Me
propongo
ofrecerles
una
interpretación
de
la
confianza
que
les
permita
incrementar
su
capacidad
para
observar
y
actuar
en
un
aspecto
crucial
de
las
relaciones
interpersonales,
tanto
en
el
trabajo
como
en
otros
ámbitos
de
la
vida.
Quiero
partir
contrastando
la
interpretación
a
ofrecerles,
con
aquella
que
nos
provee
nuestro
sentido
común
que
suele
favorecer
una
disposición
“moralista”
que
se
expresa
en
la
sentencia
de
algunos
respecto
a
que
“¡Es
bueno
confiar!”;
y
de
otros
que
se
auto
definen
al
señalar:
“¡Yo
soy
desconfiado!”.
Quiero
invitarlos
a
superar
u
obviar
esta
disposición,
para
hacernos
mejores
observadores
y
actores
en
torno
a
este
fenómeno
constitutivo
de
la
vida.
Desde
nuestra
interpretación,
la
confianza
es
un
juicio
o
evaluación
que
hacemos
de
las
posibilidades
que
nos
ofrece
un
interlocutor
en
el
espacio
de
relación
compartido.
Cuando
digo
que
confío
en
Pedro,
estoy
interpretando
que
su
accionar
futuro
me
generará
posibilidades
para
mí
en
el
dominio
específico
en
que
estoy
haciendo
mi
declaración
de
confianza.
Por
ejemplo,
al
confiarle
una
información
reservada,
confío
en
que
guardará
silencio
y
usará
de
manera
responsable
esa
información.
Por
el
contrario,
si
desconfío
de
él,
significa
que
interpreto
un
riesgo
al
juzgar
que
es
posible
que
use
la
información
de
manera
irresponsable,
generándome
posibles
consecuencias
negativas.
Por
tanto,
en
este
caso
“guardo
silencio”.
Estas
evaluaciones
muchas
veces
son
automáticas
y
pre-‐racionales,
es
decir,
que
antes
de
darme
cuenta
ya
estoy
actuando
a
partir
de
una
especie
de
“sensación”
que
me
produce
el
otro,
que
me
hace
imaginar
posibilidades
o
riesgos
en
la
relación
con
él.
Desde
el
punto
de
vista
de
la
gestión,
de
la
coordinación
y
del
trabajo
en
equipo,
es
crucial
poder
fundamentar
los
juicios
de
confianza
y
desconfianza,
con
el
propósito
de:
a) Ser
prudente
y
efectivo
al
momento
de
confiar,
reduciendo
o
anticipando
los
riesgos
que
estamos
asumiendo
cada
vez
que
confiamos
una
preocupación
o
inquietud
en
las
acciones
de
otros,
y.
b) No
ser
excesivamente
lento
y
conservador,
desconfiando
a
priori
de
las
acciones
de
otros,
dado
que
esto
nos
cierra
posibilidades
de
acción.
Este
estilo
característico
de
los
“desconfiados
crónicos”,
es
simplemente
fatal,
dado
que
como
personas
estamos
obligados
a
confiar
en
otros,
en
muchos
dominios
diferentes
de
nuestro
vivir.
Desde
que
nos
levantamos
por
la
mañana
estamos
confiando
ciertas
preocupaciones
básicas
en
otros:
confiamos
en
que
al
abrir
la
llave
saldrá
“agua
potable”
para
lavarnos;
confiamos
en
que
otros
respetarán
la
luz
roja;
que
la
gasolinera
tendrá
el
combustible
que
requiero
y
que
me
están
llenando
el
estanque
con
el
octanaje
señalado
por
la
máquina;
que
la
tarjeta
de
crédito
funcionará
en
acuerdo
a
las
condiciones
pactadas…
Por
otro
lado,
al
dejar
mis
hijos
en
el
colegio,
confío
su
educación
en
las
manos
del
profesor;
su
salud
en
el
médico…;
en
el
policía
que
me
protegerá
al
pedirle
ayuda…;
etc.
Esto
hace
de
la
confianza
un
fenómeno
constitutivo
de
la
vida
y
da
pertinencia
a
nuestro
interés
de
poder
contar
con
una
interpretación
útil,
que
nos
permita
contar
con
mayores
posibilidades
de
acción
efectiva
en
este
dominio.
La
confianza
como
juicio
o
evaluación
Como
todo
juicio
o
evaluación,
la
confianza
nunca
es
correcta
o
incorrecta,
verdadera
o
falsa;
pero
si,
puede
tener
o
carecer
de
un
fundamento.
Lo
relevante
del
juicio,
es
que
influye
de
manera
importante
en
mi
acción
al
definir
las
posibilidades
que
interpreto
me
genera
o
generará
el
otro.
Dado
que
“no
tenemos
una
bola
de
cristal”,
siempre
que
estamos
evaluando
o
juzgando
las
posibilidades
y/o
amenazas
que
el
otro
me
ofrece,
estamos
interpretando,
y
por
ello,
estamos
asumiendo
un
riesgo.
Lo
contrario
sería
negarnos
al
futuro
y
su
naturaleza
impredecible.
Aunque
en
ocasiones
es
imposible
evitar
hacer
juicios
de
confianza
automáticos,
intuitivos,
desde
el
punto
de
vista
de
la
gestión
es
crucial
poder
contar
con
la
competencia
para
hacer
juicios
de
confianza
fundamentados,
que
nos
puedan
orientar
en
al
momento
de
decidir
confiar
y/o
desconfiar,
y
nos
permitan
ir
generando
un
aprendizaje
en
torno
a
este
fenómeno.
Fundamentando
un
Juicio
Todo
juicio
es
una
percepción
subjetiva,
que
surge
de
lo
que
a
“mi
me
está
pasando”.
Por
ello
es
crucial
liberarse
de
la
fantasía
de
la
objetividad.
Esta
pretensión
de
objetividad
muchas
veces
es
la
principal
dificultad
que
nos
surge
para
observar
adecuadamente
este
fenómeno,
haciéndonos
más
torpes
y
más
ciegos
en
este
ámbito,
al
cerrarnos
a
la
posibilidad
de
escuchar
dado
que
entramos
en
el
juego
de
imponernos
la
“verdad”
y
asociado
a
esto,
nos
cierra
la
posibilidad
de
preguntarnos
por
los
fundamentos
de
los
juicios
propios
y
ajenos.
Los
elementos
constitutivos
de
todo
juicio
son:
a) Surgen
de
una
preocupación
o
inquietud.
Cada
vez
que
hago
un
juicio,
esta
evaluación
surge
de
cierta
inquietud
que
estoy
experimentando,
en
mi
permanente
preocupación
por
el
impacto
que
el
hecho
evaluado
producirá
en
mi
futuro.
Por
ejemplo,
escucho
la
noticia
de
la
crisis
del
mercado
inmobiliario
en
Estados
Unidos,
y
esto
inmediatamente
me
gatilla
un
juicio
negativo,
dado
que
anticipo
(interpreto)
consecuencias
negativa
para
la
economía
local
y
con
ello,
para
mi
propio
bolsillo.
b) Están
restringido
a
un
ámbito.
Un
juicio
no
es
un
dictamen
general,
está
restringido
a
cierto
ámbito
de
acción.
Por
ejemplo,
usted
puede
confiar
en
mí
en
el
ámbito
de
la
psicología
de
grupos;
pero
es
recomendable
que
desconfíe
de
mí
en
muchos
otros
dominios
diferentes:
en
las
finanzas,
en
la
física,
en
la
mecánica,
etc.
En
muchos
otros
dominios
en
los
cuales
no
puedo
hacer
una
promesa
responsable
de
generar
ciertos
resultados
específicos,
como
el
reparar
adecuadamente
un
motor,
diagnosticar
una
enfermedad,
etc.
Aquí
se
vuelve
relevante
que
usted
mismo
pueda
tener
una
interpretación
fundamentada
de
aquellos
ámbitos
donde
pide
confianza
a
sus
clientes
internos
y
externos;
y
aquellos
en
los
que
sabe
que
es
conveniente
que
su
cliente
desconfíe.
¿Se
da
cuenta
como
no
se
trata
de
una
cuestión
“moral”?
En
este
caso,
el
ser
cuidadoso
con
su
cliente,
requiere
entre
otros,
el
declararse
no
confiable
o
incompetente
en
ciertos
dominios.
Por
otra
parte,
como
líder
de
su
equipo
de
trabajo,
se
hace
necesario
que
usted
pueda
contar
con
un
juicio
fundamentado
respecto
a
aquellas
áreas
o
ámbitos
en
los
cuales
es
recomendable
confiar
y
en
los
cuales
desconfiar,
para
cada
uno
de
sus
colaboradores.
Por
ejemplo,
puede
existir
un
excelente
eléctrico,
que
es
muy
bueno
para
diagnosticar
una
falla;
pero
es
muy
poco
recomendable
en
el
trato
directo
con
los
clientes,
dado
su
estilo
informal
y
“malas
pulgas”.
c) Se
fundamenta
en
hechos
observables
del
pasado.
Estamos
hablando
esta
vez
de
la
facticidad,
ya
no
de
juicios
de
valor,
no
de
experiencias
subjetivas,
sino
de
aspectos
concretos,
observables,
medibles,
testeados,
que
usted
podría
probar
o
demostrar.
Por
ejemplo:
Juan
le
dice
a
su
colaborador:
“Tengo
el
juicio
de
que
no
eres
confiable
en
el
cumplimiento
de
compromisos
porque
tengo
tres
situaciones
en
las
que
no
cumpliste:
1)
Prometiste
llamarme
de
vuelta
el
martes
y
es
viernes
y
no
lo
haz
hecho;
2)
Prometiste
cambiarte
de
oficina;
3)
Prometiste
tener
listo
el
motor
del
D8
ayer”.
Son
hechos
que
fundamentan
un
juicio
de
desconfianza.
No
quiere
decir
que
la
persona
sea
intrínsecamente
no
confiable
en
este
ámbito.
Pero
permite
observar
desde
que
hechos
o
prácticas
concretas
el
otro
interpreta
un
futuro
comportamiento
negativo
en
este
ámbito.
d) Al
hacer
un
juicio,
tengo
un
estándar
o
patrón,
respecto
a
lo
que
esperaría
del
otro
en
una
situación
similar.
Siguiendo
con
el
ejemplo
anterior,
¿Qué
esperaría
Juan
de
la
persona
que
acaba
de
evaluar?
“Esperaría
que
cuando
no
puedes
cumplir
me
digas
que
no,
que
te
anticipes
y
evalúes
tu
capacidad
de
respuesta;
o
en
el
peor
de
los
casos,
que
renegocies
tus
compromisos
y
que
no
tenga
que
ser
yo
quien
te
los
reclame
cuando
ya
no
podemos
hacer
nada”.
Considerando
estos
elementos
podemos
desarrollar
o
perfeccionar
nuestra
capacidad
para
hacer
juicios
de
confianza
y
desconfianza
de
manera
fundamentada.
Con
ellos
estaremos
incrementando
nuestra
capacidad
para
diseñar
y
gestionar
nuestras
relaciones.
Si
usted
presta
atención,
tal
vez
coincida
conmigo
en
que
una
vez
que
se
sostiene
una
conversación
evaluativa
y
se
ha
fundamentado
adecuadamente
un
juicio,
queda
disponible
“a
la
mano”,
la
posibilidad
de
generar
una
acuerdo
que
permita
a
los
interlocutores
mejorar
el
futuro.
Claro,
esto
es
lo
crucial
de
una
conversación
evaluativa.
Lo
fundamental
aquí
no
es
quien
tiene
la
razón;
sino
qué
futuro
de
posibilidades
podemos
generar
a
partir
de
una
conversación
de
este
tipo,
que
se
haga
cargo
del
juicio
de
insatisfacción
o
desconfianza
expresado
por
mi
interlocutor.
No
podemos
descartar,
que
en
ciertas
condiciones
extremas,
la
acción
más
recomendable
es
dar
término
a
la
relación,
dado
que
alguna
de
las
partes
no
cuenta
con
la
disposición
para
buscar
una
mejora
o
simplemente
dada
la
desconfianza
generada,
no
cree
en
esta
posibilidad.
Tres
dimensiones
básicas
de
la
confianza
Por
otra
parte,
cuando
hago
un
juicio
de
confianza
lo
puedo
focalizar
en
tres
dimensiones
básicas:
a) La
sinceridad.
Estoy
evaluando
el
grado
de
coherencia
entre
la
conversación
pública
del
otro
(lo
que
me
dice)
y
su
conversación
privada
(aquello
que
piensa).
Por
ejemplo,
cuando
Juan
me
dice
que
sí
puede
tenerme
el
informe
el
día
miércoles
por
la
mañana;
no
está
pensando
algo
diferente:
“Cómo
me
enfermaré
justo
ese
día…”.
b) La
competencia.
Al
confiar
ciertas
acciones
en
el
otro,
tengo
el
juicio
implícito
o
explícito
de
que
el
otro
tiene
las
capacidades
y
los
conocimientos
para
realizar
dicha
acción,
con
los
estándares
acordados
previamente.
En
el
caso
de
una
persona
que
desempeña
un
rol
de
supervisión,
es
su
responsabilidad
tener
un
juicio
fundamentado
de
las
capacidades
de
su
colaborador
al
momento
de
solicitarle
una
acción
determinada.
Muchas
veces
estamos
insatisfecho
con
un
colaborador
producto
de
que
no
hemos
hecho
una
evaluación
fundamentada
de
sus
competencias
o
capacidades,
encargándole
tareas
cuya
realización
escapa
al
ámbito
de
su
buena
voluntad.
c) La
responsabilidad.
Se
refiere
a
la
capacidad
para
administrar
adecuadamente
los
compromisos
que
asumimos,
de
modo
de
cumplirlos
satisfactoriamente.
Nuevamente,
no
basta
con
la
buena
disposición
o
voluntad.
Requerimos
de
competencias
específicas
para
poder
cumplir
los
diversos
compromisos,
muchas
veces
simultáneos,
que
contraemos
cotidianamente.
Muchas
veces
hemos
escuchado
juicios
de
esta
naturaleza:
“Esta
persona
es
muy
competente;
pero
nunca
cumple
los
plazos”.
Este
juicio
reconoce
un
ámbito
de
confianza
referido
a
las
capacidades
de
la
persona
para
realizar
adecuadamente
lo
solicitado;
pero
al
mismo
tiempo
declara
la
desconfianza
en
la
capacidad
para
cumplir
los
tiempos
prometidos.
Confianza
y
efectividad
Cuando
confío
en
que
mi
interlocutor
realizará
una
acción
acordada
previamente,
se
hace
relevante
nuestra
capacidad
para
pedir
con
precisión,
explicitando
adecuadamente
las
condiciones
y
plazos
de
la
acción
convenida,
asegurándome
que
mi
interlocutor
escucha
lo
mismo
que
yo
le
estoy
solicitando,
que
entiende
el
propósito
de
la
solicitud,
la
preocupación
que
está
en
juego.
La
desconfianza
que
tengo
en
un
colaborador
puede
originarse
en
una
mala
práctica
de
pedir
y/o
en
una
escasa
capacidad
para
hablar
al
otro
de
las
preocupaciones
que
dan
sentido
a
lo
solicitado.
La
capacidad
para
hacer
seguimiento
a
los
compromisos,
es
fundamental
como
herramienta
de
cultivo
de
confianza.
No
debiera
dar
lo
mismo
cumplir
o
no
a
tiempo.
La
práctica
de
seguimiento
es
fundamental
en
la
tarea
de
generar
una
cultura
de
“integridad
comunicacional”,
como
base
de
la
confianza
recíproca.
Lo
mismo
ocurre
en
el
sentido
inverso,
en
la
responsabilidad
con
que
se
pide.
Muchas
veces
el
jefe
hace
un
pedido
urgente
a
su
colaborador;
sin
embargo
el
informe
queda
sobre
el
escritorio
sin
ser
revisado.
Es
fácil
imaginar
las
consecuencias
de
un
comportamiento
recurrente
de
este
tipo.
El
cultivo
de
la
confianza
Si
pensamos
que
la
confianza
es
una
cualidad
que
se
da
en
las
relaciones,
dado
que
cuando
existe
se
hace
más
rápida,
satisfactoria
y
efectiva
la
coordinación,
el
cultivo
de
esta
cualidad
se
transforma
en
un
propósito
al
interior
de
los
equipos
que
tienen
la
ambición
de
generar
altos
estándares
de
desempeño.
En
esta
tarea
surgen
dos
competencias
fundamentales:
a)
La
capacidad
para
poner
en
dialogo
las
insatisfacciones
y
desconfianzas
que
son
consustanciales
a
toda
relación
interpersonal
y
grupal.
Este
diálogo
requiere
de
las
siguientes
condiciones
básicas:
i.
El
cuidado
del
vínculo,
generando
una
instancia
adecuada,
en
el
tiempo
oportuno
y
el
lugar
físico
adecuado.
ii.
Hablar
en
1ª
persona,
“cara
a
cara”,
desde
lo
que
“yo
pienso
y
percibo”.
Muy
distinto
a
hablar
desde
la
pretensión
de
la
objetividad.
La
verdad
o
falsedad
pertenece
al
mundo
de
los
hechos
o
las
afirmaciones,
que
es
útil
en
este
caso
sólo
al
momento
de
fundamentar
mi
evaluación.
b)
La
capacidad
para
generar
acuerdos
que
mejoren
el
futuro
de
posibilidades,
y
se
hagan
cargo
de
la
desconfianza
y/o
insatisfacción
previa.
Esto
se
facilita
de
manera
significativa,
si
las
personas
involucradas
son
capaces
de
generar
el
dialogo
previo.
c)
La
Gradualidad
en
el
cultivo
de
la
confianza.
Una
práctica
muy
básica
en
todo
aprendizaje
y
desarrollo
es
la
noción
de
progreso
gradual,
que
se
refiere
en
términos
muy
generales
a
la
siguiente
práctica:
Le
encargo
una
tarea
de
complejidad
1,
evalúo
los
resultados,
de
ser
insatisfactorios
le
puedo
dar
una
nueva
oportunidad.
Una
vez
que
es
satisfactorio
el
resultado,
le
encargo
una
tarea
de
complejidad
2.
Hago
las
evaluaciones,
aseguro
las
correcciones
con
un
nuevo
encargo
de
este
nivel
2;
hasta
que
sea
prudente
pasar
al
nivel
de
complejidad
siguiente.
La
velocidad
y
gradualidad
del
aprendizaje
será
particular
a
cada
caso,
tanto
en
relación
a
la
particularidad
de
las
personas
en
interacción,
como
la
situación
específica.
Este
conjunto
de
prácticas
apuntan
a
un
solo
propósito:
incrementar
la
capacidad
para
generar
integridad
comunicacional.
Si
se
cumple
la
palabra
empeñada
y
se
posee
la
capacidad
para
conversar
las
dificultades,
de
manera
recurrente
y
con
creciente
niveles
de
sinceridad
y
escucha,
la
confianza
tiene
un
espacio
fértil
para
su
cultivo.
Gestionando
la
Confianza
Sistemas
de
control
y
seguimiento
de
indicadores
Parte
de
los
compromisos
fundamentales
de
los
ejecutivos
de
una
empresa
u
organización
es
la
gestión
responsable
de
sus
recursos,
dando
cumplimiento
a
la
promesa
implícita
o
explicita
que
tienen
con
los
accionistas
de
usar
los
recursos
en
aquello
para
lo
cual
fueron
destinados,
por
ejemplo,
en
el
presupuesto.
En
este
ámbito,
nuevamente
es
insuficiente
e
irresponsable
basarse
sólo
en
una
declaración
de
principios
o
en
la
buena
voluntad.
Por
el
contrario,
es
necesario
contar
con
procesos
de
trabajo,
que
definan
prácticas
estándares
y
seguimiento
recurrente
de
indicadores,
que
permitan
fundamentar
la
confianza
depositada
en
cada
una
de
las
personas
que
forman
parte
de
la
cadena
de
coordinaciones
y
asegure
la
promesa
de
generación
de
valor
que
está
considerada
en
cada
parte
del
proceso.
En
este
ámbito
tengo
la
opinión
de
que
es
preciso
hacerse
cargo
de
nuestra
disposición
cultural,
en
la
que
de
carecerse
de
procesos
de
control,
un
número
significativo
de
personas
está
disponible
para
apropiarse
indebidamente
de
un
bien,
casi
de
manera
automática,
sin
evaluar
sus
implicancias.
Por
ejemplo,
una
organización
que
carece
de
logística
inversa
y
procesos
adecuados
de
codificación,
está
facilitando
la
posibilidad
de
que
distintos
repuestos
o
componentes
tengan
un
destino
diferente
para
el
que
fueron
adquiridos.
Incentivos
y
Variables
Higiénicas
Otra
herramienta
que
puede
facilitar
los
comportamientos
adecuados
es
el
uso
de
incentivos
bien
concebidos
que
premien
y/o
destaquen
las
buenas
prácticas.
Qué
se
hagan
cargo
de
premiar
y
reconocer
por
ejemplo,
un
ahorro
producido
por
una
buena
negociación,
la
declaración
y
reconocimiento
de
un
error.
El
psicólogo
americano
Karl
E.
Weick
en
su
articulo
sobre
organizacional
altamente
confiables
destaca
un
ejemplo
que
da
cuenta
de
aquello
que
las
organizaciones
pueden
hacer
para
alentar
a
sus
miembros
a
reconocer
los
errores
como
extraordinaria
posibilidad
de
mejora.
Se
trata
de
una
anécdota
sobre
el
gran
científico
alemán
Wernher
von
Braun.
Cuando
un
misil
Redstone
perdió
el
control
durante
una
prueba,
Von
Braun
envió
una
botella
de
champán
a
un
ingeniero
que
confesó
que
pudo
haber
causado,
sin
querer,
un
cortocircuito
en
el
misil:
una
investigación
había
revelado
que
el
ingeniero
estaba
el
lo
cierto,
con
lo
que
se
evitaron
costosos
rediseños
del
cohete.
En
este
ámbito
es
recomendable
hacer
uso
de
prácticas
que
pudiendo
ser
simples,
son
capaces
de
dar
señales
“potentes”
respecto
al
comportamiento
esperado
en
la
organización.
De
manera
contraria,
es
pertinente
corregir
la
omisiones,
considerando
que
el
no
realizar
ciertas
acciones,
como
no
despedir
a
una
persona
que
ha
generado
una
práctica
inaceptable
(conduciendo
bajo
la
influencia
del
alcohol,
hurtando
un
bien
o
falseando
una
información
relevante),
da
una
potente
señal
respecto
a
aquello
que
la
organización
esta
dispuesta
a
tolerar,
aunque
no
se
tenga
dicho
propósito.
Por
otra
parte,
volviendo
a
los
incentivos,
es
necesario
estudiar
de
manera
recurrente
el
efecto
concreto
que
están
produciendo
en
la
organización,
dado
que
todo
incentivo
tiene
la
capacidad
potencial
de
generar
un
efecto
“perverso”.
Por
ejemplo,
si
damos
incentivos
por
el
logro
de
metas
de
seguridad,
estamos
incentivando
el
ocultamiento
de
los
accidentes;
si
damos
incentivos
por
un
buen
desempeño,
estamos
incentivando
el
ocultamiento
de
las
ineficiencias
o
errores,
si
pagamos
horas
extras
estamos
premiando
que
la
gente
no
haga
su
trabajo
en
las
horas
destinadas
para
ello.
En
un
nivel
muchísimo
más
básico,
es
altamente
recomendable
gestionar
de
manera
adecuada
los
“factores
higiénicas”.
Recordemos
que
dentro
de
estos
factores
se
consideran
aspectos
como
el
salario,
el
tipo
de
dirección
o
supervisión
que
las
personas
reciben
de
sus
superiores,
las
condiciones
físicas
y
ambientales
de
trabajo,
las
políticas
y
directrices
de
la
empresa,
el
clima
de
relaciones
entre
la
empresa
y
las
personas
que
en
ella
trabajan,
los
reglamentos
internos,
el
estatus
y
el
prestigio,
y
la
seguridad.
Estos
factores
cuando
son
bien
manejados
generan
un
clima
básico
de
armonía,
que
si
bien
no
“motivan”,
son
la
base
para
un
buen
desempeño.
Por
el
contrario,
cuando
son
mal
gestionados
al
interior
de
una
empresa,
generan
insatisfacción,
confusión
y
en
el
caso
más
extremo,
producen
resentimiento,
la
disposición
más
opuesta
a
la
colaboración
y
la
confianza.
Por
ejemplo,
si
un
trabajador
al
momento
de
recibir
su
liquidación
de
sueldo
no
sabe
porque
se
le
pago
la
cantidad
señalada,
es
altamente
probable
que
se
le
genere
la
interpretación
de
que
se
le
está
perjudicando
injustamente.
Desde
esta
interpretación,
el
trabajador
buscará
la
oportunidad
para
“resarcirse”
de
dicha
percepción
de
injusticia.
Lo
mismo
ocurrirá
si
recibe
un
mal
trato
reiterado
en
el
que
la
persona
experimenta
la
emoción
de
“degradación
o
pérdida
de
dignidad”.
El
resentimiento
como
disposición
es
una
significativa
fuente
de
“venganza”,
que
es
lo
más
contrario
a
la
confianza
y
la
colaboración.
Por
ello,
la
gestión
adecuada
de
las
variables
higiénicas
constituye
una
condición
previa
al
cultivo
de
la
confianza.
Diseño
de
procesos
Muchas
desconfianzas
y/o
insatisfacciones
recíprocas
surgen
del
incumplimiento
de
promesas
entre
personas
de
una
misma
área
o
de
áreas
diferentes.
Este
reiterado
incumplimiento
es
señal
de
que
se
requiere
de
un
urgente
rediseño
de
las
coordinaciones
involucradas
en
los
compromisos
incumplidos,
que
están
generando
“tensión”
recurrentemente,
más
que
el
valor
para
lo
cual
fueron
generados.
Por
ejemplo,
si
no
cuento
con
un
adecuado
proceso
de
diagnóstico
de
las
maquinas
en
reparación,
permanentemente
estaré
corriendo
el
riesgo
de
incumplimiento,
al
aparecer
nuevos
problemas
durante
la
ejecución
de
la
reparación.
Desde
una
interpretación
moralista
o
psicológica
reduccionista,
encararemos
la
desconfianza
e
insatisfacción
sólo
desde
una
perspectiva
de
las
personas
en
relación;
sin
embargo,
esto
generará
nuevas
confusiones
y
frustraciones,
dado
que
la
solución
al
problema
de
incumplimiento
se
origina
en
un
déficit
a
nivel
de
las
prácticas
y
sistemas
de
trabajo.
Es
allí
donde
la
organización
requiere
desarrollar
destrezas
de
diseño
e
implementación
de
mejoras.
La
utilización
del
“Mapa
de
procesos
de
Compromiso”
es
una
herramienta
útil
en
el
diseño
de
las
coordinaciones
involucradas.
Considera
las
siguientes
4
etapas
básicas:
i.
La
primera
etapa
de
preparación
involucra
todas
las
acciones
y
procesos
que
el
interlocutor
debe
realizar
a
fin
de
preparar
su
oferta
o
pedido.
Por
ejemplo,
antes
que
el
equipo
llegue
al
taller,
la
recopilación
de
antecedentes
pertinente,
la
especificación
de
la
falla
o
la
adecuada
tipificación
de
esta
a
fin
de
facilitar
el
diagnóstico.
ii.
La
etapa
de
negociación
implica
un
diálogo
sincero
entre
las
partes
que
permita
acordar
las
condiciones
y
plazos
bajo
las
cuales
la
persona
que
solicita
(cliente)
se
declarará
satisfecha.
Una
adecuada
negociación
facilita
la
coordinación
y
satisfacción
del
cliente
(interno
o
externo).
El
voluntarismo,
tanto
del
cliente
como
del
proveedor
suelen
ser
uno
de
los
“enemigos”
en
esta
fase.
El
proveedor
cede
a
la
urgencia
que
le
presenta
el
cliente,
sin
evaluar
adecuadamente
sus
capacidades
para
generar
la
acción
solicitada
en
los
plazos
requeridos
con
este.
Esta
es
una
de
las
principales
fuentes
de
desconfianza
e
insatisfacción.
iii.
La
tercera
etapa
que
surge,
una
vez
generado
el
acuerdo
con
que
culmina
la
negociación,
es
la
derealización,
en
la
que
corresponde
“hacer
pasar”
la
acción
acordada.
En
ocasiones,
al
momento
de
realizar
el
trabajo
prometido,
aparecen
inconvenientes
o
nuevas
condiciones
no
consideradas
previamente.
Es
el
momento
inmediato
para
renegociar
el
compromiso.
La
mala
práctica
aquí
suele
ser
el
esperar
el
término
del
plazo
para
dar
explicaciones.
¡Excelente
mecanismo
para
cultivar
desconfianza!
iv.
La
etapa
final
tiene
que
ver
con
el
Aseguramiento
de
la
Satisfacción,
donde
se
genera
una
conversación
evaluativa,
en
la
que
el
cliente
nos
dice
aquello
con
lo
que
está
satisfecho
y
lo
que
espera
que
sea
mejorado
en
el
futuro.
Esta
retroalimentación
es
la
clave
de
la
mejora
y
del
cultivo
de
una
confianza
creciente.
He
querido
mostrarles
una
visión
“pragmática”
del
fenómeno
de
la
confianza,
en
el
sentido
de
poner
el
énfasis
en
las
prácticas
que
podemos
observar
y
ejercitar
a
fin
de
gestionar
este
fenómeno
constitutivo
de
la
vida
con
mayor
efectividad,
tanto
al
momento
de
encarar
la
desconfianza,
de
evaluarla
y
generar
acuerdos
para
generar
un
mejor
futuro.
Nuestra
capacidad
de
acción
en
el
mundo
está
sustentada,
de
manera
muy
relevante,
en
nuestra
capacidad
de
colaboración
efectiva,
junto
a
otros.
La
confianza,
la
credibilidad,
la
integridad
comunicacional,
son
la
base
de
esta
acción
colaborativa.
Seguir
cultivando
nuestra
sensibilidad,
distinciones
y
capacidad
de
acción
en
este
ámbito
es
crucial
para
el
desarrollo
de
nuestro
liderazgo.
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