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El tiempo es una situación objetiva, que transcurre fuera de nosotros sin que
podamos controlarlo. Sin embargo, el tiempo puede adquirir las características
y el ritmo que establezcamos para su distribución si implementamos estrategias
personales para el uso y la administración del tiempo. Este proceso requiere de
un trabajo reflexivo que nos ponga en contacto con la forma cómo vivimos y
manejamos nuestro tiempo, entendiendo que es un desarrollo que depende de
factores internos y de la personalidad más que de los aspectos externos e
institucionales o familiares.
Las metas no son sólo las grandes aspiraciones. También pueden ser situaciones
a las que queremos llegar o cambios que queremos hacer y que toman tiempo y
esfuerzo. Estudiar un idioma, bajar de peso o construir masa muscular, dedicar
más tiempo de calidad a la pareja o a la familia, son metas que necesitan
también de un diseño de acciones progresivas que nos acerquen a eso que
queremos alcanzar. Y las etapas que dibujamos en un plan son los objetivos.
Esos objetivos nos sirven para identificar si estamos trabajando de forma
efectiva en la conquista de las metas.
Para establecer una meta debemos fijar una situación a alcanzar. Para esto hay
que crear una forma de evaluar la distancia hacia esa meta estableciendo lo que
se ha llamado “línea base” (Armijo, 2010), o situación actual de la trayectoria. El
recorrido se puede acompañar con las preguntas ¿a dónde quiero llegar? ¿En
qué situación estamos ahora? ¿Cómo estábamos antes? De esta manera se
puede ir realizando un monitoreo para evaluar la trayectoria hacia la meta, la
inversión de tiempo que hacemos en cada etapa y si es necesario reajustar este
tiempo para la realización de los objetivos y las tareas necesarias.
Para tratar de distinguir con un poco más de precisión la diferencia entre metas
y objetivos, podemos apoyarnos en Aroldo Noriega (2014), quien cita las
recomendaciones del diseño instruccional de la Universidad de Tulane:
Las metas son más amplias, son principios que guían el proceso de toma de
decisiones; por su lado, los objetivos son específicos, medibles, son pequeños
pasos para alcanzar la meta.
Forsyth (2005) subraya como primer movimiento el fijar objetivos claros. Este
autor plantea que definir objetivos claros es decisivos y cualquier vaguedad
puede afectar negativamente al trabajo global de una persona, en particular a la
administración del tiempo, y a veces de forma subrepticia. Luego caracteriza los
objetivos claros indicando que los objetivos inteligentes son específicos,
mensurables, realistas y están sometidos al rigor de los plazos.
Drucker, citado por Larrasoain (2001) hacia la década de los ’50, planteó un
método de gerencia por objetivos llamado SMART por sus siglas en inglés. La
efectividad en el logro de las metas no depende de la presión de los Jefes, sino
de una capacidad personal que desarrollen los individuos para fijarse objetivos y
trazar el camino para realizarlos. Los objetivos deben ser (S) Específicos, (M)
Medibles, (A) Alcanzables o Factibles, (R) Relevantes, y (T) Especificados en el
tiempo (Taboada, 2014).
En este mismo orden de ideas Bellas Bouza (2012) afirma que el trabajo diario
debe tener unos objetivos claramente definidos por escrito. Esta definición de
objetivos debe realizarse por escrito y tomar en cuenta variables asociadas con
la temporalidad, su importancia, las prioridades y los resultados a alcanzar.
Ahora bien, ¿por qué procrastinamos? Sánchez (2012) señala tres factores que
promueven la postergación de las actividades: (a) la falta de motivación, (b) la
falta de conocimiento de algún aspecto de la tarea y (c) la falta de un método de
trabajo. Hay aspectos de la personalidad que influyen en la procrastinación. El
trazarse metas muy altas, con expectativas desajustadas al tiempo y al objetivo
de la tarea, influyen en la evitación de lo que tenemos que hacer, dando paso a
distracciones haciendo otras actividades. Trabajar en el proceso de cambio de
este hábito puede resultar difícil, pero los beneficios son gratificantes.
Convertirnos progresivamente en conductores de nuestra voluntad y de nuestro
tiempo nos permite tener mayor manejo de nuestras acciones en el camino de
conquistar nuestras metas.
La estrategia para administrar el tiempo bajo los preceptos del Método ABCDE
consiste en calificar con una letra (A,B,C,D,E) cada una de las tareas o
actividades contenidas en la lista antes de empezar a trabajar en ellas.
Las tareas que se deben hacer, debido a que implica severas consecuencias el no
realizarla, se identifican con la letra A. Aquellas tareas que se deberían hacer
pero, cuyas consecuencias son moderadas y no son actividades tan importantes
como las marcadas con la letra A, se identifican con la letra B. La regla establece
que nunca se debe realizar una actividad B mientras esté pendiente por realizar
una actividad A.
Tracy (2012), citando a Robert Half, afirma que más del 50% del tiempo de
trabajo se desperdicia en actividades tipo C, es decir, en cosas que no
contribuyen con el trabajo. Atribuye esta situación a los hábitos personales,
expresa que las personas efectivas establecen buenos hábitos que hacen de ellos
unos expertos, en contraste, la persona inefectiva establece accidentalmente
malos hábitos que ellos gobiernan su vida.
Las actividades que se clasifican con la letra E son aquellas que pueden ser
eliminadas totalmente. Después de todo sólo se puede mantener el tiempo bajo
control si se para de hacer cosas que no son necesarias de hacer.
Con los nuevos desarrollos gerenciales y administrativos desde los años ’60, se
produce un cambio en la concepción del liderazgo y de la responsabilidad en el
manejo del tiempo. Autores como Allan Lakein en los ‘60 y Peter Drucker en los
‘90 cambian el enfoque del manejo del tiempo. El énfasis se modifica desde una
concepción del control del tiempo externo al individuo, en manos de un gerente
o líder, hacia un enfoque en el que el control del tiempo está generado desde el
propio individuo. Lakein (1973) en el título de su libro “Cómo tomar el control
de su tiempo y de su vida” editado en 1973 y Peter Drucker (1999) en los ’90 con
el concepto de “Gestionarse a sí mismo”, cambian las nociones del control y del
origen del manejo del tiempo. Para los autores citados, son los individuos
quienes deben y pueden hacerse cargo del manejo del tiempo, con una iniciativa
basada en sus propios criterios, una administración autogenerada del tiempo.
Se promueve la idea de convertirse en líder de los propios procesos de
producción, ya sea de bienes o de ideas en la nueva sociedad del conocimiento
(Drucker, 1999). Cada trabajador o profesional puede hacerse cargo de su
capacidad productiva, y estimular y evaluar su propio rendimiento. Es decir,
cada individuo se convierte en su propio líder y al ejercer su liderazgo debe
organizar su propia forma de administrar el tiempo para su productividad.
En el mismo orden de ideas, Ghoshal y Bruch (2005), plantean que lidiar con
las exigencias laborales es un problema frecuente que enfrentan las personas y
va acompañado de la queja de no tener tiempo para hacerles frente. Esta
dificultad para lidiar con las exigencias es producto de la escasa habilidad para
establecer prioridades, fijar límites y ajustarse a sus propias expectativas y no a
la de los demás. Atendiendo a estos elementos, se puede afirmar que para lograr
un liderazgo efectivo en la administración del tiempo es esencial que la persona
desarrolle una visión de lo que realmente quiere lograr, es decir, una visión
clara de sí mismo. Igualmente, generar un conjunto de metas y prioridades a
corto, mediano y largo plazo y priorizar el tiempo en función de cada una de las
responsabilidades que se tienen.
Al saltón le gusta tener muchos asuntos entre manos y trabajar en varias tareas
simultáneamente, pero constantemente salta de una cosa a otra y nunca
termina ninguna (Schlenger y Roesch, en Fernández, 1994.). Las razones para
actuar de ese modo obedecen al hecho de que se distrae con facilidad, le gusta la
variedad y el cambio de ritmo, prefiere la satisfacción inmediata y le agrada
sentir que está ocupado. Ese estilo se presenta cuando la persona está aburrida,
se siente frustrada, se encuentra angustiada o acepta muchas interrupciones no
necesarias, ya sean llamadas telefónicas o visitas no programadas.
El ultra perfeccionista cree que todo lo puede hacer, pero se complica tanto
tratando de hacerlo todo bien, que no puede terminar a tiempo los proyectos.
Aun cuando completa una tarea, no está contento con los resultados (Schlenger
y Roesch, en Fernández, 1994). Sus razones para actuar son las de quien no
distingue entre normas altas y expectativas sobrehumanas, pretende dar
satisfacción a alguien de su pasado y se cree capaz no sólo de hacer todo por sí
mismo, sino de hacerlo bien. Ese estilo se muestra cuando la persona evita las
tareas importantes porque no confía en el resultado que va a obtener y se pierde
en una multitud de detalles insignificantes, dejando de lado el objetivo
principal.
En el caso del indeciso se caracteriza por la razón de que todo lo deja al azar
porque no es capaz de tomar decisiones y le preocupa que pueda equivocarse. Se
comportan así aquellas personas que en verdad no saben lo que quieren, les da
miedo que su elección sea incorrecta, no tienen idea de cómo empezar a actuar y
sienten temor por lo desconocido. Dicho estilo se ve favorecido de manifestarse
cuando la persona no tiene confianza de disponer de toda la información
necesaria o cuenta con muchas opciones para seleccionar alguna.
Por último, el desidioso es aquel que todo lo deja para última hora, como si
gozara con la angustia, y por lo general necesita presión de fuera para terminar
una tarea. En el caso del desidioso actúa así porque no sabe cómo calcular el
tiempo, la tensión se convierte en un estímulo y cree que es necesaria para
poder llevar a cabo lo que se propone.
1.2. La calidad de vida es un concepto referido al bienestar en todas las áreas del
ser humano, respondiendo a la satisfacción de las necesidades físicas (de salud,
seguridad), materiales (de vivienda, ingresos, transporte, pertenencias, comida),
sociales (de trabajo, familia, relaciones personales, comunidad,
responsabilidades), psicológicas o emocionales (de afecto, autoestima,
inteligencia emocional, espiritualidad, religión), de desarrollo (educación,
productividad) y ecológicas (calidad del agua, del aire, etc.)
2. Control
2.2. Control puede ser el dominio sobre algo o alguien, una forma de
fiscalización, un mecanismo para regular algo manual o sistémicamente o un
examen para probar los conocimientos de los alumnos sobre alguna materia.
3. Estrés
3.2. El estrés es un proceso natural del cuerpo humano, que genera una
respuesta automática ante condiciones externas que resultan amenazadoras o
desafiantes, que requieren una movilización de recursos físicos, mentales y
conductuales para hacerles frente, y que a veces perturban el equilibrio
emocional de la persona.
4. Evaluación
5. Liderazgo
5.1. La palabra liderazgo define a una influencia que se ejerce sobre las personas
y que permite incentivarlas para que trabajen en forma entusiasta por un
objetivo común. Quien ejerce el liderazgo se conoce como líder.
6. Meta
6.1. Término señalado a una carrera. Fin al que se dirigen las acciones o deseos
de una persona.
6.2. Como prefijo, meta se deriva del vocablo griego μετά, usado para designar a
lo que está después o más allá de otra cosa, como la metafísica (más allá de lo
que puede ser experimentado) o metáfora(más allá del significado corriente de
una palabra).
7. Objetivo
7.1. Dícese de lo que existe realmente, fuera del sujeto que lo conoce. Blanco
para ejercitarse en el tiro y cualquier otro objeto sobre el que se dispara un arma
de fuego.
8. Ocio:
9. Procrastinar
11. Prioridad
12. Salud
12.1. Estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones. 2.
Condiciones físicas en las que se encuentra un organismo en un momento
determinado.