Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
EL ESPEJO GOTICO
1
Índice
Portada__________________1
Indice____________________2
Introducción___________ 3
Prologo________________ 4
Dedicatoria____________5
A la deriva_____________7
El aceite de perro__________10
La cabaña______________13
Lo que persigio___________14
Un cadáver en la cama________16
Ven a a jugar conmigo_________17
La cosa ______________18
Sitio para uno mas___________19
Anillos en sus dedos______________20
Glosario____________________________________________21
Conclusiones_______________________________________22
Bibliografía________________________________________23
2
Introducción
Esta antología se trata de una serie de cuentos de terror, fue creada para los amantes
del terror y para los que quieran leerlo en familia asustarse un poco, en esta antología el
tema principal es el terror y toda la familia puede leerla
Los cuentos de terror son muy especiales ya que ni son muy largos y ni son muy cortos si
no son suficientes
El terror utilizado en estos cuentos son excelentes y recomiendo machismo que leyeran
estos cuentos el terror no solamente es al azar y no cualquiera peude meter terror por
ello estos cuentos son especiales y también sus creadores son muy dedicados ala hacer
estos cuentos
Considero que esta antología podría ser muy buena para que se pueda disfrutar en
familia y mas que nada que meta TERROR
3
Prologo
El terror puede ser algo espantoso a simple vista, pero desde mi punto de vista puede
este ser motivo de que una familia se reúna y disfrute un rato juntos estos cuentos de
terror
Desde que leí por primera vez un cuento de terror me pareció algo fascinante como los
autores juegan con palabas y como a atreves de simples letras sin expresión te puede
causar miedo, por ello lo considero un arte.
También e una forma de expresión a mi punto de vista ya que con este cuento puedes
expresar varios sentimiento y emociones, ya que en el cuento puedes hacer que un
problema por lo que estés pasando hacerlo terrorífico a la vista de otras personas
El terror no es fácil de hacer de hecho es muy difícil crear una historia de terror que
pueda ser muy buena y que cause terror, ni siquiera se puede hacer una historia con solo
tener una idea de como hacerlo, s debe de tener muchísimas cosas para lograr ser un
gran escritor del terror; este es mi punto de vista
Muchas gracias por leer este pequeño prologo y que disfrute los cuento.GRACIAS
4
Dedicatorias
Este espacio lo quiero utilizar apara agradecer a todos los que me apoyaron para crear
esta antología
Primero quiero agradecer a mis padres por ayudarme a entender cosas que no sabia y
que tenia en duda muchas gracias
5
E igualmente a todos mis amigos y familiares muchas gracias por creer que podia terminar estea
antologia, esttoy agradecido con todos ustedes
6
A la deriva.
El hombre pisó algo blanduzco, y enseguida sintió la mordedura en el pie.
Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma,
esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban
dificultosamente, y sacó sangre el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió
más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las
vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante
contemplo. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violeta, y comenzaba a invadir todo el pie.
Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo, y siguió por la picada hacia su rancho.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos
violetas desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía
adelgazada y a punto de ceder, de tensa. El hombre quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró
en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido
gusto alguno.
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos,
pero no sintió nada en la garganta.
—Bueno; esto se pone feo... —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre
gangrenoso.
Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
7
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La
atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando
pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada
en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la
popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las
inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú–Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus
manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito –de sangre esta vez–,
dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la
ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó
hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no
podría jamás llegar él solo a Tacurú–Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves,
aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente
atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó
tendido de pecho.
—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano—. ¡Compadre Alves! ¡No me
niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo.
En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta
su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva. El Paraná corre
allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan
fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto asciende el
bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, siempre la eterna muralla lúgubre, en
cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El
paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza
sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento
escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La
pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para
mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de
tres horas estaría en Tacurú–Pucú.
8
a su ex patrón, míster Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había
coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el
río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de
guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma
ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba
entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal
vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí,
seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración...
—Un jueves...
Y cesó de respirar.
Aceite de perro.
Me llamo Boffer Bing. Mis respetables padres eran de clase muy humilde: él fabricaba aceite
de perro y mi madre tenía un pequeño local junto a la iglesia del pueblo, en donde se deshacía
de los niños no deseados.
9
Desde mi adolescencia me inculcaron hábitos de trabajo: ayudaba a mi padre a capturar perros
para sus calderos y a veces mi madre me empleaba para hacer desaparecer los «restos» de su
labor. Para llevar a cabo esta última tarea tuve que recurrir con frecuencia a mi talento natural,
pues todos los guardias del barrio estaban en contra del negocio materno. No se trataba de una
cuestión política, ya que los guardias que salían elegidos no eran de la oposición; era sólo una
cuestión de gusto, nada más.
La actividad de mi padre era, lógicamente, menos impopular, aunque los dueños de los perros
desaparecidos le miraban con una desconfianza que, en cierta medida, se hacía extensible a mí.
Mi padre contaba con el apoyo tácito de los médicos del pueblo, quienes raras veces recetaban
algo que no contuviera lo que ellos gustaban llamar Ol.can. Y es que realmente el aceite de
perro es una de las más valiosas medicinas jamás descubiertas. A pesar de ello, mucha gente
no estaba dispuesta a hacer un sacrificio para ayudar a los afligidos y no dejaban que los perros
más gordos del pueblo jugaran conmigo; eso hirió mi joven sensibilidad, y me faltó poco para
hacerme pirata.
Cuando recuerdo aquellos días a veces siento que, al haber ocasionado indirectamente la
muerte de mis padres, tuve la culpa de las desgracias que afectaron tan profundamente mi
futuro.
Una noche, cuando volvía del local de mi madre de recoger el cuerpo de un huérfano, pasé
junto a la fábrica de aceite y vi a un guardia que parecía vigilar atentamente mis movimientos.
Me habían enseñado que los guardias, hagan lo que hagan, siempre actúan inspirados por los
más execrables motivos; así que, para eludirle, me escabullí por una puerta lateral del edificio,
que por casualidad estaba entreabierta. Una vez dentro cerré rápidamente y me quedé a solas
con el pequeño cadáver.
Mi padre ya se había ido a descansar. La única luz visible era la del fuego que, al arder con
fuerza bajo uno de los calderos, producía unos reflejos rojizos en las paredes. El aceite hervía
con lentitud y de vez en cuando un trozo de perro asomaba a la superficie. Me senté a esperar
que el guardia se fuera y empecé a acariciar el pelo corto y sedoso del niño cuyo cuerpo
desnudo había colocado en mi regazo. ¡Qué hermoso era! A pesar de mi corta edad ya me
gustaban apasionadamente los niños, y al contemplar a aquel angelito deseé con todo mi
corazón que la pequeña herida roja que había sobre su pecho, obra de mi querida madre,
hubiera sido mortal.
Mi costumbre era arrojar a los bebés al río que la naturaleza había dispuesto sabiamente para tal
fin, pero aquella noche no me atreví a salir de la fábrica por miedo al guardia.
«Seguro que si lo echo al caldero no pasará nada —me dije—. Mi padre nunca distinguirá sus
huesos de los de un cachorro, y las pocas muertes que pueda ocasionar la administración de un
tipo de aceite diferente al incomparable Ol.can. no pueden ser importantes en una población
que crece con tanta rapidez.»
En resumen, di mi primer paso en el crimen y arrojé al niño al caldero con una tristeza
10
inexpresable.
Al día siguiente, y para asombro mío, mi padre nos informó, frotándose las manos de
satisfacción, que había conseguido la mejor calidad de aceite nunca vista y que los médicos a
los que había enviado las muestras así lo afirmaban. Añadió que no tenía la menor idea de
cómo lo había hecho, pues los perros eran de las razas habituales y habían sido tratados como
siempre. Consideré mi deber dar una explicación y eso fue lo que hice, aunque de haber
previsto las consecuencias, me habría callado.
Mis padres, tras lamentar haber ignorado hasta entonces las ventajas que la fusión de sus
respectivos quehaceres suponía, pusieron manos a la obra para reparar tal error. Mi madre
trasladó su negocio a una de las alas del edificio de la fábrica y mis obligaciones respecto a ella
cesaron: nunca más volvió a pedirme que me deshiciera de los cuerpos de los niños superfluos.
Como mi padre había decidido prescindir totalmente de los perros, tampoco hubo necesidad de
causarles más sufrimientos. Eso sí, aún conservaban un lugar honorable en el nombre del
aceite. Al encontrarme abocado, tan repentinamente, a llevar una vida ociosa, me podría haber
convertido en un chico perverso y disoluto, pero no fue así.
La santa influencia de mi querida madre siguió protegiéndome de las tentaciones que acechan a
la juventud, y además mi padre era diácono de la iglesia. ¡Ay! ¡Y pensar que por mi culpa unas
personas tan estimables tuvieran un final tan trágico!
Se habían hecho tan emprendedores que llegó a celebrarse una asamblea pública en la que se
aprobaron varias mociones de censura contra ellos. El presidente hizo saber que en lo sucesivo
los ataques contra la población hallarían una contundente respuesta. Mis pobres padres
abandonaron la reunión con el corazón partido, sumidos en la desesperación y creo que algo
desequilibrados. A pesar de ello, creí prudente no acompañarles a la fábrica aquella noche y
preferí dormir fuera, en el establo.
Uno de los enormes calderos hervía lentamente, con un misterioso aire de contención, en espera
de la hora propicia para desplegar todas sus energías. La cama estaba vacía: mi padre se había
levantado y, en camisón, estaba haciendo un nudo en una soga. Por las miradas que lanzaba
11
hacia la puerta de la habitación de mi madre, adiviné lo que estaba tramando. Mudo e inmóvil
por el terror, no supe qué hacer para evitarlo. De pronto, la puerta de la alcoba se abrió sin
hacer el menor ruido y los dos, algo sorprendidos, se encontraron. Mi madre también estaba en
camisón y blandía en la mano derecha su herramienta de trabajo: una larga daga de hoja
estrecha.
Ella, como mi padre, no estaba dispuesta a quedarse sin la única oportunidad que la actitud
poco amistosa de los ciudadanos y mi ausencia le dejaban. Por un instante sus miradas
encendidas se cruzaron e inmediatamente saltaron el uno sobre el otro con una furia
indescriptible. Lucharon por toda la habitación como demonios: mi madre gritaba y pretendía
clavar la daga a mi padre, que profería maldiciones e intentaba ahogarla con sus grandes manos
desnudas. No sé durante cuánto tiempo tuve la desgracia de contemplar aquella tragedia
familiar pero, por fin, después de un forcejeo particularmente violento, los combatientes se
separaron de pronto.
Convencido de que estos desafortunados acontecimientos me cerraban todas las puertas para
llevar a cabo una carrera honrada en aquel pueblo, me trasladé a la conocida ciudad de
Otumwee, desde donde escribo estos recuerdos con el corazón lleno de remordimiento por
aquel acto insensato que dio lugar a un desastre comercial tan espantoso.
La cabaña
12
pudo ver más allá de su nariz, ya que de repente, una abundante niebla se
apoderó del panorama. Esta resultaba tan espesa y profusa, que el cazador no
pudo dar con su rumbo de origen y se adentró en el bosque más de lo que había
planeado. Caminó y caminó frotando sus manos en sus antebrazos, pues la niebla
trajo consigo un frío atroz que le caló hasta los tuétanos al pobre cazador,
mientras un marcado humo blanco salía de su boca con cada respiración.
Lo que persiguió
Era una noche muy fría en mi ciudad, no tenía a donde ir pues mis estudios de
medicina requerían que estuviera en la sala de autopsias hasta muy tarde, pero
justamente esta noche me siento muy cansado, no sé por qué, pero no reparo en
13
están muy lejos, decido acortar por un camino por una pequeña plaza que, como
supongo, está poco transitada por ser ya las once de la noche. Camino y camino
viendo los grandes borbotones de humo blanco que salen de mi boca debido al
frío, hasta que por fin, llego a las camineras rodeadas de una fina capa de nieve.
Nunca me gustó mucho este lugar, pero queda justo detrás de los dormitorios, por
lo cual tomo la poca valentía que me quedaba y aprieto el paso, hasta que,
misma altura, con una forma acartonada y ensombrecida que solo está ahí,
aparentemente mirándome.
, más justo cuando doy los primeros pasos, vuelvo a escuchar los pasos rápidos y
cuando me volteo, la misma figura rígida estaba ahí, mirándome, pero esta vez,
más cerca de mi persona. En eso, decido caminar de espaldas para ver si de esa
manera vuelve a seguirme, pero nada sucede. Ya aterrado, pienso en voltear y
salir corriendo, hasta que me doy cuenta que, con ese frío, de mi boca siguen
saliendo borbotones de humo blanco debido al frío… pero de ese ser, nada sale.
Me doy la vuelta con lentitud y salgo corriendo en cuanto escucho los pasos de
aquel ser yendo cada vez más rápido, ni siquiera me volteo, solo sigo mi camino
con un escalofrío penetrante en mi espalda. En eso, veo las puertas del dormitorio
a lo lejos, acelero como puedo mientras siento que la figura ya está encima de mí.
14
Abro las puertas del dormitorio y sin siquiera mirar si está detrás de mí o no, cierro
la entrada y salgo disparado hasta mi habitación. Ya en esta, hiperventilado y
desconcertadamente aterrado, decido recostarme en mi cama dándome cuenta de
lo agotado que estoy, sin tener idea de lo que acaba de ocurrir. Pero cuando me
voleo hacia la pared para sentir más comodidad, vuelvo a escuchar con un horror
indescriptible aquellos pasos rápidos, pero esta vez… venían de mi misma
habitación.
Un cadáver en la cama
Un grupo de amigas había decidido ir a [...] para pasar unos días. Se registraron en el
hotel y subieron a su habitación a dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar,
como si se les hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la cadena del
váter. Sin embargo, todo parecía estar en orden, así que se fueron y no volvieron
hasta la última hora de la noche.
15
El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi insoportable,
de modo que llamaron a mantenimiento para que localizara su origen. La persona
que les mandaron miró debajo de las camas, dentro de los armarios, incluso olfateó
los desagües y las ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final,
limpiaron la habitación con generosas cantidades de productos perfumados, pusieron
la ventilación al máximo y desearon las buenas noches al grupo de amigas. La peste
estaba, por el momento, enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la
cama. Una de ellas escondió la cartera debajo del colchón, como acostumbraba a
hacer en los hoteles.
Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos de sol entraban ya en
la habitación, caldeándola en extremo. El hedor seguía presente y más potente que
nunca. Una de las mujeres, ya bastante irritada, volvió a llamar al departamento de
mantenimiento para quejarse. Luego llamó al director del hotel para quejarse un
poco más. Un pequeño ejército de personal de dirección y mantenimiento se
presentó en breve, y una vez más, rebuscaron por todas partes sin resultado. Sin
embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el olor era inaguantable, así que
dirección ofreció cambiar a las amigas de habitación.
Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que había
escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que parecía
sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de encima de la cama y
ahí, en un hueco practicado entre los muelles del somier, había un hombre muerto.
Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y el asesino lo había
escondido entre el colchón y el somier. Había recortado una parte de los muelles del
somier para que el cuerpo no formara un bulto en la cama
16
Durante la sesión, una de las compañeras a las que habíamos llamado dijo: “Yo me
voy de aquí, menuda tontería esta de la ouija”. Nosotras nos asustamos un poco y
decidimos dejarlo para otro momento.
La cosa
Ted Martin y Sam Miller eran buenos amigos. Ambos pasaban mucho tiempo
juntos. En esa noche en particular estaban sentados sobre una valla cerca de la
oficina de correos hablando sobre nada en particular.
17
difícil saberlo a ciencia cierta. Luego desapareció. Pero pronto apareció de nuevo.
Se acercó hasta la mitad de la carretera, en ese momento se dio la vuelta y regresó al
campo.
Después salió por tercera vez y se dirigió hacia ellos. Llegados a ese punto Ted y
Sam sentían miedo y comenzaron a correr. Pero cuando finalmente se detuvieron,
pensaron que se estaban comportando como unos bobos. No estaban seguros de lo
que les había asustado. Por lo que decidieron volver y comprobarlo.
Un año más tarde Ted enfermó y murió. En sus últimos momentos, Sam se quedó
con él todas las noches. La noche en que Ted murió, Sam dijo que su aspecto era
exactamente igual al del esqueleto.
18
En un momento de la noche, oyó un coche llegar a la entrada de la casa. Se acercó a
la ventana para ver quién podía arribar a una hora tan tardía. Bajo la luz de la luna
vio un coche fúnebre de color negro lleno de gente. El conductor alzó la mirada
hacia él. Cuando Blackwell vio su extraño y espantoso rostro, se estremeció. El
conductor le dijo: “Hay sitio para uno más”. Entonces el conductor esperó uno o dos
minutos, y se retiró.
Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado. “Estabas
soñando”, dijeron ellos. “Eso debe haber sido”, repuso él, “pero no parecía un
sueño”. Después del desayuno se marchó a la ciudad. Pasó el día en las oficinas de
uno de los nuevos y altos edificios de la urbe.
19
“Que descanse siempre en paz”, dijo su marido. Pero no lo hizo. A última hora de la
noche, un ladrón de tumbas con una pala y una linterna comenzó a desenterrarla.
Como la tierra seguía estando suelda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Su
presentimiento era cierto. Daisy había sido enterrada portando dos valiosos anillos:
un anillo de bodas con un diamante y un anillo con un rubí que brillaba como si
estuviera vivo.
El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd para arrebatar los
anillos, pero estaban totalmente adheridos a sus dedos. Así que decidió que la única
manera de hacerse con ellos era cortando los dedos con un cuchillo. Pero cuando
cuando cortó el dedo con la alianza, este comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó
a moverse. ¡De repente, ella se sentó! Aterrorizado, el ladrón se puso en pie. Golpeó
accidentalmente la linterna y la luz se apagó.
Glosario
20
Blanduzco: Que es de color blanco sucio o que tira a blanco, generalmente por haber
perdido su color original.
Borbollón: Erupción que se hace en la superficie del agua por el vapor que se desprende de
ella cuando hierve o por el aire que sale de algún orificio del recipiente que la contiene.
Borbotones: Erupción del agua u otro liquido que surge de abajo hacia arriba o de adentro
hacia afuera formando burbujas
Hiperventilado: Es una respiración rápida o profunda. También se denomina
hiperrespiración y puede dejarlo con una sensación de falta de aliento.
Yararacusu: Es una especie de serpiente venenosa del genero bothrops, de la subfamilia de las
víboras de foseta
Conclusiones
21
En conclusión el genero de terror una obra muy fea por fuera y un dur y ardo esfuerzo por
dentro, el terror no se discute si no se disfruta
Bibliografia
22
Fuentes : Wikipedia.com
https://www.clarin.com/cultura/leyendas-y-cuentos-de-terror-historias-para-
no-dormir_0_h7kgFpbYZ.html
https://verne.elpais.com/verne/2020/10/29/articulo/1603984413_194083.html
23