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En el Apéndice se explica el sentido que el término "ley natural" tiene en este libro.
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Un listado exhaustivo de las fuentes aparece en el Apéndice.
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I LOS BIENES HUMANOS. Ética de la ley natural
J Gritón 46b.
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\ LOS BIENES HUMANOS. Ética de la ley natural
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Critón 48hc.
I ntrod ucción I
5 Critón 49d.
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Singer (1975).
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Introducción I
Plan de la obra
Aunque nuestro objetivo último es lograr un acuerdo en materias concre
tas de ética, hay un cierto trecho que recorrer antes de alcanzarlo. Hay
que comenzar por los fundamentos. El tratamiento de esta área previa y
fundante se realizará entre los Capítulos 1 y 5 del libro.
En el Capítulo 1 se introduce un principio muy general para la acción
humana, que se debe mantener siempre presente. El Capítulo 2 propone
una lista de bienes (no se trata de bienes morales, como veremos) que en
conjunto definen la plenitud humana o felicidad, que es la meta última de
todas nuestras acciones. El Capítulo 3 intenta responder algunos asuntos
controvertidos que habrán ido apareciendo en el capítulo anterior. Luego,
en el 4 se formulan ciertas pautas o estrategias para el logro efectivo de
los bienes, algunas de las cuales proporcionarán el nexo entre este ámbito
fundamental y otro específicamente moral.
El Capítulo 5 interrumpe el curso de la conversación para examinar
algunas cuestiones importantes en vistas a comprender una acción huma
na concreta. A pesar de que esta explicación es una tarea eminentemente
descriptiva, ella contribuye de modo decisivo al pensamiento ético en
cuanto proporciona un blanco o foco en el cual concentrar la mirada al
emitir un juicio moral. Y como para emitir estos juicios se requiere tam
bién de normas morales, en el Capítulo 6 se presenta un esquema de éstas
y una estrategia para justificarlas a partir del material fundacional expuesto
al inicio. Los Capítulos 7 y 8 aplican las normas ya justificadas a clases de
acciones de intenso debate en la actualidad: a ciertas acciones que afectan
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Capítulo 1
Un primer principio
Cualquier intento de razonar con alguien tiene que partir de algún punto.
Si la proposición Q se sigue claramente de la proposición P, y logro que
alguien esté de acuerdo conmigo en que Pes verdadera, entonces estoy en
condiciones de persuadirlo de que Q también lo es. En este caso, nuestro
acuerdo sobre P sería un buen punto de partida.
Los razonamientos en las conversaciones siguen por lo general este
modelo, y así también ocurre en el Critón. Para lograr que Critón aceptara
su conclusión (que no debía escaparse), Sócrates tuvo antes que conseguir
que aprobara una serie de premisas de las que esa conclusión se seguía.
El propósito de este capítulo, entonces, es invitar al lector o lectora a
convenir conmigo en algo un punto de partida para que podamos se
guir avanzando. Si no concordamos en nada, no podemos razonar juntos
y habría que cerrar este libro.
Tal vez estamos de acuerdo en que, por lo general, tiene sentido no co
mer alimentos que huelen mal. Cuando algo tiene mal olor es porque pro
bablemente está podrido, y la gente suele no querer enfermarse. También
podríamos acordar aunque en la vida real seamos de los que no mueven
un dedo en que conviene hacer ejercicio en forma regular. Se podría
además preguntar "¿Por qué conviene hacer ejercicio?", y posiblemente,
responderíamos: "Porque es bueno para la salud".
Parece, entonces, que estamos empezando a concordar en dos cosas:
Primero, en que es malo estar enfermo y es bueno estar sano; y segundo,
en que es razonable evitar enfermarse y tratar de mantenerse sano.
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Antes de continuar, hay que agregar varias cosas sobre este principio.
Lo primero es que los verbos "perseguir" y "evitar" representan aquí una
amplia gama de acciones. "Perseguir", por ejemplo, se podría reemplazar
por "tratar de obtener", "asegurar", "hacer", "promover", "realizar", etc.; y
"evitar", por "abstenerse de", "eludir", "evadir", "arrancar de", etc. Todos
estos verbos describen acciones que nosotros, los seres humanos, realiza
mos deliberadamente como resultado de nuestra actitud positiva o nega
tiva frente a algo. Las razones de esta actitud, por su parte, de este hacer o
dejar de hacer algo, están encapsuladas en las palabras "bueno" y "malo",
respectivamente.
¿Cómo se están usando aquí los términos "bueno" y "malo"? Ellos son,
sin duda, términos evaluativos. Si alguien valora algo, dice que es bueno;
en caso contrario, dice que es malo. La evaluación que por ahora estamos
considerando es la evaluación común, no la específicamente moral: Lasa
lud y la enfermedad no son cosas moralmente buenas o malas. Cada vez
que exhortamos a alguien, por ejemplo, a postular a una buena universi
dad, a evitar sacarse malas notas, a comprar un par de buenas zapatillas o
deshacerse de un auto malo, apelamos implícitamente a este principio.
El PF, entonces, no es un principio moral sino un principio general de
la racionalidad práctica. En ausencia de otras especificaciones, no nos dice
si una acción es moralmente buena o mala. Además, por su generalidad,
deja también abierta la cuestión acerca de los bienes de quién deben per
seguirse y cuándo. A veces será racional para mí tratar de obtener mi bien,
y otras veces puede serlo el esforzarme por obtener el bien de otro. El
principio no me pide que persiga activamente todos los bienes en todas las
ocasiones en que se me presentan. Lo único que rechaza, en términos am
plios, es perseguir algo malo (para cualquiera) y omitir deliberadamente
algo bueno (para cualquiera.) Pero tomado por sí mismo, el PF no resuelve
los conflictos prácticos.
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jer, que en una fiesta, quiere saber cuál de los tres galanes que le conversan
es efectivamente soltero. Del mismo modo, saber que las cosas buenas son
aquéllas que conviene tratar de obtener no nos dice nada acerca de qué
cosas son de hecho buenas para mí y para los demás.
Para llamar la atención sobre esta insuficiencia dije que éste era un
principio formal. Con esto me refiero a que no provee ningún criterio
concreto para determinar qué cosas son buenas. Es como si dijera que si
lo que diviso nadando al costado del barco es una ballena, entonces es un
mamífero. Aunque esta proposición indudablemente es verdadera, no me
dice si lo que está nadando a corta distancia es efectivamente una ballena
o no.
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Capítulo 2
Principios complementarios
de la racionalidad práctica:
Los bienes humanos básicos
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Capítulo 2
Es cierto que en muchos casos los demás pueden estar en una peor
posición que yo para determinar lo que es bueno para mí. Puede ser que,
en general, yo sea el mejor situado para emitir este tipo de juicios. Sin em
bargo, cualquiera que admita que su propia opinión puede estar equivo
cada ( es decir, que lo que a alguien le parece bueno para sí no es siempre
necesariamente lo que de verdad es bueno para él), ya ha admitido, en la
práctica, la falsedad de la TS.
'Iodavía se podría señalar con una cierta actitud de autosuficiencia que
aunque me equivoque en mi juicio, al menos será mi equivocación. Pero lo
que la racionalidad me pide es que busque lo que es bueno, no lo quepa
rece bueno. Por eso es que una vez que admito que me puedo equivocar,
comprendo que la racionalidad exige que busque y corrija cualquier error
que pueda estar cometiendo.
¿Qué puedo hacer para evitar los errores en este ámbito tan impor
tante de la vida? i.Cómo puedo discernir entre el bien real y el bien sólo
aparente?
Lo que necesitamos es un "criterio", y uso esta palabra como metáfora
para referirme a cualquier cosa que haga las veces de cedazo o de colador,
es decir, que funcione como esos instrumentos que sirven para separar lo
pequeño de lo grande o lo líquido de lo sólido.
¿será realista confiar en encontrar un criterio (y sólo uno) para distin
guir las cosas buenas de las malas, especialmente tomando en cuenta que
éstas últimas a veces también aparentan ser buenas? Ciertos autores han
dicho que sí, y han propuesto algún candidato. El filósofo británico Jeremy
Bentham, por ejemplo, sostuvo que el placer en sí mismo era el único
bien, y que por tanto era también el criterio adecuado para determinar qué
otras cosas podían, derivadamente, ser buenas. Así, para Bentham, si X es
en sí mismo placentero, o si es causa o instrumento de placer, entonces, y
sólo entonces, X es bueno o valioso.
Esta concepción, sin embargo, tiene que enfrentar varios problemas,
el más importante de los cuales tiene que ver con el concepto mismo de
placer. Más adelante abordaremos de lleno este tema. Ahora sólo quiero
sembrar cierta eluda acerca de la posibilidad de encontrar un criterio único
de bondad. Si miramos alrededor nuestro, vemos que hay muchas cosas
buenas y que son bastante distintas entre sí. Hay autos buenos, clases
buenas, amigos buenos, vacaciones buenas y museos que también son
buenos. Al decir que estas cosas son buenas expresamos nuestra aproba
ción respecto de ellas. Pero si nos preguntaran por qué el Museo de Arte
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Capítulo 2
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Capítulo 12
¿Por qué esas personas ven su vida como un mal? ¿Por qué hay gente
que desea la muerte? Una vida puede ser mala por diversas razones, entre
ellas: una enfermedad crónica, un dolor físico permanente, pobreza ex
trema o indigencia, soledad y abandono por parte de familiares y amigos,
la toma de conciencia de que se ha cometido un crimen horrible ( como
Edípo, quien mató a su padre y se casó con su madre), un amor no corres
pondido o una depresión severa. Una o más de estas razones, o cualquier
otra que se quiera agregar, podrían volver indeseable una vida.
Pero aunque esta lista no es exhaustiva, es necesario hacerla, pues sin
la referencia explícita a este tipo de hechos no se podría entender cómo
es que alguien puede ver su vida como un mal. Si tuviéramos una varita
mágica y elimináramos la enfermedad, el dolor, la pobreza, etc., que afec
tan a una persona ésería sensato seguir diciendo que la vida en sí misma
es un mal para ella? Obviamente no, porque, en rigor, no es la vida la que
es mala (salvo que "vida" se entienda en forma distinta y no en sentido
estrictamente biológico), sino la enfermedad, el dolor, la pobreza, etc. La
vida como tal es algo distinto de esos males, por lo que no es lícito deducir
de ellos que la vida, por sí misma, sea un mal.
Pero quizás la vida no sea más que algo neutral cuyo valor o disvalor
depende totalmente de otros bienes. Si quisiéramos probar que B tiene
un valor derivado o instrumental, habría que mostrar primero que Bes un
medio para obtener A y que A tiene valor intrínseco. Supongamos, por otra
parte, que B es también un medio para la obtención de C. Si C es malo, B
sería en este caso instrumentalmente malo. En consecuencia, B sería tanto
instrumentalmente bueno como instrumentalmente malo, aunque en sí
mismo no sería ninguna de estas dos cosas. Esto es exactamente lo que
"neutral" significa.
Ahora bien, écómo se puede persuadir a alguien de que algo tiene va
lor intrínseco? Si tenemos razones para admitir que G es intrínsecamente
bueno, y que O, E y F no son extrínsecos ni instrumentalmente condu
centes a G, sino que son constitutivos internos de G, entonces tenemos
razones para pensar que también son intrínsecamente valiosos. Sin duda
todos estamos de acuerdo en que la felicidad o la vida buena es el fin úl
timo del ser humano, es decir, aquello que valoramos por sí mismo y no
porque nos conduzca a otro bien. La vida ciertamente no es ni externa ni
instrumental respecto de la vida buena. La vida buena no es un producto
ni una consecuencia de la vida, sino la misma vida plenamente realizada.
De aquí que la vida, como un componente clave aunque no el único de la
vida buena, sea valiosa por sí misma. La vida no es neutral, como la muerte
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Aristóteles, Ética Nicomaquea, Libros VIII y IX.
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Este bien, como ya hemos visto, inevitablemente comparte fronteras
con el anterior, pero ahora transcendemos explícitamente los angostos
confines familiares.
Por lo general en la universidad la gente se inscribe en algún equipo
deportivo, trabaja en voluntariados, participa en trabajos de verano o
desarrolla proyectos con com paneros de la misma carrera. Todas estas
actividades, que son esenciales en la vida universitaria, son asociaciones o
comunidades unidas por un objetivo común.
¿cómo se está mejor, dentro o fuera de estos grupos? Depende. Ha
bría que examinar en cada caso cuán dedicado se está al grupo y cuánto a
los estudios, pues a veces la búsqueda de un fin determinado exige pos
tergar o renunciar a otros fines. Por eso es que hay que examinar todo el
contexto, ya que puede haber muchos otros bienes reclamando simultá
neamente nuestro tiempo. Saber discernir entre ellos es también un bien
que más adelante estudiaremos.
Por ahora, y para situarnos sobre un terreno más seguro, considere
mos una forma más estrecha de relación personal: aquélla que coincide
con lo que entendemos por amistad en un sentido más preciso. Me refiero
al tipo de relación que se desarrolla entre una persona y un número limi
tado de otras personas, con las cuales le gusta verse a diario y salir juntas;
a las cuales está dispuesta a ayudar, y a quienes acude cuando necesita
ayuda. Con estas personas nos abrimos; compartimos nuestra intimidad;
les contamos lo que nos pasa, y las llamamos cuando tenemos una buena
noticia. Éstas son las personas a las que de verdad llamamos "amigos" o
"amigas".
Este tipo de relación tiene tres ingredientes centrales. En primer lugar,
tiene que haber afecto (aunque no un afecto erótico e intenso). A uno le
tienen que gustar esas personas, uno tiene que sentirse bien con ellas.
Luego, tiene que haber reciprocidad. A mí me puede caer bien alguien
pero si esa persona no me presta atención o no está dispuesta a pasar un
rato conmigo o no me cuenta sus cosas, difícilmente podré decir que es mi
amiga. Por último, los amigos son individuos que se desean mutuamente
lo mejor y que apuntan en definitiva al bien del otro. Pedir favores y no
retribuirlos, o tener francamente mala voluntad hacia la otra persona son
signos inequívocos de que la amistad ya no existe o de que tal vez nunca
la hubo.
Este tercer elemento permite que el acuerdo en que la amistad es un
bien humano sea mucho más fácil de obtener que en los demás casos. Si
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Otro aspecto importante del trabajo es que nos vincula con nuestras
comunidades. o trabajamos solos. Casi todos los empleos se insertan
dentro de instituciones empresas, reparticiones públicas, pequeños
negocios, equipos de fútbol profesional o facultades de filosofía, y has
ta el artesano más solitario tiene que venderle sus productos a alguien.
Sus obras deben ser apreciadas por otros seres humanos. Así, el trabajo,
nos pone en contacto con distintas comunidades. Contribuimos a ellas y
obtenemos algo a cambio: un sueldo, honorarios o, al menos, gratitud y
reconocimiento. Los "voluntarios" sólo reciben gratitud, pero eso no los
priva del aspecto nuclear del bien del trabajo.
Podemos estar de acuerdo en que el trabajo es bueno y el desempleo
es malo. Sin embargo, i.no es exagerado hacer del trabajo el valor supremo
de nuestras vidas", «Iebernos acaso sentir admiración por los obsesivos y
fanáticos rrabajólicos? No lo creo.
También es valioso el esparcimiento, el hacer algo sólo por divertirse.
La calidad de vida se torna dudosa si uno nunca deja de trabajar, si no se
da tiempo para juntarse con los amigos, para ir al cine o a la playa, para
elevar un volantín con un sobrino, para ... la lista puede ser muy larga. En
todo caso, la idea que quiero capturar con ella la resumiré con el término
"juego".
Si las formas de la amistad pueden variar de una cultura a otra, las
de los juegos muchísimo más. La variedad de juegos que ha inventado la
raza humana es de verdad impresionante. Algunos implican competencia,
otros no; algunos están estrictamente reglados (como el ajedrez), otros
dejan gran espacio a la espontaneidad; algunos son serios, otros implican
humor y risa. Toda persona que realice con placer algo de suyo improduc
tivo (un grupo de vecinos montando una obra de teatro o compañeros de
oficina bailando salsa) está, propiamente, "jugando".
Pero esa enorme variedad de formas no debe desviarnos de lo esen
cial: que el juego es un bien humano básico, que representa un aspecto
importante de la plenitud humana. Aunque el juego pareciera oponerse al
trabajo, termina siendo su complemento natural. Una vida de trabajo sin
juego, no es una vida atractiva. Pero otra de juego sin trabajo, tampoco lo
es. Sin trabajo, el juego probablemente pierde su función de esparcimien
to, de relajación, y pierde con ello una razón fundamental para querer
jugarlo.
Hay quienes en su trabajo y en su juego aspiran a un objetivo que nos
lleva al siguiente bien humano básico: la producción de belleza.
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(P.5) La experiencia de la belleza es un bien humano básico.
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éno sería mejor enfrentar los hechos en vez de renunciar a la propia inte
gridad fingiendo no saber lo que, en el fondo del corazón, uno sabe?
Por consiguiente, este conocimiento noevaluativo de hechos, even
tos, objetos y aspectos del mundo, parece ser bueno tanto en sí mismo
como por sus consecuencias. Pues aunque no todos los temas posibles de
conocimiento teórico sean igualmente valiosos ( en general y en relación
con cada uno), sí es claro que los estados de ignorancia y de error, como
tales, no son deseables; como tampoco lo es una vida comunitaria donde
no se valore la verdad. Es bueno saber, incluso en caso de que uno no vaya
a actuar sobre la base de ese conocimiento, en qué están nuestros políti
cos, cuál será el precio del cobre, qué pasó la noche en que tal persona fue
asesinada. El público no siempre logra saber la verdad, pero reconocer ese
fracaso equivale a afirmar el valor de aquello que no se consiguió.
Tal como existe el autoengaño a nivel individual, puede haber tam
bién una tendencia colectiva a no querer ver la verdad. Son múltiples los
ejemplos de gente que cierra los ojos ante hechos que pasan frente a sus
narices: el genocidio sistemático, la tortura, la discriminación o la violen
cia doméstica. La descripción de los hechos los obligaría a admitirlos y a
emprender algún tipo de acción. Y eso es precisamente lo que esa gente
trata de evitar. El autoengaño es un índice de falta de integridad, porque
se fracasa en la unificación de lo que uno pretende no saber y lo que uno,
de modo velado, sí sabe.
La referencia al autoengaño nos conduce a un nuevo elemento de
nuestra lista pues nos llama la atención sobre la posibilidad de ignorar
parcialmente algún bien básico o de enfatizar otro exageradamente, lle
gándose a una cierta discordancia en el conjunto de bienes a los cuales un
agente aspira. En consecuencia, se produce una falta de armonía dentro ele
la persona y eso no es bueno.
{P.7) La armonía interior es un bien humano básico.
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La religión
Quienes incluyen a la religión entre los componentes de una vida plena,
suelen apoyarse en el pensamiento de Cicerón y de muchos autores me
dievales que, dentro de la historia de la filosofía, pertenecen a una época
anterior a la crítica moderna de la posibilidad de probar racionalmente la
existencia de Dios.
Ahora bien, si Dios no existiera, entonces la religión a pesar de los
beneficios psicológicos que tiene la esperanza de la salvación y la alegría
de compartir actos comunitarios sería un bien ilusorio. En su núcleo con
tendría la promesa de algo que no puede cumplir. Además, hay una corta
distancia entre esta idea y la de afirmar que en realidad la religión es más
bien perjudicial para los seres humanos, porque tiende a generar fanatis
mo, intolerancia e hipocresía.
Por otra parte, si Dios sí existe pero no hay argumentos satisfactorios
para probarlo, se estaría todavía lejos de poder mostrar en forma autoevi
Capitulo 12
dente que la religión es un bien humano básico. Hay que recordar que en
el punto de partida los bienes fundamentales deberían ser autoevidentes,
es decir, que deberían aceptarse tal como aceptamos, sin más, que la amis
tad es un bien básico. Nos hasta con recurrir a nuestra experiencia y a un
análisis simple de su naturaleza para afirmar que efectivamente la amistad
es un componente insustituible de una vida plena.
La falta de autoevidencia no cambiaría incluso si se encontrara una
demostración racional de la existencia de Dios, pues ésta consistiría en
un argumanto metafísico de alta complejidad que demandaría para su
comprensión una avanzada formación profesional, sobretodo en lógica y
teoría de la probabilidad. Sus conclusiones difícilmente serían accesibles
para todos, y por ende la bondad de la religión sería más oscura, para la
mayoría de las personas, que la demostración metafísica misma. En este
sentido el bien de la religión sería distinto del resto de los bienes de la lista,
porque esperamos que ellos puedan ser admitidos por cualquier persona
que los considere atentamente, sin necesidad (ni posibilidad) de recurrir
a pruebas metafísicas.
Naturalmente alguien podría decir que la fe es la que garantiza la exis
tencia de Dios y por ende la bondad de la religión. De acuerdo, pero ese
postulado sitúa nuestra discusión fuera de los límites de la filosofía moral.
Sería una incursión en la teología, un área del conocimiento cuyas premi
sas no son accesibles a todo el mundo.
Por consiguiente, haremos bien en considerar la armonía interior de
las personas humanas como el último componente de nuestra lista de bie
nes básicos, aquellos que cualquier persona puede aceptar tras un mínimo
de reflexión.
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Apéndice
Explicaciones y fuentes
Ley natural
El primer punto que requiere explicación es por qué un libro que preten
de ser una introducción a la ética de la ley natural no contiene ninguna re
ferencia a la naturaleza en general, ni a la naturaleza humana en particular,
para justificar sus proposiciones normativas. En efecto, la imagen más di
fundida de esta doctrina pareciera exigir una estrategia de fundamentación
de la ética a partir de una descripción de la naturaleza del ser humano>'.
La razón que explica esa omisión es que a la base de este libro hay
una concepción diferente del proceso de fundamentación de la ética. En
primer lugar sostengo que la expresión "ley natural" del subtítulo busca,
más que nada, subrayar el contraste con la noción de "ley civil?" o, más
ampliamente, "ley humana"?".
En la Antigüedad, una ciudadestado (en griego polis, en latín, civitas)
dictaba leyes que parecían necesarias para su propio bienestar. Sus leyes
eran civiles esto es, peculiares para una ciudad determinada y coercitivas
dentro de su territorio. Pero no obligaban en ningún otro lugar.
Los distintos estados, antiguos o actuales, promulgan leyes distintas,
pero todas ellas se originan exactamente de la misma manera: son hechas
Wolheim (1967).
'' Esta comprensión ele la terminología debe mucho a los juristas romanos cuya visión
está resumida en las primeras secciones del Digesto del Emperador Jusciniano (siglo
vi) (Corpus Iuris Ci11ilis). Ver también Ansróteles, Retórica l.13.1373b46. Para las
fuentes antiguas y medievales, ver Ricken (1994).
"' Tomás de Aquino, Summa Tbeologiae lIl, q. 90, a. 3.
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