Kcreatinn

Creación y más

AÑO XV, VOL. 2, N°26 | CAJAMARCA-PERÚ | I SEMESTRE DE 2022 |ISSN: 2810-8981

Revista de Creación Literaria

FOTO: “EXTRANJERO DE PAZ” © CHARLY SEMINARIO, 2021

NARRATIVA TEATRO
POESÍA OPINIÓN
ARTE ENTREVISTAS
© Revista Kcreatinn Creación y más, y todos sus colaboradores, 2022.
Año XV, Vol. 2, N°26 | Cajamarca-Perú | I Semestre de 2022
Colaboraciones: kcreatinnorg@yahoo.es
Edición: El Cabuyal Editores. Cajamarca, junio de 2022.

© El Cabuyal Editores S.R.L., 2022

Jr. Los Robles 187
Urbanización Santa Rosa
Cajamarca-Perú
E-mail: gerencia.cabuyal.editores@gmail.com

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2008-02377

ISSN: ISSN: 2810-8981

Publicación semestral.
Impreso en junio de 2022, por EL CABUYAL EDITORES S.R.L.
Tiraje: 500 ejemplares.

Colaboradores de la publicación:

Jack Farfán Cedrón, Javier Farfán Cedrón, Silvia Farfán Cedrón, Miguel Garnett Johnson, Manuel Limay Incil,
Willy Miranda Quiroz, Charly Seminario, Juan Vargas Velásquez, Oscar Pita Grandi.

Carátula: “Extranjero de paz”. Técnica mixta. © Charly Seminario, 2021.

Viñetas: © Jack Farfán Cedrón, 2022.

Pág. 5: “Trebópolis”, Pág. 8: “La oruga ermitaña”, Pág. 10: “Humarada”. Pág. 11: “Kuntur”, Pág. 12:
“Solimanillo”, Pág. 13: “Hojichuelas”, Pág. 14: “Cefaleasis”, Pág. 16: Sombra derritiéndose, Pág. 19:
“Mixomatosis”, Pág. 24: “Elefantomas”, Pág. 27: Flor de montaña, Pág. 34: “Fitoimaginería”, Pág. 38: “El
Roble”, Pág. 43: "Ángel niño".

Otras ilustraciones: © Manuel Limay Incil.

Pág. 30: “Duende del manzano”, Pág. 31: “El soldado desconocido”, Pág. 32: “Crónica de la memoria
colectiva-Perú un sueño”.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un
sistema de recuperación, de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por
escrito de El Cabuyal Editores.
Índice
04 Un lugar con abrigo y consuelo
Javier Farfán Cedrón

06 La vida y la muerte
Silvia Farfán Cedrón

09 Los Brahamanes
Juan Vargas Velásquez

10 La piara
Juan Vargas Velásquez

11 La primera noche del mundo:

La sangre del espíritu
Jack Farfán Cedrón

12 La primera noche del mundo:

El dios crepuscular
Jack Farfán Cedrón

13 La primera noche del mundo:

El viento de nuestras derrotas
Jack Farfán Cedrón

14 La primera noche del mundo:

La calcinación del dolor
Jack Farfán Cedrón
15 La ascensión
Willy Miranda Quiroz

17 Eternidad de la noche: reseña

Jack Farfán Cedrón

20 El espía del inca: reseña

Juan Vargas Velásquez

25 Cover: reseña
Jack Farfán Cedrón

28 Cuestionario al pintor y
fotógrafo Manuel Limay Incil
Jack Farfán Cedrón

33 Dos hombres y un maniquí

Javier Farfán Cedrón

35 El viaje de Javier Heraud (Javier

Corcuera, 2019). Un docu-mental
necesario para la literatura
latinoamericana y el cine peruano
Oscar Pita Grandi

39 Moscú versus Kiev

Miguel Garnett Johnson
UN LUGAR CON
ABRIGO Y CONSUELO
Cuando mi padre tocó mi puerta, yo tenía
despierto desde las tres de la mañana.
Llamó dos veces, entró y dijo, un camionero
lo encontró tirado al borde del puente, la policía
agarró a Mario y Melchor. Vendrán por ti. Mi
padre metía y sacaba las manos de los bolsillos
del pantalón. La mañana estaba agradable, el sol
tibio, el cielo limpio. Olí el café y oí los platos
tintineando desde la cocina. Mi padre miró a la
carretera desde mi ventana y mientras apoyaba
la frente en el vidrio, trataba de cerrar la cortina
que escapaba de sus manos. Y pensé en la otra
noche, cuando los muchachos hablaron
estupideces y Él, que solía escuchar y sonreír, se
levantó y se fue y no lo volví a ver.
Hacía dos días, la tarde terminando, que
Mario, Melchor, Él y yo habíamos arrastrado al
venado hasta la choza del cerro, detrás de la
casa de mi padre y habíamos empezado a beber
en silencio. Nos sentamos afuera, en bancos de
madera. La tarde estaba agradable y quieta,
pronto empezaría el frío. Todos bebimos de la
botella de ron, menos Él. No lo jodas, le dije a
Mario, déjalo tranquilo. Los tragos entraron
dulzones y ligeros, y pretendimos olvidar la
cacería de ese día, riéndonos. Mario fastidiando
a Melchor: corres como pato con esas botas
nuevas. Y a mí: deja la mierda pacifista y dispara,
como hombre. Tragos después, Mario gritó,
manga de cobardes. Nos miramos y le dije
cállate, córtala ya. De reojo lo vi a Él, mirándose
las manos y al suelo. Se levantó, tocó a Mario en
el hombro y dijo, última vez que hablas así, y
caminó hacia el fin de la tarde que
Escribe:
Javier Farfán Cedrón
acababa de convertirse en noche.
“No soy el hombre que buscan”, dije, pero la
mujer, recién llegada a la comisaría, fingió no
escuchar. Exigía verme, porque tú eres
responsable del daño a mi hijo, decía. Su rostro
era amarillo como página de libro viejo, y se
recogía el cabello cuando esperaba escuchar
algo, como preparando su cabeza para escuchar
mejor. La mujer me preguntó otra vez.
“No sé a dónde fue Él”, le respondí. “Su hijo
no habló después de la cacería. Ese día había
sido duro, persiguiendo al venado que Él había
herido en la pata trasera, rastreando la sangre,
secándose sobre la tierra abrasada por el sol. El
calor, los mosquitos y las espinas de cactus
clavándose en nuestros brazos. El sudor y el
polvo en nuestras caras y cuellos y Mario
repitiendo: última vez que cazo con idiotas y
quién le dispara a un venado en la pierna. Luego
la cantimplora vacía y la víbora cruzando el
camino y su hijo corriendo espantado,
perdiéndose entre los árboles de palo santo. Yo
corriendo detrás de Él, el olor de esos árboles
atascado en mi cerebro, ‘faltarán tres horas para
la puesta del sol’, me pregunté, mientras lo
buscaba entre las sombras”.
Aquella mujer no parecía ser mucho mayor
que Él. Podría confundirse con su hermana si no
fuera por el mechón blanco cubriéndole la
frente, pensé. Las mangas de su chompa negra
cubrían las palmas de sus manos y en ellas
secaba sus lágrimas. “Tienes remordimiento por
lo que hiciste”, preguntó ella.
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“No hice nada”, respondí. Sentí sal en la boca y Luego dice, otros murmuraban, encontraron una
recordé que regresaría al cuartito, oliendo a soga colgando del puente. Es extraño, decían,
cebollas, a responder más preguntas. Yo, sin bebiendo cañazo. Mi padre calló y, cuando me
recordar mis respuestas. dejó, lo imaginé pasando por la cantina,
“Merezco cárcel, dice usted, pero no hice deteniéndose en la puerta, escuchando voces y
nada”, le dije. Su cara ámbar parecía apagarse. risas de adentro, siguiendo su camino por la calle
“Usted quiere venganza”, dije. Mi garganta oscura.
ardía. “Necesita aquietar su mente oyendo mi Mientras espero la interrogación de
sentencia, pero su corazón se hundirá en dolor, medianoche, pienso en Él. Me pregunto si
sin consuelo. Soy venganza fácil para usted, para aquella noche yo lo hubiera acompañado y así
aliviar la carga de haberlo abandonado en nada le hubiera ocurrido. Lo hubiera protegido.
pañales. Soy inocente. Él era como un hermano. Ahora sólo quedan cuentos sórdidos que la
Me doblaba la edad, pero yo lo cuidaba. Nunca gente intercambia, como si se tratara de ganado.
supe si tenía familia. Él no hablaba mucho, Ahora, en esta luz de 25 watts sobre mi cabeza,
apenas escribía su nombre, y se asombraba de recuerdo la última vez que lo vi. Él estaba en el
que dos por dos fueran cuatro. Mi padre lo patio de nuestra casa y me saludó con la mano.
dejaba cuidar de las vacas, mañana y tarde. Les No tenía sombrero y se había afeitado, y sus
hablaba, alimentaba, las guiaba a tomar agua del mejillas y frente brillaban en el sol de la fría
río. Aunque yo sólo lo veía en vacaciones de la mañana. Se había abotonado la camisa hasta el
universidad, sabía que Él se alegraba de verme y primer botón y su camisa estaba vieja, gastada y
solía pedirme que cantara mis canciones. Nunca delgada, y no parecía que le hubiera dado algún
supe si las entendía, pero en la música buscaba abrigo o consuelo.
un espacio donde pertenecer y existir. De pie
escuchaba, brazos a los costados como ramas de
árboles, mirada fija en el espacio, habitando en
su casa imaginaria”.
Ahora mi padre me visita. A la luz de 25
watts de este cuarto, veo sus mejillas afiladas y
las bolsas debajo de sus ojos. Me dice, en la
cantina dicen que nuestro amigo era raro,
hablaba con animales. Mi padre traga saliva.
Cállense, me dice que les dijo, respeten al
muerto, y la cantina tuvo un silencio breve, pero
desde un rincón alguien dijo que Él no tenía
amigos y que aquella noche escucharon disparos
en nuestra chacra. Mi padre hace pausa, frunce
el ceño, como asegurándose de que soy yo a
quien mira.

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 LA VIDA Y LA
MUERTE
Cuando tenemos una vida saludable y feliz,
sentimos que la hemos comprado en cuotas o al
contado, o quizá con cheque. Actuamos como si
siempre la fuéramos a tener y como si todos
nuestros seres queridos fuesen a estar para
siempre con nosotros. Dejamos de verlos lo
suficiente, de conversar un rato significativo con
ellos, de ayudarlos en alguna tarea, de reír con
ellos o simplemente de escucharlos
atentamente, de escucharlos activamente.
Dejamos que las cosas se sobreentiendan.
Que ellos, nuestros seres queridos,
entiendan que los amamos, aun si nunca se lo
hemos dicho. Que sobreentiendan que los
extrañamos, sin siquiera mencionarlo.
Asumimos que ellos saben que son importantes
para nosotros y sin embargo, jamás
expresamos. Ellos, se convierten, quizá, en un
objeto preciado que tiene vida, pero con el cual
nunca nos sentamos a conversar.
Tememos a la muerte y sin embargo; la
muerte nos acompaña siempre, está a nuestro
lado en cada paso. Cuando tenemos buena
salud, aún nos atrevemos a estar tristes porque
nos falta
Escribe:
Silvia Farfán Cedrón
casa o carro o ropa de moda para estar a la
‘altura de las circunstancias’. Cuando gozamos de
buena salud, olvidamos dar gracias al cielo por
este don maravilloso y dejamos pasar un
extraordinario día más, con todas sus horas, sus
minutos y segundos; sin ser gratos, sin hacer
algo útil por nosotros mismos o por los demás.
Nos olvidamos de mirar al cielo, de disfrutar de
la contemplación de un paisaje o de la luna llena
en una noche cualquiera, que es única en
realidad y que jamás volverá. O de mirar a los
nos ojos de un niño inquieto, con mil interrogantes
para hacer.
Cuando contamos con el milagro de la salud,
nos olvidamos de hacer algo trascendente, algo
que no sea comprar un carro o una casa; algo
lo que, luego de tu muerte, deje una huella de ti en
el mundo, para el mundo; para ese pedacito de
mundo en el que nos tocó vivir.
Imagina tu funeral… ¿Habrá gente
acompañándote o no? ¿Habrá flores? ¿Cuántas?
¿Harán una oración con amor por ti o no? ¿De
qué hablarán? Pues, de aspectos como: tu
amabilidad, tu servicio hacia los demás, tu
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sonrisa o tu heroísmo, tu valentía y optimismo
con que enfrentabas la vida. Tu resiliencia y tu
capacidad para dar un paso a la vez, e ir
alcanzando metas que muchas veces fueron
consideradas como intangibles para el mundo,
pero tan certeras para tu corazón, para tu
mente, para tu espíritu. Y cuando termine el
funeral… ¿Te recordarán? ¿Hablarán de ti o de tu
casa, de la ropa que usabas o talvez de la marca
de zapatillas que usabas, o quizá de tu perfume?
O es que en las mentes de los que te
conocieron y te amaron, quedarán frases
compasivas dichas por ti, o historias maravillosas
contadas por ti, o recetas exclusivas hechas por
ti, o abrazos dados con amor intenso en
momentos oportunos, o miradas azules,
límpidas, llenas de amor directo al alma. ¿Qué
recordarán? Esos atardeceres viendo el ocaso o
esas carreras juntos, alentándose, o esas líneas
que escribieron para ti, o ese momento en que
disfrutaron de tu compañía o enjugaron tus
lágrimas. ¿Qué dejaste para el mundo, qué le
regalaste? ¿Quizá un libro?
Tenemos tanto miedo a la muerte, hasta que
la muerte se ve más de cerca y es palpable. La
enfermedad te advierte de la muerte, pero, aun
así, seguimos empecinados en la vida vacía, sin
sentido, sin alma, sin alas, sin fuego, sin amor,
sin emoción, sin asombro, sin aventura, sin
frecuencias cardíacas elevadas. Pensamos, más
bien, en la acumulación de cosas materiales; más
ropa, más zapatos, más joyas, más terrenos, más
casas. A pesar de que ya sabes que tu
enfermedad te llevará, inevitablemente, a la
muerte: tus ansias de acumular no se detienen.
A pesar de que en el ataúd sólo cabrá tu cuerpo
lívido, quizá incompleto, quizá con marcas del
dolor, producto del preámbulo a la muerte.
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¡Acumula más instantes en paz! ¡Acumula más
experiencias llenas de energía! ¡Corre más! ¡Juega
más! ¡Baila más! ¡Lee más! ¡Escribe más!
¡Aprende más! ¡Comparte más! ¡Habla más!
¡Escucha más! ¡Ríe más! ¡A carcajadas! ¡Tírate al
suelo y llora de tanto reír!
¡Sueña tan alto, como te sea posible! ¡Ama con
el alma, aun si a quien amas ha decido no
amarte! ¡Arriésgate al amor, aunque luego
entristezca tu corazón! ¡Comprende y sigue
adelante! Sé feliz por tu gran capacidad de amar,
de sentir, de asombrarte, de llorar, de ver los
milagros de la vida con los ojos del alma, con los
ojos del corazón.
El preámbulo a la muerte puede ser tortuoso,
hiriente, inexplicable, hasta visto como injusto;
sin embargo, hay dos caminos: hundirnos en el
sufrimiento o asumir valientemente el dolor y
elegir la aceptación del dolor y la paz. Elegir la
sombra helada por completo o elegir seguir ese
rayo de luz que te llevará hacia la luz total,
nuevamente.
Elegir la inactividad y enmudecimiento o elegir
dar los pasos necesarios para afrontar la
adversidad con gallardía, con confianza.
Considerarlo una oportunidad para aprender y
ser mejor persona o considerarlo una tortura o
castigo del Señor. Pensar por qué a mí o pensar
que yo he sido elegido para aprender cierta
lección y debo ser capaz de verla con claridad y
actuar en consecuencia y en mi beneficio.
Acompañar a alguien hacia la muerte es una
circunstancia que seguramente todos
quisiéramos evitar. Sin embargo, al acompañar
a alguien hacia ella, tenemos la posibilidad de
aprender a valorar cada sagrado minuto de vida
que tenemos. Aprender a ser tan intensos en
cada acción, rebasando de felicidad.

Tenemos la posibilidad de ser intensamente felices y bellos seres humanos. Sencillos,

amables, honestos, agradecidos, solidarios, serviciales, transparentes, enérgicos, tiernos,
generosos, devotos, amorosos. Enamorarnos de nuestra vida cada instante, disfrutar del aire
cada segundo, ser libre en cada paso dado: al recorrer el encantador sendero de la vida, que es
un haz de luz, que nos acompaña mientras dure el instante efímero que es la vida.

Kcreatinn | 08

LOS BRAHAMANES
Antes del novilunio de mayo
los brahamanes celebran sus cesiones misteriosas
en secretas cavernas subterráneas,
entre inmensos colosos de piedra.
Entre salas, capillas y celdas
los sacerdotes reclaman su culto
y el vulgo seducido, ignorante va en camino.
Sándalo, arroz, aceites, perfumes.
Ojos hieráticos desde las rocas observan,
en bajos relieves, obeliscos y pilares,
elefantes, simios y fiera fauna,
todo esculpido en roca viva.
Brahama pintado en carmesí,
genera nuestra existencia desde sus sueños:
¿Quién se atreve a despertarlo?
Sus ministros entonan cantos sagrados
y millares de incensarios lo perfuman.
Corre la sangre, copiosa
bajo el carro del dios;
huesos quebrantados, carnes desagarradas,
unos a otros, los faquires se relevan
frenéticos, se arrojan bajo las ruedas
miserables y vagabundos beborrotean la sangre.
¡Éxtasis!, estruendo y color,
tambores, címbalos y trompas.
Kcreatinn | 09
Escribe:
Juan Vargas Velásquez
También hay honores para Shiva,
pies sobre ascuas,
hierros y pinzas en narices y orejas,
labios arrancados.
Mientras a la efigie se pasea,
las bengalas se deshacen en colores,
arrecian las loas retumbando,
peregrinos desde el Ganges,
desde el Indo a un solo pie,
de rodillas desde Narmanda,
Bramaputra, Rajputana.
Hay promesas y votos en empeño.
Mas en el sacellum,
en lo profundo de la cripta,
donde solo el hierofante ora,
una candela de vaga luz azulada,
alumbra la inmutable deidad,
que variadas formas revistió, allende el
tiempo,
origen, generador y regente,
sempiterno, enhiesto, el Phalo.
La piara

Con el estúpido celular pegado a la cara,

bebo hilos de vómito y sabrosa bazofia virtual
y me regodeo, sí,
emitiendo risitas y sumergiéndome
en el océano colectivo de la miasma simia
de esta especie lóbrega y pezuñenta,
a velocidades de esta zumbona
díptera en persecución.

Los pulgares se deslizan,

en busca de más cochambre;
otro balde de agua sucia
para este puerco insaciable.

Llegan cargas gigantísimas de las alturas,

de una nube inmaterial
que se alimenta de miserias;
este orbe de cerdos en camiseta
asiste al TikTok colectivo de un reality profano,
hechura de esta piara globalizada.

Pulgar arriba, mientras el hilo de baba

cuelga de la jeta de tu hocico berraco,
otro hilo de felicidad brota, cavernario;
mientras cae una lluvia de Tweets,
ese fraude en 160 caracteres.

Y mientras fluyen torrentes de algoritmos,

una sombra cotiza en la bolsa.
Es el surrealismo versión pesadilla,
es el chancho bien cebado,
que, contento, aguaita
la navaja de justo antes de Navidad.

Kcreatinn | 10
LA PRIMERA NOCHE
DEL MUNDO
La sangre del espíritu
Trasiegos del espíritu son, ríos que estallan sobre
las venas abiertas de la tierra, amanuenses del
dolor, barómetros de la sociedad, secretores de
textos-motor, que a la primera chispa, estallan,
sin más. Aceptémoslo, el lecho alfarero de los
escribas, cobra lectores memoristas; no requiere
productores de humus ya revisitado, ni mucho
menos. Nos merecemos, escritores, ser
aprendidos de memoria, gritados en las calles,
en los parques, en los templos, en las escuelas,
en los hospitales, en el fin del mundo, inclusive.
Si en realidad somos escritores; y si escribimos
activados por un horario o para ya no temerle a
la página blanca o a la bendita pantallita, somos
retadores de escribano, rumores mortis, muros
irrespirables, baldíos-espejo a pleno sol, bosta
donde sólo brotan hongos y no flores para el
desierto. Ya lo dice el Zaratustra, de Nietzsche:
deberemos escribir con el espíritu de la sangre; y
si no, para qué más seguir plantados en esta
pataleta de las mil ratas humanas, donde el
motor silencioso de la peste, hace horas que ha
vuelto a su ratatá mundano, después de tanta
muerte e inquina. La gente, pasada en parte,
esta golpiza mortuoria, como que se ha sentado
donde debería estar, como que en alguna pelusa
ha escarmentado, alguna barbilla de un dios
oculto que no es Dios y que acaso es mirarse
siempre a uno mismo. Y ahora se echa a esperar,
pobre mendigo en un pueblo burgués, la
verdadera muerte, la muerte del espíritu.
Kcreatinn | 11
Escribe:
Jack Farfán Cedrón
Leamos y memoricemos; o como lo hace, lápiz
en mano, como buen judío que apunta lo que lee
para superarlo, tal un George Steiner, un judío
de oro que aprendió del arte de escribir mientras
su padre le mostraba desde la ventana las
huestes ordenadas hacia una guerra fratricida,
con premura de inmolarse, al sagrado
emolumento del espíritu de la sangre. ¡Caro
Friedrich Wilhelm Nietzsche!, tu Zaratustra ha
quedado, de una montaña a otra, iluminado,
abrazado y ovacionado por los muertos que
ahora supuran inmortalidad, aquellos muertos
imborrables que bailan mientras la sangre
creativa rebulle en las aortas, destapa cerebros,
ilumina espantos, mella alegrías gratuitas; y a los
incendios mismos del espectro creativo los
seduce, para enrostrar muertos en vida, ilusos,
hormigas secretoras, cadáveres andantes
premiados por la condenada y pinche parca que
se los lleva con todo y fojas mil, hasta la ruta
condenada al olvido. ¡Quien tenga sangre en la
cara, que palidezca!
El dios crepuscular
Mirad, completos, las improntas que dejan las
borrascas interiores; son nuestras; padecen un
espejo interior en el que nos miramos
hiperbóreos el reflejo que nos vive, en esta
escena trágica del mundo. “Mirémonos, somos
hiperbóreos”, dice el Zaratustra. Remedo de un
bruto chimpancé que pateó la tierra por el
cosmos y la echó a rodar al universo. Also sprach
Zarathustra (Así habló Zaratustra). Huellas de un
destino dejado a la suerte de lo inconcluso. El
antiguo dechado de brutalidades, de espantos a
mansalva, de prerrogativas de la masa
fraudulenta persiguiendo sanos ideales; esa
sociedad por demás despierta a un porvenir
arreglado; con basta en el pantalón, con café con
leche y pan con mantequilla. La línea recta, el
desatino ordenado, la ropa doblada en el cajón,
la cosa puesta en su lugar, los trastos lavados, el
incendio apagado. El terremoto de estrellas
amaina. La fecha relativa a cierta causa nos
dirige a las penurias. Descansemos, como si ello
fuera un destino insondable, en el infinito de la
paciencia que no nos tenemos. La fuente
temeraria aguarda como una lengua, sierpe la
panacea, el blando remedio, la papelera
sentimentaloide, el viento trunco, la pared como
un reloj palpitante. Si respiras, si abrazas, si oras
para nadie y si ya has perdido toda esperanza en
la copa del enebro incendiado, ¡estáis vivos!;
estáis cerca al dios crepuscular y a la vez boreal
de la mañana inabordable. Todo lo nuestro es
realmente bello, y se ajusta a nuestras más
irredimibles necesidades. Tu amargo día no
termina con el gran "salto a la oscuridad" (Henry
Miller, Trópico de Capricornio), con el machucar
del interruptor y la frazada hasta las orejas.
No responder a nadie, que llama a la puerta o al
teléfono. Las cicutas interiores ya no son
remedio. El desayuno porvenir sabe a leche
caliente, sin el café de las horas pertinaces. Rey
de los días iluminados, dame paciencia para
sobrellevar el espanto. Varados en la triste arena
de los días, esperamos el pan debido, la luna de
oros, el rey astro que no basta, pero que ilumina.
Los reflejos de las horas de luz y de presencia,
aguan más de lo que merecemos: el tiempo de
las cruces. Bastará que me peine, cachetee y me
trice de puro húmedo, frente al espejo. Somos
necesarios para quien jamás lo sueña. Y el sueño
justo, el erial de lo que estaba devastado, para
quien completo, transmigra la línea volando
puentes, devastando espíritus, que canciona el
escarbar del gallo que salta para cantar a quien
no raya un sol necesario. La ruina de la felicidad
lame la puerta de los oprimidos. ¿Cobrará acaso
una deuda ya pagada? Por la luz del estío se
cuela una vetusta polilla, humo de
contrariedades en la cocina, espantado por los
días de arena ordenada.
Kcreatinn | 12
El viento de nuestras derrotas
Nos recluimos en nuestro propio ego, negamos
la felicidad que bordea las cruces espantosas
que no pueden ser miradas por los ojos
cadavéricos. El hombre es su propio lobo, su
Catoblepas, su serpiente que se traga la cola, su
propio infinito. Es irredento e infinito; nada hay
como sus vanos comportamientos obsesivos. Se
sabe herido el hombre, y guerrero
resplandeciente a la vez; pero al dormir,
recupera fuerzas y sana sus heridas; conque,
ahíto de felicidad es desmentido por las
cortapisas de un mundo que lo sume en
tinieblas, en la pobreza del espíritu y la caída
estrepitosa de las virtudes que le faltan. Ha
desmentido en pleno exilio que el hambre voraz
lo venza; aguanta toda desavenencia, en pos de
la singular gritería por un espacio bajo la lluvia:
es fuerte como ningún animal que busca refugio;
pero al primer indicio de aburrimiento, deja la
comodidad y se convierte en ese “viajero y su
sombra” (Friedrich Nietzsche, El viajero y su
sombra). Es decir, que no puede dejar la
errabundez; y daría su reino de pacificaciones
espontáneas, por el bípedo erecto que yerra por
altas montañas, durante esa búsqueda del
absoluto inmediato, de la perfección a mansalva.
Nos hacemos daño por el mendrugo que ya
estaba seco; nos requerimos en
efervescente de gracia, para tener un motivo de
arañarnos a zarpas dignas, como azules, durante
la efervescencia cósmica de lo que nos propina
una patada en el trasero. Destazarnos por lo que
resta de orgullo parametrado de odio y beldad a
la vez; tragarnos vivos sin que
confundamos amor filial con canibalismo.
Kcreatinn | 13
Es lo que somos y deberemos aceptarlo. Somos
animales de costumbres y a ellas nos remitimos,
como el osezno a su guarida. De lejos parecemos
inofensivos y de cerca esputamos la cicuta del
infierno que volará en pedazos al semejante más
próximo. Amos de singularidades opresivas, en
lo que resta de orgullo insano, desmerecemos de
la rueda espasmódica que convierte en vital un
soso abrazo hipócrita; que volará, también, no lo
dudemos un instante, al mundo en pedazos. Nos
replegamos por instinto en el miedo, somos
animales de tristumbres que, en pos de la
igualdad, buscamos la ofrenda más lata: el olvido
moral o aquella imperceptible vicisitud de caer
con todo y rabo al cadalso de virtudes proscritas
a la mediocridad mendicante. Lobos de nuestra
propia hambre, destazamos la hogaza final; ya
no somos caníbales, bebemos de la luz del día
siguiente, posterior a la destrucción fatal del
mundo. ¡Enderezad el pecho, levantad la frente!
¡Que el fuego vivo corroa las entrañas de la furia!
Y para quienes no conocen la muerte necesaria;
os diré que jamás llega; pues, de cierto os digo,
que la inmortalidad llega en el momento en que
menos te existes. Nulo será el viento de nuestras
derrotas.
estado
por ello
La calcinación del dolor

El caos ronda, cuece nuestras cabezas de energía puerta de tu morada y échate a rodar el mundo,
exterior, fácil, gratuita. Nos enervamos si el como el Cargalapuerta, decía mi abuela Graciela.
cerebro calienta con energía propia, nos Camina y camina hasta que te supuren sangre
queremos alejar de lo que rebulle con fuerza, de los pies, hasta que ya no puedas más con el peso
lo que flama poderío. El poder nos calcina, nos de los muertos. Caminante y su caos; caminante y
vuelve cenizas; porque, llanos a la tibieza del su furia; caminante y su rebullir de cerebro, cuya
redil, no soportamos que los sueños se alejen energía potente es la calcinación del dolor, las
por un instante, para dar paso al hervor del cenizas del tiempo. El resto es un barniz diario
poder a caudales. El poderío no nos soporta o no que baña las cabezas de quienes están demás
lo soportamos. Señalados con un dedo podrido, durante esta dura caminata. El caos reine
nuestros mejores logros los atribuimos a la nuestras cabezas.
noble conseja de la masa. Vindicamos el poderío
como flechas veloces detonando el blanco La primera noche del mundo (inédito)
alcanzado por unas cuantas décimas de
segundo, antes de la buena intención, que no
llega a buen puerto. Edulcorados por huestes
terrenas, vamos en pos de ningún lugar, que es
todos los lugares de la tierra. Amamos lo ya
andado, lo ya rumiado y lo que ya alumbró el sol
de todos los días. Y en el ojo del caos, llano en las
tormentas, de donde surge la flor en el desierto,
la birra condenada a cicuta, la bomba metafísica
para almas atribuladas, el resarcir todos los
fuegos, el trastabillar por breñales, apagar
volcanes, enumerar las estrellas o escupir
maldiciones sobre el mar, fuente matricial de
todo poderío. No basta si se persigue un sano
ideal, si se abre una cortina de izquierda a
derecha, si se dobla la ropa de manera
ordenada; si se lava los trastos, si se restriegan
los pisos, si se lleva la basura en el bolsillo. La
esencia está en caminar. Para alejar ideas
réprobas, para alejar malos espíritus. Caminar
como un loco calato, caminar como un
condenado a rondar el mundo. Saca la

Kcreatinn | 14
LA ASCENSIÓN
Luca Caspari terminó el crucigrama, sonrió
satisfecho, enroscó su pluma. Una vista rápida al
monitor de video le reflejó la felicidad de los
apostadores, el intercambio de fichas de juego
por dinero y la destreza de los crupieres. Ajeno al
abuso del crimen, confiado, regía su reino.
Impaciente, aguardó a la líder de una facción,
del otro lado del país, Gulia Carmi. Tuvo la
certeza que cierto devaneo de negocio efectivo
servía para exponer su anhelo de un cambio en
el mundo del crimen organizado.
Recordó la frase que le repetía su abuelo: “No
es la apariencia, es la esencia. No es el dinero, es
la educación. No es la ropa, es la clase…”
Un atuendo sencillo sería el factor diferencial,
líder pacífico, pero no mal vestido. Aseguró los
detalles de mantener el porte, el buen aliento, e
intentó un nudo nuevo de corbata. Gulia llegó. El
personal de seguridad la condujo por la ruta
panorámica, desde el estacionamiento hasta su
despacho. Quedó cegado por la solidez de su
belleza, contenida en el hechizo del momento.
Inspiró clase, envuelta en un sastre rosa
burdeos. Dejó percibir al primer acercamiento
un frescor floral, envolvente. Su piel, ojos y pelo
eran de un tostado mediano, como del trigo en
verano, cuando recibe el beso del sol. Propuso
un brindis. Gulia, grácil, tendió una botella de
grappa añeja, la destapó y, seductora, cruzó las
piernas.
Detuvo por un instante la conversación. Gulia,
afín a la vieja escuela, vindicó la pérdida de
huestes, aliados y rivales. Para ella, a todos los
cadáveres se les cubría la mirada para que no
Kcreatinn | 15
Escribe:
Willy Miranda Quiroz
buscaran al culpable de su muerte. Luca insistió
sobre los cadáveres: atraían ojos no deseados y
la mesura los mantenía alejados. Quiso
infundirle el éxito de la paz. Hizo una pausa y
liquidó en dos tiempos la copa de grappa.
Salivó, apresuró en reconocer un dejo de
acidez melosa que revoloteó en su lengua.
Gulia insinuó dos posibilidades: un amorío y
formar un sindicato mayor. Pacíficos o no,
seguían siendo delincuentes, inocentes a la saña
inherente al sistema, pero aviesos en ganar
dinero, obtener poder y tomar el control.
Aceptó la invitación a cenar por la noche. El
talle de Gulia, de salida, pudo escapar de sus
manos, más no de sus ojos. Imaginó recorrer su
cuerpo: tentación gloriosa o la más gloriosa de
las tentaciones. Esperó el premio de la espera.
Le extrañó un gusto amargo en el paladar,
notó la copa intacta de Gulia. Carraspeó, sintió
una explosión en los oídos y se desplomó.
Su espíritu entró en el nivel profundo de la
otra vida. Sintió el bombeo de su corazón, llenó
de aire su pecho y abrió los ojos. Sacudió la
tierra, la brisa fría le azotó las mejillas y le
alborotó el pelo.
Advirtió su desnudez, percibió el entorno y
buscó la fuente de luz. El escenario lo intimidó;
un habitante se arrancó un dedo, lo royó y lo
tiró. Escapó, encontró una vieja escalera de
madera. Una sombra le precedió, aguardó y
comenzó a subir.
Soportó horas entre el crujir, el balanceo y la
crueldad de las astillas hasta llegar a este
ambiente nuevo.
 Envuelto en luz azul, oyó en todas partes el La oscuridad clamó su nombre, la niebla se
crepitar de hojas inertes. Oculto, puse un abrigo disipó, asomó una lápida sencilla y el borde de
a su lado, con paso etéreo, desaparecí. una escalera.
De ese entramado de sombras y claroscuros Su dedo índice recorrió su nombre escrito en
surgió una sombra que tomó forma humana. caligrafía curvada, se detuvo en los remates de
―¿Qué pasa aquí? ―dijo Luca al extraño. sus iniciales, mientras su dedo meñique vibró,
Consternado, el hombre le respondió: febril.
―Fallecimos, forastero. Sereno, recobró el aliento, develó su rostro
Arrastró los pies y desapareció. cubierto por la capucha. Se despojó del abrigo
Fingió calma, buscó una escapatoria y huyó. holgado, lo enrolló y enfiló el pie derecho hasta
Encontró la siguiente escalera de salida: el primer peldaño.
estrecha, fría y áspera. Con incansable Vuelto sombra, descendió.
obstinación, pisó el primer peldaño, clavó los −Lo bendije en el nombre del Señor. Sonreí,
dedos en la humedad de las piedras. satisfecho.
Arañazos y uñas rotas después, un puntapié Bajo el cielo y la tierra, mi intervención divina
lo recibió en la siguiente estadía llena de color como ángel de la guarda, había concluido.
rojo.
―¡Largo de aquí!―, dijo el furibundo.
Luca lo derribó. El entorno hostil, la rabia
suspendida y la oportunidad de vencer a la
muerte lo impulsaron a salir.
Encontró una pelea feroz por el control de la
escalera. Tomó impulso, se lanzó sobre ella y
trepó por encima de las cabezas y los brazos.
Bañado en condenas y escupitajos, subió el
cristal de los escalones. Lo llevó al siguiente
espacio. Iluminado por una luz verde, le infundió
tranquilidad, se abrazó al viento adormecedor de
los difuntos.
Lo deslumbró una luz. Disipó sus miedos.
Extrañó su vida previa, en una sucesión, a la par
de momentos maravillosos. Al agotar el último
recuerdo, se sintió bien allí, creyó estar en el
cielo.
El obligado final de una ascensión convertida
en caleidoscopio. Admiró esa línea horizontal
infinita, se resignó a lo por venir y se abrazó al
consuelo.

Kcreatinn | 16
"ETERNIDAD DE Escribe:
Jack Farfán Cedrón
LA NOCHE"

La escritura como arma metafísica exenta de que todo lo pudre; excepto ese jardín de hierbas
Dios, el oficio desesperante de culminar con el locas donde, excelsa, se mece la maravillosa vida
último borrador lírico, ese bellaco pasaporte a de Lord Moro; poeta, asaz escritor de “el tiempo
los escalones infernales, al cadalso de las recobrado”, durante la soledad de otoño en el
transformaciones. cielo de México, donde se exilió.
Katharsis, humor acre, hecatombe floreciente Es una verdadera suerte que el crítico André
en la página borroneada y luego hecha polvo Coyné haya aceptado ser albacea literario de
glorioso. César Moro. Su mítico poemario surrealista
A veces negro, como la noche desvelada por escrito en castellano, La tortuga ecuestre (1938-
los meteoros hundidos en el mar de las derrotas, 39), fue publicado póstumamente por Coyné, a
el estado anímico y a la vez poderoso de un largo un año de su deceso por leucemia, acaecido el
grito desesperado de la ballena harponeada; del 10 de enero de 1956.
Redentor clavado en la Cruz por nosotros; del
sacrificio por todos los hombres crápula, por
todas las injusticias humanas, de las matanzas
genocidas; todo por el arte y por el arte.
César Moro (Lima, 1903-1956) formó parte de
las filas surrealistas, organizó exposiciones de
pintura en México y en la Academia Alcedo, de
Lima; enarbolando las banderas quitasueño
contra los slogans adormidera, propalados en
ese entonces, por un indigenismo de sala de
exposición, de escritorio; donde, descripto, el
indio no salía de esa visión romandicoide trazada
en las telas.
Íntimo amigo del poeta Emilio Adolfo
Westphalen (1911-2001), estas cartas a él Eternidad de la Noche
escritas en francés y con ardua tarea traductora, Cartas de César Moro a Emilio Adolfo Westphalen
vertidas al español, le rinden culto a la horrorosa 1939-1955
Fondo de Cultura Económica
cotidianeidad, que desclava el quicio de lo
550 págs.
normal, para entornarse frente al ojo surrealista (reseña)

Kcreatinn | 17
 Gracias a Coyné, el legado surrealista de toda
la poesía de Alfredo Quispez Asín (César Moro),
fue publicada en cinco tomos, por la Librería
Anticuaria Sur y la Academia Peruana de la
Lengua, en 2016.
Estas cartas fueron halladas en la humilde
morada del más grande poeta surrealista de
Latinoamérica; y acaso uno de los mejores del
mundo, que también formó parte de la Antología
de la poesía surrealista, de Aldo Pellegrini.
Durante su militancia por el arte
contemporáneo (ya que fue también pintor);
Moro siempre llevó en alto −aguerrido de los
poderes que le confirió la poesía− un
descontento grisou impregnado en el espíritu
volátil, incisivo, mordaz, acre, como los gases
expelidos de las minas de grisou, un tipo de
carbón mineral, y que le dio título a su libro El
castillo de grisou (Le château de grisou, 1941).
Fungió como profesor en el Colegio Militar
Leoncio Prado, a su retorno de México.
Rubicundo maestro de Mario Vargas Llosa
(Arequipa, 1936); instructor de pequeños
crápulas, tenía que soportar las burlas de estos
aprendices de matón. Tragarse el gargajo de la
derrota frente al mar de La Perla, donde flotaban
tortugas cretinas e imaginarias, símbolo del
detenimiento y lanzallamas poderoso a fuego
vivo, que todo lo arrasa, para dar inicio, al
“siempre para comenzar de nuevo”, a “la vida
maravillosa” (César Moro), escándalo de gallinas
Segundo Imperio; escándalo que siempre el
destino maravilloso de su poesía llevó en las
venas de su espíritu.
Un sinnúmero de personajes aparece en las
cartas que le dirigió a Westphalen. Seres
comprometidos con ese destino alejado ya del
mundo en el que sobreviven los más fieros, y no
siempre el talento.
Javier Villaurrutia, José María Eguren, Xavier
Abril, Pablo Abril de Vivero, José María Arguedas,
Javier Sologuren, Andre Bretón, Benjamín Péret;
y un largo etcétera de personajes que en ese
entonces tejían el cielo de las artes
contemporáneas en boga.
Cortázar afirmaba que, en los cinco volúmenes
de sus Cartas, dejó “discurrir el río de los
sentimientos y de los afectos” (Julio Cortázar,
Cartas, Alfaguara).
César Moro fue un torrente surrealista en
estas misivas. Escribir para él era un destino
durante la desatinada encrucijada de los vientos;
durante el arriate a lo sorpresivo que nos depara
el espíritu encerrado, “como un extranjero
enloquecido en una casa vacía” (César Moro.
Cartas. 1939. En: Poesía completa. FCE).
El poder de la palabra como cotidianeidad. La
extensión de los dedos desesperados frente al
vacío moral, frente a un buque repleto de
contrariedades surcando el mar de lo posible.
Como esas maravillas que uno ilumina con luz
propia, encerrado dentro de esa burbuja tejida
por los sueños. Así fue su dura batalla contra el
día a día; sacando partido siempre, en defensa
de la poesía, ese lanzallamas verbal que muchas
veces nos hunde o nos corona de laureles.
La polémica frente al “obispo embotellado”, a
quien desenmascara por haber fechado un libro
(Vicente Huidobro. Altazor; publicado en Madrid,
en 1931), como anterior a su aparición.
Refiriéndonos al poeta chileno, mentor del
creacionismo, desató ataques contra el autor de
“Viaje al fin de la noche” (Poema publicado en la
revista Las Moradas).
La palabra designándose solitaria, como un
piano en medio de una playa remota. Miles de
objetos de precisión ensordecedora gravitan las
Kcreatinn | 18
mareas de un corazón herido por las por las Mercurio tan palpable como la distancia que
desavenencias frente al mundo. acerca a los seres del enrarecido firmamento.
Emilio Adolfo Westphalen aprendió alemán, El dolor solitario como arma de defensa frente
francés e inglés; laboró como contador, y con su al establishment; la desesperación enervante
liquidación llevó a cabo la publicación de los solazándose en las cuatro paredes, mientras un
ocho números de la preciosa revista Las piso de arena movediza se eclipsa al averno de la
Moradas, de la cual César Moro fue asiduo única misión del escritor: escribir.
colaborador y difusor, durante su exilio en Tú escribirás, sentado unas doce horas; así
México. afuera se desmoronen los edificios; así la ciudad
Amos poetas nadando a contracorriente en el se consuma en llamas, con bombardeos,
charco de las imposibilidades, pero no de las inundaciones, cataclismos, lepra, peste. Las ratas
causas imposibles, sino de la funérea gota que envenenadas roerán los quicos de las puertas; y,
desborda el limbo, el vaso donde caben todas las siempre, tu única misión será escribir, para, al
mareas del mundo. final del día, con unos cuantos manojos de
Pero César Moro (nombre tomado de un libro “hierbas locas”, de perras palabras, tender o
del escritor Camilo José Cela) se cogió como una distender esa matriz que la sabiduría regó
lapa de maravilla, del pez espada lírico, durante la genésica creación de las aguas
armónico, “mapa de música” (Xavier Abril), de la mentales: la Poesía como una tea asombrosa,
poesía escrita en francés. fuego inextinguible que jamás se apagará.
En vida publicaría “Carta de amor”, poema
traducido por Emilio Adolfo Westphalen; entre
otros poemas sueltos en las revistas Dyn, Hijo
pródigo, Las Moradas, El surrealismo al servicio de
la revolución, entre otras.
Incisivo reseñista, fue un crítico mordaz de la
panorámica literaria acaecida en estas viñas
peruanas. La vida le propinaría una muerte
apresurada, a causa de leucemia. La tenia del
dolor llevado como una potra gimiente hasta los
arrabales angustiosos por donde se va de
puntillas al averno, de un "salto a la oscuridad"
del jamás caer a suelo terreno. A ambos lados,
blanqueados cipreses por la noche desveladora
de lo posible. La luna cancerosa, como un rumor
de sangre bienhechora proveniente de un

Kcreatinn | 19
 "EL ESPÍA DEL Escribe:
Juan Vargas Velásquez
INCA"

I Los bandos de hispanistas versus indigenistas

Hundir las raíces en la Historia para recrear siguen tan vigentes –aunque aparezcan
una ficción es, en realidad, el más grande soterrados por la turbulencia de los quehaceres
recurso utilizado por quienes han hecho de la cotidianos–, como cuando se divulgó en Europa
literatura una forma de vida. Ambas son la leyenda negra, cometida por la bárbara
connaturales a la existencia humana, que está voracidad de la codicia y la traición que echa
cargada de memoria y de esperanzas, y van sombras sobre la historia de España, hasta el día
enriqueciendo la vida, en cuanto recrean de hoy.
sucesos, que por lo impactante de sus hechos El 16 de noviembre de 1532 acaeció el
han impregnado el inconsciente colectivo con apocalipsis del mundo andino, y esta hecatombe
sus bienaventuranzas, o, contrariamente, por lo tuvo como escenario a Caxamarca. Y aunque no
trágico de los acontecimientos, han dejado haya ningún museo de la memoria, ha quedado
huellas profundas e imborrables. Es justamente tan sólo en pie el llamado Cuarto del rescate,
este segundo argumento el que pervive en el último edificio que por un acto de casi
alma de los peruanos y, con más ímpetu, entre prestidigitación sobrevive en el tiempo.
los cajamarquinos. La invasión española en los
Andes, después de casi quinientos años, sigue
siendo una herida sin restañar, sigue siendo un
cadáver que guardamos en el clóset, un
enfermizo recuerdo que impregna con su tufo
avinagrante los sentimientos causados por el
trauma de ser hijos del mestizaje, cuyo padre
hispano estupró a la madre india, para parir el
Perú.
Dicho esto, llevar a cabo la construcción de
una novela que tome como escenario la llaqta de
los Caxamarcas de hace cinco siglos, bajo el
El espía del inca
dominio inca, es una tarea de alto riesgo y baja
Rafael Dumett
esperanza de alcanzar un logro. Lo complejo del Lluvia Editores
asunto es volver a colocar sal sobre la herida que Lima, 775 páginas
creíamos sanada. (reseña)

Kcreatinn | 20
Todo lo que conocemos de estos amargos
sucesos nos ha llegado por la vertiente española
a través de los cronistas y nada ha quedado de
los vencidos, dicho desde la memoria de su
lengua. Tampoco hubo un Bernardino de
Sahagún –verdadero etnógrafo renacentista–
entre la hueste de Pizarro (para desgracia de los
peruanos) y, aunque la llegada de Juan de
Betanzos –es claro que no estuvo presente
durante los sucesos de Caxamarca– puso
empeño en remediar este legado, no llegó a
desembarazarse de su propia idiosincrasia.
Pasados los escalofríos, algunos soldados
dejaron sus impresiones a la posteridad. Pedro
Pizarro, Miguel de Estete o Francisco López de
Xerez dan cuenta de ello. Pero destaca de entre
todos Cristobal de Mena (presente en la
escabechina de Caxamarca), justamente por ser
el más temprano de los cronistas, quien dejó
bien asentado en su relato la divisa con la que
llegaron los hispanos a estas tierras alejadas de
dios: “Matarte he o matarme has”. Empero,
dejando a la historiografía la tarea hirsuta de la
hermenéutica, pongámonos al otro lado de la
narrativa, la ficción.
La empresa de elaborar estructuras artificiales
compuestas de palabras es una tarea ardua y
compleja que involucra dosis de astucia
lingüística en sabia combinación con una técnica
bien irrigada por la imaginación. Existe, sin
embargo, un género intermedio entre la
fabulación y la historia: la novela histórica, para
el caso; que busca ilustrar espacios que han
quedado vacíos por las causas que fueren,
intentando iluminar aquello que es motivo de
conjeturas para historiadores y ensayistas, y que
en esta búsqueda es motivo de fuerza, recurrir a
la creatividad literaria.
Kcreatinn | 21
Y aunque ésta no pretende ocupar con verdades
las carencias que las ciencias históricas no han
podido enhebrar en el inmenso tejido de la
memoria universal –como pretendían aquellos
egregios esquematizantes, verbigracia los treinta
y cinco volúmenes de César Cantú–, es
imprescindible sentar sus reales en los hechos.
Así lo ha venido a demostrar la narrativa de un
sinnúmero de novelas, sobretodo,
decimonónicas, que recorren un amplio espectro
del romanticismo al realismo, con altísimos
exponentes como Hugo o Dumas, en Francia;
Benito Pérez Galdós o José de Espronceda, en
España; Shakespeare o Sir Walter Scott, en el
Reino Unido; León Tolstói o Gógol, en la enorme
tradición rusa; y se podría continuar
interminablemente, agotando o buscando
abarcar todas las edades de la historia. No
obstante, encuentro que la regla que rige esta
naturaleza híbrida puede ser enunciada de la
siguiente manera: hay una correlación
inversamente proporcional entre el fenómeno
histórico y la especulación; es decir, a mayor
grado de especulación sobre un asunto sombrío,
menor será su correspondencia con los hechos;
es decir, con la Historia (con mayúscula) y a la
inversa.
Hay quienes han escudriñado en la vida de los
titanes, como Mary Renault, en Alejandro Magno,
con meticulosa y prolija documentación, que le
imprimen a la obra un aire de estar leyendo un
tratado de historia; o como Valerio Massimo
Manfredi, que nos distrae contándonos nimias
intimidades de la vida secreta del macedonio.
Vale. El nombre de la rosa (Umberto Eco), es,
contrariamente, un texto soberbio, lleno de
fabulaciones metafísicas y teológicas, pero cuya
trama está cimentada en la alta edad media
italiana y de cuya atmósfera religiosa es
imposible desmarcarse, para no perder
credibilidad.
De Quo vadis a La fiesta del chivo han pasado
dos milenios; pero tanto Sienkiewicz, cuanto
Vargas Llosa nos han seducido con la audacia de
sus exposiciones llenas de acotaciones y reseñas,
engarzadas magistralmente con los
acontecimientos biográficos a los que se suelen
recurrir formalmente para darle verosimilitud a
lo contado.
Entrando un poco más a la ficción histórica,
acontece que la libertad del narrador está,
paradójicamente, en función al rigor histórico; es
decir, que las riendas que comandan los caballos
de la creatividad están uncidas al palafrenero
que es la Historia. Por el contrario, si
observamos la orilla opuesta, nos
encontraremos con obras como Rayuela, de
Cortázar; y, veremos que las ataduras de la
narrativa son cortadas, cual nudo gordiano, a
tajo limpio y para siempre. Cortázar, en sus
cuentos lo hizo con la misma maestría que en
esta novela apoteósica; podemos comprobarlo
en esa maravilla llamada “Axolotl”, donde el
narrador, increíblemente, supera el realismo
mágico de un García Márquez (a pesar de
ocurrencias como la inverosímil conversación
sostenida entre el Judío Errante y un cura de
Macondo). Pero, volviendo a nuestra margen,
quedan las artimañas de las que ha de valerse el
autor, para no descarriar y mantener el hilo
conductor. Ahí está la novela de Robert Graves
(Yo, Claudio), escrita astutamente desde la
perspectiva autobiográfica y la reminiscencia. O
ese prodigio literario, Rebelión en la granja;
insuperable, a su modo, en la forma cómo Orwell
cuenta un hecho verídico
(la revolución bolchevique y la toma del poder
por Stalin). Escrita a modo de fábula, empresa
sólo capaz de llevarse a cabo por un mago; un
verdadero genio, dueño del arte de la quimera.
En fin, todo queda en manos de la sagacidad del
autor, quien deberá emplear todos los artificios a
su disposición, para engañarnos de la mejor
manera posible, y así superar los obstáculos que
la realidad nos impone dictatorialmente.
II
Volviendo sobre El espía del inca, Dumett ha
hecho la tarea del buen colegial: documentarse
para sostener un argumento creíble. Además,
emplea argucias, como incorporar castellano del
siglo XVI; una visión historiográfica; y, sobre todo,
convocar la idea de que un quipu puede –y lo
hace, de hecho, en esta ficción– contar hechos.
Un quipu, más allá de ser un sistema
mnemotécnico, podría entonces ser también un
libro, y para ello se vale de una estratagema
valiosa, la de incorporar al final de la obra un
apéndice donde se describe el hallazgo de un
quipu (M373), en una tumba inca, en Lucanas,
Ayacucho.
En el libro de Dumett hay errores formales,
como traducir a Cajamarca, como “Tierra de
hielo”. Errores históricos, como el decir que
Atahualpa nació en Tumebamba (Ecuador),
hipótesis derribada por trabajos esenciales,
como los de Franklin Pease G. Y. (Los últimos
incas del Cuzco); o errores sutiles, como indicar
que el jilguero rojo-azulado habita en tierras
cajamarquinas. Sin embargo, son los tropezones
de fondo los que imponen una suerte de
alteración que no llega a cuajar con una historia
que busca ser contada desde la óptica nativa,
oriunda, nacida de la médula india. Allí está, por
Kcreatinn | 22
ejemplo, la chirriante forma de narrar, asignando
categorías estéticas modernas, no sólo a los
ibéricos del siglo XVI, sino lo que es más adverso
a los incas de aquel entonces; como cuando
describe pantorrillas, traseros y tetas,
trasladadas a un tiempo y un espacio que no le
concierne. La narración no logra imprimir ese
sentir que es propio de los hombres del Ande,
sino que recrea artificialmente hechos como si
los estuviera contando un cronista español.
Mucho más exitoso, más logrado, fue el trabajo
de Víctor Heredia en Taki Ongoy–Las lágrimas de
América, musicalizada y presentada en Buenos
Aires, en 1986; que a pesar de que el
extraordinario fragmento llamado: “Encuentro
en Cajamarca”, contiene un error de grueso
calibre en el introito; consigue llegar al
sentimiento bajo un efecto dramático sostenido
por una luz ancestral que le habla
soterradamente a nuestra alma, a nuestra
conciencia acallada, a lo indio que está en la
médula de los latinoamericanos, y nos sumerge
en eso que Jorge Basadre llamó: “la nostalgia por
el paraíso destruido”. ¿Qué hubiéramos sido, si
hubiéramos podido ser en toda nuestra plenitud?
Esta pregunta imborrable encierra la melancolía
del Abya Yala.
En El espía del inca el narrador omnisciente,
propio de las novelas del siglo XIX, es un hombre
andino que relata como un español. Tal vez allí
esté el punto más endeble. No trato de agraviar
a nadie con esta enunciación, sino de sentar una
posición retórica para exorcizar la esquizofrenia
que acomete la psique de nosotros los
hispanoamericanos: defender valores europeos
mal amalgamados para ocultar la masacre con la
venia de la Corona y de una Iglesia que también
se favoreció. Ya no es la expresión de un
Kcreatinn | 23
antihispanismo, como el de Tempestad en los
Andes, sino el grave desconocimiento, como
peruanos, de la enorme herencia cultural que
hemos recibido en más de diez mil años de
historia, y cuyo perfeccionamiento concluyó
dramáticamente, como un libro que se cierra.
La captura y la felonía cometida contra el inca
Atahualpa no quedan bien representadas,
porque para ello se necesita de la confluencia de
la historia, la arqueología, la antropología y la
sociología, al menos; y entonces dejaría de ser
una ficción. Ya otros lo han intentado bajo un
cariz poético, pero sin salirse de la óptica
hispana. Domingo de Sora Luce (o Soraluce),
quien fuera uno de los Trece de la Fama y luego
investido como Caballero de la Espuela Dorada
fue tomado como el protagonista –narrador de
un hermoso relato llamado El oro de Cajamarca
(das Gold von Caxamalca, 1923), del alemán
Jakob Wassermann; allí se narra desde la
perspectiva del viejo soldado retirado en un
convento, que, aislado vive acosado por la
conciencia de haber participado en las
atrocidades que se perpetraron con la espada y
con la Cruz, por la incontrolable enajenación que
el oro del Tahuantinsuyu produjo entre los
hombres de Pizarro. Y se entiende que el
analgésico con que se buscó tranquilizar a la
conciencia después de la Junta de Valladolid
(Polémica de los naturales, 1550–1551), para
justificar la conquista con el auxilio de teólogos,
juristas y letrados, no fue suficiente. Hay razón
en las palabras de Vallejo: “español de puro
bestia”.
Y sin embargo, sin la etnohistoria se seguirá
creyendo que Atabalipa era un traidor, como
figura en la página 138, o se citará desde la
perspectiva de caducos historiadores, donde
figuraban palabras como: “hijo ilegítimo”, “heredero legal al trono”, “bastardo”, “monarca inca”; llamar
“metrópoli” al Cusco, “guerra civil fratricida” al episodio entre Huáscar y Atahualpa, o Imperio al
Tahuantisuyu, etc. ¿No importa acaso el uso de categorías para describir la naturaleza de estructuras
sociales que los historiadores desconocen? Afortunadamente, Luis Valcárcel dio inicio a una nueva
forma de entender los hechos, método continuado por María Rostworowski y sobre todo por Franklin
Pease, insoslayable para evitar desbarrar porque hasta hoy en día pervive esta narrativa infame y falaz
en publicaciones que se deshonran al caer en los pantanos de la ridiculez que produce la ignorancia
atrevida. Pero salir de este galimatías no es fácil, mejor es decir con Borges: “Nadie puede escribir un
libro. Para que un libro sea verdaderamente, se requieren la aurora y el poniente, siglos, armas, y el mar que
une y separa” (Ariosto y los árabes, 1960).

Kcreatinn | 24
 Escribe:
"C O V E R" Jack Farfán Cedrón

Cover, en lengua inglesa se traduce como Todos, cargando nuestros sueños líricos en la
cubierta o tapa. En nuestra lengua se ha mochila; caminando en mancha, hacia la
familiarizado como una pieza musical versionada estación más cercana al canto de las musas. El
por otro artista. Muchos artistas callejeros Perú y varias de sus ciudades −o casi todas−,
versionan en el metro, en calles concurridas por insuflando buenos versos para que la marea
muchedumbres, en plazuelas, en microbuses. silenciosa navegara, incluso, en las aguas del
Versionar, hacer una nueva versión, adaptada parnaso.
a nuestro modo de vida, a un determinado status Plaquettes, hojas sueltas, mosquitos, libros ya
social. Hacer nuestra una tela, de la Gioconda, logrados, circularon, durante esos libérrimos
por decir, frunciendo los labios, en actitud de días, por el campus de La Católica.
selfie. La pintora que viste de bigote cruza las Martín Zúñiga ya tenía publicadas varias
tersas y largas piernas; el autorretrato de Van plaquettes de poesía. El oficio de un verdadero
Gogh, vendado. La intempestiva interpretación
afásica y casi maquinal del musicante de blues,
durante tres horas consecutivas.
Im-pro-visar, versionar, hacer suyo lo que ya
estaba bañado con el barniz del sol que no sale
para cualquiera.
Es el estado de gracia de la originalidad a
quemarropa, el arte quitasueño, chancando la
antigua versión adormidera. Y todo ello,
cubiertos por la flor del estilo; durando lo que
dura, la más inimitable valentía de “el arte por el
arte”.
En 2004 tuvimos la suerte, un puñado de
jóvenes poetas, de asistir al Novíssima Verba,
Primer Festival de Poesía Joven, en La Católica, Cover
organizado por el poeta Álvaro Lasso, hoy editor Martín Zúñiga Chávez
de Estruendomudo. Buenos Aires Poetry
84 págs.
Argentina, 2019
(reseña)

Kcreatinn | 25
poeta es arduo, pero glorioso; lleno de
obstáculos, pero indeclinable. Y aquí lo tenemos,
férreo en su voluntad, indomeñable en la ruta
paradisiaca de la poesía, que no es de estos
reinos escabrosos, pero bien puede ser uno de
los lugares menos comunes y celestiales, más
equidistantes a la dicha: la Poesía.
La primera vez que leí Cover fue en el año
2012, en un taxi que me llevaba a las afueras de
la Ciudad Parnaso. Reconozco que fue una
experiencia, que por ratos se salía de control.
Escabrosa, ruda, por momentos. Sublime,
colorida, en otros. A instantes me imbuía en la
carga de imágenes que representaba su lectura.
Con espasmos de sorpresa, regresaba a releer,
porque no comprendía el descubrimiento de un
lenguaje afincado en las ondas expansivas de la
belleza del descubrimiento, de lo nuevo,
paladeado con la novedad de una flor recién
iluminada por el sol rutinario. Claro, ponía,
durante este descubrimiento, cuotas de locura
en mi comprensión lectora, de locura que se
descubre a sí misma; que se encuentra y
reconoce, si no historias completas o redondas,
fragmentarios koans, secciones o fotografías “ya
vistas”; o, en la vida real, en los sueños, en esa
especie de deslumbramiento que sólo
experimentamos en los haikus.
Lo digo, en el buen sentido, ya que, para sentir
verdad en la poesía, luz, descubrimiento, es
necesario estar un poco sacado de onda al
momento de entrar a ese espejo multiplicado en
los reflejos internos.
No es lo mismo leer un manual de Botánica, o
resolver una ecuación. Es la efervescencia de
imágenes, la velocidad de meteoros fugaces, el
leer poesía.
Se considera toda una aventura; que, al
encandilar la primera chispa, se vuelve adictiva;
embebe al tiempo, lo resume, lo fagocita; lo
vuelve una quimera deliciosa; digamos, hasta
escapista, de lo que sucede en el mundo real. Sin
más, es como respirar, correr o nadar; un poco la
respiración pausada percibida en la pared
pegada a los relojes. Sístoles, diástoles,
parpadeos de un solo ojo; y el otro ojo, el avizor,
adormilando la realidad de la quimera. Leer
poesía es el corazón mismo de sus latidos.
Al releer Cover, en la edición de Buenos Aires
Poetry, descubro algunos textos que en cada
verso, son autónomos entre sí. Es decir que cada
verso actúa ya, como un poema, como su propio
universo integrado a todo el corpus, y a su vez,
cada poema está amalgamado a una corriente
unitaria que persigue, cada una su frente,
mirando su espalda, de cara a la historia
contándose a sí misma, amonedada al
desmoronamiento que traduce echar la arena al
desierto de un mundo en génesis.
Concretamente, releer Cover ha sido como
entrar en otra versión del mismo universo lírico.
Un nuevo respiro; imágenes frescas, si se quiere.
Es como leer una historia desde la última línea,
hacia atrás; como olvidar la noche sucesiva al
recibir el estrellado fondo, en la cornisa del
sueño, dentro del que te despierta una
muchacha, para extenderte la lira de su suave
mano, para ir a dar un paseo, flotando en el
agua.
Debe ser cierto eso de que leer varias veces
un mismo poemario es como verlo bajo el
objetivo de un caleidoscopio que nos adentrara
en paraísos diferentes. Espejos que se miran,
fondos multiplicados como la misma cópula
−para ponerlo en letras borgeanas−.
Kcreatinn | 26
 ¡Qué grata afonía! ¡Leer bajo el estigma del
silencio ensordecedor que propicia una buena
lectura! Centenares de libros, releídos hasta la
afasia, al azar, y gritados a los cuatro vientos del
despertar, como durmiendo la puesta de sol que
nos abre el corazón a una bondad en
duermevela.
Y el resultado: espasmos de luz que reinventan
los buenos sueños en nosotros. Es la luz propia
de esos objetos refulgiendo, exentos de la luz del
sol; más, con toda nuestra energía necesaria,
únicamente brillada cuando soñamos, leyendo lo
que nos seduce y sucede.
Los libros de poesía son los duendes que
madrugan a esconderte las cosas, para que no te
vayas al trabajo, para que te quedes un rato más
en el mejor lugar de la casa, leyendo.
La poesía en Cover, espera por una nueva
versión de ti mismo; para que leas las estrellas
del mismo camino y lances la espada del ritmo,
para recibir a cambio un meteoro.
Kcreatinn | 27
Biografía sintética de Martín Zúñiga Chávez
Martín Zúñiga Chávez (Cusco, 1983). Es poeta,
editor, gestor cultural y catedrático. No siga ese
pájaro (Paracaídas Editores, Perú, 2017) es su
más reciente libro. Es también autor de Gavia
(Ediciones Fecit, España, 2009); Pequeño estudio
sobre la muerte (Ediciones Copé, Perú, 2010);
Cover (Editorial Difacil, España, 2011), entre otros
títulos. Su obra ha recibido importantes premios
en España, México y Perú. Es maestrista en
Literatura, con mención en Análisis del Discurso,
por la Universidad Nacional de San Agustín.
Coorganiza el Festival Internacional de Arequipa,
gestiona espacios literarios (talleres, encuentro
con autores, clubs de lectura, etc.), en el sur de
Perú, y desde hace varios años gestiona el
proyecto Urbanotopia. (Biografía extraída de
Cover. Buenos Aires Poetry. 84 págs. Argentina,
2019).
 CUESTIONARIO
AL PINTOR Y FOTÓGRAFO
MANUEL LIMAY INCIL
J.F.C: Durante estos tiempos difíciles el artista
está demostrando que, aun en lo más crucial de
su vida el arte es la mejor forma de procrear
bellezas monstruosas. Manuel, ¿crees que la
pintura, con ese necesario encierro -acaso
voluntario-, sea una especie terapéutica de
exorcizar nuestros demonios internos?
M.L.I: La pintura es uno de los tantos medios
para producir algún tipo de conocimiento –si vas
a comunicar algo, necesariamente se filtran tus
estados anímicos-. No es propio del artista ni de
la pintura extraer emociones al aire. Todas las
personas tenemos demonios y ángeles, algunos
los expresan silenciosamente, otros son más
extrovertidos, etc… Sí rescataría la forma
particular y creativa del artista para extraer sus
emociones –esto hace la diferencia-.
J.F.C: Vi un hermoso cuadro tuyo, al carbón,
donde se conjugan fiesta, muerte y apocalipsis a
la vez. Este cruce emocional, acaso alegórico,
vendría a demostrar la convivencia entre aquella
Cajamarca de nuestra niñez y lo vertiginoso de la
civilización actual, caótica. Manuel: ¡tenemos el
gran orgullo de encontrarnos con personas del
campo (todavía), que nos traen productos de
panllevar, ¡a buen precio! Pero a la vez esa
conjugación, esa hibridez que en este dibujo has
realizado, ¿no vendría a demostrar que somos
una sola, única e indesligable raza, hermanada
Escribe:
Jack Farfán Cedrón
por esa mezcla imaginérica, a diario encontrada
en una Cajamarca que ha resistido a esta
devastadora peste?
M.L.I: Mi imaginario se ha configurado en un
espacio apocalíptico y lúdico a la vez. En mi niñez
trabajé en un camal, ayudando a mi padre a
descuartizar las reses. El camal siempre ha sido
un espacio caótico contrastado con la Cajamarca
silenciosa de nuestra niñez. En este momento
siento que ese espacio caótico y apocalíptico se
ha expandido a toda la ciudad. Afuera del camal
también te asesinan, también vives angustias,
también estás a la defensiva. Mis obras narran
esa expansión territorial del apocalipsis y a la vez
la resistencia humana a través de la procreación.
Esto pasa en todos los territorios, no sólo en
Cajamarca. Lo digo porque también he vivido en
zonas de expansión urbana de diferentes partes
del Perú. En estos escenarios, cada día la muerte
y una nueva vida te saludan.
J.F.C: Otro gran cuadro tuyo que he visto es un
anciano con un urpo de chicha que toca su cajita
y sopla la quena. Una experiencia, por demás,
penosa y llena de ansiedad en todos los niveles
socioeconómicos. Me parece algo alegórico, con
raíces e historia. Pero, en suma, esa aparente
“carencia” que representa tu cuadro, creo yo; a la
vez también ha traído consigo cosas buenas.
Kcreatinn | 28
M.L.I: La obra “El chichero” es una
reinterpretación de la fotografía de “Bagate”,
aquel anciano con urpo se ha convertido en un
símbolo que hace referencia a la identidad del
cajamarquino; en este sentido, esta obra
cuestiona irónicamente la manera actual de
exotizar al campesino. Mis padres son
campesinos, yo también soy campesino y no por
ello debo seguir los estereotipos que nos
asignan para cumplir con la idea de identidad
cajamarquina. En mi cuadro, el anciano vende
chicha con calzón, porque con su imaginario
mágico y astuto se ha apoderado del capitalismo;
lo hace suyo, lo maneja, lo cuestiona. Es el típico
cholo pendejo; no en el sentido peyorativo del
término, sino en su versión desmitificada −la
obra visibiliza la deconstrucción del campesino
idealizado−.
J.F.C: La Covid-19, ¿crees que en su totalidad nos
ha devastado como seres humanos? Vemos que
muchos seres queridos ya no están. Pero hoy las
personas caminan más; los pintores pintan con
eufórico esmero; la ciudad se ha llenado de
pequeños mercados de frutas y verduras,
ordenados; y todo este asunto ecológico que
desde el 15 de marzo de 2020 nos ha hecho
poner las barbas en lejía. Tengo la leve impresión
de que la desesperación, la paranoia y orfandad
de la gente ha sucumbido al esmerado trabajo
de color de los poetas de la imagen, los pintores.
¡El resultado personal es la vivificante y magistral
experimentación de tu fotografía! Manuel: ¿Qué
ha significado para ti la Pandemia, aparte de
nada gratos momentos? ¿Crees que el duro
trabajo que dignifica al pintor, al fotógrafo, al
escritor, al artista, ha vencido la feroz batalla
contra el Coronavirus?
Kcreatinn | 29
M.L.I: Supongo que mi sentir es el mismo de
todos los humanos del planeta. Todos hemos
perdido a algún familiar o amigo, etc. Mi trabajo
fotográfico ahora es orgánico, esta característica
hace que la imagen sea más cercana a la
situación humana. La muerte es latente todos los
días; mi trabajo también se muere todos los días;
eso hace que lo valore y lo disfrute al igual que
valoro a mi familia y amigos. A todos, en
realidad. Mis recientes obras narran historias
−NN sobre soportes de heces, historias de
pandemia que me perturbaron−. La pandemia
desmitificó mi ego −el cuerpo no termina en la
piel–. Nos necesitamos el uno al otro y cuando lo
entendamos, al fin habremos vencido la batalla
−mientras, nos seguiremos matando y creyendo
seres independientes−.
J.F.C: En tu grata experiencia como maestro en la
Escuela de Arte “Mario Urteaga”, ¿Crees que ya
se ha agotado, con Andrés Zevallos, la corriente
indigenista? ¿Qué juicio te merece esta corriente,
cuyo alarife, mentor y acaso el más aplicado
representante es José Sabogal, cajabambino de
nacimiento?
M.L.I: Los maestros que mencionas ya hicieron
su trabajo en su contexto y momento respectivo.
Mi posición como profesional es evolucionista;
en este sentido, mi tarea tiene que responder a
mi contexto actual. “Soy el hombre que soy
gracias al niño que fui” –es lo mismo en el arte−.
Pensar que se ha agotado el indigenismo es
pensar con nostalgia o no aceptar los nuevos
medios para crear; o peor aún, no entenderlos.
La creación ya no es lineal; los creadores ahora
son transdisciplinarios, se ubican en los bordes
de las disciplinas y exploran nuevas formas y
experiencias artísticas. No estoy sentenciando a los indigenistas o costumbristas; si pretenden existir en
este contexto deben generar otra lectura alternativa a Sabogal y Zevallos; de lo contrario, no estarían
generando ningún tipo de conocimiento, más que el que ya sabemos.

J.F.C: En nuestra ciudad no hay una gran galería de Arte: ¡No existe una sola galería de arte! Los pintores
son, en buena medida, autocuradores y vendedores de su propia obra. He constatado, durante la
cuarentena de hace más de dos años, apoyo a otros sectores, menos a la pintura, al arte en general.
¿Qué juicio te merece este asunto?

M.L.I: Podría sentenciar las gestiones actuales y anteriores, por la ausencia de espacios para albergar
Arte. Está demás acentuar la carencia académica de quienes dirigen el país; sin embargo, el artista en su
naturaleza, toma estos vacíos como detonantes para su ejercicio artístico. Un ejemplo de ello es Herbert
Rodríguez: sus obras de corte contracultura ahora se exhiben en la Bienal de Venecia –propuesta que se
genera desde las carencias y conflictos en nuestro territorio; con ello no quiero justificar nuestros
vacíos, pero creo que la actividad artística no debe estar sujeta a ningún tipo de apoyo.

Kcreatinn | 30
Kcreatinn | 31
Kcreatinn | 32
DOS HOMBRES
Y UN MANIQUÍ
Dos hombres: Uno de unos treinta años y el otro de
un poco más de veinte. Un sótano con luz tenue. Un
foco de luz eléctrica cuelga del cielo raso.
Hombre A: Bueno, ¿Dónde se habrá metido ese
maniquí?
Hombre B: ¿Cuál maniquí?
Hombre A: El maniquí que parece maniquí.
Silencio
Hombre A: ¿Y?
Hombre B: ¿Y qué?
Hombre A: ¿Qué quieres decir con “y qué”?
Hombre B: ¿De qué hablas?
Hombre A: Hablo de que te estás metiendo con
mi maniquí.
Hombre B: No me estoy metiendo con ningún
maniquí. De verdad no sé de qué hablas.
Silencio
Hombre A: ¿Sabes cuánto vale ese maniquí?
Hombre B: No he visto maniquís que valgan
mucho.
Hombre A: ¿Así que por eso te la llevaste?
Hombre B: ¿Lo llevé a quién?
Hombre A: ¡Es un “ella”, imbécil!
Hombre B: ¿“Ella” es imbécil? ¿Quién es “ella”?
Hombre A: El maniquí, mojón.
Hombre B: ¿Por qué me insultas?
Kcreatinn | 33
Escribe:
Javier Farfán Cedrón
Silencio. El Hombre A se toca el bolsillo de su saco.
Luego mira su reloj. Su celular suena.
Hombre A: Habla Jota … No … No, señor. No he …
pero … Todavía no … Sí … No ... Quiero decir …
No … Todavía no… (Se rasca la cabeza.) Está bien.
Lo haré … Dije que ya está hecho. (Cuelga. Mira al
piso. Luego habla en voz baja) ¿Por qué tuviste
que meterte con la hija del jefe?
Hombre B: ¿Qué?
Hombre A: (Aun hablando en voz baja.) Su hija. No
te hagas el huevón conmigo.
Hombre B: (Cabizbajo) No, Jota. Yo … Yo no hice
nada …. Ella …. Ella me convenció, Jota. No tuve
ninguna mala intención. (El Hombre B mira al
Hombre A, recuerda algo, y camina al lado opuesto
del sótano.) Yo … Encontraré tu maniquí, Jota. Lo
encontraré. Lo juro. (Hace una pausa, mira
alrededor del sótano, luego busca la cara del
Hombre A.) Iremos a ver un partido más tarde. (Se
sienta en el piso, se mira los pies y las manos.
Chasquea los labios. Se levanta.)
Los dos hombres se miran. Silencio largo.
Hombre B: Jota … Jotita. ¿Te acuerdas del último
partido que fuimos? Estuvo bueno. Me invitaste
una salchipapa, ese día … Con su rocoto y todo.
Buenazo … ese día … Con sol, la bulla del estadio,
un buen delantero … y todo… bueno, maestro …
Y … (Hace una pausa y arruga la frente.) Todo por
culpa de un maniquí.
El Hombre A mira fijamente al Hombre B y habla en voz baja.

Hombre A: Nada va a pasar, mojón. Estamos hablando, nomas. Nada.

Mientras la luz del foco se oscurece lentamente, el Hombre A saca un revolver del bolsillo de su saco y apunta
al cielo raso. La luz se apaga.

Kcreatinn | 34
 EL VIAJE DE
JAVIER HERAUD
(Javier Corcuera, 2019). Un docu-mental necesario para la
literatura latinoamericana y el cine peruano.
1.
Uno de los aciertos de este film es haberse
mantenido dentro del cauce formado por las
orillas de la resonancia poética de la inmolación
—no en la inmolación en sí— y del posterior
vacío provocado por la muerte de Javier Heraud.
Dos orillas indivisibles a lo largo de la corta vida
del poeta adolescente que no temía «morir entre
pájaros y árboles». Y en medio de ambas pero
también a lo largo —filmado en Lima, Puerto
Maldonado y en los alpes austriacos—, corren 96
reflexivos y conmovedores minutos de un viaje
en busca del Rimbaud de la poesía peruana,
«acribillado por 19 balazos» a sus 21 años en
1963. El contexto de su muerte es el Perú de la
golpista Junta Militar y la primera Cuba de un
Che Guevara en motocicleta. Más allá de las
versiones oficiales y extraoficiales, qué dudas
caben, la prematura y salvaje muerte de Heraud
nos dejó un doble vacío doblemente imposible
de llenar: uno de ellos vinculado con la pérdida
de su vida cuando apenas comenzaba a vivirla, el
otro es de corte más egoísta, artístico, claro: la
privación de su venidera poesía. Y la suma de
estas ausencias, ahora más que nunca, despierta
al oráculo: Qué hubiera sido de la poesía
Kcreatinn | 35
Escribe:
Oscar Pita Grandi
peruana, de la Generación del 60, del cine
peruano —¿sabían que el corazón de Heraud
latía a 24 cuadros por segundo?—, de los jóvenes
poetas de hoy, si Heraud viviera todavía. Si les
digo que sería arriesgado arrojar luces sobre
este logrado documental sin antes —durante y
después— mojarse los pies, las manos y los ojos
en la transparente poesía de Heraud, créanme.
También créanme si les digo que no importa si
son Generación X, Millenial, Baby boomer o del
Cuaternario, si eres peruano y tienes corazón y
te gusta la vida, Javier Heraud es tu poeta
elegido, incluso para quienes, como yo mismo,
nunca han escrito un verso.
2.
Hasta donde yo alcanzo a ver, a través de La
espalda del mundo (2000) y otros trabajos suyos,
Javier Corcuera es de los cineastas que escriben
sus historias a lo Hemingway, a lo Herzog,
prefiere mantener una distancia aproximada,
cáustica, que una perspectiva mayor e
impersonal, elige tocar y quemarse a sólo mirar y
sonreír. Es justamente esta cualidad suya la que
expande con armonía la carga emocional
inherente a la historia; limpia de melodramas,
una historia expansiva, fragmentada de
entrevistas y fotografías que felizmente plantean
más interrogantes que alivio, por momentos
incontenible y turbadora, menos que
borroneada, una composición coral a la que el
tiempo le ha arrancado pedazos de voz. Se
recitan varios versos a lo largo del film,
cadenciosos, hermosos todos ellos, compuestos
de imágenes a tono, movimiento, música y
silencios. Vida, a fin de cuentas. «Arrancar es
siempre dejar algo, un hueco, una raíz fina»,
decía Heraud. De entre todos, este verso es el
mantra evocador que palpitaba silencioso en
cada escena, el canto que vuelve ADN la
musicalización de Pachi Sasaki, el murmullo que
consigue materializarse en forma de paisaje
rural, de agua, de rostros, de voces, de olvido.
Otra de las maravillas de este documental radica
en la sutileza con que nos hace ver que a pesar
de que estemos sentados en el siglo XXI, por más
adelante que lleguemos, nunca iremos más lejos
de la muerte de Javier Heraud.
3.
En este viaje por el ancho río de vida y muerte
la guía es Ariarca, sobrina nieta del poeta —
paradójicamente en este ahora del 2019 es tan
joven como lo era, lo fue y lo será por siempre
Javier Heraud, 21 años—, ella nos conduce desde
la casa materna en un Miraflores ya extinta,
hasta la nefasta y aún fangosa orilla del Río
Madre de Dios; inexorablemente, hacemos unas
cuantas paradas por provisiones en la autopista
del olvido, en el catálogo hallamos lugares y
tiempo congelados en fotografías, la tristeza de
los objetos del poeta, las cartas cursadas con la
madre, se nos ofrecen, además, testimonios
relevantes y no tan relevantes de quienes lo
disfrutaron de vista y voz, un zapato talla 45 de
Maiakovski. Pistas que nos ayudan a reconstruir
no tanto al poeta sino a la persona que falta en
la mesa. Un viaje desde el presente hacia el
pasado en busca de los pedazos del poeta que
debió venir del futuro. Porque Heraud
pertenecía a la estirpe de bromistas con
facciones de piedra que andaban presumiendo
vaticinios sobre sus respectivas muertes, y
atinaron. Uno fue Kafka. Otro fue Vallejo.
4.
El viaje de Javier Heraud es volver la mirada
necesaria hacia una experiencia que
mayormente duele en el corazón, conmueve; y
sin embargo, en cierto sentido vinculado con el
perdón y la esperanza, reconforta desde lo
inevitable. Desde la otra orilla, su poesía —«mi
cuarto es una manzana, con sus libros, con su
cáscara, con su cama tierna para la noche
dura»—, colmada de amor, de ingenuidad, de
una épica candorosa, consigue un efecto
semejante al provocado por el documental, una
poesía, la de Heraud, expresada con un talento
elogiado por el Olimpo de la poesía peruana, la
Generación del 50 —Washington Delgado, Carlos
German Belli, Pablo Guevara, …— y lo consigue
mirando, no hacia atrás, sino hacia delante,
porque las grandes epopeyas, como aquella de
la que toma su nombre de guerrillero, 'Rodrigo'
Machado, por El Cid, se dirigen al presente y al
futuro. Insisto en que demasiado poco se
conocía del Heraud hijo, hermano, amigo,
enamorado, apenas si dos o tres pinceladas
torcidas que le cuelgan un morral de libros al
Kcreatinn | 36
hombro y un fusil en las manos a un culto
muchacho clasemediero, de la noche a la
mañana. Y por si fuera poco, prácticamente nada
acerca de su vida personal. En este sentido —
artístico y divulgador—, también es valioso este
documental. A Ariarca, nuestra espontánea
detective a cargo de la pesquisa, le preocupa
mucho más saber «¿qué sucedió, cómo?», que
«¿por qué sucedió?». Su curiosidad es juvenil,
como era la curiosidad del tío abuelo suyo al que
intenta reconstruir desde las ruinas, pues el
mismo Heraud le da las pistas: «yo he vivido
entre carros y cemento, yo he vivido siempre,
entre camiones, y oficinas, yo he vivido entre
ruinas todo el tiempo». Las especulaciones de
Ariarca no son las especulaciones de quienes
todavía aguardan la noticia envuelta en sangre.
No, las suyas son del corazón. Orientado hacia
este lado íntimo es que triunfa el documental.
5.
El viaje de Javier Heraud mantiene un elegante
juego de espejos con la primera poesía, "El río",
en la pantalla es notorio el carácter visual —no
hay noche, todo es claridad—, conceptual —
Heraud y Corcuera, cada uno cargando su época,
componen acorde el epígrafe de Antonio
Machado: «La vida baja como un ancho río»,
aglutina, fluye, y cuando calla la música de Sasaki
ululan las palomas de Heraud. Ya lo ven, la
biografía por sí sola del poeta adolescente
alcanza —en tiempo presente, el tiempo
gramatical favorito del poeta— y continúa
alcanzando, para muchas otras versiones, pero
la vida de Heraud filmada desde las páginas de
su poesía es lo que ha sabido atrapar de manera
singular Javier Corcuera, se ha tomado la
Kcreatinn | 37
revancha, pues, según sabemos, es hijo del
reconocido poeta Marco Antonio Corcuera —
quien, a su vez, fue mejor amigo de Heraud;
Corcuera, el padre, fue a buscarlo a Cuba en los
días previos a la incursión en la selva, pero el
destino tenía previsto su propio guión, Arturo
Corcuera, una de las voces mayores de la
Generación del 60 —en la que figuran nombres
de la talla de Antonio Cisneros, Rodolfo
Hinostroza y César Calvo—, el mismo poeta que
desde 2017 vive «saltando de alba en alba» le
escribe: «quisiera que me prestaras tu corazón,
para tener el valor de morir como tú»—, en la
casa de Chaclacayo, donde el fundador del
concurso Poeta Joven del Perú recibía a cuanto
poeta nómade llamaba a la puerta, el fantasma
de Javier Heraud formó parte de la infancia del
pequeño Javier Corcuera, un fantasma que
gracias a esta película es menos fantasma cada
vez, y que seguramente le obsequiará más
éxitos.
6.
Sí, voy a cortar este río hablando de Javier
Heraud, ya se los había advertido. Soy de los que
le agradecen a la película el no haberse atado los
pasadores a las patas de la silla, los cabos
sueltos de «el guerrillero Heraud» —ya viene La
pasión de Javier, que ficciona sobre esa fase del
poeta, y según lo veo, se complementará con El
viaje, lo espero—, pienso que, de haberlo hecho
le hubiera significado a Corcuera traicionar más
que un gusto estético en su película. Volviendo a
Heraud en busca de un punto final, me he
quedado pensando en que no requería de una
voz potente —Vallejo era potente, Blanca Varela
era potente—, porque igual llegaba a cada uno al
oído, con una cadencia que se graba en la
memoria —esta cadencia la guarda el guión de
Corcuera—, un tono sabiamente ingenuo,
prístino. Además, en el poema de la manzana
como metáfora de su habitación, ¿no está
diciendo Heraud que él es el gusano, la muerte,
el que vive dentro y la devora desde el interior?
De cualquier modo, la melancolía de Heraud
proviene de un tiempo posterior al suyo, del
momento soñado en que cada hombre y cada
mujer será un ciudadano y un héroe en sí
mismo, no superior a nadie, no inferior a nadie.
Una utopía, por supuesto. Para acercarnos a
Javier Heraud sin nieblas de ningún tipo, hace
falta advertirlo. En el Perú de Heraud todavía
gobernaba La Junta Militar, se respiraban los
estragos de la dictadura de Odría, una peste que,
en palabras de Mario Vargas Llosa —París, 1964,
con motivo de la publicación de Otra piel de
serpiente, la novela de otro escritor finísimo,
también amigo de Heraud, Luis Loayza— dijo:
«Nosotros, los adolescentes de esa tibia clase
media a los que la dictadura se contentó en
envilecer, disgustándolos con el Perú, de la
política, de sí mismos: fuimos una generación de
sonámbulos.». En tanto Cuba era una fiesta. Me
quedo aquí, en este último párrafo, recordando
que al final de este viaje intenso terminamos
observando una herida que todavía continúa
abierta, el tiempo la ha convertido en un abismo,
en el fondo de ese abismo palpita, vivo y hondo,
el personalísimo corazón de un poeta, al que le
decimos, devolviéndoles sus propias palabras:
«hasta mañana, gracias, nada ha sucedido, y
estoy como siempre entre los ríos, y estoy como
nunca, entre las piedras.»

Kcreatinn | 38
MOSCÚ
VERSUS
KIEV
Conflicto encendido por pasión e ideología con sus
cincuenta sombras de gris
Se ha dicho que una de las finalidades de
estudiar la historia es aprender las lecciones del
pasado para no repetir los mismos errores. Pero,
de hecho, no sucede así, como dijo el poeta S.T.
Coleridge a fines del siglo XVIII: "Si los hombres
pudieran aprender de la historia, qué grandes
lecciones recibirían, pero pasión e ideología
ciegan nuestros ojos y la luz que la experiencia
nos brinda, es como aquella de una linterna en la
popa de un barco e ilumina sólo las olas que
quedan atrás". Con esto en mente, me he
preguntado qué hay detrás del ataque lanzado
por Vladímir Putin contra Ucrania.
Durante varios meses, la guerra en Ucrania ha
ocupado un espacio amplio en los noticieros
mundiales y mientras el ataque ruso, lanzado el
24 de febrero, ha seguido adelante yo me he
encontrado revisando mi novela Tiempos van…
tiempos vienen, que trata de la invasión del Perú
por parte de Chile después de su declaración de
guerra, el 5 de abril de 1879. Conforme he leído
en la batalla de Angamos y el saqueo de
Chorrillos, he visto en la pantalla de mi
computadora las imágenes de la destrucción de
Mariupol y de otras ciudades, de las tumbas de
los civiles masacrados en Bucha y de caras
atemorizadas de la gente huyendo de los rusos.
Así veía claramente que el ser humano puede ser
tan salvaje hoy como hace ciento cincuenta años,
Kcreatinn | 39
Escribe:
Miguel Garnett Johnson
y siglos más atrás; no es un ser blanco o negro,
sino de muchas sombras de gris.
En este momento, es precisamente la pasión
y la ideología que dominan en el ataque ruso
contra Ucrania, como también dominaban siglos
atrás, en 1154 a.C., cuando Menelao, el rey de
Esparta, encabezó el ataque contra Troya. Por lo
menos Menelao tenía un argumento bastante
válido para atacar Troya, pero no para destruir
totalmente la ciudad y condenar a los defensores
que sobrevivían a la esclavitud. Cientos de años
más tarde, los romanos hicieron lo mismo con
Cartago en la Tercera Guerra Púnica, 149-146
a.C., después de la arenga inflamada por la
pasión y la ideología de Catón el Viejo en el
senado de Roma: Cartago delenda est (Cartago
debe ser destruida). Roma misma sufrió el
saqueo del visigodo, Alarico, en 410 d.C.,
inspirado por su cólera contra las mentiras y
vacilaciones del emperador Honorio.
La edad media fue el escenario para las
Cruzadas que se llevaron a cabo entre 1095 y
1291 y que eran impulsadas por una intensa
pasión e ideología religiosa, tanto cristiana como
musulmana, mientras que la Guerra de los Cien
Años entre Inglaterra y Francia fue el resultado
de una pasión e ideología política. También la
política dominaba tras del saqueo de Roma, a
manos de las tropas del emperador Carlos V,
en 1527. Entre las acciones más heroicas que se
recuerdan de aquel 6 de mayo de 1527, está la
defensa del Papa Clemente VII por parte de la
Guardia Suiza. De los 189 miembros, 147 se
sacrificaron en las escalinatas de la Basílica de
San Pedro, donde fueron masacrados. Sólo 42 de
ellos sobrevivieron, y esto me hace pensar en los
últimos defensores ucranios en la fábrica de
acero en Mariupol, dispuestos a defender, como
Bolognesi en Arica, "hasta el último cartucho".
En el siglo XVII, ocurrió la Guerra de los Treinta
Años que comenzó en 1618 con la
Defenestración de Praga, cuando los
representantes católicos del Emperador
Fernando II fueron echados por la ventana por
una turba protestante. La guerra fue terrible,
devastadora, y la pasión y la ideología de todos
los combatientes sirvió para que el conflicto
despoblara los campos, arrasara las cosechas, y
redujera las ciudades y los pueblos a cenizas.
Alemania perdió un 15% de su población en
matanzas, batallas, pestes y hambrunas. En total,
murieron unos ocho millones de personas. A
pesar de la brutalidad de los combatientes, esta
guerra cambió para siempre Europa, sobre todo
por la forma en que se acabó: sin vencedores
claros, con la Paz de Westfalia en 1648. Aquí, las
potencias europeas concluyeron que sólo
mediante la cooperación y la tolerancia,
buscando lo que les une y dejando fuera lo que
les separa, se puede mantener la paz. El
continente tuvo que padecer otras guerras, pero
la solución de todas ellas ya se había discutido
en Westfalia. Entonces se aceptó que los Estados
soberanos deben sentarse a discutir como
iguales y cooperar para encontrar soluciones. Así
lo insiste ahora el presidente de Ucrania. Es lo
que hoy llamamos multilateralismo.
Muchas cosas han cambiado desde la
Defenestración de Praga, pero la lección de
Westfalia sigue tan vigente como hace cuatro
siglos; como también, siguen vigentes la pasión y
la ideología para encender la mecha de conflicto.
La lección de Westfalia estuvo presente en
1815, en el Congreso de Viena, cuando se puso
fin a las Guerras Napoleónicas; y también en
1856 cuando se concluyó la Guerra de la Crimea.
Ambas guerras eran esencialmente europeas y
Rusia estuvo involucrada directamente en ellas,
donde el combatiente ruso se mostraba como
una figura heroica, firme y trágica. En 1812, los
rusos resistieron el asalto napoleónico, sobre
todo en la batalla de Borodino, y lograron la
retirada francesa de su país. En Rusia, la pasión y
la ideología sirvieron para estimular la defensa
de la patria; mientras en 1870, las mismas
emociones inflamaron a los franceses a lanzarse
tontamente contra Prusia y luego a destruir
mucho de su propio patrimonio histórico y
cultural en los desmanes de la Comuna de París
al año siguiente.
Si en Borodino y, más tarde, en las batallas
de la Guerra de la Crimea, el combatiente ruso se
mostraba como una figura heroica y lleno de
coraje, lo que le faltaba era un apoyo logístico
con armas adecuadas. Esto se reveló con toda
claridad en 1905, durante una guerra entre Rusia
y Japón. Esta guerra estalló a consecuencia de la
rivalidad de ambos países para dominar en
Corea. En Rusia se presumía que se podría
derrotar a Japón con facilidad. El ministro del
interior ruso habló de una pequeña y victoriosa
guerra; mientras en los salones de San
Petersburgo la aristocracia rusa opinaba que no
sería necesario siquiera abrir fuego contra el
enemigo, sino solo se tendría que lanzar sus
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gorras contra los monos japoneses. Pero todo
salió al revés. La primera derrota para Rusia fue
la rendición de Port Arthur a los japoneses, luego
vino el fracaso total de la batalla de Tsushima.
Cuando llegó la noticia sobre Port Arthur a San
Petersburgo, el gobierno ruso decidió mandar su
flota naval del Báltico a Vladivostok en el
extremo oriente del país y frente a Japón. La flota
de 36 barcos de guerra tuvo que cruzar medio
mundo, y cuando por fin llegó al Estrecho de
Tsushima entre Corea y Japón, la flota japonesa
abrió fuego y, en 45 minutos, hundió 22 barcos
rusos y capturó 6 más. Otros 6 se escaparon y 2
finalmente llegaron a Vladivostok. Esto ocurrió
en gran parte porque la flota japonesa consistía
de barcos nuevos, mientras la flota rusa era
anticuada, como el enorme convoy de vehículos
rusos blindados que entraron en Ucrania en
febrero de este año. De este convoy, cientos de
vehículos fueron destrozados por los ucranios.
La derrota rusa de 1905 provocó a un
historiador observar que fue una lección de los
males de un gobierno dominado por burócratas
irresponsables y con mentalidad policiaca. En
general, estas son las características de cualquier
gobierno dictatorial. El dictador piensa que sabe
todo y sus ministros y ayudantes son incapaces
de contradecirlo. Así está la situación en Rusia
hoy. La diferencia entre lo que sucedió en 1905 y
lo que está ocurriendo actualmente es que en
aquel entonces hubo una prensa con bastante
coraje y criterio, capaz de denunciar la estúpida
aventura bélica, mientras ahora sólo hay los
medios oficiales de noticias, que siguen la línea
del Kremlin.
En 1914, cuando se estalló la Primera Guerra
Mundial, se repitió en Rusia lo que había
sucedido diez años antes: una actitud de
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superioridad frente al enemigo y un pésimo
suministro de armas adecuadas. A la vez, la
pasión y la ideología dominaban la escena, no
sólo en Rusia, sino en todas las cancillerías de
Europa, y los jóvenes iban marchando a la guerra
al son de las bandas militares y entre un mar de
aplausos, banderas y flores. Muy pertinente para
aquel momento serían las palabras del Primer
Ministro de Gran Bretaña, Horatio Walpole,
dichas dos siglos antes, en 1739, al estallar la
guerra entre su país y España: "Ahora están
tocando las campanas, pero pronto estarán
retorciendo las manos".
Durante el siglo XX, la pasión y la ideología
se mantuvieron como los actores principales de
la escena sociopolítica, durante los años veinte y
treinta, hasta provocar la Shoá, –el holocausto
contra los judíos–, la invasión de Abisinia por
parte de Italia, y la guerra civil en España, que, a
su vez, fue un ensayo para la Segunda Guerra
Mundial. Esta última marcó profundamente a
Rusia y los estados que formaron la Unión
Soviética. 27 millones de personas murieron,
mientras la putrefacción en el corazón del
sistema soviético iba extendiéndose lentamente
durante años después, durante la Guerra Fría,
hasta provocar el colapso de la Unión Soviética.
Ahora, Vladímir Putin ha querido restablecer el
poderío ruso, y la pasión y la ideología lo han
estimulado. Aquí se encuentra una mezcla del
orgullo imperial de la Rusia zarista, los logros de
la Unión Soviética, y la mística de la Iglesia
Ortodoxa rusa. Cuando el presidente Putin da un
discurso oficial, se ve que lo hace desde un atril
adornado con el escudo imperial de los zares.
Mientras detrás de cualquier discurso suyo se
asecha la mística-histórica del cristianismo
ortodoxo ruso en que el poder político y el
poder espiritual se encuentran íntimamente
entrelazados.
Fue en el año 976 que el emperador bizantino
en Constantinopla, Basilio II, ofreció al príncipe
de Kiev, Vladimiro, a su hermana, Ana, como
esposa, en cambió de tropas para asegurar su
trono. Luego, en 988, Vladimiro ordenó a sus
súbditos que se bautizaran en la fe ortodoxa, y él
tomó el nombre ruso, Basilio, en honor a su
cuñado. Según la leyenda de esta conversión a la
fe ortodoxa, los emisarios de Vladimiro a la corte
imperial de Bizancio entraron en la gran basílica
de Santa Sofía en Constantinopla y declararon
que no sabían si estaban en la tierra o en el cielo.
La historia del desarrollo del noreste de
Europa durante los próximos siglos es
complicada e incluye la presencia de los tártaros
y los mongoles, hasta la emergencia del
principado de Moscú y, eventualmente, su
liderazgo en la Iglesia Ortodoxa, tomando Moscú
misma el título de la Tercera Roma. Según la
ideología ortodoxa rusa, la Primera Roma, la
Sede de San Pedro y cabeza del cristianismo
latino, cayó en la herejía al aceptar en el credo la
frase filioque –del Hijo–, en relación a la
procedencia del Espíritu Santo: del Padre y del
Hijo. Del Hijo no se encuentra en el texto original
del credo elaborado por toda la Iglesia –oriental
y occidental– en el año 325 en Nicea. La Segunda
Roma, Constantinopla, la Sede de San Andrés
(hermano mayor de San Pedro), cayó presa del
Islam en 1453. En la Tercera Roma, Moscú, se ha
desarrollado una relación muy estrecha entre el
poder eclesiástico y el poder político. Pedro el
Grande privó a la Iglesia Ortodoxa Rusa, principal
adversaria de sus reformas, de su propia
independencia del Patriarcado y sustituyéndolo
por el estatal Santísimo Sínodo Gobernante. Ver
al actual patriarca de Moscú dar un discurso a los
oficiales de la fuerzas armadas es ser testigo de
un impresionante espectáculo de la unión entre
le Iglesia y el Estado.
Así, brevemente, se ve el trasfondo ideológico
del reclamo de Vladímir Putin, al tomar posesión
de Kiev – y, por extensión, a toda la Ucrania. Para
él, lo que lanzó el 24 de febrero no fue una
guerra contra un país independiente, sino una
misión militar especial para recuperar algunas de
las raíces históricas de la Rusia Santa.
Inicialmente sus tropas sufrieron de la logística
inadecuada del suministro de armamentos y
resistieron como lo habían hecho sus
antepasados en Borodino. Pero la pasión y la
ideología de Putin y los otros líderes rusos están
seriamente afectada por una fobia anti-nazi –
rezago de la Segunda Guerra Mundial, llamada
en Rusia La Gran Guerra Patriótica– y la negación
de aceptar que las tropas rusas están
cometiendo crímenes de guerra. Ya se ha visto
bastante evidencia de crímenes cometidos por
los soldados rusos contra la población civil de
Ucrania, sea en el bombardeo de los edificios de
departamentos, sea del testimonio de mujeres
violadas por soldados rusos, sea del
descubrimiento de tumbas con cadáveres de
civiles, obviamente matados en forma cruel y
extra-judicial. Sin embargo, como ocurre en
todas las guerras, la verdad resulta ser uno de
las primeras víctimas. El Kremlin simplemente
niega que sus tropas hayan cometido crímenes
de guerra, a pesar de la evidencia clara y
abundante. Mientras que Ucrania ha convertido
a un soldado ruso en un chivo expiatorio. Es
verdad que el sargento Vadim Shishimaris, de 21
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años, mató al civil, Oleksandr Shelipov, de 62 años, a sangre fría. Pero condenarlo a cadena perpetua
como si su crimen fuera de la misma índole que los crímenes cometidos por los jefes nazis, y
enjuiciados en Núremberg en 1945, es injusto.
En resumen, vemos que la pasión y la ideología nunca son puras, sino que son un reflejo del ser
humano con sus cincuenta sombras de gris.

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Noticia biográfica de los colaboradores

Javier Farfán Cedrón (Trujillo, 1969). Premio “Vanguardia Literaria Cajamarquina” en Narrativa, Gobierno
Regional de Cajamarca (2017). Primer premio y dos menciones honrosas, “Primer Concurso de Cuentos
Universidad Privada del Norte (UPN Cajamarca, 2004). Autor de los libros de cuentos: En el reino del sol moribundo
(Lima, 2011) y Una tarde de nubes coloradas y árboles de sombra azul (Cajamarca, 2017).

ChaRLY Seminario, músico, vocalista y compositor del grupo de rock Humo Azul, ama las Guitarras y eso lo llevó
a estar en la Voz Perú, equipo de Alex Lora, mítico cantante de El Tri de México.

Jack Farfán Cedrón. Entre otros volúmenes líricos ha publicado Pasajero irreal (2005), Gravitación del amor (2010),
El Cristo enamorado (2011) y Las consecuencias del infierno (2013). Modera el blog ‘El Águila de Zaratustra’, además
de editar las revistas digitales Kcreatinn Creación y más & Plaquette El Cabuyal. Es Socio Fundador de El Cabuyal
Editores y de Kcreatinn Organización. Algunas de las revistas virtuales en las que han aparecido textos suyos:
Letralia (Venezuela); Periódico de poesía (UNAM), Destiempos, Campos de Plumas (México); Revista de Letras
(España); El Hablador, Fórnix, Sol Negro, Ablucionistas (Perú); Letras hispanas (USA) y Resonancias (Francia). En 2016
formó parte de los ciento cinco poetas de todo el mundo, invitados al III Festival Internacional de Poesía de Lima,
FIP Lima.

Willy Miranda Quiroz. Prospecto de escritor, escribe para sentirse vivo, inventa mundos imaginarios, vive en
ellos la vida que no pudo vivir y desterrar así la nada y el olvido. Escribir le es a veces aburrido, desesperante y
siempre fatigoso, pero persevera. Transita por la literatura como el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno
postulante, y allí es feliz.

Silvia Farfán Cedrón. Cajamarquina de nacimiento. Es Magíster en Gestión de la Educación. Licenciada en

Educación - Especialidad Lenguaje y Literatura por la UNC de Cajamarca. Administradora de Empresas por la
UPN. Es socio fundador de El Cabuyal editores. Gerente de Innovación Educativa en Insight Business & Strategy
S.R.L (IBS). Es amante de la literatura, declamación y la escritura.

Miguel Garnett Johnson (Londres, 1935). Ordenado Sacerdote para la Diócesis de Westminster, Londres, en
1965. De 1967 a 1972 trabajó en el distrito de San Martín de Porras, Lima, y adoptó la nacionalidad peruana en
1974. Trabaja en la Diócesis de Cajamarca desde 1972, con excepción de 1996 a 1997, cuando laboró en la
Prelatura de Huamachuco. Ha sido párroco rural en Hualgayoc, Cajabamba y Celendín; fue Rector del Seminario
Mayor de San José de Cajamarca. Ha obtenido el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de
Cajamarca. Ha publicado las novelas: Tiempos van... tiempos vienen, Catequil, A ojo de pájaro, Rondo, Cañadas
oscuras, entre otras.

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Manuel Limay Incil. Artista plástico egresado en 2009 de la Escuela de Arte “Mario Urteaga”, de Cajamarca–
Perú. Originario de la misma ciudad, actualmente afincado en zona de expansión urbana del distrito de Baños
del Inca–Cajamarca, lugar de donde se nutren sus creaciones plásticas; en donde además comparte talleres de
arte con niños de la comunidad, en el centro de Arte ACHIKWAYRA (viento del amanecer), espacio en el que
empezó su formación como artista, junto al reconocido artista plástico Daniel Cotrina Rowe.

Juan Vargas Velásquez. Reside en Caxamarca.

Oscar Pita Grandi. Cinéfilo. Escritor. Firmaba artículos en Cinencuentro y en la Escuela de Cine de Cuba.
"Paisaje Habitado" es su primera novela. Escribe en La Mula.

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Contribuyen de manera voluntaria, desinteresada; y, sobre todo, con ese alto sentido altruista para con la
literatura, sin el cual no hubiese sido posible echar a andar la tea asombrosa de la escritura: John Alcalde
Gonzáles, César Arana Bazán, Alan Bustamante Medina, Oswaldo Castañeda (Multicredit), Kevin Castillo Farfán,
Sheila Farfán Cedrón, Silvia Farfán Cedrón, Eduardo Farfán Cedrón, Javier Farfán Cedrón, Jack Farfán Cedrón,
Omar Quispe Sousa y Francisco Quiroz Barrantes.

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