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MRTA Y SENDERO LUMINOSO

La actividad terrorista llevada a cabo por Sendero Luminoso y el MRTA se había


iniciado durante el segundo gobierno de Fernando Belaúnde Terry, pero se extendió y se
intensificó casi a nivel nacional bajo el gobierno de García. Cuando se hizo muy fuerte
la presencia militar en el campo, los senderistas optaron por otra estrategia: centrar su
accionar dentro de las ciudades, particularmente Lima. Sus atentados nocturnos eran
precedidos por voladuras de torres de alta tensión que provocaban apagones; asimismo,
acrecentaron sus asesinatos selectivos de dirigentes populares, personal policial y
funcionarios públicos. Hacia 1989 se calcula que la violencia terrorista había causado la
muerte a unas 20.000 personas, el 90% de los cuales eran de origen campesino.

El accionar del terrorismo produjo como reacción a los actos de represión militar, como
la matanza de senderistas amotinados en los distintos centros penitenciarios de Lima el
19 de junio de 1986 (Matanza en los penales) y la masacre de Cayara (provincia de
Cangallo) en 1988. Aunque inicialmente Alan García mostró interés en frenar las
violaciones a los derechos humanos, tras el incidente de los penales, permitió que
continuase la violencia contrasubversiva de las Fuerzas Armadas y se formaron
escuadrones de la muerte, que amedrentaron a sospechosos de terrorismo y a críticos de
la política antiterrorista.

A partir de 1988 y 1989 los grupos terroristas intensificaron su ola de atentados en Lima
y varias otras ciudades, frente a la impotencia gubernamental. Los estallidos de bombas
y los asesinatos selectivos ocurrían a diario. El inicio del proceso electoral de 1990 fue
otro motivo para que se desatara una escalada de crímenes selectivos, ya que la cúpula
terrorista consideraba de interés prioritario impedir la realización de las elecciones
generales. Un comando del MRTA dio muerte al exministro de Defensa Enrique López-
Albújar Trint, en una céntrica calle de Lima (9 de enero de 1990).

LA MATANZA DE “EL FRONTON”

El 19 de junio de 1986, se produjo el más siniestro operativo de exterminio en los


penales de El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara. 254 internos fueron ejecutados
extrajudicialmente. Los amotinados denunciaron un intento de genocidio bajo pretexto
de traslado a una prisión de alta seguridad y régimen estricto en Canto Grande. Los
hechos ocurrieron mientras se realizaba una Conferencia Mundial de la Internacional
Socialista a la que asistían más de un centenar de dirigentes políticos del mundo, entre
ellos, 22 presidentes y representantes de 70 partidos políticos y cerca de 500 periodistas
extranjeros. Simultáneamente, se realizaron motines en los penales de Lurigancho y
Santa Bárbara. En el Frontón, la Marina de Guerra a cargo del Almirante Luis
Giampietri Rojas, tuvo a su cargo el develamiento del motín. Los prisioneros habían
tomado de rehenes a tres miembros de la Guardia Republicana. El ministro del Interior,
Agustín Mantilla, llegó a la Isla por orden del presidente Alan García. Mantilla es quien
suspende el diálogo con los internos. En la matanza, la Marina utilizó además del
armamento tradicional dinamita, bazucas, granadas y explosivos de alto poder como el
C3. Con ello lograron demoler el Pabellón Azul. Tras la rendición, los internos fueron
seleccionados y luego ejecutados a balazos. Los „testimoniantes‟, en entrevista al
Diario La República (25/06/03), sostuvieron que Agustín Mantilla se encontraba en el
lugar durante la operación y que la Marina les asignó un radio operador mediante el cual
se comunicaba durante todo el tiempo con un superior que los declarantes no pudieron
identificar. "No sabemos a quién Mantilla le daba parte de los hechos. Tenía un radio
operador asignado. Todo el tiempo estaba con un radiotransmisor en la mano, dando
cuenta de lo que sucedía", dijo uno de ellos. Todo indicaría que la eliminación de los
terroristas rendidos fue también de conocimiento de Mantilla.

NARCOTRAFICO

Durante el primer gobierno de Alan García (1985-1990), el Movimiento Revolucionario


Túpac Amaru (MRTA) se ligó al narcotráfico, al compartir la misma zona de incidencia
geográfica: los departamentos de San Martín y Ucayali. Desde allí organizó su actividad
terrorista y de comercialización a gran escala de pasta básica de cocaína destinada a la
exportación. El APRA no había ejecutado ninguna acción eficiente para controlar el
narcotráfico y tampoco al MRTA

CORRUPCION

Los primeros indicios de corrupción aparecieron cuando se hizo evidente la presencia


cada vez mayor de militantes y simpatizantes apristas ocupando puestos claves en la
administración pública, donde en vez de los méritos profesionales, pesaba más la
filiación partidaria. También muchos amigos y empresarios cercanos al mandatario se
beneficiaron del mal manejo de los dólares MUC. Pero solo fue tras el intento frustrado
de la estatización de la banca, que empezaron a salir a la luz los escándalos de
corrupción, cuando los medios de comunicación y la elite se convencieron de que
debían oponerse a la política de García. Funcionarios públicos se vieron involucrados en
numerosos de esos casos; por ejemplo, a mediados de 1988 el ministro de Agricultura
Remigio Morales Bermúdez debió renunciar a raíz del escándalo de la carne malograda,
importada de Argentina.

Pero solo sería tras el final del gobierno en julio de 1990 en que se revelarían las más
importantes denuncias de corrupción, que involucraban a la persona del mismo
presidente. Se formó al respecto una Comisión Investigadora, integrada por Fernando
Olivera Vega, Pedro Cateriano y Lourdes Flores, que como primera medida lograron
levantar la inmunidad parlamentaria a García (ya que, según lo establecido en la
Constitución de 1979, los expresidentes ejercían una senaduría vitalicia). Los
principales cargos levantados en 1991 contra García incluían el enriquecimiento ilícito
como funcionario, debido a ingresos no declarados de dudoso origen y presumibles
ganancias ilegales provenientes de su participación directa en los casos de los aviones
Mirage y el BCCI. Adicionalmente, se incluyeron cargos de pedido y recepción de
sobornos del consorcio italiano encargado de la construcción del Metro de Lima (el
“tren eléctrico”).

El caso de los aviones Mirage consistió en lo siguiente: García había decidido, desde el
comienzo de su gobierno, reducir la compra de una flotilla de aviones Mirage 2000, a
solo 14 aviones de los 26 que originalmente había contratado el gobierno anterior en
1982. Aseguró que, como la compra se hallaba en trámite, era factible esa operación y
que el Estado se ahorraría dinero que sería destinado para fines más prioritarios. Como
negociador fue enviado a Francia Héctor Delgado Parker, empresario muy amigo del
mandatario. Dicho sea de paso, la decisión de reducir la compra la tomó García sin
consultar con las Fuerzas Armadas, como debió haber sido el procedimiento correcto.
Pero lo más grave fue que las investigaciones de la Comisión dieron indicios razonables
de que dicha operación tuvo otros fines, presumiblemente para beneficiar
económicamente al mandatario. Comenzando que, era inexacto que la compra se
hallaba en trámite en 1985, sino que esta se había transado en 1982, estando programada
la entrega de los aviones en dos lotes: 16 aviones en 1986 y 10 aviones en 1988. Con la
reducción de la compra, el calendario de entrega se modificó, y según los datos
proporcionados por las Fuerzas Armadas, 4 aviones llegaron a fines de 1987 y 10
aviones en 1988. Sin embargo, la Comisión descubrió que, para mediados de 1986, los
aviones Mirage ya estaban fabricados, y según la documentación revisada, fueron
entregados al Perú ese mismo año, pese a lo cual nunca llegaron al país en ese entonces.
Ello llevó a la presunción de que esos aviones fueron vendidos clandestinamente a otros
países, lo que resultaría en un gran negocio, ya que el valor de los Mirage se había
triplicado desde 1982, debido a los conflictos que estallaron en el Medio Oriente en esa
época.

La Comisión halló también indicios que García había intervenido directamente en la


operación, y recopiló testimonios de que en el transcurso de la misma el mandatario se
había reunido reiteradamente con Abderramán El Assir, un acaudalado libanés cuyo
oficio era ser intermediario entre gobiernos compradores y fabricantes de armas, con
altas comisiones de por medio. Presumiblemente ambos negociaron la venta de los
aviones hacia un país de Oriente, para lo cual se habría usado la intermediación del
BCCI de Londres, un banco especializado en falsificar documentación referente a
ventas de armas.

Hay que destacar que una de las cláusulas del contrato de compra contemplaba la
posibilidad de que el Perú pudiera traspasar parte de la flota a un tercer país, previa
autorización del gobierno francés, cosa que inexplicablemente no se siguió, y
aparentemente se optó por la venta clandestina que obviamente beneficiaba por lo bajo a
los participantes en dicha operación. La defensa de García consistió en afirmar que no
hubo intermediarios en la renegociación de la compra, la misma que se hizo de gobierno
a gobierno, y resaltó lo beneficioso que fue para el país dicha operación. En cuanto a
Abderramán El Assir, García admitió conocerlo, pero negó que fuera un traficante de
armas. No obstante, los analistas concuerdan en que la decisión de renegociar la compra
de los Mirage fue en realidad perjudicial al país, calculándose las pérdidas en más de
250 millones de dólares.

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