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¿QUÉ DIOS COMO TÚ, QUE PERDONAS EL PECADO?

San Paciano
Sobre el bautismo 6-7
Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos
también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre,
hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Si
obramos así, hermanos, ya no moriremos. Aunque nuestro
cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como él mismo dice: El
que cree en mi, aunque haya muerto, vivirá.
Por lo demás, tenemos certeza, por el mismo testimonio del
Señor, que Abrahán, Isaac y Jacob y que todos los santos de
Dios viven. De ellos dice el Señor: Para él todos están vivos. No
es Dios de muertos, sino de vivos. Y el Apóstol dice de sí
mismo: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir;
deseo partir para estar con Cristo. Y añade en otro lugar:
Mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados
lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Esta es
nuestra fe, queridos hermanos. Además: Si nuestra esperanza
en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más
desgraciados. La vida meramente natural nos es común,
aunque no igual en duración, como lo veis vosotros mismos,
con los animales, las fieras y las aves. Lo que es propio del
hombre es lo que Cristo nos ha dado por su Espíritu, es decir, la
vida eterna, siempre que ya no cometamos más pecados. Pues,
de la misma forma que la muerte se adquiere con el pecado, se
evita con la virtud. Porque el pecado paga con muerte,
mientras que Dios regala vida eterna por medio de Cristo Jesús,
Señor nuestro.
Como afirma el Apóstol, él es quien redime, perdonándonos
todos los pecados. Borró el protocolo que nos condenaba con
sus cláusulas y era contrario a nosotros; lo quitó de en medio,
clavándolo en la cruz, y, destituyendo por medio de Cristo a los
principados y autoridades, los ofreció en espectáculo público y
los llevó cautivos en su cortejo. Ha liberado a los cautivos y ha
roto nuestras cadenas, como lo dijo David: El Señor liberta a los
cautivos, el Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a
los que ya se doblan. Y en otro lugar: Rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Así, pues, somos
liberados de las cadenas cuando, por el sacramento del
bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, liberados
por la sangre y el nombre de Cristo.
Por lo tanto, queridos hermanos, de una vez para siempre
hemos sido lavados, de una vez para siempre hemos sido
liberados y de una vez para siempre hemos sido trasladados al
reino inmortal; de una vez para siempre, dichosos los que están
absueltos de sus culpas, a quienes les han sepultado sus
pecados. Mantened con fidelidad lo que habéis recibido,
conservadlo con alegría, no pequéis más. Guardaos puros e
inmaculados para el día del Señor.

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