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Pelechano (1973), por otro lado, entiende la personalidad como lo que da identidad al
sujeto a lo largo de su ciclo vital, mientras que Guilford (1975) creía que esta era un
patrón único de rasgos. Ambas definiciones parten de la variable de distinción que
Allport expuso en su teoría.
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1.2. Características generales de la personalidad
A pesar de la falta de consenso, se han podido identificar en las distintas teorías tres
principios básicos que pueden aplicarse a la personalidad. Estos principios son:
Totalidad: ningún sistema es igual que otro por la interacción de todos sus
elementos. Como reza la ley gestáltica, el todo es más que la suma de sus partes.
Por ello, la personalidad se entiende como una organización. A través de la
interacción del ser humano con su medio, van apareciendo nuevas dinámicas y
tendencias que son capaces de responder a sus demandas. El principio de
totalidad también refiere que uno de los aspectos más importantes de la
personalidad es la singularidad, y que cuanto más complejo sea ese sistema, más
necesidad de singularidad necesitará ese sistema.
Retroalimentación y autoorganización: para mantener la identidad interna ante
el cambio externo constante existen procesos de autorregulación de la
personalidad. No se refiere a un simple proceso de homeostasis para mantener
el equilibrio. La personalidad está en constante contacto con el ambiente,
conjugando cambio y equilibrio. No obstante, a pesar de esos cambios, los
procesos de autorregulación garantizan una identidad y personalidad
constantes.
Indeterminación: la personalidad es indefinida y abierta en tanto que no se
puede determinar el estado real inicial de sus elementos. El sistema, o la
personalidad, puede actuar de forma indeterminada hacia ciertos estímulos y
viceversa. Por ello, existen respuestas muy diferentes ante una palabra, una
conducta o un gesto.
Diferentes autores han entremezclado los 3 conceptos que nos ocupan. Por ejemplo, es
el caso de Eysenck y Pavlov, que desarrollaron teorías de personalidad basadas en la
biología.
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El juicio moral, el grado en el que la persona se involucra en con su conciencia
personal.
La diferencia entre carácter y personalidad es que muchas veces la personalidad viene
definida por adjetivos absolutistas como “fuerte”, “malo”, “simpático”. El carácter está
relacionado con aquella información proveniente de la observación continuada del
comportamiento de la persona. G. Berger (1971) entendía que el carácter era una parte
de la personalidad, más unida a la conducta moral y social que a lo fisiológico de la
persona.
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Por su parte, la personalidad sufre pocas oscilaciones a lo largo de la vida, es
bastante estable después de la adolescencia. Aunque, esto no significa que no
sufra cambien con el tiempo.
5. Grado de permeabilidad. La permeabilidad hace referencia al grado en el que un
fenómeno, constructo o estructura se deja influenciar por factores externos
(modificando su propia estructura).
Dicho esto, el temperamento sería el constructo menos permeable de los tres,
por su alto componente biológico. Luego, le sigue la personalidad, también poco
influenciable (o difícil de modificar).
Carácter, personalidad y temperamento son conceptos similares, entremezclados por la
filosofía de muchos autores que los incluían en sus teorías, pero con diferencias notables
entre ellos. La gran complejidad de este tema reside en la dificultad para definir la
personalidad, una parte profunda, cambiante y a la vez estable de nuestro ser.
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Después, esta chica comentó que estaba muy sorprendida, que ella era una chica muy
tímida e insegura. Pero como no entendía nada, no se activaba ninguna emoción
negativa. Su mente no estaba recibiendo ninguna información porque no entendía
inglés, entonces su mente no podía hacer interpretaciones internas.
Ante alguien que nos halaga diciéndonos que estamos elegantes o guapos, una persona
que se guste a sí misma se sentirá bien cuando se lo digan. Sin embargo, una persona
que tenga complejos y no se guste, ante un halago así, sentirá malestar porque
interiormente estará interpretando que se lo dicen por cumplir o para animar.
Las emociones nos las creamos nosotros mismos con las interpretaciones interiores que
hacemos cada vez que recibimos información. Muchos dicen que no piensan en nada y
a pesar de ello sienten emociones negativas, por ello no creen que primero va el
pensamiento y después la emoción, pero lo cierto es que, aunque uno no se dé cuenta
de que está pensando, esos pensamientos y evaluaciones se hacen inconscientemente.
Por ello, la clave para tener controladas nuestras emociones está en hacer conscientes
esas interpretaciones internas y trabajar en ellas cada vez que recibamos información.
Plantéate cada vez que sientas malestar, ¿qué estoy pensando sobre esta situación o
sobre lo que me han dicho? En realidad, nadie nos hace daño, ninguna situación nos
provoca malestar, somos nosotros mismos quienes nos hacemos daño con las cosas que
pensamos.
Si algo te afecta es porque tienes una interpretación negativa interior y, aunque no seas
consciente de ella, la tienes. Si eres capaz de detectar esa evaluación negativa que haces
y la cambias, tus emociones también cambiarán. Entrar en la estructura del pensamiento
es una herramienta muy valiosa para cambiar las emociones, porque primero viene el
pensamiento y dependiendo de cómo sea, así será después la emoción.
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Emociones y proceso cognitivo están íntimamente ligados en una doble dirección, ya
que un estado emocional negativo puede influir en el proceso cognitivo y al revés, una
errónea interpretación de una situación puede acarrear emociones negativas.
Imaginemos que alguien nos mira con el ceño fruncido. Podemos pensar que esa
persona tiene algo contra nosotros e interpretar la mirada como algo hostil cuando
puede que esté enfadada por algo totalmente ajeno que nada tiene que ver con
nosotros. Hemos observado un suceso, hemos procesado e interpretado la información
y hemos llegado a una conclusión. El estado emocional previo a la aparición de esta
situación hace que pensemos y la interpretemos de determinada manera y también la
conclusión a la que llegamos genera en nosotros una emoción que varía en función de
lo que hemos interpretado.
Tiene algo contra mí, quiere hacerme daño y es más fuerte que yo. La emoción
que generan nuestros pensamientos es el miedo.
Tiene algo contra mí, quiere hacerme daño, pero soy más alto y fuerte. La
emoción que generan nuestros pensamientos es la hostilidad.
No sé por qué me mira de esa manera, parece enfadado conmigo, pero voy a
esperar a ver qué pasa. Generamos cierta preocupación y nos ponemos en
guardia, aunque sin alarmarnos demasiado.
Parece enfadado, pero como no le conozco de nada es probable que no sea
conmigo, a lo mejor está así siempre. En este caso la emoción generada es más
bien de curiosidad.
Con este ejemplo se puede ver cómo el mismo suceso puede dar lugar a emociones muy
diferentes según nuestro pensamiento. Es importante pensar de manera lógica y realista
y cuestionarnos en muchas ocasiones las interpretaciones que hacemos, para lograr
tener pensamientos constructivos y libres de errores.
La doble relación entre proceso cognitivo y emoción se hace aún más fuerte cuando el
estado emocional es más intenso. Una persona que se pone muy nerviosa en
determinada situación puede llegar a bloquearse a nivel cognitivo. De manera inversa,
interpretar una situación de manera excepcionalmente amenazante puede hacer que la
persona sufra un estado grave de ansiedad.
Cuando hablamos de trastornos emocionales como los trastornos de ansiedad o las
depresiones dicha relación cognición-emoción se hace aún más estrecha. Las personas
con problemas de ansiedad presentan más sesgos cognitivos, es decir, interpretan las
situaciones de manera más centrada en la amenaza que las personas sin estos
problemas. Algo similar se observa en el caso de las emociones. Algunas personas
cuando sufren una pérdida importante, especialmente las personas propensas a la
depresión tienden a interpretar los hechos negativos en términos de:
Causalidad de tipo interna, es decir, la culpa la tengo yo.
Global, independiente de la situación.
Estable, que se mantiene a lo largo del tiempo.
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Una frase que puede resumir esta situación es por ejemplo: “Ha sido por mi culpa, como
sucede con todo desde siempre”.
Hay otros problemas emocionales derivados de lo que se llama proceso o sesgo de tipo
atribucional. Es decir, aquellas personas que tienden a echar la culpa de los resultados
negativos a otras personas, a atribuirles las consecuencias, tienden a enfadarse más y a
experimentar más estados de ira.
En cambio, la culpa se caracteriza por un resultado negativo que se atribuye a causas
que podríamos haber controlado si nos hubiéramos esforzado y la vergüenza está
asociada a resultados negativos causados por procesos que se podrían haber controlado
si hubiéramos tenido mayor capacidad.
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