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Arturo Pérez-Reverte

Menos olas, marinero


Hoy me van a disculpar ustedes la frivolidad, pero voy a destripar una vieja canción. De
José Luis Perales, por más señas. Cuando yo era todavía jovencito, una canción suya me
gustaba mucho. Se titulaba Un velero llamado Libertad, y me ponía bastante. Me daba
marcha. Por aquel tiempo, guerras aparte -llevaba cinco o seis años dando tumbos por el
mundo como reportero, con una mochila al hombro-, yo consideraba ya el mar como
una solución para muchas cosas. Y esta canción que hablaba de navegar y de amor, por
ese orden, tenía su puntito. La escuché muchas veces, quedándome de ella con la cosa
náutico-poética, y luego la olvidé, como tantos otros olvidos. Y así estuvo, aparcada
durante casi cuarenta años, hasta que el otro día, por casualidad, volví a escucharla.

Ustedes la conocen mejor que yo, sin duda. Tiene una letra muy bonita, con un
irresistible toque aventurero: Ayer se fue / tomó sus cosas y se puso a navegar. El
protagonista del asunto, un chico joven e intrépido, coge una camisa y un pantalón
vaquero y se pira de casa, o de donde esté. Dónde irá, dice la letra. Dónde irá.
Admirado, el oyente que hace cuatro décadas era yo se enteraba, a continuación, de que
el osado mozo decidió batirse duelo con el mar / y recorrer el mundo en su velero / y
navegar, na, na, na / y navegar. Con un par, oigan. Recorrer el mundo en un velero no
era cualquier cosa, y sigue sin serlo. Yo también, pensaba, cuando esté hasta el cimbel
de hoteles con agujeros, animales con escopeta, cebollazos y sobresaltos, quiero irme
con mi pantalón vaquero y hacer lo mismo. Pintar estelas en el mar y toda la
parafernalia marinera, o sea. Y navegar, na, na, na. Y navegar. 

Ésa, sobre todo, es la parte de la canción que yo recordaba más. Pero el otro día, como
digo, escuchándola de nuevo después de tanto tiempo, caí en la cuenta de que el fondo
de la historia peralesca se me había escapado por completo. También es verdad, dicho
sea en mi descargo, que ahora llevo veintidós años navegando en un velero, aunque éste
no se llame Libertad sino de otra manera, y sé de qué va la cosa. Para qué les digo que
no, si sí. Por eso empecé a mosquearme en la siguiente estrofa: Su corazón / buscó una
forma diferente de vivir / pero las olas le gritaron: vete / con los demás, na, na, na, /
con los demás. Porque vamos a ver, concluí después de pensarlo un rato. El pavo se
larga a dar la vuelta al mundo en su velero, dispuesto a pintar estelas en el mar y a
descubrir en el cielo gaviotas, na, na, na, y en cuanto sale del puerto y el velero empieza
a cabecear con la marejada, y el viento y la mar empiezan a darle por saco, como a todo
el mundo, descubre que las olas tienen muy mala leche y que allí se está incómodo, y la
escala de Douglas le recomienda personalmente que se vaya con los demás, o sea, a
tierra firme, na, na, na. Y que deje de hacer el panoli. 

Mal vamos, chaval, concluyo en ese punto de la canción, cada vez más atento a la letra.
Pero supongo que ahora, decidido a batirte en duelo con el mar como ibas, con toda una
vuelta al mundo por delante, le echarás huevos al asunto, tomarás rizos a la mayor e
izarás la trinquetilla. Sin embargo, estupefacto, compruebo que, según Perales, lo que
hace el muy irresponsable es bajar a la camareta y echarse a dormir: Y se durmió / y la
noche le gritó: dónde vas. Y claro. No me extraña que la noche le gritara eso, dónde
vas, Tomás, a un tonto del ciruelo que sale a navegar sin tener ni idea, se jiña por la pata
abajo con las primeras olas, y la primera noche, o sea, todavía cerca de la costa, con
todo el tráfico de mercantes tripulados por pakistaníes y rusos borrachos que hay por
allí, que lo tienen a uno de guardia hasta el alba con el I call to the motor vessel in my
port en la boca, el tío pone el piloto automático, se echa a sobar y se desentiende del
asunto.

Así que la siguiente estrofa ya no me pilla desprevenido. No me extraña en absoluto que


Perales, a continuación, nos informe de que: En sus sueños dibujó gaviotas / y pensó:
hoy debo regresar. Porque entonces va y regresa, el tío. Y apenas pisa tierra, una voz -
supongo que de cachondeo- le pregunta ¿Cómo estás?. Y claro. ¿Cómo va a estar ese
imbécil?, concluyes. Pues acojonado. Un pavo que decide batirse en duelo con el mar y
dar la vuelta al mundo, pero se asusta con las olas, se echa a dormir la primera noche y a
la mañana siguiente da media vuelta. Como mucho, calculas, habrá hecho treinta millas.
El hijoputa. Y entonces va Perales y le hace una canción, por la cara. No me digan
ustedes que ese intrépido navegante, que iba a comerse las olas sin pelar, no les
recuerda a muchos políticos españoles. Y sus programas.

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