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Noé, un hombre que le creyó a Dios cuando lo mando a hacer un arca, aun cuando lo llamaron

loco a el no le importo y por obedecer a Dios se salvó el y su familia

Noé tenía 600 años cuando se produjo la inundación, que pasó 70 años construyendo el Arca y
que 6,744 animales pertenecientes a 1,398 especies estaban en el barco. 

Nehemías atrevido
Nehemías fue verdaderamente un gran líder mientras enfrentaba todo tipo de obstáculos
mientras reconstruía los muros de Jerusalén. En primer lugar, era el copero del rey
Artajerjes, que era un alto cargo de autoridad. Aunque tenía miedo de aparecer triste ante el
rey porque esto podría significar una muerte segura, buscó ayuda para reconstruir los muros
de Jerusalén. Al hacerlo, arriesgó su vida. Los grandes líderes deben tener valor y no tener
miedo de lo que otros piensan o lo que otros podrían hacer. Se enfrentó a la oposición de
las naciones que lo rodeaban y de su propia nación, ¡pero aún así logró reconstruir
Jerusalén en cincuenta y dos días!

Los doce espías regresaron de reconocer la tierra de Canaán para dar cuenta a Moisés y al
pueblo de Israel. El pueblo estaba muy entusiasmado. Dios mismo los había guiado fuera
de Egipto, y por fin había llegado la hora de la verdad. Cuarenta días pasaron desde que
Moisés envió a los espías, con instrucciones claras de averiguar lo mayor posible antes que
los israelitas entraran en la tierra y la tomaran como propia. Sus palabras de despedida
fueron: “¡Y esforzaos, y tomad del fruto del país!” (Lee Números 13 y 14.)

¡Y los espías regresaron, cargando una variedad de uva tan grande que entre dos hombres
tenían que cargarla! “Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente
fluye leche y miel; y este es el fruto de ella.” Con emoción la gente se reunió alrededor de
ellos para ver con sus propios ojos. Todos querían una parte de los frutos.

La tierra prometida
Los frutos de esta tierra son las virtudes y bendiciones que recibimos: el amor, el gozo, la
paciencia, la bondad y la paz. ¿Quién no quisiera tener estos frutos?

En el nuevo pacto también se nos dice que debemos tomar nuestra tierra prometida. Como
cristianos hemos recibido las más grandes y preciosas promesas: Terminar con el pecado y
ser partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1:3-4). Los frutos de esta tierra son las
virtudes y bendiciones que recibimos: el amor, el gozo, la paciencia, la bondad y la paz.
¿Quién no quisiera tener estos frutos?

Pero el gozo de los israelitas no duró mucho. Los espías también habían encontrado los
habitantes de la tierra: gente fuerte, viviendo en ciudades fortificadas. Su informe fue
deprimente: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus
moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. …
y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.”
El pueblo de Israel cayó en la desesperación y lloró toda la noche. ¿Todos sus sueños
terminaban con esto? ¿Realmente habían padecido tantas adversidades, sólo para ser
frustrados en el portal de la tierra prometida?

¿Tienes fe?
A menudo puede suceder también en nuestra vida. Renunciamos a nuestra vieja vida para
seguir a Jesús, con grandes esperanzas de una vida mejor. Entonces aparece nuestro
enemigo, el pecado en nuestra naturaleza, grande y amenazante, aparentemente imposible
de vencer. Comenzamos a sentir que cuesta demasiado ser cristiano; que es mucho trabajo.
¿Por qué Dios no nos ayuda?

Dios no puede ayudar a los que no quieren tener fe. Tiene demasiado respeto por la libre
voluntad que nos ha dado. De hecho, sin fe es imposible agradar a Dios. Por otro lado, Él
recompensa ricamente a los que le buscan. (Hebreos 11:6)

Josué y Caleb, dos de los espías, se pronunciaron. “Si Jehová se agradare de nosotros, él
nos llevará a esta tierra, y nos la entregará… Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni
temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha
apartado de ellos, y con nosotros está Jehová.”

Uno habría pensado que el pueblo se llenó de coraje y recordó las promesas que Dios les
había dado y los milagros que había realizado. Pero no. Por el contrario, por causa de su
incredulidad cuando se encontraron con la adversidad, hubieron preferido apedrear a estos
hombres de fe en lugar de asumir una batalla y luchar por la tierra prometida.

Tener fe es una elección


Entonces Dios intervino. Al no tener fe en Él, el pueblo de Israel negó prácticamente el
poder y la gloria de Dios. Su justa ira se encendió contra ellos, y juró que ninguno sobre 20
años entraría en la tierra, sin embargo todos perecerían en el desierto.

La fe significa ser obediente, incluso cuando no podemos ver los resultados. La fe significa
acción. La fe da resultados.

Con dos excepciones: “Pero a mí siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y
decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en
posesión… Vosotros a la verdad no entraréis en la tierra, por la cual alcé mi mano y juré
que os haría habitar en ella; exceptuando a Caleb hijo de Jefone, y a Josué hijo de Nun.”

Ellos tenían otro espíritu – el espíritu de la fe. La fe no significa mirar las cosas que se ven,
sino creer que Dios es Todopoderoso. La fe significa ser obediente, incluso cuando no
podemos ver los resultados. La fe significa acción. La fe da resultados.
Dios quiere que elijamos tener fe, y elijamos obedecer. Él quiere que sacrifiquemos algo.
Dios estaba con Josué y los israelitas, pero tenían que demostrar que era algo que realmente
querían. En la conquista de Canaán después de la caída de Jericó, ninguna ciudad fue
tomada sin lucha.

Degustar de los frutos


En este mismo espíritu de la fe luchamos nuestra propia batalla contra el pecado en nuestra
naturaleza. Debemos renunciar a nuestra propia voluntad y los deseos pecaminosos. Él nos
da la fuerza cuando le buscamos en fe, y cuando vencemos toda la gloria es para Él.

Nada podemos tomar sin lucha, pero cuando luchamos no hay nada que no podamos tomar.
Uno por uno caerán los enemigos ante nosotros. Y con esto hacemos algo más que ver “los
frutos de la tierra” desde lejos. El amor, la alegría, la paz, y todas las virtudes – las
sostendremos en nuestra mano y las degustaremos. La tierra prometida es nuestra.

Moises, un hombre tartamudo o falto de palabra que fue capaz con la ayuda de Dios
libertar a un pueblo que estuvo cautivo durante 40 años

El Moisés manso
Se decía que Moisés era el hombre más manso de la tierra, como dice en Números 12,3
«Moisés era muy manso, más que todo el pueblo que estaba sobre la faz de la tierra». La
mansedumbre o humildad es una necesidad para ser un líder y Moisés ciertamente lo fue.
Fue entrenado en la corte del Faraón y tenía la mejor educación disponible en la tierra en
ese tiempo. Incluso después de asesinar a un egipcio que estaba abusando de un esclavo
israelita, Dios no iba a cambiar de opinión sobre él. En el incidente de la zarza ardiente,
Dios escogió a Moisés como Su instrumento para sacar a Israel de Egipto y fue uno de los
líderes bíblicos más grandes de todos (Ex 3).

Débora fue la única mujer Juez que Israel tuvo, pero pudo haber sido una de las más valientes.
Durante el tiempo de los Jueces, cuando cada uno hacía lo que era correcto a sus propios ojos
(Jueces 17:6, 21:27), Débora se puso de cabeza y hombros por encima de todos los demás. Israel
fue oprimido por Jabin y sus ejércitos durante 20 años y parecía invencible.

DÉBORA mira a los soldados reunidos en la cima del monte Tabor. Se siente conmovida al
verlos. Con los primeros rayos del Sol, piensa en la valentía de esos hombres y en la fe de
su comandante, Barac. Aunque son un ejército grande de 10.000 soldados, todos verán
puesta a prueba su fe y valor. Tienen muy pocas armas y están por enfrentarse a un
enemigo sanguinario que los supera en número. Pero aquí están, listos para la batalla, y
gracias al valor de una mujer.
Imagínese a Débora en la cima del monte Tabor, sus vestidos mecidos por la brisa,
contemplando junto a Barac un paisaje imponente. Desde la plana cima de esta montaña, a
más de 400 metros (1.300 pies) de altura, tienen una vista estratégica de la llanura de
Esdrelón, o Jezreel, que se extiende hacia el suroeste. El río Cisón se abre camino por el
verde valle para desembocar en el mar Grande, pasando cerca del monte Carmelo en su
recorrido. Quizás el río estaba seco aquella mañana; sin embargo, algo brillaba en la
planicie. ¿Qué era? El ejército de Sísara se estaba acercando. Y lo que destellaba era una
poderosa arma que lo llenaba de orgullo: 900 carros equipados con afiladas cuchillas de
hierro que les salían de los ejes, una visión que no auguraba nada bueno. ¡Sísara pretendía
eliminar a aquellos israelitas apenas armados como si de cortar hierba se tratara!

Débora sabía que Barac y sus hombres estaban a la espera de que les diera alguna orden o
les hiciera alguna señal. ¿Cómo habrá sido para ella ser la única mujer presente y tener una
responsabilidad tan grande sobre sus hombros? ¿Se habrá preguntado qué hacía allí? ¡Claro
que no! El propio Jehová, su Dios, fue quien le dijo a ella que iniciara esta guerra. También
fue él quien le dijo que la guerra acabaría por “mano de una mujer” (Jueces 4:9). ¿Qué nos
enseña sobre la fe la historia de Débora y aquellos valientes guerreros?

“TIENES QUE DESPLEGARTE SOBRE EL MONTE


TABOR”
La primera vez que se menciona a Débora en la Biblia, se dice que es una profetisa.
Aunque no es un título común en la Biblia, Débora no fue la única. * Además, esta fiel
mujer también actuaba de jueza, zanjando disputas y dando las respuestas de Jehová cuando
surgían problemas en la nación (Jueces 4:4, 5).

Débora vivía en la región montañosa de Efraín, entre Betel y Ramá. Tenía la costumbre de
sentarse debajo de una palmera para recibir a las personas y ayudarlas con la guía de
Jehová. Sin duda, la tarea era difícil, pero a ella no la intimidaba. Además, la situación era
preocupante. En una canción que más adelante compuso con Barac, declaró la razón al
decir: “Ellos procedieron a escoger dioses nuevos. Fue entonces cuando hubo guerra”
(Jueces 5:8). En vista de que los israelitas le habían dado la espalda a Jehová para servir a
otros dioses, él los había abandonado en manos de sus enemigos. Ahora estaban bajo el
dominio del rey cananeo Jabín, quien tenía al frente de su ejército al temible general Sísara.

Los israelitas temblaban con solo oír el nombre  de Sísara. La religión y la cultura de
Canaán se caracterizaban por su terrible crueldad. De hecho, el sacrificio de niños y la
prostitución en los templos eran prácticas habituales. ¿Se imagina lo que sería estar bajo el
dominio de un general cananeo y de todo su ejército? Según el canto de Débora, viajar por
la nación era casi imposible y las aldeas estaban deshabitadas (Jueces 5:6, 7). Seguramente,
la gente vivía aterrorizada y tenía que esconderse en los bosques y las colinas, sin poder
cultivar sus campos ni andar por los caminos por temor a ser atacados, a que secuestraran a
sus hijos o a que violaran a sus mujeres. *

Los israelitas estuvieron veinte años bajo esta cruel dominación, hasta que Jehová vio que
su terco pueblo había cambiado de actitud. O como dice la canción de Débora y Barac:
“Hasta que yo, Débora, me levanté, hasta que me levanté como madre en Israel”. Débora
estaba casada con un hombre llamado Lapidot. Aunque no se sabe si tenían hijos, ella fue
“madre en Israel” en el sentido de que Jehová la escogió para que cuidara de la nación
como una madre. Le encargó que mandara llamar a un hombre fiel y valiente, el juez Barac,
para que se enfrentara a Sísara (Jueces 4:3, 6, 7; 5:7).

Débora animó a Barac a actuar como libertador del pueblo de Dios

Mediante Débora, Jehová le comisionó a Barac que juntara en el monte Tabor a 10.000
hombres de dos tribus de Israel. Débora le transmitió la promesa de Dios de que vencerían
a Sísara, a su ejército y a sus 900 carros de guerra. Esta promesa habrá sorprendido a Barac,
dado que Israel no tenía un ejército y contaba con muy pocas armas. Aun así, Barac estuvo
dispuesto a pelear. Pero con una condición: que Débora subiera con ellos al monte Tabor
(Jueces 4:6-8; 5:6-8).

Algunos opinan que Barac tenía poca fe y que por eso hizo esa petición, pero eso no es
cierto. A fin de cuentas, no le pidió a Dios más armas; sino que un representante suyo fuera
con él y sus hombres para darles ánimo (Hebreos 11:32, 33). Jehová estuvo de acuerdo y
permitió que Débora los acompañara. De todos modos, hizo que ella profetizara que el
mérito de la victoria se lo llevaría una mujer (Jueces 4:9). Dios había decidido que una
mujer mataría al cruel Sísara.

En la actualidad, las mujeres son víctimas de muchas injusticias, actos de violencia y
abusos. Pocas veces se las trata con la dignidad que Dios quiere que reciban. Pero él valora
por igual a hombres y  mujeres, y todos pueden recibir su aprobación (Romanos 2:11;
Gálatas 3:28). El caso de Débora nos recuerda que Dios también honra a las mujeres al
encargarles tareas importantes, demostrando que confía en ellas. Por eso es fundamental
que no adoptemos los prejuicios que abundan en este mundo.

“LA TIERRA SE MECIÓ, LOS CIELOS TAMBIÉN


GOTEARON”
Barac puso manos a la obra y reclutó 10.000 hombres que tuvieran el valor de enfrentarse a
las aterradoras fuerzas de Sísara. Sin duda, al dirigirse al monte Tabor, le tranquilizaba
tener a su lado a alguien que les infundiera ánimo. “Débora fue subiendo con él.” (Jueces
4:10.) Para aquellos soldados habrá sido muy motivador ver que esta valiente mujer subía
con ellos, dispuesta a arriesgar su vida por amor a Jehová.

Sísara reaccionó de inmediato cuando se enteró de que Israel había juntado a un ejército
para luchar contra él. Varios reyes cananeos enviaron sus ejércitos para apoyar a las fuerzas
del rey Jabín, que al parecer era el más poderoso de todos ellos. El avance de las tropas y
los 900 carros hacía un ruido ensordecedor, y la tierra temblaba bajo su paso. Los cananeos
estaban seguros de que acabarían rápidamente con el lastimoso ejército israelita (Jueces
4:12, 13; 5:19).

¿Qué harían Barac y Débora? Si se quedaban en las laderas del Tabor, tendrían ventaja
sobre las fuerzas cananeas, ya que los carros solo funcionaban en terreno plano. Pero Barac
pelearía únicamente como Jehová le indicara, así que esperó las instrucciones de Débora.
Por fin, el momento llegó. “Levántate —le dijo Débora —, porque este es el día en que
Jehová ciertamente dará a Sísara en tu mano. ¿No es Jehová quien ha salido delante de ti?”
Y eso hizo Barac. Descendió del monte Tabor con sus 10.000 hombres (Jueces 4:14). *

Las tropas de Israel se lanzaron colina abajo y llegaron a campo abierto, a la planicie,
dirigiéndose directamente a aquellas temibles máquinas de guerra. ¿Los ayudaría Jehová?
¿Saldría delante de ellos, como había dicho Débora? La respuesta no se hizo esperar: “La
tierra se meció, los cielos también gotearon”, dice el relato. El orgulloso ejército de Sísara
se desconcertó cuando les cayó encima un tremendo aguacero. Parece que llovió tanto que
el terreno enseguida se inundó. De un momento a otro, los pesados carros quedaron
inservibles. Se hundieron en el fango y no había manera de sacarlos de allí (Jueces 4:14, 15;
5:4).

A Barac y sus hombres no les importó la lluvia. Sabían que Jehová la había enviado. Así
que empezaron a atacar a los soldados cananeos. En su función de ejecutores divinos,
no dejaron ni a un enemigo con vida. El río Cisón creció e inundó el valle, arrastrando los
cadáveres río abajo, hacia el mar Grande (Jueces 4:16; 5:21).

Tal como predijo Débora, Jehová luchó por su pueblo y derrotó al ejército de Sísara

En nuestro tiempo, Jehová ya no envía a sus siervos a ninguna guerra. Pero sí quiere que
peleemos por nuestra fe en una guerra espiritual (Mateo 26:52; 2 Corintios 10:4).
Al obedecer a Dios demostramos de qué lado estamos en esa lucha. Debemos ser valientes
porque los enemigos de Dios pueden llegar a ser muy crueles. Sin embargo, Jehová sigue
siendo el mismo y protegiendo a quienes confían en él, como Débora, Barac y los valientes
soldados israelitas.

“MUY BENDITA ENTRE LAS MUJERES”


Pero... ¡uno de los enemigos, el peor, ha escapado! Sísara, que tanto dolor causó al pueblo
de Dios, salió corriendo. Abandonando a sus hombres en el lodo, se escurrió entre los
soldados israelitas hacia terreno más firme. Corrió muchos kilómetros para refugiarse con
alguno de sus aliados. Aterrorizado ante la posibilidad de que los israelitas dieran con él, se
dirigió al campamento de Héber, un quenita que se había separado de su gente para
establecerse más al sur y que tenía un acuerdo de paz con el rey Jabín (Jueces 4:11, 17).

Sísara llegó agotado al campamento de Héber, que no estaba en casa; pero Jael, la esposa,
lo recibió. Sísara habrá dado por sentado que ella respetaría  el acuerdo de su esposo con el
rey Jabín. Probablemente ni se le pasó por la cabeza la idea de que una mujer tuviera una
opinión diferente a la de su esposo. ¡Qué equivocado estaba! Sin duda, Jael conocía la
maldad de los cananeos y cómo oprimían a la gente. Así que tuvo que tomar una decisión:
podía ayudar a este hombre cruel o podía ponerse del lado de Jehová y acabar con el
enemigo del pueblo de Dios. Pero ¿cómo podría una mujer derrotar a un fuerte y curtido
guerrero?

Jael no tenía tiempo que perder, así que invitó a Sísara a entrar en su tienda. Él le mandó
que no dijera a nadie que se había escondido allí si alguien preguntaba por él. Entonces,
Sísara se acostó a descansar, y Jael lo cubrió con una manta. Cuando él le pidió agua, ella le
sirvió leche tibia. El hombre no tardó en quedarse profundamente dormido. En eso, Jael
agarró una estaca y un martillo, dos objetos que, como toda mujer nómada, sabía usar muy
bien. Se acercó despacio a él para hacer algo que requirió mucho valor: acabar con ese
enemigo de Jehová. Si tan solo hubiera dudado un instante, habría fracasado. ¿Actuó
pensando en el pueblo de Dios, que por tantos años había sufrido la crueldad de este
hombre? ¿O lo hizo por el privilegio de ponerse de parte de Jehová? La Biblia no lo dice.
Solo sabemos que ejecutó a Sísara en un momento (Jueces 4:18-21; 5:24-27).

Poco después llegó Barac persiguiendo a su enemigo. Cuando Jael le mostró el cuerpo con
la estaca clavada en las sienes, enseguida se dio cuenta de que la profecía de Débora se
había cumplido. ¡Una mujer había derrotado al poderoso Sísara! Muchos escépticos de
nuestro tiempo han criticado a Jael, pero para Barac y Débora, lo que ella hizo fue muy
loable. En la canción que compusieron bajo la guía divina, la llaman “muy bendita entre las
mujeres” por su valentía (Jueces 4:22; 5:24). Evidentemente, Débora no envidió la honra
que Jael recibió, pues para ella lo más importante era que se cumpliera la palabra de
Jehová.

Con la muerte de su general, el rey Jabín perdió su poder. ¡Por fin había acabado la tiranía
cananea! Israel disfrutó de paz por los siguientes cuarenta años (Jueces 4:24; 5:31). No hay
duda de que la fe de Débora, Barac y Jael fue recompensada. Como Débora, seamos
valientes, pongámonos de parte de Dios y animemos a otros a hacer lo mismo. Si así lo
hacemos, con la ayuda de Jehová venceremos y disfrutaremos de paz por la eternidad.

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