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Los grupos étnicos son grupos sociales que asumen ciertas características particulares y no
pueden ser definidos de manera esencialista. La etnicidad se construye en base a las
diferencias reales. Las características étnicas son aquellas que prevalecen en un grupo y lo
diferencian como un pueblo. La identidad nacional es una dimensión ideológica que
implica la identificación con un proyecto de nación, tiene varias características como una
visión común de la sociedad, una organización social dominante, un imaginario
compartido, entre otras. Los nacionalismos son acciones y proyectos que dimanan de la
específica concepción e interiorización de la nación o lo nacional. Hay diferentes tipos de
nacionalismos: Nacionalismo legitimador: pretende mantener la prevalencia del proyecto
nacional dominante. Nacionalismo popular: cuestiona el proyecto dominante de nación
desde una perspectiva democrática o de cambio social. Nacionalismo autodeterminista:
plantea el problema de la soberanía y la autodeterminación nacional, en donde se pueden
expresar diferentes grupos sociales con proyectos propios de legitimación, de
emancipación, democráticos o revolucionarios. Estas tres maneras de nacionalismo están
interrelacionadas y es complicado separarlas.
La identidad patria se refiere al sentimiento de pertenencia a un Estado-nación, y es un
tipo de identidad que se ubica en un nivel cultural que refiere a una inversión más que a la
asociación con un proyecto común. Las identidades se forman en un doble dinamismo:
autoidentificación y heterorreconocimiento, también hay que tener claro en que las
identidades son cambiantes y no algo ya dado ni inmutable. La cultura nacional es la que
cubre y uniforma desigualdades, permite la identificación desigual con un proyecto de
nación aparentemente común. Es la búsqueda de un modelo de cohesión interna y
“protección” ante lo “externo”. Lleva un implícito un cierto consenso. Es un proceso
selectivo en el que se van a constituir identidades culturales que se comparten entre los
sectores mayoritarios de la nación.
El fútbol profesional moderno con todo y pequeños cambios en las reglas fundamentales
sigue caracterizado por la violencia y el juego fuerte como expresión de una masculinidad
que no han desaparecido sino por el contrario se han re significado en otras formas y
espacios donde sigue existiendo un predominio de formas de violencia más silenciosas
asociadas a la competitividad. El espacio futbolístico es un universo simbólico construido,
practicado, narrado y disfrutado históricamente por hombres. Los atributos de este universo
aparecen en el nivel discursivo, en las retóricas del espectáculo y también en las prácticas,
reservadas tradicionalmente a los varones que dejan al descubierto prácticas y narraciones
que se tejen alrededor de este espectáculo. El fútbol tiene una dimensión estética que
produce un sentimiento de emoción tanto a jugadores como espectadores, provocado entre
otros aspectos por el hecho de que “las principales partes del cuerpo humano, con las que es
lícita la práctica del deporte (los pies y las piernas) están localizadas en la parte inferior del
cuerpo, que es considerada, en la cosmología occidental, la más instintiva, ligada a nuestro
hemisferio irracional y primitivo. El fútbol es arena expresiva de un ethos masculino que
afirma la virilidad en torno a dos ejes contrapuestos: el del homosexual y el del púber. Se
tiene que entender la violencia como una agresión ritualizada, en donde existe una disputa
por un capital simbólico. Así, las apuestas por la gloria y el honor, en el enfrentamiento
con rivales, pueden entenderse dentro de este marco y fuertemente asociadas a la
construcción de la masculinidad en donde se despliegan oleadas de pasiones colectivas.