de algún generalísimo mexicano; condenaban al gobierno por
apoyar al comunismo ateo, y deploraban la llegada a México de sus derrota-
dos agentes. En 1938 carteles jubilosos proclamaban la derrota de Cárdenas en
Teruel. Así pues, la guerra civil española ayudó a definir las alineaciones políti-
cas durante el período anterior a las elecciones de 1940.
Mientras tanto, con la expropiación del petróleo, empeoraron las relaciones
de México con Estados Unidos, que siempre fueron el punto cardinal del com-

42. La Casa de España, compuesta de intelectuales refugiados, se metamorfoseó más ade-


lante en el ilustre Colegio de México; los futbolistas vascos ayudaron a convertir a México del
«estilo tosco, sin gracia» impartido originalmente por los ingleses a uno más en armonía con la
«personalidad mexicana»: González, Los días del presidente Cárdenas, pp. 229-235 y 276.
52 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

pás diplomático. Hasta entonces había parecido que mejoraban progresivamente,


y el acercamiento Calles-Morrow se había visto reforzado por la supuesta (aun-
que fácilmente exagerada) correspondencia entre el cardenismo y el New Deal,
por la «política del buen vecino» de Roosevelt y por la feliz elección de Josephus
Daniels para el cargo de embajador de Estados Unidos. Si durante la lucha entre
Calles y Cárdenas las simpatías estadounidenses, tanto privadas como oficiales,
habían estado divididas, y los estadounidenses habían ejercido influencia a favor
de una solución negociada, era claro que Estados Unidos no querría tener nada
que ver con rebeliones, decisión que, por supuesto, favorecía al ocupante legal
de la presidencia. Daniels prestó apoyo incondicional al régimen a despecho del
Departamento de Estado y de la opinión de los católicos estadounidenses, a la
vez que su progresismo puritano y su entusiasmo juvenil le granjeaban las simpa-
tías de Cárdenas en la medida en que horrorizaban a los diplomáticos de carrera
europeos. Con la formulación de la política del buen vecino los delegados mexi-
canos y estadounidenses en sucesivas conferencias panamericanas se encontraban
con que estaban de acuerdo, insólitamente.
Acontecimientos nacionales pronto empezaron a enfriar esta relación más
cálida que de costumbre. La expropiación de tierras de propiedad estadounidense
dio motivo a enérgicas protestas; y si la nacionalización de los ferrocarriles alivió
más dolores de cabeza de los que causó, la de la industria petrolera fue im-
pugnada inmediatamente. El gobierno estadounidense respaldó el boicot de las
compañías, exigió una indemnización (cuando no la devolución de las propieda-
des), interrumpió las conversaciones relativas a un tratado comercial y suspendió
las compras de plata. La respuesta de Gran Bretaña —menos eficaz y más ofen-
siva— provocó una ruptura diplomática. La opinión oficial norteamericana esta-
ba dividida e intereses económicos antagónicos (propietarios de minas de plata,
fabricantes cuyas inversiones en México habían crecido recientemente y expor-
tadores que pretendían expulsar a los alemanes de los mercados de México) se
mostraban favorables a la conciliación antes que al enfrentamiento. Roosevelt,
alentado por Daniels, estaba dispuesto a hacer caso omiso de los consejos beli-
cosos de las compañías petroleras, del Departamento de Estado y de la prensa
financiera. Reconoció que México tenía derecho a expropiar, descartó el recurso
a la fuerza y procuró mitigar el daño que habían sufrido las relaciones entre Esta-
dos Unidos y México. Se reanudaron las compras de plata y se entablaron con-
versaciones sobre la indemnización de las compañías (cuyo principio no discutía
el gobierno mexicano). Sin embargo, las compañías, que andaban ocupadas ejer-
ciendo presiones en Europa y Estados Unidos, insistían en la total devolución
de sus propiedades y, al ver los efectos del boicot y los apuros de la industria pe-
trolera y de la economía mexicanas, estaban completamente convencidos de que
lograrían sus propósitos.
Factor importantísimo en la formulación de la política estadounidense fueron
las percepciones de la creciente amenaza del Eje. Estas percepciones, que ya se
manifestaban en el cultivo del panamericanismo, dominaban ahora la política
de Estados Unidos en el exterior, como había previsto el gobierno Cárdenas.
Por otra parte, el boicot obligó a México a firmar acuerdos de venta con las po-
tencias del Eje, lo cual (aunque estos acuerdos no eran ni económicamente fa-
vorables ni ideológicamente afines a México, tampoco eran estratégicamente
esenciales para el Eje) exacerbó los temores norteamericanos ante una posible
MÉXICO, C. 1930-1946 53

penetración política y económica de los alemanes en México. Al crecer con


rapidez el espectro del quintacolumnismo nazi, el gobierno de Estados Unidos
decidió que el acercamiento con México era tan esencial como lo había sido
veinticinco años antes. Hasta el belicoso secretario de Estado, Cordell Hull, se
impacientó a causa de la intransigencia de las compañías petroleras y deseaba vi-
vamente que se llegara a un acuerdo, aunque fuese a expensas de dichas compa-
ñías. La intransigencia parecía tanto más anómala cuanto que la Sinclair Co. se
desmarcó de las demás compañías y llegó a un acuerdo unilateral (mayo de 1940),
a la vez que las presiones de la guerra obligaban a resolver otras diferencias pen-
dientes entre Estados Unidos y México. En noviembre de 1941 se firmó un
acuerdo general para indemnizar a los norteamericanos que habían perdido sus
propiedades a causa de la Revolución; a cambio de ello, Estados Unidos accedió
a incrementar las compras de plata, a facilitar créditos para apoyar el peso y a
empezar conversaciones con vistas a la firma de un tratado comercial. Final-
mente, en abril de 1942 las compañías petroleras aceptaron una compensa-
ción por valor de 23,8 millones de dólares, que equivalían al 4 por 100 de la pe-
tición inicial.
El acercamiento estadounidense-mexicano abarcaba asuntos más amplios y
surtió un efecto notable en la política interior. A medida que iba acercándose la
guerra, Estados Unidos estrechó sus relaciones con América Latina y, en suce-
sivas conferencias panamericanas (Panamá, 1939; La Habana, 1940), firmaron
acuerdos prometiendo defender la seguridad del hemisferio y advirtiendo a las
potencias beligerantes que permanecieran alejadas del Nuevo Mundo. Brasil y
México se erigieron en los actores clave de esta alineación hemisférica y durante
el período 1940-1941, mientras los temores estadounidenses a Japón se acelera-
ban hasta que finalmente quedaron justificados, México pasó a ser el eje político
y estratégico de la política estadounidense en el continente. El decidido antifas-
cismo de Cárdenas aportó ahora las bases para un acercamiento a Estados Unidos
que su sucesor incrementaría y que, a su vez, favoreció la moderación del «pro-
yecto cardenista» en los años posteriores a 1938. El presidente condenó con ener-
gía la agresión nazi y expresó resueltamente su apoyo a las democracias; prome-
tió la plena cooperación contra cualquier ataque del Eje dirigido al continente
americano y, para subrayar su compromiso, autorizó que se celebraran conversa-
ciones militares entre Estados Unidos y México. Se puso freno a la propaganda
alemana en México. Además, se empezó una reorganización de las fuerzas ar-
madas; los gastos militares, que en 1939 habían alcanzado su punto más bajo
desde la Revolución, un 15,8 por 100 de los gastos totales, ascendieron hasta si-
tuarse en un 19,7 por 100 en 1940. Una nueva Ley del Servicio Militar decretó
que todos los jóvenes de dieciocho años sirvieran durante un año, con lo cual
se esperaba, no sólo preparar a los mexicanos «para que cooperasen en la de-
fensa de nuestro continente» (como dijo Ezequiel Padilla), sino también inculcar
«una educación disciplinada que beneficiaría a la juventud de nuestro país en
todas las tareas de la vida» (según Ávila Camacho).41 Síntoma de los tiempos,
y de que ahora la retórica nacional tenía prioridad frente a la clasista, fue el
hecho de que la escuela rural (ahora amenazada) se viese suplantada por el otro
instrumento clásico de integración nacional, el cuartel.

43. lbid., p. 308; Hoy, 20 de septiembre de 1940.


54 HISTORIA DE AMERICA LATINA

En este caso, sin embargo, la actuación oficial corrió más que la opinión
pública. La CTM, sirena de la izquierda oficial, sonó en apoyo de la cruzada
democrática contra el fascismo, previendo que México acabaría participando en
ella, con lo que la corrección ideológica se combinaría con las ventajas eco-
nómicas. Pero la beligerancia lombardista se enfrió al empezar la «guerra de men-
tira», y las consignas de la CTM se hicieron entonces eco de las del PCM: la
contienda era una «guerra imperialista en pos de mercados» y México debía perma-
necer estrictamente neutral. Pero al cabo de un tiempo, en el mismo 1940, la CTM
volvió a adoptar su anterior postura a favor de la guerra y contra el fascismo, lo
cual se ajustaba mejor a su actitud en la política interior, y a comienzos de 1941
Lombardo ya prometía toda la ayuda material y moral contra el fascismo y expre-
saba su esperanza de que los estadounidenses participaran.44 Al producirse el ataque
nazi contra la Unión Soviética, el PCM se unió al frente democrático patriótico,
cuyo número de miembros se completó gracias a Pearl Harbor. Si la izquierda,
oficial y comunista, al principio se inclinaba y luego se volcó hacia el bando alia-
do, la derecha, naturalmente, disintió. Grupos conservadores y fascistas, tales
como la Acción Nacional y la Unión Nacional Sinarquista (UNS), se decantaron
por la causa del Eje y criticaron la colaboración militar con Estados Unidos, al me-
nos al principio. Con ello se adhirieron a una causa popular. Para la mayoría de
los mexicanos la guerra era un conflicto que nada tenía que ver con ellos, que se
desarrollaba en tierras remotas, y muy pocas personas se interesaban realmente
por su marcha. Los incentivos para luchar eran pocos y el nuevo servicio militar
traía recuerdos de la odiada leva (el reclutamiento forzoso de los tiempos de Por-
firio Díaz y la Revolución) y provocó protestas violentas al entrar en vigor des-
pués de 1941. En la medida en que la guerra despertó simpatías populares, éstas
se inclinaron hacia Alemania, que para algunos había sido una víctima interna-
cional en 1918, mientras otros la veían como la «antítesis del comunismo» o la
fuente del antisemitismo, que a la sazón crecía en México.45 Haría falta el estímulo
activo del gobierno para que México se comprometiera con la causa aliada.

Mientras los asuntos exteriores absorbían cada vez más atención, en el in-
terior se produjeron importantes cambios de alienamiento político. En medio de
la euforia despertada por la expropiación del petróleo se alcanzó un objetivo
básico del cardenismo: la reestructuración del partido oficial (que ahora se llama-
ba PRM) siguiendo patrones corporativos. Cárdenas albergaba la esperanza de que
con ello se garantizara la continuación de la reforma y se superase el facciona-
lismo que seguían royendo las partes vitales del PNR, especialmente porque la
izquierda (Francisco Múgica, Gonzalo Vázquez Vela, Ernesto Soto Reyes) se pe-
leaba con el «centro», capitaneado de forma extraoficial por aquel gran amañador
y superviviente que era Portes Gil. Éste, al que se había nombrado presidente del
partido por la ayuda que prestara para desplazar a Calles (julio de 1935), se pro-
puso «purificar» el PNR (esto es, eliminar todo vestigio de callismo) y hacerlo
más atractivo por medio del uso frecuente del cine, la radio, la prensa y las con-

44. Blanca Torres Ramírez, Historia de la Revolución mexicana. Período 1940-1952:


México en la segunda guerra mundial, México, 1979, pp. 66-67.
45. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 256; Davidson, Ciudad de México,
4 de enero de 1940, FO 371/24217, A813.
MÉXICO, C. 1930-1946 55

ferencias. Se instó a los comités de los estados a propiciar la afiliación y la partici-


pación de la clase trabajadora; el PNR (y no la CTM) emprendió la organización
del campesinado a escala nacional. Sin embargo, al igual que algún inquisidor de
la Edad Media, Portes Gil chocó con su propia campaña de «purificación» y fue
sustituido por el cardenista radical Barba González (agosto de 1936). Mientras
tanto continuó el proceso de organización del partido y de integración de los sec-
tores: con la unión del PNR, la CTM, la CCM y el PCM en un pacto electoral (fe-
brero de 1937); con la génesis, al cabo de un año, del PRM, que agrupaba a los
militares, los trabajadores (CTM), los campesinos (representados al principio por
la CCM, a la que pronto suplantaría la CNC, que lo abarcaba todo), y el sector
«popular», cajón de sastre en el que había cooperativas, funcionarios y elementos
no organizados (en gran parte de clase media), que no adquiriría una existencia
corporativa oficial hasta 1943. También en esta nueva organización de masas un
aspecto tutelar se combinaba con un compromiso a largo plazo con el cambio ra-
dical: el partido emprendería la preparación del pueblo para la creación de una
democracia obrera y la consecución de un régimen socialista.46
Irónicamente, la creación del PRM, que prometió trabajar en pos de estos
grandes objetivos, tuvo lugar justo en el momento en que el régimen comenzaba
a tambalearse; cuando, debido a la presión conjunta de las fuerzas internas y las
externas, el presidente optó por consolidar, por evitar nuevos compromisos radi-
cales y preparar una sucesión afín desde el punto de vista político, democrática
y pacífica. El año 1938, que empezó en medio de la exaltación patriótica, termi-
nó con los radicales batiéndose en retirada: si hubo un termidor cardenista —un
momento en que la Revolución interrumpió su avance y echó a andar en dirección
contraria—, fue en 1938 y no en 1940. Por supuesto, los críticos izquierdistas
ven el cardenismo como un termidor prolongado; mientras que para los parti-
darios leales no hubo ninguna retirada, sólo repliegues tácticos. Pero las cosas
que tales partidarios citan como pruebas de que el radicalismo continuó exis-
tiendo después de 1938 (la continuación de la enseñanza socialista, el impuesto
sobre beneficios extraordinarios, las leyes relativas a la industria de la electri-
cidad) apenas pueden compararse con las amplias reformas de años anteriores.
Si no hubo ninguna retirada en gran escala, no puede negarse que hubo un
«notable cambio de dirección»,47 el cual, sin embargo, fue fruto de las circuns-
tancias más que de una decisión autónoma. Se registró un descenso espectacular
del poder presidencial en 1938-1940, resultado de nuevas presiones políticas, del
fin del sexenio, y del hecho sin precedentes de que Cárdenas rehusó apoyar a un
sucesor. Las rencillas en el seno del PRM y, finalmente, el desastre electoral
de 1940 revelaron esta erosión del poder, que a su vez socavó la totalidad de la
coalición cardenista y afectó principalmente a la CTM. Al igual que en los co-
mienzos del decenio de 1930, el clima ideológico experimentó un cambio repen-
tino; en 1940 los conservadores ya decían con confianza que «la gran mayoría de
las personas que piensan ... ya están hartas de socialismo»; y que «a lo largo
de los próximos años la tendencia será a la derecha».48

46. González, Los días del presidente Cárdenas, p. 183.


47. Ibid., p. 272; cf. Tzvi Medin, Ideología v praxis política de Lázaro Cárdenas, Méxi-
co, 1972, pp. 204-206.
48. Davidson, Ciudad de México, 4 de enero de 1940, FO 371/24217, A813.
56 HISTORIA DE AMERICA LATINA

Tanto la guerra como las presiones internas fomentaban la cautela y la con-


solidación. La principal de estas presiones era el estado de la economía. Cárdenas
había heredado una economía que iba recuperándose de la depresión y en la que
la industria manufacturera y ciertas exportaciones (la de plata, por ejemplo)
aparecían boyantes. Incluso sin efectuar cambios radicales en la estructura fiscal,
los ingresos del gobierno aumentaron (casi el doble entre 1932 y 1936). Pero lo
mismo hizo el gasto público: modestamente en 1934-1935, período en que la ba-
talla contra Calles gozó de prioridad, con rapidez después de 1936, al ponerse
en práctica las reformas importantes. Así, el gasto creció, en términos reales,
de 265 millones de pesos (1934) a 406 millones (1936), 504 millones (1938)
y 604 millones (1940), con los gastos «sociales» y «económicos» en vanguardia.
Las exportaciones, sin embargo, alcanzaron un punto máximo en 1937 y el go-
bierno sufrió déficits presupuestarios que del 5,5 por 100 de la renta en 1936 pa-
saron al 15,1 por 100 en 1938. Para entonces la financiación mediante déficit se
había convertido en un instrumento efectivo por medio del cual el gobierno —que
poseía una voluntad política y unos poderes de intervención monetaria igualmente
sin precedentes— contrarrestaba los efectos de la renovada recesión, transmitida
desde Estados Unidos en 1937-1938. Comparado con un decenio antes, México
se encontraba ahora mejor situado para soportar estas sacudidas externas.
Pero las presiones inflacionarias que ello engrendró se vieron agravadas por
el crecimiento de los costes tanto de las importaciones como de los alimentos.
Se culpaba apresurada, aunque injustificadamente, a la ineficiencia ejidal del
coste de los alimentos. De hecho, aunque la producción agrícola resultó afectada
por la conmoción de la reforma agraria y por la consiguiente desgana de los
terratenientes, en lo que a invertir se refiere, en 1935-1939 la producción total de
maíz fue más o menos igual que la de diez años antes; dado el aumento tanto
de la población como de la extensión de tierra cultivada, estas cifras (oficiales)
sugieren un descenso del 17 por 100 del consumo per cápita y otro del 6 por 100
de los rendimientos por hectárea. No obstante, es muy probable que estas cifras
(que otros datos contradicen) subestimen tanto la producción como el consumo
de los campesinos, que, por supuesto, estaban más descentralizados y eran más
escurridizos que los equivalentes anteriores en las haciendas.49 De todos modos,
aunque los ejidatarios comieran mejor, el suministro de alimentos a las ciudades
se vio limitado y los precios empezaron a subir poco a poco. Al igual que Alema-
nia, México tenía experiencia reciente de hiperinflación y la opinión era sensible
a este amenazador —aunque modesto— aumento de los precios. Ya en 1936
se oían comentarios adversos; hasta Lombardo reconoció que había problemas.
Entre 1934 y 1940 el índice de precios al por menor subió un 38 por 100, pero en-
tre 1936 y 1938 —años de espectaculares reformas sociales— aumentó un
26 por 100, y los alimentos fueron los más afectados. Sin embargo, los análisis
apocalípticos que proponen una caída sostenida de los salarios reales durante la
depresión, los inflacionarios años a fines de los treinta y los todavía más infla-
cionarios años cuarenta son poco convincentes. Bajo Cárdenas el salario mínimo
superó a la inflación y el poder adquisitivo total de los salarios fue en aumento,

49. E. Alatlis Patino y E. Vargas Torres, «Observaciones sobre algunas estadísticas


agrícolas», Trimestre Económico, 12 (1945-1946), pp. 578-615.
MÉXICO. C. 1930-1946 57

lo cual benefició al mercado nacional. Los principales beneficiarios fueron los


ejidatarios, las organizaciones obreras y los trabajadores (como la «gente decente»
empleada por la General Motors) que aprovecharon los cambios que se produ-
jeron en la estructura de la ocupación a medida que los puestos de trabajo agrí-
colas dieron paso a los industriales. Los proletarios rurales (en especial los que
trabajaban en haciendas sobre las que pesaba la expropiación) fueron menos afor-
tunados, mientras que fue la clase media urbana —la que más criticaba a Cárde-
nas— el sector relativamente más perjudicado por la inflación.
No obstante, la inflación hizo peligrar conquistas recientes de la clase obre-
ra y, con ello, el apoyo de ésta al régimen. También frenó la inversión privada y
estimuló la fuga de capitales. La respuesta del gobierno fue contradictoria, lo
que tal vez representó una prueba más de las limitaciones estructurales bajo las
cuales actuaba el cardenismo. Se hizo un intento serio de regular los precios de
los alimentos: tal como sugirió la reacción hostil de la empresa privada, el intento
no fue un simple paliativo, y durante el último trimestre de 1938 el índice gene-
ral de precios registró un modesto descenso (4 por 100), y el de los alimentos, un
descenso significativo (8 por 100). Buscando soluciones más fundamentales, el
gobierno elevó los aranceles (dicienbre de 1937) y, tras la devaluación de 1938,
cobró nuevos impuestos a las exportaciones y recortó los proyectos de inversión
(los gastos per cápita en obras públicas bajaron un 38 por 100 entre 1937 y 1938;
la construcción de carreteras quedó «prácticamente interrumpida»). Los trabaja-
dores del sector público —tales como los ferroviarios y los petroleros— tuvieron
que apretarse el cinturón. Al disminuir también los créditos agrícolas que conce-
día el gobierno, los ejidatarios pasaron estrecheces o, como los laguneros, acu-
dieron a fuentes privadas. Y después de los embriagadores días de 1936-1937 el
ritmo de la reforma agraria se hizo más lento (algunos decían que por deferencia
a los intereses norteamericanos). Desde luego, el gobierno albergaba la esperan-
za de obtener un préstamo norteamericano y el gobierno de Estados Unidos, aun-
que prefería un «programa de ayuda económica» más amplio, no era del todo
contrario a ello. Pero la expropiación del petróleo descartó todo acuerdo en este
sentido.50
Al acumularse los problemas económicos, la administración perdió ímpetu
a la vez que crecía la oposición política. Por una parte, al producirse fisuras en la
coalición cardenista, antiguos partidarios de ella (principalmente grupos de la cla-
se obrera) desertaron; por otra, los adversarios conservadores y católicos, que ve-
nían batiéndose en retirada desde la caída de Calles, cuando no desde la derrota
de la Cristiada, experimentaron una recuperación decisiva. Aunque las cifras ofi-
ciales de huelgas descendieron después de 1937 (lo cual reflejó la poca disposi-
ción oficial a reconocer la legalidad de las huelgas), los conflictos industriales de
facto crecieron y hubo importantes huelgas de panaderos, maestros, electricistas,
mineros y trabajadores del azúcar, los textiles y los tranvías, así como conflictos
en los ferrocarriles y en la industria del petróleo. En 1940 ya abundaban los indi-
cios de apoyo obrero al candidato presidencial de la oposición; incluso hubo abu-
cheos contra el gobierno en la manifestación del 1 de Mayo en Ciudad de Méxi-
co. Tampoco el mundo empresarial sintió crecer su amor al régimen a causa de

50. Hamilton, Limits of State Autonomy, p. 224.


58 HISTORIA DE AMERICA LATINA

la nueva moderación que éste desplegaba. Se denunciaron la regulación de los


precios y los aumentos de los impuestos; los ataques contra los sindicatos acti-
vistas se hicieron más ruidosos, y al mismo tiempo que la exportación de capital
debilitaba a la economía, la oposición política se reorganizó y adquirió nuevos
fondos. Siguiendo el ejemplo del régimen, el mundo empresarial demostraba
ahora una mayor organización corporativa, y lo mismo puede decirse de la opo-
sición conservadora y fascista. En el año 1937 tuvo lugar el nacimiento de la
Unión Nacional Sinarquista (UNS), movimiento (contrario al concepto de «par-
tido») integrista católico de masas que rechazaba rotundamente la Revolución, el
liberalismo, el socialismo, la lucha de clases y el materialismo gringo, ofrecien-
do en su lugar los valores de la religión, la familia, la propiedad privada, la je-
rarquía y la solidaridad social. Los sinarquistas, que posiblemente recibían ayu-
da económica de las empresas, aunque dependían sobre todo del apoyo sincero
de los campesinos, especialmente en las antiguas regiones cristeras del oeste y el
centro de México, crecieron con rapidez desde el punto de vista numérico (en 1943
ya afirmaban ser medio millón) y organizaron manifestaciones masivas de resur-
gimiento religioso en las poblaciones del Bajío. La Acción Nacional, que en sus
primeros tiempos compartía una ideología parecida pero que usaba métodos más
tradicionales para hacer adeptos entre la clase media, fue fundada en 1939 bajo
la jefatura de Manuel Gómez Morín, con el apoyo de católicos seglares y el res-
paldo económico de la burguesía de Monterrey.
La derecha «secular» era menos numerosa pero igualmente ruidosa.51 Al
acercarse 1940 apareció una serie de partidos de menor importancia, algunos de
los cuales seguían a revolucionarios veteranos que, al envejecer, enriquecerse y
lamentarse de la decadencia de la Revolución, se convirtieron al conservaduris-
mo o incluso al fascismo declarado (Marcelo Caraveo, Ramón F. Iturbe, Cedillo,
Joaquín Amaro). Algunos, como el Partido Social Demócrata (PSD) de Jorge
Prieto Laurens, atraían a la clase media anticardenista y explotaban la tradición
liberal que se había manifestado en 1929; pero la mayoría, con su denuncia del
comunismo, de la llegada de subversivos españoles y de la influencia omnipre-
sente de los judíos, revelaba cómo un nutrido sector de la clase media se había
visto empujada hacia la extrema derecha por la polarización política del decenio
de 1930. Ejemplo típico de este fenómeno era José Vasconcelos, modelo de la
oposición antirreeleccionista en 1929 que ahora coqueteaba con el fascismo en
las páginas de Timón y sostenía que el Eje ganaría la guerra, que Hitler consti-
tuía una figura hegeliana, una figura histórica mundial (había que ser una de ellas
para reconocer a otra) y que México tendría que ajustarse a tales imperativos his-
toricistas y someterse al gobierno autoritario. Tanto el anticomunismo como el
antisemitismo estaban ya de moda. Bernardino Mena Brito obsequiaba a los ve-
teranos como él con denuncias del papel del «judaismo universal», denuncias que
también propagaban los sinarquistas. El Partido Revolucionario Anti-Comunista
(PRAC), que en 1938 fundó Manuel Pérez Treviño, antiguo jefe del PNR y lati-
fundista, proclamaba con nombre la razón de su existencia. Se fundaron muchas
organizaciones de esta índole en los años 1938-1940; eran organizaciones débi-

51. Hugh G. Campbell, La derecha radical en México, 1929-1949, México, 1976, pp. 47
y ss.
MÉXICO, C. 1930-1946 59

les y efímeras que a menudo dependían de los caprichos y la anibición de un cau-


dillo envejecido. Pero eran indicio de un cambio real en el clima ideológico: un
resurgir de la derecha (una derecha liberal que iba a menos y una derecha autori-
taria y agresiva que era cada vez mayor y que seguía modelos extranjeros); una
nueva añoranza del porfiriato que se hacía evidente en la afectuosa evocación de
la vida ranchera en el cine, y la correspondiente pérdida de iniciativa política por
parte de la izquierda.
La derecha imitaba de forma creciente los métodos de la izquierda. Formaba
organizaciones de masas o incluso birlaba las de sus contrarios (como Almazán
hizo con los sindicatos disidentes en 1940), con lo cual participaba en el proceso
gradual de institucionalización y «masificación» de la política que fue caracte-
rístico del decenio de 1930. Incluso en regiones donde actuaban los sinarquistas,
la política de finales de los años treinta fue relativamente pacífica en compara-
ción con la tremenda violencia de la Cristiada; tanto más cuanto que la jerarquía
católica se esforzó por refrenar a los fanáticos radicales del movimiento. En esto
el líder del Partido Acción Nacional (PAN) —el hábil y elocuente intelectual
Gómez Morín, versión derechista de Lombardo— fue más típico y efectivo que
viejos veteranos como Amaro, cuyo sangriento historial y mentalidad autodidac-
ta le descalificaban para ocupar el cargo presidencial que él codiciaba. Es posible
que Amaro ardiese en deseos de hacerse con el poder por medio de un cuartela-
zo, pero los tiempos ya no eran propicios. Almazán habló de rebelión en 1940,
pero no pasó de ahí. Sin embargo, un veterano permanecía aferrado a las viejas
costumbres, incapaz de comprender las nuevas. Durante años Saturnino Cedillo
había dirigido el estado de San Luis Potosí como gran «patriarca de pueblo» más
que como el cacique nuevo, líder de masas organizadas que se estaba convirtien-
do rápidamente en la norma.51- Contaba con el apoyo de sus colonos agrarios (que
habían luchado por él en las guerras de la Revolución y los cristeros), con la sim-
patía de los católicos, a quienes protegía, y con una red de pequeños caciques
municipales. Patrocinador de una extensa reforma agraria de tipo personal y popu-
lar, Cedillo toleraba ahora a los terratenientes y hombres de negocios que huían
del radicalismo cardenista. Sus relaciones con el movimiento obrero eran gene-
ralmente hostiles, y como secretario de Agricultura (cargo con el que Cárdenas
había recompensado el respaldo que Cedillo le diera contra Calles) promovía el
clientelismo y fomentaba la colonización con preferencia a la colectivización y se
ganaba el odio de radicales como Múgica. En San Luis, donde su poder perduró,
los sindicatos independientes adquirieron fuerza con el apoyo de la CTM, que
aprovechó las huelgas que hubo en las plantas de Atlas y Asarco para debilitar
el control local de Cedillo, alegando que éste era amigo del fascismo interna-
cional (lo cual era dudoso) y enemigo del movimiento obrero (lo cual era cierto).
En 1937 el PNR se incorporó a la partida y discutió el control de las elecciones
al Congreso por parte de Cedillo, y, según los cedillistas, Múgica, Lombardo y
la izquierda forzaron su salida de la Secretaría de Agricultura. En las postrimerías
de 1937 Cedillo se encontraba en San Luis, resentido, acariciando pensamien-

52. Dudley Ankerson, Agrarian Warlord: Saturnino Cedillo and the Mexican Revolution
in San Luis Potosí, De Kalb, Illinois, 1984, cap. 6 (hay trad. cast.: El caudillo agrarista. Go-
bierno del Estado de San Luis Potosí, México, D.F., s.f.).
60 HISTORIA DE AMERICA LATINA

tos de rebelión, alentado por consejeros ambiciosos y por el palpable crecimiento


del descontento conservador.
Convertir el descontento general en una oposición política efectiva no fue ta-
rea fácil, especialmente si se tiene en cuenta que las ideas de Cedillo eran primi-
tivas y sus aliados en potencia eran tan dispares. Aunque planeaba una campaña
política, puede que presidencial, también preveía, probablemente con satisfac-
ción, la perspectiva de una revuelta armada. Sin embargo, las propuestas a posi-
bles aliados fueron en su mayor parte un fracaso. Las empresas de Monterrey
aportaron un poco de dinero; hubo conversaciones con las compañías petroleras,
pero no se llegó a ningún acuerdo (la idea de que la revuelta de Cedillo no sólo la
financiaron, sino que también la maquinaron dichas compañías está muy exten-
dida, pero es falsa); y conservadores prominentes como el general Almazán, que
mandaba en el noreste, o Román Yocupicio, el gobernador de Sonora, preferían
el obstruccionismo político a la rebelión declarada. Cedillo tuvo que apoyarse en
sus recursos locales, especialmente sus quince mil veteranos agrarios. Pero tam-
bién aquí se vio obligado a ponerse a la defensiva. Enterado de las intenciones
de Cedillo, el gobierno hizo cambios en los mandos militares, fomentó el reclu-
tamiento de la CTM en San Luis y, la más espectacular de todas las medidas,
puso en marcha una importante reforma agraria que repartió hasta un millón de
hectáreas de tierra potosina, creando con ello una clientela rival, agrarista, en
casa del propio Cedillo. Era claro que el cacicazgo de Cedillo iba a correr la mis-
ma suerte que el de Garrido en Tabasco o el de Saturnino Osornio en Querétaro.
Pero Cárdenas ofreció a su viejo aliado una salida honorable nombrándole coman-
dante militar en Michoacán. Durante la primavera de 1938 Cedillo debatió, planeó
y negoció. Finalmente, se negó a abandonar San Luis y Cárdenas, temeroso de
que su desafío fuera contagioso, fue por él. En otra de sus dramáticas iniciativas,
Cárdenas llegó a San Luis (mayo de 1938), dirigió la palabra al pueblo y pidió a
Cedillo que se retirara. En vez de ello, Cedillo se rebeló; o, como dijo un parti-
dario suyo: «No se levantó, lo levantaron». Fue una rebelión poco entusiasta, una
demostración de disgusto más que un pronunciamiento serio. A decir verdad, Ce-
dillo tuvo el gesto humanitario de aconsejar a la mayoría de sus seguidores que
se quedaran en casa y prefirió echarse al monte con la esperanza de que hubiera
alguna apertura favorable en 1940 (exactamente como había hecho en 1915).
Pero en 1938 los tiempos habían cambiado. Apenas si hubo revueltas de simpatía
en Jalisco, Puebla y Oaxaca; incluso en el propio San Luis los cedillistas estaban
divididos y muchos tomaron partido por Cárdenas, que seguía en el estado, via-
jando, haciendo propaganda y revelando a todos la falta de sustancia de las pre-
tensiones de Cedillo. Muchos de los rebeldes fueron amnistiados; unos cuantos,
entre ellos el mismísimo Cedillo, fueron perseguidos y muertos. Se dijo que
Cárdenas lo lamentó sinceramente.
Así concluyó la última rebelión militar al viejo estilo del largo ciclo revolu-
cionario. Todavía andaban persiguiendo a Cedillo por las montañas de San Luis
cuando la oposición conservadora ya empezaba a reunir sus fuerzas para partici-
par pacíficamente en las elecciones de 1940. Alarmado por la revuelta de Cedi-
llo y por el empeoramiento de la situación económica, el gobierno se propuso
buscar la conciliación. Restringió la reforma y suavizó la retórica. Durante su ex-
tensa gira de 1939 por el territorio de Almazán en el norte, Cárdenas se esforzó
por negar la acusación de «comunista»; en Saltillo alabó al mundo empresarial del
MÉXICO, C. 1930-1946 61

noreste, afirmando que era parte constituyente de las fuerzas vivas y respetables
del país (términos que contrastaban con las censuras que había expresado tres años
antes en Monterrey). A estas alturas la negación del «comunismo» y el énfasis
en el consenso constitucional ya formaban parte del repertorio habitual.53 El Con-
greso se hallaba entregado a la tarea de diluir el programa de educación socia-
lista; la CTM demostraba su preocupación por la unidad nacional y el equilibrio
social presionando a los sindicatos para que evitaran las huelgas (muchas de las
cuales estaban pendientes) al mismo tiempo que negaba que aspirase a la aboli-
ción de la propiedad o a la dictadura del proletariado. Que se juzgara necesario
negar estas cosas es un comentario elocuente de la labor alarmista llevada a cabo
por los conservadores. Pero había una lógica bien fundada detrás de las afirma-
ciones conciliatorias de Cárdenas, que la derecha, en cierto sentido, aceptó. En
lugar de comprometer y desplegar sus abundantes recursos en el espacioso rue-
do de la política oficial, la derecha prefirió permanecer fuera de él, agrupada en
una coalición de partidos conservadores y fascistoides, con la esperanza de que
la continuación del radicalismo provocara el derrumbamiento total del cardenis-
mo, del cual la derecha se beneficiaría inmensa y permanentemente. Por consi-
guiente, la derecha «prefiere [prefería] ver [una] aceleración de [el] programa
radical, alegando que alguna reacción sería más probable bajo una administración
nueva».54 De hecho, no podía descartarse un golpe de Estado de signo conserva-
dor, que posiblemente uniría a militares y sinarquistas, si Cárdenas imponía un
sucesor radical que defendiera un programa igualmente radical. En semejante cli-
ma —que los críticos «de salón» no tenían en cuenta— la conciliación poseía
una lógica clara.

Fue en este clima que se abordó el asunto de la sucesión presidencial en el


verano de 1938. Dentro y fuera del PRM empezaron a formarse grupos rivales que
eran conscientes de que las elecciones de 1940 serían decisivas desde el punto de
vista político. Los comicios ofrecían una oportunidad de detener el cardenismo
(vehículo que ya estaba perdiendo velocidad); de colocar en el poder un régimen
moderado o francamente conservador; o, por el contrario, de continuar la re-
forma a buen ritmo. El papel del propio Cárdenas, que ha sido debatido a menu-
do, fue importante, pero no decisivo. Su poder personal iba disminuyendo y el
presidente no pudo impedir las especulaciones en torno a su sucesión. Aun en
el caso de haberlo deseado, él solo no podía determinar el resultado electoral;
tampoco podía el PRM, que, aunque fuese un leviatán, era un monstruo enorme,
carente de coordinación y de un cerebro rector que guardase proporción con su
volumen corporativo. Dividido internamente, el partido no podía garantizar una
sucesión sin problemas; a decir verdad, el hombre que destacaba como heredero
forzoso, Ávila Camacho, se valió de organizaciones paralelas, ajenas al partido,
para preparar su campaña con vistas a obtener la candidatura, que el PRM con-
firmó una vez fue un hecho consumado. El conflicto se vio agravado por la ab-

53. Ariel José Contreras, México 1940: industrialización y crisis política. Estado y sociedad
civil en las elecciones presidenciales, México, D.F., 1977, pp. 154-155; Luis Medina, Historia
de la Revolución mexicana. Período 1940-1952: Del cardenismo al avilacamachismo. México,
D.F., 1978, p. 93.
54. Davidson, Ciudad de México, 9 de enero de 1940, FO 371/24217, A1301.
62 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

negación política de Cárdenas. Descartó su propia reelección y abogó por una se-
lección auténticamente libre en el seno del PRM. Lo que determinaría la sucesión
serían las nuevas organizaciones de masas creadas durante el decenio de 1930. Por
audaz e inteligente que fuera, esta insólita negativa de un presidente saliente a ele-
gir su sucesión —o, como mínimo, a influir mucho en ella— constituyó una invi-
tación al faccionalismo, una automutilación del poder presidencial y una sentencia
de muerte para la izquierda oficial. Ésta, que apoyaba a Francisco Múgica, amigo
íntimo y consejero de Cárdenas, se llevó una decepción al no recibir el respaldo
del presidente. Sus rivales del centro-derecha, que apoyaban a Avila Camacho, el
secretario de Guerra, les ganaron por la mano contraviniendo los deseos presi-
denciales y empezando su campaña en 1938, tras lo cual la izquierda estuvo a la
defensiva. Asimismo, Ávila Camacho había preparado bien el terreno. Miembro
de una poderosa familia política de Puebla, astuto aliado de Cárdenas durante los
años treinta, era un político de carrera más que un caudillo, a pesar de sus estre-
llas de general. Sin embargo, en su cargo de secretario de Guerra (y Guerra era
todavía la antesala de la presidencia, como más adelante lo sería Gobernación), se
había ganado el amplio, aunque no abrumador, apoyo de los militares, lo cual era
una consideración importantísima en vista de los temores a un cuartelazo que exis-
tían en aquel momento y que por última vez afectarían seriamente el asunto de la
sucesión. También contaba con la mayoría de los gobernadores de los estados, ali-
neados por su diestro director de campaña, el gobernador de Veracruz, Miguel
Alemán; y con ellos llegaron numerosos caciques locales que, con el fin de con-
servar sus feudos pese al creciente poder federal, convirtieron un cardenismo
oportunista en un avilacamachismo igualmente oportunista. El Congreso, en espe-
cial el Senado, se convirtió en un nido de avilacamachistas.
Los sectores organizados del partido detectaron el rumbo que tomaban los
acontecimientos y, dirigidos por sus líderes, no tardaron en someterse. La CNC,
a la que Cárdenas dejó que tomara su propia decisión, fue presa de manipuladores
de menor importancia y su voto abrumador a favor de Ávila Camacho fue denun-
ciado inmediatamente por los mugiquistas, que afirmaron que era una parodia de
la opinión de los campesinos, prueba de que la CNC se había transformado rápi-
damente en un simple «fantasma» controlado por burócratas que no representa-
ban a nadie.55 Más importante fue el hecho de que la CTM se declarase a favor
de Ávila Camacho, para lo cual sus líderes aportaron unos argumentos ya consa-
bidos: que la unidad era importantísima, que ante las amenazas fascistas, así in-
ternas como externas, 1940 era un momento para la consolidación y no para el
avance (el PCM rechazó las propuestas mugiquistas y adoptó la misma postura).
La CTM sublimó su radicalismo compilando un extenso segundo Plan Sexenal
que preveía más dirigismo económico, la participación de los trabajadores en la
toma de decisiones y una forma de democracia «funcional». Vilipendiado por
la derecha, que lo tildó a la vez de comunista y fascista, el plan mostraba una
fe ingenua en las propuestas sobre el papel y en la capacidad de la CTM para
hacerlas realidad. En cuanto al candidato al que la CTM esperaba ligar de esta
manera, Ávila Camacho confirmó amablemente las propuestas. Pero resultó que el
programa definitivo del PRM fue un documento previsiblemente moderado.

55. Contreras, México 1940, pp. 55-56.


MÉXICO, C. 1930-1946 63

Favorecido por las circunstancias, Ávila Camacho pudo contar con el apoyo
tanto del centro como de la izquierda. También hizo un llamamiento a la dere-
cha: como candidato y presidente electo, cultivó la retórica «moderada» de la
época, haciéndose eco de las negaciones de comunismo de Cárdenas e ingenián-
doselas para hacer suyo el creciente sentimiento anticomunista, a pesar del apo-
yo del PCM a su candidatura. Se previno a los trabajadores contra la militancia
y se les aconsejó que protegieran lo que ya habían conquistado; se tranquilizó a
los pequeños propietarios; se alabó a los hombres de negocios de Monterrey di-
ciendo de ellos que eran los que sueñan y trazan planes para la prosperidad y la
grandeza de México.56 También en lo referente a la educación (que seguía sien-
do un asunto palpitante) se mostró Ávila Camacho partidario de la moderación y
la reconciliación, rechazó las teorías doctrinarias y abogó por el respeto a la fa-
milia, la religión y la cultura nacional; se observó que era «recibido cordialmen-
te» en Los Altos, el viejo núcleo de los cristeros." Y en septiembre de 1940, ya
elegido, declaró en tono vibrante su fe: «Yo soy creyente». Durante toda la cam-
paña su retórica —que hacía hincapié en la libertad, la democracia (que ahora se
contraponía con frecuencia al comunismo) y, sobre todo, la unidad— contrastó
con el pugnaz radicalismo de Cárdenas seis años antes. Pronto se vio claramente
que Ávila Camacho estaba «poco a poco negando la continuidad cardenista expre-
sada en el Plan Sexenal».58 A pesar de ello, la CTM, la principal progenitora de
dicho plan, continuó respaldando al candidato e incluso haciéndose eco de sus
soporíferos sofismas.
Así pues, Ávila Camacho tenía algo que ofrecer a todo el mundo y apoyaba
a los de la CTM y a los cristeros, a los trabajadores y a los capitalistas; más que
en el caso de Cárdenas seis años antes, había aquí un atractivo totalmente popu-
lista en el cual las diferencias de credo y de clase social quedaban inmersas en
una glutinosa unidad nacional. Las circunstancias de 1940 eran propicias y la es-
trategia dio buenos resultados, hasta cierto punto. La burguesía de Monterrey hizo
apuestas compensatorias, conforme al procedimiento clásico de los grandes em-
presarios: respondió positivamente a las propuestas de Ávila Camacho, lo cual le
proporcionó cierta influencia en el seno del partido oficial; pero también patro-
cinó a su principal rival católico, el PAN (y quizá también a la UNS). El PAN vi-
vió momentos de angustia tratando de decidir si debía respaldar a la oposición o
—como probablemente preferían sus amos de Monterrey— adoptar una actitud
más prudente y abstenerse. Finalmente, el partido resolvió apoyar a la oposición
«de forma muy condicional», lo cual representaba lo peor de ambas opciones.
Los líderes sinarquistas también orientaron sus velas al viento, rechazaron a Al-
mazán y, persuadidos por Alemán, recomendaron la abstención: una prueba más
de la creciente división entre ellos y sus seguidores radicales que la destitución
del líder populista Salvador Abascal en 1941 acentuó.
Los titubeos del PAN y de la UNS dividieron todavía más a una oposición
ya dividida. La plétora de partidos, grupos y posibles candidatos conservadores
daba testimonio de la amplitud de los sentimientos contra el gobierno, pero tam-

56. Ibid., pp. 155-156.


57. Rees, Ciudad de México, 9 de febrero de 1940, FO 371/24217, A1654.
58. Medina, Del cardenismo al avilacamachismo, pp. 92-93.
64 HISTORtA DE AMERICA LATfNA

bien dificultaba la cooperación contra el enemigo común. El PAN y la UNS —el


cerebro intelectual y el músculo popular de la derecha católica— fueron manipu-
lados y marginados. Otros grupos servían los intereses personalistas de caudillos
envejecidos: el Frente Constitucional Democrático Mexicano (FCDM) apoyaba
al siempre oportunista y optimista general Rafael Sánchez Tapia; el PRAC, ca-
pitaneado por viejos jefes callistas como Manuel Pérez Treviño, respaldó a Ama-
ro, pero cuando la candidatura de éste empezó a ir mal (su imagen de supervi-
viente violento de una época pretoriana ya periclitada no era ninguna ayuda y se
vio intensificada por el agresivo manifiesto con que abrió su campaña), el PRAC
se negó de mala manera a trasladar su apoyo al principal contrincante, Almazán.59
Porque fue Almazán, respaldado por una coalición variopinta, quien se erigió
ahora en principal adversario de Ávila Camacho. Dotado de experiencia política,
rico (se le calculaba una fortuna de cinco millones de pesos) y más listo que
Amaro (había demostrado poseer «un talento notable para el engaño y las tretas»
durante su accidentada trayectoria revolucionaria, y era «demasiado astuto» para
respaldar a Cedillo en 1938), Almazán poseía extensos intereses en Nuevo León,
donde tenía su mando militar y donde gozaba de buenas relaciones con el grupo
de Monterrey.60 Al negársele la oportunidad de encauzar sus conocidas ambicio-
nes por medio del PRM —como Cárdenas esperaba que hiciese—, Almazán se
benefició de los errores y las flaquezas del resto de la oposición; y, al negársele
el apoyo total de los grupos derechistas organizados (PRAC, PAN, UNS), de-
pendía más de grupos de electores numerosos y difusos —los católicos, la clase
media, los pequeños propietarios— cuya integración en el partido almazanista, el
Partido Revolucionario de Unificación Nacional (PRUN), era poco firme. Aunque
fuera débil desde el punto de vista de la organización, el almazanismo era podero-
so en potencia, especialmente porque el candidato poseía un atractivo superior al
de un caudillo rechazado y despreciado como Amaro. Movilizó a los liberales de
clase media, que volvieron a vivir la protesta constitucional de 1929; a los cam-
pesinos, que estaban desencantados de las triquiñuelas de la CNC y de la len-
titud o pura y simple corrupción de la reforma agraria; a los militares jóvenes (a
sus jefes los había conquistado el PRM); y a muchos grupos de la clase obrera,
en especial a los grandes sindicatos industriales, los ferroviarios y los petroleros,
que se oponían al clientelismo lombardista y a la coacción cardenista, así como
a los electricistas y los tranviarios, a secciones de los mineros y al fisiparo sin-
dicato de maestros, a los sindicatos de Guadalajara y a los trabajadores del azúcar
de Los Mochis, víctimas recientes de un golpe interno maquinado por la CTM.
En el espacioso seno del almazanismo cabía también el trotskista Partido Revolu-
cionario Obrero Campesino (PROC), encabezado por Diego Rivera, cuyo enlace
ilícito con la derecha fue el resultado lógico del apenas más lícito enlace del PCM
con el centro.
El almazanismo constituía, pues, una cueva de Adulam en la cual se reunían
todos los grupos que eran hostiles a la manipulación oficial y criticaban a un ré-

59. Ibid., pp. 100-105; Virginia Prewett. Reponage on México, Nueva York, 1941, pp. 184-
188.
60. John Womack. Jr., Zapata and the Mexican Revolution, Nueva York, 1969, p. 80 (hay
trad. cast.: Zapata y la Revolución mexicana. Siglo XXI, México, D.F., 1969); Davidson. Ciu-
dad de México. 9 de enero de 1940, FO 371/24217. A1301.
MÉXICO. C. 1930-1946 65

gimen que, según su candidato, lejos de hacer realidad las promesas de la Revo-
lución, había desorganizado la economía y traído carestía y pobreza al pueblo.61
Este fue el tono del llamamiento de Almazán: amplio, ecléctico, crítico con el
régimen, pero con unas propuestas que no eran demasiado específicas ni dema-
siado radicales. Almazán censuraba el fracaso económico, la corrupción oficial y
la nociva influencia extranjera, fuese nazi o comunista; ponía a la izquierda como
un trapo (especialmente a Lombardo) y recurría a otra clase de populismo, con-
cluyendo los discursos con gritos de «Viva la Virgen de Guadalupe» y «Mueran
los gachupines» (los «gachupines» ya no eran los españoles que calzaban espuelas
de la época colonial, sino los odiados refugiados republicanos). El propio Ávila
Camacho hacía hincapié en los valores nacionales y el rechazo al comunismo,
por lo que había un gran parecido entre la retórica de los candidatos; Luis Gon-
zález sólo exagera un poco cuando dice que Almazán hubiese podido ser el candi-
dato del PRM y Ávila Camacho, el del PRUN.62
Cárdenas esperaba que se celebrara un debate abierto y que las elecciones
fuesen libres. No quería imponer un sucesor al partido ni al país. «Si el pueblo
quiere a Almazán —dijo a un colega—, lo tendrán.»63 Aunque característica, esta
actitud era nueva y arriesgada. El presidente mismo podía permanecer imper-
turbable mientras prosperaba la candidatura de Almazán, respaldada por con-
centraciones enormes como no se habían vuelto a ver desde los tiempos de Ma-
dero; incluso pudo reconocer, en la noche de las elecciones, que la oposición
había ganado y que Almazán debía subir al poder. Pero otros, al ver que pe-
ligraban su posición y su política, mostraron menos ecuanimidad democrática;
la révolution en danger justificó que se tomaran medidas duras. La CTM entró
en acción y presionó a los sindicatos que la constituían, organizó manifestacio-
nes, atacó físicamente las sedes de la oposición, maquinó golpes internos en las
organizaciones recalcitrantes (tales como la CGT y el STFRM). Los almazanis-
tas se quejaban de despidos y palizas; hubo ataques contra trenes y mítines, a
veces con consecuencias mortales. La administración también demoró las leyes
relativas al sufragio femenino, temiendo con razón que las mujeres darían su
voto a la oposición. Una campaña sucia culminó con unas elecciones tam-
bién sucias (julio de 1940), que se celebraron bajo leyes electorales que eran
una invitación al fraude y a la violencia. A lo largo y ancho del país facciones
del PRM y del PRUN se disputaban el control de las casillas electorales y la
CTM utilizó la fuerza para apoderarse de muchas de ellas. Hubo robo de urnas,
se registraron numerosos heridos (y treinta víctimas mortales sólo en la capi-
tal) e incontables quejas de abusos oficiales. Se dijo que en Monterrey, la ca-
pital del feudo de Almazán, obligaron a los trabajadores de correos, e incluso a
los presos, a votar a favor de la candidatura oficial, que triunfó por 53.000 votos
contra 13.000 (el PRUN dijo que había obtenido 63.000). La prensa comentó
que todo ello era una nueva demostración de la «incapacidad democrática» del
pueblo mexicano. Es posible que Cárdenas pensara lo mismo. Pero si la fuerza
y el fraude eran evidentes, también lo fue la participación generalizada. Pobla-

61. González. Los días del presidente Cárdenas, p. 227.


62. Ibid., p. 259.
63. Según Luis Montes de Oca, en un memorándum de E. D. Ruiz, 5 de agosto de 1940,
FO 371/24217, A3818.
66 HISTORIA DE AMERICA LATINA

ciones como Tampico registraron la mayor afluencia de votantes de todos los


tiempos."
El resultado final dio a Avila Camacho 2,26 millones de votos comparados
con los 129.000 de Almazán. El PRUN afirmó que había obtenido 2,5 millones
y su afirmación no carecía de fundamento. Desde luego, Almazán ganó en las
ciudades principales, donde el control oficial era más difícil y la movilización
de la CTM no fue lo que se esperaba; pero en México, como en otras partes de
América Latina, el voto cabreste fue favorable al gobierno, justificando así el
tranquilizador informe que el secretario de Gobernación dio al presidente la noche
de las elecciones de que el voto de los campesinos dirige el resultado de las elec-
ciones a favor de Ávila Camacho."5 Al igual que Madero en 1910, Almazán se re-
tiró a Estados Unidos profiriendo acusaciones de fraude y desafíos. La analogía
no se pasó por alto: al mártir almazanista general Zarzosa, que resultó muerto
cuando la policía intentó detenerle, le asignaron el papel de Aquiles Serdán
de 1940. Pero la analogía no era justa. Los tiempos habían cambiado y Almazán
era demasiado astuto —además de demasiado «gordo, enfermo y rico»— para
arriesgarse a una rebelión.66 Estados Unidos (como confirmó Alemán en una visi-
ta rápida) no ayudaría ni alentaría a Almazán. Y la coalición almazanista, aunque
amplia, era demasiado dispar para lanzar un desafío concertado (Lombardo temía
a los militares, pero Avila Camacho y sus partidarios habían tomado las medidas
oportunas y Cárdenas tuvo la precaución de hacer cambios en los puestos de man-
do clave y de visitar personalmente al almazanista norte; a estas alturas los te-
mores de Lombardo al militarismo y al fascismo estaban adquiriendo cierta arti-
ficiosidad teatral). En un «país organizado» la rebelión tenía que ser un asunto
profesional y no una quijotesca repetición de 1910; el régimen del PRM no era el
régimen de Porfirio. Sobre todo, el descontento político no entrañaba compromiso
revolucionario. Mucha gente de la derecha (sobre todo el grupo de Monterrey)
se dio por satisfecha con asestarle un sopapo en las narices al régimen, para que
en lo sucesivo fuera más prudente. De igual modo, los sindicatos industriales, al
flirtear con Almazán, no se comprometieron más con la rebelión armada que con
el populismo conservador, aunque se convirtieron en blanco de la administración
entrante, que no olvidó su deserción. Así pues, más que una revolución manqué,
1940 fue un réquiem por el cardenismo: reveló que las esperanzas de una suce-
sión democrática eran ilusorias; que el respaldo electoral del régimen tenía que fa-
bricarse; y que las reformas cardenistas, si bien creaban ciertas clientelas leales
(algunas eran leales por convicción; otras por cooptación), también habían dado
origen a adversarios formidables que ahora esperaban pasar a la ofensiva.

Ávila Camacho se presentó candidato a la presidencia recalcando la conci-


liación y la unidad nacional, y rechazando el comunismo y la lucha de clases.67
Y así continuó después de 1940, con la retórica reforzada por el trauma electo-

64. González. Los días del presidente Cárdenas, pp. 302-303; El Universal. 8 de julio
de 1940; Rees, Ciudad de México, 12 de julio de 1940, FO 371/24217, A2619 y anexos.
65. Medin. Ideología y praxis política, p. 222.
66. Rees, Ciudad de México, 9 de febrero de 1940. FO 371/24217, A1654.
67. Davidson, Ciudad de México, 9 de enero de 1940, FO 371/24217, A1301; Prewett,
Reportage on México, pp. 191 y 221.
MÉXICO. C. 1930-1946 67

ral de aquel año, por la creciente participación de México en la guerra y por la


dependencia económica y militar de Estados Unidos fomentada por la contienda.
El «presidente caballero» hizo llamamientos sistemáticos a la unidad con el fin
de producir, exportar e industrializar el país, así como ofrecer resistencia al fas-
cismo, la inflación y el comunismo. Durante este proceso gran parte de la de-
recha disidente de 1940 se incorporó a la política oficial (aunque no colonizara
al PRM, aceptó las reglas del juego, como también las aceptaron los líderes del
PAN e incluso los de la UNS). La izquierda, mientras tanto, se encontraba ha-
ciendo de instrumento —o de víctima— en lugar de dirigir la política. No pudo
.o no quiso detener el movimiento hacia la derecha que la retórica del consenso
disimulaba: el declive de la reforma agraria, la limitación del control obrero, un
énfasis renovado en la empresa privada y la agricultura comercial, el crecimien-
to dinámico de las inversiones privadas y extranjeras (y de los beneficios a cos-
ta de los salarios), el acuerdo con la Iglesia y la eliminación de la educación
socialista.
El acercamiento a Estados Unidos ya estaba en marcha cuando Ávila Cama-
cho subió al poder. Los acontecimientos de 1941-1942, que motivaron la entra-
da en guerra tanto de Estados Unidos como de México, sirvieron para acelerar
esta tendencia. A raíz del ataque contra Pearl Harbor, México rompió sus rela-
ciones con las potencias del Eje, concedió derechos especiales a la marina de
guerra estadounidense y a partir de enero de 1942 colaboró en una comisión con-
junta de defensa. La principal aportación de México seguía siendo económica: la
«batalla por la producción» que el presidente anunció en su mensaje de Año
Nuevo de 1942. En mayo del mismo año el hundimiento de barcos mexicanos
por submarinos «totalitarios» (alemanes) en el Golfo provocó protestas y —al ver
que no se hacía caso de las mismas— una declaración en el sentido de que exis-
tía un «estado de guerra» entre México y el Eje. Por medio de este concepto di-
plomático nuevo (no se hizo ninguna declaración de guerra oficial) el gobierno
daba a entender que la guerra era una lucha defensiva, impuesta a un pueblo que
no la quería. Durante 1942-1943 la defensa del continente, especialmente de la
costa occidental, dominó el pensamiento estratégico mexicano y estadounidense.
La cooperación militar empezó pronto, pero chocó con serios abstáculos, monu-
mentos a la relación desigual, históricamente antagónica de los dos países. Para
los mexicanos la reorganización y la modernización de las fuerzas armadas te-
nían mucha prioridad. En 1942 se instituyeron el servicio militar nacional y la
defensa civil, se creó el Consejo Supremo de la Defensa, y Cárdenas —que ya
mandaba en la importantísima zona del Pacífico— fue nombrado secretario de
Guerra (medida que calmó los temores nacionalistas de que la colaboración lle-
gara demasiado lejos y fuese excesivamente rápida, y que reforzó aún más tanto
el compromiso de la izquierda con la guerra como su confianza en el futuro). Du-
rante las largas y delicadas conversaciones sobre los derechos militares de los
estadounidenses en México (vigilancia con radar, derechos de desembarco, pa-
trullas navales, cadenas de mando) el ex presidente demostró ser un negociador
obstinado. Mientras tanto, Estados Unidos proporcionó créditos para la moderni-
zación de las fuerzas armadas mexicanas y durante 1940-1943 se registró un bre-
ve cambio de dirección en el descenso secular de los gastos militares. El maté-
riel nuevo se exhibió en el desfile militar que, como todos los años, se celebró
el 16 de septiembre de 1942, con la esperanza de que avivara el entusiasmo de
68 HISTORIA DE AMERICA LATINA

las masas pacíficas y, con mayor seguridad, de los generales a los que iba desti-
nado, cuyas ansias de participar en la guerra fueron creciendo a medida que se
recibía el material nuevo al mismo tiempo que el conflicto empezaba a ser fa-
vorable a los aliados. Porque a principios de 1943, una vez ganada la batalla de
Stalingrado y (más importante) la de Midway, la postura defensiva de México
dejó de tener fundamento. El antiguo temor a un descenso japonés sobre la Baja
California y otros puntos del sur fue enterrado definitivamente. Se planteó en-
tonces el asunto de la participación activa, estimulada por generales que querían
luchar, por políticos que buscaban un puesto en la conferencia de paz de la pos-
guerra y por Estados Unidos, que consideraban que la participación mexicana
sería ventajosa con respecto al resto de América Latina y las futuras relaciones
mexicano-norteamericanas. Por consiguiente, se seleccionó una escuadrilla de
las fuerzas aéreas —la famosa número 201— y, después de su preparación, se la
envió al frente del Pacífico, adonde llegó, lista para combatir, en la primavera
de 1945.
Fue un gesto simbólico importante y afortunado desde el punto de vista del
gobierno, aunque participaron sólo cuarenta y ocho dotaciones aéreas, todas ellas
formadas por profesionales. Más delicada fue la cuestión del servicio militar obli-
gatorio, que reveló el abismo que había entre el compromiso oficial con la guerra
y la indiferencia o la hostilidad popular. No se enviaron reclutas al frente, pero
ello no venció la antigua antipatía que despertaba el servicio militar, y el proble-
ma se complicó cuando ciudadanos mexicanos que residían al norte de la fronte-
ra fueron llamados a servir en el ejército de Estados Unidos. (Condonada por un
acuerdo gubernamental, esta medida supuso el reclutamiento de unos 15.000 me-
xicanos, entre los que hubo un 10 por 100 de bajas.) Dentro de México el servi-
cio militar provocó protestas generalizadas, a veces violentas, en las cuales la
antigua causa antirrevolucionaria católica se mezcló con un agravio sincero y
nuevo (la presencia de Cárdenas en la Secretaría de Guerra fomentó esta amal-
gama). Se cortaron líneas telegráficas, hubo ataques contra camiones y cuarteles
del ejército, todo ello acompañado de gritos de «muerte a Cárdenas y al servicio
militar obligatorio», «Viva el sinarquismo» y «Viva la Virgen de Guadalupe». El
incidente más grave se produjo cuando trescientos rebeldes lucharon contra el
ejército en Puebla. Pero el gobierno dio garantías de que el servicio militar obli-
gatorio no supondría servir fuera de México y ello sirvió para aplacar las protes-
tas; la UNS, que ya estaba debilitada por las divisiones internas y por el deseo
de sus líderes moderados de llegar a un acuerdo con el régimen, perdió su últi-
ma causa, la mejor de todas ellas, y entró en decadencia. En 1944 un decreto del
gobierno la disolvió.
Las protestas violentas fueron sólo el ejemplo más extremo de la distancia
que separaba las actitudes oficiales y populares ante la contienda. La participa-
ción de México había recibido el apoyo de la izquierda (CTM, PCM) y, curiosa
y significativamente, de la jerarquía católica, de la mayor parte de la prensa de
derechas, del PAN y de otros grupos conservadores. Renació así un poco el na-
cionalismo bipartidista de 1938. Sin embargo, como revelaron las encuestas, in-
cluso los miembros y cuadros del partido estaban divididos en torno al asunto;
el hombre de la calle no compartía el espíritu belicoso del gobierno, a menos
que fuera un izquierdista comprometido. El Tiempo resumió acertadamente la si-
tuación cuando dijo que el «pueblo no organizado» era el menos belicoso y el
MÉXICO, c. 1930-1946 69

más suspicaz.M Al igual que en anteriores causas oficiales —el anticlericalismo,


la educación socialista— una minoría organizada impuso la belicosidad a una po-
blación escéptica. Ante semejante indiferencia, y temeroso de la posible actividad
de una quinta columna (que no se materializó), el gobierno recurrió a controles
y exhortaciones. Se suprimieron las garantías constitucionales, se incrementó la
vigilancia interna, se concedieron poderes extraordinarios al ejecutivo. En gene-
ral, estos poderes se usaron con moderación, la suficiente para desviar las críti-
cas. La administración también organizó una campaña sostenida de propaganda
cuyo objetivo era ganarse el apoyo popular: así pues, la guerra ofreció un terre-
no magnífico para construir el consenso nacional con el cual estaba compro-
metido el régimen y al que ahora también contribuía Estados Unidos, no, como
en 1938, en el papel de enemigo externo, sino en el de codemocracia y aliado mi-
litar. Destacados políticos engrosaron un coro de unión patriótica que empezó
con el solemne entierro de una víctima del torpedeado petrolero Potrero de Llano
y culminó con el desfile militar del 16 de septiembre de 1943, al que pasaron re-
vista seis ex presidentes, Cárdenas codo a codo con Calles y, por supuesto, Ávila
Camacho. La prensa, censurada por la ley pero estimulada decididamente por un
generoso suministro de papel de periódico de procedencia estadounidense, cola-
boró de buen grado; los carteles callejeros y el cine (este último favorecido tam-
bién por la largueza estadounidense) repetían el mensaje del patriotismo, la uni-
dad del hemisferio y el esfuerzo productivo. La propaganda, tanto mexicana
como estadounidense, empapaba a la población, diluyendo el antiamericanismo
y estimulando, en primer lugar, la conformidad y, en segundo lugar, la adhesión
a la causa aliada.69 La penetración del modo de vivir norteamericano —el po-
chismo que Vasconcelos había denunciado durante años y que había crecido con
las carreteras, el turismo y la industrialización del decenio de 1930— se aceleró
así durante la guerra, en México igual que en Europa. Coca-Cola, Greta Garbo,
Palmolive y el protestantismo parecían ubicuos; y los protestantes (que en modo
alguno eran los agentes más efectivos del pochismo) empezaron a sufrir una fu-
riosa reacción católica.
La influencia específica de la propaganda bélica es difícil de evaluar y fácil
de exagerar. La colaboración económica fue más efectiva en lo que se refiere a
cambiar las costumbres mexicanas y vincular los destinos de las dos naciones ve-
cinas. Las tendencias pueden resumirse estadísticamente: en 1937-1938 una ter-
cera parte del comercio de México se hacía con Europa; en 1946 la cifra había
descendido hasta quedar en un 5 por 100 (de las importaciones) y un 2 por 100
(de la exportaciones); Estados Unidos absorbió el 90 por 100 de las expor-
taciones mexicanas en 1940 y suministró el 90 por 100 de las importaciones
en 1944. Por otra parte, el comercio exterior de México había aumentado de for-
ma apreciable: las exportaciones, de 6,9 millones de pesos (promedio de 1939-
1941 en pesos de 1960) a 9,1 millones (1943-1945), de los cuales 1,1 millones
correspondían al dinero que los emigrantes mandaban a casa; las importaciones
pasaron de 6,1 millones a 9,1 millones. Durante este proceso México pasó de
un superávit del comercio patente en 1942-1943 a un modesto déficit en 1944

68. Torres, México en la segunda guerra mundial, pp. 85-86.


69. Ibid., p. 104.
70 HISTORIA DE AMERICA LATINA

(1,6 millones de pesos) y a déficits todavía mayores en 1945 (2,8 millones) y


1948 (5,4 millones), al relajar Estados Unidos sus controles y producirse una
avalancha de importaciones. Al incremento del comercio lo acompañó otro de
las inversiones estadounidenses, especialmente en la industria manufacturera. La
transición de una economía basada en la exportación de materias primas a otra
en la que una importante industria manufacturera satisfacía la demanda interior
se aceleró durante la guerra, aunque con la consecuencia de intensificar la parti-
cipación estadounidense y crear una dependencia sin precedentes del exterior
(por una vez el término es totalmente apropiado).
En el campo económico, como en el militar, la nueva intimidad entre Méxi-
co y Estados Unidos no fue fácil de crear. La industrialización era ahora el ca-
pítulo clave de la política del gobierno, y Ávila Camacho, Lombardo y otros
hacían hincapié en ella por considerarla el medio de ampliar el producto social,
librarse del atraso agrario y mitigar —aunque no evitar— las vicisitudes del ciclo
económico. La cooperación con Estados Unidos brindó una vía rápida para al-
canzar la industrialización, mas para que confiriese la deseada autonomía eco-
nómica tenía que ser cooperación en las condiciones apropiadas. Las compañías
petroleras intentaron explotar la colaboración bélica y la escasez de fondos de
PEMEX para recuperar sus propiedades, pero los mexicanos ofrecieron resis-
tencia, aunque ello conllevara una restricción de los créditos extranjeros. Por ra-
zones parecidas, las negociaciones relativas a un tratado comercial bilateral
(objetivo a largo plazo de los mexicanos) resultaron arduas, aunque finalmente
dieron fruto. México se esforzó en todo momento por proteger la industria na-
cional mientras negociaba una rebaja de los aranceles estadounidenses, el acceso
a créditos de la misma nacionalidad y mayores facilidades para la importación de
bienes de capital y de ciertas materias primas (que escaseaban y estuvieron so-
metidas a controles estadounidenses durante la guerra). Estados Unidos preten-
día tener acceso garantizado, a corto plazo, a recursos mexicanos clave (minera-
les, petróleo y, en no menor medida, mano de obra) y, quizá, la subordinación a
largo plazo de la economía mexicana a la suya. El tratado comercial de carácter
general que se firmó en diciembre de 1942 fue complementado por una serie de
acuerdos específicos que abarcaban productos concretos; entre 1943 y 1945 la
Mexican-American Commission for Economic Cooperation encauzó créditos
estadounidenses hacia diversos proyectos: acero, papel, presas, energía hidro-
eléctrica, cemento y productos químicos. De esta manera dieron fruto los anterio-
res planes de cooperación apoyados por Cárdenas y Roosevelt pero arrinconados
en 1938. La oferta de créditos, con todo, fue limitada en su duración y cuan-
tía: en 1946 Estados Unidos ya había desviado sus prioridades hacia Europa,
declarando que las instituciones privadas tenían la obligación de satisfacer los
requisitos de México.
La segunda guerra mundial, al igual que la primera, provocó un giro espec-
tacular en el recurrente flujo y reflujo de migración mexicana a Estados Unidos
(también surtió un efecto al que se dio menos publicidad y que fue la atracción
de emigrantes guatemaltecos en el sur de México, con consecuencias desastrosas
para la mano de obra local). Unos diez años después de que las masas de emi-
grantes se encaminaran hacia el sur, empezaron a volver al norte, a razón de unos
6.000 al mes en el verano de 1942. Llegaban de todas las partes de México y re-
presentaban gran variedad de oficios y circunstancias; la mayoría de ellos eran
MÉXICO, c. 1930-1946 71

jóvenes y solteros, a la vez que muchos tenían empleo, una especialización e in-
cluso estudios. Ambos gobiernos procuraron controlar esta corriente espontánea:
el estadounidense, con el fin de garantizar mano de obra suficiente para la voraz
economía de guerra; el mexicano, para evitar la escasez de mano de obra en su
país y los abusos cometidos contra los trabajadores inmigrantes en el extranjero,
abusos que los débiles esfuerzos de las autoridades estadounidenses no podían
impedir. En 1942 el número de trabajadores y las condiciones de empleo ya se
habían fijado por medio de un acuerdo entre los gobiernos. Pero la demanda de
puestos de trabajo era tan grande, que cuando la contratación laboral oficial em-
pezó en México las oficinas se vieron sitiadas por los solicitantes; en marzo de
1944 tres mil de ellos se reunieron en el estadio nacional de Ciudad de México
para obtener los codiciados permisos de bracero. Un año después el programa ofi-
cial amparaba a más de 120.000 trabajadores, cuyas remesas constituían el 13 por
100 del total de ingresos en divisas. Sin embargo, la migración ilegal se produ-
cía al mismo ritmo (con las correspondientes deportaciones, que se cifraban en
7.000 al mes cuando la demanda estadounidense empezó a disminuir a partir de
1944). Durante el período 1945-1946 se redujo progresivamente el cupo oficial;
los braceros se unieron a los deportados que eran conducidos hacia el sur, donde
engrosaban los atascos de la frontera o se alojaban en los barrios de chabolas
de San Diego y del Valle Imperial. Para muchos el regreso al sur fue temporal
porque un nuevo auge económico pronto atraería inmigrantes —legales e ilega-
les— hacia los campos y las fábricas del norte.
Así pues, la colaboración económica con Estados Unidos favoreció el proyec-
to avilacamachista de industrialización, conciliación social y consenso nacional.
A su vez, estos objetivos exigían del presidente una actitud ostensiblemente im-
parcial en lo que se refería a repartir el poder y determinar la política que debía
seguirse. Tenía que mostrarse moderado y equidistante en vez de militante y com-
prometido.™ En el primer gabinete existía un buen equilibrio entre la izquierda y
la derecha; en el Congreso la Cámara, que era izquierdista, contrarrestaba el con-
servadurismo del Senado. Pero, del mismo modo que Cárdenas se vio empujado
hacia la izquierda, las circunstancias y su propia inclinación empujaron a su su-
cesor hacia la derecha. En el campo de la educación se produjo un alejamiento
del «socialismo», primero en espíritu, luego de nombre. Bajo el nuevo secretario,
Vejar Vázquez (1941-1943), la llamada «escuela de amor» (que no tenía nada
que ver con la educación sexual que fomentara Bassols) sustituyó oficialmente a
las escuelas socialistas; la educación servía ahora para apoyar las anodinas con-
signas del régimen, y los maestros comunistas se quedaron sin empleo. La nueva
situación encantó a los grupos conservadores y católicos, que también acogieron
con agrado la mejora de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. La derecha
oficial, encarnada por Maximino Ávila Camacho, hermano del presidente, tam-
bién controlaba la Secretaría de Comunicaciones, donde el secretario fomentaba
sus propias ambiciones presidenciales, se peleaba con Lombardo y otros radica-
les supervivientes y (según se decía) abrigaba grandes planes destinados a debi-
litar a la CTM. También en los estados, las elecciones para gobernador provocaron
un desplazamiento hacia la derecha (en 1945 se calculaba que sólo ocho de los

70. Bateman. Ciudad de México, 14 de febrero de 1944, FO 371/38312. AN798.


72 HISTORIA DE AMERICA LATINA

treinta y un gobernadores eran cardenistas); en el Congreso los debates, las vota-


ciones y los nombramientos revelaban un grado de confianza y agresividad que no
se había visto en los conservadores desde los tiempos del maximato. La derecha
oficial —en la que destacaban Maximino Ávila Camacho y Abelardo Rodrí-
guez— formuló ahora una retórica nueva, afín a la de la administración en su in-
terés por la unidad, la democracia y la derrota del fascismo, pero también acen-
tuadamente anticomunista, crítica para con la CTM y pintando el cardenismo con
los mismos colores rojos. A decir verdad, se hicieron intentos solapados de po-
ner en aprietos al propio Cárdenas y hubo una sucia campaña de prensa contra
Lombardo. Los izquierdistas incluso se encontraron con que la mano del ejecu-
tivo actuaba contra ellos, en circunstancias turbias.71 La izquierda no se veía re-
ducida a la impotencia ante semejantes provocaciones: el presidente tuvo que
hacerle concesiones (por ejemplo, arrojar el secretario de Economía a los lobos
de la CTM en 1944); y tenía su propio repertorio de jugadas sucias (tales como
el artificial consejo de guerra de Macías Valenzuela, ex gobernador de Sinaloa).
La Universidad Nacional también fue escenario de un meticuloso acto de equili-
brismo político. El fuerte abrazo del consenso nacional, al que se había entregado
la mayoría de los actores políticos, dificultaba el franco pugilismo ideológico; el
resultado eran sucias luchas intestinas en las cuales el ejecutivo, con su control
de los tribunales, la maquinaria electoral y organismos paraestatales, tenía una
ventaja decisiva frente a organizaciones de masas como la CTM. Tanto el clima
como el modus operandi de la política estaban cambiando.
A pesar de juiciosas muestras de equilibrio presidencial, la tendencia —que
se reveló en las elecciones al Congreso de 1943— era inexorablemente derechis-
ta. En parte respondía al deseo del presidente de construir una sólida clientela de
centro-derecha en la asamblea legislativa. Para ello disponía de un buen instru-
mento: la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP), que
hasta entonces había sido un conglomerado difuso y ahora se convirtió en el re-
presentante institucional de la clase política en particular y de la clase media en
general (clase que era halagada de forma creciente por la retórica oficial). Tam-
bién demostró que era una criatura leal del ejecutivo y un contrapeso tanto de la
izquierda oficial (principalmente la CTM) como de la oposición de clase media
que había alterado los cálculos del PRM en 1940. Esto se vio con claridad en las
elecciones al Congreso que se celebraron en 1943, con una prisa nada decorosa y
los habituales chanchullos. La CNOP fue recompensada con 56 de las 144 candi-
daturas del PRM (la CTM obtuvo 21) y los extremos extraoficiales quedaron ex-
cluidos. Ni los comunistas ni la Liga de Acción Política de Bassols ganaron
escaños, y el PCM aceptó estoicamente otro revés en nombre del consenso que la
guerra requería y protestó menos ruidosamente que Bassols. El PAN, que presen-
tó un puñado de candidatos de clase media en una candidatura democristiana de
signo conservador (las imputaciones izquierdistas de fascismo quedaban ya bas-
tante desfasadas), también se llevó una decepción. De hecho, la izquierda radical
se encontró con que su atractivo popular disminuía rápidamente a medida que el
régimen propiamente dicho «se moderaba» y las provocaciones del cardenismo
se desvanecían en el pasado.

71. Medina, Del cardenismo al avilacamachismo, pp. 163-172 y 222-224.


MÉXICO. C. 1930-1946 73

También la izquierda oficial estaba cambiando. En 1943 el acérrimo car-


denista Graciano Sánchez dejó la jefatura de la CNC a favor de Gabriel Leyva
Velázquez, hijo de un mártir revolucionario pero convencido avilacamachista
e implacable enemigo de los comunistas. La CTM dirigió sus esfuerzos a limitar
las huelgas y sostener la producción económica (cabe decir que de la necesidad
hizo virtud: el gobierno tenía poderes para obligarla a colaborar si no lo hacía
espontáneamente); y en junio de 1942 se unió a confederaciones rivales en el
Pacto Obrero, que abjuró de las huelgas y tomó medidas para que los conflictos
se arbitraran con rapidez. A cambio de ello, el gobierno decretó una ley de la se-
guridad social que entró en vigor —aunque de forma polémica— en 1943. Para
entonces Lombardo ya había dejado el liderazgo de la CTM, con típico gesto
retórico, y estaba ocupado llevando hacia la causa aliada a la Confederación
de Trabajadores de América Latina (CTAL), cuya presidencia desempeñaba
desde el nacimiento de esta organización en 1938. Su influencia continuaba
pesando, aunque menos de lo que él imaginaba, y se utilizó para reforzar a su
sucesor, Velázquez, contra los ataques de los comunistas y de los lombardistas
disidentes. Así pues, la izquierda oficial toleró la creciente presencia conser-
vadora en el gobierno, así como los ataques frecuentes de la resurgente derecha.
La unidad continuaba siendo la consigna.
Inactiva la izquierda e intensificada su propia autoridad, Avila Camacho pudo
seguir su política de industrialización por medio de la cooperación con Estados
Unidos. La industrialización, por supuesto, la habían defendido Lucas Alamán
después de la independencia, Porfirio Díaz, Calles y Cárdenas; había prosperado
durante el decenio de 1930 a pesar de las reformas de Cárdenas, pero las sin-
gulares circunstancias de la guerra parecían especialmente propicias. La tregua
social y el Pacto Obrero daban tranquilidad a la industria mientras Estados Uni-
dos, de nuevo complaciente con las necesidades de México, representaba tanto
un mercado como, con reservas, una fuente de bienes de capital e inversiones.
Se cumplieron las promesas formuladas a la empresa privada en 1940, con una
continua retórica reconfortante y con numerosas medidas prácticas: la elimina-
ción del impuesto sobre beneficios extraordinarios, la potenciación de la Nacional
Financiera como fuente importante de financiación para la industria, el manteni-
miento de un sistema fiscal regresivo, generosas concesiones fiscales y protec-
ción arancelaria, y una corte suprema hostil al trabajo. Entre 1940 y 1946 la pro-
ducción manufacturera creció un 43 por 100 en pesos constantes (59 por 100 si
se incluye la construcción: Ciudad de México en especial disfrutó de un pro-
digioso auge de la construcción). La alimentación, los textiles, los productos
químicos y los metales destacaban. La inversión en el sector manufacturero se
quintuplicó y las ganancias de los fabricantes fueron abundantes, alcanzando el
18 por 100 sobre el capital invertido en 1941-1942. Así, el ratio de rendimientos
del trabajo y el capital pasó de 52:48 en 1939 a 39:61 en 1946. En 1942 el gru-
po de Monterrey expresó su confianza en que el presidente no seguiría las polí-
ticas laborales de su predecesor; confianza que no era infundada (como demos-
traron los fallos de sucesivos arbitrajes).72 Así pues, al asumir el papel de leal
oposición demócrata, el PAN no obró totalmente a impulsos de su entusiasmo
por la causa aliada.

72. Ibid.. p. 300.


74 HISTORIA DE AMERICA LATINA

Sin embargo, a medida que se acercaba el final del sexenio, el clima eco-
nómico empeoró. Creció la inflación, generando mayores ganancias (el período
1945-1946 fue de auge para la industria), pero provocando también un nuevo
despertar de la agitación obrera, sin que los llamamientos al patriotismo pudieran
contenerla con la misma facilidad que antes. La oleada de importaciones de
Estados Unidos fue beneficiosa para la oferta de bienes de capital, pero también
puso en peligro la balanza de pagos y las industrias nacientes de México. La bur-
guesía industrial, que ahora estaba organizada a un nivel sin precedentes, res-
pondió de dos maneras. Representantes de la naciente industria manufacturera,
agrupados en la Confederación Nacional de la Industria de Transformación
(CNIT), eran favorables a los acuerdos corporativos con los sindicatos, al
arbitraje mixto de los conflictos laborales, a cierto grado de intervención del
Estado en las relaciones industriales, a la protección arancelaria y a una reglamen-
tación rigurosa de las inversiones extranjeras. Basándose en todo esto, la CNIT
pudo llegar a un acuerdo con la CTM (marzo de 1945) reafirmando de forma im-
precisa la antigua alianza que existiera durante la guerra en bien de la produc-
ción. Pero las organizaciones empresariales más veteranas —especialmente la
Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), que estaba
dominada por el grupo de Monterrey— no veían con buenos ojos la alianza con
los trabajadores (nunca habían aceptado el Pacto Obrero), se mostraron partida-
rias de leyes más duras para impedir las huelgas y se aferraron a los conceptos
tradicionales del laisser-faire en lo que se refería al papel del gobierno. El sector
empresarial salió de la guerra más fuerte que antes, así política como económi-
camente, pero también dividido y con una fracción importante que abogaba por
una política de conservadurismo enérgico y era defensor de la libre empresa.
Los sindicatos mostraban su irritación bajo las restricciones que les habían
impuesto —tanto el gobierno como los sindicatos— en un momento de inflación
creciente. En 1942 el vínculo con Estados Unidos, a la que se sumaron factores
nacionales (crecimiento de la población, déficits públicos y malas cosechas
en 1943-1945) empezó a generar tasas de inflación muy superiores a las que ha-
bían causado preocupación a finales de los años treinta. El índice del coste de la
vida (1939 = 100) subió hasta 121 en 1942, 198 en 1944 y 265 en 1946, con los
alimentos y los bienes de consumo básicos marchando a la cabeza (mientras el
índice de precios al por menor se multiplicaba por dos y dos tercios entre 1940
y 1946, el precio del maíz se triplicaba, el de los frijoles y la carne se cuadru-
plicaba). Además, las contramedidas oficiales resultaron menos efectivas que
en 1938-1939. Los intentos de limitar la oferta monetaria, evitar la especulación
y el acaparamiento, y reducir las subidas de los precios empezaron en 1941; su
fracaso se hizo evidente en el aceleramiento de la inflación y el auge del mer-
cado negro, así como en más controles, medidas y sanciones que proliferaron
después de entrar México en la guerra. La empresa privada, que obtenía sus-
tanciosos beneficios, puso objeciones a las restricciones, mientras que la CTM
pidió que se tomasen medidas más duras para reducir la inflación y subir los sa-
larios. La restricción salarial era muy aguda; entre 1940 y 1946 los precios casi
se triplicaron, pero el salario mínimo apenas si se duplicó; en el período 1946-1947
los salarios reales alcanzaron uno de los niveles más bajos de la historia, ya que
descendieron hasta una cuarta parte en la industria y más en otros sectores. Las
penalidades que soportaban las masas populares contrastaban con el consumo
MÉXICO. C. 1930-1946 75

ostentoso de los nuevos ricos creados por la guerra, «las clases privilegiadas que
sólo pensaban en enriquecerse antes de que terminara la guerra».71 Tanto el pre-
sidente como su heredero forzoso tuvieron que tomar nota de ello. En 1942-1943
las quejas razonadas de la CTM ya eran secundadas por los sinarquistas, por ma-
nifestantes callejeros y por el aumento de las huelgas, que a menudo no esta-
ban autorizadas por los sindicatos. Se quemaron autobuses en Monterrey para
protestar contra el aumento de las tarifas; en 1944 las colas de necesitados que
esperaban recibir comida gratis y las marchas del hambre ya constituían un es-
pectáculo habitual. Hasta el nuevo sistema de seguridad social, que se había
introducido para apaciguar a los trabajadores, surtió el efecto contrario, y la de-
ducción de las cotizaciones de los salarios, que ya eran magros de por sí, provocó
una serie de disturbios, los más graves de ellos en Ciudad de México en julio
de 1944. Las huelgas, oficiales y extraoficiales, fueron en aumento durante el
período 1943-1944, y también aumentaron las subidas salariales que la patronal
concedía anticipadamente para comprar la benevolencia de ios sindicatos po-
derosos. Por consiguiente, los miembros de los sindicatos importantes estaban
mejor protegidos de la inflación que la mayoría de los trabajadores rurales o de
cuello blanco, a cuyas penalidades se sumaban las carestías generadas por la con-
tienda (por ejemplo, de petróleo y de caucho) y los recortes de los servicios
urbanos (transporte, electricidad). Algunos buscaban compensación en «la mor-
dida», es decir, el soborno, lo cual obraba en detrimento de la ética pública."
También los trabajadores empezaron a poner en duda el propósito de la
«tregua social», que ahora parecía más que nada un medio de incrementar las
ganancias a expensas de los salarios. Al hacer frente a la renovada combatividad
obrera, el gobierno encontró un aliado en Lombardo, cuyo compromiso con el
consenso había dejado de ser una táctica para convertirse en un artículo de fe.
Debido a la progresiva desaparición de la amenaza fascista, antes tan esgrimida.
Lombardo abogaba ahora por una alianza nacional de trabajadores y burgueses
contra el imperialismo extranjero. El acuerdo entre la CTM y la CNIT de marzo
de 1945 pareció el preludio de dicha alianza, pero la CNIT no hablaba en nom-
bre de todos los empresarios mexicanos. El grupo de Monterrey no estaba para
pactos ni veía con buenos ojos el activismo obrero. Se peleó con la CTM en un
importante conflicto que se suscitó en la Cristalería Monterrey (verano de 1946),
durante la cual la ciudad quedó paralizada brevemente y se evitó una huelga
general por poco. La intervención presidencial calmó los ánimos, pero no pudo
resolver un conflicto que seguía vivo cuando Ávila Camacho abandonó la pre-
sidencia, dejando a su sucesor un legado de elevada inflación, salarios reales en
descenso y reanudación de los conflictos industriales.
En la agricultura, al igual que en la industria, la administración afirmaba que
era imparcial y que defendía tanto la propiedad ejidal como la privada. En la
práctica, sin embargo, el ejido, elemento central del proyecto cardenista, fue
relegado a un segundo plano y se cambió su funcionamiento interno. El cambio
fue en parte una reacción contra el cardenismo; en parte una respuesta al sinar-
quismo y el almazanismo; y en parte el reconocimiento de que era necesario in-

73. Cheetham. Ciudad de México, 10 de enero de 1944. FO 371/38312, AN293.


74. ¡bid.\ Lesley Byrd Simpson, Many Mexicos, Berkeley. 19714. pp. 342-344 (hay trad.
cast.: Muchos Méxicos, FCE, México, D.F., 1977).
76 HISTORIA DE AMERICA LATINA

crementar la producción agrícola, tanto para el consumo como para la exportación


(necesidad intensificada por la escasez y la inflación resultantes de la guerra).
Se protegieron más propiedades privadas y las nuevas concesiones a agricultores
privados incluidas en el Código Agrario de 1942 también figuraban como incen-
tivos en los planes que trazó el gobierno para colonizar las costas: la «marcha
hacia el mar». Se ampliaron las garantías contra la expropiación que Cárdenas
ofreciera a los pequeños propietarios, y los terratenientes privados se benefi-
ciaron de forma desproporcionada de las importantes inversiones que la admi-
nistración hizo en regadíos, así como de los créditos públicos y de la inflación.
Aunque no cesó, el reparto de tierras disminuyó hasta quedar reducido a una
tercera parte del que se llevara a cabo durante la época de Cárdenas. La tierra re-
partida era ahora de calidad inferior (algunos beneficiarios rehusaron aceptarla)
y los retrasos administrativos se prolongaron. Habían terminado los tiempos de
las grandes iniciativas presidenciales, de drásticas desmembraciones de antiguos
latifundios. Los terratenientes se percataron de que ahora podían contar con la
neutralidad, cuando no con el apoyo decidido, del gobierno central, que históri-
camente había sido el agente que determinaba el ritmo de la reforma. Los litigios
volvieron a ser prolongados, costosos y corruptos, ya que reaparecieron las viejas
estratagemas del maximato: los «prestanombres», la seudodivisión de las hacien-
das, los guardias blancos y la violencia. La restauración del «amparo agrario»
(arma clave de la defensa jurídica de los terratenientes) se estudió y finalmente
se implemento bajo el siguiente gobierno. A medida que la CNC se convertía en
un régimen caciquil y de cooptación, cada vez fue más frecuente que los ejida-
tarios constituyeran las clientelas leales del presidente o el gobernador, mientras
los terratenientes privados se organizaban más que nunca.
Los ejidatarios se encontraban ante una creciente inseguridad que intensifi-
caba su dependencia clientelista: escasez de créditos, ataques políticos (los ejidos
colectivos eran blancos favoritos), incluso la pérdida pura y simple de la tierra
ejidal, especialmente en zonas donde su valor subía a consecuencia del turismo
(por ejemplo, en Guerrero) o de la urbanización. El tamaño relativo, aunque no
el absoluto, del sector ejidal empezó a descender gradualmente. Las estructuras
internas cambiaron porque el gobierno estimuló la parcelación de los ejidos
comunales (política que respondía a una demanda general y que contaba con
amplio apoyo político desde la UNS hasta el PCM). La modalidad colectiva
se conservaba cuando se consideraba económica (esto es, rentable: algunos ejidos
colectivos eran muy productivos y hacían su aportación a las exportaciones);
pero ahora se veía sujeta a los imperativos del mercado mundial, de una admi-
nistración muy interesada en promover las exportaciones y de un funcionariado
cada vez más corrompido. Las cooperativas azucareras tenían que obedecer
reglas que favorecían a los ingenios privados; en Yucatán las exigencias de la
producción para la guerra justificaron que los hacendados recuperasen sus má-
quinas raspadoras (como dijo un terrateniente, robar a los ejidatarios no era
ningún delito porque los propios ejidatarios eran ladrones). La estratificación
interna se aceleró al hacerse los caciques ejidales con el control y polarizarse
los ejidatarios en una élite relativamente rica y una mayoría semiproletaria, que
creció numéricamente debido al rápido aumento de la población.
La resistencia de los campesinos a estos cambios se veía frenada por la
tregua social concertada durante la guerra, por la recuperación política de los
MÉXICO, c. 1930-1946 77

terratenientes y por la debilidad de la CNC. El bracerismo y la migración inter-


na, además, ofrecían paliativos. Por ende, las ocupaciones de tierras, que fueron
notables en el período 1941-1942, disminuyeron en lo sucesivo. Continuaron las
protestas en las zonas que tenían una tradición de activismo: La Laguna y
Morelos, donde los guerrilleros de Rubén Jaramillo empezaron a actuar des-
de 1943, exigiendo que se continuara la reforma y se dieran garantías a los ejidos
existentes. Pero estas luchas iban a contrapelo de la tendencia política del mo-
mento. La importancia que el propio presidente y los nuevos tecnócratas de
los años cuarenta concedían a la productividad y a las ganancias, la creencia en
que la agricultura privada era superior al ejido —y, para el caso, que la industria
era superior a la agricultura—, todo ello indicaba que había ocurrido un profun-
do cambio ideológico desde el decenio de 1930. Y parecía que se alcanzaban sus
objetivos. Durante el sexenio la producción agrícola creció en alrededor de un
3,5 por 100 anual en términos reales (más o menos la misma tasa que la indus-
tria), y las ganancias fueron fruto de una mayor productividad en lugar de una
expansión de los cultivos; también aumentaron las exportaciones, con mayor ra-
pidez todavía. A este crecimiento contribuyeron tanto los agricultores privados
como los ejidales: entre los primeros había capitalistas agrarios «neolatifundis-
tas» y también rancheros que cosechaban los beneficios de la tenencia segura, la
creciente demanda y mejores enlaces por carretera. El ejido, eje de la política
cardenista, ya había dejado de ser un proyecto social y económico por derecho
propio y se estaba convirtiendo en un accesorio productivo de la próspera eco-
nomía industrial y urbana, a la vez que los ejidatarios pasaban a ser los clientes
más dóciles del partido oficial.
La presidencia de Ávila Camacho terminó en medio de la inflación, el decli-
ve de los ejidos, el auge industrial y una dependencia sin precedentes de Estados
Unidos. La izquierda, y no en menor medida Lombardo Toledano, albergaba
esperanzas de que su suerte mejorase sensiblemente. Por su parte, la derecha,
incluida la floreciente burguesía industrial, miraba con recelo la creciente com-
batividad de los trabajadores y procuraba contener a los sindicatos y a la izquier-
da, para garantizar así que continuase el avance industrial y tener la certeza de
que el avilacamachismo no resultaría una pausa entre ataques de radicalismo, sino
un puente que uniera el peligroso cardenismo del pasado con el seguro conser-
vadurismo del futuro. A ambos bandos les parecía que se lo estaban jugando todo;
y el resultado de su conflicto en 1946-1949 determinaría el futuro de México
durante más de una generación.

La sucesión presidencial —que despertó ambiciones ya en 1942— se centró


en dos aspirantes: Miguel Alemán, ex gobernador de Veracruz, director de la
campaña de Ávila Camacho en 1940 y luego secretario de Gobernación (se-
cretaría que ahora empezó a desempeñar el papel de vivero de presidentes); y
Ezequiel Padilla, antiguo callista, embajador de México en Estados Unidos y uno
de los principales arquitectos del nuevo acercamiento mexicano-estadounidense.
Ambos eran civiles; la profesionalización del ejército durante la guerra había
dado el tiro de gracia al caudillismo. Los candidatos de izquierdas —Javier Rojo
Gómez. Miguel Henríquez Guzmán— interpretaron papeles breves, poco glorio-
sos, antes de que quedase claro que Ávila Camacho era favorable a Alemán, que
Cárdenas y la mayoría de los gobernadores de estado aceptaban la decisión pre-
78 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

sidencial y que lo mejor que podía hacer la izquierda era inclinarse ante lo inevi-
table, como efectivamente hizo mientras Lombardo aportaba los sofismas apro-
piados. En el otoño de 1945, la CTM, la CNC, la CNOP e incluso el PCM ya
apoyaban a Alemán, y Padilla se vio obligado a desempeñar el papel de candi-
dato independiente, respaldado por un partido improvisado.
Visto retrospectivamente, el apoyo de la izquierda fue un error costoso. Quizá
la resistencia fuese fútil porque los líderes de la CTM, escasamente populares,
ejercían el poder siguiendo las reglas del juego en vez de oponerse a ellas. Pero
las opiniones que en aquel tiempo se tenían de Alemán eran diferentes de las
posteriores. Era el candidato del centro; Padilla, el de la derecha; y, al igual que
Ávila Camacho, Alemán predicaba un populismo suave; también prometía cierta
democratización del partido. A la empresa privada le ofrecía tranquilidad y el fin
de los controles impuestos durante la guerra, pero también afirmaba la preocu-
pación del Estado por la clase trabajadora y su responsabilidad de los problemas
de escasez e inflación. Aunque sus palabras tranquilizadoras también se referían
a las inversiones extranjeras, la gente veía en Alemán el candidato nacionalista
que ofrecería resistencia a la hegemonía económica de Estados Unidos (hasta los
estadounidenses compartían esta opinión). Pese a ser un concepto erróneo, sonaba
como música a los oídos de Lombardo, a quien el presidente saliente persuadió
a que aplazara los planes para el lanzamiento de un nuevo partido lombardista
de la izquierda hasta después de las elecciones. El supuesto nacionalismo de
Alemán dio al principio un tono ideológico a la relación de la izquierda con
él, relación que acabaría mal.
Aunque Alemán tenía asegurada la victoria, se juzgó necesario dar al proce-
so electoral mayor legitimidad democrática y evitar una repetición de 1940. Una
nueva ley electoral exigió que los partidos tuvieran una organización nacional
más estricta y que la supervisión federal de las elecciones fuese más atenta: con
esto se evitó el tipo de caos y conflicto descentralizado que se habían visto
en 1940 y se intensificaron tanto el control oficial de la oposición como el papel
del presidente como Gran Elector. El partido oficial aceptó el nuevo orden y
experimentó su metamorfosis final, pasando de ser el PRM a ser el Partido Revo-
lucionario Institucional (PRI): cambio más aparente que real, en el cual la prome-
sa de democratización interna supuso principalmente una degradación del poder
de la CTM. Las elecciones de 1946 se celebraron al amparo de las nuevas nor-
mas y ello significó que apenas hubo incidentes violentos, a pesar de los ha-
bituales abusos y las no menos habituales quejas de la oposición. Ni Padilla
ni la izquierda independiente, fragmentaria, ni la derecha —el PAN y el partido
sucesor de los sinarquistas, Fuerza Popular— pudieron presentar una oposi-
ción comparable con la que Almazán presentara seis años antes. Alemán obtuvo
el 78 por 100 de los votos y con ello conquistó la presidencia por un amplísi-
mo margen.
Investido de esta autoridad, el nuevo presidente no tuvo tanta necesidad de
seguir una política prudente como su predecesor. Su gabinete estaba repleto
de hombres jóvenes, la mayoría de ellos, como el propio presidente, demasiado
jóvenes para ser veteranos de la Revolución. Había en él cuatro industriales,
prueba del poder que la burguesía tenía ahora en el seno del partido, y sólo dos
ministros eran militares. Con la continuada eliminación de gobernadores car-
denistas (empleando a veces para ello duras medidas constitucionales) se hizo
MÉXICO, c. 1930-1946 79

evidente que el poder había pasado a una generación nueva y tecnocrática para
la cual la Revolución tenía menos de experiencia personal que de mito conve-
niente. Su ascensión corrió pareja con la ascensión de la CNOP, la cual, al decaer
la CTM, asumió la dirección política del partido, proporcionó los políticos del
momento (como el ejército hiciera en otros tiempos) e hizo las veces de base
firme del poder presidencial. También corrió parejas con el aumento de la
corrupción en gran escala. Fue en este período —más que en los años veinte
o treinta— cuando el régimen adquirió las características contemporáneas distin-
tivas: supremacía del presidente, monopolio político del partido oficial, diestra
manipulación de las organizaciones de masas, dilución de las diferencias de clase
e ideología en el disolvente del nacionalismo.
Las ideas y los mecanismos del cardenismo se aplicaron ahora a nuevos
fines. La sucesión de Alemán se produjo en un momento en que la influencia de
Estados Unidos —influencia económica, política, cultural— llegaba a todas
partes y tenía una magnitud sin precedentes, sobre todo debido a la fuerza que
había adquirido en ciertos círculos del país. En otros tiempos el México revolu-
cionario había tenido que tratar con liberales de la Casa Blanca que simpatizaban
vagamente con la Revolución aunque a veces se entrometieran (Wilson, FDR); o
con conservadores pragmáticos (Taft, Coolidge) cuya antipatía se veía suavizada
por la prudencia del hombre de negocios. Ahora México se encontraba ante el
Estados Unidos de Truman, la Doctrina Truman, la «política de contención»
y la resolución 248 del Consejo de Seguridad Nacional; la ideología y la geo-
política servían de base de una política sistemática de intervención, presión y
cooperación. En tiempos de Roosevelt, Estados Unidos ya se había mostra-
do muy interesado en que la estrecha cooperación militar existente durante la
guerra continuara al llegar la paz; y en la Conferencia de Chapultepec, celebrada
en 1945, insistió en sus obsesivos argumentos en pro de un sistema abierto, libre-
cambista, es decir, favorable a la continuación de la hegemonía estadounidense
en América Latina. Alemán, a quien veían como un nacionalista quisquilloso,
se esforzó al máximo por tranquilizar a Estados Unidos y prometió que la co-
laboración económica continuaría, a la vez que condescendía con los nuevos
prejuicios impuestos por la guerra fría. Con esta actitud sentó la pauta del sexe-
nio, período en que el anticomunismo, integrado en el tradicional discurso na-
cionalista y presentado bajo la forma de la nueva polarización de la democracia
y el comunismo, pasó a ser un elemento básico de la política mexicana, elevado
al rango de doctrina oficial.75 La tradición revolucionaria descartaba las formas
más crudas de «macartismo»; pero también proporcionaba la mejor defensa ideo-
lógica contra el comunismo, que, al igual que el fascismo en años anteriores,
podía presentarse como una peligrosa importación del extranjero. Así, en México
como en Europa, la cruzada democrática contra el fascismo se transmutó de
modo imperceptible en cruzada democrática contra el comunismo y, al igual que
en los primeros años treinta, la naturaleza ideológica de la política cambió rá-
pidamente, dejando a la izquierda debilitada y a la defensiva mientras que la
derecha se ufanaba de su causa nacionalista nueva y democráticamente justifi-

75. Luis Medina, Historia de la Revolución mexicana. Período ¡940-1952: Civilismo y


modernización del autoritarismo. México, 1979, p. 110.
80 HISTORIA DE AMERICA LATINA

cada. Del anticomunismo de Alemán pronto se hicieron eco el presidente del par-
tido, líderes como Fernando Amilpa, el veterano de la CTM y compinche de
Fidel Velázquez, y portavoces del mundo empresarial como la Confederación
Patronal de la República Mexicana (COPARMEX), que denunciaba el papel sub-
versivo que las células comunistas desempeñaban en los grandes sindicatos na-
cionales. El anticomunismo resultó especialmente efectivo en unos momentos
en que Lombardo estaba formando como podía su nuevo partido de izquierda, en
que los principales sindicatos mostraban una combatividad renovada y en que,
por supuesto, el clima de la política internacional se estaba enfriando rápida
y propiciamente. Así pues, el logro más decisivo de la administración Alemán
fue de carácter negativo: el aislamiento y debilitamiento de la izquierda y la cam-
paña concertada contra los trabajadores organizados.
Después de aplazar amablemente el lanzamiento de su nuevo partido, Lom-
bardo emprendió ahora la continuación de su viejo proyecto —una alianza
amplia, nacionalista y antiimperialista de grupos progresistas— fuera del partido
oficial, pero sin oponerse a él. Pero el PRI no apreció esta amistosa rivalidad;
y tampoco los comunistas simpatizaban del todo con ella. Finalmente, en junio
de 1948 se fundó el Partido Popular (PP), que agrupaba a miembros desafec-
tos de la izquierda oficial (Lombardo, Bassols, Rivera) y a ciertos grupos obreros
y campesinos detrás de un programa nacionalista y moderado. Pero, como reve-
laron las elecciones estatales de 1949, el PRI no quería tener nada que ver con
el PP y empezó a presentar a Lombardo (cuya propia candidatura presidencial
fracasaría en 1952) como un compañero de viaje o un absoluto instrumento de
Stalin, «comprado por el oro de Moscú». La CTM, que al principio había apo-
yado tibiamente a Lombardo a cambio de su cooperación contra los sindicatos
independientes, ahora se opuso a él y le hizo blanco de calumnias parecidas, lo
cual concordaba totalmente con su sistemática postura anticomunista de aquel
momento.
Los tiempos habían cambiado desde 1933, año en que Lombardo había lan-
zado con buena fortuna su disidente CGOCM, y el partido oficial, que ma-
duraba con rapidez, ahora quería y podía sofocar semejantes rivalidades. Un
factor que influyó decisivamente en el resultado fue el enfrentamiento entre el
régimen y los trabajadores. La prolongada colaboración durante la guerra y la
inflación habían dejado una herencia de divisiones, disensiones y exigencias
acumuladas y Lombardo esperaba sacar partido de ellas. En particular, los prin-
cipales sindicatos industriales (con el STFRM en el lugar más destacado)
acogían muy mal la continua docilidad de la CTM, y en 1947 ya estaban dis-
puestos para enfrentar a sus líderes, que a su vez podían contar con el apoyo de
multitud de sindicatos y federaciones menos importantes. La antigua división
de 1937 volvió así a la superficie, agravada por las tendencias habidas durante
la guerra y planteada ahora en términos de «purificación» (es decir, cambio y
militancia) contra continuismo. El gobierno, que estaba entregado a la indus-
trialización, no podía dar cabida a la combatividad sindical, y la erosión de la
influencia de Lombardo descartó su consabido papel de arbitro y garantizó que
la confrontación con el movimiento obrero sería tanto más intensa. Las escara-
muzas de 1938-1946, que nada habían decidido, dieron paso al conflicto decla-
rado de 1947-1949.
MÉXICO. C. 1930-1946 81

Los líderes de la CTM pararon el golpe recurriendo a los habituales métodos


de manipulación electoral; la CTM optó, pues, por el continuismo, el charrismo
y, en general, un apoyo total a un gobierno de la derecha, que justificó en tér-
minos de nacionalismo y moderación («no al extremismo; rechazo tanto de la
izquierda como del imperialismo»). Los militantes que se quedaron con la CTM
(incluidos algunos comunistas que se sacrificaron) perdieron todo poder. Se
barrieron los vestigios de sindicalismo y socialismo. Se repudió la táctica de la
huelga general y se sustituyó el antiguo lema de la CTM —«por una sociedad
sin clases»— por pamplinas nacionalistas: «por la emancipación de México».76
Respondiendo a ello, los ferroviarios encabezaron una secesión de la CTM en
la que había electricistas, tranviarios y sindicatos de menor importancia (mar-
zo de 1947). Su nueva organización, la Confederación Única de Trabajadores
(CUT), contó pronto con el respaldo de otros disidentes importantes, los petrole-
ros y los mineros, con quienes se firmó un pacto de solidaridad, formándose así
una triple alianza mexicana que desafiaba francamente a la CTM y su «hara-
pienta bandera de anticomunismo». Prosiguió la fragmentación de la CTM y
hubo disensiones internas, expulsiones y, en 1948, la creación de una central ri-
val, la Alianza Obrera Campesina Mexicana (AOCM), en la cual elementos cam-
pesinos, especialmente ejidatarios de La Laguna, ocupaban un lugar destacado.
Ante la oposición de estos rivales, que probablemente eran superiores en núme-
ro, la CTM tuvo que hacer frente a la mayor prueba desde 1937; y esta vez ni
Lombardo ni Moscú, ni tan sólo el régimen (que quería victorias en lugar de
componendas), llamarían a la conciliación.
La clave del conflicto la tenían los principales sindicatos independientes, los
petroleros y los ferroviarios. Los primeros se habían declarado en huelga duran-
te el primer mes del sexenio (fue la culminación de los conflictos esporádicos
que sufrió la industria durante la guerra). El gobierno declaró que la huelga era
ilegal, desplegó tropas e impuso una resolución arbitrada. El sindicato, cuya res-
puesta no fue unánime, aceptó el nuevo acuerdo, al amparo del cual la PEMEX
pudo estabilizar la nómina e incrementar el control gerencial (el gobierno san-
cionó plenamente ambos objetivos, pues estaba muy interesado en incrementar
la producción y asegurarse créditos estadounidenses). En la batalla por el poder
que luego se libró en el seno del sindicato, el gobierno dirigió sus esfuerzos a ga-
rantizar la victoria de la colaboración y el charrismo. También tenía puestas sus
miras en una racionalización parecida de los ferrocarriles, que habían sido obje-
to de una importante investigación en 1948. De nuevo se produjo una escisión en
el sindicato y el gobierno intervino a favor de la facción de Jesús Díaz de León
(el Charro), que era fervientemente anticomunista. Su rival principal fue a la cár-
cel bajo acusaciones de corrupción, las cuales eran verosímiles; se embargaron
delegaciones sindicales independientes; hubo una expulsión sistemática de comu-
nistas. Rota la independencia del sindicato y con el Charro instalado en el poder,
el gobierno pudo proceder a reorganizar los ferrocarriles, bajo la amenaza de des-
pidos en masa y recortes salariales. Pero los nuevos líderes del sindicato se en-
contraron ante el clásico dilema de la burocracia obrera oficial (dilema que Fidel
Velázquez soportaría durante más de una generación): aunque su campaña de

76. Ibid., p. 132.


82 HISTORIA DB AMERICA LATINA

«moralización» le granjeó cierto apoyo auténtico, Díaz de León era esencial-


mente una creación del gobierno; pero tanto él como el gobierno tenían que
mantener una apariencia de representación y cooperación de los trabajadores. La
coacción sola no podía hacer que los ferrocarriles funcionaran. Por consiguien-
te, al «charrazo» le siguieron la negociación y un nuevo convenio colectivo
(1949), en el cual la reducción de costes se combinaba con medidas juiciosas de
protección de los puestos de trabajo. De esta manera incluso el charrismo cum-
plía visiblemente algunas de sus promesas, y muchos consideraron que era pre-
ferible a un activismo peligroso, quijotesco. En 1947 un líder obrero decía que
era mejor un mal convenio colectivo (malo en el sentido de que frenaba los de-
rechos de los obreros) pero que al menos se respetase, que uno bueno que se
quedase en letra muerta.77 En esto radicaba el secreto del éxito que la CTM
se apuntaría en decenios venideros. Por decirlo de otro modo, la contrarrevolu-
ción de Alemán —la derrota de los elementos radicales, sindicalistas y carde-
nistas que se resistieron al proyecto alemanista— tuvo que ser mucho más sutil
y moderada que las que posteriormente se llevaron a cabo en otras regiones de
América Latina y que siguieron principios comparables pero requirieron una
franca represión militar.
Una vez rota la independencia del STFRM, se marchitó la causa de los de-
más sindicatos industriales: los mineros, los petroleros, los electricistas. Habían
recibido el «charrazo» con protestas pero sin ninguna huelga. Sólo los mineros
y los divididos petroleros se afiliaron a la nueva federación central lombardista,
la Unión General de Obreros y Campesinos de México (UGOCM); y ésta, al
igual que el PP, su primo político, pronto demostró que era un blanco vulnera-
ble de la hostilidad del gobierno. Se le negó el reconocimiento, las huelgas que
secundaba eran declaradas ilegales; sus sindicatos afiliados sufrían intervencio-
nes y golpes internos; sus militantes campesinos se veían sometidos a los di-
versos métodos de persuasión de la CNC y la burocracia ejidal. Después de que-
dar en poder de la facción charra, sin posibilidad de escapar, el sindicato de
petroleros volvió al redil de la CTM (1951), sentando con ello un precedente
que seguirían otros sindicatos afiliados. El control de la CTM se reafirmó así,
pagando un precio. Destruida la fuerza de la izquierda independiente, y con la
derecha radical en vías de desaparición o transmutándose rápidamente en una
leal oposición democratacristiana, la paz del PRI reinó. El régimen pudo proce-
der de acuerdo con el modelo que había escogido para el desarrollo industrial y
la acumulación de capital sin temor a una importante movilización social. A es-
cala nacional, 1949 reveló un panorama totalmente distinto al de 1946; también
a escala local las postrimerías del decenio de 1940 presenciaron la cristalización
de una estructura política y un patrón de comportamiento político que ha conti-
nuado hasta ahora.78 Si la Revolución experimentó un termidor decisivo, fue en-
tonces. El experimento cardenista, cada vez más controlado a partir de 1938, se
interrumpió ahora definitivamente, por obra de unos hombres cuyo ingenio en-
contró nuevas formas de utilizar el viejo material de laboratorio. O. cambiando la

77. Hernández Ábrego, del sindicato de petroleros, citado en Rosalía Pérez Linares, «El
charrismo sindical en la década de los setenta. El sindicato petrolero», en Historia v crónicas de
la ciase obrera en México. México. D.F., 1981, p. 172.
78. Ibid., p. 94; Benjamín, «Passages to Leviathan». p. 268.
MÉXICO, C. 1930-1946 83

metáfora, los civiles y técnicos del sexenio de Alemán, imbuidos de una moder-
nizadora ideología de la guerra fría, y de una ética basada en el enriquecimiento
rápido, recogieron los cascotes del cardenismo y utilizaron el material —el par-
tido corporativo, las instituciones de masas, el ejecutivo poderoso, el ejército
domesticado y el campesinado subordinado— para construir un México nuevo.
El material era cardenista, pero el plan fundamental lo trazaron ellos. Lo cons-
truyeron para que durase.
historia y cultura
serie el pasado presente

Dirigida por Luis Alberto Romero


Traducción de Luis Justo
resistencia
e integración
el peronismo y la clase trabajadora argentina
1946-1976

daniel james
James, Daniel
Resistencia e integración: El peronismo y la clase trabajadora
argentina, 1946-1976. - 2ª ed. - Buenos Aires: Siglo Veintuno
Editores, 2010.
368 p.; 21x14 cm. - (Historia y cultura; serie El Pasado Presente /
dirigida por Luis Alberto Romero)

Traducido por: Luis Justo


ISBN 978-987-629-153-8

1. Historia Política Argentina. 2. Peronismo. I. Justo, Luis, trad. II.


Título
CDD 982

Resistance and Integration (1988, Cambridge University Press) fue


publicado originalmente en castellano en 1990 en la colección
“Historia y cultura” de la Editorial Sudamericana.

© 2010, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Diseño de colección: tholön kunst


Portada: Peter Tjebbes

1ª edición en Siglo Veintiuno Editores: 2006


2ª edición: 2010

ISBN 978-987-629-153-8

Impreso en: Artes Gráficas Delsur // Alte. Solier 2450, Avellaneda


en el mes de noviembre de 2010

Hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en Argentina // Made in Argentina
Índice

Agradecimientos 9
Introducción 11

Primera parte. Los antecedentes


1. El peronismo y la clase trabajadora, 1943-55 19

Segunda parte. La resistencia peronista, 1955-58


2. Supervivencia del peronismo: la resistencia
en las fábricas 69
3. Comandos y sindicatos: surgimiento del nuevo
liderazgo sindical peronista 107
4. Ideología y conciencia en la resistencia peronista 128

Tercera parte. Frondizi y la integración: tentación y


desencanto, 1958-62
5. Resistencia y derrota: impacto sobre los dirigentes,
los activistas y las bases 147
6. Corolario del pragmatismo institucional: activistas,
comandos y elecciones 188

Cuarta parte. La era de Vandor, 1962-66


7. La burocracia sindical: poder y política en los
sindicatos peronistas 219
8. Ideología y política en los sindicatos peronistas:
distintas corrientes dentro del movimiento 252
Quinta parte. Los trabajadores y la Revolución Argentina:
de Onganía a la vuelta de Perón, 1966-73

9. Los dirigentes sindicales peronistas son asediados:


nuevos actores y nuevos desafíos 287
10. Conclusión 330

Bibliografía escogida 351


Agradecimientos
10 DANIEL JAMES
Introducción
12 DANIEL JAMES
INTRODUCCIÓN 13
14 DANIEL JAMES
INTRODUCCIÓN 15
PRIMERA PARTE:
Los antecedentes
1. El peronismo y la clase trabajadora,
1943-55
20 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 21
22 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 23
24 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 25
26 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 27
28 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 29
30 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 31
32 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 33
34 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 35
36 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 37
38 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 39
40 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 41
42 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 43
44 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 45
46 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 47
48 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 49
50 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 51
52 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 53
54 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 55
56 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 57
58 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 59
60 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 61
62 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 63
64 DANIEL JAMES
LOS ANTECEDENTES 65

También podría gustarte