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satisfacer las demandas de un entorno social. Toma muchas formas y puede verse en
conformidad, socialización, presión de grupo, obediencia, liderazgo, persuasión, ventas y
marketing.
Por tanto, una forma de influencia social, que es transversal a las otras formas
previamente explicadas, consiste apelar a las emociones. Manipular las emociones se
considera, desde la lógica, una falacia ya que en lugar de dar razonamientos lógicos se
intenta cambiar las emociones para que esto derive en un cambio de las actitudes. Esto va a
afectar sobre todo a aquellas personas que dejan que sus emociones influyan en gran
medida en sus procesos de razonamiento.
Concluyendo, podríamos decir que es muy fácil influir en los demás pero, a su vez, no es
menos difícil ser influenciado. Como se ha visto, los grupos sociales y las personas con
autoridad van a influir mucho sobre nosotros. La mejor forma de gestionar estas
influencias no es otra que conocer los mecanismos de influencia y tratar de ser
consciente cuando estos se den.
Por tanto, una forma de influencia social, que es transversal a las otras formas
previamente explicadas, consiste apelar a las emociones. Manipular las emociones se
considera, desde la lógica, una falacia ya que en lugar de dar razonamientos lógicos se
intenta cambiar las emociones para que esto derive en un cambio de las actitudes. Esto va a
afectar sobre todo a aquellas personas que dejan que sus emociones influyan en gran
medida en sus procesos de razonamiento.
Concluyendo, podríamos decir que es muy fácil influir en los demás pero, a su vez, no es
menos difícil ser influenciado. Como se ha visto, los grupos sociales y las personas con
autoridad van a influir mucho sobre nosotros. La mejor forma de gestionar estas
influencias no es otra que conocer los mecanismos de influencia y tratar de ser
consciente cuando estos se den.
Para llegar a lo que conocemos hoy en día como influencia social, se realizaron una serie de
experimentos cuyos resultados rompieron con las creencias preconcebidas y fueron
difícilmente asumibles. Entre ellos están:
Uno de los más famosos investigadores en este campo es Robert Cialdini. Trabajando como
vendedor de coches, Cialdini descubrió seis factores de influencia social a los que
denominó las “armas de la influencia” (Cialdini, 2001). Dichos factores son los
siguientes:
¿Qué ocurrió? Cuando, semanas después, pidieron a este segundo grupo que colocase el
cartel en su jardín, accedieron el 55% de las personas. De esta forma se puede comprobar
cómo podemos ser manipulados sin darnos cuenta. Es decir, luego de haber adquirido un
pequeño compromiso, es más fácil que accedamos a hacer algo que, en otras condiciones,
seguramente no haríamos.
Lo interesante es que todas las personas de la sala, menos una, hacían parte del equipo de
experimentadores. Así que el participante, la única persona que no sabía que se estaba
llevando a cabo un experimento, iba viendo cómo todos los demás escogían una opción
incorrecta y descartaban la verdadera línea de tamaño similar. Al final, en un porcentaje
significativo de casos, el participante acababa optando por la línea incorrecta, al igual
que el resto de personas.
Por último, otro de los experimentos clásicos en psicología social, este sobre el tema de la
obediencia, es el de Stanley Milgram (1974). Este investigador pedía a un participante que
hiciera preguntas a otro participante que se hallaba en una cabina. Cada vez que fallaba
una pregunta, el participante debía presionar un botón que le administraba una
descarga e ir subiendo el voltaje.
El participante que contestaba las preguntas y recibía las descargas era un actor que fingía
las descargas, que no eran reales. La mayoría de los participantes, a pesar de los gritos de
dolor del otro participante, llegaban a administrar descargas tan fuertes que podrían
llevar a una persona a la muerte. Durante todo el proceso, el investigador le decía al
participante que debía continuar.
La disonancia cognitiva
Pero, ¿por qué funcionan todos estos métodos de influencia social? Aunque existen
diversas explicaciones, una de las teorías que más fuerza ha ganado con el paso del tiempo
es la teoría de la disonancia cognitiva (Festiger, 1957).
En otras palabras, la disonancia cognitiva se entiende como la tensión causada por la falta
de armonía interna en el sistema de ideas, creencias y emociones. Dicha tensión trae
consigo una experimenta desagradable que va a llevar a las personas a intentar restaurar la
coherencia.
Aunque la reducción de la disonancia puede darse de distintas formas, el resultado suele ser
un cambio en las actitudes. Por ejemplo, imaginemos que a persona que se considera buena
y participa en el experimento de Milgram.
Sin embrago, a medida que la descargas suben se va equilibrando el poder de las dos
conductas enfrentadas
Obedecer a la autoridad.
Seguir administrando descargas.
en defensa de la etiqueta que quiere conservar para sí (la de buena persona), de manera que
la disonancia también va a ir creciendo.
Cuando esto se produce, la persona que aplica las descargas deja de administrarlas o
prosigue. En el primer caso, para salvaguardar su imagen frente al hecho de haber
desobedecido, es probable que su mente empiece a cuestionar dicha autoridad.
En el segundo caso, con el mismo propósito, la persona puede llegar a convencerse de que
realmente las descargas no causan tanto daño como parece y la persona que las recibe está
fingiendo o que en el fondo son buenas para ella ya que, como dice el investigador
(autoridad), mejoran su aprendizaje.