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“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y
con la medida con que medís, os será medido”.
Mateo 7:1-2
¿Qué es lo que realmente estaba enseñando Jesús en esta ocasión cuando prohibía a sus
discípulos el juzgar? ¿Es prohibido que los superiores juzguen a sus subordinados para evaluar su
desempeño? ¿Es prohibido señalar los errores de aquellos que dañan al pueblo de Dios? ¿Es
prohibido que los juzgados estatales juzguen y emitan sentencia contra los malhechores? En
definitiva no. Más bien Jesús advierte el hecho de juzgar los errores de los demás de manera
irresponsable y hace la mención que con la misma severidad que juzguemos, en esa misma medida
seremos juzgados por otros. La práctica de juzgar a los demás debe hacerse con mucha sabiduría y
misericordia porque si somos severos Dios nos tratara de la misma manera:
“Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa
sobre el juicio”.
Santiago 2:13
También el apóstol Pablo exhortaba a los creyentes a no ser duros con aquellos que han
sido encontrados en pecados, para que no fueran juzgados duramente, sino con humildad y
consideración:
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle
con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”.
Gálatas 6:1
Por tanto, si emitimos juicio, este debe estar acompañado por la misericordia y la
humildad, considerando a aquellos que comenten el error, y jamás tiene que ser una crítica
destructiva que menoscaba la dignidad de la persona, porque si no, con esa misma medida con que
medimos seremos medidos.
¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu
propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo
tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del
ojo de tu hermano”.
Mateo 7:3-5
Nuestro Señor hace uso de esta figura literaria para conducirnos al verdadero significado de
sus palabras. Su verdadero énfasis está en observar nuestros propios errores antes de ver el de los
demás. El condena a aquel que mira la paja que está en el ojo de su hermano y no considera la viga
que está en su propio ojo. Lamentablemente el hombre tiende a criticar los errores de los demás, sin
considerar los suyos propios. En la Biblia encontramos algunos ejemplos de esta conducta:
El deseo de Dios es que juzguemos nuestros propios errores para que los corrijamos, podremos
estar calificados para corregir a los demás, y si lo hacemos, tiene que ser con misericordia y
mansedumbre. También nuestro Señor lo dice : “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con
justo juicio”. (Juan 7:24).
Nuestro juicio tiene que estar fundamentado en hechos verídicos y jamás en meras suposiciones o
murmuraciones. En el Nuevo Testamento encontramos como la iglesia primitiva juzgaba algunos
casos de pecados tales como el hombre de Corinto que había fornicado con la mujer de su
padre: “Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he
juzgado al que tal cosa ha hecho”, (1 Corintios 5:3), o cuando invitaba a estos creyentes a juzgar
sus palabra de acuerdo a las Escrituras: “Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo”, (1
Corintios 10:15); o cuando los invitaba a juzgar basados en sus palabras anteriores si era apropiado
que la mujer orara o profetizara con la cabeza descubierta: “Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio
que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?”, (1 Corintios 11:13) y finalmente invita a los
cristianos a juzgad la profecía: “Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen”, (1
Corintios 14:29). Además, encontramos que cuando surgían hombres cuyos actos o doctrinas eran
dañinas para la iglesia, sus autoridades eclesiásticas solían juzgarlos basados en sus obras y de
hallarlos culpable emitían juicio contra ellos. Pablo lo hizo con Himeneo y Fileto (2 Timoteo 2:17),
Figelo y Hermógenes (2 Timoteo 1:15), Alejandro el calderero (2 Timoteo 4:14), también Juan lo hizo
con Diótrefes (3 Juan 9-10). Por tanto nuestro Señor Jesús espera que nuestro juicio sea justo y que
antes de juzgar a otros nosotros estemos limpios del mismo error.
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Generalmente los errores que juzgamos en los demás, son los que con mayor frecuencia
cometemos. Este hecho nos debe llevar a concluir que jamás seremos jueces justos.
Pregúntate: ¿Recuerdas casos en los que juzgamos erradamente a alguien cercano para,
tiempo después, descubrir nuestra falla y el hecho de haber sido injustos?
¿Hay alguien a quien debes pedirle perdón por haberle juzgado mal o quizá a la ligera?
PREGÚNTATE TAMBIÉN
¿Es propenso a emitir juicios sobre los demás cuando piden tu opinión?
¿Cómo respondes cuando te convidan a juzgar a alguien?
Miremos al prójimo desde la perspectiva de Dios.
¿Recuerdas el cuadro de la mujer adúltera? El Señor Jesús miró a esta mujer con los ojos de
Dios. No vio en ella una pecadora, alguien que había transgredido los preceptos escriturales,
sino que la apreció con ternura, amor y benignidad. Si miráramos con los ojos de Dios al
prójimo, no andaríamos juzgando a quienes nos rodean.
¿Es propenso sólo a ver los errores y defectos de los demás?
¿Te consideras juez de los demás o reconoces que al igual que ellos, también cometes errores?
CONCLUSIÓN
Cuando optamos por marginarnos de ser jueces injustos, entregamos el juicio a Dios y miramos
al prójimo con benignidad, el amor de Jesucristo se perfecciona en nuestro corazón.