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Guion cuento radiofónico “El interno 

66”
CONTROL: Timbre de la puerta

GEMA (Algo alejada del micro, como si hablase desde lejos): ¡Ya voy! ¡Dame
un segundo!

NARRADORA (LAURA): Como cada mañana, Gema y yo nos reunimos muy


temprano para ir juntas a la escuela. Siempre vamos con tiempo de sobra para
poder charlar tranquilas por el camino y pasar por un lugar asombroso que nos
encanta visitar (CONTROL: música): una finca llena de miles de autobuses
destartalados. Mi papá me contó una vez que cuando los autobuses tienen un
accidente, a veces quedan tan tan rotos que es imposible arreglarlos. Y
entonces es cuando los llevan a ese sitio. Es tan misterioso… cada vez que
pasamos por delante nos morimos de ganas de entrar, y muchas veces
ideamos planes sobre cómo podríamos conseguirlo: ¿y si saltásemos la reja?
¿El vigilante estaría también de noche? Y… ¿qué pasaría si un día lo
intentásemos y nos pillasen?

NARRADORA (LAURA): Un día por la tarde, al salir del colegio, vimos que el
vigilante (CONTROL: Reja sonando) estaba cerrando la reja y luego se iba
(CONTROL: sonido de pisadas) caminando despacito hacia la parada de
autobús que estaba a unos pasos de la puerta.

GEMA (exaltada): ¿Y si entramos Laura? ¿Y si entramos?

NARRADORA (LAURA): Yo le dije que no, que mejor nos íbamos.

GEMA (suplicando): Vamos Laura, que todavía es muy temprano. No vamos


a tardar nada en dar una vuelta. En una hora estamos fuera. ¡Te lo prometo!

NARRADORA (LAURA): Gema ya había empezado a trepar la verja mientras


me intentaba convencer. Agarré su mano para subir yo también. Mientras
trepaba le repetía una y otra vez: “Nos van a pillar, va a venir la policía, nos van
a dar una paliza.”

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GEMA (cabreada): ¡O te callas o te vas!

NARRADORA (LAURA): Ya estábamos dentro. Aquello era un paraíso. Había


coches de todos los colores, y autobuses de todas las líneas. Algunos hacía
mucho que estaban allí, por el óxido de los hierros. Otros, parecían más
recientes. Había varios quemados. Nos llamó la atención el interno 24 de la
línea 106. Todo el frente y el lateral derecho estaba destrozado. ¿Qué habría
pasado? No quedaba una ventanilla sana de ese lado y los asientos, tapizados
de cuero negro, estaban destrozados. El accidente debió de ser terrible. El
interno 24 estaba medio inclinado, pero nos dio igual, entramos a investigar.
(CONTROL: sonido pisadas) En el interior, entre los hierros retorcidos de los
asientos desencajados encontramos, un chupete, un zapato, unas gafas, un
diario, otro zapato de mujer. Había vidrios del tamaño de la sal gruesa
desparramados en el interior (CONTROL: susurros fantasmagóricos). Un
patuco de bebé colgaba del espejo retrovisor del conductor. Pensé que
posiblemente eran las pertenencias perdidas de todos los pasajeros.

CONTROL: Grito desgarrador

CONTROL: Jadeos mientras corren

NARRADORA (LAURA): Corríamos desesperadas sin rumbo fijo. Intentaba


buscar la mirada de Gema, pero ella señalaba con su tembloroso dedo.

GEMA (jadeando y con miedo): Hay algo más allá, entre aquellos coches.

NARRADORA (LAURA): Era incapaz de moverme de aquel lugar. Jadeando vi


como Gema corría entre los coches. Sentía miedo y frustración. El tiempo
corría, hasta que decidí ir en su búsqueda. Encontré  a Gema sentada en el
interior de un autobús en perfectas condiciones, recuerdo que era el interno 66.
Ambas reíamos divertidas por el hallazgo.

CONTROL: Cierre de las puertas vehículo

GEMA: ¿Qué ocurre?

NARRADORA (LAURA): Las luces se encendieron al unísono, y entonces…

CONTROL: El autobús se pone en marcha

NARRADORA (LAURA): … entonces entramos en pánico. No podíamos salir.


El autobús comenzó a avanzar con lentitud hasta que la velocidad se apoderó
de nuestras vidas. Gritábamos desesperadas mientras nos agarrábamos a los
asientos y entre gimoteos nos decíamos:

GEMA Y LAURA (voz entrecortada): ¿por  qué?

CONTROL: Risas fantasmagóricas de fondo comienzan a protagonizar la


escena.

NARRADORA (LAURA): Los gritos se volvieron mudos. Nuestras pulsaciones


se aceleraron hasta la locura.

CONTROL: Pulsaciones aceleradas

GEMA (agitada): ¡Está parando! ¡Mira!  La puerta trasera se abre.

CONTROL: Timbre

CONTROL: Puerta se abre…puerta se cierra.

NARRADORA (LAURA): De nuevo, se cerró la puerta, y nuestro conductor


fantasma hizo rugir el motor. Nosotras sin saber que hacer, veíamos como caía
la tarde y continuábamos nuestro viaje a ninguna parte.

CONTROL: Rugir motor

NARRADORA (LAURA): En ese momento comencé a arrastrarme por el suelo


del autobús, pues me había dado cuenta de que cada vez que sonaba el timbre
se aminoraba el ritmo hasta parar. Una vez alcancé la puerta trasera esperé a
que sonara el timbre y en ese momento, salté sin pensarlo dos veces. Era la
oportunidad de escapar.

GEMA: ¡Laura! ¡No me abandones, no me dejes aquí sola, por favor!


Ayúdame…

NARRADORA (LAURA): Gema continuaba en el autobús, en ese momento la


impaciencia se apoderaba de mí, que veía como avanzaba y avanzaba sin
detenerse en ninguna parada. Mientras, desde donde observaba la escena
(CONTROL: risas fantasmagóricas), escuchaba continuamente las carcajadas
de los espectros y rezaba porque alguno tocara el ansiado timbre.

GEMA: ¡Ayúdame, por favor! ¡Sácame de aquí!

NARRADORA (LAURA): La noche se acercaba y se me ocurrió poner


obstáculos con el fin de que el interno 66 se estrellara y de esta forma se
detuviera. Pero una vez más y para mi desgracia el fantasma esquivó
(CONTROL: risa malvada) con gran destreza el obstáculo mientras lanzaba
una sonora carcajada.

GEMA: Jamás podré abandonar este autobús… ¿por qué se me habría


ocurrido entrar? ¿Qué puedo hacer?

NARRADORA (LAURA): En este agónico momento se me ocurrió la idea de


situarme en la parada de autobús y simular que iba a subir, y… ¡funcionó! El
autobús se detuvo pero Gema no logró alcanzar la parte delantera antes de
que la puerta se cerrara.

CONTROL: Autobús que frena y abre puertas

NARRADORA (LAURA): Vi como Gema se desplazaba hasta la parte


delantera y en ese momento repetí el mismo procedimiento y Gema pudo
abandonar el interno 66 de la línea 106.

CONTROL: Puertas abriéndose del autobús

GEMA: ¡Muchas gracias! Pensaba que no saldría de ahí, jamás volveré a tener


este tipo de ideas…

NARRADORA (LAURA): Lo importante es que estamos a salvo, un poco


magulladas, pero vivas que es lo que cuenta. En ese momento salimos
corriendo, trepamos la reja y para sorpresa nuestra, cuando miramos hacía
atrás el interno 66 de la línea 106 seguía en el lugar de siempre…

CONTROL: Música. Fade in y fade out


GUIÓN DE UN RADIOTEATRO
Ya pudimos explorar de a poco la historia del radioteatro ahora
comenzaremos a ver que elementos son necesario para la creación de
una historia de un radioteatro y su posterior creación del guión. Entonces
proponemos leer lo que tenemos a continuación. 

El radioteatro tiene elementos muy característicos que es necesario que


ustedes conozcan:

a) En una primera instancia se debe tener claro que hay un oyente que no verá
lo que sucede es por ello que necesitaremos a alguien que nos vaya contando
la historia y que vaya dando cuenta de los cambios de escenas y que nos vaya
explicando los acontecimientos que ahí ocurran, para ello requerimos la ayuda
del relator.

b) El segundo elemento es la música la cual nos permite introducirnos en


diferentes estados de ánimo: climas de alegría, de dolor, de exaltación,
etcétera. Esta música, que suele servir de fondo a las escenas y se denomina
"música incidental", además esta la llamada “cortina musical” la cual permite
darnos cuenta cuando hay un cambio de escena.

c) El tercer elemento es el sonidista quien está encargado de todos aquellos


sonidos ambientales o ruidos que nos permiten desarrollar la historia (pasos,
lluvia, truenos, caídas, balazos, etc), además nos ayudarán a situarnos en el
espacio físico que se supone que se desarrolla la obra.

d) También se debe tener una estructura que vaya armando lo que se desea


narrar, por ejemplo: Escena 1: en un bar dos niños conversan…

e) Los actores son aquellos que a través de su voz irán realizando las


acciones de la historia.

f) Finalmente, está la duración la cual debe ajustarse una vez listo el guión y
realizando todas las pausas y sonidos que van a quedar en el trabajo final.

Actividad 1- Lee los pasos de como realizar un guión de radioteatro.


Luego continua leyendo el guión del radioteatro "Vampiros". 

Por último realiza un comentario abajo de este post donde relates tu


propia historia y escribe el guión de tu radioteatro.
Pasos para realizar un guión de radioteatro

1- Pensar una historia que desees narrar, piensa  personajes y lugares donde
se situé la historia.

2- Luego, divide la historia en escenas posibles y quienes van a actuar en la misma. 

3-Busca elementos de ambiente (sonidos) que vayan a ser utilizados en tu historia


( Pueden ser sonidos imitados o bien que hayas encontrado en Internet)

4- Realiza el guión donde se especifique quienes hablan y cual es la escena (descripción


de la escena). 

Por ejemplo: Escena 1: todos se encontraban en un bar, con música de fondo y ruidos de
botellas y vasos. 

- Juan (gritando, se dirige al mozo que esta en la barra) ¡ Quiero un gintonic! 

VAMPIROS

SONIDO SUSPENSO

EFECTO SOPLO DE VIENTO, TORMENTA.

LOCUTOR Cuando el potente aullido de la tormenta subrayaba la


endemoniada sinfonía del viento entre los desgarbados árboles, el hombre y la
mujer dejaban caer el pesado aldabón sobre la puerta de la solariega casa,
ubicada a unos cien metros de la carretera flanqueada por los mismos
raquíticos árboles de la sinfonía.

CONTROL MÚSICA DE TERROR

LOCUTOR El viento hacía oscilar el letrero colocado sobre el dintel. Un sonido


semejante al de mil grillos que chirreasen al unísono. En el letrero, cuya pintura
estaba ya desapareciendo, podía leerse aún “Posada Solitaria”. El joven miró a
su joven compañera y sonrieron, pese a que el agua les calaba hasta los
huesos. Otra vez el joven volvió a batir el aldabón.
EFECTO GOLPES

LOCUTOR Otra vez las respuestas del chirrido del letrero. Pasaron algunos
segundos. Finalmente, oyeron que alguien descorría pesados cerrojos del otro
lado de la puerta y comenzó a abrirse lentamente con un roce escalofriante,
como un macabro instrumento que se sumase a la música de los elementos de
la noche.

EFECTO ABRIR PUERTA LENTAMENTE

LOCUTOR Al terminar de abrirse, en el umbral apareció un hombre de elevada


estatura, delgado, de faz cadavérica. Portaba en la mano izquierda un
arruinado candelabro, cuyas velas amenazaban a apagarse por el soplo de
Eolo. El único ojo del hombre, pues era tuerto, se posó en los jóvenes,
inquisitiva, malignamente.

JOVEN Buenas, buenas noches señor. He hemos visto el letrero y deseamos


que nos albergue por esta noche.

LOCUTOR El ojo del hombre chispeó al contestar.

HOMBRE Mala noche, pero… pasen, por favor.

LOCUTOR Cerró la puerta tras los visitantes, los que se sacudían los abrigos
de las agujas que los empapaban.

HOMBRE Sírvanse seguir.

LOCUTOR Indicó el posadero, precediéndolos hacia una escalera. Los jóvenes


observaron que era cojo y el caer de su pie, más corto que el otro y calzado
con un zapato ortopédico sobre el piso, producía un acompasado y lúgubre
golpe que se acentuaba cuando era dado sobre los escalones de la vieja y
carcomida escalera de madera.

EFECTO PISADAS

LOCUTOR La muchacha oprimió el brazo de su acompañante al comenzar a


subir a la oscuridad de arriba. A ella le pareció que los movimientos del
posadero tenían algo de automático y sin quererlo pensó… los hombres. No
hacía mucho había leído en un periódico que un tal Doctor Mortis había
revolucionado una universidad al levantar a todos los cadáveres de un
depósito.
Los pensamientos de la joven se vieron interrumpidos cuando el cojo se detuvo
ante una puerta en un pasadizo. Abrió e invitó a pasar a sus huéspedes.

HOMBRE Esta será vuestra habitación por el tiempo que permanezcan en mi


posada.
EFECTO LLUVIA, TRUENO Y EL ROER DE RATAS.

CONTROL MÚSICA SUSPENSO

LOCUTOR Hasta aquí hemos escuchado Radioteatros Caseros. La cita es en


una semana, cuando nos encontremos con nuevas historias interpretadas por
el Grupo Mega Herzs. Hasta entonces.

BIBLIOGRAFÍA
Adaptación del cuento Vampiros de Juan Marino realizada por el Grupo
Mhz.http://www.grupomhz.com.ar/

Una producción de RADIALISTAS APASIONADAS Y


APASIONADOS /http://www.radialistas.net
El hijo
[Cuento - Texto completo.]

Horacio Quiroga

Es un poderoso día de verano en Misiones, con todo el sol, el calor y la calma que puede
deparar la estación. La naturaleza, plenamente abierta, se siente satisfecha de sí.
Como el sol, el calor y la calma ambiente, el padre abre también su corazón a la
naturaleza.
-Ten cuidado, chiquito -dice a su hijo, abreviando en esa frase todas las observaciones
del caso y que su hijo comprende perfectamente.
-Si, papá -responde la criatura mientras coge la escopeta y carga de cartuchos los
bolsillos de su camisa, que cierra con cuidado.
-Vuelve a la hora de almorzar -observa aún el padre.
-Sí, papá -repite el chico.
Equilibra la escopeta en la mano, sonríe a su padre, lo besa en la cabeza y parte. Su
padre lo sigue un rato con los ojos y vuelve a su quehacer de ese día, feliz con la alegría
de su pequeño.
Sabe que su hijo es educado desde su más tierna infancia en el hábito y la precaución
del peligro, puede manejar un fusil y cazar no importa qué. Aunque es muy alto para su
edad, no tiene sino trece años. Y parecía tener menos, a juzgar por la pureza de sus ojos
azules, frescos aún de sorpresa infantil. No necesita el padre levantar los ojos de su
quehacer para seguir con la mente la marcha de su hijo.
Ha cruzado la picada roja y se encamina rectamente al monte a través del abra de
espartillo.
Para cazar en el monte -caza de pelo- se requiere más paciencia de la que su cachorro
puede rendir. Después de atravesar esa isla de monte, su hijo costeará la linde de cactus
hasta el bañado, en procura de palomas, tucanes o tal cual casal de garzas, como las que
su amigo Juan ha descubierto días anteriores. Sólo ahora, el padre esboza una sonrisa al
recuerdo de la pasión cinegética de las dos criaturas. Cazan sólo a veces un yacútoro, un
surucuá -menos aún- y regresan triunfales, Juan a su rancho con el fusil de nueve
milímetros que él le ha regalado, y su hijo a la meseta con la gran escopeta Saint-
Étienne, calibre 16, cuádruple cierre y pólvora blanca.
Él fue lo mismo. A los trece años hubiera dado la vida por poseer una escopeta. Su hijo,
de aquella edad, la posee ahora y el padre sonríe…
No es fácil, sin embargo, para un padre viudo, sin otra fe ni esperanza que la vida de su
hijo, educarlo como lo ha hecho él, libre en su corto radio de acción, seguro de sus
pequeños pies y manos desde que tenía cuatro años, consciente de la inmensidad de
ciertos peligros y de la escasez de sus propias fuerzas.
Ese padre ha debido luchar fuertemente contra lo que él considera su egoísmo. ¡Tan
fácilmente una criatura calcula mal, sienta un pie en el vacío y se pierde un hijo!
El peligro subsiste siempre para el hombre en cualquier edad; pero su amenaza amengua
si desde pequeño se acostumbra a no contar sino con sus propias fuerzas.
De este modo ha educado el padre a su hijo. Y para conseguirlo ha debido resistir no
sólo a su corazón, sino a sus tormentos morales; porque ese padre, de estómago y vista
débiles, sufre desde hace un tiempo de alucinaciones.
Ha visto, concretados en dolorosísima ilusión, recuerdos de una felicidad que no debía
surgir más de la nada en que se recluyó. La imagen de su propio hijo no ha escapado a
este tormento. Lo ha visto una vez rodar envuelto en sangre cuando el chico percutía en
la morsa del taller una bala de parabellum, siendo así que lo que hacía era limar la
hebilla de su cinturón de caza.
Horrible caso… Pero hoy, con el ardiente y vital día de verano, cuyo amor a su hijo
parece haber heredado, el padre se siente feliz, tranquilo y seguro del porvenir.
En ese instante, no muy lejos, suena un estampido.
-La Saint-Étienne… -piensa el padre al reconocer la detonación. Dos palomas de menos
en el monte…
Sin prestar más atención al nimio acontecimiento, el hombre se abstrae de nuevo en su
tarea.
El sol, ya muy alto, continúa ascendiendo. Adónde quiera que se mire -piedras, tierra,
árboles-, el aire enrarecido como en un horno, vibra con el calor. Un profundo zumbido
que llena el ser entero e impregna el ámbito hasta donde la vista alcanza, concentra a
esa hora toda la vida tropical.
El padre echa una ojeada a su muñeca: las doce. Y levanta los ojos al monte. Su hijo
debía estar ya de vuelta. En la mutua confianza que depositan el uno en el otro -el padre
de sienes plateadas y la criatura de trece años-, no se engañan jamás. Cuando su hijo
responde: “Sí, papá”, hará lo que dice. Dijo que volvería antes de las doce, y el padre ha
sonreído al verlo partir. Y no ha vuelto.
El hombre torna a su quehacer, esforzándose en concentrar la atención en su tarea. ¿Es
tan fácil, tan fácil perder la noción de la hora dentro del monte, y sentarse un rato en el
suelo mientras se descansa inmóvil?
El tiempo ha pasado; son las doce y media. El padre sale de su taller, y al apoyar la
mano en el banco de mecánica sube del fondo de su memoria el estallido de una bala de
parabellum, e instantáneamente, por primera vez en las tres transcurridas, piensa que
tras el estampido de la Saint-Étienne no ha oído nada más. No ha oído rodar el
pedregullo bajo un paso conocido. Su hijo no ha vuelto y la naturaleza se halla detenida
a la vera del bosque, esperándolo.
¡Oh! no son suficientes un carácter templado y una ciega confianza en la educación de
un hijo para ahuyentar el espectro de la fatalidad que un padre de vista enferma ve
alzarse desde la línea del monte. Distracción, olvido, demora fortuita: ninguno de estos
nimios motivos que pueden retardar la llegada de su hijo halla cabida en aquel corazón.
Un tiro, un solo tiro ha sonado, y hace mucho. Tras él, el padre no ha oído un ruido, no
ha visto un pájaro, no ha cruzado el abra una sola persona a anunciarle que al cruzar un
alambrado, una gran desgracia…
La cabeza al aire y sin machete, el padre va. Corta el abra de espartillo, entra en el
monte, costea la línea de cactus sin hallar el menor rastro de su hijo.
Pero la naturaleza prosigue detenida. Y cuando el padre ha recorrido las sendas de caza
conocidas y ha explorado el bañado en vano, adquiere la seguridad de que cada paso
que da en adelante lo lleva, fatal e inexorablemente, al cadáver de su hijo.
Ni un reproche que hacerse, es lamentable. Sólo la realidad fría, terrible y consumada:
ha muerto su hijo al cruzar un… ¡Pero dónde, en qué parte! ¡Hay tantos alambrados allí,
y es tan, tan sucio el monte! ¡Oh, muy sucio ! Por poco que no se tenga cuidado al
cruzar los hilos con la escopeta en la mano…
El padre sofoca un grito. Ha visto levantarse en el aire… ¡Oh, no es su hijo, no! Y
vuelve a otro lado, y a otro y a otro…
Nada se ganaría con ver el color de su tez y la angustia de sus ojos. Ese hombre aún no
ha llamado a su hijo. Aunque su corazón clama por él a gritos, su boca continúa muda.
Sabe bien que el solo acto de pronunciar su nombre, de llamarlo en voz alta, será la
confesión de su muerte.
-¡Chiquito! -se le escapa de pronto. Y si la voz de un hombre de carácter es capaz de
llorar, tapémonos de misericordia los oídos ante la angustia que clama en aquella voz.
Nadie ni nada ha respondido. Por las picadas rojas de sol, envejecido en diez años, va el
padre buscando a su hijo que acaba de morir.
-¡Hijito mío..! ¡Chiquito mío..! -clama en un diminutivo que se alza del fondo de sus
entrañas.
Ya antes, en plena dicha y paz, ese padre ha sufrido la alucinación de su hijo rodando
con la frente abierta por una bala al cromo níquel. Ahora, en cada rincón sombrío del
bosque, ve centellos de alambre; y al pie de un poste, con la escopeta descargada al
lado, ve a su…
-¡Chiquito…! ¡Mi hijo!
Las fuerzas que permiten entregar un pobre padre alucinado a la más atroz pesadilla
tienen también un límite. Y el nuestro siente que las suyas se le escapan, cuando ve
bruscamente desembocar de un pique lateral a su hijo.
A un chico de trece años bástale ver desde cincuenta metros la expresión de su padre sin
machete dentro del monte para apresurar el paso con los ojos húmedos.
-Chiquito… -murmura el hombre. Y, exhausto, se deja caer sentado en la arena
albeante, rodeando con los brazos las piernas de su hijo.
La criatura, así ceñida, queda de pie; y como comprende el dolor de su padre, le acaricia
despacio la cabeza:
-Pobre papá…
En fin, el tiempo ha pasado. Ya van a ser las tres…
Juntos ahora, padre e hijo emprenden el regreso a la casa.
-¿Cómo no te fijaste en el sol para saber la hora…? -murmura aún el primero.
-Me fijé, papá… Pero cuando iba a volver vi las garzas de Juan y las seguí…
-¡Lo que me has hecho pasar, chiquito!
-Piapiá… -murmura también el chico.
Después de un largo silencio:
-Y las garzas, ¿las mataste? -pregunta el padre.
-No.
Nimio detalle, después de todo. Bajo el cielo y el aire candentes, a la descubierta por el
abra de espartillo, el hombre vuelve a casa con su hijo, sobre cuyos hombros, casi del
alto de los suyos, lleva pasado su feliz brazo de padre. Regresa empapado de sudor, y
aunque quebrantado de cuerpo y alma, sonríe de felicidad.
Sonríe de alucinada felicidad… Pues ese padre va solo.
A nadie ha encontrado, y su brazo se apoya en el vacío. Porque tras él, al pie de un poste
y con las piernas en alto, enredadas en el alambre de púa, su hijo bienamado yace al sol,
muerto desde las diez de la mañana.
FIN

ALGUIEN BAJO TU CAMA

Esta historia va sobre una niña de 9 años, hija única de padres de gran
influencia en la política local; esta niña tenía todo lo que hubiese querido y
deseado una niña normal, con buena educación, pero con una soledad
incomparable. Sus padres solían salir a fiestas de caridad y reuniones del
ámbito político, y la dejaban sola. Todo cambió cuando le compraron un
cachorro de raza grande para que cuidase a la niña cuando creciera, pasaron
los años y la niña y el perro se volvieron inseparables. Una noche como
cualquier otra los padres fueron a despedirse de la niña; el perro, ya
acostumbrado a dormir con la niña, se tumbaba bajo de la cama. Los padres se
fueron y pronto la niña se sumió en un sueño profundo, aproximadamente a las
2:30 de la madrugada, un fuerte ruido la despertó, eran como rasguños leves y
luego más fuertes. Entonces, temerosa, bajó la mano para que el perro la
lamiese (era como un código entre ella y el perro) al sentir su lengua en la
mano se tranquilizó y durmió otra vez. Cuando se despertó por la mañana
descubrió algo espantoso: En el espejo del tocador había algo escrito con
letras rojas. Cuando se acercó, vio que era un rastro de sangre que decía así:
“NO SÓLO LOS PERROS LAMEN”. Entonces dio un grito de terror al ver a su
perro desangrado en el suelo de su habitación. Se dice que cuando los padres
la encontraron ella no decía otra cosa más que: “¿Quién me lamió?” y decía el
nombre de su perro, se volvió loca y hasta la fecha está en un manicomio y sus
padres, tratando de olvidar lo que hallaron en el cuarto y a su hija, se fueron al
extranjero. La incógnita más grande es: según los que fueron a investigar al
cuarto de la niña, el perro ya estaba muerto, desangrado en el suelo, desde
hace horas. ¿Quién le lamió la mano a la niña debajo de la cama?

Carolina.
Caroline, Charles Nodier (1780-1844)

Una joven de dieciocho años, llamada Carolina, inspiró la más violenta pasión


a un hombre de edad madura, y como a los cincuenta uno es, según se dice,
más enamoradizo que a los veinte —aunque con menos medios para
complacer—, el herrumbroso pretendiente asediaba sin cesar a Carolina, que
estaba lejos de corresponder a sus sentimientos.

Pero esta muchacha cometió el más imperdonable de los errores: ponerle en


ridículo y atormentarle, cuando debería haberse contentado con alejarse de él
con frialdad y decencia. Al cabo de tres años de perseverancia por una parte y
de malos tratos por la otra, el infortunado amante sucumbió a una enfermedad
de la que aquel funesto amor fue en gran parte el origen.

Sintiendo cercano su fin, solicitó, como último deseo, que Carolina se dignase


al menos ir a recibir su eterno adiós. La joven rechazó tajantemente este ruego.
Una de sus amigas, que estaba presente, le dijo amablemente que haría bien
en conceder este triste consuelo a un infeliz que moría por y para ella. Sus
consejos fueron inútiles. Vinieron por segunda vez a hacerle el mismo ruego,
añadiendo que el enfermo solicitaba ver a Carolina más por el interés de ella
que por el suyo propio. Pero este segundo mensaje no corrió mejor suerte que
el primero.

La amiga de Carolina, indignada por esta dureza hacia un moribundo, la


acució con más energía y le reprochó su coquetería y malos procedimientos
hacia un hombre a quien al menos podía ofrecer un instante de piedad como
expiación. Carolina, cansada de tales impertinencias, consintió finalmente de
muy mala gana y dijo:

—Vamos, llévame a casa de tu protegido: pero sólo estaremos un momento, te


lo advierto, no me gustan ni los moribundos ni los muertos.

Las dos amigas partieron finalmente.

El moribundo, al ver entrar a Carolina, hizo un último esfuerzo y tomó la


palabra con voz apagada:

—Ya no hay tiempo, señorita —dijo—, me habéis negado con crueldad la dicha
de veros cuando os lo he rogado: sólo deseaba perdonaros mi muerte. A partir
de ahora me veréis más a menudo que en el pasado. Recordad solamente que
habéis tardado tres años en llevarme dolorosamente a la tumba... Adiós,
señorita... Hasta esta noche.

Al acabar de decir estas palabras, que le costó un trabajo infinito pronunciar,


expiró.
Carolina, presa del horror, huyó precipitadamente. Su amiga usó todos los
medios posibles para calmar su extrema agitación. Carolina le suplicó que
pasara la noche con ella. Dispusieron otra cama en la misma habitación,
dejaron los candelabros encendidos, y las dos amigas, como no podían dormir,
estuvieron mucho tiempo hablando entre ellas. De repente, hacia la
medianoche, las luces se apagaron por sí solas.

Carolina exclama con terror:

—¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí!

Su amiga, que sólo oye ahogados suspiros, seguidos de un profundo silencio,


reúne sus fuerzas y llama arrebatadamente; acude la gente de la casa, intentan
encender los candelabros, pero es inútil.

Al cabo de un cuarto de hora, que transcurre en medio de mortales angustias,


suena el reloj. Carolina lanza un profundo suspiro, como alguien que sale de
un largo sopor. Las velas se encienden solas; la gente de la casa se retira,
y Carolina, con una voz agonizante, dice:

—¡Ah! ¡Por fin se ha ido!

—¿Lo has visto entonces?

—Sí, y estoy totalmente segura de que cumplirá sus amenazas.

—¡Y qué! ¿Te ha hablado?

—Esto es lo que acabo de oír: durante tres años vendré todas las noches a
pasar un cuarto de hora con vos. Por lo demás, estad tranquila, no os haré
ningún daño; limito mi venganza a obligaros a ver cada noche a aquel a quien
habéis llevado a la tumba a causa de vuestra imprudente conducta.

La amiga, que no sentía mucha curiosidad por ver repetirse la misma escena,
se negó a pasar las noches siguientes con Carolina, quien le reprochó que la
abandonase a un vampiro.

Las visitas nocturnas continuaron.

Carolina, bella, rica, dueña de sus acciones, y con veintiún años, quiso
casarse con la esperanza de alejar al fantasma; pero el rumor de las
apariciones hizo desistir a los pretendientes. Sólo uno, un gascón, llamado
Señor de Forbignac, se presentó y se ofreció como esposo. La necesidad le
obligó a aceptar; pero al día siguiente de las bodas (sin que llegara a saberse
cómo había transcurrido la noche) el gascón desapareció con la dote y muchas
joyas que no formaban parte de ella.

La amiga de Carolina, sensible a tantas desgracias, acudió junto a ella, la


consoló lo mejor que pudo y la llevó a un lugar donde concluyó tristemente su
penitencia. Pasados los tres años, su vampiro le anunció al fin que ya no le
vería más; y cumplió su palabra. Una lección tan severa suavizó su carácter. La
muerte del Señor de Forbignac, que tuvo la honestidad de no volver, dejó libre
a Carolina para que pudiera casarse de nuevo, y esta vez encontró un esposo
que la hizo totalmente feliz.

Charles Nodier (1780-1844)

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