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facilismo argumentativo
La oralidad del discurso presencial migra cada vez más a la caverna del internet, que no por caverna es más o menos valiosa, solo es
distinta. Lo que se ha dado en llamar “las nuevas sensibilidades modernas” no de mi preferencia, pero de obligada adopción. No obstante,
en el devenir de los tiempos y en medio de una superficialidad generalizada, hemos pasado del logos aristotélico a una facilidad
argumentativa que por momentos asusta. Gracias a Dios la filosofía siempre viene a nuestro encuentro.
En el escenario de las ciencias de la comunicación, entre las que la oratoria ocupa el primer lugar, desde los discursos cotidianos hasta los
que se desarrollan con fines específicos, el legado de Aristóteles sigue incólume. Luego de más de 2.300 años no seríamos lo que somos
como estados o sociedades organizadas sin la guía estructurada del discurso persuasivo, propio de mentes inteligentes. Sin el logos, el
pathos y el ethos no pasaríamos de expresar intuiciones ontológicas sin el menor valor de un discurso basado en el argumento lógico.
Infortunadamente y gracias a los honorables políticos modernos y postmodernos, el concepto de retórica, como instrumento de
manipulación o de mentiras bien disfrazadas, hizo carrera en el colectivo popular. No así en las mentes cultivadas en la filosofía, la
comunicación y sus áreas específicas como la publicidad, el periodismo, el marketing, y por supuesto en las artes escénicas, la labor de los
conferencistas - ni se diga los mercaderes de la autosuperación- y ahora en el ecléctico mundo virtual de los youtubers donde hay de todo
como en botica, desde argumentos brillantes que siguen un orden lógico, hasta las sandeces más desagradables y/o estúpidas.
Hago un repaso y no encuentro que al interior de nuestro legado antropológico como seres que necesitan comunicarse podamos decir algo
que no tenga la intención de contar o decir sea lo que sea, sin la intencionalidad de persuadir. Ahora bien, pensamos antes de hablar o lo
que es mejor, organizamos nuestros pensamientos y los expresamos de manera que podamos desandar caminos y construir otros.
La comunicación basada en la retórica aristotélica responde al ejercicio del método aristotélico profundamente coherente con la forma de
aprehender el conocimiento. En ese sentido vamos del mundo de las ideas elaboradas con un sustrato argumentativo a la praxis del efecto
que producen en nuestro interlocutor o interlocutores.
El ejercicio es fascinante, además de fundamental si queremos conseguir una comunicación que mueva voluntades, que convoque
conciencias, que muestre realidades, que convenza con una mirada puesta en el otro. No para manipular sino para lograr consensos que nos
permitan una mirada limpia frente a tanta oscuridad.
¿Cómo hacernos entender en un diálogo abierto y fraterno sin estudiar y practicar las profundidades del phatos, el ethos y el logos??
¿Podemos tener la pretensión de exponer nuestras ideas en ausencia de la empatía con la audiencia? El pathos o la conexión emocional con
el auditorio ofrece la garantía de una comunicación que antes de demostrarse elaborada, se muestra bondadosa. ¿En principio podemos
cerrar la puerta a una sonrisa, a una voz cálida o a un lenguaje corporal que denota respeto y cercanía con el otro?
Las emociones que denotan nuestros argumentos serán claves a la hora de captar la atención inicial. Antes de lograr que comprendan
nuestros puntos de vista, debemos lograr que se conecten con el sentimiento que tenemos al expresarlo.
El ethos se ocupa por su parte de la credibilidad, respeto e idoneidad del orador. Fundamental en estos tiempos donde sobreabunda la
superficialidad y la ignorancia y donde la retórica de la imagen y el mensaje “express” contamina el ejercicio neurolinguístico. El ethos se
convierte en nuestro aliado frente al reto moderno de la inmediatez y del todo se vale. Hay una fórmula para enfrentar lo detestable, hay un
método para combatir la degradación moral del todo se vale. Hay un procedimiento que demanda de toda nuestra inteligencia. El camino
no es para nada fácil, pero ya lo estableció Aristóteles. Es preciso alistar la voluntad inteligible y prepararse para ser un orador que infunda
credibilidad y confianza en medo de tanto charlatán.
No hay No hay empatía sin carácter, no hay credibilidad sin confianza y no hay contenido sin logos. Este tercer componente del método
retórico nos hace fuertes en el desarrollo del argumento. El logos es la praxis por excelencia del entendimiento del argumento. Es la gran
oportunidad que nos brinda el intelecto para brillar con luz propia.
Este cierre con broche de oro que es el logos nos permite hacerle frente al arte de persuadir por medio de las ideas fundamentadas en el
argumento lógico. Las premisas desde las que parte una realidad diferente a la que nos han vendido a punta de falacias, consumismo y
contraverdades se rebaten con postulados que se defiendan por su propio peso lógico. Saber pensar es construir argumentos deductivos o
inductivos que lleven a la reflexión y comprensión del discurso.
No es posible.
No es posible frenar la mediocridad de un pensamiento facilista. Viene adjunto al chip de la fatalidad de la caverna del postmodernismo.
Pero más que una posición pesimista per se, los que creemos en una verdad trascendente donde el hombre encuentra su verdadero camino,
debemos apropiarnos de los fundamentos de los grandes y eternos pensadores de la humanidad que como Aristóteles tuvieron la visión de
hermanar la inteligencia y la palabra para revolucionar el mundo de las ideas sensibles. Seguir su ejemplo, con todo y nuestras
inseguridades de discípulos es lo menos que podemos para hacer honor a su legado y ser fieles a nuestro compromiso cristiano.