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La violencia respaldada por el Estado no se detuvo con la disolución del Grupo Colina
después del trágico suceso en La Cantuta, y tampoco se limitó únicamente a la lucha
contra la subversión. Durante el segundo mandato de Alberto Fujimori, se llevaron a
cabo operaciones de "inteligencia" con el objetivo de eliminar a agentes que filtraban
información confidencial a los pocos medios de comunicación que no actuaban como
voceros del gobierno. El poco recordado asesinato de la ex agente Colina y suboficial
del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), Mariela Barreto, el 22 de marzo de 1997,
demuestra que, en la década de los noventa, nadie estaba a salvo de ser víctima del
terror estatal, incluso los oficiales que colaboraron con el régimen y eventualmente lo
traicionaron. Según Degregori y Meléndez, el fujimorismo estuvo dispuesto a emplear
cualquier medio para perpetuarse en el poder (2007: 96).
Lo cierto es que el Grupo Colina actuó con un margen tan impune como discre-cional
durante una década, dejando episodios de terrorismo de Estado tales como los
conocidos casos de las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, entre muchos otros.
Por ejemplo, en el número 840 del jirón Huanta, tuvo lugar la masacre de Barrios Al-
tos, el 3 de noviembre de 1991. Quince personas que, equivocadamente, fueron consi-
deradas como senderistas fueron asesinadas por agentes del Estado del mencionado
Grupo Colina. La CVR y la justicia peruana mostraron cómo Vladimiro Montesinos
avaló la acción, con el encargo de Alberto Fujimori. Lo cierto es que, seis encapucha-
dos entraron en el primer piso, y en medio de una fiesta de recaudación de fondos
para arreglar el servicio de desagüe, se dispararon hasta 111 casquillos y 33 balas. En
cual-quier caso, la opacidad jurisdiccional favorecida por una ley de amnistía hizo que
no fuese, hasta el fin del gobierno de Fujimori, que no se pudieran conocer los hechos
con precisión.