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de la presencia
Tecnologías digitales y
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Marc Pallarès Piquer
Óscar Chiva Bartoll
Director de la colección Manuales (Pedagogías contemporáneas): Jordi Planella
ISBN: 978-84-9116-636-8
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Autores
Índice
Introducción................................................................................... 9
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© Editorial UOC Introducción
Introducción
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© Editorial UOC La pedagogía de la presencia
2 M. Develay (2001). Propos sur les sciencies de l’éducation. France: ESF. Issy-les-
Moulineaux.
3 W. Brezinka (2002). «Sobre las esperanzas del educador y la imperfección de
la pedagogía». Revista Española de Pedagogía (n.º 223, págs. 399-414).
4 The Design-Based Research Collective (2003). «Design-Based Research: An
Emerging Paradigm for Educational Inquiry». Educational Researcher (vol. 32, n.º
1, págs. 5-8).
5 J. J. Sebreli (2007). El olvido de la razón. Barcelona: Debate.
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© Editorial UOC Introducción
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11 G. Carvajal Ahumada (2006). «La lógica del concepto de pedagogía». Revista
Iberoamericana de Educación (vol. 42, nº. 4, págs. 1-9).
12 Esta dimensión dialéctica, en detrimento de la analítica, nos permite percibir
como positivo lo que es innovador y participativo, puesto que «la racionalidad
pedagógica va articulando el discurso de lo educativamente válido a partir del
dialogo y la buena argumentación» (Gozálvez, Ibíd., págs. 39-40).
13 Ibíd., pág. 39.
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© Editorial UOC Capítulo I. La pedagogía como acontecimiento
Capítulo I
La pedagogía como acontecimiento
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1 Entendemos un «sistema» como algo que está presente, o que en algún momento lo
estuvo. Una «estructura», en cambio, «nunca está presente, hay que buscarla, encontrarla
y hacerla realidad, con lo cual se encuentra siempre entre el éxito y el fracaso, y quizás
nunca pueda lograr completamente ser evidente, o bien solo lo consigue en raras ocasiones
y en pocos instantes. Las estructuras están de camino y dejan que otras también lo estén»
(Rombach, 2004, pág. 93).
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4 Otra de las definiciones que encajaría en esta concepción es la siguiente: «Es una tarea
central de la filosofía de la educación examinar los marcos conceptuales que los aca-
démicos y los prácticos emplean para interpretar la experiencia, expresar sus propósitos,
enmarcar problemas y conducir sus investigaciones» (Vokey, 2009, pág. 339).
5 La base de este pensamiento la encontramos en la forma de la antigua filosofía como
paradigma de vida, magníficamente explicada por Hadot (2006) o por Nehemas (2006).
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común general sería tan ciega como una acción solo guiada por ideas
prefabricadas en un laboratorio universitario o en una escuela aislada
del mundo corriente. Sea como sea, creo que muchos maestros inten-
tan de buena fe reinterpretar lo que pasa en el aula teniendo en cuenta
los preceptos pedagógicos dominantes, pero no acaban de alcanzar el
éxito (Cardús, 2000, pág. 48).
6 La estructuración apropiada de los medios para un fin dado requiere del concepto
de causalidad, es decir, de relaciones causales en la dimensión temporal, puesto que el
procedimiento se deriva a partir de la acreditación de vínculos causa-efecto. Así, una con-
secuencia de esto es que «la ciencia se legitima en tanto que saber nominológico (establecido
de regularidades sujetas a leyes); y por tratarse de un posible saber pronóstico el conocimiento
se legitima por su aplicabilidad (por su utilidad)» (Sardá, 2007, pág. 49).
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12 La intencionalidad muestra la relación del ser humano con el mundo. Husserl mantu-
vo que la esencia principal de la conciencia es intencional. Sin embargo, no siempre somos
conscientes de nuestra conexión intencional con el mundo (Van Manen, 1998). La inten-
cionalidad solo se muestra a nuestra conciencia de una manera retrospectiva, puesto que
«el mundo se nos descubre como algo fabricado en serie, algo que ya está ahí. No parece
posible experimentar algo mientras se está reflexionando sobre la experiencia, incluso si esta
experiencia constituye, en sí misma, una acción reflexiva» (Merleau-Ponty, 1964, pág. 43).
13 Entendemos las «facultades pedagógicas» como aquellas potencialidades educativas
que están latentes en las personas, potencialidades que un padre, una madre o un profesor
desarrollará en espacios y contextos de intervención diversos.
14 En este sentido, Van Manen (1998, pág. 170) afirma que «en cualquier situación entre
adulto y niño deberíamos preguntarnos siempre qué debemos hacer para que lo que
hacemos sea lo más pedagógicamente responsable o adecuado para el niño cuyo cuidado
personal nos ha sido confiado».
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15 Como afirma Martínez Boom (2011), al vivir rodeados de tecnología, lo que necesita
la pedagogía de hoy, más que nunca, es la vía del pensamiento; por eso «la pedagogía nece-
sita proponer viajes hacia afuera, para erigirse en una ciencia social capaz de construir otro
mundo siendo el que es» (Quinceno Castrillón, 2011, pág. 25).Y no nos debe extrañar esta
propuesta de Quinceno Castrillón, pues, como dejara escrito Saramago (2001, pág. 354)
en su célebre Ensayo sobre la ceguera: «dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa
cosa es lo que somos».
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Bibliografía
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Capítulo II
Pedagogía y acompañamiento
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3 Afirma Veletsianos (2010, pág. 19) que «la individualidad del educando tiene que ser el
punto de inflexión a partir del cual el docente le ayude en la formación de su personalidad.
Quien educa, pues, debe empezar por conocer la individualidad de quien es educado, su
naturaleza, su manera de ser y sus posibilidades».
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5 Los propios Parellada y Traveset (2016, pág. 81) reconocen que «uno de los obstáculos
de la admiración es la obsesión por la igualdad. Para poder admirar hay que honrar, hay
que inclinarse ante la excelencia. […] El respeto mal entendido inclina más a la igualdad
que al reconocimiento de todo tipo de cualidad. Llegados a un límite, podríamos pensar
que decir te respeto significa sé como quieras y haz lo que quieras, que me da igual. Es importante
restablecer la cadena de admiración, que, como un hilo invisible, une a las generaciones».
Lacroix (2005, pág. 33) lleva esta idea de la problemática del encaje entre la admiración y
la igualdad hasta unos extremos realmente exagerados al asegurar que «en las aulas reina
un clima tiránicamente igualitario que hace difícil el reconocimiento de lo que es especial-
mente valioso por encima de lo que carece de valor».
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6 El propio Ortega Ruiz (2004, pág. 5) afirma que «la relación más radical y originaria
que se establece entre maestro y alumno, en una situación educativa, es una relación ética
que se traduce en una actitud de acogida y en un compromiso con el educando, es decir,
hacerse cargo de él».
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La que hay que salvar, si se quiere educar y no hacer «otra cosa». Pocas
veces los educadores y pedagogos nos damos verdadera cuenta de lo
que es y supone situarse ante un educando como alguien que demanda
ser reconocido como tal. Educar nos obliga a negar cualquier forma
de poder, porque el otro (el educando) nunca puede ser objeto de
dominio, de posesión o de conquista intelectual. En segundo lugar,
exige la respuesta responsable, es decir, ética ante la presencia del otro
(Romero Sánchez y Pérez Morales, 2013, pág. 105).
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El adulto que quiere ser un educador tiene que hacer un tenaz esfuerzo
de introspección, tan hacia dentro como pueda llegar. Y lo debe hacer
[...] para identificar mejor su propia posición en el proceso de trans-
misión de los modelos que considera convenientes. Hace falta que el
adulto, sin ningún tipo de dramatismo y con todo el humor necesario
para verse a sí mismo sin asustarse, conozca lo mejor posible tanto el
origen de sus manías más epidérmicas como de sus convicciones más
profundas.
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8 Aplicado a esta situación, Planella (2013, pág. 123) afirma que «el término acompaña-
miento es en realidad un concepto paraguas o un concepto esponja, que abarca múltiples
formas de entender y trabajar con personas desde el nexo de la proximidad a las mismas».
9 Acerca del «tacto pedagógico» recomendamos la lectura del artículo de Santos Gómez
(2013).
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10 En este sentido, Rombach (2004, pág. 181) asevera que «vivimos a la vista del mundo.
Pero este ver no es un mero contemplar, no solamente sigue nuestro hacer, sino que se
anticipa a él y nos fija en él incluso antes de que nos hayamos hecho a nosotros mismos.
[…] Lo que hacemos es siempre de algún modo lo pre-visto. Somos totalmente posterio-
res, posteriores respecto a la situación. Esto podría ser aplastante si nosotros mismos no
fuéramos —en cierto modo— la situación».
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12 Tal y como se podrá comprobar a lo largo del libro, proponemos un alejamiento de los
preceptos kantianos del sujeto de la experiencia asimilado como un yo transcendental cuya
esencia categorial puede desarrollar la configuración del sentido (pedagógico) en una espe-
cie de privacidad de la consciencia. Lo que circunscribimos a la pedagogía de la presencia
es, en realidad, una redefinición de los postulados kantianos del idealismo transcendental,
puesto que reconstruimos los elementos constitutivos del acto educativo susceptibles de
experiencia mediante una perspectiva basada en el acontecimiento, el acompañamiento, la
concepción de la pedagogía como antropología, etc.
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Bibliografía
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Rombach, H. (2004). El hombre humanizado. Antropología estructural.
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(vol. 64, n.º 4, págs. 99-110).
Santos Gómez, M. (2013). «Educación, símbolo, tacto. Más allá del
modelo instrumental en la pedagogía». ARBOR (vol. 189, págs. 1-9).
Touriñán, J. M. (2014). «Dónde está la educación: definir retos y
comprender estrategias. A propósito de un libro de 2014». Revista de
Investigación en Educación (vol. 12, n.º 1, págs. 6-31).
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education». En: G. Veletsianos (ed.). Emerging technologies in distance edu-
cation (págs. 3-22). Athabasca, CA: Athabasca University Press.
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© Editorial UOC Capítulo III. Perspectiva antropológica de la pedagogía
Capítulo III
Perspectiva antropológica de la pedagogía
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2 El propio Ortega Ruiz (2004, pág. 7) recuerda que «Ello no significa dar la espalda a
los logros que la investigación pedagógica ha conseguido incorporando conocimientos
de otras ciencias para la construcción de saberes propios, [...] significa más bien que, sin
renunciar a hacer ciencia, la pedagogía se preocupe con la misma intensidad de los méto-
dos de enseñanza y del para qué de la misma».
3 Aunque la educación es una cuestión de toda la sociedad, este deber compartido no
exime a los representantes políticos de su responsabilidad.
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4 Este hecho ha llevado a autores como Gennari (2001) a pedir una pedagogía humanista
que nos otorgue una formación basada en la filosofía de lo humano y que, por consi-
guiente, sea capaz de permitir encuentros y transformaciones y que, sobre todo, tenga
como dimensiones la naturaleza, el mundo, la vida, el sentimiento y el misterio. El mismo
Gennari (2000, pág. 22) habla también de la felicidad aceptada como «un proceso constan-
te de armonización equilibrada de la interioridad personal con el mundo externo».
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5 Delgado González (2010) remarca que la antropología filosófica necesita del conteni-
do de otros saberes (antropología científica, sociología, psicología, etc.) y depende de la
respuesta metafísica que hay que plantearle a la existencia humana. Así, podemos ubicar la
antropología filosófica entre el saber positivo y el metafísico, con el objetivo centrado en
la indagación de una idea unitaria de la persona.
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6 La idea de un compromiso práctico del conocimiento conlleva algo más que la simple
confirmación del arraigamiento práctico del saber. En la pedagogía de la presencia este
compromiso práctico es el núcleo desde el que se puede producir la conciliación del saber
con sus propios presupuestos y desde el que se hacen confluir los elementos eventuales
con aquellos de carácter más constitutivo. El compromiso práctico incita al conocimiento
(del acto educativo) hacia la praxis, pero no únicamente como un reflejo de la tradición
sino también en un sentido prospectivo.
7 La antropología estructural se generó en unos postulados fenomenológicos según los
cuales se aceptaba que el ser humano ya está desde siempre dentro de la realidad, esto es,
que ser humano y realidad se encuentran «unidos por medio del movimiento de una única
estructura. Por lo tanto, lo que es originariamente no es el hombre por una parte o lo real
por otra parte, sino la procedencia común de una estructura unitaria y adecuada a la vida a
la que llamamos «situación» o, en general, mundo» (Rombach, 2004, pág. 222).
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8 El propio Delgado González (2010, pág. 479) recuerda que «Kant sostuvo que el dis-
tintivo entre el bruto y el hombre radica en que este último solo llega a serlo mediante la
educación. Esto significa que ser hombre consiste en tener que educarse y, si se desmaya
en esta tarea, como afirma O. Fullat, deja de haber hombre. El proceso educativo tiene
como agente al hombre, por tanto la explicación última de este proceso es una explica-
ción antropológica». Fullat (1978) lo explica incidiendo en que los humanos somos unos
educandos forzosos: o nos educamos o nos desdecimos de ser humanos y perduramos
en la animalidad.
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9 Nohl reclama dos requisitos para aceptar la antropología pedagógica: que debe surgir
del trato directo con los humanos, por un lado, y que la experiencia personal no sea sufici-
ente por sí sola, es decir, que para llegar a conclusiones sólidas hace falta una focalización
sistémica sobre la organización y la vertebración de aquellas categorías y vivencias que nos
permiten desarrollarnos dentro de lo que hemos convenido en denominar vida.
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10 Todo ello teniendo siempre en cuenta que «el ser humano [...] presenta una descone-
xión entre las necesidades biológicas y el sistema fisicomotor, por tanto sus estructuras
somáticas no garantizan respuestas adecuadas. Esto ha llevado a los científicos a plantear
el hecho del inacabamiento o inmadurez biológica del hombre» (Delgado González,
2010, pág. 482). El antropólogo y biólogo Gehlen (1980, pág. 33), de hecho, asegura
que «el hombre es un proyecto absolutamente único de la naturaleza», puesto que es un
ser carencial: no dispone de adaptación, ni de especialización ni de instintos auténticos;
su debilidad biológica posibilita que sea un ser inadaptado y biológicamente inacabado.
Pero la antropología pedagógica permite hacer de esta carencia una virtud, pues tiene la
capacidad de poder considerar al ser humano como alguien «abierto al mundo y actuante
en este, es decir, un ser independiente. El hombre tiene que dotarse a sí mismo de los
recursos que no tiene por naturaleza. […] El hombre está constitucionalmente abocado
a la acción, porque es un ser no terminado, inacabado, que no ha sido fijado por natura-
leza» (Delgado González, 2010, págs. 482-483). Esta es una de las premisas básicas de la
pedagogía de la presencia.
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Hay que explicar cada uno de los rasgos de la fisonomía de la cosa de-
finida. Entonces, no solo discernimos una cosa de su apariencia, lo que
es de lo que no es, sino que, además, circunscribimos con precisión
los límites donde la educación empieza y termina, su perfil unitario,
porque saber qué es educación no es solo saber discernir, sino también
saber definir y entender el concepto (Touriñán, 2014, pág. 9).
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Capítulo IV
En búsqueda de una racionalidad pedagógica
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4 Siempre que se habla de investigación hay que tener presente que no se puede concebir
como algo que proporciona un núcleo a partir del cual «proceder con absoluta confian-
za, ya sea en la formulación de la política o en la búsqueda de prácticas en particular. Al
mismo tiempo, esto no implica que no haya tal cosa como el conocimiento de la investiga-
ción —que todo lo que cuente no sean más que construcciones sociales, relativas al punto
de vista particular de uno mismo y abierto libremente a las diferentes construcciones
sociales. Como vamos a argumentar, la falta de verificación concluyente, y la posibilidad
permanente de mejorar aún más las propias conclusiones a la luz de la evidencia, no
implica que no haya condiciones de verdad para lo que uno afirma y por lo tanto ningún
modo de falsificar las conclusiones investigativas. El perfeccionamiento de la perspectiva
de uno presupone una realidad, independiente de lo que sepamos, lo que nos fuerza a ser
más precisos» (Oancea y Pring, 2008, pág. 27).
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5 En este sentido, resultan de interés las aportaciones de Kemis (2009, pág. 3) acerca de
lo que denomina «arquitecturas de la práctica», «ecología de las prácticas» y «metaprácticas»
para hacer referencia al aprendizaje de las experiencias prácticas entre la gama de agentes
y profesionales dedicados a la educación, así como para hacer mención a las relaciones
entre todos ellos.
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6 En el mismo sentido, Gil Cantero (2011, pág. 309) concluye lo siguiente: «La teoría
estrictamente nunca dice nada sobre la acción, la práctica o los cursos de la acción. Si una
teoría de las que llamamos educativa dice algo de la acción, la práctica o los cursos de
acción no es por ser teoría sino por tener como objeto la educación. Y si no lo dice no
significa que sea una mala teoría ni que no sea una teoría educativa, es que probablemente
no está concentrando la atención en la educación como una acción.»
7 El posfundacionalismo admite que «los cambios irreversibles en las formas en las
cuales ahora entendemos y nos relacionamos con las ideas y creencias de la modernidad
han sido tan profundos que las formas de teorizar que continúan basándose en asunciones
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9 El enfoque relativista que subyace en algunas corrientes pedagógicas confluye con los
postulados hermenéuticos que no aceptan «lo perenne y lo universal, lo que permanece
invariable, lo regular y lo objetivo», puesto que dan relevancia a «la contingencia y al azar,
[a] lo singular, [a] la situación y el detalle. En una palabra: [a] lo ambiguo» (Mèlich, 2008,
pág. 121).
10 Sin embargo, coincidimos con Romero Cuevas (2016, pág. 101) cuando asegura que
«no hay que temer en exceso el fantasma del relativismo en su alcance histórico, a saber,
entendiéndolo como la relatividad de los juicios y valoraciones respecto a los parámetros
normativos disponibles en el momento histórico en el que son realizados».
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13 Son muchas las reducciones positivistas que a lo largo de la historia han frenado el
progreso de las sociedades humanas; por eso Freire (2002, pág. 110) afirmaba que «Temo
que la curiosidad lograda por una práctica educativa reducida a pura técnica sea una curi-
osidad castrada que no sobrepasa una posición cientifista ante el mundo».
14 Una teoría pedagógica no debe pretender ser universalista, no puede marcarse como
meta intentar referirse «absolutamente a todos los casos, [su objetivo debe limitarse a] inser-
tarse en el orden metafísico y a responder a una necesidad concreta» (Fullat, 2002, pág. 19).
Sin embargo, hay autores como Gil Cantero (2011, pág. 27) que no están de acuerdo, pues
aseguran que «cabe perfectamente una aspiración teórica universalista, al tiempo que adapta-
da a las circunstancias, a los sujetos y a las culturas». Como Todd (2009), nos limitamos a no
aceptar aquel universalismo que encuentra su génesis en una supuesta lógica de la exclusión
(y que se apoya en la negación de lo concreto desde, incluso, su momento inicial).
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15 Como el mismo Gozálvez afirma, no se trata de reclamar lo irracional: «Hay buenos
argumentos para pensar que los grandes enemigos de la modernidad no son la compleji-
dad, la incertidumbre o el reconocimiento de la vida y de la inmensidad de lo humano, sino
los dogmas empobrecedores, los prejuicios absurdos y cerrados a la crítica, las visiones que
empequeñecen la vida de modo autoritario, doctrinario o impositivo: al menos así se des-
prende del programa de la Ilustración europea (Todorov, 2007). En efecto, la lucha contra
los prejuicios y tradiciones opresoras es una de las más valiosas herencias del proyecto
pedagógico ilustrado, a pesar de la interpretación weberiana acerca del destino posterior
de tales aspiraciones. Pero una cosa es, como hizo Weber, criticar el anquilosamiento de la
modernidad en educación, crítica que no niega la racionalidad emancipatoria sino que más
bien la añora, y otra muy distinta es, tras constatar el fracaso de la modernidad ilustrada en
la historia occidental, apoyarse en ello para desestimar por completo el discurso racional
y afirmar la validez de lo irracional en el terreno educativo (Gozálvez, 2010, pág. 28).»
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16 Hace medio siglo el sociólogo y filósofo Baudrillard (1968) ya propuso unas refle-
xiones minuciosas sobre la concepción de objeto, a partir de su función, componentes,
entorno, relación con los sujetos, forma, estilos, historicidad, valor de uso, etc.
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Tröhler, D.; Lenz, T. (2015). Trayectorias del desarrollo de los sistemas educati-
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Capítulo V
Pedagogía, un árbol con multitud de ramas
semánticas
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2 El propio Lipman (2016, pág. 98) define esta noción de cuidado: Cuidar es una forma de
pensar que tiene lugar en operaciones cognitivas tales como: buscar alternativas, descubrir,
inventar relaciones o establecer conexiones entre conexiones. Por ejemplo, unos padres
cuidadosos reconocen que ser humano no es una cuestión de grado (al igual que ser natural
no es una cuestión de jerarquía) y, por tanto, no intentan que sus hijos compitan entre ellos,
aunque al mismo tiempo reconozcan diferencias importantes entre ellos, bajo perspectivas
diferentes. Aquellas personas que son cuidadosas se esfuerzan constantemente para mante-
ner un equilibrio entre la igualdad ontológica, que sitúa a todos los seres en un mismo nivel,
y las diferentes perspectivas de proporción y matices de percepción que atraviesan nuestras
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[…] sobre todo, aquel que desenmascara las formas de control social
de producción del discurso, aquel que desenmascara el poder consti-
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4 Autores como Lewkowicz (2004) y Moreno (2010) consideran que el pensamiento es,
por definición, crítico, porque se conforma a partir de alguna distinción con lo establecido.
Para ellos, la tarea de intervención sobre una creencia genera aquello que previamente no
existía y, por consiguiente, aseveran que pensar no es lo mismo que conocer.
5 Asegura Giroux (2015, pág. 23) que «la pedagogía crítica es el antídoto crucial para el
ataque neoliberal a la educación pública». Aronowitz (2010) añade que la pedagogía crítica
debe ir acompañada de movimientos políticos y sociales que hagan posible que las refor-
mas educativas sean elementos esenciales de las mejoras democráticas y sociales.
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7 Estos autores se refieren a las preocupaciones por los cambios que, de manera paradóji-
ca, en algunas «pedagogía de…» terminan proponiendo variaciones que no son más que
reproducciones de problemas que ya existen, porque simplemente se limitan a exigir más
eficacia en uno de los procesos muy concretos de entre todos los que suceden dentro del
aula.
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Bibliografía
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Capítulo VI
El aprendizaje desde los medios de
comunicación y las nuevas tecnologías
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1 A pesar de que este capítulo del libro se postula a favor de la utilización de los medios
de comunicación como herramientas de aprendizaje escolar, hay que tener en cuenta que:
«El uso didáctico de las TIC debe alejarse tanto del determinismo tecnológico como del
pedagógico, y debe abrir vías hacia un modelo sistémico que tenga presente la «transfor-
mación cognitiva» a la que estamos asistiendo y que asuma la complejidad del fenómeno
educativo, así como la diversidad de variables que deben ser contempladas en dicho
proceso. Este es el gran reto de la educación en la sociedad electrónica en la que vivimos,
donde el aprendizaje es cada vez más ubicuo, puesto que rompe las fronteras del tiempo
y del espacio» (Aguaded y Cabero, 2014, pág. 67).
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2 Como muy bien señala Scheuer (2009, pág. 15) no es un fenómeno que afecte solo a
niños y niñas, pues «actualmente los ciudadanos, individuos de cualquier edad o género,
necesitan desarrollar destrezas analíticas que les permitan entender mejor el mundo emo-
cional e intelectual de los símbolos producidos por los medios».
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que «si los niños siguen sin aprender en las aulas es porque estas
van en distinta dirección de sus intereses» (Rodríguez, 2012, pág.
171). Rodríguez Romero lo describe así:
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3 Resulta evidente, por lo tanto, que la implementación de las tecnologías implica asumir
retos dentro de la enseñanza; algunos de estos retos son ya habituales en la tecnología
educativa, porque se han planteado cada vez que un avance irrumpía dentro de la vida
humana, pero ahora, debido a la popularización de las tecnologías —y a su expansión en
todas las esferas sociales—, adquieren una relevancia significativa. De una manera u otra:
«El uso de los medios como herramienta de aprendizaje recibe dos tipos de alegaciones:
aquellas que se refieren a que el material tecnológico parece carecer de un adecuado tra-
tamiento educativo y enfoque pedagógico y aquellas otras que constantemente aluden a
que las nuevas tecnologías no suplantan el ambiente educativo del aula, puesto que no son
capaces de recrear adecuadamente esa relación comunicativa entre alumno y profesores»
(Del Dujo y Martín García, 2002, pág. 69).
Sobre la segunda alegación los mismos autores parecen contradecirse, ya que a continu-
ación afirman que «según estos profesionales, los medios no tendrían en cuenta el hálito
social, la cualidad social del aprendizaje en el aula, pero ignoran que la utilización de los
medios como herramienta de aprendizaje no implica que la metodología se olvide de
hacer pivotar la acción educativa sobre la relación presencial profesor-alumno» (Del Dujo
y Martín García, 2002, pág. 69).
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4 Así lo demuestra una investigación de Del Moral, Villalustre y Neira (2012a) en catorce
escuelas de Asturias, donde «más de la mitad del profesorado que ha formado parte del
estudio considera que posee las habilidades necesarias para llevar a cabo esta tarea [la de
usar los medios como herramientas de aprendizaje escolar]». Pero, si nos atendemos a los
resultados de otra investigación de Del Moral y Villalustre (2012b, pág. 41), este hecho
puede cambiar en el futuro, ya que en un estudio sobre el uso de las nuevas tecnologías
que llevaron a cabo con una muestra de 257 estudiantes de magisterio llegaron a la conclu-
sión de que «prácticamente el 100% de los alumnos de magisterio afirman rotundamente
que los medios de comunicación, las redes y las nuevas tecnologías tienen un gran valor
educativo, destacando las oportunidades que ofrecen para favorecer la comunicación,
incrementar la socialización y el intercambio de información». El éxito o el fracaso de esta
implementación que los futuros docentes afirman que desarrollarán dependerá de si son
capaces de estructurarla dentro de una acción educativa integral.
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5 Este capítulo es una adaptación de un artículo publicado en la revista Pulso, n.º 37, págs.
273-290.
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Bibliografía
Cabero, J.; Leiva, J. J.; Moreno, N. M.; Barrosos, J.; López, E. (2016).
Realidad aumentada y educación. Innovación en contextos formativos. Barcelona:
Octaedro.
Campión, R. S.; Navaridas, F.; Abaitua, Ch. (2014). «La escuela 2.0:
reflexiones en torno a su eficacia en los centros educativos de La
Rioja». Educación xxi (vol. 17, n.º 1, págs. 243-270).
Caldeiro, M. C. (2008). «La educación ante las nuevas miradas: compe-
tencia comunicativa y actitud crítica de la ciudadanía mediática». Revista
Iberoamericana de Educación (vol. 59, n.º 4).
Carrera de la Red, M. F. (2009). «Aspectos de fonética y ortografía en
anuncios publicitarios». Estudios de fonética experimental (vol. 18, págs. 33-44).
Castells, M. (1998). La era de la información. La sociedad red. Madrid: Alianza.
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ción infantil. Barcelona: Graó.
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Capítulo VII
Aprendizaje-servicio: acceso metodológico
a la pedagogía de la presencia
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Tabla 1. Momentos de desarrollo de los proyectos de ApS (adaptado de Puig et al., 2007)
Preparación
Planificación
Ejecución
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Evaluación y reconocimiento
Reconocimiento de la comunidad
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Los acontecimientos, pues, nos afectan. En ellos está «eso que nos
pasa». En ellos, por ellos, hacemos experiencia y su temporalidad es
intensiva. En el régimen del acontecimiento parece que se nos impone
un cierto tipo de relación: con el mundo y con nosotros mismos. No
tenemos más remedio que estar a la altura de aquello que nos aconte-
ce; hacernos hijos de nuestros acontecimientos, dice Deleuze, y desde
ellos «renacer».
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Consideraciones finales
1 Á. Márquez-Fernández (2014). Pensar con los sentimientos: Razón, escucha, diálogo, cuerpo y
libertad. Maracaibo: Universidad Católica Cecilio Acosta.
2 F. Bárcena (2012). «Una pedagogía de la presencia. Crítica filosófica de la impostura
pedagógica». Teoría de la Educación, Revista Interuniversitaria (vol. 24 n.º 2, págs. 25-57).
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Para ello, no parece haber mejor camino que aquel que valora
cada acontecimiento como un afluente del gran río de la educa-
ción y que, además, es capaz de canalizarlo como medio valo-
rado, es decir, como ámbito de educación. Por eso la pedagogía
de la presencia es doblemente mediada: conciliada al ámbito de
educación que se va construyendo y mediada a los medios que
se generan y se emplean como elementos de la intervención en
cada situación. Actuando así, el hecho educativo no puede ser
circunscrito en compartimentos preestablecidos; más bien se le
pide que tenga la capacidad de concretar cómo se hace presente
en cada momento (y cuál es el alcance de «lo educacional» den-
tro de cada acción pedagógica determinada). Todo ello facilita el
traspaso de la experiencia educativa a la realidad social, ya que
el ente con esencia aparentemente educacional se transforma en
un eslabón del mundo, y hace posible que el futuro de nuestro
alumnado se convierta en el presente de la pedagogía. ¿Qué más
podemos pedir?
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