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Buenas Prácticas y Competencias en Evaluación Psicológica - Rocío Fernández-Ballesteros
Buenas Prácticas y Competencias en Evaluación Psicológica - Rocío Fernández-Ballesteros
Introducción
3. El proceso de evaluación/diagnóstico
Introducción
Etapas del proceso, guías de actuación de buenas prácticas y aprendizaje de competencias
0. La demanda
I. Primera recogida de información
II. Formulación de hipótesis y deducción de enunciados verificables
III. Contrastación
IV. Comunicación: el informe
Conclusiones
4. Un caso práctico
Introducción
Primera recogida de información
Formulación de hipótesis y deducción de enunciados verificables
Contrastación: administración de tests y otras técnicas de evaluación
Comunicación de resultados: el informe
Conclusiones
Referencias bibliográficas
Créditos
Introducción
La formalización y tipificación del trabajo profesional ha ido desarrollándose en las últimas décadas de
forma tal que los profesionales y, más concretamente, los profesionales de la salud cuentan con protocolos
de actuación a los que ajustarse que permiten replicar y objetivar su trabajo y no dejar éste al arbitrio de la
intuición y la subjetividad. La protocolización de buenas prácticas puede considerarse como un importante
avance de cualquier ciencia aplicada. Sin embargo, hemos de empezar resaltando que si bien es cierto que la
tipificación del trabajo cuenta con una serie de ventajas —entre las que se cuentan la replicabilidad y
objetividad antes mencionadas— también es verdad que la aplicación de una secuencia normativa de
acciones puede, en ocasiones, producir un resultado negativo, no previsto, por cuanto alguna circunstancia
excepcional (no normativa) puede requerir de alguna acción no reglada.
Además, las buenas prácticas suponen, al fin y al cabo, un conjunto de competencias profesionales que
emergen de conocimientos, actitudes y habilidades relativas a una ciencia-profesión específica (la
psicología, la medicina, etcétera); de forma tal que resulta difícil desentrañar el ámbito procedente de las
buenas prácticas que emergen del mundo profesional de aquel que se expresa como un listado de
actuaciones profesionales que deben de ser enseñadas en la formación regular de una especialización,
carrera o profesión determinada.
La literatura general sobre expertise nos dice poco sobre como descubrir, fragmentar y hacer explícitos
los pasos de una cadena de eventos profesionales, así que, en términos generales, normalizar la actuación
del psicólogo en determinadas tareas profesionales (diagnóstico, orientación, etc.) está esencialmente
avalado por la investigación cognitiva que permite desentrañar la secuencia de la actividad mental del
profesional y los correlatos comportamentales de tal actividad (Berman, 1997; Higgins y Jones, 2000,
Newel y Simon, 1972). Así, la teoría de la decisión y los modelos de solución de problemas descubren los
caminos a través de los cuales los profesionales —con base en teorías— llegan a tomar decisiones y
resolver problemas complejos (Bordage y Zacks, 1984; Clark, 1992).
De estas contrastaciones empíricas emergen las Guías del proceso de evaluación (GAP; Fernández-
Ballesteros, De Bruyn, Godoy, Hornke, Ter Laak, Vizcarro, Westhoff y Westmeyer, 2001), como un
conjunto de pasos a seguir cuando se trata de proceder a una evaluación psicológica y ello tanto cuando se
pretenda describir, diagnosticar o clasificar, predecir, como cuando se trata de explicar y controlar el
comportamiento del sujeto de estudio. Desde luego, las GAP —con sus 96 recomendaciones encardinadas
en cuatro fases generales, 11 etapas y 30 subetapas— abarcan todos esos objetivos, de los cuales el
SIMAPE da cuenta de las dos primeras fases, dado que el «caso» tratado presenta una demanda de
descripción y diagnóstico y, por tanto, no agota el mucho más complejo proceso de evaluación.
Aunque la vía más tradicional y común para establecer los pasos del proceso de evaluación ha sido el
establecimiento racional de tareas especificadas por expertos, en los últimos años, la tecnología ha
permitido un paso de gigante con la posibilidad de, mediante simulación por ordenador, contrastar teorías
que implican modelos teóricos, operacionales mentales y acciones de contrastación. Válgase un solo
ejemplo: el que realizan Adarraga y Zaccagnini (2001) o Westmeyer y Hageboeck (2001) cuando tratan de
contrastar el proceso diagnóstico a través de la programación con sistema expertos.
Sin embargo, si resulta complejo llegar al establecimiento del proceso de actuación profesional, mucho
más difícil resulta su enseñanza. ¿Cómo presentar casos complejos?, ¿cómo reproducir complejas
operaciones mentales que, ante ese caso, produce el profesional?, ¿cómo presentar sus correlatos
comportamentales de contrastación?, en definitiva, ¿cómo reproducir lo que ocurre en una situación de
toma de decisiones profesionales y resolverlo en una situación de enseñanza-aprendizaje? Así mismo, la
tecnología nos permite, a través de sistemas multimedia, reproducir una situación compleja de enseñanza-
aprendizaje en la que se muestra un caso (se presenta a través de múltiples medios) y se ofrecen distintas
posibilidades de solución mediante la contrastación de lo que ocurre a partir de distintas alternativas. Esto
es lo que hemos intentado con el SIMAPE: desarrollar un sistema multimedia que permita la enseñanza de
la actuación del psicólogo en un caso de deterioro cognitivo para llegar a su diagnóstico.
Llegado este punto, conviene resaltar que el caso elegido sobre el que se ha desarrollado el SIMAPE
tiene una demanda determinada de la que emergen objetivos descriptivos y diagnósticos y, por tanto, el
proceso no requiere el diseño de una intervención y su valoración; sin embargo, sí es posible que los
aprendizajes realizados en ese caso puedan ser generalizados a otros casos semejantes, con los mismos
objetivos.
El SIMAPE es el producto del trabajo realizado en las últimas décadas por un equipo docente e
investigador de la Universidad Autónoma de Madrid que comenzó a fines de los setenta y que se ha visto
enriquecido por otros investigadores y docentes españoles y europeos (por ejemplo, entre otros: Adarraga y
Zaccagnini, 2001; Del Barrio y Fernández-Ballesteros, 2001; Hambleton, Fernández-Ballesteros y Van de
Vijver, 1999; Fernández-Ballesteros y Steyer, 2001). En primer lugar, nos dedicamos a establecer el
proceso teórico de toma de decisiones y solución de problemas que consideramos la base del proceso de
evaluación una vez probado mediante distintas herramientas tal proceso, tratamos de establecer una serie de
«guías» para su formalización (Fernández-Ballesteros, de Bruyn, Godoy, Hornke, Ter Laak, Vizcarro,
Westhoff, Westmeyer y Zaccagnini, 2001). También, tratamos de probar si la utilización de herramientas
audiovisuales y la presentación de análisis de casos permitiría mejorar la enseñanza (por ejemplo, Del
Barrio, Fernández-Ballesteros, 2001). Así, apoyándonos en la metodología multimedia, hemos desarrollado
un sistema interactivo para la enseñanza-aprendizaje: el SIMAPE. Llegado este punto, hemos de resaltar
que este sistema ha de ser contrastado en el sentido de su eficiencia; es decir, en comparación con otros
sistemas tradicionales o no tradicionales, debemos establecer si el SIMAPE es eficiente en la enseñanza-
aprendizaje del proceso de evaluación psicológica.
Ha de tenerse en cuenta que este texto se basa en previos análisis teóricos (Fernández-Ballesteros, 1980,
1981, 1991, 2004) en los que se presentan aspectos básicos sobre los conceptos, métodos y estudio de casos
a través de los cuales se trata de presentar la bases conceptuales que permiten llegar al diagnóstico de un
trastorno específico mediante el SIMAPE.
Esta monografía pretende, en términos generales, servir de introducción y complemento, «negro sobre
blanco», de nuestro sistema multimedia SIMAPE. Para ello y en primer lugar, se presenta el concepto de
«buenas prácticas» a lo largo de la historia y su expresión en el proceso de evaluación psicológica: las
Guías del proceso de evaluación (GAP). En el segundo capítulo se aborda el tema de las competencias
profesionales, su definición y regulación de cara a los programas de formación universitaria. En el capítulo
tercero se trata de relacionar el proceso de evaluación y las GAP con la formulación del SIMAPE según los
conocimientos exigidos (Bibliotecas) y la potenciación de competencias (Actividades). Finalmente, en el
capítulo 4 se describen y justifican los pasos a dar en el concreto caso en el que se basa el SIMAPE.
Finalmente, insistimos, dos apostillas: partimos de la base de que el SIMAPE es una herramienta más
durante el largo proceso de enseñanza-aprendizaje de la evaluación psicológica, sin embargo, falta
establecer su grado de eficacia y eficiencia, lo cual esperamos poder mostrar en breve.
Objetivos
• Establecer el recorrido histórico y el concepto de «buenas prácticas» como base del trabajo
profesional.
• Delimitar las «buenas prácticas» desarrolladas en el contexto de la evaluación psicológica.
• Establecer «buenas prácticas» como precondiciones del proceso de evaluación psicológica.
• Proponer y describir las Guías para el proceso de evaluación (GAP) como un conjunto de buenas
prácticas.
CUESTIONES DE DEFINICIÓN
Las buenas prácticas o las mejores prácticas se han intentado definir de muchas y muy diversas maneras,
atendiendo a los intereses de los más variados escenarios. Tal vez el tipo de definición más utilizado se deba
a las contribuciones desde el ámbito empresarial, en el que las buenas prácticas se entienden como un
conjunto coherente de acciones que han resultado ser beneficiosas y eficientes en un determinado contexto
y del que se espera iguales resultados en contextos similares.
Aunque pueda parecer una preocupación reciente, las prácticas (de todo tipo) han sido objeto de atención
constante siendo especialmente interesante la reflexión que suscita la relación entre el conjunto de prácticas
que se consolidan en un período de la historia y los modelos y cultura imperantes; en palabras de Althusser
(1966), la cultura de todos los tiempos está compuesta por un conjunto de sistemas estructurados o
complejo de sistemas que es, en definitiva, el conjunto de prácticas que se despliegan en una época y que
resultan ser las prácticas dominantes de ese momento, como fueron denominadas por Hubner (1983).
Siguiendo esta aproximación, las actualmente denominadas buenas prácticas (good practices) o las
mejores prácticas (the best practices), guardan una importante dependencia con el momento en el que
surgen y se consolidan (desde la segunda mitad del siglo pasado hasta la actualidad), con los contextos en
los que han ido emergiendo, con las disciplinas implicadas y con los usos y costumbres de profesionales
practicantes que pertenecen a una determinada tradición.
Estos términos —buenas prácticas— aluden a la calidad de los procedimientos de cualquier tipo que se
requieren para llevar adelante un proyecto o conjunto de proyectos y se utilizan como la expresión de un
nuevo enfoque sobre los modos de hacer, o bien como un nuevo lenguaje para describir las prácticas
profesionales o sectoriales. En cualquier caso, puede entenderse que efectivamente están señalando un
cambio de cultura.
En tiempos pasados, aunque recientes, los procedimientos empleados, tanto en investigación básica
como aplicada, o en procesos de producción, eran avalados por el principio de autoridad, eran inherentes o
estaban identificados con personas o instituciones que los legitimaban o prestigiaban y, escasamente, se
encontraban en la necesidad o conveniencia de ser justificados, y mucho menos de ser verificados. En la
actualidad, cualquier entidad debe demostrar que cumple con unos determinados estándares para que le sea
reconocida la adecuación y la calidad de sus productos y de sus procedimientos.
En ese proceso de reconocimiento de la calidad que se ha ido consolidando mediante distintos sistemas
en Estados Unidos, Japón y Europa, las «buenas prácticas» se reconocen como la práctica de trabajo
documentada, comprobada y libre de errores, que excede las prácticas operativas actuales y conocidas de
un determinado entorno de trabajo (EFQM, 1999).
Para llegar a este punto se ha recorrido un corto pero intenso camino que tal vez conviene recordar.
BREVE HISTORIA
A lo largo del siglo pasado, se ha ido extendiendo el acuerdo sobre la necesidad y la utilidad de poner en
valor un enfoque que contribuye a garantizar la homogeneidad de las prácticas de un sector profesional o de
una organización, explicitando los procedimientos que se han definido como básicos o claves para unos
objetivos, de tal modo que pueda evaluarse la relación entre un conjunto de acciones y el éxito en la
consecución de esos objetivos (Hiebeler, Kelly y Ketteman, 1999).
Las buenas prácticas en las organizaciones empresariales, políticas, cívicas etc., nacen para servir
principalmente a la eficiencia y al éxito en el logro de sus objetivos. Así puede entenderse del listado de los
términos que agrupan un conjunto de las prácticas que han ido siendo identificadas y seguidas
internacionalmente (calidad total, just-in-time, benchmarking, reengineering management, outsourcing,
resizing, gestión basada en actividades, gestión basada en el valor, gestión por objetivos, etc.). Todas estas
propuestas consolidan el valor de modos de hacer en relación con los objetivos, enfatizando la utilidad de
asegurar la calidad de métodos y procedimientos y su eficiencia (en el sentido de la razón entre el coste y el
beneficio).
Un aspecto absolutamente relevante de esta tendencia es la incorporación de los valores (por ejemplo,
los valores democráticos o los valores ecológicos), y la incorporación de los derechos humanos y de las
leyes y marcos normativos que regulen el ámbito de referencia (leyes nacionales e internacionales, códigos
deontológicos, etc.). Así, las consideraciones derivadas de marcos legales y éticos se han ido incorporando a
los procedimientos o prescripciones que se van estableciendo internacionalmente para las distintas
disciplinas, sectores industriales, ejercicios profesionales etcétera.
En la trayectoria histórica de esta tendencia tiene un protagonismo singular la vulneración de derechos
fundamentales que caracterizó en el pasado a la investigación con seres humanos —hasta 1938 no se
promulgaron en Estados Unidos las primeras leyes reguladoras de medicamentos y las prácticas
concernientes a los ensayos clínicos—. Pero, como es sabido, cualquier progreso en este sentido fue
anulado por las dos guerras mundiales, de una u otra manera, llegándose a los dramáticos acontecimientos
—entre los que destacan los programas de investigación— de la Segunda Guerra Mundial. Estos
acontecimientos dieron lugar posteriormente al Código de Nuremberg de 1949, en el que se da un
tratamiento sin precedente al consentimiento de los pacientes y de los sujetos experimentales.
Más recientemente y desde muy distinta perspectiva, la iniciativa de Naciones Unidas (1997), The Best
Practices and Local Leadership Programme (BLP), fue configurando una red de agencias
gubernamentales, administraciones locales, instituciones académicas y profesionales y un largo etcétera,
implicadas en la identificación de soluciones de éxito de cara al desarrollo sostenible. En esta amplísima red
se dieron cita especialistas en desarrollo urbano, ordenación urbanística, planificación medioambiental,
arquitectura, desarrollo económico, inclusión social, prevención del delito, problemática de las mujeres y de
los jóvenes, financiación municipal, infraestructura y servicios. Iniciativas de este tipo tuvieron una
influencia notable para la consolidación del enfoque de las buenas prácticas, compartidas y extrapoladas
cada vez a más contextos, escenarios y condiciones diversas.
En definitiva se fue imponiendo la necesidad y utilidad de prestar atención a los modos de hacer en
relación con procedimientos bien definidos, incorporando sustantivamente los valores y el respeto
escrupuloso al marco normativo regulador del ámbito del que se trate, para identificar el mejor conjunto de
prácticas posibles.
Finalmente, la Declaración de Helsinki (revisión de 2002, sobre una primera redacción de 1964),
destinada a la protección de los derechos humanos y la definición de principios éticos, fue consolidando una
base de acuerdo para establecer las buenas prácticas clínicas en términos de estándares de calidad ética y
científica. Todo ello ha sido aceptado internacionalmente, y ha ido abarcando el diseño, la realización, la
monitorización, la auditoría y la recogida y análisis de datos de cualquier actividad científica con seres
humanos. Estos estándares tienen como objetivos fundamentales garantizar el derecho de los pacientes y
garantizar la calidad de los datos.
La salvaguarda del derecho de las personas requiere crear un espacio visible y contrastable para situar el
consentimiento libre; requiere también que pueda constatarse el control ético y el control de calidad de los
datos; la transparencia o replicabildad del diseño; la documentación de todas y cada una de las tareas
realizadas y la garantía de los registros de datos obtenidos. De todos estos requerimientos depende la
credibilidad y la aceptación de los resultados y, por tanto, de la incorporación de estas prácticas depende
cada vez más la aceptación internacional de hallazgos, productos o servicios.
Ese esfuerzo se ha generalizado tan extraordinariamente, que la práctica totalidad de los entornos
profesionales, han puesto en valor el conjunto de prácticas que le son propias como distintivo de calidad
que permita, por un lado, orientar el aprendizaje de quienes se incorporan a un entorno disciplinar y, por
otro, discriminar la calidad del trabajo de los profesionales.
El conjunto de prácticas definido como «bueno», como «el mejor» o como «de excelencia» suele
presentarse como una guía que orienta el conjunto de los procedimientos relevantes en un ámbito
determinado —tanto en el trabajo práctico como en la investigación— mediante recomendaciones
fundamentalmente éticas y metodológicas. Así la trayectoria de las prácticas clínicas ha dado lugar a Las
Guías para la buena práctica clínica, en continua revisión y ampliación (http://www.ich.org) que han
tenido una influencia importante en los estándares relativos a las buenas prácticas de todo tipo de
disciplinas.
En resumen, las buenas prácticas se despliegan documentando las decisiones tomadas progresivamente,
documentando los procedimientos y garantizando los resultados obtenidos, así como sistematizando un
entorno de trabajo que facilite la replicabilidad y la contrastación, al mismo tiempo que se garantiza el
respeto a los valores y marcos legales vigentes que conciernen a los objetivos de trabajo. Las acciones
articuladas tienen que contemplar de modo sustantivo la detección de errores o dificultades para
convertirlos en objetivos de mejora, de tal modo que los procedimientos de trabajo, los procesos que los
sustentan y los resultados que se deriven, sean progresivamente elaborados en orden a la calidad y
eficiencia.
Todos los componentes de un conjunto de prácticas buenas o excelentes están informados por los
principios éticos y legales que le sean aplicables y este compromiso debe estar dotado de las mismas
exigencias de visibilidad y verificación que las exigencias técnicas o metodológicas.
Finalmente debe destacarse, especialmente en el caso que nos va a ocupar, que las buenas prácticas
exigen un tratamiento impecable del cliente/paciente, empezando por la consideración de la demanda y del
respeto al derecho que asiste al cliente o paciente, y siguiendo por la transparencia de los procedimientos
utilizados, la garantía de los datos y la garantía del conjunto del proceso de toma de decisiones que nos
lleve a dar respuesta a una solicitud, demanda o queja.
El proceso comienza cuando una persona o institución (cliente) plantea al psicólogo que responda
a una cuestión o que dé un consejo profesional referente a un sujeto o caso.
Ese es, al menos teóricamente, el momento en el que comienza el proceso; sin embargo ello tiene una
relevancia puntual porque es el cumplimiento de una serie de condiciones previas lo que va a determinar
que, verdaderamente, el proceso comience. Pero sí es imprescindible establecer el conjunto de principios
generales que deben ser tenidos en cuenta como precondiciones del proceso, y que trataremos a
continuación.
Las condiciones previas que se especifican en las GAP (véase tabla 1.1) son las siguientes:
TABLA 1.1
Proceso de evaluación: estructura básica y pasos a seguir según las GAP
Pormenorizando este precepto nos encontramos a continuación con tres apartados: a) requisito de
cualificación; b) salvaguarda de criterios profesionales y c) salvaguarda de los principios éticos y legales.
a) Requisito de cualificación
En la medida en que la investigación básica y aplicada ha ido dotando a la psicología de progresivos
conocimientos, los espacios profesionales y la demanda social se han ido multiplicando interactivamente.
Paralelamente, se han ido definiendo requisitos legales para el ejercicio de la práctica profesional y la
cualificación específica se va haciendo cada vez más necesaria.
En nuestra realidad social es frecuente que la demanda sea conducida en un lugar cualificado o a un
profesional cualificado en esa demanda. Los profesionales de la psicología, durante la segunda mitad del
siglo xx, han experimentado una especialización similar a la de otras profesiones más veteranas,
procedentes también de una formación generalista, por ejemplo, los licenciados en derecho o en medicina.
En la actualidad, por lo común, cuando un cliente tiene una demanda de tipo jurídico, toma la decisión
de acudir a un especialista en el área del derecho que corresponda (penalista, laboralista, civil, etc.).
Salvando las diferencias atribuibles a su trayectoria, los psicólogos también han recorrido ya un extenso
camino de especialización, y ese recorrido es cada vez más reconocido socialmente, de modo tal que suele
entenderse fácilmente que el problema que cada cual tiene necesita ser atendido por un psicólogo
especialista en niños o en ancianos o en recursos humanos o en un amplio rango de tipos de poblaciones o
de problemas.
Por tanto, la práctica común es que el cliente o paciente acuda cada vez más a quien está cualificado, sin
perjuicio de que deba dejarse constancia de los procedimientos seguidos para garantizar la cualificación,
tanto si se trabaja en equipo como si se trabaja en solitario, y muy especialmente cuando se inicia el
ejercicio profesional sin supervisión.
Muchos psicólogos desarrollan su trabajo profesional en centros especializados en los que
frecuentemente se trabaja de forma multidisciplinar, y en el que suelen tener cabida tantos especialistas
como áreas de problemas o tipo de población a la que estos profesionales pretenden dedicarse
competentemente. En estos casos, el protocolo de recogida de información, destinado a la recepción de la
solicitud de primera cita, suele estar preparado para recoger la información que permita la asignación de
cada caso a alguno de los profesionales que componen el equipo. En el caso de que la demanda no pueda
ser atendida por ningún miembro del equipo, el paciente o cliente puede ser eventualmente derivado a otro
centro o a otro profesional.
Por tanto, un primer indicador de buenas prácticas es la calidad del registro de los datos sobre la
solicitud de consulta. Este registro debe dar cuenta de dos aspectos: a) cómo se toman los datos de la
primera solicitud de cita, y b) cómo se utiliza la información recogida en el protocolo.
Por tanto, una de las primeras buenas prácticas es la de disponer de un protocolo de recogida de
información de la primera solicitud de cita que cumpla un doble objetivo: 1.º dejar constancia de la
información inicial, y 2.º facilitar la mejora continua del modo de recoger la información en la solicitud de
una primera cita.
Para servir a este doble objetivo, el protocolo debe recoger, al menos, la siguiente información:
Dado que este protocolo puede ser cumplimentado por un no-psicólogo (secretaria, recepcionista, etc.),
se requiere que el psicólogo que asume el caso realice un análisis de esa información, bien solo o bien en el
grupo profesional que corresponda (por ejemplo, la comisión de derivación de casos). En todo caso se
requiere la constancia escrita de la/s decisión/es tomada/s con base en un protocolo de recogida de
información de la primera solicitud de cita. Concretamente deben recogerse datos sobre quién o quiénes
ha/n recogido la información, así como del contexto o situación en el que ello se produce y sobre qué
decisiones se toman a partir del análisis del protocolo. Así, deben aparecer los siguientes datos:
• Introducir las mejoras necesarias en la formación de quienes reciben la información, (por ejemplo,
formación en aspectos básicos de entrevista telefónica).
• Introducir cambios en el protocolo para subsanar déficit observados o incrementar la información
inicial.
• Introducir cambios en el medio para garantizar la confidencialidad (mamparas o divisiones acústicas
entre la recepción y sala de espera; cambiar sucesivamente la clave de acceso a la cuenta de correo o
cambiar sistemáticamente el estatus de los mensajes recibidos por correo electrónico, etc.).
• Justificar curricularmente la asignación del caso.
• Dejar constancia de la derivación de casos, lo que eventualmente puede llevar a decisiones en la
formación continua de los profesionales del centro y/o a nuevas contrataciones de especialistas.
• Presentar la información para una eventual acreditación de la calidad del centro.
1.1.2. Síntesis de las demandas del cliente y de los aspectos de la situación problemática general.
16. El evaluador debe averiguar cómo interactúan la persona y el contexto en el que vive.
1.1.3. Acuerdo formal.
18. El evaluador debe obtener el consentimiento informado del cliente o sujeto sobre las demandas y
metas que van a guiar la evaluación.
1.2. Formulación de hipótesis de evaluación contrastables: conversión de las demandas, quejas y metas en
formulaciones de evaluación.
1.4. Procesamiento de la información: relación de los datos con las hipótesis planteadas.
2.1. Integración de los resultados: respuesta a las cuestiones planteadas por el cliente o sujeto de la forma
más completa posible.
2.1.2. Formulación de conclusiones en relación con las demandas del cliente o sujeto.
44. El evaluador debe formular conclusiones que respondan a las demandas del cliente o sujeto.
2.3.2. Analizar si las circunstancias generales aconsejan volver a empezar, finalizar o pasar a intervenir.
67. Si se requiere intervención y el evaluador no está cualificado para llevarla a cabo, el sujeto debe ser
enviado al profesional adecuado.
68. Cuando sea pertinente, el evaluador debe enviar un informe a los profesionales oportunos.
3.1.1. Elección y operativización de la intervención y de las variables para evaluar los resultados.
70. El evaluador debe formular las hipótesis de intervención basándose en los resultados de las
evaluaciones previas.
71. En la medida de lo posible, el evaluador debe jerarquizar las hipótesis de intervención siguiendo
criterios explícitos y útiles para el caso.
72. El evaluador debe definir operativamente las variables relacionadas con las hipótesis de
intervención.
3.1.2. Revisión y elección de los procedimientos de intervención que mejor se ajusten al caso.
73. El evaluador debe inventariar y sopesar los tratamientos posibles y, finalmente, diseñar la
intervención.
74. El evaluador debe identificar y evaluar las posibles condiciones facilitadoras e inhibidoras que
puedan afectar la intervención.
75. El evaluador debe tratar con el cliente o sujeto las alternativas de intervención y sus posibles
consecuencias.
4. Evaluación y seguimiento. Si una intervención se lleva a cabo, varias operaciones evaluativas han de ser
realizadas
79. El evaluador determina en que medida se puede valorar la intervención y su puesta en práctica
(evaluación valorativa).
80. El evaluador informa a los interesados sobre la importancia de realizar una valoración.
4.2.1. Extrayendo conclusiones de los datos recogidos sobre los efectos de la intervención de acuerdo con
1.4, 4.1.
87. El evaluador compara los resultados con las demandas del cliente y las metas de la intervención.
88. Antes de interpretar los efectos de la intervención, el evaluador examina si los resultados pueden ser
atribuidos a la intervención.
89. El evaluador examina los efectos colaterales.
90. El evaluador considera potenciales alternativas de los efectos encontrados.
4.2.3. Si el necesario, redacción de un informe escrito para el cliente, sujeto o personas implicadas.
Véase guías 2.2 si son aplicables.
4.3. Seguimiento.
CONCLUSIONES
«Buenas prácticas» es un nuevo concepto que emerge desde distintos ámbitos profesionales y alude a la
práctica de trabajo documentada, comprobada y libre de errores. Este nuevo concepto esta contribuyendo a
una mejora y estandarización del trabajo profesional en la medida en la que tales «buenas prácticas» son
aceptadas y aprobadas por asociaciones profesionales y demandadas por agentes sociales.
En evaluación psicológica existen múltiples formas de conseguir buenas prácticas en distintos ámbitos,
desde la construcción de tests (con el desarrollo de principios psicométricos que aseguren la bondad de esas
herramientas) a su venta, adaptación cultural y utilización en la práctica.
El proceso de evaluación cuenta con unas Guías para el proceso de evaluación (GAP) desarrolladas por
la Sociedad Europea de Evaluación Psicológica (EAPA) que resultan ser, precisamente, un conjunto de
buenas prácticas de aplicación a lo largo del proceso de toma de decisiones y solución de problemas que
entraña la evaluación psicológica.
El Sistema Interactivo Multimedia para el Aprendizaje del Proceso de Evaluación (SIMAPE) pretende
ser una herramienta para el aprendizaje de buenas prácticas evaluativas que está, en parte, basado en las
GAP.
2
El SIMAPE: un entorno virtual para el aprendizaje
de competencias en evaluación psicológica
Objetivos
• A partir de una discusión general sobre el concepto de competencias y de algunos documentos
internacionales sobre las competencias de los psicólogos, identificar las competencias relevantes
para la evaluación psicológica.
• Realizar un análisis racional de las competencias requeridas por las tareas que propone SIMAPE.
• Presentar algunas propuestas para utilizar SIMAPE dentro del proceso de formación en evaluación
psicológica.
• Presentar algunos posibles desarrollos futuros de SIMAPE.
Tabla 2.1
La evaluación como competencia primaria del psicólogo, según Europsy
• Comprender la demanda formulada por un cliente y traducirla a un problema técnico o una pregunta
que puede ser contrastada de forma empírica.
• Recoger información inicial para formular las hipótesis relevantes.
• Formular hipótesis contrastables.
• Seleccionar los tests y técnicas de recogida de información que permitan contrastar dichas hipótesis.
En este proceso resulta importante:
— Seleccionar las pruebas basándose en los aspectos específicos que pretenden evaluar, así como en
sus garantías científicas (fiabilidad, validez).
— Aplicar las pruebas según el procedimiento previsto y corregirlas de forma apropiada.
— Interpretarlas de forma adecuada
— Replicable.
— Con un lenguaje adaptado al (los) destinatario(s) a lo(s) que va dirigido.
• Apoyar y dirigir las actividades detalladas que se suceden en el proceso de evaluación y que de otro
modo serían difíciles de supervisar individualmente en clases de gran tamaño.
• Dirigir la actividad autónoma de los estudiantes mediante un proceso estructurado que incluye las
principales tareas del proceso de evaluación psicológica.
• Mostrar un ejemplo detallado de un proceso de evaluación completo.
• Servir como fuente de preguntas, reflexiones y punto de partida de exploraciones más profundas y
detalladas que los estudiantes podrán llevar a cabo con la ayuda de sus profesores.
CONCLUSIONES
Con la presentación de este entorno esperamos contribuir a la formación de los futuros psicólogos con
una herramienta que permite adentrarse en el proceso dinámico que constituye la evaluación psicológica
con la seguridad que ofrece un entorno virtual que trata de reproducir el proceso de toma de decisiones a los
que se enfrenta el evaluador y las tareas y la reflexión que las acompaña, así como la búsqueda de
documentación pertinente a las distintas fases. Con ello hemos tratado de reflejar la complejidad de las
competencias y subcompetencias que los estudiantes tienen que desarrollar como parte de su formación
inicial.
No es, por supuesto, un instrumento que deba utilizarse de forma exclusiva, sino que se añade al arsenal
de alternativas docentes que resultan habituales en el aprendizaje de esta disciplina. No obstante, pensamos
que la aportación es sustantiva ya que incide en los aspectos más sutiles de la evaluación y, concretamente,
en la organización lógica del proceso que, por su naturaleza compleja y encubierta, incluso en gran medida
implícita, son difíciles de transmitir y de aprehender en la dinámica habitual de enseñanza y aprendizaje.
Quizá futuros desarrollos permitirán una simulación más abierta y flexible, pero en su estado actual,
creemos que SIMAPE inicia un paso interesante en esa dirección.
NOTAS
1 Es obvio que esta última no constituye una competencia, sino un procedimiento para desarrollar las
competencias necesarias.
2 Recuérdese, en este sentido, la exigencia de la APA de que los evaluadores cuenten con un período de
práctica supervisada (APA, 2000) que, en nuestro caso, puede tener lugar en el caso del Practicum (aunque
en estos momentos no necesariamente, ya que los estudiantes pueden inclinarse por otras opciones que no
implican necesariamente un énfasis específico en la evaluación).
3
El proceso de evaluación/diagnóstico
Objetivos
• Identificar las etapas relativas a la descripción, predicción y/o diagnóstico del caso de evaluación
en el contexto de proceso de evaluación.
• Relacionar el proceso de evaluación descriptivo, predictivo y/o diagnóstico con las Guías del
proceso de evaluación (Guidelines for the Assessment Process, GAP).
• Establecer las distintas subfases del proceso de evaluación descriptivo, predictivo y/o diagnóstico.
• Seleccionar algunas competencias (conocimientos, habilidades y actitudes) necesarias en las
distintas subfases del proceso para ser entrenadas a través de un caso concreto mediante el Sistema
Interactivo Multimedia para el Aprendizaje del Proceso de Evaluación (SIMAPE).
INTRODUCCIÓN
Como ya se ha dicho en los anteriores capítulos, partimos de una herramienta conceptual: el proceso de
evaluación. Este proceso de evaluación ha sido extensamente tratado por Fernández-Ballesteros (1980,
1981, 1991, 2004 b y c; Fernández-Ballesteros et al., 2001) como la piedra angular de toda evaluación a
través del que, a nivel aplicado, se toman decisiones sucesivas para resolver el problema por el que se
consulta y, a nivel científico, se establecen hipótesis que han de contrastarse.
Todo ello se articula en sucesivas etapas y subetapas; como toda actividad humana que mantiene una
serie de actividades secuenciales concatenadas, el número de etapas y subetapas puede ampliarse o
reducirse según la óptica de síntesis o de extensión propuesta por el/los autor/es. Así, el proceso evaluativo
que se contempla en esta obra presenta siete fases, mientras que la estructura de la Guías del proceso de
evaluación (GAP; Fernández-Ballesteros, De Bruyn, Godoy, Hornke, Vizcarro, Westhoff, Westmeyer y
Zaccagnini, 2001) se conforma en cuatro fases divididas en 10 subfases en las que se contienen el conjunto
de recomendaciones que regulan la práctica de la evaluación psicológica que presentamos en el capítulo 1.
Por otra parte, como se presenta pormenorizadamente en Fernández-Ballesteros (1980, 1981, 1991, 2004
b y c), el proceso de evaluación depende de los objetivos que se establecen con base en la demanda y/o
según las necesidades del caso. En este sentido, se entiende que los objetivos científicos pueden ser de
descripción, clasificación (o diagnóstico) y predicción, así como también requerir la intervención y el
control (lo cual exigirá un determinado nivel explicativo).
Así pues, los objetivos de la evaluación encauzarán las etapas del proceso; es decir, si lo que se pretende
es la descripción, clasificación o diagnóstico y predicción del caso, el proceso conllevará cuatro esenciales
etapas (primera recogida de información, formulación de hipótesis, contrastación y comunicación de
resultados); estas cuatro etapas deberán ser ampliadas a tres más (plan de tratamiento y su valoración —
tratamiento 3 — y valoración y seguimiento) si la demanda requiere la intervención y el control del caso que
conllevará su valoración.
En la figura 3.1 podemos apreciar que el proceso de evaluación cuenta con siete fases: I) primera
recogida de información, II) formulación de hipótesis y deducción de enunciados verificables, III)
contrastación, IV) comunicación de resultados: el informe. Esas cuatro fases habrán de completarse, en el
caso de procederse a una intervención, con las siguientes: V) plan de tratamiento y de su valoración, VI)
tratamiento: diseño y administración, y, finalmente, VII) valoración y seguimiento. El lector tendrá que
consultar los capítulos 2 y 3 de Evaluación psicológica: conceptos, métodos y estudio de casos con el fin
de tener en cuenta los distintos pormenores del proceso (Fernández-Ballesteros, 2004 b y c).
Así mismo, en la figura 3.2 presentamos las fases tal y como se exponen en el SIMAPE, que se sitúan a
la izquierda de la pantalla. El estudiante puede proceder con el sistema haciendo click en la pantalla o puede
introducirse en cada una de las fases; en ambos casos puede dar inicio a la práctica.
Figura 3.1.—El proceso de evaluación completo, es decir, cuando existe una demanda de cambio.
Figura 3.2.—Presentación de una de las primeras pantallas del SIMAPE en la que aparecen las fases del
proceso de evaluación.
Por otra parte, el estudiante puede preferir examinar alguna de las subfases en las que el proceso esta
dividido haciendo click en «subfases». En la figura 3.3 podemos ver una de las primeras pantallas en las
que aparecen las subfases. A todo lo largo de esta utilidad puede accederse a cualquiera de las fases,
subfases, bibliotecas y actividades presentes en el SIMAPE.
Figura 3.3.—Comienzo de la pantalla en la que se insertan las subfases.
También, como se ha dicho, tratando de conectar el proceso con las «buenas prácticas» que suponen las
GAP, conviene resaltar que las cuatro fases del proceso descriptivo-diagnóstico-predictivo se reagrupan en
dos etapas en el esquema que rige en las Guías del proceso de evaluación (GAP) (véase figura 1.1). Como
puede encontrarse en el capítulo 1, si examinamos las GAP, esas dos etapas dan lugar a 68 guías de
actuación, correspondientes al proceso descriptivo-diagnóstico.
En este capítulo vamos a tratar de conectar las etapas del proceso y sus respectivas subetapas, las GAP y
las tareas que hemos desarrollado en el SIMAPE para propiciar el aprendizaje de competencias.
TABLA 3.1
Relación entre fases y subfases del GAP y del proceso y las guías y competencias entrenadas en SIMAPE
GAP Proceso
GAP fases Proceso fases
subfases subfases
0. Principios 0. La demanda 0.1
generales Identificación
de la demanda
0.2
Cumplimiento
de los
principios
éticos
TABLA 3.2
Guías que deben actuar en la demanda
TABLA 3.3
Guías en la fase de primera recogida de información
1.1. Análisis de las demandas, quejas y metas.
1.1.1. Investigación y evaluación de las demandas del cliente o sujeto.
9. El evaluador debe lograr un adecuado nivel de comprensión de las quejas, demandas y metas del
cliente o sujeto.
10. El evaluador debe considerar el alcance y el nivel de detalle con los que se deben tratar las
quejas, demandas y metas del cliente o sujeto.
11. El evaluador debe averiguar cuál es la percepción del cliente o sujeto sobre la urgencia o
severidad del caso.
12. El evaluador debe explorar tanto los aspectos débiles como los aspectos fuertes del sujeto.
13. El evaluador debe limitar su exploración a lo que sea pertinente para el caso.
14. El evaluador debe comprobar la suficiencia y precisión de la información básica.
1.1.2. Síntesis de las demandas del cliente y de los aspectos de la situación problemática general.
15. El evaluador debe comprobar si la información recogida resulta suficiente para responder a las
demandas planteadas.
16. El evaluador debe averiguar cómo interactúan la persona y el contexto en el que vive.
Todo ello se ha arbitrado para que el estudiante sea capaz de cumplir las GAP (de la guía 9 a la 16) y
pueda llegar a establecer acuerdos con el paciente y el cliente sobre lo que se va abordar a continuación (de
la guía 17 a 19) como puede observarse en la entrevista, así como se establece verbalmente un acuerdo con
Pilar (la sujeto) y el hermano de Pilar (el cliente).
III. CONTRASTACIÓN
Una vez establecidas las hipótesis y operacionalizadas éstas, a base de deducir de ellas enunciados
evaluables, procede la fase en la que el evaluador, esencialmente, administra tests y otras técnicas de
medida (previamente ha de preparar los materiales necesarios) y analiza e interpreta sus resultados con el
objetivo esencial de verificar o no si las hipótesis se cumplen (véase Fernández-Ballesteros, 2004).
En la figura 3.7 podemos encontrar la especificación de esas tareas a través de cuatro subfases: 1)
preparación de las técnicas de evaluación a administrar; 2) su administración; 3) la corrección de los
protocolos recogidos, y 4) la interpretación de los resultados obtenidos. De esas subfases se derivan un
conjunto de guías que aparecen en la tabla 3.3 (de la 27 a la 44) 4 .
Las tareas implicadas para entrenar en las competencias propias de cada subfase son las siguientes:
III.1. Preparación
En la mayor parte de los textos de evaluación, se hace poco énfasis en la tarea general de preparación de
las técnicas de evaluación. Sin embargo, una buena práctica necesaria es la de preparar minuciosamente las
técnicas seleccionadas teniendo en cuenta su número, tiempo de administración y el tipo de técnicas a
administrar y su ajuste al sujeto (según su edad y sus características psicológicas); con base en ello, ha de
decidirse el número de sesiones, el orden en el que se van a administrar, los materiales que se requieren, etc.
Por todo ello, la primera actividad presente en el SIMAPE es la biblioteca III.1.1, en la que se presenta
información de los instrumentos seleccionados en la fase anterior con el fin de que el estudiante tome
decisiones sobre las sesiones y el orden de administración.
Con el fin de proceder a una autoevaluación de los conocimientos del estudiante sobre el tema, se ha
preparado la actividad III.2.2, en la que se realizan preguntas de verdadero/falso sobre conocimientos y
habilidades para la preparación de técnicas de evaluación.
III.2. Administración
El SIMAPE cuenta con una sola tarea: sobre la subfase de administración, la III.2.1, a saber, la de
visionar el vídeo con el fin de repasar algunos de los instrumentos que se administran: el MMSE y el
cuestionario del informador. No obstante, para un mejor aprendizaje se requiere la verdadera práctica de los
tests con los que se van a contrastar las hipótesis, por lo que aconsejamos al estudiante que revise todos
ellos o incluso que trate de administrarlos a personas de edad y condición semejante a Pilar.
III.3. Corrección
En el SIMAPE, como primera actividad hemos seleccionado la biblioteca III.3.1, en la que se explican
las funciones que evalúan los subtests de WAIS utilizados. Ello supone una primera información que debe
ser profundizada en la bibliografía que aparece en la biblioteca.
Con el fin de verificar los conocimientos y habilidades en la valoración o corrección de los subtests del
WAIS administrados se han preparado tres actividades de auto-evaluación: la III.3.2 pretende verificar el
aprendizaje de conocimientos sobre las funciones básicas de los subtests del WAIS; la III.3.3 trata de la
autoevaluación de las competencias para valorar el subtest de vocabulario del WAIS y, finalmente, la III.3.4
procura la autoevaluación de las competencias para valorar el subtest de comprensión de WAIS. El
estudiante debe utilizar el manual de corrección de respuestas de WAIS a la hora de responder a las tareas
propuestas.
III.4. Interpretación
La tarea III.4.1 pretende entrenar al estudiante en la formulación de afirmaciones interpretativas (en la
mayor parte de los casos) de los resultados obtenidos por Pilar en los tests administrados, así como justificar
tales afirmaciones mediante los datos que las avalan.
Hay que resaltar que tanto las bibliotecas como las tareas propuestas no son, de ninguna manera,
exhaustivas. Lamentablemente, como se señala en el capítulo 2, las actividades propuestas están
constreñidas por las posibilidades que nos ofrece el sistema y, por tanto, el estudiante deberá realizar otras
múltiples actividades supervisadas relativas a las fases de preparación, administración, corrección e
interpretación para obtener el conjunto de competencias necesarias a la evaluación de un caso. No obstante,
las presentadas permiten acercarse al comportamiento regulado por las GAP.
IV.1. Preparación
La preparación de toda comunicación y la organización del informe requieren una serie de
conocimientos relativos a las características que éste debe tener. Así, el SIMAPE contiene la biblioteca
IV.1.1, en la que se contiene información tanto de las características del informe escrito y oral como del
modo en que debe ser organizado (véase Fernández-Ballesteros, 2004). Esta biblioteca permite al estudiante
desarrollar competencias acordes con las GAP (45-63).
2.3.2. Analizar si las circunstancias generales aconsejan volver a empezar, finalizar o pasar a intervenir.
66. Si se requiere intervención y el evaluador no está cualificado para llevarla a cabo, el sujeto debe
ser enviado al profesional adecuado.
67. Cuando sea pertinente, el evaluador debe enviar un informe a los profesionales oportunos.
IV.2. Comunicación
El informe requiere una comunicación, oral y/o escrita, pero, siempre basada en una base de
conocimiento presentada en la subfase de preparación. Por tanto, el SIMAPE presenta un cuestionario de
autoevaluación como forma de entrenamiento. No cabe duda de que esta forma es insuficiente y debe verse
completada por el ensayo de conducta y el role-playing de la «real» comunicación de resultados.
IV.3. Valoración
La valoración del trabajo efectuado se refiere tanto a la forma y el contenido del informe como a la
valoración de todo el proceso de evaluación. Esta evaluación cuenta con una base esencial de conocimiento,
a saber, hasta qué punto se han cumplido los criterios científicos y éticos en el caso particular. Desde
luego, existe también una segunda forma de valoración que tiene que ver con los efectos de la misma o, en
otros términos, estaríamos hablando de la validación y utilidad de la evaluación. No obstante, no estamos
contemplando ese importante aspecto, sino solamente en qué medida se han cumplido los criterios
científicos y éticos antes mencionados, para lo cual hemos de basarnos en las GAP.
El SIMAPE cuenta con tres tareas: una biblioteca IV.3.1 en la que se presenta la base de conocimiento
de las GAP ya conocida como requisito de la prefase de demanda. En este caso se trata de profundizar en
ellas.
En segundo lugar, una actividad IV.3.2 que supone la autoevaluación del estudiante mediante un
cuestionario con preguntas sobre el comportamiento durante la comunicación y el almacenamiento de
resultados y el informe.
Finalmente, la última tarea del SIMAPE se presenta en la actividad IV.3.3, en la que el estudiante debe
evaluar el comportamiento del psicólogo a lo largo del caso de Pilar 6 .
En el capítulo anterior hemos señalado las limitaciones del SIMAPE y, esencialmente, que no ha sido
evaluado en su totalidad. En este momento se está procediendo a su valoración mediante la comparación de
los efectos en el aprendizaje de competencias y buenas prácticas del SIMAPE y el sistema tradicional de
enseñanza-aprendizaje.
CONCLUSIONES
La conexión de desarrollos conceptuales y tecnológicos, el concepto de las buenas prácticas y su
expresión a través de las GAP, la necesidad de entrenamiento y evaluación de competencias, y los
desarrollos tecnológicos interactivos con utilización multimedia nos han permitido desarrollar el SIMAPE.
Únicamente la utilización controlada mediante la valoración de esta herramienta didáctica nos permitirá
no sólo un juicio empírico sobre ella, sino sus potenciales efectos en el aprendizaje de competencias y
buenas prácticas en evaluación psicológica, condición previa para poder generalizar la herramienta a otros
casos o situaciones evaluativas.
NOTAS
4 Conviene resaltar que la subfase cuarta es especificada en las GAP con dos subfases: análisis e
interpretación de resultados.
6 Evidentemente, en el SIMAPE no se contiene toda la información para responder al HAPE, por lo que, en
ese caso, ha de responderse con la alternativa de «No conocida».
4
Un caso práctico
Objetivos
• Aplicar las distintas fases del proceso de evaluación a un caso práctico.
• Justificar las decisiones tomadas a lo largo del proceso de evaluación del caso sobre el que versa el
SIMAPE.
INTRODUCCIÓN
Como ya se ha dicho, el proceso de evaluación psicológica comienza con la demanda. En nuestro caso,
la demanda la realiza el hermano de la sujeto, que es quien plantea los problemas de memoria y
desorientación que en los últimos dos años ha experimentado su hermana y hasta qué punto puede
considerarse un deterioro patológico de su funcionamiento intelectual. La psicóloga tiene una experiencia y
formación amplias, tanto en el campo de la gerontología como en el de la neuropsicología, que la capacitan
para responsabilizarse y aceptar la demanda. Tras un análisis de la demanda, la psicóloga identifica un
posible problema de deterioro cognitivo y considera pertinente iniciar el proceso de evaluación.
Se trata de una persona con un desarrollo intelectual normal que, a partir de un determinado momento de
su vida, experimenta un cambio significativo en su funcionamiento cognitivo, particularmente de su
memoria y capacidad de orientación. Por tanto, el objetivo del psicólogo será describir dicho deterioro o
declive y, en su caso, diagnosticarlo para, más tarde, tomar decisiones respecto al mismo (derivarlo a otro
profesional, recomendarle tratamiento de psicoestimulación, etc.). Además de la lectura de este capítulo, el
estudiante que utiliza el SIMAPE deberá profundizar, a la vez, en Zamarrón (2004) y la bibliografía
recomendada en él.
Formulación de hipótesis
Teniendo en cuenta lo ya dicho en el capítulo anterior, tras la primera recogida de información, y dado
que la demanda es de tipo descriptivo y diagnóstico, las hipótesis a plantear deberán ser de cuantificación y
semejanza (véase capítulo 3 y Fernández-Ballesteros, 2004). En nuestro caso, si nos basamos en la
información recogida hasta el momento y en los conocimientos teóricos sobre el tema del deterioro
cognitivo y los comportamientos asociados (como las habilidades funcionales o los sentimientos
depresivos), el psicólogo puede establecer una «teoría sobre el caso», de la que se deducen tres hipótesis de
cuantificación y dos de semejanza:
1. Hipótesis de cuantificación:
Una vez formuladas las hipótesis, éstas deben ser operacionalizadas (convertidas en enunciados
verificables) mediante instrumentos de medida para su posterior contrastación. Para ello, necesitamos
conocer los instrumentos más adecuados a nuestro caso por sus garantías científicas y características
particulares al mismo (véase 2.1.1.1 técnicas 1.ª recogida de información y 2.3.1.1 técnicas de 2.º nivel) y el
WAIS (3.3.1.1). Como se señala en las GAP, las variables a examen deben ser operacionalizadas mediante
distintos instrumentos con el fin de triangular la información.
Enunciados verificables
A continuación vamos a formular los enunciados verificables y a justificar la utilización de los
instrumentos elegidos en cada caso:
< 26 en el MMSE. El MMSE (Folstein, 1975) es el test de cribaje más utilizado en la evaluación del
deterioro cognitivo. Por ser un test de cribaje se utiliza siempre al principio de la evaluación, ya que sirve
para detectar el posible deterioro. Aunque una de sus ventajas es el breve tiempo de aplicación
(aproximadamente 10 minutos), no es motivo para que no tenga una alta sensibilidad y especificidad
(respectivamente, 89 % y 87 %) diagnóstica. Además, otra de sus ventajas es que evalúa las distintas áreas
involucradas en el deterioro cognitivo (orientación en el tiempo y en el espacio, recuerdo inmediato,
recuerdo diferido, memoria de trabajo, praxis constructiva, reconocimiento, etc.). Para incrementar su valor
de predicción se aconseja su corrección en función de edad y escolaridad. Su punto de corte es 24 para
niveles medios o bajos de educación. Para un nivel medio-alto o alto de educación la puntuación mínima es
de 26. Por tanto, y dado el nivel de educación medio-alto de nuestra sujeto, 26 ha sido la puntuación
criterial a la hora de determinar si se cumple o no la hipótesis 1.
< 9 en el Rivermead. El test conductal de memoria Rivermead (Wilson, 1985) es un test de memoria
muy adecuado para ser utilizado con personas mayores. No sólo por su sensibilidad alta (80 %) a la hora de
discriminar entre población con enfermedad de Alzheimer y normal (Pérez, 1998) sino también por el
contenido del mismo; ya que sus ítems miden los problemas cotidianos de memoria y, por tanto, tiene una
alta validez ecológica. La mayoría de los test que miden memoria no especifican cuáles son los problemas
concretos de memoria que los sujetos tienen que afrontar cotidianamente. El Rivermead nos va a
proporcionar una medida directa del funcionamiento mnésico del sujeto en su vida cotidiana. Además es un
hecho conocido que el funcionamiento de la memoria en las personas mayores puede verse enmascarado
por la ansiedad que les produce el miedo al fracaso. Sin embargo, esto no sucede con el Rivermead ya que
los ítems son muy familiares y los sujetos no se encuentran ante problemas totalmente desconocidos para
ellos. Según la validación española del test (Alonso y Prieto, 2004), la puntuación media para población de
70-75 años sería 16 y la DT. 4,3. Considerando las quejas de memoria de Pilar como el principal síntoma de
su posible deterioro cognitivo, 1,5 desviaciones típicas por debajo de la media ha sido nuestro valor criterial
para aceptar la hipótesis 1.
< 3 en el AVLT pre, < 4 en el AVLT post y < 1 en el AVLT dif. En muchas investigaciones (Baltes y
Baltes, 1997; Fernández-Ballesteros, Zamarrón, Tárraga et al., 2003) se ha puesto de relieve la plasticidad
cognitiva de las personas mayores incluso de aquellas que están cursando una demencia en fase leve.
Además se ha comprobado la capacidad discriminativa del potencial de aprendizaje a la hora de diferenciar
entre personas mayores sanas o normales de aquellas que están cursando una demencia. Por esta razón se
eligió la prueba de potencial de aprendizaje que más discrimina a los sujetos para comprobar la hipótesis 1.
El AVLT (test de potencial de aprendizaje verbal) que ha mostrado una sensibilidad de 93,8 % a la hora de
clasificar a los sujetos con EA (enfermedad de Alzheimer en fase leve). Las puntuaciones criteriales a partir
de las cuales se contrasta la hipótesis se han obtenido sumando ½ DT a las puntuaciones obtenidas por los
sujetos de investigación; < 3 en el AVLT pre, < 4 en el AVLT post y < 1 en el AVLT diferido.
Con respecto a las subescalas del WAIS III (Wechsler, 1999), éstas son especialmente útiles en el
diagnóstico del deterioro cognitivo, además, en la versión actual, se ha extendido el rango de los subtests
por medio de la incorporación de ítems más sencillos que permiten una mejor discriminación en el extremo
inferior de rendimiento, eliminando el efecto suelo que tenían anteriores versiones y permitiendo
discriminar a aquellas personas con deterioro cognitivo. Por esta razón, son muchos los estudios en los que
se utilizan diferentes subescalas del WAIS III para evaluar deterioro cognitivo (Mulet et al., 2005; Sánchez
Rodríguez et al., 2004, Sullivan y Bowden, 1997). Además muchos de los patrones más comunes asociados
a la demencia tipo Alzheimer, según Grillo y Mangone, 2006, se corresponden con diferentes escalas del
WAIS III (véase la tabla 4.1).
TABLA 4.1
Patrones básicos de deterioro más comunes asociados a la demencia tipo Alzheimer (Grillo y Mangone,
2006)
En nuestro caso, dado el nivel de educación medio-alto de Pilar y, del mismo modo que hicimos con el
MMSE (utilizar un valor criterial superior a la media: 26 en lugar de 24), también con el WAIS III,
debemos plantear los enunciados verificables teniendo en cuenta el posible deterioro sufrido por Pilar,
considerando su nivel premórbido: se supone que antes de producirse el deterioro, su funcionamiento
cognitivo en el WAIS estaría alrededor de 1 DT por encima de la media correspondiente a su edad.
PE < 12 en vocabulario. Según los autores (Petersen et al., 1992; 1999), el vocabulario es una de las
funciones cognitivas conservadas a lo largo del ciclo de la vida y que, por tanto, debería declinar
escasamente en los primeros estadios del deterioro cognitivo. Además es una prueba sensible al nivel de
educación. Por estas razones la hipótesis que se plantea con respecto a la prueba de vocabulario supone que
Pilar puede tener una puntuación por encima de la media (PT media = 10 DT = 3).
PE < 8 en dígitos. La memoria es una de las funciones cognitivas alteradas en las personas con deterioro.
La prueba de dígitos, que es una prueba de memoria inmediata de números, se supone que es una de las
pruebas sensible al deterioro. Por esta razón pensamos que si Pilar tiene deterioro cognitivo debería obtener
una puntuación inferior a 8 (por su nivel premórbido superior a la media) en ésta.
CIV < 97. Aunque la puntuación 97 correspondería a un CI normal (dado el error de medida), en el caso
de Pilar podría ser considerada una puntuación baja debido a su nivel de educación medio-alto. Se supone
que de media los sujetos con nivel de educación medio-alto tienen un CIV y CIM = 110. Por esta razón, si
Pilar se encontrase en una situación de deterioro cognitivo, debería estar 1 DT por debajo de la media de su
inteligencia premórbida.
PE < 7 en cubos. Como es bien conocido, las habilidades en tareas que requieren procesos constructivos
son muy sensibles al deterioro cognitivo; así, la ejecución en la prueba de cubos es sensible a la hora de
discriminar este tipo de pacientes. Por esta razón pensamos que para que se cumpla la hipótesis 1, Pilar
debería presentar en el test de cubos una puntuación de al menos 1 DT por debajo de la media de su grupo
de edad.
PE < 9 en rompecabezas. Aunque esta prueba no es tan claramente sensible ante el deterioro, suponemos
que para contrastar la hipótesis 1 Pilar deberá presentar una puntuación por debajo de la media en la
ejecución del subtest de rompecabezas.
CIM < 85. Según los autores, el CI manipulativo suele verse más afectado que el CI verbal en los sujetos
con deterioro cognitivo; por tanto, esperamos que Pilar obtenga una puntuación por debajo de 85 o, al
menos, un CI manipulativo menor que el verbal.
≤ 6 en el test del reloj. El test del dibujo del reloj. TDR (Battersby, Bender, Pollack y Kahn, 1956) es una
prueba de detección (screening) sencilla, rápida y de fácil aplicación empleada tanto en la práctica clínica
como en investigación para valorar el estado cognitivo del sujeto. Evalúa diferentes mecanismos implicados
en la ejecución de la tarea, fundamentalmente funciones viso-perceptivas, viso-motoras y viso-
constructivas, planificación y ejecución motoras. El TDR es muy eficaz en la detección del deterioro
cognitivo en pacientes con demencia tipo Alzheimer. Esta prueba es altamente sensible (92,8 %) y
específica (93,5 %) (Cacho, 1999), discriminando perfectamente entre sujetos con diagnóstico de demencia
tipo Alzheimer probable y sujetos sin tal patología. La puntuación máxima que se puede alcanzar es de 9
puntos y el criterio de sospecha de demencia sería obtener una puntuación menor de 7 puntos. Por esta
razón, en el enunciado verificable de la hipótesis 1 hemos considerado que Pilar obtenga una puntuación ≤
6 en el test del reloj.
No cumple los criterios de pseudodemencia (véase biblioteca 2.1.1.1 y 2.3.1.1 técnicas de 2.º nivel) y
tiene una puntuación menor de 10 en la GDS de Yesavage (2.3.1.1).
La depresión en los mayores presenta ciertas características diferenciales. Una persona mayor puede
presentar quejas de pérdida de memoria, desorientación, etc., propias del deterioro cognitivo y en realidad
ser manifestaciones de una depresión (pseudodemencia). Por eso es tan importante la realización de un
diagnóstico diferencial en este grupo de edad. En la biblioteca 2.1.1.1, vemos los criterios del diagnóstico
diferencial entre depresión (pseudodemencia) y demencia. Por ejemplo, el inicio de una depresión es rápido
y el de una demencia es insidioso. El deprimido se queja mucho de fallos de memoria, y el demente les
quita importancia.
Además es importante administrarle una escala de depresión adecuada para su edad. La más utilizada es
la GDS (Geriatric Depresion Scale) de Yesavage et al., 1982, especialmente utilizada con población
anciana, con una elevada sensibilidad y especificidad (sensibilidad = 84 % y especificidad = 95 %). El
punto de corte para descartar depresión es ≤ 9.
TABLA 4.2
Administración de test y otras técnicas de evaluación
1.ª sesión (1 hora): revisión de la escala de Barthel y de la escala de Lawton. Administración de los
siguientes tests: MMSE, Rivermead, Digit span, vocabulario (WAIS) y test del reloj.
2.ª sesión (1 hora): comprensión (WAIS), rompecabezas (WAIS), cubos (WAIS), AVLT (pre),
entrenamiento, AVLT (post), GDS y AVLT (diferido).
Tras la administración de las pruebas elegidas se obtienen los resultados que van a ser descritos a
continuación.
Resultados
En relación con el primer supuesto, en primer lugar, hemos utilizado el MMSE que es el test de
screening o cribaje más utilizado por su alta sensibilidad y especificidad en el diagnóstico del deterioro
cognitivo. Su punto de corte es de 24; sin embargo, los resultados deben ser interpretados de acuerdo a
diferentes criterios tales como la edad y el nivel de educación. En nuestro caso, un resultado por debajo de
26 indica deterioro cognitivo, dado el nivel de educación de Pilar. Por tanto, como la puntuación obtenida
por Pilar ha sido de 24, se cumple la primera condición para contrastar que Pilar tiene deterioro cognitivo.
Así mismo, los resultados de las restantes pruebas utilizadas para contrastar la primera hipótesis, nos
informan de lo siguiente:
La puntuación de 6 puntos en el Rivermead (test conductual de memoria) nos informa de que Pilar tiene
un deterioro moderado de memoria. Categoría en la que se clasifica a los sujetos que obtienen una
puntuación entre 3 y 6 en dicho test.
Con respecto al test de potencial de aprendizaje AVLT (BEPAD), Las puntuaciones obtenidas por Pilar
(AVLT pre = 3 AVLT post = 4 y AVLT dif = 0) son similares a las obtenidas por personas diagnosticadas
de demencia leve; (de media: AVLT pre = 2,55 AVLT post = 4,65 y AVLT dif = 0,40), sobre todo en lo
que se refiere al recuerdo diferido. Puntuación que discrimina muy bien a las personas con demencia. Pilar
no ha conseguido acordarse de ninguna palabra de las aprendidas cuando ha habido una tarea distractora en
medio (se aplicó la GDS entre el AVLT post y el AVLT diferido).
Con respecto a los resultados obtenidos a partir de las subescalas del WAIS (dígitos, comprensión, cubos
y rompecabezas), excepto en vocabulario, Pilar ha obtenido puntuaciones por debajo de los niveles
establecidos para su edad y nivel de educación. Además los estadísticos básicos, CIV, CIM y CIT han sido
de 97, 83 y 89, respectivamente. Según estos datos el CIM es inferior al CIV, resultado esperable en
personas con inicio de demencia, debido a que los aspectos manipulativos son más sensibles que los
verbales a este tipo de problemas. Así mismo, si tenemos en cuenta el superior nivel de formación de Pilar,
incluso este promedio bajo en los CI representa un decremento de 10 puntos en relación con el nivel
premórbido.
La puntuación en el test del reloj (PD = 5) indica que Pilar está por debajo de la puntuación que limita la
normalidad, ya que en este test la puntuación máxima es de 9 y se considera que el punto de corte para
detectar posibles demencias está en 6 o menos.
Por tanto, se contrasta el primer supuesto referente a que Pilar presenta deterioro cognitivo.
Por lo que se refiere al supuesto segundo, también queda contrastado, ya que Pilar ha puntuado un 4
sobre 8 en el test de Lawton sobre actividades de la vida diaria instrumentales. Básicamente, la información
que hemos recogido indica que Pilar tiene dificultades a la hora de preparar comidas, no es responsable
respecto a su medicación, necesita ir acompañada para realizar cualquier compra y no es capaz de manejar
sus asuntos económicos. No tiene problemas para utilizar medios de transporte, lavar la ropa, cuidar la casa
o utilizar el teléfono.
En cuanto a las actividades de la vida diaria básicas, Pilar no tiene ninguna dificultad para llevarlas a
cabo, ya que ha puntuado 100 sobre 100 en el índice de Barthel. Por tanto, el supuesto tercero también
queda constrastado.
Pilar obtuvo una puntuación de 9 en el test de depresión de Yesavage. Esta puntuación entra dentro del
rango de la normalidad (0-9). Aun así, considerando las manifestaciones del allegado y de la propia Pilar
sobre los cambios negativos que últimamente se habían producido en su estado de ánimo, se procedió a
hacer un diagnóstico diferencial y excluir una posible pseudodemencia (depresión con síntomas cognitivos)
(véase biblioteca 2.3.1.1), que en nuestro caso quedó descartada por no cumplir ninguno de los criterios allí
expuestos. Por tanto, los datos apoyan el supuesto cuarto, que hace referencia a que Pilar no tiene una
depresión.
Por último, en el tabla 4.3 se presenta la escala CDR, que se utiliza para establecer el estado evolutivo
del nivel del deterioro. Esta escala permite determinar en qué grado de demencia se encuentra el sujeto
TABLA 4.3
Clinical Dementia Rating. CDR (Hughes et al., 1982)
Teniendo en cuenta toda la información recogida hasta ahora sobre el sujeto, tanto en la entrevista con el
sujeto y allegado, como la aportada por las pruebas que se le han aplicado, el psicólogo clasifica a Pilar
según la CDR en un estado 1; ya que el deterioro cognitivo de Pilar repercute en su vida diaria tanto en el
aspecto laboral como social; de forma que se cumple la hipótesis quinta.
Las hipótesis formuladas sobre el problema de Pilar se han contrastado debidamente, por lo que la
psicóloga concluye que Pilar tiene un deterioro cognitivo compatible con una demencia en fase leve (CDR
1).
INFORME PSICOLÓGICO
DATOS PERSONALES:
Nombre: Pilar
Sexo: mujer
Edad: 61 años
Estudios: secundarios completos
A petición de su familia
Fechas de exploración (5, 12, 19 y 26 de febrero de 2004)
Realizado por: LZC (n.º colegiado: 7.897).
DEMANDA Y OBJETIVOS:
Pilar acude a consulta acompañada de su hermano porque presenta déficit progresivo de memoria
desde hace dos años. Manifiesta preocupación por conocer su estado cognitivo y por un posible
tratamiento. El problema comienza, según nos cuenta el allegado, hace unos dos años y desde ese
momento la sujeto empezó a tener fallos progresivos de memoria, cambios de personalidad, de estado de
ánimo y dos episodios de desorientación.
Los objetivos de esta evaluación se centrarán en una primera descripción del problema que sirva para
precisar los criterios necesarios para hacer un diagnóstico y proponer un tratamiento.
DATOS BIOGRÁFICOS:
Nació en Madrid, donde ha vivido hasta la actualidad. Es la menor de tres hermanos (un hermano y
una hermana). Viuda desde los 40 años, a partir de entonces ha trabajado llevando un estanco, actividad
que en la actualidad no realiza por no encontrarse capacitada para ello. Su vida social ha sido muy activa
e incluso aún hoy lo es, ya que tiene muchas y muy buenas amigas a las que ve frecuentemente y con las
que realiza actividades y entretenimientos. Además de sus amigas, también recibe un importante apoyo
de sus hermanos y sobrinos.
Aunque la cliente ha sido colaboradora durante todo el proceso de evaluación, ha habido momentos
en los que se ha mostrado ausente y le ha costado volver a la situación. Así mismo, ha manifestado
cansancio durante la realización de algunos tests.
Su aspecto físico es muy agradable. Aunque su allegado ha informado de desinterés por su arreglo
personal.
TÉCNICAS Y PROCEDIMIENTOS:
Funcionamiento cognitivo
MMSE = 24. Esta puntuación está dos puntos por debajo del funcionamiento cognitivo considerado
normal para el nivel de educación del sujeto.
Memoria
Rivermead = 6. La puntuación de seis puntos en el Rivermead (test conductual de memoria) nos
informa de que la cliente tiene un deterioro moderado de memoria.
AVLT (pre) = 3, AVLT (post) = 4 AVLT diferido = 0 ; resultados muy similares a los obtenidos por
personas diagnosticadas de demencia leve. Sobre todo, el hecho de que la sujeto no se acordara de
ninguna palabra en el AVLT diferido discrimina muy bien a las personas con deterioro cognitivo de
aquellas que simplemente tienen fallos de memoria asociados a la edad.
CIM
Test de cubos del WAIS: PD = 11 PE = 6
Test de rompecabezas: PD = 18 PE = 9
Suma de puntuaciones escalares: 7 + 9 = 16; puntuación proporcionada a cinco pruebas = 38
CIM = 83
CIT
Suma de puntuaciones escalares verbales y manipulativas: 58 + + 38 = 96; CIT = 89.
Su CIT está por debajo de 1 desviación típica de lo normal para su edad y nivel de educación.
Depresión
GDS: 9. Puntuación que indica que la sujeto no tiene depresión ya que según esta escala, una
puntuación entre 0 y 9 se considera dentro de la normalidad.
AVD instrumentales.
Escala de Lawton. Ha obtenido un 4/8 en el sobre actividades de la vida diaria instrumentales.
Básicamente, la información que hemos recogido indica que la sujeto tiene dificultades a la hora de
preparar comidas, no es responsable respecto a su medicación, necesita ir acompañada para realizar
cualquier compra y no es capaz de manejar sus asuntos económicos. No tiene problemas para utilizar
medios de transporte, lavar la ropa, cuidar la casa o utilizar el teléfono.
AVD Básicas.
Índice de Barthel.
PD = 100/100. Indica que Pilar no tiene ningún problema a la hora de realizar actividades de la vida
diaria básicas.
INTEGRACIÓN DE RESULTADOS:
CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES:
Se trata de un deterioro cognitivo compatible con una demencia en fase leve (CDR 1), con una
evolución de aproximadamente dos años.
Se recomienda que la paciente sea enviada a un neurólogo para que éste proceda a realizar pruebas
específicas que determinen las áreas afectadas así como el tipo de demencia y de esta forma proceder a
recomendar a Pilar el tratamiento correspondiente, y, en función del diagnóstico médico, se aconseja que
acuda a un centro especializado donde pueda realizar un programa de psicoestimulación y un tratamiento
integral de la posible demencia.
CONCLUSIONES
En este último capítulo, hemos pretendido servir de vínculo entre el capítulo de Zamarrón (2004), que ha
sido la base para el SIMAPE, y las tareas que debe realizar el estudiante. En él se ha tratado de especificar
el proceso de evaluación (presentado en el capítulo 3) en un caso específico cuya demanda se refiere la
descripción y la clasificación del comportamiento anormal y justificar las decisiones más abstractas
relativas a la formulación de hipótesis y la deducción de enunciado verificables aplicados en el caso.
Lógicamente, quedan otros aspectos de interés y para los que debe acudirse a la bibliografía aconsejada.
NOTAS
7 El punto de corte de la versión reducida es de 56/57. En el caso de Pilar, la puntuación del informador
(hermano de Pilar) ha sido de 70. La puntuación se valora de la siguiente forma: ha mejorado mucho (1); ha
mejorado poco (2); apenas ha mejorado (3); ha empeorado un poco (4) y ha empeorado mucho (5). La
versión reducida del test tiene 17 ítems. Por lo que el rango de puntuación oscila entre 17 y 85.
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