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En abril de 2009, la Corte Suprema del Perú emitió una sentencia de 25 años de

cárcel para el ex presidente Alberto Fujimori, responsabilizándolo indirectamente por


los terribles sucesos de Barrios Altos y La Cantuta. Estos eventos, calificados como
graves violaciones de los derechos humanos por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, ocurrieron hace más de 15 años a manos del Destacamento Colina. Este
grupo, lejos de representar una falta de control en el gobierno de Fujimori, fue un
ejemplo extremo de su poder. Operaba en la clandestinidad y sembraba terror,
afectando la vida de ciudadanos inocentes, desde trabajadores hasta estudiantes
universitarios.

La violencia respaldada por el Estado no se detuvo con la disolución del Grupo Colina
después del trágico suceso en La Cantuta, y tampoco se limitó únicamente a la lucha
contra la subversión. Durante el segundo mandato de Alberto Fujimori, se llevaron a
cabo operaciones de "inteligencia" con el objetivo de eliminar a agentes que filtraban
información confidencial a los pocos medios de comunicación que no actuaban como
voceros del gobierno. El poco recordado asesinato de la ex agente Colina y suboficial
del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE), Mariela Barreto, el 22 de marzo de 1997,
demuestra que, en la década de los noventa, nadie estaba a salvo de ser víctima del
terror estatal, incluso los oficiales que colaboraron con el régimen y eventualmente lo
traicionaron. Según Degregori y Meléndez, el fujimorismo estuvo dispuesto a emplear
cualquier medio para perpetuarse en el poder (2007: 96).

El gobierno limitó las formas de denunciar y confrontar el horror de las operaciones


ilegales de inteligencia del Estado. A partir del autogolpe del 5 de abril de 1992, hablar
sobre la violencia estatal podía resultar en arbitrariedades y ataques mortales,
principalmente provenientes del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), una de las
bases más poderosas y peligrosas del fujimorismo. No obstante, hubo excepciones,
como la intervención artística de Ricardo Wiesse en 1995 en los cerros de Cieneguilla,
cerca de donde yacían cinco de las víctimas de la tragedia de La Cantuta. Los medios
de prensa escrita peruanos jugaron un papel crucial en la reproducción del terror
estatal. Este estudio busca analizar cómo los crímenes de Barrios Altos, La Cantuta y
el asesinato de Mariela Barreto fueron representados en dichos periódicos,
examinando los mecanismos lingüísticos utilizados para ocultar o revelar el uso del
terror estatal y cómo se visibilizaron o invisibilizaron los actores sociales involucrados
en estas tragedias. Se llevará a cabo un análisis de los discursos publicados por El
Comercio, La República, El Peruano y el seminario Sí para responder a estas
interrogantes.
argumenté que la prensa escrita en Perú sistemáticamente minimizó y escondió la
violencia estatal mediante tres enfoques principales que identifiqué como: "El que
comete actos violentos es un terrorista", "Las muertes son una consecuencia inevitable
de la guerra" y " La mujer es tratada como un objeto desechable". Estos conceptos,
sostengo, formaron la base ideológica del gobierno de Fujimori al normalizar la
brutalidad al retratar los horrores sufridos por las víctimas de Barrios Altos, La Cantuta
y el asesinato de Mariela Barreto como algo trivial y ajeno al régimen de los años
noventa. Así, estos crímenes no fueron presentados como acciones de inteligencia
estatal, sino como resultado inevitable de una violencia que, aunque extrema, se
considera parte de la rutina. Sin embargo, como mencioné anteriormente, los
discursos que desafiaban estas ideas revelaron cómo el gobierno de Fujimori
empleaba el terror como respuesta a la subversión.

Al respecto, conviene recordar que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR)


(2003), reconoce que el 37% del total de las más de 69.000 muertes que generó el
con-flicto armado peruano son atribuibles a agentes del Estado –fundamentalmente
Mari-na, Ejército y Policía Nacional. Basta recordar acontecimientos como los de
Socos (1983), Pucayacu (1984), Putis (1984), Accomarca (1985), la matanza de los
penales (1986) o los actos perpetrados por el Grupo Colina en Barrios Altos (1991) y
Barrios Altos (1992). Todos ellos, acontecimientos que invitan a una cierta
sistematización erigida a modo de respuesta institucional, al involucrar a tres
presidencias diferentes entre sí como son las de Fernando Belaúnde, Alan García y
Alberto Fujimori.

Igualmente, se confrontan las diferentes narrativas y relatos producto del tra-bajo de


campo, lo cual muestra de qué modo difiere la forma de concebir el alcance y el
significado de lo que se entiende por terrorismo, dependiendo de que la condición sea
de víctima, de exintegrante de Sendero Luminoso o de miembro perteneciente a las
Fuerzas Militares.

Lo cierto es que el Grupo Colina actuó con un margen tan impune como discre-cional
durante una década, dejando episodios de terrorismo de Estado tales como los
conocidos casos de las masacres de Barrios Altos y La Cantuta, entre muchos otros.
Por ejemplo, en el número 840 del jirón Huanta, tuvo lugar la masacre de Barrios Al-
tos, el 3 de noviembre de 1991. Quince personas que, equivocadamente, fueron consi-
deradas como senderistas fueron asesinadas por agentes del Estado del mencionado
Grupo Colina. La CVR y la justicia peruana mostraron cómo Vladimiro Montesinos
avaló la acción, con el encargo de Alberto Fujimori. Lo cierto es que, seis encapucha-
dos entraron en el primer piso, y en medio de una fiesta de recaudación de fondos
para arreglar el servicio de desagüe, se dispararon hasta 111 casquillos y 33 balas. En
cual-quier caso, la opacidad jurisdiccional favorecida por una ley de amnistía hizo que
no fuese, hasta el fin del gobierno de Fujimori, que no se pudieran conocer los hechos
con precisión.

El Grupo Colina fue amparado por el régimen fujimorista. En consecuencia, la mayoría


de sus integrantes no cumplió una pena ejemplar en la década en la que Alberto
Fujimori fue jefe de Estado. Como demostraré a continuación, Mariela Barreto fue una
de los agentes Colina que sí fue castigada (mortalmente) por cometer la grave falta de
traicionar al régimen.

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