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Begoña G. Huerta
Estructura
económica
internacional
Ciencias Sociales
Alianza Editorial
Alianza
Editorial
manuales
Antropología
Arte
Biografías
Biología La presente edición, decimonovena, de
Ciencia política Estructura económica internacional, ha
supuesto un gran esfuerzo no sólo para
Crítica literaria actualizar datos y problemas, sino también
Economía para impregnar el libro de lo que son las
Educación corrientes globalizadoras de toda clase de
transacciones a escala mundial.
Filosofía Virtualmente no ha quedado ni un solo
Física capítulo sin modificaciones sustanciales.
Geografía La parte relativa a integración económica
ha sido objeto de notables innovaciones. Y
Historia como es lógico, se han enriquecido las
Lingüística otras áreas de la obra, relativas a
Matemáticas perturbaciones cíclicas, multinacionales,
energía, cuestiones demográficas, y
Música grandes potencias.
Psicoanálisis
Psicología Desde 1970 es autor de este libro Ramón
Tamames, catedrático de Estructura *
Química Económica de la Universidad Autónoma de
Sociología Madrid y catedrático Jean Monnet de la
UE. Para la presente edición ha contado
con la valiosa ayuda de Begoña González
Huerta, diplomada en Relaciones
Internacionales.
3491024
ISBN 8 4-206-8187-3
ni mu I ■
788420 681870
El libro universitaríi
Alianza Editorial
Primera edición: 1970
Undécima edición: 1987
Duodécima edición: 1988
Decimotercera edición: 1989
Decimocuarta edición: 1990
Decimoquinta edición: 1991
Decimosexta edición: 1992
Decimoséptima edición: 1993P
Decimoctava edición (primera edición en Alianza Universidad Textos): 1995
Decimonovena edición (primera edición en “Manuales”): 1999
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o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través
de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
18.1 Introducción
1 Citado por John Kenneth Galbraith en The Great Crash, Penguin Books, Londres,
1970, pág. 30. La primera edición del libro de Galbraith apareció en 195$.
2 Arthur Koestler, El Camino hacia Marx, versión española, Alianza Editorial, Madrid,
1974, págs. 66 y 67. En realidad, Koestler incurre en una confusión, pues aunque el
crack bursátil se produjo el 24 de octubre, era Jueves y no Viernes. Por tanto, deberían
haber dicho el Jueves Negro (Black Thursday).
después de los rasgos principales de las situaciones evolutivas citadas en el
título de este capítulo 18.
3 En cierto modo, puede verse aquí un paralelismo con el boom inmobiliario de las costas
españolas, empezado en los años sesenta y que con la crisis del turismo en 1973, y sobre
todo en 1974, empezó a ceder en fuerza, ocasionando no pocas quiebras y suspensión de
pagos entre urbanizadoras, hoteleros y fondos de inversión inmobiliaria.
24 de octubre de 1929 a la baja brusca y profunda en la generalidad de las
cotizaciones4.
En los siguientes días, la banca y los principales brokers intentaron dete
ner el derrumbe de las cotizaciones. El presidente Hoover5 mantuvo con
versaciones con los medios financieros a fin de restablecer la confianza.
Así, hacia mediados de noviembre el hundimiento se detuvo de momento, y
el índice bursátil del New York Times quedó el miércoles 13 de noviembre a
224 puntos, con un descenso del 58,87 por 100 en sólo dos meses y medio
(el 3 de septiembre estaba a 542).
Después, con el reforzamiento de los esfuerzos combinados para tran
quilizar tanto a la opinión pública como a ios bolsistas, incluso se apreció
una cierta recuperación que duró de enero a abril de 1930. Pero esos es
fuerzos perdieron su vigor ante las expectativas generales y la recesión
que se extendía por doquier. Así, las cotizaciones en la bolsa volvieron a
caer ininterrumpidamente, hasta el 8 de julio de 1932, que se situaron en
un índice de 58 según el New York Times; es decir, con una baja del 89,29
por 100 respecto a septiembre de 1929. Lo cual significa la ruina de mi
llones de ahorradores y traducía la persistencia de la recesión. En 1933, el
año más profundo de ella, el Producto Nacional Bruto de EE.UU. fue 1/3
menor que en 1929.
Entre las causas que llevaron a la Gran Depresión habría que mencionar
un gran número. Sin embargo, seguramente la principal consistió en el he-
cho de que entre 1925 y 1929 había venido creándose una capacidad de
producción que cada vez resultaba más desmesurada en comparación con la
demanda. Este fenómeno de sobrecapacidad tendía a hacerse especialmente
agudo en los EE.UU., pero su carácter era de ámbito mundial, en gran me
dida por la rigidez del sistema monetario internacional, agudizado desde la
vuelta al Patrón Oro. Tal decisión la habían adoptado países como el Reino
Unido (1925), Francia (1928) y otros, que a toda costa aspiraban a restaurar
el esquema de grandes potencias de la preguerra, a base de monedas sobre
valuadas, que contribuyeron a ocasionar dificultades en las transacciones
6 Empezaba así la reforma del capitalismo en EE.UU., que proseguiría con la «National
Industrial Recovery Aet», el «Public Works Program» y otras tantas medidas del «New
Deal», actuaciones, todas ellas, a las que nos referimos en el capítulo 20.
nacional, de 100 en 1929, se colapso a 82 en volumen físico, a 48 en valor
del intercambio medido en libras esterlinas, y a 35 en valor oro7. El paro, la
variable más ostensible desde el punto de vista social, se extendió por casi
toda la faz del área capitalista, con marcada intensidad en EE.UU. (12 mi
llones de parados en el momento en que el presidente Roosevelt asumió los
poderes en enero de 1933) y con siete millones de desocupados en Alema
nia cuando, también en 1933, Hitler se convirtió en canciller de la moribun
da República de Weimar.
¿Cuáles son los orígenes de la crisis que se inició en 1973? ¿En qué se parece
y en qué difiere de la que arrancó en 1929?
Ante todo, convendría expresar que la crisis de 1973 no fue, ni mucho
menos, un resultado exclusivo de los problemas energéticos que comenza
ron a preocupar al mundo desde el 16 de octubre de 1973, cuando en pocas
semanas los precios del petróleo se multiplicaron casi por cuatro como con
secuencia de la IV guerra árabe-israelí9.
El verdadero preludio de lo que sería la crisis económica internacional ini
ciada en 1973 estuvo en el agravamiento de los problemas monetarios a nivel
mundial. Como tantas veces se ha dicho, el sistema del Fondo Monetario In
ternacional (FMI) funcionó satisfactoriamente hasta 1960. Lo que no se ha in
dicado tan a menudo es que ello resultó posible sólo porque los mecanismos
de Bretton Woods se reforzaron, de forma decisiva, por la distribución de fon
dos que significó el Plan Marshall (recuérdese lo estudiado en el capítulo 2),
con el que se prestó una liquidez inmediata a los países europeos, que de otro
modo ni siquiera podrían haber empezado a observar la reglas del FMI.
En el capítulo 3 ya hemos estudiado con detenimiento los problemas del
sistema monetario internacional desde el comienzo de la década de 1960 y
la crisis definitiva que en él se manifestó desde 1971; por lo cual no vamos
a insistir aquí en el tema. Subrayemos, simplemente como analogía con
1929, que si el crac bursátil y el bancario de Nueva York significó la quie
bra del circuito financiero de las reparaciones alemanas, en 1973 la crisis
energética superpuesta a la monetaria representó una fortísima elevación de
la «cuenta del petróleo», con lo que ello supuso de drenaje en la liquidez
internacional en la inmensa mayoría de los países importadores de crudo.
Desde 1960 ya se observaban debilidades en el funcionamiento del FMI.
Las reservas de oro de EE.UU. empezaron a ser insuficientes para respaldar
la convertibilidad oro de las existencias crecientes de dólares fuera de Nor
teamérica. Esta nueva situación pudo resolverse transitoriamente por medio
de acuerdos entre EE.UU. y los bancos centrales europeos y de Japón, que
renunciaron de hecho a solicitar la convertibilidad del dólar en oro. De este
modo, sin ninguna formulación expresa, EE.UU. se convirtió en el banco
central de todo el mundo, y el ingenioso sistema del Patrón de Cambios
Oro del FMI se transformó de facto en un sistema de moneda fiduciaria,
concretamente de patrón dólar-papel. Todo eso ya había sido examinado in
extenso en el capítulo 3.
9 Sobre Las Raíces Internacionales de la Crisis es interesante el artículo del mismo tí
tulo de Jaime Requeijo, publicado en Papeles de Economía, n.° 1, págs. 68 a 75.
dólar. Confianza que se hacía cada vez más débil, a medida que las reser
vas oro de EE.UU. disminuían, con lo cual el pacto de no convertibilidad
fue transformándose gradualmente en una imposición norteamericana cada
vez más ostensible. *
La situación, con el paso de los años 60, se agravó a consecuencia del
incremento de los gastos militares norteamericanos por la guerra del Viet-
nam, que crecieron de modo espectacular desde 1968. El aumento de las
actuaciones bélicas se simultaneó con el programa social que el presidente
Johnson puso en marcha para crear la «Great Society». La coincidencia de
ambas políticas — la social sin renunciar a la militar, y viceversa— se tra
dujo en un fuerte déficit fiscal. Ello, unido a la continuidad de las inversio
nes de las empresas multinacionales norteamericanas en Europa y en otras
áreas, comportó un fortísimo déficit de balanza de pagos en los EE.UU. El
resultado final fue un flujo de dólares en cantidades ingentes al resto del
mundo, que se transformaron en los célebres eurodólares.
El alto grado de liquidez que se generó entre los años 1968 y 1973 tuvo,
a su vez, como resultado un importante aumento en la actividad económica
general de los países industriales, cada vez más interpenetrados y sincroni
zados en sus ciclos económicos. El efecto no fue otro que un gran «tirón»
en la demanda de materias primas, cuyos precios aumentaron en más de un
100 por 100 en el curso de los años 1972 y 1973. También por entonces, y
- a través de los acuerdos de Trípoli, Teherán, etcétera (recuérdese lo visto en
el capítulo 17), los países petroleros iniciaron sus primeras escaramuzas
desde la OPEP, para discutir a las grandes compañías y a los países consu
midores de petróleo los precios de los crudos, que ciertamente se habían
mantenido con una estabilidad asombrosa a lo largo de los años 60. En esos
tres años, 1970-1973, el promedio del precio mundial por barril pasó de 2 a
3,5 dólares, es decir, un alza del 75 por 100.
Así las cosas, y a la vista del recalentamiento de la economía mundial
— por el auge cíclico sincronizado de los países industriales— , en la Asam
blea del FMI en Nairobi (septiembre de 1973) la Comunidad Económica
Europea, de una parte, EE.UU. de otra, y en general todos los países miem
bros de la OCDE, llegaron a la conclusión de que era necesario acordar una
serie de medidas para desacelerar la economía y frenar la fase ascendente
del ciclo, a fin de lograr un nuevo equilibrio, una cierta estabilidad.
Sin embargo, la crisis energética desencadenada en octubre de 1973, po
cas semanas después de la Asamblea del FMI, vino a romper los propósitos
fijados en Nairobi. Se planteó una situación totalmente nueva, en la que ya
se vislumbró, por primera vez, la posibilidad de que las reservas internacio
nales de los países industriales pudieran resultar insuficientes para afrontar
los desembolsos de divisas necesarias para pagar el petróleo. En otras pala
bras, se adivinó el peligro de recesión y bancarrota de no pocos países in
dustriales como consecuencia de la multiplicación casi por cuatro de los
precios de los crudos.
En 1971 y 1972 la producción a todos los niveles y por doquier estaba
en auge, como en 1927 y 1928. En 1973 se produjo el alza de los precios
del petróleo, que por sus secuelas de todo tipo amenazó con provocar la
reintroducción del proteccionismo, al igual que en 1929, aunque en ese año
lo que influyó fue el impacto del crac bursátil de Nueva York. Las causas
— 1929-1973— fueron diferentes; los efectos en términos de actividad eco
nómica, paro y comercio exterior presentan indudables similitudes.
Por todo lo anterior, parece claro, pues, que el origen de la crisis estuvo en
el deterioro de la situación monetaria internacional. Cierto que a todo ello
vino a sumarse un factor totalmente nuevo, que en 1929 no estaba en el esce
nario mundial: la crisis energética, que puso de relieve la enorme vulnerabili
dad de las naciones industriales respecto a sus suministradores de crudo.
Mientras el Tercer Mundo petrolero soportó el semicolonialismo y el domi
nio de las grandes compañías, el engranaje funcionó. Pero éste, con la insis
tencia norteamericana en su apoyo al Estado de Israel, comenzó a fallar. Y
los países árabes — aliados a los otros países petroleros en la OPEP— acaba
ron por sustituir el viejo engranaje por su propio «invento». En lo sucesivo,
sería la OPEP, sin negociaciones, la que decidiría los precios del petróleo. De
este modo, a la crisis no resuelta del SMI se superpuso la crisis energética. La
confluencia de ambas generó una situación extremadamente difícil.
Claro que para comprender la crisis no basta con la distinción de sus fases.
Es preciso analizar sus principales características, en parte comparativa
mente con el perfil de la Gran Depresión de los años 30.
18.5.1 Estanflación
Claro que debe hacerse una distinción entre las diversas actividades
consideradas como integrantes de la economía sumergida: las seis primeras
generan renta, mientras que el resto cumplen una función redistributiva. Por
ello, el papel de amortiguador de la crisis que aquí se atribuye a la econo
mía sumergida corresponde básicamente a las seis primeras rúbricas.
Queda, por último, una cuarta nota diferenciadora. Se trata del tema de los
límites al crecimiento. En este caso, finalmente empieza a aceptarse el
axioma (es decir, la proposición que por su evidencia no necesita demostra
ción) de que el crecimiento infinito es imposible con recursos finitos. Nos
hallamos ante una situación en la que se ha invertido la más antigua rela
ción del hombre con la Naturaleza. De ser un animal amenazado por las
fuerzas telúricas de los elementos, se ha convertido en un animal que ame
naza a los grandes ecosistemas. Ello obliga a buscar una nueva fundamen-
tación, más ecológica, de las ciencias sociales. A este tema me he referido
extensamente en otro lugar12.
13 Entre la abundante bibliografía sobre el tema me permito citar dos libros míos: Un
nuevo orden mundial, Espasa-Calpe, 3.a ed., Madrid, 1992; y La reconquista del paraí
so. Más allá de la utopía, Temas de Hoy, 2.a ed, Madrid, 1993.
Stockman en el presupuesto y Baker en la tesorería, se manifestó económi
camente en tres direcciones:
Con la crisis del Golfo desencadenada en agosto de 1990, los más dramati-
zadores se preguntaron si llegaría a generarse una recesión mundial, al de
teriorarse todo por un pánico generalizado en las bolsas. Pero en este extre
mo también se aprendió bastante. Aparte de lo que hemos visto en 17.7 al
referimos a la energía, como acabamos de comprobar en esta misma sec
ción, el crac bursátil de 19 de octubre de 1987 — «el lunes negro»— resultó
traumatizante, pero también fue una experiencia de útil aprendizaje. Así,
las bolsas de valores tiene hoy — a pesar de los big bangs de la informatiza-
ción— sus redes de seguridad. En EE.UU., el Fed está atento para evitar co
lapsos; y en los países europeos y en Japón, vía bancarización bursátil y
con el respaldo de los bancos centrales, sucede casi otro tanto. Sin olvidar
que el 2 de agosto — al estallar la crisis del Golfo— los mercados de accio
nes estaban supervalorados, siendo por lo tanto inevitable un reajuste a la
baja.
La recesión que se inició con la Guerra del Golfo, y que se acentuó después
a escala internacional, con la caída de las expectativas de inversión y las
políticas económicas de enfriamiento, fue introduciéndose en las econo
mías de todo el mundo; con la excepción de la orilla asiática de Pacífico y,
en parte, de ciertos países de Iberoamérica.
El aumento del paro en el Norte industrial, incluido el propio Japón, los
criterios de convergencia monetaria en la Comunidad Europea tendentes a
acentuar la recesión, y las políticas restrictivas para evitar los rebrotes infla-
cionistas, fueron fenómenos, todos ellos, origen o causa de una recesión de
la que, nadie tuvo muy claro cómo podría salirse.
De cara al futuro inmediato, y a diferencia de mediados de la década de
' los años 80, no había ninguna locomotora norteamericana a la vista, como
sucedió entonces con el programa de keynesianismo de derechas de Rea
gan; cuando los gastos de defensa de EE.UU. subieron casi cuatro puntos
en términos de PIB, para replicar al «Imperio del Mal» con la guerra de las
galaxias y otros proyectos de rearme.
Por el contrario, la economía norteamericana a mediados de 1993 se en
contraba aún en fase sumamente incierta. Y los programas expansivos de la
Clintonomics resultaron ser de muy poco tirón para la demanda del exte
rior. En cuanto a Alemania, más que locomotora, se transformó en un por
tentoso «agujero negro» de inversiones del exterior, como consecuencia de
todo el complejo proceso de la reunificación.
Por otro lado, lo que he denominado el efecto Europa, obviamente, no
iba a volver a producirse. En otras palabras, ya no se contemplaría lo que
sucedió durante la mencionada recuperación 85/87, que se debió, en buena
medida, al relanzamiento de la idea europeísta y de la incorporación de los
dos países ibéricos a la Comunidad, con fuerte revalorización de sus activos
inmobiliarios y financieros y con un espectacular flujo de inversiones forá
neas.
El ciclo empezó a recuperarse primero en EE.UU. hacia 1993, anticipán
dose al resto del mundo. Siguieron después el Reino Unido y los demás pa
íses anglosajones, en tanto que los Estados de la Unión Europea iniciaron
su restablecimiento más tarde, en el 94/95; con mayor retraso en los casos
de Alemania y Francia.
Los años 96 y 97 ya fueron expansivos en casi todo el mundo, con gran
aumento del comercio internacional, hasta que en el verano del 97 comenzó
la crisis asiática a la que nos hemos referido con detalle en 3.15; que tuvo
serias implicaciones en Japón, según veremos en el capítulo 22, y en China
como podremos apreciar en el capítulo 23. La crisis también produjo un
formidable impacto en Rusia, convirtiéndose este país en verdadero deto
nante global de otras ramificaciones, según pasamos a ver.
18.9 La crisis del 98