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Los principios procesales son los métodos lógicos y ordenados creados por el
legislador para conducir una decisión judicial justa y razonada y establecer por esos
medios el orden jurídico del procedimiento.
Hay que puntualizar, que como hemos visto con antelación, los principios del
proceso son un concepto unitario, a diferencia de los principios del procedimiento,
que son binarios, es decir que el legislador puede elegir entre ellos y al decidirse por
uno ellos desplazan automáticamente a su par antinómico, ya que ambos no
pueden coexistir. Para que nos quede claro, digamos que los principios del
procedimiento atañen a la forma de la actuación procesal, a la índole de la relación
entre las partes y el órgano jurisdiccional, aquéllas entre sí, así como a la sucesión
temporal de los actos procesales. Los principios del proceso obedecen a una
determinada concepción económico-política de la organización social, los principios
del procedimiento son criterios técnicos o prácticos, tales como la efectividad,
rapidez o seguridad, los que determinan su instauración por el legislador en el
ordenamiento jurídico procesal. Principios del proceso y del procedimiento también
se diferencian atendiendo a la causa a la que responden.
Por proceso oral, no cabe entender aquel procedimiento, cuyos actos procesales
son realizados totalmente de forma verbal. Las ventajas de la oralidad pueden
resumirse en facilitar los principios de investigación, inmediación, concentración y
publicidad. En lo referente a la actividad de búsqueda de la verdad material el
procedimiento oral ofrece una magnífica ayuda al órgano jurisdiccional, el
entendimiento directo y verbal entre el juez y las partes favorece el descubrimiento
de la relación jurídica material en el proceso, a través de las preguntas directas y
espontáneas que han de practicar en el juicio los sujetos procesales. El proceso oral
es por esencia público, tanto para las partes, como para la sociedad , con respecto
a la cual la oralidad constituye un presupuesto indispensable, con todos los efectos
favorables que el control público conlleva sobre la actividad jurisdiccional.