Está en la página 1de 23

Universidad Nacional de Tucumán - Facultad de Filosofía y Letras

Maestría en Ciencias Sociales


Trabajo Final para el Seminario:
Transformaciones Políticas en la Argentina. La Transición del Siglo XIX al XX
A cargo de la Dra. Hilda Sábato (UBA)

Maestrando: Lic. Daniel Enrique Yépez

1879. La Hoguera de las Vanidades: Los Entretelones


Políticos Alrededor de la Candidatura de Roca

I. Consideraciones Previas:
La elección del tema tiene un doble propósito en este trabajo. En primer lugar, apunta a dar
respuesta a las sugerencias realizadas desde la coordinación del seminario, en cuanto a los
aspectos conceptuales que debe reunir el mismo. En segundo término, dicha elección se
relaciona directamente con uno de los temas estructurales de mi tesis de maestría.1
En función de esta doble exigencia inicié una pormenorizada recorrida por el repertorio
bibliográfico ofrecido y luego de revisar la secuencia temática del Seminario, consideré
pertinente abordar el punto 2. 2 El Orden Conservador. Auge y Ocaso del Régimen (1880-
1916), deteniéndome puntualmente en los álgidos episodios que conmocionan la sociedad
argentina durante el año 1879 y comienzos del ‘80, sobre todo el recorrido que incluye la
formación de las candidaturas, las negociaciones y los entretelones políticos que genera la
candidatura del General Roca, hasta las elecciones y la guerra civil. Escenario que contextualiza
el debate por la federalización de Buenos Aires, punto de partida del programa de unidad
política nacional impulsado por el roquismo en la década por venir.

1Cuya denominación es “La Mano Avara y el Cristo Caído. Orígenes de la Instrucción Primaria en Jujuy a fines del
Siglo XIX. De la escolaridad colonial a la Escuela Pública y Estatal (1880-1890)”.

1
Con estos presupuestos consulté el estudio preliminar que Natalio Botana realiza en su trabajo
El Orden Conservador (nueva edición, 1994) y el que posteriormente desarrolla conjuntamente
con Ezequiel Gallo en el volumen De la República Posible a la República Verdadera (1880-
1910). Este imponente trabajo me impulsó revisar y ampliar la mirada bibliográfica hacia otros
autores, políticos e historiadores clásicos y recientes, que de manera testimonial o
indirectamente vivieron, reseñaron e interpretaron los complejos episodios previos al ochenta.
Tal es el caso de Carlos D’Amico, Ramón J. Cárcano o Eduardo Gutiérrez, para citar a
protagonistas de la época y un grupo de historiadores cordobeses como Alfredo Terzaga,
Agustín Rivero Astengo, Efraín Bischoff y Bartolomé Galíndez, entre otros, que estudiaron de
cerca la vida política y militar de Roca, su relación con Juárez Celman y otros políticos de
Buenos Aires y del interior y la conformación de la liga de gobernadores, base del poder
político roquista y antecedente del futuro Partido Autonomista Nacional. Asimismo, revisar los
pormenores de la candidatura de Roca me posibilitó, por otra parte, incluir algunos fragmentos
de epístolas y de discursos en los que se transparenta la idea central de los intelectuales
orgánicos del roquismo: la construcción de un Estado-Nación centralizado que ponga fin a la
disensiones interiores y regionales entre los argentinos, con Buenos Aires a la cabeza y no con
la cabeza de Buenos Aires.
Con este sentido se incluyen a lo largo del trabajo las ideas de Roca, Wilde y otros hombres de
la llamada Generación del Ochenta. Los diversos considerandos y secuencias argumentativas de
estos en pleno fragor de la campaña electoral e inmediatamente después de asumir el poder,
abrirán puertas al programa de construcción del Estado-Nación, reflejando dos cuestiones
básicas a enfatizar en el trabajo. La primera, tiene que ver con el nuevo momento político que
vive el país desde que el bloque histórico emergente, coaligado alrededor del PAN, lanza la
candidatura del general Roca a la presidencia de la Nación en Abril de 1879, pasando por la
crisis política que genera esta determinación, las negociaciones, comidillas, corrillos, sediciones
y tensiones entre los bloques antagónicos, lógicamente asociada a la crítica instancia de la
guerra civil y a la federalización del municipio porteño. Y, segundo; con las particulares formas
que asume el hacer y concebir la política en Buenos Aires previo al ochenta; sobre todo a partir
de la interesante definición que Botana (1994) formula de sus consecuencias:

“Despegue vertical, entonces, de un orden político cuyo sustento descansaba en un aumento


importante de los recursos correspondientes al Gobierno Nacional. El inicial impulso reformista
se tradujo, como es sabido, en una batería de leyes y, al cabo, en la instauración de un conjunto
de bienes públicos en el campo de la legislación civil y educativa. Así arrancó una de las versiones
del reformismo de ochenta: la política concebida en tanto empresa de creación programática y
unificadora que luego, orientada por el designio legislativo, desciende benéficamente hacia la
sociedad civil. Para esta perspectiva, la modernización no es causa y motor de la política. La
2
modernización es, a la inversa, su efecto y culminación...”.

A partir de esta conceptualización y con el objeto de reconocer con mayor precisión las
modificaciones operadas en las prácticas políticas de ese tiempo revisé otra serie de trabajos
sugeridos en la bibliografía,3 de gran utilidad para dar encuadre a las interacciones políticas de
los grupos hegemónicos, cuyo portavoces en la coyuntura y a efectos del trabajo serán los
nombres citados anteriormente. Como otra consideración previa quiero señalar que
precisamente la importancia adjudicada al ochenta como año crucial, en la historia política
argentina del Siglo XIX, me impulsó a indagar sus episodios previos, los cuales para mí eran
cuasi desconocidos. A su vez quiero explicitar, también, que fue una novedad para mí trabajar
2 Cfr. Botana, N. R. La República Conservadora, Sudamericana, Buenos Aires, 1994, Estudio Preliminar, p. III.

3 A tales efectos me pareció relevante consultar: Halperín Donghi, T. Un Nuevo Clima de Ideas, publicado por

Ferrari, G. y Gallo, E. (C) en La Argentina del Ochenta al Centenario, Sudamericana, Buenos Aires, 198; Sábato
H. y Ciboti, E. Hacer Política en Buenos Aires: Los Italianos en la escena pública porteña 1860-1880, publicado en el
Boletín N° 2 del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, 3ra Serie, 1° Semestre de 1990 y
el libro de la autora citada en primer término, La política en las Calles. Entre el voto y la movilización. Buenos
Aires, 1862-1880, Sudamericana, Buenos Aires, 1998.

2
con fuentes secundarias producidas por los historiadores cordobeses citados, para alguien como
yo, que provengo de las Ciencias de la Educación y me especializo en el campo de la Historia
General y de la Educación Argentina y Latinoamericana.

II. “Todo es Preciso Hacerlo de Nuevo”

Roca en 1898, al iniciar su segundo mandato presidencial

¿Qué representa 1880 en la historia y la política argentina? Menuda pregunta. Sin embargo,
podemos ensayar una primera respuesta señalando, según mi modesto juicio, que estamos frente
a una bisagra histórica apasionante, punto final y arranque de dos tiempos largos cruciales en el
siglo XIX. Transición que a priori podría sintetizarse con la frase enunciada en el subtítulo,
expuesta por Benjamín Victorica en su primera Memoria presentada al Congreso de la Nación,
poco tiempo después de asumir la cartera de Guerra y Marina del nuevo gobierno. Esta manera
de ver la etapa que se apresta a vivir el colectivo histórico del país no es un juicio personal. Se
expresa como consenso ideológico en los grupos (diversos y cuando no heterogéneos) de la
sociedad política organizada alrededor de las estructuras dirigenciales del PAN, nutrida por dos
grandes vertientes socio-políticas: la liga de gobernadores y un importante grupo de
intelectuales orgánicos4 que conformarán la avanzada de la intelligentzia reformista del ochenta,
cuyo indiscutido jefe político es Roca. Como decía, esta percepción no es individual. Con otras
palabras, dichas desde el plano de las armas de la cultura y no de la cartera de las armas, el
responsable de la política educativa de la nueva gestión, otorgará idéntico significado a su
alocución, la que no carece de cierta pizca de mesianismo. Las mismas se reproducirán en
idénticas circunstancias, pues el escenario de su discurso será el Congreso Nacional. En Abril de
1881 presentó su Memoria. En uno de sus pasajes de este primer balance pedagógico de las
gestiones realizadas por sus antecesores dirá:

“Hemos formado así el Colegio y la Academia para estudios superiores, profesionales o científicos
y hemos descuidado la Escuela Primaria y la educación común del pueblo. Hemos construido el
Observatorio Astronómico y hemos mirado con indiferencia o desdén la Escuela de Artes y
Oficios. En este estrado, bien pudiera decirse que hemos apartado nuestra vista del polvo

4 Categoría de análisis tomada del pensamiento gramsciano. Al respecto se puede consultar Gramsci, A. Los
Intelectuales y la Organización de la Cultura, Nueva Visión, Buenos Aires, 1997; La Alternativa Pedagógica,
Fontamara, México, 1995 y Portelli, H., Gramsci y el Bloque Histórico, Siglo XXI, México, 1997.

3
sudoroso de la tierra (...) sin observar que el celeste reflejo de los astros sólo sirve á poner de
manifiesto la indigente desnudez del pueblo, sin alcanzar á satisfacer su hambre ni á iluminar su
inteligencia...”
“Hemos comenzado así por donde debiéramos concluir, y la instrucción pública encerrada por
estrechos límites, y sin el carácter verdaderamente popular que le asignan nuestras instituciones
democráticas, marcha de esta suerte al acaso...”. “¿A qué leyes obedece?. A ninguna. ¿Qué
propósitos inspira?. ¿A qué fine sociales responde?. A ninguno, como no sea a la tradicional
preparación de nuestros hombres públicos en las carreras profesionales y científicas en las
antiguas Universidades...”.
“A costa de grandes sacrificios pecuniarios hemos hecho algo en lo material para fomentarla y
difundirla en cierto grado, pero aparte de esto nada hemos hecho en lo fundamental; nos faltan
planes de instrucción jeneral y universitaria que reglen, metodicen y dirijan la instrucción pública
5
en el sentido de nuestras exigencias sociales y según los propósitos de la Constitución...”.

Transmitiendo a los presentes la certeza que no se hizo todo lo necesario por la educación
elemental del pueblo, este breve fragmento de Pizarro pone en evidencia su estado caótico y
marcha a la deriva. Con dureza, acusa que se ha comenzado por donde se tenía que concluir, o
sea que las cosas educativas se hicieron exactamente al revés, por lo tanto todo debe rehacerse:
la coincidencia con Victorica es absoluta. En el mismo sentido y con similar precisión se
pronunció Eduardo Wilde otro hombre paradigmático del ´80 y futuro ministro de Roca y Juárez
Celman. A principios de Marzo de 1880, en momentos de intensa campaña electoral le escribe
al primero desde Buenos Aires, diciéndole:

“La situación del país es muy difícil pero tenía que venir, si no a propósito de ti, a propósito de
otro candidato. No hay tal nación argentina, ni la habido nunca; lo que ha habido es una ficción
en que las dos partes, Buenos Aires y las provincias se creían explotadas. La designación
empleada de Buenos Aires y las provincias prueba hasta la evidencia que la unión aparente no ha
dado lugar a un todo que pudiera llevar el nombre de Nación. Para mí la solución de las grandes
cuestiones se hace necesaria y se acerca. Una nación que no tiene capital, ni moneda no es
nación.
Las provincias usan cualquier moneda, inclusive el papel de Buenos Aires, y no tienen por capital
a esta ciudad. Aquí es un huésped el Gobierno nacional a quien los dueños de casa toleran y
tratan mal.
El sentimiento local es más vivo hoy en los partidos dominantes, que lo que ha sido antes. Los
últimos sucesos no dejan en ello la menor duda. Los porteños ultras no ven que aquí se invierte
los 15 millones de la renta; no ven que la Comisaría de Guerra hace vivir cinco mil familias; que el
Parque mantiene mil otras; que la Administración Nacional, en las demás ramas, mantiene media
población. Miran el hecho material del producto de la Aduana y creen que ese producto es de
Buenos Aires, sin pensar que un pueblo no consume más que lo correspondiente a su población y
6
a su riqueza...”.

Esta idea no sólo está presente en los hombres que desde el gobierno autonomista surgido en el
´80 conducirán los destinos de la nación. También se manifiesta en el referente fundamental del
PAN, cuando su triunfo político aún no se ha definido. Como se recordará, el 11 de Abril de ese
año se realizaron elecciones nacionales. Doce provincias se pronunciaron por Roca. Buenos
Aires y Corrientes, en manos de los opositores votaron por Tejedor.
El triunfo provinciano exalta al localismo porteño y se organizan diferentes acciones políticas y
de hostigamiento para desconocer el resultado de los comicios.7 En esta crucial circunstancia y

5 Vid. Pizarro, M. D. Memoria, presentada al Congreso de la Nación, Imprenta de la Presidencia Nacional, Buenos

Aires, 1881, pp. 9, 10 y 11.

6 Carta de Eduardo Wilde remitida a Roca el 1° de Marzo de 1880. Fragmento citado por Mayer, J. M. en: Alberdi y

su Tiempo, Biblioteca de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, Serie II, N° 13, Buenos Aires,
1973, p. 1076. Su versión completa fue publicada por Terzaga, A. Historia de Roca, Peña Lillo, Buenos Aires, 1976,
Tomo II, Apéndice Documental, pp. 261-262.

4
aún con colegio electoral propio, la asunción de Roca al Ejecutivo se vuelve problemática y
dudosa. Entonces, desde su finca de Córdoba donde se ha recluido, escribe a Dardo Rocha una
carta reveladora de sus convicciones políticas más profundas. Transcribiré sus pasajes
sustanciales a pesar de su extensión, porque en ella se retrata al hombre que acaudillará el
proceso iniciado en el ochenta. Rompiendo su deliberado silencio dice:

“Es usted mi amigo, un hombre de fe y de energía moral incontrastable. Me explico sus temores y
pesares por los peligros que amenazan a la nacionalidad argentina y a los progresos de veinte
años.
Usted ha pasado por pruebas bien duras y la caída de la legislatura bonaerense en manos de los
mitristas debe haber repercutido hondamente en su corazón. Nada sería todo esto si esos
hombres se contentaran con sus triunfos que, aunque arrancados por medio de la violencia,
revisten hasta cierto punto formas legales. Pero no es así; esa victoria no ha de servir sino para
excitar su ambición, que no se detendrá ante el crimen contra la Constitución, que debiera ser
valla insalvable de todos los partidos.
Estos hombres van a la rebelión y a la guerra. Las debilidades de nuestro amigo Avellaneda les
han allanado el camino desde hace mucho tiempo. Se creen fuertes y no hay duda que se han
robustecido con la disciplina y la organización dada por Tejedor, y cada día han de ser más
insolentes. Pero nosotros no tenemos porqué desesperar. Si ellos se han entronizado y
avasallado completamente a Buenos Aires, nuestro poder e influencia ha crecido y aumentado en
las demás provincias, animadas en estos momentos por un solo espíritu y un solo pensamiento.
Estamos nosotros también fuertes y bien fuertes.
¿Cuál será el desenlace de este drama? Creo firmemente en la guerra. ¡Caigan la responsabilidad
y la condenación de la historia sobre quiénes la tengan; sobre los que pretenden arrebatar por la
fuerza los derechos políticos de sus hermanos! Los contemporáneos aplaudirán a los que venzan
en los campos de batalla. Lo único de desear será que el Presidente, que se encuentra con
fuerzas para contener a los rebeldes y detener la anarquía, pusiese todos los elementos
nacionales (la Escuadra, el Ejército y el armamento) a salvo de un golpe de mano. Que se haga
esto y yo le garantizo la victoria con mi cabeza.
Ya que lo quieren así, sellaremos con sangre, y fundiremos con el sable, de una vez para siempre,
esta nacionalidad argentina que tiene que formarse como las Pirámides de Egipto y el poder de
los Imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas generaciones. Es posible que esté
reservado a la nuestra el último esfuerzo y la coronación del edificio. ¡Qué no nos falte coraje, la
energía y la decisión en el momento de la prueba! Si sucumbimos, habremos retrocedido veinte
años con el triunfo de la injusticia; pero esto mismo no es gran cosa, al fin de cuentas, en la vida
de las naciones.
No extrañe no le escriba con más frecuencia; cuando hablan los acontecimientos es mejor
8
dejarles la palabra a ellos...”.

Más allá del interesante e inconcluso debate historiográfico desarrollado sobre los hombres de
esta época; o si corresponde, en los complejos episodios de la historia argentina de la segunda
mitad del siglo XIX, hablar de generación del ochenta,9 lo cierto es que estas líneas exponen tres
situaciones claves:

7 Comenta Miguel A. Cárcano, que se hacían colectas para adquirir armas para el Batallón de Rifleros de Tejedor, a
su vez los milicianos porteños recorrían los comercios pidiendo dinero para comprar armas y vestuarios. Por otra
parte, los diputados provincianos del Congreso no podían salir a la calle sin ser agredidos de palabra y de hecho. Se
vive un clima irrespirable y los escasos amigos porteños de Roca titubean ante el espectro de la guerra civil. (Vid.
Cárcano, M. A. Sáenz Peña, la Revolución por los Comicios, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986).

8 Carta publicada por Rivero Astengo, A. en: Juárez Celman 1844-1909, Kraft, Buenos Aires, 1944, p. 177. Un

fragmento más breve de la misma también fue publicada en el artículo de Scenna, M. A. El Ochenta: Un año Crucial,
revista Todo es Historia, Año XI, N° 139, Buenos Aires, Diciembre de 1978.

9Al respecto se puede consultar: La Generación del 80 ¿existió?, publicado en Todo es Historia, Año XIII, N° 163,
Buenos Aires, Diciembre de 1980.

5
La primera, referida a las decisivas y tumultuosas elecciones recientemente celebradas, donde el
resultado adverso al bloque de partidos conciliados liderados por Mitre y Tejedor genera un
estado de convulsión y resistencia política y militar, similar a lo acontecido seis años antes.
Segunda cuestión; planteadas las circunstancias en estos términos y con los antecedentes de
1874 frescos en la memoria, el futuro sucesor de Avellaneda sabe que la guerra y no las
elecciones, resolverán este espinoso problema. Contienda que no provoca, pero que tampoco
esquivará como medio de hacer cumplir la voluntad política de la mayoría de las provincias.
Tercero; la guerra no sólo es consecuencia del resultado electoral, sino que pone en evidencia y
en el centro de la agitada arena política de ese tiempo una cuestión fundamental: no se trata del
vacuo argumento de resistir la designación de otro presidente provinciano, sino de oponerse
activamente y bloquear el acceso al poder de una figura clara y distinta, cuyo programa de
gobierno se sintetiza en la parte más sugestiva de su misiva cuando dice “sellaremos con
sangre, y fundiremos con el sable, de una vez para siempre, esta nacionalidad argentina que
tiene que formarse como las Pirámides de Egipto y el poder de los Imperios, a costa de la
sangre y el sudor de muchas generaciones. Es posible que esté reservado a la nuestra el último
esfuerzo y la coronación del edificio...”. Es clara la horizontalidad de pensamiento con
Victorica, Wilde y Pizarro. Como se puede observar el problema no es Roca como candidato en
sí, sino todo lo que representa. ¿Y qué representaba políticamente Roca? Veamos que dice
D’Amico (1977) al respecto:

“Tejedor encerrado en su porteñismo feroz levantaba a Buenos Aires contra la Nación sirviendo
sin sospecharlo a Roca, que no dejaba sin explotar ninguno de sus ataques a la Patria Grande por
la Patria Chica, como llamaban los de tierra adentro a la Nación y a la provincia, respectivamente.
Mitre sentía todavía los golpes recibidos en 1874, y ofrecía a Tejedor todo su concurso; pero por
el hecho le colocaba la vanguardia de los rebeldes, e inclinaba a favor de Roca a la República
entera, que sobre todo quería paz y unión...”. (…) “Tejedor arrastrando a la mayoría de los
alsinistas y Mitre a todo su partido se alzaron en armas unidos para destruir a Roca, sin perjuicio
de pelear después para saber quien aprovecharía la victoria...”. (…) “La lucha se estableció desde
el primer momento con perfecta claridad por Tejedor y Mitre; se acepta cualquier solución con
tal que no sea Roca, dijeron. ¡Pero como esa pretensión eran inconstitucional, se dejó la solución
10
a las armas!”.

La prensa porteña adicta al gobierno provincial no se quedaba atrás y clamaba que con Roca se
retornaría al cintillo punzó y los tiempos de la Confederación. A propósito de la cuestión es
interesante citar a Mayer (1973), cuando describe la distorsionada imagen -de la oposición y de
su líder- que los medios gráficos oficialistas transmiten a la opinión pública:

“El general Roca, ‘raquítico enano’, de paso bamboleante, ‘era un guaso joven que mira de
soslayo, anda en los ranchos de Córdoba en mangas de camisa, vareando caballos y sacando para
11
comer el cuchillo de la cintura’ . Según los porteños era un mazorquero, símbolo de la barbarie,
rodeado por caudillos de chiripá y con aro en la oreja y chupa de tabaco negro. Si triunfaba los
indios abrirían con sus chuzas las cajas fuertes de los bancos. Hasta Sarmiento bufaba que eran
12
‘doce mulatillos ladrones que habían tomado un General y lo querían hacer Presidente’...”.

Continúa Mayer desagregando los duros conceptos políticos que algunos medios gráficos
utilizan para dirigirse a la sociedad civil:

10Vid. D’ Amico, C., Buenos Aires, sus Hombres, su Política (1860-1890), Colección Memorias y Biografías,
Volumen 10, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1977, pp. 122-123.

11 Diario Buenos Aires, 20, 22 de Febrero de 1880, citado por Mayer, Op. Cit., pp. 1074-1075.

12En éste caso las palabras de Sarmiento no sólo fueron reproducidas por el periódico citado anteriormente, sino
por La Nación, del 20 de Marzo de 1880 y también por Ataliva Roca en una carta remitida a su hermano con fecha
18 de Junio de ese año. (Cfr. Mayer, J. M. Op. Cit., p. 1075. La carta fue relevada del Museo Roca, Documentos,
Tomo I, p. 83).

6
“Repetían la injuria, aseguraban que la culta Buenos Aires jamás sería gobernada por los
‘mulatillos’ de las provincias. Calificaban a Avellaneda de miserable y traidor, ‘petit felon’.
13
Añoraban a Rosas que había dejado a salvo ‘nuestra preponderancia en la Nación’.
Se aprestaron a defender la ‘causa de Buenos Aires’, sus privilegios como en 1827, en 1852, en
1860, en 1874; obedecían a un ley económica invariable. Surgió en Buenos Aires un entusiasmo
incontenible por el tiro al blanco; fundó el Tiro Nacional y la Asociación de Rifleros, que
fomentaban ese pacífico deporte. Los aficionados formaron nutridos batallones bajo la dirección
de los jefes militares de la provincia. En la campaña, los jueces de paz alistaban a milicos y
14
paisanos...”.

¿Qué pasaba en la ciudad porteña que los grupos más activos de la sociedad civil viven un clima
electoral de semejante agitación? Evidentemente estamos en presencia de una elección decisiva.
No se trata de un sufragio común, o de un acto comicial en el que está en juego la
representación de una circunscripción o una diputación local. Late en el imaginario colectivo
que estas elecciones dirimen cuestiones fundamentales de poder y de organización de la
nacionalidad; acto mediante el cual la ciudad-estado, similar a una Atenas del Plata, corre serio
riesgo de perder sus privilegios históricos, además de sufrir la humillación de ser gobernada por
el jefe de una turba compuesta de:

“Los guardias santafesinos, los lanceros de la muerte cordobeses y los greñudos del interior del
15
monte, (los cuales), afilaban ya las chuzas con que habían de entrar a la gran ciudad...”.

Esta era la calificada opinión de algunos escritores y periodistas de la gran aldea, sobre el
ejército roquista. Para tener una visión panorámica que nos permita comprender mejor la
instancia crucial que transita el país de ese tiempo, revisemos los episodios previos que
desembocarán inexorablemente en la federalización del municipio porteño.

III. Roca y su Candidatura. La Hoguera de las Vanidades


Teniendo en claro que esta historia quizás se escribe desde el momento en que el país comienza
a desangrarse en las guerras civiles y controversias intestinas, poco tiempo después de
constituirse en nación independiente, a efectos de no abundar recargando el relato, nos
situaremos en 1879, agitado y decisivo año previo en torno a las figuras que confrontarán en las
elecciones del año siguiente.
Reconstruyendo los pasos de la candidatura de Roca podemos decir que los primeros en lanzar
públicamente la misma no fueron los cordobeses, como se ha dicho con frecuencia, sino los
grupos políticos de Chilecito, en Abril de 1879. Uno de los artífices de esta decisión fue el
legislador provincial Francisco Álvarez, antiguo médico y combatiente en la montonera de
Felipe Varela.
Pizarro, donde en la misma oportunidad se constituyó el primer Comité Central Autonomista,
por segunda vez se proclamó la candidatura. Aunque realizada en el domicilio particular de uno
de los notables del clan Pizarro, la proclamación tuvo carácter público y resonancia nacional,
concluyendo con una manifestación pública organizada la finalizar la asamblea.16 El segundo
acto se llevó a cabo en la ciudad de Córdoba, el 14 de Mayo. En la casa de Laureano En esa
oportunidad se organizó una comisión encargada de dirigir la futura campaña electoral integrada

13Periódico Buenos Aires, 14, 19 de Febrero, 8 de Marzo de 1880. También Mayer cita la obra de Eduardo
Gutiérrez La Muerte de Buenos Aires, p. 23 y Los Renegados, p. 34.

14 Mayer cita los diarios: La Nación, del 3, 11, 17, 23, 27, 30 de Enero; 13, 14 y 20 de Febrero de 1880 y Libertad,

del 2,10,13,16 y 17 de Enero;13,14 y 20 de Febrero; 13, 15 y 18 de Marzo de 1880. (Vid. Mayer, Op. Cit., p. 1075).

15 Vid. Gutiérrez, E. La Muerte de Buenos Aires, Hachette, Buenos Aires, 1959, p. 108.

16 Cfr. Bischoff, E. U., Historia de la Provincia de Córdoba, Géminis, Buenos Aires, 1969.

7
entre otros por el viejo Coronel Manuel Esteban Pizarro, cabeza de aquel influyente clan
familiar. Uno de sus hijos era el Dr. Manuel D. Pizarro, Senador Nacional por Santa Fe y futuro
Ministro de Instrucción Pública.

1880. Roca con la banda presidencial, es ungido Presidente de la Nación

Para esta fecha Roca se encontraba con la Primera División del Ejército Expedicionario en la
margen sur del río Colorado, el cual acababa de vadear luego de una operación laboriosa. El 18
de Mayo el Comité Córdoba recibió un telegrama de su similar de Chilecito dando cuenta de la
proclamación de Roca en la provincia cuyana. A su vez el grupo cordobés promotor de la
campaña dispuso efectuar proclamaciones públicas en Bell Ville, Río Cuarto y otros sitios del
interior provincial.
En Buenos Aires, se repetían situaciones similares. Antes que el Zorro llegara a Choele Choel,
el 10 de Mayo, Diego de Alvear había realizado una reunión en su domicilio, una especie de
“ensayo general” con invitados de renombre dispuestos a apoyar a Roca. Al encuentro asistieron
Saturnino Unzué, José G. Lezama, Carlos Casares, Benjamín Victorica, Torcuato de Alvear
(hermano del anfitrión), los senadores Pizarro y Gelabert; los diputados Serú, Rojas, Quinteros,
y Andrade y, entre varios otros, Pacheco, Varela, Wals y Rorn, según la nómina contenida en
una carta de Ojeda, del 12 de Mayo.17 Por otra parte Dardo Rocha, con independencia de este
grupo, trabajaba en otros círculos sociales con igual objeto. Esto quiere decir que en la ciudad y
provincia de Buenos Aires la candidatura de Roca se impulsaba por medio de dos grupos bien
diferenciados política, social y económicamente: el formado por los autonomistas republicanos
de Rocha, con Carlos Pellegrini, Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Aristóbulo del Valle y sus
respectivos espacios de influencia. Este agrupamiento tenía como referente al futuro gobernador
de Buenos Aires y fundador de La Plata y había desarrollado vinculaciones con los partidos
autonomistas de las provincias. Por otro lado, estaba el otro sector cuyo visible inspirador era
Diego de Alvear.18 Aquí figuraban aristócratas y terratenientes locales como los nombrados

17 Vid. Terzaga, A. Op. Cit., Tomo II

18 Los tres hermanos, Emilio, Torcuato y Diego de Alvear eran hijos del general Carlos M. de Alvear y todos

apoyaron en su tiempo la política de la Confederación. Emilio fue ministro del Presidente Derqui, y se encuentra
entre los precursores del proteccionismo económico del país. Ello no quiere decir que por sus convicciones católicas
no haya enfrentado después del ´80 a Roca cuando éste promovió la sanción de las leyes laicas, en particular la de
educación común, integrándose al sector de Goyena y Estrada. Diego, que había trabajado intensamente por la

8
anteriormente. Su adhesión fue fruto de la política de fronteras que el Ministro de Guerra y
Marina llevó a cabo, ganando la voluntad de importantes estancieros directamente interesados
en ampliar las extensiones de tierra aptas para pastoreo.
A las proclamaciones descritas le siguieron inmediatamente las de Santa Fe, Rosario, Salta,
Mendoza, Tucumán y San Luis, durante los días 24, 25 y 26 de Mayo.
El 8 de Julio de 1879 llegaba a Buenos Aires de regreso de su expedición al Río Negro. Dos
días después Carlos Casares, José Gregorio Lezama, Estanislao Frías, Diógenes de Urquiza,
Diego de Alvear, Enrique Moreno, Héctor Varela, Juan José Romero, Federico de la Barra,
Wenceslao Pacheco, Torcuato de de Alvear, Francisco Madero, Luis del Carril, Benjamín
Victorica, Saturnino Unzué, Mariano Demaría y otros, abrían el Salón Variedades, sito en calle
Corrientes 224, un club para sostener el nombre del general Roca como candidato a la
Presidencia de la República.19 Siguiendo con la promoción de su candidatura, el 18 de Julio se
lo agasajó con un banquete realizado en el Politeama, donde nuevamente su nombre fue lanzado
como futuro presidente. Una semana más tarde, el 25 de Julio, Diego de Alvear, convocó a una
nueva y numerosa reunión de agasajo a Roca –casi 300 personas- en su residencia. El 27 se
celebraba nuevamente en el salón Variedades un acto público roquista organizado por Dardo
Rocha y Eduardo Wilde.
No todas eran mieles para este militar devenido en político, lo cual no era una contradicción
sino una tradición en la Argentina del Siglo XIX, ahora candidato a la máxima jerarquía de la
República. El 27 de Agosto el Ministro de Guerra y Marina debió concurrir a la Cámara de
Diputados para responder una interpelación sobre los gastos efectuados por el Ejército y la
Escuadra en la campaña del desierto. Acompañado de su antiguo condiscípulo, el Ministro de
Hacienda, Victorino de la Plaza, rindió cuentas al parlamento de las erogaciones efectuadas por
ambas armas. Al salir de la Cámara, casi al anochecer, un grito de ¡Viva Buenos Aires! lanzado
en la calle, fue la señal para que un grupo de desconocidos atentara contra la vida del “general
provinciano”, disparando contra el coche en que se aprestaba a subir. Manuel Quintana que salía
con él, tomó del brazo a Roca y lo apartó del tumulto. La única víctima fue uno de los caballos
del carruaje, apuñalado por los agresores, quienes desaparecieron sin dejar rastros.
¿Qué ocurría en Buenos Aires que la temperatura política subía cada vez más?. Hay una hecho
coyuntural que puede ser la punta del hilo para explicar la situación: la renuncia al gabinete de
Avellaneda de su Ministro del Interior el Dr. Laspiur, el 23 de Agosto de 1879. Como se
recordará el Ministro mencionado, con apoyo mitrista había conseguido instalar en Corrientes
un gobierno provincial aliado a Buenos Aires y se proponía llevar a cabo un proceso similar en
La Rioja, respaldando a la Legislatura contra el Gobernador Almonacid. Idéntica situación
pretendía reproducir en Tucumán, fomentando hostilidad legislativa contra el gobernador
Martínez Muñecas.

“Si Juárez y del Viso habían forjado una liga de gobernadores, Laspiur intentó, en respaldo
propio, una liga de legislaturas, pero la cosa no resultó. Cuando el Congreso Nacional, pese a los
trabajos del Ministro, se opuso a reforzar los poderes del Comisionado Federal en la Rioja, y
hasta sancionó el retiro de la intervención (20 de Agosto de 1879), Laspiur, derrotado, advirtió
con desoladora claridad que los legisladores estaban con el Presidente de la República, partidario
del mantenimiento de Almonacid. Se enojó entonces con Avellaneda y envió su renuncia el día 23
20
acompañada de una extensa carta, la que fue aceptada por el Presidente el 24 de Agosto...”.

En su nota de renuncia Laspiur acusaba al Presidente de favorecer la candidatura de Roca y de


oponerse a su política de intervención a La Rioja y remoción de su gobernador Almonacid, uno

candidatura de Avellaneda en 1873, hizo por Roca lo mismo en 1879, junto a su hermano Torcuato, primer
intendente de la ciudad porteña federalizada. (Vid. Saldías, Historia de la Confederación Argentina, Hyspamérica,
Buenos Aires, 1987, Tres Volúmenes; Rivero Astengo, A. Op. Cit.; Cárcano, M. A., Op. Cit., y Terzaga, A., Op. Cit.).

19Vid. Galíndez, B. Historia Política Argentina. La Revolución del ´80, Comisión Nacional de Homenaje a Roca,
Comini, Buenos Aires, 1945

20 Cfr. Terzaga, A. Op. Cit., p. 197.

9
de los referentes de la Liga de Gobernadores.21 Contenía fuertes dardos contra su colega de
gabinete el Ministro de Guerra y Marina y sostenía que Avellaneda no tenía intenciones de
salvar las libertades de la República, sino que protegía a su comprovinciano, el cual expresa

“una candidatura que no tiene otros sostenedores que las armas de la Nación y gobernadores de
22
provincias que se han alzado contra el poder...”.

Los historiadores cordobeses consultados sostienen que el reproche de Laspiur es infundado. Si


bien Avellaneda sentía simpatía y tenía afinidad política con el otro tucumano, hoy no se puede
afirmar taxativamente que un presidente débil y huésped de Buenos Aires, haya puesto en
movimiento el aparato del Estado para allanarle el camino a Roca. El examen de la
correspondencia de este último, la desconfianza que Juárez Celman sentía hacia el hijo del
mártir de Metan, los vaivenes de las fracciones autonomistas (casos Del Valle y Alem); la
experiencia de la designación de Saturnino Laspiur, y sobre todo el reemplazo de éste por
Sarmiento, indican una permanente vacilación de Avellaneda ante la convulsiva situación
política imperante. Atizado por la renuncia del Ministro del Interior, el clima público de Buenos
Aires elevaba su temperatura. El texto de ésta leída en voz alta en diferentes círculos políticos
enardecía los ánimos. La situación empeoró cuando se supo que el Ejecutivo designó como
reemplazante de Laspiur a Sarmiento. Dice Galíndez (1945):

“Ni Laspiur ni los conciliados imagináronse que el ministerio político iba ser ocupado por el
23
hombre de quien más recelaban...”.

Con semejante nombramiento la política de conciliación24 había terminado. ¿Y que se entendía


por conciliación? Sábato (1998) la define políticamente señalando que:

“Desde su lugar a la cabeza del gobierno, Avellaneda se abocaba a la reconstrucción del orden.
Por un lado consolidada la red de alianzas y contactos que le había permitido ganar en el 74. Por
el otro, intentaba modificar los estilos políticos de Buenos Aires, atravesados por un ruidoso
republicanismo y por una intensidad competitiva que estaban lejos de favorecer el orden.
Convenció a la plana mayor de mitrismo y el alsinismo de la necesidad de un acuerdo de gobierno
(la ‘conciliación’), que llevó a un ministerio compartido y a listas electorales mixtas, con
candidaturas negociadas, evitando que la resolución de las diferencias se trasladara al comicio...”.
25

Sarmiento jamás había compartido esta política; por lo consiguiente, no fue difícil predecir lo
que haría durante su efímera gestión. Al respecto Terzaga señala:

21Según Cárcano, los integrantes de la Liga eran: Servando Bayo y Simón Iriondo en Santa Fe; Enrique Rodríguez
y Antonio del Viso en Córdoba; José F. Antelo en Entre Ríos; Vicente Almonacid en la Rioja; Rafael Cortés y Toribio
Mendoza en San Luis; Rosauro Doncel y Augusto Gómez en San Juan; José B. Olaechea en Santiago del Estero;
Martín Facio en Jujuy; Elias Villanueva en Mendoza; Mardoqueo Molina en Catamarca y Federico Helguera en
Tucumán. (Vid. Cárcano, M. A., Op. Cit., p. 74).

22 Cfr. Galíndez, B. Op. Cit., pp. 97-102.

23 Vid. Galíndez, B. Op. Cit., p. 104

24 Para ampliar la idea de la conciliación puede consultarse a Cárcano, M. A. Op. Cit., p. 73. Allí señala que

Avellaneda cuenta con el apoyo de Mitre, para vencer a Del Valle y es la manera más hábil de librarse de la
absorbente influencia de Alsina. La conciliación exigió a los nacionalistas la obediencia a la ley y a las autoridades
constituidas, por otra parte el Presidente ofrece una amplia amnistía y la reincorporación a la vida cívica de los
insurrectos de 1874 (Decreto del 24-V-1876).

25Vid. Sábato, H. La política en las Calles. Entre el Voto y la Movilización. Buenos Aires 1862-1880,
Sudamericana, Buenos Aires, 1998, p. 46.

10
“El Ministerio del ex presidente duró menos de dos meses –desde el 28 de Junio hasta el 07 de
octubre- y si a este hacedor de borrascas no puede imputársele que las fabricara en esta
oportunidad, ya que todo empujaba a ellas, sí debe advertirse que su política las llevó al borde
del paroxismo: irritó a Tejedor y se irritó con él; luego la emprendió contra los gobernadores de
la Liga, varios de los cuales habían aplaudido su designación, comenzando por el de Córdoba;
alentó su propia candidatura para una segunda presidencia –posibilidad que en algún momento
contó con el apoyo de Antelo (Entre Ríos) y de Iriondo (Santa Fe)- y finalmente enfiló sus cañones
contra el Ministro de Guerra y Marina a quien, en un carta a su viejo amigo don Pepe Posse,
descalificaría por ser demasiado joven y por carecer hasta de prestigio militar (!). Pero la famosa
acometividad de Sarmiento era, a ese respecto, una fuerza perdida, pues hasta Posse sería en
26
Tucumán uno de los apoyos de la Candidatura de Roca...”.

La disputa con Tejedor tiene como raíz la renuncia de Laspiur. Al caer su compañero de
fórmula, intentó prohibir que los regimientos nacionales hicieran ejercicios militares en la
ciudad. A su vez, convocó de inmediato a la guardia nacional y desoyendo una intimación de
Sarmiento, comenzó a organizar milicias provinciales para las que designó como comandante
supremo al General Martín Gainza, que era la autoridad partidaria máxima de los autonomistas
conciliados. Como jefe de Estado Mayor designó al Coronel Edelmiro Mayer. Se calcula que en
la ciudad se acantonaban 7 regimientos de caballería, 17 batallones de infantería, un cuerpo de
artilleros y otro de marinos; en la campaña se reunieron 53 regimientos de caballería y 22 de
infantería. Era una fuerza de aproximadamente 50.000 hombres.
Dos frentes de conflictos se le presentan a Roca en estos momentos: Por un lado, después de la
renuncia de Laspiur y ante los aprestamientos bélicos de Tejedor toma sus recaudos. Despacha
fusiles y cartuchos con destino a Córdoba, Tucumán y Catamarca, mientras en Buenos Aires
refuerza la guarnición con dos regimientos adicionales. Con la fina intuición política que lo
caracteriza le escribe a Juárez Celman diciéndole:

“Córdoba es el objetivo de Tejedor y de los mitristas y, ahora, de Sarmiento; y han de hacer todo
lo posible para convulsionarla. Han de gastar mucho dinero si es necesario, porque comprenden
que sería el golpe de gracia asestado contra nuestro partido y mi candidatura...”. 27

El otro frente de tormenta es Sarmiento. Los manejos de éste y el lanzamiento de su candidatura


casi fracturan internamente a la Liga. Antelo de Entre Ríos e Iriondo de Santa Fe miraron con
simpatías la proclamación del sanjuanino. Al respecto M. A. Cárcano (1986) señala:

“Nunca Sarmiento demostró mayor ambición para ser presidente y también mayor desdén para
sus correligionarios. “Basta que se consulte a la opinión pública del país para que yo sea elegido
presidente” decía con tamaña arrogancia. Designado ministro aspira a ser el Jefe del Partido
Autonomista para restablecer la ‘moral política depravada por la maldita conciliación’. Actúa
contra los gobernadores electores. Se enfrenta con Tejedor a quien llama ‘bárbaro osado y sin
freno’. Ya se cree presidente y aún Avellaneda llega a pensar que él puede ser la solución. Lo pide
28
el Comité de la Paz, los periódicos The Standard, Courriére de la Plata y Il Popolo Italiano...”.

En el fragor de las agitaciones pre-electorales, el 16 de Setiembre de 1879 llegó al puerto de


Buenos Aires la legendaria figura de Alberdi después de una ausencia de cuarenta y un años.
Alguien diría que el cuadro político argentino estaba incompleto sin él, frente a los magnos
acontecimientos por venir. Era un exilado ilustre, pensador de fuste que había polemizado,
escrito y militado en las filas de los intelectuales criollos, que a lo largo del siglo habían
intentado dar forma de república a un país sacudido por convulsiones intestinas.29 Quizás su
26 Vid. Terzaga, A. Op. Cit., p. 200

27 Rivero Astengo, A. Op. Cit., pp. 132–133.

28 Cárcano, M. A. Op. Cit., pp. 74-75.

11
retorno prefiguraría la orientación del viejo debate por la cuestión capital, uno de sus temas
trascendentes. Estaba allí, y este anciano, temeroso y curioso, que observaba con ojos
asombrados el opulento progreso de la gran aldea,30 fue testigo inesperado de la estrepitosa
caída de Sarmiento desde las alturas del Ministerio del Interior. La piedra del escándalo fue la
provincia de Jujuy. En el distrito norteño los opositores cuestionaban la legalidad de la elección
de Martín Torino, miembro de la Liga junto a Facio y Pérez.31 Ya habían hecho una revuelta en
los tiempos de Laspiur y se lanzaron a otra durante la gestión de Sarmiento, apoyando de paso la
candidatura presidencial del sanjuanino. Este vio pintada la ocasión para asestarle un golpe a la
liga: prohibió al gobernador de Salta, otro adherente a la coalición provinciana, intervenir en las
cuestiones jujeñas y se cruzó con él en un descomedido debate telegráfico, que puso en
evidencia los magros conocimientos geográficos de Sarmiento. Al respecto cuenta Scenna que:

“a todo esto, se ignoraba el paradero del gobernador Torino. Corrían rumores que había huido a
Salta para pedir auxilio armado a Moisés Oliva. Tal vez Sarmiento viera allí una posibilidad de
sacar del medio a Oliva, cuya conducta calificaba de irregular. Bombardeó telegráficamente al
gobernador de Salta, impartiéndole órdenes como si fuera su subordinado y preguntando donde
estaba Torino. Oliva contestó desmintiendo que su provincia se preparaba para una invasión a
Jujuy, e informó al ministro que el derrocado Torino estaba en Perico. Sarmiento que no era muy
fuerte en geografía norteña, creyó que eso de Perico era una broma de Oliva. Tuvo un formidable
estallido, mandó un tremebundo telegrama a Oliva y habló de intervenirle la provincia. Costó
trabajo convencerlo de que, efectivamente en Jujuy hay una localidad llamada Perico, pero ya el
papelón estaba hecho. Debió telegrafíar a Oliva pidiéndole disculpas. Por supuesto, el cable fue
32
inmediatamente publicado por el gobernador y no dejó muy bien parado al ministro...”.

Domingo F. Sarmiento Nicolás Avellaneda Julio A. Roca

Este incidente no lo detuvo. Logró interceptar un telegrama comprometedor de Juárez Celman a


Roca que decía en su pasaje más significativo:

“Lo sucedido en Jujuy repercute perniciosamente en las filas de nuestro partido. Las amenazas de
Sarmiento detuvieron a Salta y por el momento perdemos una provincia. O no ven claro allá o

29 Vid. Shumway, N. La Invención de la Argentina, EMECE, Buenos Aires, 1991.

30 Cfr. Mayer, J. M. Op. Cit.

31 Vid. Sánchez de Bustamante, T. Biografías Históricas de Jujuy, Ediciones de la Facultad de Filosofía y Letras

de la UNT, Tucumán, 1957.

32Vid. Scenna, M. A. El ochenta: Un Año Crucial, Primera Parte, publicado en Todo es Historia, Año XI, N° 139,
Buenos Aires, Diciembre de 1978, p. 16

12
están impotentes. De todos modos, el mal está realizado; la intervención vendrá a acabar la obra
33
que se hace... necesaria...”.

La impredecible coyuntura del telegrama fue usada por Sarmiento para promover la renuncia de
Roca. Logró que se convocara el gabinete nacional y denunció la existencia de la Liga como
sustento político de éste. La expuesta situación del Ministro de Guerra y la debilidad de
Avellaneda posibilitaron el envío al Congreso de un proyecto intervención federal a la provincia
de Jujuy con el fin de reponer las autoridades legítimas. En caso de haberse sancionado, la
suerte de este distrito quedaba en manos de los acólitos de Sarmiento, quien en consonancia con
los revolucionarios de la provincia noroestina, cuestionaban la legitimidad de Torino. Pero
ocurrió lo inesperado: los diputados roquistas y mitristas, cada uno de los cuales tenían
fundados motivos para frenar al cuestionado ministro, lograron un acuerdo inusual reuniéndose
el domingo 5 de Octubre de 1879.
Mientras Sarmiento pasaba el fin de semana en su quinta de Carapachay aprobaron el
mencionado proyecto, pero modificando la expresión autoridades legítimas por autoridades
constituidas, lo que significaba de plano reponer al gobernador. El regreso de Sarmiento, la
explosión de rabia y su renuncia fue todo uno. Luego de conocer los episodios de la misma en el
Senado, el juicio de Roca fue despiadado y hasta burlón. En una carta dirigida a Juárez Celman
comentaba:

“Rodó el coloso Sarmiento como un muñeco. Creyó que todo el mundo se iba a inclinar ante su
soberbia, sin consultar otra cosa que su propio interés; lo que se ha visto burlado por su inmensa
vanidad; su rabia y su despecho no tienen límites y está vomitando sapos y culebras contra la
‘liga de gobernadores’, contra mí, contra el diablo. Yo soy blanco de sus iras...”. “El conservador
de ayer no ha podido aguantar en su papel de hombre de orden y vuelve al rol de casi toda su
vida, de agitador y revolucionario. En el Senado, la última vez que ha hablado, donde leyó ese
telegrama de Del Viso a Ud. ha quedado como un energúmeno, como un verdadero demente,
tanto que todo el mundo creía que realmente había perdido la razón...”.
“En un mes ha perdido toda la autoridad convencional que, por espíritu de partido, todos hemos
contribuido a crearle, y ya no corta su sable. Con sus artículos, que Ud. encontrará en ‘El
Nacional’, quiere dejar constancia que desde algún tiempo a esta parte es mi autoridad y mi
maña las que han prevalecido en las decisiones de gobierno, y que él mismo, el cíclope de la
época y el coloso de América y del mundo, no ha podido resistirse y se retira, como pantera
herida e impotente, vomitando espuma contra el mozuelo que, sin saber constituciones, leyes,
historias y ni aún la O redonda, lo ha vencido, por viejo crápula y desagradecido, en pocos días.
34
Lleva el arpón bien enterrado en el lomo; démosle soga que va a muerte segura...”.

La caída de Sarmiento, cuya renuncia fue aceptada el 8 de Octubre, arrastró forzosamente la del
Ministro de Guerra y Marina, quien la presentó esa misma fecha. También renunció Victorino
de la Plaza a la cartera de Hacienda y los mitristas Lastra y Montes de Oca. Estas dimisiones no
aplacaron en lo más mínimo el clima de efervescencia, ni los aprestos bélicos emprendidos por
el gobernador Tejedor y sus partidos aliados. Con la defunción de la conciliación en la mano,
Avellaneda quedó con las manos libres para formar un nuevo gabinete conformado de la
siguiente manera: Benjamín Zorrilla en Interior; Lucas González en Relaciones Exteriores;
nuevamente Victorino de la Plaza en Hacienda; Miguel Goyena en Justicia, Culto e Instrucción
Pública y Carlos Pellegrini en Guerra y Marina.
Como bien se conoce, después de su dimisión como Ministro de Guerra y Marina en las
postrimerías del gobierno de Avellaneda, Roca instala su cuartel general en Córdoba, punto
regional neurálgico y equidistante de las administraciones provinciales, con el objetivo político
de acaudillar desde allí la Liga de Gobernadores y la campaña electoral.

33 Scenna, M. A. Ibidem p. 16

34 Cfr. Rivero Astengo, A. Op. Cit., p. 146. También Scenna, M. A. en el artículo citado up supra, reproduce un
fragmento más breve de dicha carta. Vid. p. 18.

13
Al llegar diciembre en Buenos Aires se respira una atmósfera política caldeada. A efectos de
atenuar las impredecibles consecuencias de semejante movilización de fuerzas y milicias, en los
entretelones y corrillos políticos se buscó una fórmula de transacción que evitara un
enfrentamiento armado. El Dr. Carlos Tejedor ofreció renunciar a su candidatura siempre que
Roca hiciera lo mismo. Desde la provincia mediterránea, donde se había retirado, éste le
contesta por medio de un reportaje efectuado en Le Courriére de La Plata diciendo:

“De ninguna manera, creo que es un ardid de abogado. El Dr. Tejedor puede renunciar veinte
veces a su candidatura y retirar otras tantas veces su renuncia, sin correr el riesgo de perder uno
solo de sus votos. Ellos están encerrados en las cartucheras de sus vigilantes donde los
encontrará siempre. Mi candidatura no es de las que se pueden endosar a la orden. Así, pues, no
hay transacción posible. El Dr. Tejedor puede dar los votos a quien le plazca. Yo no puedo
disponer de los míos. Pertenecen a los electores, pero ellos no me pertenecen...”.

Paul Groussac, con quien celebra el reportaje le preguntó sobre la posibilidad de una revolución
porteña. Contestó:

“¿Revoluciones?. ¿Con qué pretexto?. El gobierno no se los proporcionará. ¿Contra quién quiere
Ud. que se rebelen? Para levantar a las masas se necesita una bandera. Carecen de ella. La
Nación que ha aprendido a sus expensas lo que cuestan las perturbaciones, se levantará contra
35
toda tentativa de desorden y aplastará a los revolucionarios, sean los que fueren...”.

Las crudas respuestas de Roca endurecieron hasta el extremo las reacciones de los grupos
localistas de Buenos Aires. El 16 de diciembre la Junta de Gobierno de los partidos conciliados
emitió una declaración solemne cuyos términos son los siguientes:

“1°. Los partidos políticos de la Provincia de Buenos Aires declaran ante la Nación que es
indeclinable para ellos la candidatura del Dr. Carlos Tejedor a la Presidencia.
2°. Declaran asimismo, que no reconocerán como Presidente de la República a Julio A Roca si
resultara electo, mientras no sea recolectado y vuelto al Parque por comisiones el armamento
que está en poder de los gobernadores para oprimir a los pueblos.
3°. Declaran, también, que en nombre y en defensa de las libertades argentinas, aseguradas por
la Constitución y conculcadas por el sable, apoyarán moral y materialmente todo movimiento
revolucionario que se produzca en las provincias oprimidas para recuperar sus derechos.
4°. Los partidos políticos de Buenos Aires declaran por último que trabajarán porque la provincia
reasuma temporalmente su soberanía de Estado independiente, si, a pesar de sus esfuerzos, la
36
violencia imperase, para constituir en oportunidad la unión nacional bajo las bases de la ley”.

Como dice Scenna (1978), era un abierto ultimátum, que invitaba a la secesión y a la guerra
civil. La franqueza de la declaración y la violencia inusitada de sus términos muestran
claramente el propósito de estirar los tendones de la crisis política hasta extremos
impredecibles: se incitaba a la opinión pública a desconocer un presidente aunque resultara
electo; asimismo, se invitaba a apoyar materialmente revueltas en las provincias amenazando,
por último, con una nueva segregación de la ciudad-estado. De la declaración a los hechos no
hubo largo trecho.
Miremos un instante a Córdoba, epicentro de una revolución sofocada. Recordemos que el
gobierno de Antonio del Viso (1887-1880) fue una especie de ensayo general o introducción, en
modesta escala y con lógicas espaciales diferenciadas, de las futuras realizaciones que en orden
nacional habría de emprender la gestión de Roca. Según los historiadores cordobeses
consultados,37 también es incorrecta la leyenda que presento como rígidos tradicionalistas y

35 Vid. Galíndez, B. Op. Cit., p. 151 y también Scenna M. A., Op. Cit., p. 19 y 20.

36Declaración publicada por los diarios La República, del 17 de diciembre y La Tribuna, del 23 del mismo mes de
1879. Vid. también Terzaga, A. Op, Cit., p. 210 y Scenna M. A., Op. Cit., p. 20.

14
conservadores refractarios al cambio, a todos los grupos dirigentes de la sociedad política de la
provincia. Al contrario consideran que dicho gobernador, antecesor de Juárez Celman, junto a
los jóvenes universitarios autonomistas y liberales que lo rodeaban promovieron una profunda
renovación social en su medio, abriendo camino a un importante proceso de secularización de la
vida pública y privada en la sociedad mediterránea. R. J. Cárcano (1944) en su amena obra Mis
Primeros Ochenta Años, escribe al respecto:

“Al gobierno del Dr. Del Viso reconocido por su liberalidad y cultura, se le ataca por liberal, quiere
decir irreligioso y profano. Sostenía la escuela normal, la enseñanza laica, el registro civil, la
secularización de los cementerios, la redención de las capellanías, el vicepatronato real, el
reajuste de la Constitución. No existen otras imputaciones. El clero se considera lesionado en sus
derechos y emprende la campaña contra el gobierno. El grupo metropolitano, partidario de
Tejedor por rivalidades locales, es reducido por su número, pero importante por su distinción e
influencia. Se apoya en el clero y estimula su acción. El histórico Eco de Córdoba y La Prensa
Católica son sus órganos; Luis Vélez, eminente periodista, de reputación americana; moseñor
Castellanos, monseñor Yaniz, el presbítero Faloni, los clérigos Mercado, Ríos y Cabrera, están
siempre en la batalla con vehemencia agresiva. No proclaman candidato a la presidencia, pero
atacan al gobierno que sostiene la candidatura Roca. Saben que no triunfarán en el comicio, y
38
preparan entonces la revolución coordinada con el gobierno de Buenos Aires...”.

El mismo conflicto que luego del ochenta se produciría con la Iglesia a nivel nacional, estaba
planteado desde una historia local como un ensayo previo de los tiempos por venir. Los
proyectos políticos generadores de innovaciones que introdujeron aires de modernidad en la
conservadora sociedad cordobesa generaron la predecible reacción de la Curia, a través de una
Pastoral emitida por el Obispo Castellanos. Roca que en ese momento aún era Ministro de
Guerra y Marina consideró excesivo el ardor liberal de sus correligionarios cordobeses y a
través de una carta dirigida a Juárez Celman recomendó:

“Me dice Olegario Andrade que una sociedad de literatos formada por él, Vicente López, Cané y
otros, piensan dirigir una nota a Uds. por su actitud con motivo de la ‘Pastoral’ de Castellanos. Yo
creo que deben andar con cuidado, y aunque se muestren enérgicos en las palabras, conviene
aflojar un poco en los hechos. Detrás de esa ‘Pastoral’ veo las orejas de muchos de esos tipos
quienes ustedes han suprimido las pichinchas y quieren hacer atmósfera y hacerlos aparecer en
entredicho con la Iglesia y sublevándose contra el espíritu religioso de Córdoba. Conviene no dar
ni pretexto a la especie y no dar importancia a las barbaridades de los ultramontanos. Si es
39
necesario haga una Novena en su casa y hágase más católico que el Papa...”.

En este marco, pronto llegaría a término el período gubernamental de Del Viso. Para nadie era
un secreto que continuaría la hegemonía autonomista, encarnada en la figura de su ministro el
joven Juárez Celman. Hubo dos fuerzas que confrontaron: el partido Liberal Nacionalista de
Córdoba que proclamó la fórmula Cayetano R. Lozano y Felipe Díaz, enfrentado electoralmente
al Partido Autonomista que levantó el binomio Miguel Juárez Celman y Tristán A. Malbrán.
Estos últimos se impusieron en las elecciones del 17 de noviembre de 1879. Sobre el acto
comicial Terzaga comenta:

“El proceso electoral fue de gran violencia y en él menudearon las conocidas denuncias de los
Liberales contra los Autonomistas, por impedirles la inscripción en el Registro de Electores y por
usar de la presión de elementos ajenos a la provincia, como Lucio V. Mansilla y Dardo Rocha, o
militares como el coronel Racedo. Este ambiente de tensión que de acuerdo a las prácticas de la
época, proporcionaba fundamentos reales a las denuncias, fue empero notablemente ampliadas
por la prensa de Buenos Aires que respondía a Mitre o a Tejedor. El diario La Nación (editorial del

37 Vid. Bischoff, E. Op. Cit.

38 Cfr. Cárcano, R. M., Mis Primeros Ochenta Años, Sudamericana, Buenos Aires, 1944, p. 127

39 Rivero Astengo, A. Op. Cit., p. 117

15
9 de Noviembre) sostenía: ‘Si Córdoba resiste puede ser la chispa que incendie (sic) la república. Si
la someten a elección será nula y no ha de ser reconocida...’. ‘Buenos Aires no ha de consentir
impasible el martirio de la segunda provincia de la República, porque sería precursora de igual
40
suerte para ella...’.”.

Si bien al día siguiente de los comicios el Gral. Roca desde Buenos Aires felicitó al gobernador
electo a través de una misiva cuyo pasaje más significativo dice:

“Un abrazo ante todo por el espléndido triunfo, que ha de repercutir aquí de un modo horrible
en el ánimo de los tejedoristas, que por lo menos esperaban muriesen Cáceres, Barco, Lozano,
García y algún centenar de frailes, para tocar a rebato y cargar, con los cadáveres de estos
héroes, los cañones de ‘La Nación’, el ‘Buenos Aires’, ‘La Patria Argentina’ (de los Gutiérrez) con
que pensaban derribar a Avellaneda y a su seguro servidor. El chasco ha sido grande y se vuelven
41
contra los mismos que no han sabido morir por la causa santa de Tejedor...”.

De todos modos el resultado de la elección por la que estaba eufórico Roca, pondría al rojo el
ajedrez político de ese momento y su fina intuición política se materializaría en el transcurso de
ese verano. El objetivo era Córdoba.
Como dijimos anteriormente, al comenzar 1880 el General Roca sustrayéndose del ajetreo y las
comidillas de las facciones porteñas, se había retirado a esa provincia y desde allí pensaba
conducir los infinitos detalles que la campaña exigía. Esto era un inconveniente más, para la
acción de sus amigos porteños obligados a comunicarse por carta y telegramas, muchos de ellos
no cifrados, en momentos que la vertiginosidad de los acontecimientos exigían respuestas
perentorias. Así lo percibían sus amigos políticos Diego de Alvear, Dardo Rocha, Carlos
Pellegrini, Olegario Andrade, su hermano Ataliva y demás miembros de la pequeña pero
activísima falange que trabajaba por la candidatura del militar tucumano. Por la condición
estratégica de Córdoba para el roquismo, allí se fijó el blanco de la sedición. Dice Scenna
(1978) al respecto:

“De tiempo atrás sesionaba en Buenos Aires un comité revolucionario secreto, cuya misión era
cumplir lo dispuesto en la explosiva declaración del 16 de diciembre anterior, es decir desconocer
a Roca como presidente de la República y promover rebeliones contra los gobernadores del
interior. Componían este comité el doctor Juan Agustín García, los coroneles José Inocencio Arias
y Julio Campos, Delfín Huergo, Nicasio Oroño, Lisandro Olmos, Palemón Huergo y otras
personalidades. En el secreto de las reuniones elaboraron un plan de enorme audacia, que
permitiría desmantelar a la Liga de Gobernadores y dominar la situación en todo el país. Para ello
se golpearía Córdoba mediante una revolución que derrocaría a del Viso. Se establecería un
gobierno militar, se levantaría un ejército de 15.000 hombres que dominaría el litoral en
combinación con Corrientes y Buenos Aires, tras lo cual quedaría eliminada la candidatura de
42
Roca y se exigiría la renuncia de Avellaneda...”.

Sin embargo, todo lo planeado por Lisandro Olmos y Jerónimo del Barco, inspirador ideológico
de la sedición fracasó estrepitosamente. M. A. Cárcano (1986) dice al respecto:

“En Córdoba, Del Barco organiza un movimiento contra Roca. Lisandro Olmos con dinero de
Buenos Aires, se subleva contra las ‘vinchas blancas’ (oficialistas) para impedir la elección de
43
Juárez Celman para gobernador, sin resultado...”.

40 Terzaga, A. Op. Cit., p. 214

41 Vid. Rivero Astengo, A. Op. Cit., p. 147


42
Vid, Scenna, M. A. Op. Cit., p. 26.
43
Vid. Cárcano, M. A. Op, Cit. p. 76.

16
Fracasada la revolución en Córdoba, la certeza de que las candidaturas de Roca y Tejedor
desembocarían en una guerra civil alentó en muchos la búsqueda de una candidatura de
transacción. En Buenos Aires, durante Febrero y Marzo los periódicos barajaban diferentes
nombres: Quintana, Sarmiento, Bernardo de Irigoyen, Gorostiaga, José María Moreno, etc.
Roca trató de atraerse a Quintana y le ofreció la vicepresidencia y una participación efectiva en
el gabinete. Quintana aceptó lo segundo, siempre y cuando el advenimiento de Roca se
produjera “sin guerra civil”. La candidatura de Sarmiento, le fue propuesta a Roca por del Valle,
Manuel Ocampo y Marcos Agrelo, que a tal fin llegaron a Córdoba desde Buenos Aires el 16 de
Marzo. Roca se mostró favorable siempre que Sarmiento fuese respaldado por los votos de
Buenos Aires. Los emisarios regresaron anunciando que Roca “en un gran acto de virtud cívica”
renunciaba a favor de sanjuanino. Deponiendo viejos rencores Sarmiento visitó a Tejedor el 19,
para pedirle los votos de los electores porteños. El gobernador deriva la decisión a sus aliados
mitristas, que rechazaron la posibilidad. Por otra parte, amigos de Bernardo de Irigoyen en el
Club de la Paz levantan su candidatura, pero Mitre calificándolo de mazorquero, por sus
antecedentes rosistas, prefiere a Gorostiaga, el presidente de la Corte. Lo demás es historia
conocida.
Hasta aquí la historia que intento reseñar en el trabajo, tratando de situarme en la antesala de los
episodios político-electorales del ’80. Por lo tanto, no corresponde desarrollar un profundo
análisis de las elecciones y de la guerra civil del año que se inicia. Sólo a modo de reseña
incluiré una breve crónica de estas situaciones para darle forma y final al relato.

IV. Elecciones y Electores


El 28 de Marzo se renovó la mitad de la legislatura porteña. Con el aplastante triunfo de los
conciliados, Tejedor tendrá mayoría en ambas cámaras provinciales.
El 11 de Abril se realizaron en todo el país las elecciones de electores de presidente. En Buenos
Aires Tejedor cosechó el 90% de los votos emitidos. En la campaña bonaerense, su triunfo aún
fue mayor. Pero en el interior, con excepción de Corrientes, ganaron sin oposición los partidos
gubernamentales, que sostenían a Roca. El interventor de Jujuy permitió un elector favorable a
Tejedor.
De modo que el binomio Tejedor-Laspiur reunía 71 votos (54 de Buenos Aires, 16 de Corrientes
y uno de Jujuy) contra 161 que votarían por Roca, que todavía no había elegido su compañero
de fórmula. Los electores deberían reunirse en congreso en la ciudad de Buenos Aires en Mayo,
a fin de realizar el escrutinio y proclamar al ganador. Pero el clima político de la ciudad era
decididamente adverso. El 18 de Abril una manifestación baleó el frente de la casa del
Presidente Avellaneda. A su vez los electores que iban arribando a la ciudad eran agredidos en
las calles, de palabra y de hecho. Cuenta M. A. Cárcano (1986) que:

“La Capital aparece invadida por los políticos provincianos que se distinguen por su manera de
vestir y su tonada lugareña. Se prestan a la burla y al chascarrillo de los porteños. Vencido
Tejedor, sus partidarios buscan adherirse al Partido Autonomista Nacional que aparece
dominando al país, pero pequeños grupos de intransigentes pretenden, sin resultado, oponerse a
‘los bárbaros del norte’. Frente al Hotel Helder donde se alojan los diputados del interior, un día
aparece un carro descargando fardos de pasto. La gente pregunta: ‘¿Para quién es esta carga?’, y
44
le responden: ‘Para que coman los diputados provincianos’...”.

El 1° de Mayo Tejedor abrió el período legislativo provincial con un detonante discurso. Los
armamentos que su gobierno adquirió en Europa serán introducidos con o sin despacho de
Aduana. Incluso se llegará a “un cisma si fuese necesario”. La Cámara de Diputados de la
provincia votó 50 millones de pesos (el presupuesto provincial no superaba los 80 millones)
para la compra de armas.
El 16 de Abril debía reunirse la Cámara de Diputados de la Nación, en un sesión preparatoria.
Creyendo imparcial a Quintana, candidato de los conciliados, Roca ordenó a sus electores

44 Vid. Cárcano, M. A. Op. Cit., p. 81

17
votarlo para presidente provisional de la misma. Pero éste no sería imparcial. Los autonomistas
estaban en mayoría en el Congreso, sin embargo, la comisión de poderes que Quintana nombró
estaba compuesta por tres conciliados y solamente dos autonomistas.
El 7 de Mayo los diputados nacionales deben votar los diplomas de los electores. La comisión
de poderes en un ambiente cargado de tensión (al comenzar la sesión un compañía armada de
rifleros porteños ocupó las galerías del Congreso), presenta dos despachos: el de los conciliados
que aplaza la aprobación de los diplomas de los electores autonomistas de Córdoba, Entre Ríos
y Santa Fe; y por otro lado, el de los autonomistas, en minoría en la comisión, que solamente
impugnaba uno de los diplomas de La Rioja. Si se aprobaba el despacho de los conciliados,
serían mayoría al escrutarse los votos presidenciales.

Carlos Tejedor Julio A. Roca Bartolomé Mitre

Cuando el legislador por Santiago del Estero, Absalón Rojas hizo moción de votar en primer
lugar el despacho de la minoría (autonomista), lo que fue aprobado por escaso margen, se
suscitó une escándalo mayúsculo. Los rifleros apuntaron sus armas mientras los autonomistas
trataban de esconderse detrás de los conciliados. A su vez éstos trataron de apartarse para que
no les tocara “por error de puntería alguna bala”. En medio de una terrible tensión y de caos en
el recinto, Mitre se opuso enérgicamente a la balacera y de pie sobre la mesa de la sala45 impuso
disciplina a los milicianos armados.
Cuando pasó la borrasca, propuso un cuarto intermedio y Quintana levantó la tensa sesión. A
duras penas los autonomistas pudieron refugiarse en la Secretaría. Ante los graves
acontecimientos, el Ministro de Guerra de Avellaneda, Carlos Pellegrini sugiere trasladar la
sede del gobierno nacional fuera de Buenos Aires. Pero éste no acepta: prefiere que Roca
renuncie a la candidatura en beneficio de otra más potable, la de Gorostiaga, por ejemplo. Es
entonces que Pellegrini acuerda una entrevista entre ambos candidatos. Roca vendrá desde
Rosario por el Paraná en el vapor “Pilcomayo” hasta el Tigre. Antes de iniciar el viaje le escribe
a Juárez diciéndole:

“Si Tejedor, con Avellaneda y Mitre levantan a Gorostiaga, tendremos a Sarmiento con que
46
defendernos...”.

En esos momentos el nombre del sanjuanino no es de transacción, sino irritativo para mitristas y
tejedoristas. El 10 de Mayo se produjo la entrevista pactada entre Roca y Tejedor, a bordo de la
cañonera Pilcomayo, anclada en la desembocadura del Delta. Tejedor le informó a Roca de la
resistencia de Buenos Aires y le propuso renunciar a la candidatura. Su interlocutor desestimó la
proposición. Insistió nuevamente el gobernador instándole a que se convenza, pues tiene
grandes resistencias en la ciudad-puerto y “¿Cómo vá a gobernar?”. Sin inmutarse Roca le
45 Vid. Scenna, M. A., Op. Cit.

46 Vid. Terzaga A. Op. Cit. p. 237.

18
contesta: “! Allá veremos doctor!”. Tejedor entonces mencionó a Sarmiento y Roca manifestó
su decisión de apoyar su candidatura en el caso de tener que renunciar a la suya. Tejedor
rechaza a Sarmiento y Roca se niega a considerar toda otra posibilidad. Ante la encrucijada,
Tejedor preguntó “¿No habría otra posibilidad?”. Roca pausadamente contesta: “Sí, el
acatamiento a la Constitución respetando las comicios”. Tejedor vuelve a preguntar “¿No
podría nombrarse a un hombre que nada signifique?” (pensaba en Gorostiaga). Roca tajante
contesta:
47
“Los destinos de la República no pueden confiarse a un mentecato”.

Un cortante silencio siguió a la lapidaria respuesta de Roca y preanunció el fin de la entrevista.


Inmediatamente Tejedor se levantó dándola por finalizada y volvió enfurecido a Buenos Aires.
Una muchedumbre lo esperaba frente a su casa. Tras una enérgica arenga, la respuesta de la
multitud fue “¡a los cuarteles!”. Roca por su parte regresó a Córdoba. Desde allí envió una carta
al periódico La Tribuna, de Buenos Aires, afirmando que no atendería más propuestas hasta que
se reuniera el Congreso. Recién entonces -promete- pondría el destino de su candidatura en
manos de sus amigos políticos.

V. Elecciones y Guerra Civil

Oficiales del Ejército Nacional roquista. Combatieron contra Tejedor y Mitre en1880

Desde Setiembre de 1879 Tejedor había organizado la milicia provincial y los cuerpos de
rifleros. Para armarlos compró directamente pertrechos en Europa y ordenó, para evitar el pago
de los derechos de aduana, que fueran desembarcados lejos del muelle capitalino. Al enterarse
Pellegrini que el Riachuelo desembarcaría un cargamento de armas en la madrugada del 2 de
Junio en la Boca, mandó una compañía a interceptar el envío, si la escuadra no podía impedir el
desembarco. Pero la Guardia Provincial dominó al destacamento enviado por Pellegrini y
rechazó a la escuadra que perseguía la embarcación, de modo que las armas llegaron a destino.
Por la tarde el Ministro de Guerra y Marina convenció a Avellaneda de que debía abandonar
Buenos Aires. Junto con otro miembro de su gabinete, Pedro Goyena, los tres de dirigieron al
cuartel nacional de la Chacarita de los Colegiales. Desde allí, al día siguiente, el presidente
lanza una proclama en estos términos:

47 Vid. Terzaga A. Op. Cit. p. 238.

19
“El Gobernador de Buenos Aires se ha alzado abiertamente en armas contra las leyes de la
Nación y los poderes públicos...”. “Voy a mover los hombres y las armas de la Nación a fin de
48
hacer cumplir y respetar sus leyes...”.

La capital provisoria se instaló en el pueblo de Belgrano. Allí se trasladaron los ministros, los
funcionarios que respondían a Roca y Avellaneda, la mayoría de los senadores y 21 diputados.
Los 49 diputados restantes se quedan en Buenos Aires, lo mismo que la Corte Suprema y el
vicepresidente, Mariano Acosta. Buenos Aires hierve de entusiasmo bélico. A los 25.000
hombres adiestrados y armados se agregarán otros tantos entre las milicias rurales y los
voluntarios, a pesar que ese mismo día el presidente declara rebelde a quien se enrole en la
guardia porteña. Avellaneda convoca a las milicias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y
Córdoba para “defender el orden perturbado por el Gobernador de Buenos Aires”. Se decreta el
bloqueo del puerto, medida ineficaz, pues Tejedor habilita otros lugares clandestinos de
desembarco, inaccesibles y/o desconocidos por la escuadra nacional.
Corrientes firma un tratado de alianza con Buenos Aires y recibe de ésta armas y dinero.
Una cuestión tranquilizaba a los autonomistas: los diputados concentrados en Belgrano reunían
quorum por sí mismos. Ante la inexplicable inacción de Buenos Aires, el poder ejecutivo de la
Nación seguía con el plan de concentrar tropas en la Chacarita. No se combatía, ni había
escaramuzas. En tanto, la Corte Suprema intentaba mediar. El 13 de Junio re reunieron en las
capitales de provincia los catorce colegios electorales. Como era de prever, menos Buenos Aires
y Corrientes, los restantes eligieron presidente a Roca y vice a Francisco Madero.
Desde Azul se acercaba el Coronel Nicolás Levalle, con los regimientos que guarnecían la
frontera sur. El 20 cruzaron sus tropas en tren los puentes de ferrocarril Sur sobre el Riachuelo y
desembarcaron en lo que hoy es la estación Hipólito Yrigoyen. Pero la firme resistencia de los
rifleros lo obliga a retirarse, tras dejar muchas bajas. Al día siguiente, auxiliado por los
refuerzos al mando del Coronel Bosch puede llegar a Plaza Constitución. El contraataque de los
rifleros los obliga a refugiarse en el actual Hospicio de las Mercedes.49
Ese mismo día, se combate en todos los frentes. Racedo ataca las fuerzas porteñas de Arias, que
se repliegan hasta detrás de la línea de trincheras que une Palermo-Plaza Once-Barracas.50
En dos días de lucha se enfrentaron más de 20,000 hombres; los muertos superaban los 3.000
por ambos bandos. Por mediación del Nuncio Papal, monseñor Mattera, se establece una tregua
desde el 22 al 24 de Junio (pausa que salvó del desastre al ejército nacional pues la noche del 21
se descubrió que el parque de municiones y la pólvora depositada en la Chacarita se había
humedecido). Urgentemente fue despachado el vapor Villarino para adquirir pólvora en
Montevideo, regresando con ella recién el día que finalizaba la tregua.
Mientras el 22 Tejedor nombró a Mitre comandante en jefe de las fuerzas porteñas. El 24,
mientras la escuadra nacional bombardeaba la ciudad, Mitre aconsejó al Gobernador, a su
gabinete y al estado mayor una “paz honorable”. El 25 a las 10 de la mañana llega Mitre a
Belgrano con un salvoconducto. Tras sucesivas entrevistas y negociaciones el 29 se formaliza
un acuerdo de caballeros: Tejedor renunciaría voluntariamente, José M. Moreno se haría cargo
del gobierno sin condiciones, en tanto Mitre desarmaría y licenciaría a los voluntarios. Las
fuerzas nacionales entrarían nuevamente a Buenos Aires “sin aparato” y no habría procesos
políticos ni militares.
El acuerdo de caballeros no satisfizo a los porteños porque paradójicamente repetían una
especie de Pavón a la inversa. Perdían una guerra que creían ganada; tampoco conformaba a los
nacionales, porque los rebeldes mantenían el gobierno y la integridad territorial de la ciudad-
puerto. A pesar del endeble acuerdo de paz, la atmósfera de guerra no se disipa. Miles de

48 Vid. Terzaga A., Op. Cit., p. 239.

49Al respecto se puede consultar el trabajo de Ruiz Moreno, I. J. La Federalización de Buenos Aires,
Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.

50 Ibidem.

20
milicianos conservan sus armas. Cuando Mitre ordena la demolición de las trincheras, nadie
ejecuta la directiva. Deben contratarse obreros italianos para hacerlo.

VI. La Cuestión Capital

Imagen del Obelisco de Buenos Aires

En 1862 el Partido Nacional, dueño del país, quiso imponer la federalización de Buenos Aires;
los autonomistas, que ejercían los desarticulados poderes provinciales se opusieron. Como otra
paradoja de la historia nacional, en 1880 los autonomistas que controlan el gobierno nacional,
pero no el bonaerense, apoyan la federalización del municipio porteño. Dardo Rocha explicaba
el cambio de posición diciendo que en 1862 quisieron evitar la imposición de un nuevo
despotismo, pero que aquellas causas habían ya desaparecido. Por otra parte, ningún porteño
pensaba seriamente quitarle a Buenos Aires el control del país. Cuando los provincianos del
Congreso (que eran mayoría) votaban leyes para llevar la capital a Rosario (1867, 1869, 1873) o
a Villa María (1871), Mitre o Sarmiento las vetaban. Los porteños podrían ser partidarios de
ceder o no su ciudad a la Nación, pero ninguno imaginaba que la ciudad capital de la República
pudiera ser otra que Buenos Aires, y sobre todo ahora que el comercio porteño, interconectado
por el capital europeo, levantaba la bandera de la federalización.
Roca favorecía el traslado de la capital a Rosario, posibilidad amenazante para los círculos
porteños. Pero ya el 6 de Julio, Manuel D. Pizarro, senador por Santa Fe, presentaba al
Congreso un proyecto por el cual se declaraba capital federal al municipio de Buenos Aires.
Intentando una salida transaccional. A su vez, Pellegrini presenta, a fines de Julio un proyecto
de partición de la ciudad; serían propiedad federal del gobierno nacional las ocho manzanas que
rodeaban Plaza de Mayo y la provincia conservaría el resto de la urbe.
Mientras tanto, Rocha reconstruye el autonomismo porteño y consigue dotar a Roca de una
amplia base de apoyo, fundamental para sus aspiraciones políticas. El 5 de Agosto los
autonomistas de Buenos Aires se reúnen con senadores del interior y sientan las bases del
partido en el orden nacional. Nace así el Partido Autonomista Nacional (PAN). El 7 de Agosto
llega Roca a Buenos Aires. El fracaso del plan Pellegrini mantiene caldeados los ánimos. Ese
día La Nación denuncia que se planea intervenir la provincia y nombrar gobernador a Rocha,
quien cedería a la Nación el municipio entero de Buenos Aires.
El 11 el Congreso nacional reunido todavía en Palermo disuelva la legislatura porteña.
Avellaneda presenta su renuncia, pero es rechazada. Roca controla la situación militar. El
congreso sigue adelante con sus resoluciones y la disolución del parlamento local se efectiviza
el 21 de Agosto.

21
Romero convence a Roca de no trasladar la capital a Rosario. Pero mantener la integridad de la
ciudad implicaba contener el tremendo poder del gobernador y la legislatura. Avellaneda y sus
ministros envían al Congreso, el 24 de Agosto, un proyecto que declara capital al municipio de
Buenos Aires (limitado entonces por Billinghurst al norte, Boedo al oeste y el Riachuelo al Sur).
La Nación se hacía cargo de la deuda exterior de la provincia y otorgaba a las autoridades
provinciales autorización para residir en la ciudad.
El 26 de setiembre se realizaron elecciones en Buenos Aires de legisladores provinciales.
Aunque se presentaron solamente los candidatos del PAN, algunos independientes -entre ellos
Leandro N. Alem- lograron bancas. Avellaneda solicita entonces a la legislatura reconstituída la
cesión del municipio porteño. Dicha cesión del territorio federalizado fue aprobada el 24 de
Noviembre y promulgada el 6 de Diciembre de 1880, de acuerdo a la Ley 1029.

VII. Epílogo

1898. Mitre saluda a Roca al iniciar su segundo mandato presidencial

No es mucho más lo que quiero agregar en un trabajo cuyo énfasis circula alrededor de los
prolegómenos y conciliábulos políticos que precedieron a las elecciones presidenciales de 1880.
Elegí un momento en el cual el paroxismo y los temores de la sociedad política porteña la
impelen a enfrentar con todas las armas disponibles al bloque histórico opositor en ascenso.
Momento en que los límites entre sociedad civil y sociedad política están borrados y ambas
dimensiones participan activamente de las acciones, omisiones, negociaciones, mitines,
movilizaciones y combates que se suceden sin tregua y sin que se visualice claramente el
resultado final a tantas aflicciones, desvelos, iras y resignaciones. Sarmiento y su enorme
vanidad es uno de los que se incineran políticamente en esta hoguera. Idéntica situación vivió el
hombre más poderoso del país: Carlos Tejedor. Otro que también se resigna a un papel de
reparto en los fuegos del ’79 es Mitre, que no puede resarcirse de la derrota de La Verde y Santa
Rosa y rinde la ciudadela porteña sin demasiada resistencia. Pareciera que inexorablemente una
nueva camada de hombres con apellidos no tan ilustres como sus antecesores, en el marco de un
nuevo clima de ideas,51 se aprestan a dominar la escena política nacional. Al respecto Sábato
(1998) señala:

“Unos y otros lograron insuflar renovado entusiasmo a la alicaída vida política de Buenos Aires,
pero por poco tiempo. El poder se construía cada vez más en otra parte. Desde el Estado nacional
consolidado y con apoyos en la mayor parte de las provincias, se trabajaba para la sucesión

51 Vid. Halperín Donghi, T. Op. Cit.

22
presidencial de 1880. La creación del Partido Autonomista Nacional y la candidatura del general
Roca dejaron atrás a los ahora tradicionales dirigentes de Buenos Aires, salvo a aquellos que se
sumaron a la partida. El mitrismo junto con sectores del autonomismo que no aceptaron la
cooptación volvieron a resistir, esta vez transformando la propia ciudad en un bastión armado
que lucharía por su autonomía. Los cantones no alcanzaron para frenar al ejército y los rebeldes
fueron derrotados, la ciudad fue convertida en territorio federal, las dirigencias porteñas
quedaron desplazadas y un nuevo régimen político pronto impuso su ley de orden en todo el
52
país...”.

Con estos acontecimientos se clausuraban setenta años de guerras civiles y los argentinos
ingresaban a otra era histórica. Un nuevo país, olvidado de las proclamas, las lanzas, el toque a
degüello y las montoneras, emergerá de las ruinas de la guerra civil, dando paso a la Argentina
Moderna.

San Miguel de Tucumán, Julio de 1999

Nota: La bibliografía utilizada es la indicada en las citas al pie. A ella debe sumarse la sugerida en el repertorio
bibliográfico del Seminario

1898. Roca y su gabinete en los jardines de la residencia presidencial.

52 Vid. Sábato, H. Op. Cit., pp. 46-47.

23

También podría gustarte