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Transgresiones a la familia y el matrimonio en el Chile del s.

XVIII-XIX: causas y consecuencias

Sofía Fernández San Miguel


aphisof@gmail.com

Profesor: Pablo Artaza Barrios


Asignatura: Seminario “La sociedad popular ante el embate de la
modernización temprana, crisis y resistencia en el Chile del paso
de la colonia a la república”
Santiago, Chile. Primer semestre, 2022
Resumen

El objetivo de nuestra investigación consistirá en indagar en lo que en la historiografía se


ha denominado como “transgresiones al matrimonio”, en el contexto del Chile tradicional
del siglo XVIII y XIX.

Según esto, intentaremos poner de relieve el hecho de que, contrario a lo que pudiera
pensarse, las uniones de pareja fuera de la institución del matrimonio no fueron en absoluto
poco comunes durante la época, siendo así que, incluso, hasta las últimas décadas del s.
XVIII, el matrimonio católico, tal como lo conocemos hoy, no fue ni tan siquiera la norma
en relación con las uniones de parejai.

De este modo, intentaremos describir, valiéndonos de fuentes que hemos considerado


pertinentes, cómo es que se constituyó el discurso acerca de la familia en el Chile de la
época, cuál fue el rol del Estado y de la Iglesia en su instauración y promoción, para luego
centrarnos en las desviaciones de la norma, que han sido denominadas como
“transgresiones” al matrimonio.

Intentaremos, así, analizar la relación entre norma y realidad, a la vez que echar luz sobre
las motivaciones y los factores que influyeron en el que los sujetos incurriesen en conductas
transgresoras.

Así, nuestro análisis histórico tendrá como objeto de estudio al sujeto “transgresor” de las
normas oficiales del “buen vivir”, teniendo en cuenta las particularidades de cada cual,
poniendo el acento en que no todos tenían las mismas motivaciones ni eran vistos de la
misma forma.

Concluiremos, al fin, analizando las consecuencias de la frecuencia en que las


transgresiones se dieron, poniendo el acento en un fenómeno particular: la alta tasa de niños
ilegítimos concebidos en la época, los mal llamados “huachos”.

Exploraremos, así, el fenómeno del “huacherío”, intentando develar el cómo la emergencia


de los “huachos” y los mestizos impactó en el panorama social de Chile, en la medida en
que modificó la identidad del pueblo chileno (en particular, de las clases medias y
populares).
Introducción

Uno de los aspectos más importantes en relación con la conformación de las sociedades y
clases sociales es, probablemente, la forma en que los distintos grupos sociales establecen
familia, y la visión que tienen sobre ésta.

En este sentido, hemos de hacer notar, antes que nada, que en el grupo social que hemos
tomado por objeto de estudio (la sociedad chilena en el s. XVIII-XIX) las tendencias con
respecto a la conformación de familia y a la conducta sexual resultan muy difíciles de
encasillar en un solo molde o prototipo, debido a la gran variedad de formas de expresión
de ella.

Éste es el primer punto que hemos de establecer, puesto que existe aún, por parte de ciertas
personas, la tendencia a creer que, en la sociedad tradicional chilena, la población se agrupó
casi exclusivamente de acuerdo a las reglas del matrimonio, y que las conductas
“libertinas” son algo más bien reciente, fruto de, por ejemplo, las crisis con respecto al tema
de la familia en la Europa de la Postguerra, la revolución sexual de los años 1960 o el “new
style of living” norteamericano (Cavieres, 2015, p. 88)ii

Pues bien; nosotros, con este trabajo, pretendemos mostrar que esto no fue realmente así,
puesto que, en el Chile colonial, ya existían formas de vivir la sexualidad que distan del
ideal cristiano-católico, que subsume ésta en el ideal del matrimonio de hombre y mujer,
indisoluble y regido según sus preceptos.

Destacamos el hecho de que éste último, como solemos entenderlo hoy, se desarrolló, en
realidad, más bien tras las revoluciones europeas ligadas a la Revolución Francesa y la
Ilustracióniii, siendo así que, anteriormente, en los siglos pre-industriales, “el matrimonio
era visto como una relación económica, productiva y reproductiva pero no sentimental”
(Cavieres & Salinas, 1991, p. 8).

Pretendemos, así, mostrar que, en la sociedad que estudiamos, hubo formas de vivir la
sexualidad/afectividad que fueron ligadas a la homosexualidad, la bigamia, poligamia, el
adulterio y el “amancebamiento”, y que éstas no eran, de hecho, minoritarias, al nivel que
se suele creer.

Explicitado esto, nuestro propósito consistirá en indagar en cuáles de estas variantes fueron
las más corrientes, y a qué causas podríamos atribuir su existencia, en la medida en que
resulta posible indagar, de acuerdo con los registros históricos.

En relación con esto, profundizaremos en la importancia del factor socio-económico en el


tema, puesto que, de diversos estudios, parece haberse llegado a establecer que las
conductas transgresoras que más dificultades implicaron para las autoridades de la época
fueron las de las clases populares, cuya tenacidad “obligaba regularmente a las autoridades
civiles y religiosas a desplegar toda su capacidad coercitiva” (Goicovic, 2005, p. 304)iv.

Con esto no queremos decir, ciertamente, que las clases populares hayan sido las únicas que
haya incurrido en conductas de tipo que podríamos considerar como “desviado”, de
acuerdo con los cánones de la época.

Sin embargo, consideramos que es necesario resaltar las diferencias con respecto a la forma
en que estas conductas se dieron en las diferentes clases sociales, en cuanto, a partir de esto,
podemos entender más acerca de las particularidades de cada una, en la medida en que el
apego a las visiones tradicionales con respecto al matrimonio y la familia es también un
asunto de clase.

En este sentido, admitimos la tesis de que en los estratos medios y altos de la sociedad
también estuvieron presentes, y acaso no en menor medida, las transgresiones, mas hubo
“un mayor sigilo y una muy menor publicidad” (Cavieres & Salinas, 1991, p. 53) en torno a
ellas.

Esto, creemos, está directamente relacionado con las concepciones sobre el “honor”, las
cuales no se presentaron del mismo modo para todas las clases socialesv.

Es de ahí que, para la población de un nivel socio-económico más elevado, conllevó una
especial importancia el tema del mantenimiento de la “limpieza de sangre”, y, por ende, el
del control de la castidad femenina, mientras que en los sectores populares la tendencia fue
a la mayor integración de los diferentes grupos étnico-sociales (Goicovic, 2005, p. 396), lo
cual propició un acelerado mestizaje.
A continuación, nos detendremos a analizar cómo es que se constituyó, en los siglos XVIII
y XIX, la familia tradicional chilena y el discurso sobre ella, a fin de poder
subsecuentemente elaborar sobre el tema de las transgresiones, dado que éstas se definen
según ella.

La familia tradicional chilena del s. XVIII-XIX

El contexto en el que se presenta el tipo de familia que analizamos es en el del Chile


colonial y el de los inicios del período Republicano.

Con respecto a esto, podríamos decir que los caracteres más importantes de este tipo de
familia se derivan de las mezclas étnicas y el sincretismo, de todo tipo, que se dio en Chile
tras la Conquista.

Pues, en efecto, tras el contacto de las huestes de guerra españolas (mayoritariamente


masculinas) con la población indígena femenina, se “abrió camino a un intenso mestizaje,
que modificó sustantivamente los rasgos étnicos de la población y, a su vez, los patrones de
conducta y los mecanismos de sociabilización de la misma” (Goicovic, 2005, pp. 58-59)

A partir de esto, y basándonos en la idea de la familia como “asociación de individuos


ligados generalmente por lazos de parentesco, que viven juntos y poseen recursos comunes
para la sobrevivencia de todos ellos” (Metcalf, 1994, p. 442), podríamos decir que una de
las principales motivaciones para establecer cierta regulación legal de los asuntos de familia
y matrimonio tuvo que ver con la consagración de un tipo de familia “oficial”, que
representase adecuadamente a la élite criolla, y con ello la distinguiera del resto.

De este modo, vemos que, si bien las disposiciones en torno a este tema datan de las
normas emitidas por el Concilio de Trento y de otras complementarias (Cavieres & Salinas,
1991, p. 17), éstas fueron, de cierto modo, “adaptándose” de acuerdo con la emergencia de
la familia social chilena, que “inició su proceso de consolidación sólo a fines del siglo XVII
y comienzos del siglo XVIII, a partir, mayoritariamente, de elementos étnico-culturales
mestizo-blancos” (Goicovic, 2005, p. 67).
Es a partir de estas configuraciones que se irá modelando un ideal de familia determinado,
el cual adquirirá una nueva base con la aceptación generalizada por parte de la sociedad del
matrimonio sacramental monógamo, tal como era promulgado por la Iglesia Católica.

No obstante, aún habiendo sido el matrimonio católico aceptado como horizonte hacia el
cual habrían de tender las relaciones de amor/familia, la realidad es que, en la práctica, el
común de las familias chilenas continuó manteniendo “conductas irregulares” en este plano,
tal como lo habían hecho durante el período inmediatamente posterior a la Conquista, pese
a todos los esfuerzos del Estado y la Iglesia por modificar estos comportamientos.

Es de aquí que surge nuestra pregunta de investigación: ¿Cuáles fueron estas conductas?
¿Cuáles fueron los factores que influyeron en su surgimiento/permanencia? Así como:
¿Cuál fue la visión que se tuvo de ellas socialmente, y la respuesta de todo el entramado
social frente a ellas?

Previo a aventurar una respuesta a estas preguntas, quisiéramos sentar algunas


consideraciones.

La primera es que no hemos de perder de vista el componente de clase que se manifiesta en


la orientación con respecto a la familia/el matrimonio, y la importancia que se le concede.
Así, pues, vemos que, en una sociedad en la que las “conductas irregulares” no eran nada
extrañas, “sólo la élite citadina aparecía obligándose irrestrictamente ante las duras
obligaciones impuestas por la moral cristiana y el ritual conyugal” (Goicovic, 2005, p. 68).

Creemos que esto ya dice bastante sobre el tema, si uno se detiene a analizarlo.

Pues el matrimonio era, ante todo, una cuestión de “honor” para los implicados,
antes que ser un medio para consagrar un sentimiento de amor real entre parejas (esta
visión del matrimonio comenzó a manifestarse más bien a partir del s. XVIII, con la
irrupción del “amor romántico”).

Así, el matrimonio y las uniones de familia se manifestaron como un medio de


preservación del honor social de clase, así como un mecanismo de articulación de redes
sociales.

Segundo, y en consonancia con esto, una hipótesis personal:


Creemos que, dadas las circunstancias, de la vida en una sociedad que llegó a constituirse
como altamente estratificada, y la apropiación por parte de las élites del discurso
moralizante en torno a lo sexual, no resulta, en realidad, tan extraño el pensar que, si bien
se mantuvo dicho discurso a nivel oficial, fue impulsado y se persiguieron las conductas
calificadas como “desviadas”, para el grueso de la población resultó difícil adecuarse a éste,
debido a que, históricamente, esta población no tuvo nunca una conducta uniforme con
respecto a lo amoroso/sexual.

Luego, estas nuevas imposiciones, emanadas de la Iglesia y del Estado, se presentaron al


modo de un “modelo a seguir”; aquello que era a lo que se debía aspirar, lo óptimo, etc.
Sin embargo, al no reflejar realmente la idiosincrasia de la mayoría de los chilenos, éstos
quedaron como en una disyuntiva con respecto al cómo comportarse: este problema
involucra la visión de lo público y lo privado, las apariencias y aquello que ellos
“realmente” sentían.

De este modo, se dio una especie de “doble fachada” en cierta parte de la población, que, en
la medida en que deseaba mantener una imagen de acuerdo a lo considerado como
“honorable” por las élites, se regía públicamente según sus ideales del matrimonio y la
familia ideal católica; sin embargo, privadamente llevaba otra vida, en que “los dogmas
elementales de la religión eran ignorados” (Iglesias, 2008, p. 85)

Alguien podría ver aquí cierto indicio de una inseguridad de clase, que se manifestaba en
un deseo por mantener una imagen de “acuerdo a lo debido”.

Nosotros, sin embargo, nos abstendremos de hacer un juicio tan directo; solo sentamos la
idea, puesto que, en efecto, resulta curioso que en esta sociedad se haya admitido cierto
ideal con respecto a la familia, y en la práctica, éste no se haya cumplido, mas que en
ciertas familias de rango generalmente alto.

En lo que sigue, analizaremos los tipos más comunes de transgresiones al matrimonio y sus
posibles explicaciones.

Tipos más comunes de transgresiones y sus causas


Como habíamos dicho, si bien la idea del matrimonio monógamo establecido según las
leyes de la Iglesia comenzó a ser aceptado ya de forma más generalizada durante la
segunda mitad del s. XVIII, las conductas de la población chilena en torno a los temas
sexuales y de familia continuaron manteniendo patrones “irregulares”, al igual como lo
habían hecho durante los tiempos de la Conquista.

Los más comunes de estos fueron la ilegitimidad y la unión consensual (Goicovic, 2005, p.
68).

Con respecto a éstas, el amancebamiento fue una de las prácticas más comunes durante la
época, “y en cierto modo tolerada por algunos sectores sociales” (Goicovic, 2005, p. 68).

La razón de esto la podemos hallar en el hecho de que no a todas las parejas les resultaba
fácil casarse legalmente, por diversos motivos.

Puesto que, si bien la Iglesia Católica se manifestó como abierta a la libertad de elección de
los contrayentes (Lamadrid, 2009, p. 5), ésta limitaba la elección de pareja, en cualquier
caso, a aquella con la cual no se tuvieran “impedimentos”, que podían ser de tipo dirimente
o inminente (Lavrín, 1991, p. 65)vi.

Estos impedimentos restringían la posibilidad de llevar a cabo el matrimonio, en algunos


casos, aunque también cabe pensar que, en otros, el matrimonio fue simplemente percibido
como “una aventura excesivamente riesgosa como para ser tomada” (Salazar, 1989, p. 134).
El elevadísimo precio de los “servicios estolares”, entre otras cosas, no contribuía a mejorar
esta percepción.

Debido a esto es que la práctica del amancebamiento llegó a naturalizarse, “de tal manera
que consensualidad y sacramento cohabitaron durante un extenso período histórico,
tensionando las relaciones de los sujetos al interior de la comunidad y de éstos con los
dispositivos eclesiásticos del poder” (Goicovic, 2005, p. 68).

Por otra parte, la situación de la mayoría de las familias chilenas no era nada fácil, debido a
condiciones tales como la precariedad de las viviendas, la alta concentración de personas en
una sola vivienda y el empleo de la violencia como mecanismo resolutor de conflictos
(Goicovic, 2005).
Con respecto a esto último, ésta se reproducía en diferentes niveles, al punto de que
podríamos hablar de la existencia de una “sociabilidad de violencia” en esta sociedad, en
cuanto en ella “se generaban relaciones de violencia interpersonal cotidiana” (Salinas,
1999, p. 4).

Todo esto debilitaba, claramente, el ideal de familia dentro del ideario colectivo.

Sin embargo, uno de los factores más influyentes, probablemente, en el despliegue de


conductas sexuales transgresoras, además de la dificultad de concertar el matrimonio legal,
fueron las ausencias prolongadas de las parejas masculinas de sus hogares, como
consecuencia del desempeño de oficios que los obligaban a desplazarse permanentemente y
en muchos casos por períodos prolongados (Goicovic, 2005, pp. 70-71). Estas ausencias
facilitaron conductas de infidelidad y adulterio por parte de ambas parejas, por obvias
razones.

Mientras esto sucedía, cabe notar, la Iglesia no dejó nunca de predicar acerca de la
importancia del matrimonio y de sus valores –que, claramente, no admitían la infidelidad–
para el recto orden de los individuos y la sociedad, considerándolo como el único medio
mediante el cual los sujetos podían adecuarse al “Plan de Dios”.

No obstante, y pese a que no hubo realmente un contradiscurso asociado a un rechazo


explícito de esta moralidad (la “Revolución sexual” y los movimientos críticos del género
tardarían aún muchos años en llegar) lo cierto es que, hoy, podríamos decir que en la
sociedad chilena de esta época nunca se llegó a cumplir a cabalidad el ideal de familia
promulgado por la Iglesia. Pues, en efecto, las conductas sexuales contrarias a éste
pervivieron.

O, hablando en los términos cristianos de la época, diríamos que las transgresiones


perduraron en el tiempo, más o menos solapadas. Pues no es aventurado suponer que, para
algunos, lo realmente importante era simplemente que éstas no salieran a la luz.

De esta forma, vemos que en las clases medias-altas también estuvieron presentes las
transgresiones, solo que se tuvo un mayor sigilo con ellas a fin de evitar su publicidad
(Cavieres & Salinas, 1991)
Así, las conductas transgresoras más comunes de las que tenemos cuenta de la época
fueron, entre otras: el concubinato, el amancebamiento y la bigamia (Goicovic, 2005, p.
72). Todas éstas hallan sus razones de ser dentro de la estructura histórica particular de la
época, en la cual la sexualidad se recreaba en la cotidianeidad.

Junto a los factores que hemos ya mencionado –dificultades para casarse, ausencias
prolongadas de los maridos– de entre aquellos que, podríamos decir, facilitaban éstas,
también habríamos de mencionar las características geográficas del Chile de la época, en el
cual existían “vastas zonas de frontera tanto al norte como al sur del espacio chileno
tradicional” (Goicovic, 2005, p. 72). Esta circunstancia ofrecía un contexto ideal para el
despliegue de todo tipo de transgresiones, al no haber supervisión (que es a lo que refiere el
término “frontera”vii) ni nadie que hiciera valer la ley en determinadas áreas.

Sin embargo, más allá de estas causas, hay aspectos aún más profundos en torno al por qué
de las transgresiones, que guardan relación con las mentalidades.

La condición de abandono en la que se encontraban muchas de las familias populares, las


precariedades propias de una formación institucional prácticamente inexistente y,
simplemente, el poco atractivo que suponía para cierta parte de la población el adquirir
matrimonio por la Iglesia, son también factores que han de ser considerados si se quiere
indagar sobre el tema.

Creemos que, para las clases populares, el matrimonio no tuvo el mismo significado que
para la élite dominante, puesto que, para esta última, éste era, fundamentalmente, un medio
para consagrar la homogamia social; es decir, para conservar su condición privilegiada a
través del tiempo, y mantener, en lo posible, la “pureza de sangre”.

No contando el común de la población de clase popular con estos incentivos, su forma de


abordar las cuestiones amorosas fue diferente.

Así, vemos que, en efecto, para los sectores bajos “las relaciones con el amor estaban
ligadas con la libertad, con las relaciones sin mayor compromiso, en definitiva, con las
transgresiones” (Parada Bustos, 2009, p. 18). Siendo, a su vez, estos, más proclives a
exteriorizar sus conductas, resulta ser que la mayor parte de las expresiones que han
quedado registradas del período bajo el rótulo de “transgresiones” pertenecen a ellos, lo
cual creó cierto estigma, en una población ya estigmatizada por cuestiones de clase y raza.

En relación con esto, en el siguiente capítulo abordaremos un fenómeno que resulta


insoslayable dentro del tema de las transgresiones sexuales, que es el de la masificación del
mestizaje, dada la frecuencia y difusión de las relaciones sexuales inter-raciales abiertas en
los sectores populares. Fenómeno que fue de la mano con el aumento de las tasas de
ilegitimidad, y el surgimiento de la figura del “huacho” y mestizo, que pasaron a
representar a un segmento significativo de la población popular.

Mestizaje e ilegitimidad: el surgimiento de la figura del “huacho”

Hemos dicho que, en general, para la población de élite, el matrimonio constituyó una
herramienta al servicio de otro fin –uno que esta clase históricamente ha perseguido–, a
saber: el de poder “blanquear”, en la medida de lo posible, su propia clase, y de mantener
su linaje a través del tiempo.

Es por eso por lo que esta clase hizo lo posible por evitar las mezclas raciales con indios,
negros, mulatos, mestizos, etc., en general, con todo aquel que no tuviese un linaje
visiblemente “blanco” (no simplemente con extranjeros, puesto que se daban uniones con
europeos, siempre y cuando tuviesen un fenotipo blancoviii).

De acuerdo con esto es que tuvo sentido para las élites formar matrimonio con personas que
ellos percibieran como de su mismo rango, en cuanto esto les otorgaba la posibilidad de
tener relaciones sexuales/afectivas y procrear “de acuerdo con lo debido”, sin caer en
ilegitimidadix.

Para las clases populares, en cambio, la cuestión fue diferente.

Al no contar éstas con un distinguido linaje, y al tener, de acuerdo con ello, una diferente
forma de abordar las cuestiones amorosas, en ellas se dio un acelerado mestizaje, que fue
modelando la nueva identidad del pueblo chileno.

De la mano con esto, se dio un incremento en las tasas de ilegitimidad, y con ello,
comenzaron a emerger nuevas figuras, que pasaron a formar parte del panorama chileno.
Las más notables de ellas fueron, probablemente, la figura del “huacho” y del mestizo.
Con respecto a éstas se han escrito varios libros. Destacaríamos acá a “Madres y huachos:
alegorías del mestizaje chileno” de Sonia Montecino y “Ser niño ‘huacho’ en la historia de
Chile (siglo XIX)” de Gabriel Salazarx.

Básicamente, creemos que la historia del surgimiento de los “huachos” dice bastante sobre
las situaciones de abandono, miseria y muerte, que debieron enfrentar los hijos de madres
pobres en Chile (Goicovic, 2005, p. 51).

Ponemos de relieve el hecho de que, una de las causas que contribuyeron a la masificación
y a lo problemático de la condición de los “huachos” fue una que hemos venido tratando en
este ensayo, que consistió en el discurso sobre el matrimonio católico como única forma de
engendrar una descendencia legítima.

En la medida en que estos niños a los que nos referimos fueron engendrados comúnmente
fuera del matrimonio, o como fruto de las relaciones extramatrimoniales entre hombres
casados y otras mujeres, la historia nos indica que el factor de la “vergüenza” jugó un rol
importante en relación con su abandono.

Los “huachos” fueron, en efecto, niños sin padres conocidos. La palabra “huacho” proviene
del quechua, que quiere decir “animal que está fuera del rebaño” (Urtubia, 2019, p. 13)

Los “huachos” se diferenciaron de los huérfanos en la medida en que estos se


caracterizaron por haber nacido en condiciones de irregularidad. “Huérfano” podía ser
cualquiera que hubiese perdido a temprana edad a alguno de sus progenitores; su condición
no conllevaba necesariamente un desprecio por parte de sus padres.

El huacho, en cambio, sí llevaba en sí la impronta de la ilegitimidad. Esta condición


conllevaba para él un desprestigio adicional, que se sumaba a su condición de desamparo.

En ocasiones, el “huacho” podía ser un hijo criado por una madre india, que hubo de
arreglárselas por sí misma para sacar adelante a su hijo, al ser abandonada por el español
que habría de haber cumplido el rol de padrexi.

En cualquier caso, la emergencia del huacho y del mestizo como nuevos actores sociales
cambió decididamente el panorama de la sociedad chilena, hecho cuyas consecuencias se
extienden, probablemente, hasta nuestros días.
Creemos que estas definiciones adquirieron la forma de un estigma que perduró en el
tiempo, y que pasó a configurar parte importante de la identidad del pueblo chileno.

Así, “si bien algunos (de los ilegítimos) pudieron acceder al sector alto, y los progenitores
de estratos bajos permanecer en ellos, son las capas medias las que deben reconocer en la
ilegitimidad de nacimiento parte importante de su origen” (Montecino, 1996, p. 45).

Esto se explica ya que, en las clases más bajas, no fue tanto el aporte genético por parte de
españoles-europeos.

En las clases altas, por otra parte, se mantuvo el control en torno a las mezclas étnicas (el
llamado “blanqueamiento”), por lo que hubo un menor índice de mestizaje (reconocido, al
menos).

Fueron, pues, las capas medias las que más se vieron afectadas por los índices de
ilegitimidad de la época, y las que hubieron de hacer frente al elevado número de mestizos
y “huachos” que fueron surgiendo.

La importancia de esto se acentuó con la conformación de la República, puesto que “la


entronización de uniones ilegítimas, el concubinato y la madre soltera, eran vistos como
productos de una sociedad que no había logrado el estadio del progreso” (Montecino, 1996,
p. 51).
Así, la condición de ser mestizo y/o “huacho” se fue convirtiendo cada vez más en algo
vergonzoso.

Sin embargo, el mestizaje no se detuvo. La ilegitimidad y el abandono de niños se


mantuvieron también a lo largo de la época republicana, y las casas de huérfanos, los
hospicios, se extendieron a lo largo del territorio (Montecino, 1996, p. 52).

Creemos que las consecuencias de esto son prácticamente incalculables, en cuanto refieren
a la conformación de la identidad chilena, con todo su trasfondo de mestizaje.

Sin embargo, aquí destacaremos una que nos parece de las más influyentes, y es el cómo
esta circunstancia influyó en la conformación de la identidad masculina, y la forma de
comportarse del huacho entre sus pares, y con las mujeres.
Puesto que, como hemos dicho, el ser huacho fue percibido como algo vergonzoso, es
factible pensar que, para los que lo fueron, esto involucró una inseguridad permanente.

En el caso de los hombres, determinados por las expectativas de género, estos debían
redimirse de algún u otro modo. Ser “alguien”, para dejar de ser huachos.

Y es de aquí que el huacho halló en la camaradería con sus pares una forma de sobrellevar
su situación. Salazar ilustra ese punto en su libro Ser niño ‘huacho’ en la historia de Chile
(siglo XIX), a través de un personaje que habla en primera persona plural:

Había que comprenderlo, de una vez y para siempre: para nosotros, la vida no
consistía en seguir majaderamente las huellas de papá y mamá. (…) Nuestra única
posibilidad radicaba en buscarnos entre nosotros mismos, puertas afuera. En armar
relaciones entre huachos y para huachos (Salazar, 2006, pp. 45-46)

Creemos que esta unión ayudó a que los huachos pudieran salir adelante, desde su
desdichada posición, y pudieran insertarse en algún grupo, aún fuesen frecuentemente
grupos criminales.

De lo que se trataba, con todo, era de erigir una identidad. De este modo “el bastardo
buscará su legitimidad en lo heroico –la cofradía de los huachos que luego se troca en
bandidaje, en protesta social o en violencia contra lo femenino–, pugnando por superar su
estadio de hijo, asumiéndose como macho” (Montecino, 1996, p. 56).

Lamentablemente, este “salir adelante” del huacho conllevó nefastas consecuencias en


relación con la consolidación de identidades de género dentro del mundo popular. Al
respecto, el propio Salazar sostiene que “la camaradería de los huachos constituyó, el
origen histórico del machismo popular” (Salazar, 2006, p. 47).

El trauma del padre ausente y las relaciones ambivalentes con la madre, proyectados a nivel
de colectividad, consagró una cosmovisión “que otorga a los sujetos una especificidad
social” (Montecino, 1996, p. 56).

Esta cosmovisión fue planteada en los términos del hijo-huacho, pues (cabe mencionar)
apenas tenemos testimonio de “hijas huachas”xii.
Así, se configuró una visión con respecto a lo masculino y lo femenino que fijó sólidamente
roles de género, y los configuró desde la perspectiva de hombres psicológicamente dañados
a causa del abandono, con ciertas visiones muy negativas sobre lo femenino.

Con respecto a esto, llama bastante la atención un fenómeno, que no es exclusivamente


chileno (se ha dado a través de toda Hispanoamérica), pero que consiste en la visión casi
fantástica que se comenzó a imponer con respecto a la Madre, en cuanto fuente (única) del
origen social, la madre “siempre presente”, frente al padre que es solamente “un
espejismo”xiii.

Esta visión de la maternidad como fin último de lo femenino tiene una contraparte, y es
que, al reducir lo femenino al ser Madre, propicia una distinción entre mujeres, y por ello
un juicio sobre las mujeres que no se adecúan al ideal de mujer-madre abnegada.

Las mujeres que no se adecúan a este ideal, según esto, comienzan a ser consideradas como
“malas mujeres", lo cual frecuentemente va asociado a consideraciones sobre lo sexual.

Así, al ser estas mujeres lo contrario a la Madre, pasan a ser consideradas como prostitutas
o putas. Bajo esta consideración no cabe pensar en una mujer sexualmente libre: o se es
Madre o se es putaxiv.

Creemos que estas consideraciones son de alto alcance social, y requeriría un trabajo
mucho más profundo rastrear las huellas de estas ideas.

Conclusión

En este trabajo abordamos el tema de las transgresiones a la familia y al matrimonio (en un


sentido oficial-cristiano) en el Chile del s. XVIII y XIX.

De éste, pudimos sacar varias conclusiones:

En primer lugar, notamos el hecho de que la estructura familiar, tal como la concebimos
hoy en día no existía, realmente, en el Chile Colonial (y mucho menos en el pre-colonial).

Puesto que si bien, efectivamente, tras el proceso de Conquista la Corona española intentó
imponer de forma general la religión cristiana, y con ello la estructura familiar que le es
propia, lo cierto es que la población indígena, así como también los mismos conquistadores,
no llegaron nunca a adoptar un modelo familiar y sexual único.

Por otra parte, si bien las disposiciones en torno al tema de la familia han existido siempre,
la realidad es que el modelo de familia que conocemos hoy sólo llego a existir tras las
revoluciones (de origen europeo) de fines del s. XVIII. Pues fue mediante éstas que
comenzó a reivindicarse el “amor romántico”, y con ello los criterios de afinidad personal
en la elección de un “partner”. Anteriormente a esto, las uniones se daban casi
exclusivamente por motivos de conveniencia económica, y la expresión de afectos en ellas
no era la regla.

De este modo, en el Chile que estudiamos fueron muy comunes las transgresiones.

Esto por varios motivos: dificultades para concertar el matrimonio de acuerdo con las
reglas de la Iglesia, la necesidad del peonaje itinerante de estarse trasladando
continuamente por motivos de trabajo, ausentándose así de su hogar, la existencia de vastas
zonas de frontera en que se descuidaba la vigilancia de las autoridades, etcétera.

Sin embargo, en nuestra opinión, el factor más importante fue la mentalidad de la


población, que no era afín al modelo que se pretendía imponer con respecto a lo sexual.

Esto dado que la población, mayormente indígena, existente en Chile al momento de la


Conquista, no había mantenido nunca un patrón regular en este sentido, y ello simplemente
porque tenían otra forma de entender el tema.

En principio, tenían otra forma de entender las cuestiones religiosas.


Lamentablemente no podemos extendernos aquí mucho sobre este tema, puesto que excede
los propósitos del trabajo. Creemos, sin embargo, que vale la pena mencionar el hecho de
que, en la cosmovisión precolombina, había un cierto equilibrio entre las divinidades
femeninas y masculinas (Montecino, 1996), lo cual, podríamos pensar, otorgaba una voz a
las mujeres, a través de estas divinidades.

La cosmovisión europea, por otra parte, era de corte marcadamente patriarcal, con un único
Dios masculino, y con la referencia a la mujer sólo a través de la Virgen Madre, cuya
importancia yace en el haber dado a luz a Cristo, el Salvador.
De este modo, se dio un importante choque cultural, al haberse intentado plantear de golpe
una visión que era ajena a la población.

Por otra parte, no hemos de olvidar un hecho importante, que ahora conocemos mejor, y es
el hecho de que los primeros conquistadores que llegaron a Chile tampoco tuvieron un
actuar modelo en torno al tema sexual.

Podríamos plantear que, precisamente debido a su espíritu osado y aventurero, que se


requirió para poder llevar a cabo la Conquista, acabaron presentando un carácter común “de
fuerte desarraigo y de actitudes mentales no proclives a la moderación y a la vida familiar”
(Cavieres & Salinas, 1991, p. 29).

Además de las transgresiones llevadas a cabo de forma consensuada, es hoy sabido que
estos primeros conquistadores explotaron sexualmente, de forma indiscriminada, a las
mujeres indígenas del territorio, al considerarlas como un recurso más.

A través de los años, y luego con la implantación del sistema de Encomienda, creemos que
es posible rastrear en Chile una triste historia de violencia de género de los “patrones” hacia
las mujeres pobres.

Así, pues, la realidad nos indica que en el período que estudiamos hubo todo tipo de
transgresiones: relaciones pre-matrimoniales, consensualidad, homosexualidad, bigamia,
poligamia, etc.

Las más comunes, con todo, parecen haber sido las uniones ilegítimas y consensuales. En
relación con ellas, el amancebamiento, en particular, llegó a constituirse como una práctica
de cierto modo tolerada por una parte de la sociedad.

Con respecto a esto, llama la atención la inconsistencia, en el pueblo chileno, de la


adherencia a normas y formas de vida en lo público, frente a su comportamiento en lo
privado.

Esto dado que, para el s. XVIII, la Institución del matrimonio católico ya había comenzado
a ser aceptada como la forma adecuada de expresión de lo sexo-afectivo, y hacia la cual la
familia había de tender.
No hubo ninguna “rebelión” contra el modelo impuesto, en el sentido de los movimientos
contemporáneos, por ejemplo, que esbozan una crítica contra éste.

Mas bien, lo que hubo fue lo que podríamos denominar una doble fachada, una conducta
transgresora culposa, de la mano con el deseo de mantener una imagen de acuerdo a los
cánones de la época.

Creemos que esto pasó a formar parte de la idiosincrasia de los chilenos, especialmente de
las clases medias y populares. La conducta culposa; el no poder asumir públicamente los
deseos sexuales, por un temor al juicio del resto, pero sin embargo no poder dejar de
“transgredir” las normas del “buen matrimonio” cristiano (lo que la Iglesia denominaría
como la debilidad de la carne). Todo esto parece haber determinado el modo de ser de los
chilenos.

Por otra parte, y en conexión con esto, destacamos una de las consecuencias más
importantes de la frecuencia en que las transgresiones se dieron: la alta tasa de hijos
ilegítimos.

Esta circunstancia dio pie a un nuevo fenómeno, que consistió en la emergencia de los
huachos y los mestizos como sujetos sociales.

Creemos que esto modificó radicalmente la identidad del pueblo chileno. El estigma del ser
huacho caló hondo en la población, especialmente en las capas medias, que fueron las que
más afectadas se vieron por el fenómeno.

De este modo, los huachos buscaron refugio en la pertenencia a un grupo, en la camaradería


con otros huachos.

Sin embargo, es razonable pensar que su condición no dejó nunca de ser un motivo de
vergüenza para ellos, y proyectaron sus complejos, a nivel de grupo, al exterior.

Por ello, se vieron muy inclinados a la violencia, a la criminalidad, así como también, en
realidad, a la misoginia.

Puesto que la única forma de dejar de ser un “huacho”, o un niño, era consagrarse como un
macho, para ello debían representar los estereotipos de género acorde al caso, y demostrar
osadía, valentía, determinación, etc.
Por otra parte, los huachos mantuvieron visiones bastante negativas sobre lo femenino, lo
cual no deja de llamar la atención.

Ya que, si recordamos, muchos de ellos fueron criados por una madre soltera; el padre era
un desconocido, que no había aportado nada a su formación.

Sin embargo, aún existía un reproche frente a la madre; en muchos casos, éste se veía
influido por las actividades que la madre hubo de realizar para poder sacar adelante a su
hijo, las cuales podían ir ligadas con el trabajo sexual.

En cualquier caso, en los huachos existió una figura ambivalente en torno a la Madre, la
cual fluctuaba entre la concepción de Madre-Virgen y mujer-prostituta, la cual, al ser
proyectada a nivel de colectividad, determinó las identidades de género presentes en el
mundo popular.

Creemos que las consecuencias de esto son innumerables; nos parece adecuada la tesis de
Salazar, de que la camaradería de los huachos constituyó el origen del machismo popular
(Salazar, 2006).

Sin embargo, es un tema que da para mucho análisis. Creemos, en todo caso, que el estudio
de estos hechos no deja de resultar útil, si se pretende explorar el tema del machismo en
Chile.

Pues, claramente, éste jamás surge de la nada; tiene un gran trasfondo, que guarda relación,
entre otras cosas, con el fenómeno del abandono infantil, las transgresiones, la vergüenza.

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Undurraga, Verónica. (2012). Los rostros del honor. Normas culturales y estrategias de
promoción social en Chile colonial, siglo XVIII. Santiago, Chile: Ed. Universitaria.
i
Según E. Cavieres: “Es en este siglo XVIII cuando efectivamente podemos distinguir una especie de
familia tipo tradicional, tanto en sus comportamientos afectivos como en sus diferentes realidades
socio-culturales” (Cavieres, 2015, p. 87). Esto no quiere decir, claramente, que antes de esto no
existieran disposiciones en torno al tema de la familia. Sin embargo, fue en este Siglo en el cual
comenzó a imponerse con más fuerza el ideal que hoy conocemos, por razones que se podrían debatir
(siendo la más prominente, probablemente, la necesidad de las élites de consolidar el vínculo
sanguíneo, frente a la amenaza del mestizaje). Con todo, “el mayor orden de la vida familiar no
significó en modo alguno el término del conflicto (…) en el sentido de que se observara un acatamiento
definitivo a la ley y a la palabra eclesiástica” (Cavieres, 2015, p. 87)

ii
Creemos que lo que caracteriza a estos movimientos, así como a los actuales que intentan reivindicar
temas de género, es que parten en base a cierto discurso, al cual cuestionan. En el caso que tratamos, no
creemos que haya habido realmente un contradiscurso; simplemente, hubo formas de manifestar la
sexualidad que escapaban a “lo debido”.

iii
Pues fueron éstas las que permitieron que, a fines del s. XVIII, se diera una “revolución romántica”,
“en virtud de la cual los criterios instrumentales como base principal de la elección del «partner»,
dieron paso a la preferencia personal” (Cavieres & Salinas, 1991, p. 9). Esto fue de la mano con un
cambio en la valoración de lo social y lo individual, puesto que, de hecho, antes de esto se valoraba
más la relación del individuo con la comunidad que con la propia familia, y, por ende, las familias no
solían estar estructuradas en base a los afectos.

iv
En este sentido, fue sobre todo la Iglesia el aparato institucional e ideológico que se preocupó de
educar y promover los comportamientos moralmente correctos, pero también de castigar las
innumerables transgresiones que predominaron en esta primera etapa (Cavieres & Salinas, 1991, pp.
21-40). Eran éstas muchas y muy variadas, y aunque disminuyeron hacia el siglo XVIII, en Chile y en
toda Hispanoamérica, la misma dureza de las normas –por ejemplo, los impedimentos para el
matrimonio–, hacia tan difícil su cumplimiento que, en ocasiones, la autoridad religiosa prefería aplicar
leves sanciones, o tolerar la transgresión mientras no fuera pública (Lamadrid, 2009, p. 9).

v
Ya que, si bien es cierto que, en el s. XVIII, en comparación con el anterior, las concepciones sobre el
honor se extendieron a otras capas de la población además de la aristocrática (Undurraga, 2012), resulta
innegable que el valor de la “representación de honor” ligada a los orígenes (“honor de orígenes”)
continuó compartiendo una fundamental primacía.

vi
“El primero invalidaba un matrimonio; el segundo, no. Entre los impedimentos dirimentes estaban la
afinidad legal o espiritual; la edad, en el caso de quienes eran demasiado jóvenes; la bigamia y la
impotencia del hombre. Esta última se discutía bastante, y sus circunstancias eran muy bien analizadas
antes de tomar una decisión final (…) Los impedimentos inminentes eran causados por la diferencia de
culto; por la pronunciación de votos religiosos de alguno de los esponsales; por el secuestro forzado de
la mujer; por un crimen atroz cometido por uno de los contrayentes; por una promesa previa de
casamiento, o por una promesa de matrimonio hecha por una persona casada antes de morir el
cónyuge” (Lavrín, 1991, p. 65)

vii
“La «frontera» como fenómeno social y cultural, articula una serie de realidades peculiares. Uno de
los aspectos centrales se relaciona con la ausencia o debilidad de los dispositivos de control social, lo
cual, entre otros aspectos, favorece el despliegue de conductas disolventes” (Goicovic, 2005, p. 72)

viii
“De esta manera, la élite dominante de origen criollo, mayoritariamente blanca, se abrió socialmente,
durante el siglo XIX, sólo ante los inmigrantes extranjeros de origen europeo, particularmente
británicos. Así, las hijas de la oligarquía criolla comenzaron a contraer nupcias con inmigrantes
ingleses que rápidamente se vincularon a las actividades comerciales y mineras” (Goicovic, 2005, p.
384)

ix
Si bien es necesario mencionar que, restringido al terreno del matrimonio, el sexo en el matrimonio
tampoco era del todo libre. Pues, desde la perspectiva de la Iglesia, la pareja debía, en cualquier caso,
evitar el desorden en sus relaciones y erradicar la lujuria (Goicovic, 2005, p. 307)

x
Montecino, Sonia. (1996). «Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno» Santiago, Chile: Ed.
Sudamericana y Salazar, Gabriel. (2006). «Ser niño “huacho” en la historia de Chile (siglo XIX)»
Santiago, Chile: LOM Ediciones.

xi
“La unión entre el español y la mujer india terminó muy pocas veces en la institución del matrimonio.
Normalmente, la madre permanecía junto a su hijo, a su huacho, abandonada y buscando estrategias
para su sustento. El padre español se transformó así en un ausente. La progenitora, presente y singular
era quien entregaba una parte del origen: el padre era plural, podía ser éste o aquel español, un padre
genérico” (Montecino, 1996, p. 43)

xii
“El otro pliegue del texto –develador de esa visión– es el silencio sobre la huacha. Sólo en tanto
madre, de los vástagos abandonados por el padre, es posible reconocer lo femenino” (Montecino, 1996,
p. 56)

xiii
“El padre es siempre un espejismo, como el agua en los desiertos. O más precisamente, es siempre el
lugar vacío que la lengua española produce al mencionarlo en nuestra realidad mestiza y que origina un
fantasma referencial” (Montecino, 1996, pp. 58-59)

xiv
“Otto Weininger (1903) profundiza en el tipo materno y el tipo prostituta, y en la exigencia a la mujer
de ser madre, mientras que ser prostituta se aparta de sus finalidades naturales. El desdoblamiento de la
mujer en virgen-madre y mujer-prostituta comprende una exigencia sin resolución posible. La madre
debe ser por fuerza asexuada, dedicada a los hijos, afectuosa, mientras que la prostituta debe ser bella,
sexualmente dispuesta, erótica. Esta contradicción encierra una misoginia profunda, en la cual el
hombre es el sujeto trascendente y la mujer prostituta, la decadencia del hombre” (Torres, L. L., 2018,
p. 67)

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