Está en la página 1de 8

JOSÉ MEDINA ECHEVARRÍA.

LA SOCIOLOGÍA COMO CIENCIA SOCIAL CONCRETA.


© Ediciones de Cultura Hispánica, Madrid, 1980. Edición coordinada por Jorge
Graciarena.

PRÓLOGO

Quien se adentra en la lectura de las páginas de este texto inédito que


presentamos podría formarse la impresión de tener ante sí unas notas de clase que
fueron levemente corregidas y acondicionadas para su publicación. Nada más
erróneo. Ellas son el futuro de una larga experiencia docente en universidades
hispanoamericanas de México, Colombia y Puerto Rico, en las que José Medina
Echavarría enseñó entre los años 1939 y 1952. Frutos de la enseñanza de la
sociología tanto como de otras reflexiones convergentes fueron elaboradas en uno de
los momentos más creativos de su vida intelectual. En efecto, en este largo periodo
de gestación * nuestro autor realizó una contribución ejemplar a la renovación de la
sociología latinoamericana convirtiéndose rápidamente en una de sus figuras
señeras. Este es precisamente el momento en que florece el empeño de superación
del ensayismo tradicional, procurándose la fundamentación de la sociología como
una ciencia estricta. Su libro «Sociología: Teoría y Técnica», terminado en 1940, será
una de las piedras sillares de este esfuerzo fundacional, que tanta influencia tendría
en el desarrollo posterior de la sociología latinoamericana. De esos años son una
cantidad de ensayos reunidos posteriormente en varios libros («Responsabilidad de
la Inteligencia», 1934; «Presentaciones y Planteos. Papeles de Sociología», 1953), que
versan sobre la «ciencia social», la «ciencia del hombre» y la sociología y en que el
propósito —a la vez sistemático y Pedagógico, como podrá advertirse claramente en
los dos ensayos incluidos en el Apéndice—, constituye un considerable esfuerzo
para deslindar los objetos de conocimiento de la sociología científica de los propios
de las otras disciplinas sociales.

En este marco de preocupaciones intelectuales se fue gestando este texto,


acaso el más comprensivo y sistemático de todos cuantos Medina escribiera sobre
sociología en esos años. Dicho sea esto aunque se trate de una obra inconclusa
pero no ciertamente inarticulada. En efecto, del plan original no falta nada esencial.
Sólo quedaron sin desarrollar algunos aspectos parciales que han sido acotados en
el texto con los subtítulos que el propio Medina intercalara expresamente. Se han
conservado como estaban en el manuscrito para señalar al lector el sentido en que
habría continuado la explicación del punto que estaba siendo tratado.

Dotado de una notable formación intelectual nutrida continuamente con


incansables meditaciones y lecturas, Medina exploró los problemas de la vida social
desde la perspectiva del sociólogo pero sin olvidar nunca la gravitación de la filosofía
y de la historia en el conocimiento de lo humano social.

Expuesto con un notable rigor discursivo, donde se combinan la profundidad


del análisis con la elegancia del estilo, Medina nos ha dejado un libro memorable
como su último legado intelectual.

*
El lector podrá preguntarse por qué este libro no fue publicado antes. La
respuesta es compleja y ciertamente no pudría ser completa. Medina lo conservó
con reserva, aun para sus allegados y amigos más próximos. Acaso pensaba
revisarlo y completarlo con calma dejándolo como una obra de reflexión madura que
condensara su concepción de la sociología incorporándole el fruto de sus
meditaciones y escritos de sus largos años cepalinos (1952-1977). No fue posible, y
ya seriamente enfermo, lo dejó para su publicación póstuma.

Se ha considerado necesario agregar al manuscrito original un apéndice con


dos capítulos previamente publicados. * Ambos se relacionan estrechamente,
aunque de modo diverso con la temática principal del libro y contribuyen a cerrar
simétricamente el conjunto formado por éste. Cabe agregar que fueron escritos
contemporáneamente y para servir finalidades principalmente pedagógicas. El
primero contiene una rigurosa fundamentación de la concepción de la sociología
que adoptó para el texto, mientras que el segundo es una exposición en que
presenta un programa propedéutico de ciencias sociales y humanas, que relaciona
con un marco histórico apropiado para hacer de la sociología una «ciencía social
concreta», como el mismo Medina lo proponía en el capítulo anterior.

También se ha incluido para la ilustración del lector una breve nota biográfica
del autor con una bibliografía que contiene sus obras fundamentales.

JORGE GRACIARENA

*
I

LA TEORÍA SOCIAL

A. LA SOCIOLOGÍA Y SU EQUIVOCO

Entendemos por teoría social, el conjunto sistemático de conceptos que nos


son necesarios para entender la sociedad, es decir toda sociedad o una sociedad
histórica particular en sus aspectos generales. Los conceptos que se articulan en
la teoría social corresponden a ciertos fenómenos de repetición, o sea a
determinados hechos que se ofrecen de una manera relativamente constante allí
donde tengamos una sociedad humana. Valen por consiguiente para toda
sociedad concreta, cualquiera que sean además sus peculiares características.
Son, por tanto, conceptos que debemos poseer de modo previo a todo estudio
social particularizado.

B. TEORÍA Y CIENCIA

Ahora bien, antes de entrar en materia se nos imponen unas breves


consideraciones —así pura referencia o alusión— en torno a lo que es la teoría en
general y a cómo es posible la teoría social en particular; No podemos extendernos
sobre este punto con ser sobremanera importante. Pues pertenece a un campo de
investigación, el de la metodología y lógica de las ciencias, que por su dificultad y
abstracción es inabordable en estos momentos. Basten unas indicaciones.

La palabra teoría no les es desde luego extraña y es de uso corriente en la


vida cotidiana de cada cual, aunque no siempre se la emplea en su estricto
sentido. Ocurre así a menudo que frente a este o al otro acontecimiento suele
oírse esta enfática declaración: sobre esto tengo mi propia teoría. ¿Qué es lo que
se quiere decir en este caso? Simplemente el hecho de que con respecto al
mencionado acontecimiento se tiene una interpretación, una explicación de su
porqué y desarrollo. Pero no sólo eso, sino que se apunta a la posibilidad de que
esa explicación valga para casos análogos. Se trata así de una interpretación que
pretende ser generalizable o puede pretenderlo. Este sentido del uso cotidiano de
la palabra teoría no es ajeno del todo al más riguroso que ahora buscamos, pero
es todavía tosco e insuficiente.

La palabra teoría es griega y significa visión. Teorizar equivale en este sentido


a ver, contemplar. La explicación está en el carácter plástico, estético del heleno;
el mundo para él era un cosmos ordenado de formas, para entenderlo no había
sino que aprender a ver, a contemplar esas formas. Ya que las mismas
constituían lo permanente en el cambio de las apariencias. La capacidad teórica
residía en la agudeza de visión. Esta concepción vitalmente estética de la teoría
como visión y contemplación gravita sobre todo el pensamiento griego y llega a
través de él hasta nosotros. Pero no es propiamente la nuestra. El hombre
moderno tiene otra concepción menos plástica y estética de la teoría por obra de
la ciencia por él construida. Entra en ella al lado de la abstracción un elemento de
manipulación: adquiere un valor instrumental. Ya no se pretende contemplar
formas o ideas permanentes, sino apresar intelectualmente aquellas notas de lo
real que sean suficientes —ni menos ni más— para encontrar una explicación del
problema estudiado. El modelo lo dio la ciencia física. Esta concepción tiene de
común con la vulgar antes aludida la pretensión explicativa, pero es algo más.

¿En qué consiste este algo? En el sistema, como veremos. Una teoría es en
sistema de conceptos, es decir, un cuerpo de conceptos lógicamente integrados
acerca de lo que es nuestra experiencia de un determinado fragmento de la
realidad. No se trata de una mera descripción, ni tampoco de un conjunto o
simple repertorio de conceptos, sino de conceptos relacionados entre si en cierta
forma. Conviene, pues, insistir un poco —un poco más— sobre lo que son los
conceptos y el sistema.

Podemos decir por ahora que el concepto es la abreviatura de algo real. Con
ello se indica que trata de describir cosas dadas en la realidad, pero en forma
abreviada, sucinta. No reproduce o copia exactamente la realidad, sino que elige
de ella ciertas notas. Esta descripción selectiva, abreviada es lo que en términos
técnicos se llama abstracción. Por medio de los conceptos abstraemos de la
realidad, de las cosas que se nos dan en ella, ciertas notas o características que
son las más importantes y decisivas. Notas que por eso se llaman esenciales,
definitorias. Claro es que hay diferencias según los tipos de conceptos de que se
trate y a tenor de los fines de conocimiento que persigamos. Y aquí, sin duda, se
plantean delicadas cuestiones filosóficas a que ni siquiera podemos aludir.

Lo que nos importa ahora es tener una idea del porqué de esa naturaleza
abstractiva, selectiva del concepto. Decimos que el concepto jamás reproduce o
copia exactamente la realidad, que nunca puede ser una fotografía de ella. ¿Por
qué? Porque la realidad, su trozo más pequeño, es de una riqueza inagotable. Lo
que en cualquier momento se nos ofrece tiene siempre una multiplicidad
indefinida de notas; cuando tratamos de examinarlas de cerca nos parecen
inabarcables. Así, este atril en que me apoyo. ¿Cómo abarcar todas sus notas de
color, de dureza, de forma, etcétera? Y, sin embargo, digo atril y todos me
entienden. Pues no nos importa este artefacto en todas sus peculiaridades, en la
plenitud de sus singularidades que nos obligaría a una penosa descripción, sino
reconocerlo como ejemplar de una cosa que sirve para ciertos fines y tiene una
forma definida. Es decir, nos basta y nos sobra con el concepto de atril y podemos
prescindir de todo lo que éste contiene en el momento actual. Y lo mismo con el
árbol, la casa, el libro o aun con el amigo Pedro o el amigo Juan, pues aunque los
creemos bien conocidos nunca los tenemos presentes con la totalidad de sus
rasgos. Ahora bien, como el personaje de Molière, todos hacemos prosa sin
saberlo. Es decir, todos estamos viviendo en cada instante lo dicho acerca del
concepto en la medida en que hacemos uso de un lenguaje. Todo idioma
representa un gran acopio de conceptos, cristalizados de manera diversa en sus
términos y vocablos y no sin orden ni concierto, sino trabados por un sistema, el
de su gramática. Por eso todo lenguaje es ya una ordenación de la realidad, una
«preciencia» y participamos de ese saber por el simple hecho de manejarlo. Y como
no todas las cosas del contorno nos interesan de igual manera y como a cada una
hay que acercarse de modo distinto, según sea su naturaleza y según lo que nos
importe conocer de ella, el juego de lo que se encuentra en la circunstancia con lo
que de la misma interesa al hombre dicta en cada caso el repertorio de conceptos
y en consecuencia de palabras. Por eso a nosotros nos basta la palabra camello
para saber de un animal que quizá veamos entristecido en algún zoológico, pero
en cambio los árabes del desierto que tanto necesitan de él poseen abundantes
palabras —conceptos— para captarlo en la multitud de sus posturas, formas,
características y usos.

Volvamos ahora al otro elemento de estas rápidas consideraciones: el


sistema. Decíamos que la teoría no es un simple conjunto de conceptos, sino un
conjunto sistemático. Con la palabra sistema se indica coherencia, articulación
lógica. Esto significa que los conceptos que lo componen se encuentran
relacionados entre sí, no sólo sin contradicciones, sino como exigiéndose y
necesitándose unos a otros. Cada uno de ellos gravita sobre los demás y sobre el
todo de que es componente; o dicho al contrario, el pleno significado de cada uno
de ellos sólo se ofrece si tenemos en cuenta el significado de cada uno de los otros
y el de la totalidad de que forman parte. Este apoyo y fundamentación recíproca
de unos cuantos conceptos es lo que constituye el sistema. Pues bien, en este
punto el ideal de la ciencia es el de la sencillez, lo que se llama técnicamente la
economía del pensamiento. Obtener los máximos resultados con los mínimos
elementos posibles. De aquí el pequeño número de conceptos, de categorías, en
las teorías de las ciencias más maduras. De aquí también la impresión formal de
elegancia de algunas de estas teorías.

Ahora bien, concedido el valor de verdad de una teoría —o mientras así se


cree—, ¿cuál es su función en las tareas de la ciencia? La de constituir un
instrumento riguroso de descripción y análisis, que dirige la observación y sugiere
y estimula la exploración continuada de la realidad. Las nuevas investigaciones
no se emprenden a ciegas o al azar sino orientadas y encuadradas por la teoría de
que se parte. Sin una teoría que sirva de guía, la llamada investigación concreta
constituye las más de las veces un dispendio inútil de energías. La significación
de la teoría se nos muestra adecuadamente por el hecho de que todas las ciencias
más maduras, más logradas y perfectas, se traducen en una teoría. Mejor dicho,
son una teoría. La teoría se confunde con el saber científico propiamente dicho.

Advirtamos de nuevo que la teoría no es, sin embargo, la realidad. Semejante


equivoco o malentendido constituye lo que el filósofo Whitehead llama la falacia de
la «concreción fuera de lugar». La distancia entre la teoría y la realidad, distinta
para cada ciencia, depende de ciertas condiciones de probabilidad, de que no
puedo ocuparme. Pero el sentido general de nuestra advertencia se comprende sin
dificultad si recordamos que la ciencia es siempre una abstracción —un recorte
en un fragmento de lo real— hecha además desde determinado punto de vista o
perspectiva.

C. LA TEORÍA EN LA CIENCIA SOCIAL

¿Qué ocurre con las llamadas disciplinas sociales en relación con todo lo
dicho? Hay por lo pronto una respuesta previa y en extremo clara. Y es que si las
disciplinas sociales —Sociología, Economía, Política, etc.— pretenden merecer el
nombre de ciencias han de probarlo por su capacidad teórica. La ciencia social en
general o las ciencias sociales en particular, han de ofrecer también una teoría, es
decir, un cuerpo sistemático de conceptos sobre la realidad social o un sector
determinado de ella. Necesitan presentar una teoría que sirva como guía de la
investigación. Suceden, sin embargo, dos cosas. Por un lado, el hecho de la
pobreza teórica en la ciencia social. Por otro, el hecho de la renuncia por parte de
algunos de sus cultivadores a toda teoría, a toda pretensión teórica. Nos interesa,
por el momento, esta segunda cuestión. Durante estas últimas décadas se ha
manifestado por todas partes —pero muy en especial en los Estados Unidos— una
tendencia entre los investigadores de ciencia social a prescindir de la teoría y a
atenerse a lo que ellos llaman los hechos, al descubrimiento de hechos en
situaciones problemáticas muy limitadas. Importaba según estos señores
amontonar el mayor número posible de conocimientos de hechos, sin preocuparse
de una teoría que en todo caso sería el resultado final de estas investigaciones. Lo
que había que desarrollar era, por el momento, técnicas adecuadas de
investigación. Este movimiento significa una reacción que parece en principio
justificable. El siglo XIX había dejado una herencia de numerosas teorías que no
parecían comprobarse. Eran, por otra parte, demasiado ambiciosas o en extremo
unilaterales. Abarcaban con excesivo gesto totalizador todos los aspectos de la
vida real o histórica o se ceñían a perseguir con monotonía la supuesta fuerza
causal de un solo y determinado factor. Nuevas generaciones educadas con mayor
rigor en los métodos científicos, los de la ciencia natural sobre todo, empezaron a
ver esas teorías con disgusto y desdén; todas esas generalizaciones tan
ambiciosas perdieron de repente su prestigio. Pero en vez de atenerse a un
examen crítico de la situación, a una criba rigurosa de toda esa herencia teórica,
escaparon de ella en realidad y en forma demasiado fácil para ser acertada. No
más teorías, hechos y nada más que hechos; técnicas y nada más que técnicas.
Estadística, por ejemplo, y sólo estadística. En todo esto había una reacción
exagerada y no poco de ingenuidad metodológica y filosófica, porque también
hacían su filosofía sin quererlo. Por lo pronto olvidaban algo que ya parecía
definitivamente ganado, a saber, que un catálogo por rico que sea no es una
ciencia. Y que los llamados hechos no existen como tales, son el resultado de
determinadas cuestiones o preguntas que hacemos a la realidad, apoyados a su
vez en ciertos supuestos. Son el producto, en una palabra, de los modos de
encararnos con las cosas. Por eso, lo que se daba propiamente con todos estos
«ascetas de los hechos» es que teorizaban sin darse cuenta. Y que por ser su teoría
implícita, o no declarada, era de caracteres toscos y rudimentarios.
Un elemento perturbador, causa en parte de todas estas desilusiones y
vaivenes, ha sido la fijación en el modelo obsesivo de las ciencias naturales. Es
evidente que cuando se comparan las construcciones y los resultados de la
ciencia natural con los de la ciencia social, aparecen los de esta última pobres e
imprecisos. Pero la medida está mal aplicada. Cada ciencia tiene su propia teoría,
según la naturaleza de su objeto y a tenor de sus intereses de conocimiento. Y es
incorrecto, por tanto, juzgarla con los patrones válidos para otra distinta. Con
esto volvemos a aludir a la cuestión, al parecer nunca zanjada, de la relación
entre ciencias naturales y sociales. ¿Puede ser de igual naturaleza la construcción
teórica de las ciencias naturales y sociales? Y, sin embargo, la respuesta, que es
sí y no al mismo tiempo, hace no pocos años que está dada. Sí, en la medida en
que los procedimientos del saber científico son siempre los mismos para todo
sector de lo real; no, en la medida en que la peculiar naturaleza de la materia
estudiada determina en cada caso un manejo diferente de aquellos
procedimientos y principios. La unidad lógica de la ciencia coexiste así con la
diversidad de las ciencias particulares. En las ciencias humanas la contextura
peculiar de su objeto hace imposible que se den ciertos caracteres de la ciencia
natural; pero esto no significa que no puedan construir su propia teoría, que
tendrá, naturalmente, otros caracteres también peculiares. Con esto ha llegado el
momento de cortar aquí estas consideraciones sumarias acerca de la construcción
teórica de la ciencia social. Antes de terminar, sin embargo, conviene que
tengamos una idea previa de los tipos de conceptos que se manejarán con más
frecuencia en este curso.

1. Conceptos generales.– Pertenecen a esta clase, por ejemplo, todos los que
vamos a utilizar en la teoría de la sociedad: los conceptos de status, autoridad,
competencia, movilidad, conflicto, etc., es decir, todos aquellos que tratan de
apresar fenómenos que se ofrecen reiterados en cualquier sociedad. Como lo que
importa son las características más típicas de esos hechos de repetición, la
configuración relativamente constante que toman, los conceptos a que nos
referimos son tan generales en su validez como sobrios en su contenido. O sea,
son los más abstractos de todos.

2. Conceptos históricos relativos.– Se trata de conceptos que tienen un mayor


contenido histórico y que, sin embargo, pretenden cierta generalidad. El concepto
de feudalismo, por ejemplo, apresa las características típicas de una realidad
histórica, pero no describe ninguna sociedad feudal en particular, que pueden
diferir entre sí de modo considerable. Estos conceptos constituyen quizá el
armazón categoría] característico de la historia y de las ciencias sociales. Es decir
de todas las ciencias que se refieren al hombre, ser histórico en diversos sentidos
Sin ese concepto de feudalismo, que quizá sea irreal en su afán de coherencia y
precisión, no podríamos determinar las peculiaridades de tales o cuales
sociedades feudales, la francesa la española o la japonesa Lo mismo, cabalmente,
con el concepto de liberalismo o de sociedad liberal, que no ha existido con
idénticos caracteres en los diversos países que lo vivieron y en sus diversos
momentos, y que por eso nos exigirá no olvidar nunca que sólo se trata de un
esquema ideal.

3. Conceptos históricos individuales.– Con ellos se procura captar lo singular,


lo que sólo se da una vez y no se repite, lo mismo si se trata de un hombre que de
un transcurso histórico con individualidad definida, es decir, con unidad y
fisonomía singulares: el renacimiento italiano, el barroco español, la sociedad
colonial hispano-americana, el Puerto Rico de 1948. Por consiguiente, así como en
las clases anteriores de conceptos, interesaba lo típico, al contrario, lo que
importa ahora es lo fisionómico.

También podría gustarte