Está en la página 1de 4

Las luces rojas y azules de una ambulancia próxima reverberaban en los charcos

que plagaban el oscuro asfalto nocturno, pero tal fenómeno no captó la atención de Carlos, que a
razón de tal distracción, cuando bajó de su automóvil, mojó las viejas botas y los bajos del
mono del servicio de limpieza y basuras donde trabajaba. Pero su mente no estaba para prestar
atención a esa clase de preocupaciones en ese momento, por ello, pese a notar la fría humedad
en sus pies, no se paró a echarles un vistazo y directamente cerró el coche y salió corriendo
hacia la puerta del hospital.
Una vez en el vestíbulo iluminado del hospital, redujo un poco el ritmo pero sin
dejar de aparentar una cierta ansiedad y prisa, y se dirigió hacia la conserje que estaba tras el
mostrador, preguntando por el área de maternidad, a lo que ella respondió silenciosa y
distraídamente señalando la lista de áreas del hospital con sus respectivas ubicaciones, que
estaba justo en la pared a la izquierda del mostrador. Maternidad estaba en el segundo piso,
pasillo derecho. Carlos ni dio las gracias ante lo que le parecía una maleducada forma de
responder, y sin querer esperar al ascensor, quiso aprovechar el estado de nerviosismo e
inquietud que en ese momento mantenía en tensión sus músculos y subir las escaleras hasta el
segundo piso, cuyos escalones subía de dos en dos.

En su ascenso, hubo un momento en que se cruzó con un hombre mayor aunque


en buena forma, con vestimenta y porte elegante, que bajaba con tranquilidad las escaleras, y
que se le quedó mirando ante la imagen ridícula que Carlos supuso que proyectaba de un
hombre de unos 35 años subiendo escalones haciendo esforzados saltitos flexionando
exageradamente las piernas. Pero aunque un atisbo de vergüenza le invadió, tenia cosas más
importantes en las que preocuparse: Su visita al hospital era que su mujer, con la que llevaba
solo año y medio casado, iba a dar a luz a su primer hijo.
Llegó al segundo piso y recordó que tenía que ir hacia la derecha, y tomó ese
rumbo. Pero llegado allí no tenía ni idea de en qué habitación estaba su mujer. Debería haberle
preguntado a la conserje, pensó, pero con las prisas no se le ocurrió. Lo cierto es que, cuando
recibió la llamada de su cuñada avisando de que el niño estaba llegando (ya hacía dos meses que
sabían el sexo del bebé, y además habían decidido el nombre de Daniel para él) y que su mujer
había roto aguas, la ambulancia ya estaba de camino para recogerlas. Carlos condujo desde la
oficina del servicio de limpieza lo más rápido que pudo, pero la lluvia había provocado un
accidente de coche en la autovía, lo que provocó un atasco que le hizo llegar 30 minutos tarde
de lo que había calculado. Por tanto, era de esperar que su mujer ya estuviera en la sala de partos
dando a luz. Preguntó a una enfermera por la misma y se la señaló en la última habitación del
pasillo a mano izquierda. Iba directo hacia esa habitación cuando, a mitad del pasillo, un médico
le interrumpe:
- Perdone, ¿Es usted el marido de Sara?
- Eh, sí, ahora mismo voy junto ella.
- No, disculpe, no puede pasar- Carlos le interrumpió, extrañado: -¿Cómo? ¿Por
qué no puedo pasar?
- ¡Tranquila cariño, seguro que no es nada! ¡Tranquila!- una mujer salió al pasillo
con cara entre extrañada y angustiada. Carlos aún no la reconocía.
- ¡Ahhhh! No puedo máas!- se oyó un sollozo desgarrador desde la habitación.
Era inconfundiblemente la voz de Sara, y la mujer del pasillo que se dirigía preocupada hacia
Carlos era sin duda Patricia, su hermana. Toda aquella situación angustió aún más a Carlos.
- ¡¿Qué diablos pasa?! ¡¿Por qué grita mi mujer?!- espetó a la enfermera.- ¡Patri!
¡¿Qué pasa?!
- Ha habido complicaciones en el parto. Tranquilícese y quédese aquí, no se
mueva.- Un médico pasó corriendo desde detrás de Carlos hacia la habitación de su mujer. La
enfermera se aleja por el pasillo en sentido contrario.

Cuando Carlos llega a la habitación, ve que está vacía. En ese momento, sin darle
tiempo a reaccionar, ve que un médico se acerca directo hacia él desde el pasillo.
- Perdone, ¿es usted, eh, el cuñado de Patricia?
- Eh, sí. Soy yo…- respondió extrañado Carlos.
-Debo hablar con usted. Sara, su mujer, llegó al hospital presentando algunas
complicaciones. Cuando llegó nos dijo que tenía unos dolores inusuales dentro del útero. Los
describió como una sensación de quemaduras. Le hicimos una ecografía y notamos extrañas
zonas calientes en la imagen, que no corresponden a las del bebé. Sara no paraba de quejarse de
que los dolores eran insoportables, por lo que decidimos actuar con rapidez y practicar la
cesárea. Pero los gritos y sus convulsiones nos lo impedían. Cada vez eran más fuertes y llegado
un momento comenzó a sufrir un paro cardiaco. Le aplicamos el protocolo conveniente para
estos casos, pero fue ineficaz. Hicimos todo lo que pudimos. ¿Entiende usted lo que le acabo de
contar?
Carlos volvió a escuchar en el interior de su mente las últimas palabras que dijo el
doctor. No entendía nada. Esperaba encontrarse con su esposa y su nuevo hijo Daniel en ese
mismo instante, en lugar de estar en medio del pasillo con un desconocido vestido de bata que le
hablaba con un tono formal. ¿Qué es lo que le acababan de decir? No tiene sentido.
- ¿Cómo? No entiendo. ¿Qué quiere decir? ¿Qué mi mujer ha muerto?
- Sí, Carlos. Su mujer ha fallecido hace 6 minutos.
- Pero, ¿Cómo?- seguía sin entender. ¿Sara, muerta?
- No podemos explicárselo ahora mismo. Es necesario hacer una serie de pruebas.
No entendemos muy bien lo que ha pasado. Lo siento mucho. Pero una vez obtengamos los
resultados, todo tendrá su debida explicación.
- Pero, ¿cómo que no saben qué es lo que ha pasado?- Carlos comenzaba a tener
en la cabeza una maraña de pensamientos que no era capaz de ordenar. ¿Cómo que no saben
cómo ha muerto? Eso es imposible. No tiene sentido. En ese momento, sin saber muy bien de
donde salió, apareció su cuñada, Patricia, sollozando terriblemente:
-¡Carlos, Sara ha muerto!... ¡Le dolía mucho! Dios mío, ¡no sé qué ha pasado!
- Lo siento muchísimo a los dos. Hicimos todo lo que pudimos. En serio.
Averiguaremos lo que ha ocurrido, eso se lo prometo.
- Pero, ¿Cómo que no saben lo que ha ocurrido? Son médicos. ¡Ustedes han hecho
esto miles de veces!- La incredulidad de Carlos estaba comenzando a ser acompañada de una
sensación de angustia que le llevaba a levantar el tono de voz.
- Lo que ha pasado tiene una explicación racional, sin duda. Pero todo fue
demasiado rápido y el parto complicaba aun más la situación. Nuestra prioridad era sacar de allí
al bebé, y luego intentar entender qué eran esos dolores. Pero no fue posible. Lo siento
muchísimo. – El médico hizo una pausa seria- Pero además, el bebé sí ha podido ser extraído
del cuerpo de Sara sano y salvo, y aparentemente sin ningún daño. Podrán verlo en pediatría
cuando terminemos de practicarle una serie pruebas. Si me disculpan.
Carlos llevaba rato mirando fijamente a los ojos del médico y en cuanto este le
desvió la mirada hacia el suelo y se dio la vuelta, sus propios ojos se dirigieron hacia el suelo,
donde se quedaron clavados. Unas lágrimas empezaron a brotar de ellos. Su cuerpo comenzó a
ser poseído por una sensación que no sabía cómo explicar. El cansancio de subir las escaleras
tan rápido parecía haber desaparecido y su cuerpo se empezó a acelerar. Las piernas le
temblaban, el corazón le latía fuertemente, su respiración se aceleraba. No podía pensar con
claridad. Quedó al menos treinta segundos con la mirada perdida y la mente anclada en el
pensamiento de su mujer. Cuando empezó a volver en sí, la primera información que recibía su
consciencia procedía de los sollozos de Patricia, a su lado. En ese momento le vino a la mente
un pensamiento: ¿si su mujer había muerto porque sentía que le ardía el útero, como demonios
sobrevivió el bebé? ¿Sano y salvo, sin un rasguño? ¿Qué demonios había pasado en la sala de
partos? Los interrogantes no paraban de brotar en su cabeza y no recibía ninguna clase de
respuesta.

***

Samanta recogió las últimas cosas que quedaban suyas en esa habitación que ya
no volvería a pertenecer a ella nunca más. Se la quedaría otro chica, probablemente la próxima
que entrase en el centro de acogida. Pero ella ya había terminado con aquel lugar, que tan malos
recuerdos le traía. Casi no tenía amigos dentro, solo una chica que había entrado más tarde que
ella y que era muy callada y tímida. Y del resto mejor no hablar. Samanta también era callada,
pero por propia decisión. De tímida tenía poco.

-Eres Samanta, ¿verdad? ¿Cómo quieres que te llame? ¿Sam? ¿Tus amigos te
llaman Sam?

Samanta no respondió.

La pareja que estaba frente a Sam no parecían muy irritados con la falta de
respuesta de la chica, limitándose la mujer a esbozar una amplia sonrisa y el hombre a reír entre
dientes. Lo cierto es que una reacción así le daba bastante mala espina a Sam. Una parte de ella
no dejaba de pensar que en sus cabezas se estarían preguntando si merecerá la pena quedarse
con esta chica tan extraña y temía que en el plazo de una semana se presentaría de nuevo ante la
puerta del orfanato. Pero no podía hacer nada, ella no sabía qué responder, bueno sí sabía, un
simple “sí, mis amigos me llaman Sam y vosotros incluso podréis llamarme Samy si queréis”,
pero su cabeza trazaba por voluntad propia cualquier excusa para evitar decir eso, porque tenía
miedo y era desconfiada, aunque quería realmente confiar en que por fin podría haber
encontrado un sitio en el que no se sintiese fuera de lugar o desplazada.
Genoveva y Eduardo no parecían mala gente, puede que llegarán a ser excelentes
padres si se esforzaban, pero no creo que Sam pudiera ser capaz de poner de su parte para que la
cosa fluyera de manera natural. Para empezar porque lo natural y lo normal no son términos que
funcionasen con ella, por mucho que estuviese hecha de carne y hueso, que necesitase
alimentarse y vestirse todos los días y por mucho que no tuviese ningún don o habilidad que la
hiciesen brillar en la normalidad. Era rara y diferente porque no era capaz de confiar en nadie,
así de simple, y aunque eso era algo de lo que ella ya era consciente, el hecho de serlo no hacía
como en las películas que tal revelación catártica la hiciese tomar las riendas de su
comportamiento social, sino que no significaba ni cambiaba absolutamente nada, lo único que le
proporcionaba era cierta autocompasión y un sentimiento de que era estúpida e inútil, que no
valía para algo tan básico como recibir amor y cariño, algo supuestamente configurado en su
condición de ser vivo pero que por alguna clase de defecto no había sido capaz de desarrollar.

-¿Ya está todo Samanta? ¿Qué te parece si nos vamos para casa?- dijo Genoveva.
Sam se limitó a responder cerrando la mochila llena y colgándosela en la espalda.
-No hace falta que charges con ella, trae que te la llevo yo.-dijo Eduardo a la vez
que estiraba el brazo hacia Sam. Pero ella hizo una concisa negación con la cabeza a la vez que
se colocaba bien la mochila en la espalda, aprovechando el movimiento hacia los lados que
hacía.
Una vez encarada la puerta y dispuesta a atravesar el umbral tras el cual sus
nuevos padres la esperaban ni se inmuto en echar un último vistazo a aquella habitación que ya
no le pertenecía. Y mientras atravesaba el pasillo y bajaba las escaleras que llevaba del
dormitorio de las chicas al vestíbulo principal no se paró a despedirse ni tan siquiera con una
mirada de los demás huérfanos que aún tendrían que esperar su turno en esa lotería del
desarraigo humano.

***

El despertador anunciaba un nuevo día en la vida de Samanta. Y a ella no le


apetecía nada que tuviera que ser así. Si por ella fuera se quedaría en cama todo el resto de su
vida, pero esto era normal en todo adolescente de diecisiete años que tuviese que levantarse para
ir al instituto. Pero su vida podría ser más difícil y peor, por lo que no tenía ningún derecho a
quejarse de su condición. Sobre todo porque ya conocía cómo era la vida en un centro de
acogida. Llevaba ya dos años viviendo en esa casa con una familia que la había aceptado como
un miembro más y no tenía ningún deseo de que aquello cambiase. Consideraba que, al fin,
había encontrado un buen lugar donde quedarse. Ya había pasado bastante tiempo desde que
sonó el despertar por lo que Samanta consideró que ya iba siendo hora de levantarse.

También podría gustarte