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15

Pero no es fácil decir si este conocimiento se hace por medio de imágenes o no. Puedo
nombrar, por ejemplo, la piedra y el sol, aunque estas cosas no estén presentes en mis
sentidos, si bien sus imágenes sí están presentes en mi memoria. Puedo hablar del dolor
corporal, que no se halla presente en mí mientras no me duele. Pero si su imagen no estuviera
presente en mí, posiblemente yo no podría recordar lo que significa el sonido de la palabra. Ni
los mismos enfermos podrían saber lo que significa salud cuando se les habla de ella, a menos
que tuvieran en la memoria su imagen, aunque ella esté ausente de sus cuerpos.

Puedo hablar también de los números que usamos para contar, pero son los números mismos,
no sus imágenes, los que están presentes en mi memoria. Puedo hablar, igualmente, de la
imagen del sol y al instante se hace presente en mi memoria. Pero es la imagen misma, no la
imagen de una imagen del sol lo que yo recuerdo. En el momento de recordar, es la imagen del
sol la que se me presenta. Puedo hablar de la memoria y reconozco lo que estoy hablando.
Pero, ¿dónde lo reconozco si no en la memoria misma? ¿O es que también ella está presente a
sí misma por medio de su imagen y no por sí misma?

16

Puedo hablar del olvido y saber de lo que estoy hablando, pero ¿cómo podría saberlo si no lo
recuerdo? No hablo del sonido de la palabra, sino de la cosa significada. De haberla olvidado,
sería incapaz de reconocer el valor del sonido. Cuando recuerdo la memoria, es mi memoria la
que se me hace presente por su propia fuerza. Pero cuando recuerdo el olvido, se me
presentan los dos, memoria y olvido: la memoria por la que recuerdo y el olvido, que es lo que
recuerdo. ¿Y qué es el olvido sino la privación de la memoria? Cuando está presente, no puedo
recordar. Pero, entonces, ¿cómo puede estar presente para poderlo recordar? Si es cierto que
recordamos lo que retenemos en la memoria, no es menos cierto que si no recordáramos el
olvido, no podríamos reconocer el significado de la palabra cuando la oímos. Por consiguiente,
es cierto que el olvido está retenido en la memoria. Luego está también presente para que no
olvidemos la cosa que olvidamos cuando se presenta. ¿Debemos entender de lo dicho que
cuando lo recordamos no está presente en la memoria por sí misma, sino a través de su
imagen? Pues si el olvido estuviera presente, ¿su efecto no nos haría olvidar en vez de
recordar? ¿Y quién puede llegar a averiguar esto? ¿Quién logrará comprender su naturaleza?

Yo, por mi parte, Señor, trabajo duro en este campo. Y este campo soy yo mismo. He llegado a
ser un problema para mí mismo, campo de dificultad y de muchos sudores. Porque no
escudriño ahora las regiones del cielo, ni mido la distancia de las estrellas. Tampoco busco los
cimientos de la tierra. Yo soy el que me acuerdo, yo, el alma. No digo nada extraño cuando
afirmo que está lejos de mí lo que no soy yo. Pero, ¿puede haber algo más cerca de mí que yo
mismo? Sin embargo, no llego a comprender el poder de mi memoria que está en mí, a pesar
de que sin ella ni siquiera podría hablar de mí.

Y ¿qué he de decir cuando estoy completamente cierto de poder recordar el olvido? ¿Habré de
decir que lo que recuerdo no está en mi memoria? ¿O diré que el olvido está en mi memoria
para impedirme olvidar? Una y otra cosa es absurda. Hay una tercera: decir que, cuando
recuerdo el olvido, es su imagen la que queda retenida en mi memoria, no la cosa en sí. Pero,
¿cómo podré decir esto sí, cuando la imagen de una cosa queda impresa en la memoria, la
cosa misma ha de estar presente con antelación a fin de que la memoria pueda recibir la
impresión de su imagen? Porque, de esta manera, me acuerdo de Cartago y de todos los
lugares en que he estado. Del mismo modo me acuerdo del rostro de los hombres que he visto
y de las demás cosas que entran por los sentidos. Y lo mismo sucede con la salud o la
enfermedad del cuerpo. Cuando todos estos hechos estaban presentes en mi memoria captó
su imagen y ésta quedó retenida a fin de que yo pudiera verlos y pensar en ellos al recordarlos,
aun cuando esos mismos hechos estuvieran ausentes.

En consecuencia, si el olvido está retenido en la memoria no en sí mismo, sino a través de su


imagen, es evidente que debió estar presente en ella para que su imagen pudiera ser captada.
Y si estuvo presente, ¿cómo fijaba su imagen en la memoria? Pues aun lo que está fijado lo
borra el olvido con su presencia. Sea como fuere ―y aunque el modo parezca incompresible e
inexplicable―, lo que yo sé de cierto es que me acuerdo del olvido con que se sepulta lo que
recordamos.

17

Grande es el poder de la memoria. Algo que me horroriza, Dios mío, en su profunda e infinita
complejidad. Y esto es el alma. Y esto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues Dios mío? ¿Cuál es mi
naturaleza? Una vida siempre cambiante, multiforme e inabarcable. Aquí están los campos de
mi memoria y sus innumerables antros y cavernas, lleno de toda clase de cosas imposibles de
contar. Aquí las cosas materiales por medio de sus imágenes, o por sí mismas, como las artes,
o por no sé qué nociones o notas específicas, como las pasiones del alma, pues la memoria las
retiene aun cuando el alma no las padezca. Pues todo lo que está en la memoria se halla
también en el alma. Discurro por todas estas cosas y vuelo de una parte a otra. Penetro cuanto
puedo ellas, sin llegar nunca hasta el fin. ¡Tan grande es el poder de la memoria! ¡Y tanta la
fuerza de la vida en un hombre que tiene una vida mortal!

¿Qué hacer, pues, Dios mío, mi auténtica vida? Trascenderé, pues, esta fuerza que hay en mí y
que llamamos memoria. Sí, la trascenderé para poder llegar a ti, mi dulzura y mi luz. ¿Qué me
dices? Subiré hasta ti, que estás sobre mí, trascendiendo a través de mi alma esta potencia mía
que se llama memoria. Y quiero tocarte por el único medio que está a mi alcance y deseo
unirme a ti por donde es posible unirse a ti. Pues también las bestias y los pájaros tienen
memoria; de lo contario no encontrarían sus madrigueras, ni sus nidos, ni otras muchas cosas
que acostumbran hacer. De no ser por la memoria ni siquiera serían capaces de aprendizaje
alguno.

Trascenderé, pues, la memoria para poder llegar a aquel Dios que me hizo distinto de los
cuadrúpedos y más sabio que las aves del cielo. Trascenderé, pues, la memoria para
encontrarte a ti, mi verdadero Bien y mi suavidad segura. Pero ¿dónde me llevará tú
búsqueda? ¿Dónde encontrarte? Si te encuentro fuera de mi memoria, es que me he olvidado
de ti. ¿Cómo, entonces, podré encontrarte si ya no me acuerdo de ti?

18

La mujer había perdido la dracma y la buscó con un candil. No la hubiera podido hallar si no se
acordase de ella. Pues, una vez hallada, ¿cómo podría saber que era la misma si no se
acordaba de ella?

También yo recuerdo haber buscado y encontrado muchas cosas perdidas. Y sé esto porque,
cuando las estaba buscando y me preguntaban: ¿es por ventura esto o aquello?, siempre
respondía que no, hasta que me mostraban lo que yo buscaba. Y si yo me acordaba de ello
―fuese lo que fuese― no podría hallarlo, aunque me lo enseñaran, pues no lo conocía. Tal
sucede siempre que perdemos o encontramos alguna cosa. Pero, si alguna cosa desaparece de
la vista, no de la memoria ―como es el caso de cualquier objeto visible―, su imagen queda
retenida dentro y la buscamos hasta que vuelve a aparecer. Y, una vez encontrada, la
reconocemos por medio de la imagen que está en nosotros. Hasta no reconocerlo, no decimos
que hemos encontrado lo que había desaparecido. Y no podemos reconocerlo hasta que lo
recordamos. Sólo lo habíamos perdido de vista, pero quedaba en la memoria.

19

¿Y qué sucede cuando la misma memoria pierde algo ―como cuando nos olvidamos de alguna
cosa― y la buscaos para acordarnos de ella? ¿Dónde la buscamos sino en la misma memoria?
Y si por casualidad la memoria nos presenta una cosa por otra, la desechamos hasta que nos
ofrece lo que buscamos. Y cuando se presenta, decimos: «Es esto», cosa que no diríamos sino
la reconociésemos. Y no la reconoceríamos si no nos acordásemos de ella. La habíamos
olvidado, sin duda.

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