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ÁVILA

En 1571, la madre Teresa fue nombrada, a su pesar, priora de la Monasterio de la


Encarnación de Ávila, sito en su ciudad natal y bien conocido de ella por haber estado allí.
Si bien la decisión fue del comisario apostólico fray Pedro Fernández, la aceptación le vino
a la madre Teresa, según ella cuenta, de una pequeña revelación donde el Señor le urgió
a aceptar el encargo.ref 53
La Encarnación de Ávila era un convento amplio y populoso, que contaba a la sazón con
ciento treinta monjas, por demás hambrientas dada la escasez de recursos que padecía el
convento, y temerosas también de que la Madre Teresa, que venía de fuera, impusiese allí
la vida rigurosa de la reforma. Las dificultades y la soledad con que enfrentaba su tarea
motivó que solicitase del mismo comisario que fray Juan de la Cruz fuese nombrado
director espiritual del convento. Había reticencias porque dicho nombramiento podía
suponer un desaire para los padres calzados que, desde siempre, habían realizado esa
tarea. De cualquier modo, fray Juan dejó el cargo de rector en Alcalá y se trasladó al
convento que los frailes de la observancia tenían en Ávila, cerca de la muralla. Allí vivían
otros frailes descalzos como él, que las autoridades de la orden habían mezclado con los
calzados por ver si esa convivencia mejoraba el tono general de la vida carmelitana. No
era fácil que ocurriese. Durante un tiempo, fray Juan compartió las labores de confesión
con los padres calzados habituales. Poco a poco, su influencia se dejó sentir entre las
monjas que empezaron a preferirle en detrimento de sus antiguos confesores. La
convivencia no debía ser buena, porque fray Juan y un compañero de la reforma llamado
fray Germán de San Matías, abandonaron el convento de los padres calzados y se
trasladaron a una casuca con un corralillo, adosada a la Encarnación, que la madre Teresa
les había dispuesto.ref 54
La dirección espiritual de fray Juan en el convento de la Encarnación consiguió los
objetivos pretendidos por la madre Teresa. El descontento inicial fue cediendo y la
comunidad de monjas enderezó su malestar hacia la vida espiritual pretendida. Un capítulo
aparte de su estancia en Ávila la constituye la colaboración con la madre Teresa. Uno y
otro eran espíritus singulares y cimas de la mística. La madre Teresa había tenido muchos
directores pero la dirección de fray Juan le pareció tan acertada que con el tiempo
diría: Después que se fue, no he hallado en toda Castilla otro como él. Por otra parte, fray
Juan no conoció otro espíritu con tanta riqueza de experiencias místicas. La guía espiritual
de fray Juan era rigurosa y deshacía sin consideración todo gusto por el apetito de las
cosas, tanto de las cosas divinas como de las humanas. Se cuenta que la madre Teresa
gustaba de comulgar con hostias grandes porque así le parecía que tenía al Señor más
tiempo con ella. A poco que lo supo, fray Juan le hizo comulgar no ya con una hostia
pequeña sino con media, para que la madre se desapegase de ese gusto. En otra ocasión,
estando en Beas privó de la comunión a unas monjas, que se complacían demasiado en el
sacramento. También se la negó una vez a Ana de Jesús.ref 55
Se conserva en el Monasterio de la Encarnación un locutorio donde se narra el siguiente
suceso. Hablando un día fray Juan y la madre Teresa de la Santísima Trinidad, fray Juan
fue movido como por una fuerza irresistible y se levantó, o fue levantado súbitamente,
quedando de pie. Uno de los biógrafos de su tiempo añade que el ímpetu fue tal que salió
despedido hacia el techo, llevándose incluso la silla. La madre Teresa, sorprendida,
preguntó por lo ocurrido:
- ¿Ha sido movimiento de oración?
- Creo que sí -respondió él.ref 56
Cristo de San Juan de la Cruz, en el Monasterio de la Encarnación de Ávila.

Otra vez, tuvo fray Juan una visión de Cristo crucificado, que se aparecía visto desde una
perspectiva superior, colgando de la cruz con los brazos descoyuntados y la cabeza caída.
Fray Juan plasmó la visión en un pequeño papel y se la entregó a una de las monjas del
convento con la que tenía más trato. Este dibujo todavía se conserva en ese mismo
convento, en un sencillo relicario de madera dorada. ref 57 En otra ocasión, murió una monja
en el convento y fray Juan contempló cómo su alma subía al cielo. ref 58 Durante su estancia
en la ciudad ocurrieron asimismo algunas cosas, extramuros del convento.

 Había un rico caballero, comidilla de la ciudad, que visitaba y regalaba a una


monja. El asunto causaba inquietud tanto en la casa del caballero como en el
convento. La monja confiesa con fray Juan y decide no verle, tras lo cual el
caballero espera a fray Juan y, presa de la ira, le sorprende y apalea dejándole
bien curtido. Fray Juan evita la denuncia y lo único que dirá después es que se
le hicieron dulces los palos, como a San Esteban las pedradas.ref 59

 Una noche, estando solo, allanó la casuca en que vivía una joven de buena
familia y mejor presencia que le seguía desde hace tiempo. Fray Juan resistió
la tentación y conminó a marcharse a la joven, que volvió a su casa
avergonzada de lo que había hecho.ref 60

 En el colegio agustino de Nuestra Señora de Gracia, era notoria una joven


monja que explicaba con gran tino las escrituras a pesar de no haber cursado
estudios ni tenido maestros. Había sido visitada por teólogos de reputado
prestigio de la Universidad de Salamanca: Fray Luis de León, Mancio de
Corpus Christi... Se requirió al fin la presencia de fray Juan que, después de
una hora de trato con la joven, afirmó rotundamente Señores, esta monja está
endemoniada. Según se dijo, con seis años la monja había extendido una
cédula de entrega al demonio, firmada con su propia sangre. Después de esto
se inició un largo y penoso proceso de exorcismo, que duró meses y del que
dan cuenta varios testigos.ref 61

 En otra ocasión fue a Medina del Campo, donde había una monja enferma de
la que se decía que tenía un mal espíritu. Tras confesar a la monja, dijo que no
era nada de eso sino falta de juicio. Estando en la ciudad visitó a su madre y
allí debió contarle el suceso de la monja difunta cuya alma había visto
ascender a los cielos.ref 62
En diciembre de 1575, el prior de los calzados de Ávila decidió quitar de en medio a los
confesores descalzos mediante el expeditivo método de apresarlos y llevarlos a la cárcel
conventual de Medina del Campo. Las monjas y parte de la ciudad protestaron
airadamente y gracias a la intervención del nuncio Ormaneto los captivos volvieron y
fueron confirmados en su puesto.(JRV p.45) Empezaban las dificultades.

Dificultades de la reforma[editar]
La Orden del Carmen tenía por general en esos días a Juan Bautista Rubeo que había
autorizado la fundación de varios conventos reformados porque la reforma era vista, al
menos al principio, con buenos ojos. En 1567, el Papa había extendido un breve para que
el rey Felipe II nombrara dos comisarios apostólicos, independientes del general y con
plenas atribuciones. Fueron nombrados dos padres dominicos: fray Pedro Fernández y
Francisco de Vargas. Mientras fray Pedro Fernández ejerció su labor en consonancia con
el general de la orden, el segundo tomó algunas decisiones contrarias al espíritu integrador
con que se había iniciado la reforma. Así, mientras que en Castilla se tomó la homeopática
medida de mezclar calzados y descalzos para estimular la reforma de los primeros, en
Andalucía se dio a los descalzos el convento calzado de San Juan del Puerto en Huelva.
Además, se fundaron conventos en Sevilla, Granada y la Peñuela, contraviniendo las
intenciones del general del Carmen.ref 63 En 1574, se reunió una junta de provinciales
españoles que envió a Roma un negociador, fray Jerónimo Tostado, para conseguir que
los comisarios apostólicos fuesen nombrados por la orden. A resultas de ello, el Papa
derogó el nombramiento de los dos comisarios, decisión que no gustó al legado apostólico
en España, el nuncio Ormaneto. Su reacción fue nombrarlos reformadores con iguales
atribuciones que antes. La decisión provocó la abierta oposición de los calzados que
enviaron a Roma informes negativos y protestas, no siempre objetivos. El general de la
Orden escribió dos cartas a la Madre Teresa, que no las recibió hasta mucho más tarde.
En medio de esta situación, el capítulo de la orden se reunió en Piacenza en mayo de
1575. Ante las quejas de los calzados y el silencio de los descalzos, el capítulo tomó una
serie de medidas encaminadas a aniquilar la reforma. Nombrar un visitador para calzados
y descalzos, supresión de los conventos andaluces que habían sido fundados sin licencia y
la prohibición de fundar nuevas casas. Para la madre Teresa se dispuso que quedase
recluida en un convento de su elección. Se requirió asimismo el apoyo del brazo secular,
del nuncio y los legados apostólicos.
Jerónimo Tostado obtuvo el cargo de visitador y volvió a España a mediados de 1576 con
el ánimo decidido de acabar con la reforma. Las cosas sin embargo no salieron como
esperaba. Al presentar sus credenciales ante las autoridades le fueron retenidas por
el Consejo Real, pretextando discordancias con las disposiciones pontificias del nuncio.
Incapaz de cumplir su mandato, regresó a Portugal, para alivio de la madre Teresa, que
dijo: Nos ha librado Dios del Tostado.ref 64 En septiembre, se convocó en Almodóvar una
junta de descalzos que reunió a los superiores de los nueve conventos de la Reforma:
Mancera, Pastrana, Alcalá, Altomira, Granada, La Peñuela, Roda, Sevilla y Almodóvar.
Fray Juan de la Cruz fue invitado a acudir en deferencia a su condición de primer
descalzo. En ese capítulo se aprobó una Constitución para la reforma, que era un
compendio de lo que ya se venía haciendo y de las disposiciones dadas tanto por los
generales de la orden como por fray Antonio de Jesús y fray Juan de la Cruz en Duruelo.
La constitución establecía un equilibrio entre la vida activa y la contemplativa, escasa en
esto último para las tesis que defendía fray Juan. Además de la regulación interna se
tomaron algunas medidas para defender la reforma de los ataques externos. Se acordó
enviar a Roma a dos Padres para defender ante el Papa la reforma de los ataques que
recibía. También se decidió que fray Juan cesara en su puesto de vicario y confesor de la
Encarnación, con objeto de evitar tiranteces con los calzados. Ninguna de las dos
disposiciones se llevó a efecto. 3
En junio de 1577 murió el nuncio Ormaneto, que había defendido a capa y espada la
reforma. Su sucesor Felipe Sega era del parecer contrario y a su nombramiento
comenzaron los calzados a dar los primeros pasos para desmantelar la reforma. A finales
de 1577, el dos de diciembre, un grupo de calzados y seglares armados se allegaron a la
casita donde vivía fray Juan, descerrajaron la puerta y prendieron a fray Juan y a su
compañero, llevándolos presos al convento del Carmen. Allí fueron azotados dos veces.
Días después los dos presos fueron sacados de Ávila. El compañero de fray Juan fue
llevado a Medina mientras que a él lo llevaron, entre maltratos y grandes rodeos, hacia
la ciudad imperial, al convento calzado que tenía allí la Orden. Realizó el traslado el padre
Maldonado prior del convento, siguiendo la orden dada por el visitador Jerónimo Tostado,
que requirió que fray Juan le fuese llevado. En cuanto tuvo noticia del secuestro, la madre
Teresa escribió al rey, suplicándole que hiciese algo. Poco se pudo hacer. Con gran
secreto, fray Juan fue encerrado en una celda del convento de Toledo. Nadie sabía donde
estaba y los calzados se conjuraron para ocultar su paradero.

Toledo[editar]
El convento del Carmen de Toledo, principal entre los conventos de la orden, se erigía en
el lado sur de la ciudad sobre el abrupto tajo que da nombre al río. Fue así hasta el año
1808 en que quedó destruido por la guerra que sostuvieron españoles y franceses. ref 65
Vivían en el recinto ochenta religiosos, de los cuales era superior el padre Hernando
Maldonado, el mismo que había secuestrado a fray Juan por orden de Jerónimo Tostado.
Llegó preso fray Juan al convento a mediados de diciembre, y al poco compareció ante un
tribunal de calzados, formado por el visitador, el padre Maldonado y otros padres. Allí se le
leyó el acta del capítulo celebrado en Piacenza el año anterior, que decidía el
desmantelamiento de los conventos andaluces y, so pena de excomunión, se le conmina a
abandonar la reforma y volver a la observancia. Más allá de la decisión personal que se le
instaba a tomar, estaba el hecho de que siempre había actuado siguiendo las órdenes de
sus superiores, tanto de su general como de los visitadores. La fundación de Duruelo-
Mancera, la de Pastrana y todas las de Castilla se habían realizado con la aquiescencia de
los superiores y no se veían afectadas por la resolución del capítulo general. Tampoco él
podía ser acusado de desobediencia, por más que, como primer calzado y maestro
destacado de la reforma, se le tuviese por un obstinado rebelde. La muerte del nuncio no
anulaba per se los nombramientos hechos y no sería hasta unos meses después que su
sucesor los derogase. Legalmente no podía ser obligado a nada, extremo que no fue
respetado por el tribunal. Después del poco éxito que tuvieron las amenazas y los
ofrecimientos halagadores se le condenó en rebeldía y encerró en la cárcel conventual. A
los dos meses se le cambió a un sitio preparado exprofeso para él, de seis pies por diez de
planta y con la única abertura de una saetera en lo alto de tres dedos por la que solo a
mediodía entraba luz suficiente para poder leer. Era tan exigua la celda que fray Juan, con
lo pequeño que era, apenas cabía.4 El lugar era antes un servicio y por eso carecía de luz.
El lecho se confeccionó con una tabla echada en el suelo y dos mantas raídas. De ropa, la
que llevaba, sin poder cambiarse. En estas precarias condiciones tuvo que soportar el
invierno toledano, cuyo rigor hizo que se le despellejasen los dedos de los pies.
A la inhumanidad del habitáculo se sumaron luego diversos padecimientos y
humillaciones, por lo pronto, una mala alimentación a base de agua, pan y sardinas, si
acaso algunas sobras, y ayuno prescrito tres días a la semana. No se producía este ayuno
en la soledad de su celda, sino que esos días era sacado de su celda y cenaba con los
frailes, pero no sentado como ellos sino de rodillas en el suelo. Después de la cena, el
superior le increpaba, recriminando largamente su rebeldía, acusándole de sostener la
reforma para ser tenido por santo. Los viernes recibía de balde una disciplina circular que
se extendía por el tiempo de un miserere. Dispuestos los frailes en círculo, desnudaban su
espalda y por turno la castigaban de recio con varas. A veces, los frailes hablaban frente a
su celda, fingiendo el final de la reforma para atormentarle. Fray Juan soportaba todo con
dulzura. Algunos novicios lamentaban lo que ocurría. ref 66 Mientras, la madre Teresa no
cesaba de buscar. Las pesquisas señalaban a Toledo por lo que escribió a la priora de las
descalzas, Ana de los Ángeles, para que investigase. Nada consiguió averiguar. El silencio
que cubría el paradero de fray Juan era absoluto, pues cualquiera que lo ayudase recibiría
un severo castigo.
A los seis meses de cautiverio se hizo cargo de su guarda un nuevo carcelero, venido de
Valladolid. Se trataba de un joven llamado fray Juan de Santa María, que tenía mejor
corazón que el anterior carcelero. Por lo pronto, evitó cuando podía bajarle al refectorio, y
le trajo una nueva túnica. Viendo su mejor disposición, fray Juan le pidió un día tinta y
papel para escribir cosas de devoción. A partir de ahí, aprovechando el mediodía, cuando
entraba luz por la aspillera, comenzó a transcribir poesías que, durante su encierro, había
ido componiendo mentalmente. De esa manera, en prisión y a hurtadillas de sus captores,
redactó las primeras 31 estrofas del Cántico espiritual, que es uno de sus tres poemas
mayores, varios romances y el poema La fonte que mana y corre. Quizá compuso también,
en todo o en parte, el segundo de sus poemas mayores Noche oscura. Su situación, por lo
demás, no mejoró gran cosa.
Esta eclosión poética ocurrida en la oscuridad de aquella celda no tiene explicación. Se ha
dicho de San Juan de la Cruz que es Poeta máximo de obra mínima, queriendo significar
que su poesía nació perfecta, sin antecedentes ni ensayos. Como tal perfección exige de
natural una ejercitación continua o frecuente, se han buscado precedentes en el periodo
anterior de su vida: en el colegio de Medina, en el convento de Santa Ana, en Salamanca,
en Ávila. Pruebas, lo que se dice pruebas, no las hay de nada. Quizá se puede situar
alguna composición en el tiempo de Ávila,5 fruto del trato con Santa Teresa, que también
era escritora y poetisa, pero todo resulta insatisfactorio. La altura poética alcanzada por
fray Juan durante el encierro en Toledo semeja el Salto de Roldán, una suerte de acto
heroico, imposible de acometer en una sola jornada.

Fuga[editar]
En julio de 1578, arreció el conflicto entre calzados y descalzos. El nuncio Felipe
Sega revocó la patente de visitador de Jerónimo Gracián y entregó a los calzados el
gobierno de los descalzos. El rey y el Consejo Real se opusieron, dejando sin derecho la
medida. Pese a eso, los calzados actuaron de hecho y el Tostado se afanó en destruir la
reforma. En medio de este conflicto, no parecía que hubiese intención de liberar a fray
Juan, ni dejar el maltrato pertinaz al que se le sometía. Permanecía preso por voluntad del
Tostado, que no pensaba en soltarlo. El calor en Toledo, riguroso también, era
insoportable en la celduca donde estaba y fray Juan se sentía desfallecer. Declaraciones
posteriores aseguran que la idea de la fuga, y la fuga misma, fueron promovidas por
Dios. Inocencio de San Andrés, que oyó de fray Juan el relato completo de la fuga, relata
que el Santo puso en manos de Dios el asunto y, a los tres días, sintió el fuerte impulso de
hacerlo y la confianza de que Dios le ayudaría. La primera y más directa dificultad era que
no sabía donde estaba, más allá de que era en Toledo. En nueve meses, había salido de
la celda solo de noche, para bajar al refectorio. Así, se ofreció al carcelero para verter el
servicio que tenía en la celda. Este accedió y varias veces a partir de entonces, el
carcelero le llevó a una sala para que tomase el aire. Era la hora de la siesta y los monjes
descansaban. Fray Juan aprovechó esos ratos para examinar el entorno. Miró por las
ventanas, viendo que caían a una corrala bien abajo. Un día, aprovechó que guardaba hilo
de coser y midió la altura, suspendiendo de él una pequeña piedra. El hilo se lo había dado
el carcelero para remendar su ropa. En la celda midió la longitud de las mantas, con idea
de hacerlas tiras y apañar una especie de cuerda. Calculó que le iba a faltar una cierta
altura, pero que descolgándose a lo último podía tirarse sin gran peligro. Otra cosa que
hizo mientras comía el carcelero fue aflojar los tornillos del candado para holgarlos y que,
llegado el momento, cediesen desde dentro dando un empujón. Mediado agosto, la fuga
está preparada. Fray Juan pidió perdón al carcelero por las molestias que le causaba y le
regaló un crucifijo que llevaba con él, en agradecimiento.
El 14 de agosto, el Padre Maldonado le negó la posibilidad de decir misa. Una noche, que
puede ser la del 16, el carcelero le trajo la cena y se ausentó. Aprovechó fray Juan el
momento para aflojar el candado. El carcelero no se dio cuenta del sabotaje y, acabada la
cena, le encerró y se fue. Habían venido ese días dos frailes, que dormían en la sala
contigua. La puerta estaba abierta y también las ventanas exteriores pues hacía mucho
calor. A las dos de la mañana, una vez dormidos los frailes, fray Juan empujó la puerta de
la celda y cedió el cierre. Uno de los huéspedes despertó al oír los tornillos, pero se durmió
poco después. Fray Juan recogió sus enseres, entre ellos su cuadernillo con las poesías, y
las mantas, pergueñadas ya para la fuga. Cruzó en silencio la primera Sala. En la
segunda, salió a un mirador donde ató un cabo de la cuerda y echó el resto abajo. Había
luna. Su cuerpecillo se descolgó como pudo por la improvisada cuerda y, en llegando a su
término se dejó caer. Al levantarse, se encontró en un patio cerrado por altos muros, al
que dio vueltas y vueltas angustiado, buscando una salida. Por una esquina,
aprovechando agujeros, consiguió sin saber cómo6 encimar un muro. Siguiendo por su filo
llegó a una calle solitaria y se descolgó. No sabía dónde estaba. Quería llegar al convento
descalzo de las hijas de la madre Teresa, pero ignorando que estaba ahí mismito a la
vuelta, caminó desorientado por la ciudad. Llegó a la plaza de Zocodover. Había un
bodegón abierto y la gente que estaba allí le invitó a quedarse. Piensan que no le han
abierto en el convento por llegar tarde. Fray Juan se excusó y siguió adelante. Las
verduleras, que cuidaban el género en la plaza, le increparon. Más adelante, vio una
puerta abierta y, entrando, suplicó a un caballero que le dejase dormir allí mismo. Por la
mañana, salió de allí y se encaminó al convento de las descalzas. Llamó al torno y dijo:
Hija, fray Juan de la Cruz soy, que me he salido esta noche de la cárcel. Dígaselo a la madre
priora.ref 67

Enterada la priora, le acogió en la clausura para hurtarlo a los calzados, que habían
descubierto ya la fuga y le buscaban. Llegaron al poco dos frailes preguntando por él, e
inspeccionaron el locutorio y la iglesia. Los alguaciles vigilaban el convento y también los
caminos. Mientras, las monjas estaban asustadas del acabado aspecto de fray Juan.
Apenas hablaba. Sus ropas no se tenían, ni él tampoco. Pusieron su empeño en cuidarle,
dándole comida y ropa. Él fue contando, casi sin voz, su penuria pasada. A mediodía, se
cerró la iglesia y fray Juan recitó allí los versos compuestos en la cárcel. Las monjas
copiaron cada palabra embelesadas. Era un gozo del cielo oírle.ref 68 Por la tarde, la priora
Ana de los Ángeles, avisó a un benefactor de la comunidad, Don Pedro González de
Mendoza y le explicó lo ocurrido. Acordó llevarse a fray Juan, para que pasase la noche en
el Hospital de Santa Cruz.
Mientras, en el convento calzado, cara le salió la fuga a su carcelero. Fray Juan de Santa
María fue castigado conforme dicta la regla. Era ahora el último de la comunidad y
quedaba privado de la voz y el voto. Algunos frailes se alegraban en silencio del fin de la
ignominia. Él guardaba para sí la cruz que le había dado fray Juan, teniéndola en gran
estima.ref 69

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