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Rebecca Winters
2º Pasiones bajo el sol
Argumento:
Entre aquella mujer y su hijo le habían dado una razón para vivir…
Cesar Villon de Falcon, el mejor piloto de carreras del mundo, era también
el más reputado playboy de Mónaco… hasta que un terrible accidente puso
en peligro su vida.
Sarah Priestley, la bella mujer que no se separaba de su cama, tenía un
secreto que esperaba lo ayudara a recuperarse: ¡Cesar tenía un hijo!
El pequeño, que tenía los ojos de su padre, le dio a Cesar fuerzas para vivir,
pero lo que haría que volviera a ser el hombre valiente de siempre sería que
Sarah accediese a casarse con él…
Rebecca Winters – Una verdadera familia – 2º Padres mediterráneos
Capítulo 1
—Dos vueltas más y es tuyo, Cesar.
Nada era nunca «tuyo» hasta que cruzabas la línea de meta con el mejor tiempo,
se dijo Cesar, pero permaneció en silencio mientras su jefe de equipo seguía
hablándole por el micro del casco.
—Te acercas a la cuarta curva. Vigila a Prinz. Está a punto de incorporarse.
—Ya lo veo.
—Rykert ha chocado contra el muro de cemento. Hay restos. Tómala por el
interior.
Cesar corrigió la dirección. Al salir de la curva vio lo que había quedado del
coche de Rykert, del que salía una nube de humo. Entonces su corazón se detuvo al
ver que una parte del chasis de Prinz volaba hacia él. No había posibilidad de escape.
Había llegado su hora.
—Soy hombre muerto.
Apenas había murmurado aquello cuando tuvo lugar el impacto. Experimentó
una serie de cegadores destellos de luz antes de verse sumergido en una especie de
torbellino negro de olor acre.
—¿Cesar?
Cesar sintió que unas manos lo zarandeaban delicadamente por los hombros.
—¿Cesar?
Cesar de Falcon, conocido como Cesar Villon en el circuito de Fórmula 1,
despertó buscando desesperadamente una bocanada de aire. Vio que su médico se
inclinaba hacia él con expresión preocupada.
—Estás bien, Cesar. Han empezado tus pesadillas sobre el accidente.
¿Recuerdas alguna?
—No —alzó un brazo para frotarse la transpiración de la frente. Su cuerpo yacía
en un mar de sudor.
—Enseguida van a bañarte y cambiarte.
Mientras Cesar esperaba a que el ritmo de su corazón se calmara, dos
enfermeras se ocuparon de lavarlo y cambiarle la cama. Luego regresó el médico.
—Te han dejado el desayuno, pero veo que no lo has tocado.
Aún tembloroso a causa de las pesadillas provocadas por un accidente que no
recordaba, lo último que quería Cesar era comida.
—Dásela a algún pobre diablo que la necesite.
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Lo que él quería era una pastilla que lo mantuviera despierto para no volver a
experimentar el terror de la noche anterior. Pero estar despierto resultó ser
igualmente horrendo.
Estaba tumbado de espaldas y no podía mover las piernas.
Estaba muerto de cintura para abajo. Su corazón había muerto seis años antes.
Su fallecimiento ya era completo.
—Tu terapia física debe empezar hoy mismo.
—¿Por qué?
—Necesitas mantenerte en forma para superar la situación —contestó el
médico—. Retrasar el comienzo de la terapia no te ayudará a caminar de nuevo.
—Eso no va a suceder. Ahórrate tus palabras para alguien más crédulo. ¿No lo
entiendes? ¡Mírame! He perdido mi cuerpo y mi mente.
—Te sientes así porque aún no has salido del todo de tu pesadilla. Pero créeme,
estás vivo y bien. Es demasiado pronto para saber si el daño que has sufrido en la
columna es permanente. Después del accidente que has sufrido es un milagro que
estés en tan buena…
—¡Fuera de aquí, dottore!
La rabia del tono de voz de Cesar hizo que Sarah Priestley sintiera un
estremecimiento. Había estado esperando al otro lado de la puerta. El médico la
había dejado abierta al entrar, de manera que había podido ver y escuchar a Cesar y
ya sabía a qué se enfrentaba.
Aunque ella no hablaba ni entendía italiano, la violenta respuesta de Cesar
había dejado de manifiesto la profundidad de su desesperación.
Cuando el médico salió de la habitación, se la llevó a un lado.
—Cesar ha pasado una noche muy mala. Estoy seguro de que ha tenido
pesadillas sobre el accidente, pero no podía recordarlo cuando ha despertado. Lo que
me preocupa es su mente. Necesita recuperar los recuerdos para ayudar al proceso
de curación. Todo lo demás está bien. Su cuerpo es fuerte y saludable, algo de vital
importancia en su caso. Pero no seguirá así mucho tiempo si se niega a comer o a
iniciar la terapia.
—Hay que hacerle salir del oscuro lugar en que está viviendo —murmuró
Sarah.
El médico hizo un gesto para que pasara, pero su expresión indicó claramente
que, si lo hacía, era por su cuenta y riesgo.
Pero Sarah sabía que tenía que hacer aquello. El día anterior había volado de
San Francisco a Roma con su hijo, Johnny. Del aeropuerto fueron al hotel y de allí, al
hospital.
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Tenía que estar soñando. Cesar apretó los puños con fuerza.
Hacía tiempo que había desterrado al rincón más apartado de su memoria los
recuerdos de Sarah Priestley. A lo largo de aquellos años no había sabido adonde
había ido ni qué había sido de ella, y sus sentimientos por ella estaban muertos y
enterrados…
Lo que había experimentado hacía unos momentos tenía que haber sido el
recuerdo de una pesadilla.
«Tenemos un hijo».
No… Imposible…
En otra época, cuando estuvo locamente enamorado de ella, imaginó lo que
sería verla embarazada y ser testigo de los cambios de su precioso cuerpo. Pero ella
se encargó de asestarle un golpe mortal.
Lo que necesitaba en aquellos momentos era algo fuerte que la borrara
permanentemente de su subconsciente. Asustado, alargó una mano hacia el
interruptor para llamar a una enfermera. Estaba a punto de pulsarlo cuando escuchó
una delicada voz femenina.
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—Sí. Seguro que a ti también te dolía —dijo Johnny a la vez que miraba
significativamente la bandeja llena.
Sarah le alcanzó el plato en que estaban los bollos. Johnny tomó dos y mordió
uno.
—Mmm. Está bueno. Toma, papá.
A Sarah le encantó comprobar que Cesar no tuvo más opción que aceptar el
bollo y darle un mordisco.
—No me gustan los hospitales —dijo Johnny—. ¿Y a ti?
—Tampoco —contestó Cesar.
—¿Vas a tener que quedarte aquí mucho tiempo?
—Lo cierto es que estoy planeando irme hoy mismo.
—¿Quieres venir a nuestra casa? —preguntó de inmediato Johnny.
—¿A Carmel?
—La abuela y el abuelo viven allí. Mamá y yo vivimos en Watsonville.
Lo suficientemente cerca de los abuelos y lo suficientemente alejados del
mundo de las carreras como para que a alguien se le ocurriera relacionar a Johnny
con su legendario padre.
Sarah evitó la mirada de Cesar y dijo:
—Toma un poco de mosto, cariño.
—Gracias —Johnny tomó varios tragos—. ¿Quieres un poco, papá?
—Creo que sí.
La visión de Johnny sentado en el regazo de Cesar y ambos bebiendo del mismo
vaso hizo que el corazón de Sarah se derritiera.
Sarah rogó para que Johnny fuera la inspiración que lo impulsara a salir del
pozo en que se encontraba.
Mientras ella terminaba de comer la naranja, Johnny empezó a hacer preguntas
a su padre sobre el mando a distancia que había en la mesilla. Pronto había probado
todos los botones. Le encantaba el que alzaba la cabecera de la cama para que su
padre pudiera descansar la cabeza en ella. A Cesar no pareció importarle.
De pronto entró una enfermera mayor en la habitación. Abrió los ojos de par en
par al ver cuánto habían cambiado las cosas desde la llegada de Johnny. Cesar le dijo
algo ininteligible. La enfermera asintió, aturdida, y salió rápidamente.
—¿Por qué hablas distinto? —preguntó Johnny.
—Porque aquí la gente habla italiano —contestó Sarah—. Tu padre también
habla francés y español.
Johnny miró a su padre.
—Nosotros hablamos americano.
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Ha venido justo a tiempo. Cesar planea irse hoy del hospital. Eso le ha dicho a
Johnny.
—Debe convencerlo para que empiece con la terapia física. Es algo vital para él
en estos momentos.
—Lo comprendo. Desafortunadamente, apenas tengo influencia sobre él,
aunque es posible que la existencia de Johnny suponga el incentivo necesario.
—Ya está haciendo efecto. El hecho de que haya querido afeitarse es un indicio
de que quiere seguir viviendo.
—Es cierto. Gracias por todo lo que ha hecho por él.
—Cesar es un icono en mi país. Sería una tragedia que se dejara derrotar por
esta experiencia.
—Eso no sucederá si Johnny y yo podemos evitarlo —Sarah estrechó la mano
del médico antes de encaminarse hacia la habitación de Cesar.
La enfermera salió con la bandeja vacía justo cuando llegaba. A Johnny no le
gustaban los huevos, de manera que debía de habérselos comido Cesar.
Cuando entró en la habitación lo primero que vio fue a un recién afeitado
hablando rápidamente por teléfono desde su cama.
Sintió que la miraba atentamente. Cualquiera podría haber notado que había
estado llorando, pero para él no significaría nada. ¿Por qué iba a importarle?
Johnny estaba sentado en una silla junto a la cama, jugueteando con la máquina
de afeitar.
Sin decir nada, Sarah se acercó a él, se la quitó y retiró la mesa con ruedas sobre
la que se había afeitado Cesar. Al hacerlo vio algunos pelos grises entre los negros,
evidencia de que Cesar era seis años mayor que la última vez que se habían visto.
Pero los años sólo habían añadido carácter a los rasgos de Cesar, acentuando su
atractivo. A veces Sarah no podía creer que la hubiera deseado tanto como para
hacerle el amor toda la noche…
—¿Johnny? —dijo Cesar en cuanto colgó. El nombre de su hijo sonaba
totalmente distinto al ser pronunciado con aquel marcado acento italiano—. Necesito
hablar con tu madre a solas. Has conocido a Anna hace un momento. Va a venir para
llevarte a comer algo en el restaurante del hospital. Puedes comer lo que quieras.
¿Qué te parece?
—¿Vas a hablar mucho rato con mamá?
Cesar dedicó a Sarah una penetrante mirada con la que pareció decir que todo
dependía de ella.
—No demasiado.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—De acuerdo.
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Capítulo 2
—Debo confesar que si hubiera pedido por encargo un hijo no podría haber
imaginado uno más maravilloso que Johnny —empezó Cesar en un tono
engañosamente suave—. Pero, de no ser por el accidente, no sé si habría llegado a
conocerlo.
Sarah bajó la mirada.
—Había planeado que os conocierais cuando vinieras a Calif…
—Basta —interrumpió Cesar con brusquedad—. De lo único que quiero hablar
contigo es del futuro de nuestro hijo. Hasta ahora las cosas han sido como tú has
querido y Johnny está obviamente unido a ti. Podría quitártelo legalmente, pero eso
destruiría a Johnny y yo sólo obtendría su odio eterno. Quiero tener los mismos
derechos que tú sobre el niño. Por su bien, la única solución es que nos casemos.
—No, Cesar…
—¿No? —repitió él en tono amenazador.
—Me refiero a que será mejor que no hablemos de eso ahora. Sé… que me
desprecias, y estás en tu derecho. Pero tu familia nunca lo aprobaría. Lo importante
es…
—¿Que me recupere? —interrumpió Cesar en tono despectivo—. Supongo que
ése es el cuento de hadas que has estado contando a Johnny desde el accidente, pero
eso no va a suceder. Al traer a un niño inocente junto a mi cama y decirle que soy su
padre has puesto en marcha algo que ya nadie podrá detener.
—Lo sé. Pero haz el favor de escucharme…
—Johnny me ha visto en carne y hueso. Sabe sin lugar a dudas que existo. No
convertirlo oficialmente en un Falcon sería un pecado mortal.
—Pero tú nunca quisiste…
—¿Nunca quise casarme? ¿Es eso lo que ibas a decir? Deja que te aclare que el
hombre al que una vez creíste conocer ya no existe. La persona que tienes ante ti
tendría que arrastrarse para tratar de alcanzarte y estrangularte por lo que has hecho.
La expresión horrorizada de Sarah hizo que Cesar sonriera con crueldad.
—Pero se me ocurre una forma mucho mejor de obtener venganza. Johnny me
ha hablado de ese tipo que suele ir a vuestra casa.
Consciente de las erróneas conclusiones de Cesar, Sarah tuvo que sujetarse al
respaldo de la silla que tenía ante sí para controlar el temblor de sus piernas.
—«Mike vende seguros» —continuó Cesar, imitando a la perfección la voz de
su hijo—. «Viene mucho a comer y me trae juguetes. Cuando me voy a la cama suele
quedarse a ver películas con mamá».
—Mike es un amigo, nada más —dijo Sarah—. Sabes que no había estado con
ningún hombre antes de ti, y no ha habido otro desde entonces.
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—Pero no quieres casarte conmigo —dijo Sarah con voz temblorosa—. Nunca
quisiste, o…
—¿O que?
—Nada… Da igual.
Cesar la miró sin ocultar su desprecio.
—Quiero a mi hijo y estoy dispuesto a hacer lo que sea para conseguirlo.
Después de lo que has hecho, verte condenada a vivir con un hombre que no te
desea, y que aunque te deseara no podría hacer nada al respecto, me parece una
penitencia adecuada.
—Descarga tu furia conmigo si es lo que quieres, pero no dejes que Johnny vea
lo que sientes cuando esté con nosotros. Es un niño tan dulce y amoroso…
—¿Como solías ser tú? —dijo Cesar en tono desdeñoso—. Es extraño. En otra
época pensaba que te conocía…
—Supongo que ambos hemos cambiado. Tú solías tener un espíritu competitivo
que nada ni nadie podía conquistar.
—Eso era antes de que quedara permanentemente inválido.
—Aún no hay pruebas de eso. El médico dice…
—Aún no he terminado —interrumpió Cesar en tono gélido—. Estoy
paralizado, así que empezaremos a partir de ahí con nuestro hijo. Comprendo que te
repugne la idea de verme así, pero a Johnny no parece preocuparle. Si no tienes
expectativas, no corres el riesgo de sufrir futuras decepciones.
—¡No puedes estar hablando en serio! El médico piensa que si te esfuerzas y
sigues la terapia volverás a caminar. ¡Y yo también lo creo!
—¡Más vale que no le cuentes esa mentira a Johnny! ¿Me he expresado con
suficiente claridad?
Sarah era consciente de que lo que le había hecho al ocultarle la existencia de su
hijo era imperdonable, pero le aterrorizó comprobar que Cesar había renunciado a
recuperarse.
Pero con lo que se había encontrado había sido con un ultimátum que no iba a
causarle más que pesar, hiciera lo que hiciese. Lo último que quería Cesar era una
esposa, pero sabía que tenía que contar con ella si quería a su hijo. Irónicamente, no
le había quedado más remedio que ofrecer matrimonio a la única persona de la tierra
a la que realmente despreciaba.
—¿Mamá? ¿Papá?
Johnny entró en aquel momento corriendo en la habitación, antes de que Anna
pudiera impedirlo. Sarah dio las gracias a la enfermera y cerró la puerta. En cuanto
se quedaron a solas, Johnny corrió junto a su padre.
—Habéis estado hablando mucho rato.
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tarde lo que Cesar le había estado diciendo todos aquellos años: que pretendía
permanecer soltero hasta que terminara su carrera.
De manera que, consciente de lo que debía hacer por el bien del bebé, rechazó la
invitación de Cesar para ir a Italia. Como excusa argumentó que no podía dejar sus
estudios en aquellos momentos. De hecho, estaba a punto de graduarse y no podía
perder clases si no quería repetir.
Cesar pareció sinceramente decepcionado, probablemente porque no estaba
acostumbrado a ser rechazado, pero no trató de convencer a Sarah. En lugar de ello le
dijo que lo más importante era que acabara sus estudios, que comprendía su
decisión, y que esperaría a que ella lo llamara cuando pudiera irse de vacaciones con
él.
Acabó la conversación diciendo:
—Te echo de menos, bellissima. No sabes cuánto me gustaría tenerte aquí,
conmigo. Llámame cuando acabe el semestre y arreglaremos las cosas para estar
juntos.
Angustiada, Sarah tuvo que enfrentarse a la amarga verdad: Cesar no estaba
enamorado de ella hasta el punto de no poder vivir sin ella.
Podía devolverle la llamada y decirle que iba a ser padre, pero aquella noticia
cambiaría para siempre el mundo de Cesar. ¿Cómo iba a centrarse en su carrera con
un bebé necesitando su atención? Su profesión no era como la de otros hombres.
Finalmente decidió que lo mejor sería esperar a que llegara el momento
adecuado para decirle la verdad. Pero, tal y como fueron las cosas, nunca volvió a
hablar con él.
Después de terminar sus estudios alquiló una pequeña casa en Watsonville,
cerca de donde vivían sus padres, y empezó a trabajar en una aseguradora. Cuando
ya no pudo ocultar por más tiempo su embarazo contó la verdad a sus padres, que
no se mostraron sorprendidos. Sabían cuánto quería a Cesar.
Su madre sonrió con tristeza cuando se enteró. Ya había advertido a Sarah que
tuviera cuidado, que podía acabar sufriendo con aquella relación.
Y Sarah había sufrido. Sin embargo, el dolor que había infligido a Cesar y a su
hijo con su silencio era mucho más profundo.
Por fin, padre e hijo estaban juntos. Pero si había creído que aquel reencuentro
podría borrar todos aquellos años de culpabilidad y remordimiento, se había
equivocado.
Ningún hombre podía amar a una mujer que le había hecho aquello. Y cuando
Johnny se hiciera mayor comprendería que lo que había hecho su madre había sido
egoísta y cruel y la despreciaría.
Jamás lograría superar el abismo que la separaba de los dos hombres a los que
amaba por encima de todo.
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Capítulo 3
Después de que las enfermeras lo ayudaran a ponerse el traje y la corbata, Cesar
tomó de nuevo su móvil. Ya había hecho las llamadas necesarias para poner en
marcha la ceremonia. Sólo le faltaba poner al tanto a su ama de llaves de sus planes.
Mientras Johnny se entretenía dibujando, Cesar llamó a la villa.
—¿Diga?
—Hola, Bianca.
—¿Cesario? —la mujer, de sesenta y cinco años, rompió a llorar, emocionada—.
He ido a misa a diario para rezar por ti.
—Alguien de arriba debe de haberte escuchado —dijo Cesar, conmovido.
—¿Quieres decir que puedes andar? Tus padres no me han dicho nada todavía.
Tampoco tu hermano Luc.
—No, no, Bianca. Eso no va a suceder. Nadie sabe lo que estoy a punto de
decirte, excepto mi médico.
Y Sarah, por supuesto.
Cesar apretó instintivamente el puño que tenía libre. Cuando, años atrás, la
invitó a Italia, creía que estaba enamorada de él con la clase de amor que un hombre
sería afortunado de conocer una vez en la vida. Era su querida Sarah, una mujer
distinta a las otras. Tenía planes para ellos…
Masculló una maldición. Averiguar que le había ocultado que tenía un hijo le
había hecho comprender que no la había conocido en absoluto. ¿Cómo había sido
capaz de tal crueldad?
—Es una bendición que estés vivo —dijo Bianca.
Cesar siempre había podido contar con la lealtad de su ama de llaves. Al
parecer, iba a tener que confiar en ella y en su marido Angelo más que nunca.
—¿Puedo confiar en que vas a guardar el secreto más importante de tu vida?
—¡Me insultas preguntándolo!
—Lo siento, pero es muy importante que no se entere nadie de lo que te voy a
decir, ni siquiera mi familia. Podría filtrarse algo a la prensa, y nadie debe enterarse.
—Nadie se enterará de nada por nosotros.
—Grazie, Bianca.
—¿De qué se trata?
—Voy a volar a Positano dentro de unas horas, pero no iré solo. Necesito que
Angelo y tú organicéis al servicio y preparéis las habitaciones para dos personas que
van a vivir con nosotros.
—Me ocuparé de todo de inmediato. Esta casa ha estado vacía demasiado
tiempo.
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Camino del ascensor Sarah notó que había guardias de seguridad por todas
partes. Aquello le recordó que lo que estaba pasando en el hospital con Cesar era
algo que haría ganar millones de dólares a los medios de comunicación cuando el
público fuera informado.
Las carreras y la aristocracia formaban una combinación interesante para la
prensa, pero sumando a ello el elemento del playboy paralizado que había
mantenido oculto a su hijo y a su esposa durante seis años, la historia resultaba
explosiva.
Enseguida llegaron a la segunda planta. A Sarah le sorprendió el ornamentado
interior de la capilla. Todo en Italia, desde el estilo de los edificios y las estatuas a la
seductora sonoridad de la lengua, le encantaba.
Un anciano cura vestido formalmente los animó a avanzar.
—Acercaos —dijo en inglés.
Excepto por los trabajadores del hospital que iban a hacer de testigos, tenían la
capilla para ellos solos.
El sacerdote se inclinó y estrechó la mano de Johnny con expresión sonriente.
—Yo bauticé a tu padre cuando nació, y me alegra comprobar que ha tenido un
hijo como tú. ¿Cómo te llamas?
—Je… Jean Cesar Priestley de Falcon —dijo Johnny, con una soltura bastante
asombrosa para su edad.
—Muy bien, Jean Cesar. Es un placer conocer a un joven como tú. Sé que
siempre serás un gran consuelo para tu padre, sobre todo ahora que se está
recuperando del accidente. Depende de ti, de tu padre y de tu madre que el milagro
suceda.
El cura miró a Sarah y luego a Cesar.
—La mejor medicina que puede existir es una familia unida. Tened coraje y
triunfaréis. Y ahora, recemos.
Tras murmurar unas oraciones, el cura dijo a Cesar que tomara la mano de
Sarah.
El momento adquirió un aire de irrealidad cuando ambos prometieron amarse
y cuidarse en la salud y en la enfermedad durante el resto de sus días.
—Sarah Priestley y Cesar Villon de Falcon, os declaro marido y mujer. Que lo
que Dios ha unido no lo separe el hombre. En el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, amén —el sacerdote concluyó haciendo la señal de la cruz.
—Amén —susurró Sarah.
Johnny dejó escapar un largo suspiro.
—¿Ya estáis casados?
—Lo estamos —murmuró Cesar con voz grave.
—¿Y dónde está el anillo de mamá?
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—En la villa.
—Oh —tras un momento de silencio, Johnny añadió—: ¿Y no vais a besaros?
—Sí —dijo Sarah antes de que Cesar respondiera.
Se inclinó y lo besó en los labios, pero su corazón se hizo añicos cuando sintió
que estaba besando una fría pared de piedra.
En cuanto ella se apartó, Cesar tomó a Johnny en brazos y lo sentó en su regazo.
El niño se volvió y lo rodeó con los brazos por el cuello. Sarah apenas podía respirar
debido a las emociones que la embargaban.
—Ahora eres oficialmente mi hijo. Nunca volveremos a separarnos —Cesar
besó a Johnny en la frente—. ¿Estás listo para el viaje en helicóptero?
—¡Sí!
El cura les recordó que debían pasar a la salita adjunta a la capilla para firmar
los documentos del matrimonio. Cuando acabaron, Sarah estrechó cariñosamente su
mano.
—Gracias, padre.
El sacerdote se apartó con ella un momento de Cesar y de Johnny.
—Conozco a tu marido desde que nació. Cesar protege celosamente su corazón.
Sé paciente durante los oscuros tiempos que se avecinan. Algún día volverá a salir el
sol.
A Sarah le habría gustado tener la fe del sacerdote, pero las palabras «algún
día» le hicieron sumergirse en una nueva oleada de desesperación.
Una vez concluidos todos los trámites, un grupo de trabajadores del hospital los
acompañó hasta la azotea, donde aguardaba el helicóptero que iba a llevarlos a la
villa. Dos enfermeros instalaron a Cesar en el interior y, tras ayudar a Johnny a subir,
uno de ellos entregó a Sarah la cámara de usar y tirar que había utilizado para tomar
fotos de la boda.
—¿Estás emocionado, cariño? —preguntó a su hijo una vez estuvo sentada.
—Sí.
La sonrisa de Johnny no engañó a Sarah. Estaba asustado, pero jamás lo habría
admitido ante su padre.
Un instante después comenzaron a rotar las aspas de las hélices.
Cesar debió de percibir el miedo de su hijo, porque apoyó su mano en la de él
en cuanto se elevaron.
—Así fue como me sentía la primera vez que conduje un coche de carreras de
verdad, mio piccolo. Pero enseguida me acostumbré a la sensación. Tú limítate a
mirarme y verás como todo va bien.
Unos minutos después dejaron atrás Roma en dirección al sur. Johnny no tardó
en superar el miedo y al cabo de un rato estaba haciendo comentarios sin parar
mientras contemplaba las espectaculares vistas que se divisaban desde el helicóptero.
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Capítulo 4
Sarah captó con total claridad la advertencia de Cesar. «Ha llegado mi turno»,
venía a decir. Y a ella no se le habría ocurrido privarlo de aquello.
Después del sombrío estado mental por el que había pasado, le hacía muy feliz
comprobar que la presencia de Johnny estaba devolviéndole las ganas de vivir.
Doce horas antes Johnny y ella habían tomado un taxi para acudir al hospital.
Habían sucedido tantas cosas desde entonces que apenas podía creerlo. Estaba
casada y a partir de aquel día iba a ser tratada como la señora de Falcon, esposa del
gran Cesar Villon.
Tembló de aprensión al pensar en cómo reaccionarían los padres de Cesar
cuando se enteraran de la noticia. Su madre la despreciaría por lo que había hecho.
¿Cómo podía haber ocultado a Cesar la existencia de su hijo durante tanto
tiempo? Sabía que los remordimientos no la abandonarían nunca, pero estaba
dispuesta a hacer todo lo que pudiera para compensarlo.
Lo más probable era que en aquellos momentos estuviera deseando que se
fuera para poder disfrutar de su primera comida a solas con su hijo, una experiencia
que ella ya había compartido con Johnny muchas veces. Al menos aquello era algo
que podía hacer por él.
Terminó rápidamente el resto de su comida y luego se levantó.
—Si me disculpáis, tengo que hacer algunas llamadas —dijo, evitando mirar a
Cesar—. Que os divirtáis.
—¿A quién piensas llamar? En California son las cuatro de la madrugada.
Las palabras de Cesar hicieron que Sarah se detuviera en seco.
—Es cierto —rió nerviosamente, no sólo por haber olvidado la diferencia
horaria, sino porque Cesar podía pensar que iba a llamar a Mick. Después de haberle
dicho que sólo eran amigos, tenía todos los motivos para sentirse suspicaz.
—Cuando le he dicho a Bianca que preparara las habitaciones ha asumido que,
en mi estado, necesitaría un dormitorio para mí sólo —dijo Cesar—. Pero, como ha
dicho Johnny, la mamá y el papá de Carson duermen en la misma habitación, de
manera que puedes trasladar tus cosas a mi cuarto —la orden estaba implícita en el
tono de su sugerencia—. Cuando llegues al vestíbulo, tuerce a la izquierda. Es la
habitación del final del pasillo.
A pesar de saber que sólo lo estaba haciendo por Johnny, Sarah no pudo evitar
un estremecimiento de excitación al pensar en dormir con él.
—Mi cuarto está junto al vuestro, mami.
El primer impulso de Sarah fue preguntar a Johnny si quería ayudarla a
trasladar su equipaje, pero se contuvo a tiempo. Johnny y ella habían pasado juntos
tanto tiempo que resultaba extraño ceder la responsabilidad a otro. Pero Cesar no era
cualquier otro. Era el padre de Johnny y había asumido su paternidad sin dudarlo.
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La adoración entre padre e hijo había sido mutua desde el primer instante. Johnny
quería estar con su padre, lo que significaba más tiempo libre para ella, que en
realidad no lo quería.
Johnny había sido todo su mundo desde que había nacido. Pero ahora iba a
compartirlo como lo hacían dos padres en un hogar normal.
—Nos vemos luego —dijo finalmente.
Sin dar tiempo a Johnny a hacerle preguntas que tal vez no podría contestar,
salió de la terraza y se encaminó hacia su habitación.
Unos minutos después se hallaba con su equipaje ante las puertas de madera
labrada que daban al dormitorio principal. Cuando las abrió entró en un mundo de
ensueño, sin duda creado para ayudar a Cesar a relajarse después de las carreras.
Como la habitación que acababa de dejar, aquella también bordeaba la piscina, pero
era bastante más grande. Sobre la cabecera de la cama colgaban dos cuadros de
Miguel Ángel. Junto a una de las paredes había un gran armario francés pintado a
mano. También había un sofá ornamentado y un confidente situados frente a una
chimenea exquisitamente tallada. A ambos lados de una mesa de mármol blanco
había dos sillas estilo Luis XV.
Frente a la cama había dos altas puertas que daban a una terraza desde la que
había espectaculares vistas al océano.
Sarah dejó la maleta en el suelo y salió. La belleza desde aquel lado de la casa
era tan indescriptible que casi dolía. Permaneció un buen rato allí antes de explorar el
resto de la suite.
Una puerta daba al dormitorio de Johnny, decorado en unos deliciosos tonos
amarillo limón y blanco. Otra daba a un lujoso baño y una tercera al estudio de
Cesar, equipado con todo lo último en tecnología.
Aquella habitación pertenecía al corredor. Todos sus trofeos, premios y fotos
estaban allí, modestamente ocultos a los ojos del mundo. Cesar siempre había sido la
personificación de la clase para Sarah, y ahora entendía por qué. Si le quitaran sus
orígenes aristocráticos, seguiría siendo el mismo hombre maravilloso que era.
En el fondo era una persona muy reservada que, a pesar de disfrutar de la
competición, se mostraba asombrosamente humilde en lo referente a su colosal éxito
en el mundo de las carreras.
Aquella mañana, en el hospital, la violencia de sus emociones había revelado
una faceta de su naturaleza que poca gente llegaba a ver. Pero Sarah había mirado en
su alma y había descubierto a un hombre que quería a su hijo más que cualquier
premio que pudiera obtener con las carreras. También estaba convencida de que,
aunque no hubiera sufrido el accidente, Cesar habría tenido la misma reacción
cuando le hubiera presentado a su hijo en California.
El anhelo de ser padre siempre había estado allí. Cesar nunca había negado que
algún día, en el momento adecuado, quería tener una familia, pero el destino había
decretado que ese día llegara antes de lo que esperaba, cambiando para siempre la
vida de tres personas.
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—Tampoco sería tan grave. Cuando Johnny encuentre a la mujer con la quiera
casarse, podrá elegir entre las otras joyas que hay en el palacio ducal.
—¿Otras joyas? ¿Puedo verlas, papi?
—Por supuesto. Haremos un viaje para visitar a mi primo Maximiliano y a su
esposa Greer. Tienen un hijo llamado Carlo que se parece mucho a ti, aunque es más
joven. Tú eres el mayor de todos tus primos.
Johnny sonrió, evidentemente satisfecho con la idea.
—¿Tengo muchos primos?
Cesar asintió.
—Mi otro primo Nicolás y su esposa, Piper, acaban de tener trillizos.
—¿Trillizos?
—Eso significa tres bebés a la vez —explicó Sarah.
—¡Guau!
—Dos niñas y un niño. Lety, Carolina y Fernando —dijo Cesar—. Y mi primo
Massimo también acaba de ser padre. Pronto vendrá a visitarnos.
Massimo… Sarah conocía muy bien aquel nombre. Había habido momentos a
lo largo de los últimos seis años en que había sentido la tentación de llamarlo para
pedirle consejo. Pero cada vez que había descolgado el auricular se había echado
atrás. Si Cesar hubiera averiguado que le había contado a Massimo lo sucedido antes
que a él, las cosas habrían resultado aún peor.
—¿Cómo se llama su bebé?
—Nicky di Rocche. Julie, su mama, es de Sonoma, California.
—Nosotros hemos estado ahí, ¿verdad, mamá?
Sarah asintió sin decir nada.
—Mi tía Elaine va a tener otro bebé —añadió Johnny.
Cesar ladeó su oscura cabeza.
—La recuerdo. ¿Sigue teniendo el pelo rojo?
—Sí. Le preocupa que su hijo lo herede.
—¿Por qué?
—Porque dice que los otros niños se burlarán de él.
—A veces los niños no son agradables, ¿verdad?
—No. Carson no fue agradable cuando me llamó llorica.
—Estoy de acuerdo contigo.
—¿Ha herido alguna vez alguien tus sentimientos?
Cesar miró a Sarah antes de responder.
—Sí —contestó con firmeza.
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en cuenta que Sarah era bastante más joven que él. Una adolescente con la suficiente
belleza y encanto como para animarlo a acudir a casa de los Priestley cada vez que
iba a correr en los Estados Unidos.
—El abuelo dice que eres el mejor corredor del mundo.
Y el mayor miserable que existía por haber dejado embarazada a su hija…
—Me temo que ya no lo soy, mon fils.
Cesar ayudó a Johnny a meterse en la cama y lo arropó antes de pasar a la
siguiente página del álbum. Así comenzó un viaje hacia el pasado. Su vida se
desplegó ante él en orden cronológico. Había muchas fotos de Sarah y él practicando
surf o navegando.
Una foto en concreto llamó especialmente su atención. En ella aparecía la
hospedería en que pasaron aquella gloriosa noche. La felicidad que reflejaba la
expresión de ambos hizo que le costara verdaderos esfuerzos respirar.
Sarah había hecho un registro cronológico de su carrera, sin dejar nada fuera.
Cada carrera, cada triunfo. Todo ello documentado. En algunas fotos de revistas y
periódicos aparecía celebrando sus triunfos con diversas bellezas y celebridades en
conocidos clubes nocturnos del mundo.
En otras aparecía con sus padres y hermanos tras el Gran Premio de Mónaco, o
en Monza, en Italia…
Miró a Johnny, que finalmente se había quedado dormido con el carrillo sobre
el coche de juguete. Lo retiró cuidadosamente y lo dejó en la mesilla de noche, junto a
los dinosaurios. Tras un día tan intenso, no era de extrañar que se hubiera quedado
dormido casi de repente.
Y el día también había sido especialmente intenso para él. Aquella mañana
había sufrido dos conmociones de las no creía que fuera a recuperarse nunca.
Cuando había escuchado la voz de Sarah y la había visto de pie ante su cama como
un precioso cervatillo asustado por las deslumbrantes luces de un coche, había creído
que estaba alucinando.
Tras haber pasado años esperando en vano tener noticias de ella, la aparición de
Sarah en el hospital en sus horas más bajas le había hecho comprender por primera
vez cómo era posible que alguien pudiera cometer un crimen pasional.
¿Y quién habría podido imaginar que tras echarla de la habitación del hospital
con su rabioso improperio volvería unos minutos después con el hijo que habían
engendrado juntos? Su maravilloso hijo, Jean Cesar…
Sarah tenía razón. Su madre adoraría al pequeño Giovanni. Cesar sabía que sus
padres estaban sufriendo por su parálisis. Consciente de su dolor, e incapaz de
soportar verlo en sus amorosas miradas, los había mantenido alejados de su lado.
Aún no podía enfrentarse a aquello.
Luc entendía. Unos años atrás estuvo a punto de perder una pierna en un
accidente que sufrió mientras esquiaba. Casi enloqueció de desesperación. Pero
Olivia lo cambió todo.
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Apoyó las manos en los brazos de la silla de ruedas. Estaba seguro de que la
angustia de sus padres se vería en gran medida aliviada cuando vieran a Johnny. No
pensaba tardar en llamarlos, pero en aquellos momentos quería permanecer allí para
tratar de asimilar la maravilla de la existencia de su hijo.
Cuando estuviera seguro de que su esposa estaba dormida, le pediría a Angelo
que lo ayudara a meterse en la cama.
No podía decirse que Sarah y él fueran precisamente la viva imagen de dos
amantes apasionados…
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Capítulo 5
Tras comprobar desde el umbral de la puerta que Johnny estaba enseñando a su
padre el álbum de recortes, Sarah se fue a la cama. Quería que Cesar creyera que
estaba dormida cuando entrara en la habitación. Lo amaba tanto que su estado nunca
le importaría. De hecho, lo amaba aún más por ello. Pero, dado que no la
correspondía, la situación para él resultaba repugnante.
Debía asimilar el hecho de que Cesar despreciara la mera idea de compartir la
cama con ella. Sólo por el bien de Johnny estaba dispuesto a superar su rechazo y a
simular que eran una pareja felizmente casada.
Suspiró. Era posible que hubiera hecho todo lo demás mal con Cesar, pero con
el álbum que había ido elaborando bajo la atenta mirada de su hijo le había hecho un
regalo inestimable que no podía rechazar.
Antes de apagar la luz de la mesilla de noche, colocó el libro de bebé de Johnny
sobre la almohada de Cesar. Otro regalo recopilado desde los primeros momentos de
su nacimiento hasta la semana anterior, cuando puso la foto de Johnny posando
junto Carson con su equipo de fútbol. Todo aquello ayudaría a su padre a ponerse al
tanto de los años que se había perdido de su hijo.
Elaine había tomado docenas de fotos en la habitación del hospital cuando
nació Johnny. Fotos del bebé en la cuna, de la médico que atendió a Sarah, de la
familia mientras tomaba a Johnny en brazos por turnos… Bendita Elaine.
Tras haber hecho todo lo posible por aquella noche, Sarah se tumbó de costado
y se cubrió con las mantas. Con el aire acondicionado encendido debido al intenso
calor reinante, se agradecían.
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—Papá.
—Grace à Dieu!
Cesar oyó que su madre pronunciaba la misma exclamación en el fondo.
—Siento no haberos llamado hasta ahora. No me sentía capaz. Perdonadme.
—No hay nada que perdonar. Lo comprendemos. ¡Lo que importa es que estás
vivo!
Cesar asintió. Él mismo no se había dado cuenta de que estaba vivo hasta
aquella mañana, cuando Sarah se había presentado con Johnny en el hospital.
—Sé que es tarde, papá, pero quería que supierais que estoy de vuelta en
Positano. Oigo a mamá haciendo preguntas. Dile que voy a empezar de inmediato
con la terapia física.
—Es una noticia magnífica, hijo, pero sabemos que vas a necesitar ayuda.
Volaremos mañana mismo hasta allí para echarte una mano.
El día siguiente iba a ser demasiado pronto. Cesar necesitaba otro día para
establecer una mínima rutina con su hijo antes de que la familia apareciera.
—Tengo ayuda de sobra, papá. ¿Por qué no venís pasado mañana? Traed a Luc
y a su familia con vosotros. Para entonces todo estará organizado. Hay aquí dos
personas a las que quiero que conozcáis todos.
—Ah, ¿oui? —el tono del padre de Cesar reveló que aquello había despertado
su interés.
—Pon el manos libres para que mamá pueda escuchar esto —dijo Cesar.
Les esperaba la mayor sorpresa de sus vidas.
Al parecer, Sarah había estado aún más agotada de lo que había creído, porque
en ningún momento notó que Cesar hubiera acudido a la cama. Cuando Johnny
entró corriendo a la mañana siguiente en el dormitorio para despertarla, Cesar no
estaba allí. Tan sólo la huella de su cabeza en la almohada y la desaparición del libro
de bebé de Johnny demostraban que había pasado la noche a su lado.
¿Habría podido dormir algo?
Eso esperaba Sarah. Cesar necesitaba hacer acopio de todas sus fuerzas para
iniciar la batalla que le aguardaba para recuperar la movilidad de sus piernas.
—¿Has desayunado ya con tu padre? —preguntó tras comprobar que eran más
de las nueve.
—Sí. Juliana me ha preparado un zumo y tostadas con canela.
—Qué suerte —Sarah se irguió en la cama y besó a su hijo en la frente. Vestía
unos pantalones cortos azules y una camiseta azul con un T. Rex en el frente—.
¿Dónde está tu padre?
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copos de maíz con plátano y fresas. Había comido lo mismo tras hacer el amor toda
la noche…
Cesar recordaba… Nadie sabía mejor que él cómo retorcer el cuchillo para
incrementar su dolor hasta niveles tan exquisitos.
—Mientras desayuno vamos a llamar a los abuelos.
—¿Puedo contarles que ahora vivimos con papá?
—Puedes contarles todo.
Una vez sentados a la mesa, Sarah marcó el número de teléfono de casa de sus
padres y le alcanzó el auricular a Johnny. Aunque fuera media noche en Carmel, no
quería retrasar más aquella llamada.
—¡Hola, abuelo! ¡Adivina qué! —durante los siguientes minutos Johnny hizo
una descripción asombrosamente exhaustiva de todo lo sucedido el día anterior.
Siempre había sido un niño feliz, pero había grados de felicidad.
Estar con su padre había hecho que aumentara su capacidad para la alegría. Se
notaba que se sentía más completo, más seguro de sí mismo.
—Los abuelos quieren hablar contigo, mamá —dijo Johnny a la vez que le
alcanzaba el auricular—. Yo voy a ver si papá está listo para salir.
Sarah asintió mientras se llevaba el auricular al oído.
—Hola. Espero no haberos despertado.
—No te preocupes por eso, cariño —contestó su madre desde el otro lado de la
línea—. Además, tu padre y yo estábamos charlando. Johnny parece un niño nuevo.
—Lo sé.
—Has hecho lo correcto, hija —dijo su padre—, aunque te vamos a echar de
menos viviendo tan lejos. ¿Qué dice el doctor del estado de Cesar? Queremos que
nos cuentes la verdad.
—El doctor espera que pueda volver a caminar si hace la suficiente terapia.
—Oh, cariño… —dijo la madre de Sarah, emocionada.
—No cuentes con ello —la severa voz de Cesar sorprendió a Sarah. Se había
acercado tan sigilosamente en su silla de ruedas que no lo había oído. Por una vez
Johnny no estaba con él para anunciar su llegada—. Dame el teléfono, Sarah.
Tenía la frente y las cejas bañadas en sudor, al igual que el pelo y la camiseta.
Por su expresión, la sesión de terapia no debía de haber ido demasiado bien. Pero
aquello sólo era el comienzo…
Cesar pareció cómodo hablando con los padres de Sarah. A fin de cuentas,
había estado invitado en su casa en varias ocasiones. A pesar de todo lo que había
pasado, el padre de Sarah lo admiraba por sus logros. Pero Cesar se aseguró de que
la conversación girara en torno a Johnny.
—Tendréis que venir pronto a visitarnos —dijo cuando dejaron de hablar del
niño—. Arreglad las fechas con vuestra hija. Os pongo de nuevo con ella.
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—Pero su problema no es sólo físico, Sarah. Está aquí —dijo Bibi a la vez que se
palmeaba la sien—. Debe visualizar cada movimiento antes de intentarlo, pero es
demasiado impaciente. Al principio es lógico.
—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó Sarah.
—Por la noche, en la cama, conviene que lo ayudes a cambiar de costado de vez
en cuando.
—¿Y si quiere estar tumbado boca abajo?
—No hay problema, pero cuando esté de costado haz que se ponga entre las
rodillas la almohada pequeña que le he dado —dijo Bibi a la vez que hacía un
movimiento de demostración. Era evidente que pensaba que Sarah y Cesar tenían
una relación conyugal real.
—¿Algo más?
—Un buen masaje de espalda, brazos y cuello ayudaría a aliviarlo de su
tensión. Y asegúrate de que acuda a todas las sesiones de fisioterapia conmigo.
—¿Tiene más de una sesión al día?
—De momento tiene cuatro diarias. Después del desayuno, después del
almuerzo, antes de la cena y antes de acostarse. Son sesiones breves, pero harán que
sus terminaciones nerviosas vuelvan a recordar.
Era un régimen muy estricto, pero se notaba que la fisioterapeuta sabía lo que
hacía. No era de extrañar que tuviera que vivir allí.
—¿Y qué harás entre sesión y sesión?
Bibi sonrió.
—Tengo un novio que vendrá a verme a menudo.
—Me alegro por ti. Y te agradezco lo que estás haciendo.
Bibi miró a Sarah con expresión seria.
—Eres la nueva esposa del último gran campeón del mundo de la Fórmula 1.
Supongo que esto estará siendo muy duro para ti.
—Johnny y yo queremos que Cesar vuelva a caminar —dijo Sarah con voz
temblorosa, conmovida por la sensibilidad de Bibi.
—Sus patrocinadores y admiradores quieren lo mismo. Mi trabajo consiste en
conseguirlo. Courage —dijo la fisioterapeuta en francés, y Sarah recordó las palabras
del cura que los había casado.
«Coraje» era la palabra clave en lo referente a Cesar. Asintió en dirección a Bibi
y luego tomó la mano de Johnny.
—Vamos, cariño —dijo, y salieron del gimnasio.
—Papá ha dicho que nos reunamos con él en el coche, tras la piscina.
—¿Quieres ir al baño o beber algo antes?
—No.
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Capítulo 6
—Date la vuelta para que podamos hablar.
Por un momento, Sarah había olvidado que Cesar tenía que permanecer
tumbado y no podía mover la mitad inferior de su cuerpo.
Giró sobre sí misma para poder mirarlo. Por encima de la sábana vio sus brazos
y su pecho desnudos. Una involuntaria oleada de calor recorrió su cuerpo al recordar
la noche que pasaron juntos dándose mutuo placer…
—Mi familia viene mañana a pasar el fin de semana con nosotros. Llegarán por
la tarde.
Sarah ya sabía que aquello tenía que suceder antes o después, pero estaba
asustad y preguntó:
—¿Habrías preferido que vinieran más adelante?
—Es algo que escapa a mi control —dijo Cesar, resignado.
—Como le sucedería a cualquier otra madre, la tuya necesita comprobar con sus
propios ojos que su hijo está bien y que va camino de recuperarse.
—Tendrá que hacerse a la idea de que las cosas no van a cambiar —dijo Cesar
con dureza—. Lo que más feliz le ha hecho ha sido enterarse de la existencia de
Johnny. Habría venido esta misma noche si se lo hubiera permitido.
—Johnny está deseando conocer a tus padres —Sarah se mordió el labio inferior
antes de continuar—. Sé que a mí me tratarán con cortesía, pero no me hago ilusiones
respecto a sus sentimientos reales.
Cesar permaneció un momento en silencio, con uno de sus musculosos
antebrazos sobre los ojos.
—De momento están demasiado emocionados con la inesperada noticia de que
vuelven a ser abuelos como para pensar en otra cosa.
—¿Qué… qué puedo hacer para ayudar?
—¿Tú? —dijo casi despectivamente—. Nada.
—¿Preferirías que me vieran lo menos posible mientras estás aquí?
—Johnny no lo toleraría.
—Claro que sí.
—A mí no me mientas. Eres su madre. Sabe dónde estás cada segundo del día y
de la noche, y, si no lo sabe, va a buscarte. Esa clase de vínculo tarda años en
desarrollarse.
Sarah sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Johnny te ha querido desde que le mostré tu foto en sus primeros meses de
vida. Desde el principio no ha pasado ni un día en que no haya sacado a relucir tu
nombre. Siempre quiere saber dónde estás, para qué carrera te estás preparando.
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Siempre se acuesta con tu nombre en los labios. Y, por si lo has olvidado, te recuerdo
que cuando hoy se ha puesto tenso en la tienda se ha aferrado a ti, no a mí. Estaría
celosa si hubieras sido algún otro.
Cesar dejó escapar un profundo suspiro.
—¿El parto fue normal o tuviste complicaciones?
Sarah se quedó un poco desconcertada ante el cambio de tema.
—No hubo complicaciones. Pasé unas horas sin sentir nada de cintura para
abajo debido a la epidural. Sentí cierta ansiedad hasta que se me pasó el efecto.
Probablemente es lo más cerca que he estado nunca de saber lo que sientes tú —
añadió en un dolido susurro.
Cesar apartó el antebrazo de sus ojos.
—Se parece mucho a Luc en las fotos que he visto de cuando tenía dos años.
—Lo más probable es que tu madre diga que en el resto de las fotos se parece a
ti.
Tras un incómodo silencio, Cesar dijo:
—Mi hermano y Olivia van a venir con mis padres y traerán a Marie Claire.
Aquella noticia alivió en parte a Sarah.
—Será muy divertido para Johnny. Lo pasa muy bien con Lacey, la hija de
Elaine. Ella adora a su primo mayor, por supuesto, y lo sigue a todas partes. Johnny
hace como que le molesta, pero sé que le encanta que lo idolatren. Ha heredado todo
tu carisma.
—Mientras se limpiaba los dientes esta noche se le ha caído un diente y ha
desaparecido por el desagüe antes de que pudiera atraparlo.
—Menos mal que estabas con él. Se asusta cuando ve sangre —dijo riendo.
—Ya lo he notado.
—Pero no he oído que se pusiera a llamarme desesperado.
Cesar permaneció un momento en silencio.
—No —dijo finalmente.
—Y ya sabes por qué. Porque estaba con su papá. Eso es todo lo que necesita. Y
ya que estamos hablando de sus temores, si alguna vez ves que se queda paralizado
sin motivo aparente es porque hay algún insecto volador cerca. Los odia. Cometí el
error de dejarle ver una película de dibujos sobre insectos voladores y no estaba
preparado para ello.
Fue el turno de reír de Cesar. Era un sonido que siempre agradaba a Sarah y
que le habría gustado escuchar más a menudo.
Se irguió en la cama sobre un codo, dispuesta a aprovechar que Cesar no
parecía especialmente hostil.
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—Veo que sigues tan guapa como siempre, Bibi. ¿Aún no has terminado de
torturarlo?
—Vaya, vaya… pero si es Luca de Falcon. ¡La terrible pareja en el mismo
cuarto! —bromeó Bibi.
Cesar miró de reojo a su hermano desde la camilla de ejercicios.
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Luc asintió.
—Mamá está encantada con él. No consigue dejar de llorar. Y Marie Claire ya es
su esclava. ¡Pero deberías ver a papá! Aún no ha soltado la mano de Jean Cesar. En
estos momentos, tu hijo está enseñando a su abuelo la casa. Ya está haciendo de
anfitrión. No hay duda de que es un Falcon. Y no podrías haber elegido un nombre
que hiciera más orgulloso a papá.
—Eso fue cosa de Sarah —dijo, y apartó la mirada.
—Ha hecho un magnífico trabajo criando a tu hijo. No hay duda de que
encontraste a tu media naranja en Carmel. Tiene todos los instintos adecuados.
—Excepto por un defecto funesto. Pero no quiero hablar de ella.
—En ese caso, no lo haremos.
Luc señaló la puerta.
—Será mejor que vayamos a tu habitación antes de que Bianca nos acuse de
estar arruinando la comida de Juliana.
—Johnny ya la tiene camelada.
—De tal palo, tal astilla. Tu siempre le caíste mejor que yo —Luc alzó una ceja—
. ¿Te he confesado alguna vez que estaba celoso por eso?
—¿Y yo te he dicho alguna vez que estaba celoso de mi famoso hermano
campeón de esquí?
—Esos días ya han pasado para mí. Menos mal que tú te vas a recuperar a
tiempo para participar en el campeonato del año que viene.
Cesar se tensó al escuchar aquello.
—¿De dónde te has sacado eso?
Luc se encogió de hombros.
—Sólo estoy repitiendo lo que dijo ayer tu esposa ante las cámaras. Olivia y yo
la vimos en las noticias.
Cesar sintió que le costaba respirar. No había visto las noticias a propósito.
—¿Qué dijo exactamente?
Luc repitió textualmente las palabras de Sarah.
—Estuvo magnífica. Y ahora, para no quedar mal, vas a tener que recuperarte.
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Y también estaba Johnny, por supuesto, que conquistó al instante sus corazones.
—¡Oh, Cesario… es idéntico a ti a esa edad! —dijo la madre de Cesar—. Ven
aquí y deja que te abrace de nuevo, Giovanni. No te importa que te llame Giovanni,
¿verdad?
—¡Me encanta! —exclamó Johnny, y todos rieron.
Más tarde, por la noche, Olivia se las arregló para quedarse un momento a solas
con Sarah.
—Mientras todos están en la terraza con los niños, hay algo que quiero darte en
privado antes de que nos vayamos a la cama. Ven conmigo.
Intrigada, Sarah siguió a su cuñada hasta la habitación de invitados. Olivia, una
mujer cálida y con los pies en la tierra con la que había congeniado enseguida, era
una de las famosas trillizas Duchess de Nueva York. Las otras dos estaban casadas
con primos de Cesar.
Tras cerrar la puerta del dormitorio, Olivia se dirigió al armario.
—Lo he dejado aquí.
Sarah supuso que se trataría de algún regalo de bodas, pero se sorprendió al ver
que Olivia se volvía hacia ella con un bastón en las manos.
—Ya has escuchado a los padres de Cesar hablar sobre el accidente de Luc, pero
lo que no sabes es la historia que hay tras este bastón. Cuando conocía a Luc acababa
de empezar a usarlo para moverse. Sufría tanto física y emocionalmente que dolía ser
testigo de ello. Ver hoy a Cesar en la silla de ruedas ha sido como un déjà vu. Cesar y
Luc se parecen mucho, y se quieren, pero hubo una época en que Luc llegó a creer
que Cesar lo había traicionado con su novia.
Sarah bajó la mirada.
—Leí algo sobre ello en la prensa.
—Nada era cierto, Sarah. La novia de Luc tuvo una aventura con uno de los
mecánicos de Cesar y trató de hacer creer que el bebé era de Cesar porque tenía más
dinero que su hermano. Lo que hizo fue perverso. Estuvo a punto de destruir la
relación de Cesar y Luc porque éste creyó sus mentiras.
—¡Ojalá lo hubiera sabido! —exclamó Sarah—. Ese fue uno de los motivos que
me hicieron posponer una y otra vez mi llamada a Cesar. Pensé que… —enterró el
rostro en las manos—. Pensé que si ya tenía un bebé lo último que necesitaba era
enterarse de que iba a tener otro. Debió de ser terrible para toda su familia…
Olivia asintió.
—Las cosas se pusieron muy feas, sobre todo porque Cesar estaba pasando por
una crisis personal que no quiso compartir con nadie. Creo que tú tuviste algo que
ver con ello.
Sarah no ocultó su sorpresa al escuchar aquello.
—Si fue así, no me enteré de nada. Cuéntame.
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—Luc se negaba a hablar con Cesar, que era totalmente inocente. Para empeorar
las cosas, yo me fui a Monza a ver correr a Cesar. Debido a un horrible malentendido
Luc creyó que me había acostado con su hermano y no quiso saber nada más de mí.
Si supieras las cosas que me dijo…
Sarah no pudo evitar las lágrimas.
—Deberías haber estado en la habitación de Cesar en el hospital el otro día,
cuando le conté que tenía un hijo del que nunca le había hablado…
Olivia pasó un brazo por sus hombros para reconfortarla.
—No son hermanos por nada.
—No —Sarah inhaló con fuerza por la nariz en un esfuerzo por recuperar la
compostura.
—Debido a lo sucedido con la novia de Luc, Cesar tiene motivos para
desconfiar de cualquier mujer que trate de acercarse a él.
—Cesar me desprecia, Olivia.
—Sólo cree que te desprecia.
Sarah negó con la cabeza.
—Le hice algo terrible. Sé que no puedo esperar su perdón. Si pudiera
rectificar… —no pudo evitar un sollozo—. Cuando veo cuánto quiere Johnny a la
familia, cuánto os ha necesitado a todos y a su padre, me siento horriblemente mal.
Soy una mala persona.
—No…
—Sí lo soy. Después de lo que le hice a Cesar es increíble que no me denuncie
para obtener la custodia de Johnny. Tendría todo el derecho a quitármelo.
—Jamás haría algo así a la madre de su hijo. Cesar es un hombre excepcional.
—Lo sé —susurró Sarah.
—Cuando me enteré por Cesar de la verdad sobre la novia de Luc, fui a hablar
con Luc y le conté lo que me había dicho su hermano. Luc no quiso creerme y lo
siguiente que supe de él fue que se había ido de Mónaco. Tan sólo dejó una nota
especialmente cruel para mí. Encontré el bastón tirado en el suelo. Aquello
significaba que Luc podía volver a caminar sin ayuda… y también que no quería
volver a saber nada de mí. Fue una pesadilla, porque yo estaba perdidamente
enamorada de él. Ante la imposibilidad de ponerme en contacto con él, volví a
Nueva York y me llevé el bastón. Pero hubo un final feliz. Afortunadamente, Luc
decidió hablar con su hermano y se reconciliaron. Ahora se llevan mejor que nunca y,
como es obvio, Luc y yo estamos juntos —Olivia miró un momento el bastón antes
de continuar—. Cuando saliste ayer en televisión y vi la confianza que tenías en que
Cesar estaría en condiciones de volver a correr el año que viene, supe que debías
tener el bastón. Quiero que sea tu talismán de la suerte.
Sarah tomó el bastón y abrazó a Olivia.
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—Es un regalo maravilloso, pero creo que será mejor que lo oculte hasta que
llegue el momento adecuado. Gracias por haberme dicho lo que necesitaba saber,
Olivia. Ahora puedo comprender mejor a Cesar.
—Estamos casadas con dos hombres increíbles, pero capaces de proteger su
corazón como fieras.
Sarah apretó el bastón con fuerza mientras sentía un pequeño brote de
esperanza en su interior.
—Discúlpame un momento mientras voy a guardar el bastón. Enseguida me
reúno contigo y con los demás —sabía exactamente dónde ponerlo y se encaminó a la
habitación de Johnny.
Una vez cumplida su misión fue a la terraza, donde el resto de los adultos de la
familia estaba disfrutando con las ocurrencias de los niños.
Johnny había sacado su juego de twister y, mientras los adultos observaban, se
había dedicado a realizar algunas contorsiones increíbles.
Marie Claire, con sus rizos rubios rebotando contra su frente, trató de imitar a
su primo y se cayó varias veces. Luc trató de contener la risa mientras ayudaba a su
hija a levantarse y se esforzaba en aplacar su orgullo herido con palabras de ánimo.
Por su parte, Cesar animaba disimuladamente a su hijo desde la silla de ruedas.
Olivia dedicó una sonrisa cómplice a Sarah antes de decir:
—Es hora de bañar a los pequeños.
Johnny y su prima protestaron un poco, pero acabaron obedeciendo
dócilmente. Los padres de Cesar, también cansados por el viaje, se retiraron a
dormir.
Mientras Cesar supervisaba el baño de Johnny, Sarah se ocupó de organizar la
habitación, que estaba hecha un caos. Después salió al otro dormitorio para que
padre e hijo pasaran un rato tranquilos a solas. Al cabo de un rato Johnny entró
corriendo para darle un beso de buenas noches y luego regresó con su padre.
Ya eran casi las once cuando Angelo ayudó a Cesar a acostarse. En cuanto se
quedaron a solas Sarah se volvió hacia él y vio que le daba la espalda.
—¿Le has dicho a Angelo que a partir de ahora me ocuparé yo de ayudarte por
las noches?
—Le he dicho que venga a las cuatro.
—En ese caso pondré mi despertador a las dos.
—No te preocupes si te quedas dormida.
—No me quedaré dormida —Sarah se mordió el labio inferior. Estaba deseando
hablar con Cesar, pero no sabía de qué humor estaba—. Tu familia me ha gustado
mucho…
—¿De qué habéis estado hablando Olivia y tú tanto tiempo? —preguntó Cesar.
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Sarah esperaba aquella pregunta, pero Cesar la había hecho haciendo caso
omiso de lo que acababa de decirle. Tenía la esperanza de que la visita de la familia
hubiera servido para aliviar la tensión que había entre ellos, pero ya podía ir
olvidándose.
—Olivia me ha hablado del accidente que sufrió Luc.
—Su accidente fue distinto. Aunque Luc hubiera perdido una pierna, habría
seguido conservando la otra.
—Lo sé. Olivia sólo pretendía animarme para que no perdiera la esperanza.
Cesar masculló una maldición.
—Los tópicos no acaban nunca.
Aquello irritó a Sarah, que se irguió en la cama.
—¿Preferirías que todo el mundo te dijera que no hay esperanza? ¿Qué te
parecería si los miembros de tu familia se limitaran a mover la cabeza con pesar y a
decirte que estás acabado y que deberías haber muerto en el accidente?
—Eso es lo que piensan.
—No, Cesar. Eso es lo que piensas tú. ¡Es patético!
Sarah apartó la sábana y salió de la cama.
—¿Adónde vas? —espetó Cesar.
Vaya, vaya, pensó Sarah. Al parecer tenía suficiente poder sobre él como para
enfadarlo. Eso estaba bien.
—Lejos de ti, para que puedas regodearte en tu autocompasión. Por lo visto eso
es lo que quieres. Voy a pasar el resto de la noche con Johnny. Afortunadamente, tu
hijo no sabe que el padre al que adora se ha rendido —se detuvo en el umbral de la
puerta y se volvió hacia Cesar—. No te preocupes. Volveré a las dos.
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Capítulo 7
La noche se hizo interminable. Cada vez que Cesar miraba su reloj sólo habían
pasado cinco minutos. Desde que Sarah se había ido de la habitación, los recuerdos
del día del accidente habían empezado a regresar en destellos. Los detalles aún no
estaban claros, pero revivió una y otra vez la sensación de ir a toda velocidad hacia
su muerte.
Cerrara los ojos o los abriera, el horror de la sensación lo dejaba sin aliento.
—¿Cesar?
Cesar olió la fragancia de Sarah antes de que se sentara a su lado en la cama.
—¿Qué sucede? Te he oído gritar.
—No es nada.
—No me digas eso —Sarah apoyó una mano en la mejilla de Cesar y luego le
apartó un mechón de pelo de la frente—. Has estado sudando —dijo a la vez que se
levantaba.
Regresó unos segundos después y frotó el rostro de Cesar con un paño
húmedo.
—Has recordado el accidente, ¿verdad? El doctor me dijo que tu mente
recordaría el momento del impacto cuando estuviera lista. Eso significa que te estás
curando.
Cesar gruñó. Si aquello era curarse, no quería saber nada al respecto.
—Yo lo vi todo. ¿Quieres preguntarme algo?
—¿Cómo se lo tomó Johnny?
—Desde que te vio montar en tu coche por primera vez asumió que llevabas un
traje de astronauta. Afortunadamente, cree que los trajes de astronauta son
indestructibles. Cuando chocaste me dijo que no ibas a morir porque llevabas tu traje
de astronauta.
—¿Y qué le respondiste?
—Que tenía razón y que el gran Cesar Villon era indestructible.
—¿Era eso lo que pensabas realmente?
—No. Desafortunadamente soy demasiado mayor como para creer en cuentos
de hadas. No dejé de rogar a Dios para que te conservara vivo y pudieras conocer a
tu hijo y amarlo como yo lo amo.
—Al parecer, tus ruegos fueron escuchados.
—Pero no los tuyos, ¿verdad, Cesar?
La pregunta de Sarah debió de dar de lleno en la diana, porque Cesar no
contestó.
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Cesar no sabía que se había casado con una mujer de lengua tan punzante. La
chica a la que hizo el amor no tenía un gramo de maldad en su bello cuerpo. Pero
debía admitir que en seis años aquel cuerpo resultaba más tentador que nunca.
También debía reconocer que era una madre perfecta para su hijo. Su propia madre
ya la había alabado en más de una ocasión desde su llegada.
—Per favore, signora de Falcon.
—Eso está mejor.
Sarah fue a por las pastillas y regresó enseguida. En cuanto Cesar las tomó
ayudado por un vaso de agua, se encaminó hacia la puerta del dormitorio de Johnny.
—Si te lo pido educadamente, ¿me leerás un cuento para que pueda dormirme?
Sarah se volvió, sorprendida. Su camisón se arremolinó en torno a sus largas y
bien contorneadas piernas.
—¿Qué cuento?
—La bella durmiente —dijo Cesar, pensando que era él el que había estado
dormido todos aquellos años y que estaba empezando a despertarse—. Está en la
habitación de Johnny.
—¡Pero está en italiano!
—Yo te ayudo a leerlo.
—En otras palabras, quieres empezar ahora mismo con mis lecciones de
italiano. Supongo que no me vendrá mal comprender a mi hijo cuando maldiga en
ambas lenguas, como su padre.
—¿Eso es lo que hago? —se burló Cesar.
—En cuatro lenguas, dependiendo de tu humor —bromeó Sarah—. Como ya
sabes, se me da de maravilla destrozar el italiano. Pero si de verdad quieres que lo
haga, es tu funeral.
—Correré el riesgo y así me olvidaré del que me escapé en Brasil.
Sarah se puso seria.
—Eso no tiene gracia, Cesar.
—No pretendía ser gracioso.
Sarah no tardó en regresar con el libro. Encendió la lámpara de la mesilla de
noche y se metió bajo las sábanas. Se movió con rapidez, pero no con la suficiente
como para ocultar sus femeninas curvas a la atenta mirada de Cesar.
En aquel instante él sintió una asombrosa respuesta de deseo por ella. Y no sólo
en su mente. ¡Afectó a cada centímetro cuadrado de su cuerpo!
¡Cielo santo…! Creía que aquella parte de su anatomía estaba muerta.
¿Significaría aquello que…?
—¿Cesar? Tú respiración se ha vuelto repentinamente más agitada. ¿Estás
enfermo? ¿Te encuentras bien? Dime la verdad.
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El corazón de Cesar latía casi con violencia en su pecho. Necesitaba hablar con
su médico cuanto antes.
—Supongo que aún estoy reviviendo el accidente —mintió para darse tiempo
de asimilar lo que estaba pasando.
—En ese caso, vamos a empezar cuanto antes con mi lección —Sarah abrió el
libro—. La bella addormentata —empezó, haciendo un esfuerzo por pronunciar
adecuadamente.
En una noche, Cesar había estado en la cama con dos mujeres, pero era la dulce
y amorosa Sarah de su otra vida la que estaba en la cama a su lado en aquellos
momentos. A pesar de lo que le había hecho, su pasión por ella había regresado más
fuerte que nunca.
Necesitó toda su fuerza de voluntad para no tomarla entre sus brazos. La
necesidad de sentirla contra su cuerpo, de saborear su boca, fue una tortura tan
exquisita que gimió involuntariamente.
—Cesar…
—Sigue leyendo —interrumpió él—. Por favor…
—¿Johnny? Todo el mundo está listo para irse —eran las cuatro de la tarde y la
familia de Cesar tenía que tomar su avión.
Johnny miró a Sarah con expresión de tristeza.
—¿Tienen que irse?
—Me temo que sí. Pero ya has oído a tu padre. Iremos a visitarlos el mes que
viene.
Olivia se acercó a ellos.
—¿Sabes dónde está Albert, Johnny? Marie Claire no puede encontrarlo. Es el
corderito de su juego de animales de granja.
—No lo he visto. Ha estado jugando con ellos por todas partes.
—Puede que esté en tu cuarto —sugirió Cesar—. Vamos a ver.
—Yo os ayudo —Sarah miró a Olivia—. Enseguida volvemos. Si no lo
encontramos, seguiremos buscando cuando os hayáis ido y os lo enviaremos en
cuanto aparezca.
Sarah y Johnny siguieron a Cesar, que avanzaba con su silla por el pasillo con
más energía de la habitual. Desde el viernes por la noche, cuando tuvo aquel destello
de memoria, parecía diferente. No estaba tan hostil con Sarah, algo que ella agradecía
enormemente. No quería que su hijo captara la tensión que había entre ellos.
Una vez en el dormitorio, todos se pusieron a buscar el corderito. Johnny
exploró su armario y luego buscó debajo de la cama.
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—De acuerdo.
Consciente de que necesitaba unos momentos a solas, Sarah salió de la
habitación para reunirse con los demás.
Cuando Cesar se reunió con ellos lo hizo sin el bastón.
Olivia miró a Sarah, consciente de que pasaba algo.
—Te llamaré cuando lleguemos a Mónaco —murmuró.
—No dejes de hacerlo, por favor —replicó Sarah, consciente de que nadie
podría entenderla mejor que su cuñada.
—Os esperamos el mes próximo —dijo la madre de Cesar antes de besarla y
abrazar a su nieto.
Cuando Sarah se volvió, emocionada, estuvo a punto de chocar con el padre de
Cesar, que le dio un abrazo y susurró junto a su oído:
—Has salvado la vida de mi hijo. Bendita seas, ma fille —la había llamado hija,
algo que Sarah no habría podido imaginar ni en sus mejores sueños.
—Siempre lo he amado —confesó en voz baja, para que nadie más pudiera
escucharla.
—No dejes de hacerlo, pase lo que pase.
Unos minutos después la limusina se alejaba y Marie Claire se despedía de ellos
con la manita desde le ventana trasera.
Johnny empezó a llorar. Cesar lo sentó en su regazo.
—Vamos a echarlos de menos, ¿verdad?
Johnny asintió antes de rodearlo con los brazos por el cuello.
—Me alegra que tú no te vayas.
—Yo nunca te dejaré.
Johnny lo estrechó con fuerza.
—Te quiero, papi.
—Yo también te quiero… y tengo una idea. ¿Qué te parece si tu madre, tú y yo
damos una vuelta en barco por el mar?
Johnny se animó de inmediato al escuchar aquello, pero enseguida frunció el
ceño.
—¿Y si nos acercamos demasiado a las sirenas?
—No existen las sirenas, cariño —dijo Sarah—. Es sólo un cuento.
Cesar rió.
—No te preocupes. No iremos en esa dirección. Dirigiremos la embarcación
hacia Capri y compraremos gelato antes de volver a la villa.
—Juliana me ha enseñado que eso quiere decir helado.
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La tensión abandonó el cuerpo de Cesar con tanta rapidez como había llegado.
Abrió los ojos.
—¿Sarah? —murmuró, aturdido.
—Sí. Estabas reviviendo el accidente. Has dicho que estabas muerto. Háblame
de ello.
Cesar parpadeó.
—Me dijeron desde los boxes que había restos en la pista, que tomara la curva
por el interior. Rykert había chocado con el muro. De pronto vi que el coche de Prinz
salía lanzado hacia mí —Sarah sintió cómo se estremecía el poderoso cuerpo de
Cesar bajo el suyo—. Cuando salí disparado por los aires supe que había llegado mi
hora.
—¡Pero no había llegado! —dijo Sarah con énfasis—. Los tres estáis vivos y
bien. La próxima temporada volverás a correr y Johnny estará entre el público,
animándote. Yo también estaré animándote. Te quiero, Cesar. No sabes cuánto… —
añadió antes de cubrir la boca de Cesar con la suya.
Como alguien que acabara de salir de un trance, Cesar empezó a responder. Por
fin, Sarah tenía a su amado entre sus brazos. Necesitaba su beso como necesitaba el
aire.
Mientras la sujetaba con un brazo por la espalda, Cesar apoyó la otra mano en
su nuca para mantenerla donde estaba. Pero Sarah no tenía intención de ir a ningún
sitio. Lo único que deseaba era saborear lo que les había sido negado desde aquella
arrebatadora noche. Hacía tanto tiempo que no experimentaba algo así que estaba
ardiendo de deseo.
—Voy a ayudarte a ponerte en otra postura —susurró.
Quería recuperar el amor de Cesar y demostrarle que para ella siempre
resultaría deseable. Se arrodilló junto a él y lo ayudó a tumbarse de costado de
manera que quedara frente a ella.
—Ya está.
Sonrió y, aún de rodillas, empezó a quitarse el camisón. Pero Cesar la sujetó por
las muñecas para impedírselo.
Una cruel sonrisa distendió su rostro.
—No vamos a ir más allá, esposa mia. Eres una madre excelente, una gran
publicista y una magnífica enfermera, pero tendrás que ahorrarte el resto de tus
talentos para un hombre que pueda satisfacerte.
Sarah se sintió como si acabara de oprimirle el corazón en un puño.
—Sólo… sólo quería demostrarte lo deseable que sigues siendo. Podemos
resolver esto.
—Si te refieres a tu frustración, me temo que ése es tu problema, no el mío. Ya
te lo había advertido.
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Tras soltar las manos de Sarah, Cesar apoyó la cabeza en la almohada y cerró
los ojos para hacerle saber que lo único que quería era dormir.
Lo único que pretendía Sarah era hacerle ver que seguía siendo un hombre en
todo el sentido de la palabra. Si hubiera sido cualquier otra mujer, tal vez le habría
permitido seguir con el experimento. Pero no había perdón para ella.
Se tumbó junto a él sin volver a tocarlo, consciente de que no merecía más que
su fría tolerancia. Después de haberle ocultado la existencia de su hijo durante tanto
tiempo, ¿qué podía esperar?
Por mucho que quisiera correr a ocultarse en algún sitio en que llorar sin que
nadie pudiera escucharla, no podía. Tenía que cambiar de posición a Cesar a las dos,
y de nuevo a las cuatro. Además, quería estar a su lado por si tenía otra pesadilla.
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simplemente jugaba con él. Ya que el colegio empezaba una semana después, padre e
hijo querían aprovechar al máximo el tiempo que tenían.
Entretanto, Sarah se ocupó de ir varios días al pueblo para hacer algunas
compras, recoger las fotos de la boda y acudir a una joyería a comprar un anillo para
Cesar. Tras hacer grabar en éste lo que quería, decidió esperar al momento oportuno
para entregárselo.
Uno de aquellos días, cuando regresó, encontró a Johnny y a Cesar sentados en
la terraza, almorzando un plato de pasta.
—Ciao, mama —
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Sarah no creyó aquella explicación, pero le daba igual. Lo único que importaba
era que Cesar estaba de vuelta. Bajó de la cama de Johnny y fue a su dormitorio para
acostarse. Pasó una hora antes de que Cesar entrara con Angelo que, como cada
noche, lo ayudó a acostarse.
—Cuéntame qué te ha dicho el médico —preguntó Sarah en cuanto se quedaron
a solas—. Estoy deseando enterarme de las noticias.
—No entiendo por qué —dijo Cesar con frialdad—. Ya te había dicho que no
tengo esperanzas. Y lo cierto es que estoy agotado. Buona notte, Sarah.
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Capítulo 8
Cesar necesitaba tiempo para asimilar lo que había averiguado en el hospital.
Una vez enterados de que sus funciones corporales estaban volviendo a la
normalidad y de que llevaba dos días experimentando un claro cosquilleo en los
pies, la opinión de los médicos fue unánime.
—La lesión no fue tan seria como habíamos imaginado, lo que significa que
volverá a caminar. Es demasiado pronto para hablar de volver a correr. Todo
depende de que continúe el tiempo suficiente con la rehabilitación.
Cesar apenas podía creerlo, pero la sensación de cosquilleo de sus piernas era
cada vez más intensa. La noche anterior había sentido con claridad el contacto de la
mano de Sarah en su cadera… y el efecto que había tenido en otras partes de su
cuerpo.
De momento no quería que nadie supiera nada, excepto Bibi y Massimo. Había
pedido a los médicos completa discreción. Mientras no fuera capaz de levantarse de
la silla de ruedas por su propio pie, prefería que nadie más se enterara,
especialmente Johnny y Sarah.
En cuanto Johnny se durmió, salió a la terraza en la silla de ruedas para llamar a
Massimo. Era media noche en Guatemala, pero le daba igual, y seguro que a su
primo también.
Tras enterarse de la noticia, Massimo se quedó momentáneamente anonadado.
—De manera que existen los milagros —dijo finalmente.
—Es increíble, ¿verdad? De momento quiero mantenerlo en secreto.
—De estar en tu lugar yo haría lo mismo. Lo que Sarah y tu hijo no sepan no
puede hacerles daño.
—Exacto.
—Julie y yo volamos a Italia dentro de dos semanas con Nicky.
—La primera semana os alojaréis con nosotros —dijo Cesar en un tono que no
admitía réplica.
—Muy bien. Te llamaré un par de días antes de salir. Estoy deseando conocer a
Giovanni de Falcon.
Cesar sonrió.
—Prepárate para contestar miles de preguntas. La palabra «archeologo» ya forma
parte de su vocabulario.
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Dos semanas después, Sarah salió del instituto donde estaba estudiando
italiano y se encaminó hacia el colegio de Johnny, con el que solía volver a casa
caminando.
Pero al llegar vio que Angelo esperaba en la entrada con el coche. Después de
que Angelo le informara de que Cesar estaba dentro, Sarah decidió entrar en el coche
a esperar. Si hubiera sucedido algo malo, Angelo se lo habría dicho. Hombre de
pocas palabras, Sarah no sabía si le caía bien o mal. Bianca tampoco hablaba mucho,
pero la antipatía que sentía por ella era evidente.
Entre ellos dos y la actitud especialmente distante de Cesar desde que había
regresado de su visita al hospital, se sentía como una persona non grata en su casa.
Cinco minutos después, incapaz de seguir allí sentada con sus tortuosos
pensamientos, le dijo a Angelo que prefería ir a casa paseando.
Hacía mucho calor, de manera que decidió pasar por una tienda cercana para
comprar una botella de agua. Pero la encontró cerrada. Así era como parecía estar
transcurriendo su día.
Había subido ya la mitad de la cuesta que llevaba a su casa cuando un coche se
detuvo a su lado.
—¿Sarah?
Un hombre atractivo de pelo castaño se asomó a la ventanilla. Era uno de los
estadounidenses de su clase de italiano. Por lo visto él se había aprendido su nombre,
pero ella no podía devolverle el cumplido.
—Permite que te acerque a donde vayas.
—Gracias, pero prefiero caminar.
—¿Con este calor? —el hombre sonrió—. Por favor. Me llamo George Flynn. Me
han trasladado de Nueva York aquí. No muerdo.
Sarah le creyó. Y lamentó que se notara tanto lo acalorada que estaba.
—Sólo me queda un pequeño trayecto por recorrer.
—En ese caso deja que te lleve. Si sigues caminando bajo este sol, podrías
deshidratarte.
El hombre salió del coche y lo rodeó para abrir la puerta de pasajeros.
—Eres muy amable.
—Dime por dónde ir —dijo él cuando volvió a sentarse tras el volante.
—Sigue hasta el final de la calle, tuerce a la izquierda y continúa hasta arriba.
—¿Donde sólo los famosos tienen sus mansiones? —bromeó George—. ¿Eres
uno de ellos?
—No, pero mi marido sí.
—¡Ah! Y yo que pensaba que por fin iba a cambiar mi suerte…
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Era un hombre agradable, y Sarah pensó que era culpa suya que hubiera
pensado que estaba soltera. En clase sólo utilizaban los nombres de pila, y ella aún no
se había animado a ponerse el anillo con el rubí que le había regalado Cesar.
Unos momentos después entraban en el sendero privado que llevaba a la casa…
justo detrás del coche de Cesar.
El corazón de Sarah latió más deprisa. Angelo ya había ayudado a Cesar a
sentarse en la silla de ruedas. Johnny estaba a su lado y, cuando la vio, dijo algo a su
padre, que volvió la cabeza en su dirección. Las gafas que llevaba ocultaron sus ojos,
pero no su desaprobación.
—No puedo creerlo —murmuró George—. ¡Es Cesar Villon!
—Te agradeceré que seas discreto respecto a esto.
—Por supuesto.
George tenía que irse cuanto antes de allí. Aprovechando su conmoción, Sarah
bajó del coche.
—Ya buscaré una forma de devolverte el favor. Nos vemos la semana que viene
en clase. Grazie, signore —utilizó las palabras que habían aprendido aquella tarde y,
tras cerrar la puerta del coche, pasó a toda prisa junto a su marido y su hijo. Una vez
en la casa se encaminó a la cocina, sorprendiendo a Bianca.
Para cuando todo el mundo entró, Sarah estaba acabando una de las botellas de
agua fría que guardaba en la nevera. Se sintió revivir con cada trago.
—¿Quién era ese hombre? —preguntó Johnny.
—George, un compañero de mi clase de italiano.
Cesar no dijo nada, pero miró fijamente la mano carente de anillos de Sarah.
—George es de Nueva York —continuó ella—. Me ha visto subiendo la cuesta
y, ya que hace tanto calor, se ha ofrecido a traerme.
—¿Por qué no has esperado a venir con nosotros? —preguntó Cesar con
engañosa suavidad.
—No sabía cuánto ibais a tardar y tenía ganas de pasear.
—¿Con este calor?
—He intentado comprar una botella de agua de camino, pero la tienda estaba
cerrada. Cuando George se ha ofrecido amablemente a traerme estaba muerta de
calor —Sarah sonrió a Johnny—. Vamos a tu cuarto. Quiero que me cuentes qué has
hecho hoy en clase.
Mientras Sarah tomaba una ducha, Johnny no paró de hablarle de un chico
llamado Guido. Al parecer ya empezaba a hacer amigos.
Después de cenar, Johnny, Cesar y Sarah fueron a ver una película de dibujos
animados en el DVD del dormitorio. Cuando Johnny empezó a cabecear de sueño,
Cesar dijo que era hora de acostarse y lo acompañó al dormitorio.
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—De acuerdo —agradecida por haber dejado aquel asunto zanjado, Sarah
dijo—: Háblame de Guido.
—Tiene dos hermanos mayores y sus padres tienen una floristería en Positano.
Según la profesora, Johnny y él han hecho muy buenas migas. Johnny le pone los
dientes largos hablándole de surf y Guido lo tiene extasiado con la bicicleta de
montaña de su padre. Al parecer, Johnny está deseando montarla.
Sarah gimió.
—Dentro de poco querrá una. Ya está empezando.
Cesar la miró un momento antes de hablar.
—Si algún día te dice que quiere ser corredor de coches como yo, ¿qué le dirás?
Sarah había pensado en aquello desde que supo que iba a tener un chico. Un
hijo de Cesar.
—Mi padre quiso ser corredor profesional pero nunca lo fue porque no se
consideraba lo suficientemente bueno, de manera que construyó un circuito para que
corrieran otros. Entre tú y él, me sorprendería que Johnny optara por ser dentista.
Cesar rió.
—En otras palabras…
—Le pediría que hiciera que nos sintiéramos orgullosos de él —dijo Sarah.
Cesar la tomó de la mano, sorprendiéndola. No esperaba que volviera a tocarla.
—Hablas en serio, ¿no?
—Por supuesto. Tenemos que dedicarnos a lo que nos hace felices, o a lo que
creemos que nos hace felices.
Antes de soltarla, Cesar le estrechó la mano con tal fuerza que Sarah pensó que
no era consciente de ello.
Al ver que su marido cerraba los ojos, y ansiosa por practicar lo que había
aprendido en la clase, susurró:
—Buona notte, esposo mio. Sogni belli.
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Cesar tenía las barras paralelas ante sí. Todo lo que tenía que hacer era
levantarse. Llevaba días repitiéndose lo mismo.
Aferró los reposa brazos de la silla y su frente se cubrió de sudor.
—¿Está cerrada la puerta?
—Sí.
—No quiero que Johnny entre de repente y me vea —ni Sarah, aunque su mujer
nunca se había asomado al gimnasio.
—Tranquilo. Ahora cierra los ojos y concéntrate. Puedes hacerlo.
Hasta entonces Cesar no había logrado levantarse.
Pero dos semanas atrás le habría encantado volar de la silla para tumbar de un
derechazo al tal George. Aquel depredador había acechado a la preciosa
norteamericana que, por algún milagro, había caído en su clase…
—Eh bien… ¡regarde! —exclamó Bibi.
Cuando Cesar abrió los ojos y bajó la mirada vio que estaba levantado a medias.
La conmoción le hizo caer de nuevo a la silla.
Bibi le echó los brazos al cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas.
—Fuera lo que fuese en lo que estabas pensando, sigue haciéndolo, mon vieux.
Cesar estaba temblando como una hoja al viento.
—Lo he hecho, Bibi.
Había oído hablar de personas que, a punto de ahogarse, habían revivido su
vida en un instante. A él le estaba pasando lo mismo, sólo que en lugar de hundirse
estaba volando por el circuito a más de trescientos kilómetros por hora.
—Nunca he dudado de que el gran Cesar Villon regresaría.
—Pero no sin tu ayuda.
—¿Sabes lo que te digo? Que vas a estar caminando para el fin de semana.
Vamos. Tenemos trabajo que hacer.
Era lunes. Massimo llegaría el viernes por la noche. Tenía cinco días. Cuando
llegara su mejor amigo, Cesar tenía intención de levantarse de la silla de ruedas ante
Sarah y Johnny para abrazar a Massimo de hombre a hombre. Vivía para el momento
en que su esposa se diera cuenta de que, a fin de cuentas, no se había casado con
medio hombre.
¡Se iba a llevar una gran sorpresa!
Alguien del equipo le había enviado un DVD con la entrevista que habían
hecho a Sarah en la tienda de juguetes. Cuando lo había visto en privado, su actitud
desafiante ante la cámara mientras hablaba de él y aseguraba que volvería a correr lo
había dejado asombrado. Pero sabía que en el fondo no lo creía.
Si Sarah hubiera creído que iba a volver a caminar, habría buscado una forma
de solucionar las cosas sin necesidad de convertirse en la señora de Falcon. Era su
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Capítulo 9
Sarah acababa de salir de clase cuando oyó que un hombre la llamaba. Al
volverse vio que era George Flynn. Si Cesar llegara a enterarse de aquello…
Cuando se detuvo ante ella comprendió que tenía que decir algo.
—Hola —saludó—. ¿Qué te trae por esta escuela?
—Cuando dejaste de venir a clase la semana pasada me preocupé. Desde
entonces he ido a varias escuelas de idiomas de la zona para asegurarme de que
estabas bien.
—Estoy bien.
—Es evidente. Quiero que sepas que soy un gran admirador de tu marido. Si yo
estuviera en su lugar y tú fueras mi esposa, no me gustaría que un desconocido se
acercara a ti. Lo que trato de decir es que…
—Sé lo que tratas de decir. Precisamente me he cambiado de escuela para que
mi marido no se preocupe.
George asintió y detuvo un momento la mirada en el anillo que Cesar había
dejado sobre la almohada de Sarah el sábado por la mañana. Sarah sospechaba que lo
había elegido Angelo.
—Prometo que no volverás a verme —dijo George—. Y lamento lo que le
sucedió a tu marido.
Sarah percibió la sinceridad de sus palabras.
—Gracias. Yo también lo lamento.
—Era el mejor.
—Es el mejor —corrigió Sarah—. Algún día volverá a correr.
—Contigo a su lado, no lo dudo —George hizo un breve asentimiento de
cabeza—. Arrivederci, signora de Falcon.
Sarah observó como salía del edificio. Tras esperar cinco minutos decidió que
ya era seguro hacer lo mismo. Una vez fuera se sorprendió al ver que Angelo aún no
había llegado.
Mientras esperaba, un estudiante ruso de su clase salió del edificio y se acercó a
ella. Era un tipo bastante agresivo. No le gustaba la forma en que la miraba desde
que se había apuntado a aquellas clases.
—Si necesitas que te lleven, tengo el coche a la vuelta de la esquina. Está
disponible sólo para ti.
Sarah no estaba dispuesta a correr más riesgos.
—Pero yo no estoy disponible —dijo sucintamente—. Ahí llega el coche de mi
marido —añadió, aliviada.
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—No lo sé. Por lo visto decidió buscar en diversas escuelas con la esperanza de
encontrarme y asegurarse de que estaba bien. Quería disculparse. No sabía que
estaba casada. En cuanto te vio te reconoció y me dijo que era un gran admirador
tuyo. Se sintió fatal al darse cuenta de lo que debiste de pensar. Me ha dicho que no
iba a volver a verme y lo he creído. Eso es todo lo que ha pasado —Sarah suspiró—.
El otro hombre que ha visto Angelo es un compañero de clase bastante repelente.
Tiene que haber visto mi anillo de casada, pero eso no ha bastado para desanimarlo.
Cuando me ha preguntado si podía llevarme a algún sitio, le he dicho que mi marido
había venido a por mí y he ido rápidamente al coche. Si vuelve a molestarme, te lo
diré. Y si prefieres que reciba mis clases de italiano en casa, dímelo.
Cesar masculló una maldición.
—Angelo y yo hemos hablado de ello. Voy a triplicar tu seguridad y la de
Johnny. Apenas os enteraréis de que vuestros guardaespaldas están cerca, pero es
necesario. Me temo que siempre seréis un objetivo, y después de tu aparición en
televisión el riesgo ha aumentado. No quiero correr ningún riesgo.
Sarah pudo alejar de su mente alguno de los pensamientos negativos que estaba
teniendo.
—Me parece buena idea mientras también tripliques tu propia seguridad. Creo
que Guido le ha dicho algo a Johnny sobre el peligro que sufren los famosos de sufrir
un atentado, porque se ha puesto a llorar mientras lo bañaba. Te adora y no quiere
que te pase nada. Tal vez deberías hablarle de los guardaespaldas. Sé que hará que se
sienta mejor.
Cesar asintió.
—Hablaré con él mañana, después de la primera sesión de rehabilitación —tras
permanecer un momento en silencio, añadió—: He tenido noticias de Massimo.
Sorprendida al ver que quería seguir hablando, Sarah se volvió hacia él.
—¿Ya están en Italia?
—No. Llegan a Positano el viernes y van a quedarse una semana con nosotros
antes de ir a Bellagio.
—Imagino que estarás deseando verlo. Los dos mosqueteros reunidos de nuevo
después de tanto tiempo. ¿Conoces ya a su mujer?
—No en persona. Julie y yo sólo hemos hablado por teléfono. Tenía pensado
asistir a su boda en Milán, pero la suspendieron. Más adelante, Massimo me llamó
desde Guatemala para decirme que se habían casado allí. Me enviaron algunas fotos.
Johnny y tú podéis verlas en el ordenador de mi estudio.
—Las veremos mañana. ¿A cuál de los dos se parece más su hijo Nicky?
—Curiosamente a los dos, a pesar de que no son sus padres biológicos.
—¿No? —dijo Sarah, sorprendido.
—Nicky es hijo del hermano de Julie y la hermana de Massimo. Murieron en un
accidente de coche. En el testamento que redactaron antes de que naciera Nicky
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nombraron a mi primo tutor legal en caso de que ambos murieran. Nadie podía
imaginar que aquel día iba a llegar muy pronto, y menos aún Massimo, que conoció
a Julie en el funeral. Acabaron casándose y adoptaron a Nicky legalmente.
—Qué asombroso y maravilloso para los tres. ¿Quieres que organice algo
especial mientras están aquí?
—Después de haber pasado una temporada en la selva, es probable que lo
único que quieran los primeros días sea relajarse y disfrutar de la piscina.
Sarah asintió.
—Johnny está deseando conocer a Massimo para preguntarle por las boas. El
otro día les hablaron de ellas en clase.
—Seguro que Massimo tendrá mil historias que contarle que le darán
pesadillas. Tendré que filtrarlas.
—Ese es el problema con Johnny. Le encanta hablar de cosas que dan miedo
pero luego es el que más se asusta.
—Eso me hace recordar a alguien.
Sarah se quedó momentáneamente boquiabierta. Por un momento, Cesar había
vuelto a ser el hombre encantadoramente burlón del que se enamoró a los diecisiete
años. No podía creerlo.
—Si te refieres a mi miedo a los tiburones, no habría desarrollado esa fobia si no
me hubieras hecho creer que había uno merodeando a nuestro alrededor.
—No pude resistir la tentación. Pero te estuvo bien empleado por haber visto
tantas veces Tiburón.
Sarah recordó que se había aferrado a él, aterrorizada, hasta que Cesar rompió a
reír. Pero entonces ya era demasiado tarde para enfadarse con él porque empezó a
besarla con una pasión que no esperaba. Con el sol brillando sobre sus cabezas en
medio de las olas, el sabor de su boca y de la sal provocó un incendio en su interior…
—¿La ha visto nuestro hijo?
Aquella pregunta hizo salir a Sarah de su ensimismamiento.
—¿A qué te refieres?
—A Tiburón.
—No. Todavía no.
—Mañana la buscaré en mi colección de CDs y la guardaré. Después del meneo
que han dado los chicos a mis cosas en el estudio, me temo que ya nada va estar a
salvo en esta casa.
—Creo que tienes razón —dijo Sarah, pero no estaba pensando en los niños.
Acababa de experimentar una descarga de adrenalina porque aquello significaba que
Cesar tenía una copia de la película Tiburón. Pero la sensación pasó enseguida
cuando comprendió que, aunque la hubiera visto alguna vez y hubiera recordado los
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ratos que pasaron juntos en el mar, los recuerdos no lo habían impulsado a volver a
ponerse en contacto con ella.
Lo cierto era que en aquellos momentos no estaría tumbada en aquella cama si
no hubiera acudido a él con un regalo que no podía rechazar.
Los sentimientos de Cesar por ella estaban tan muertos como los restos de
madera y troncos que la marea solía llevar a la orilla de la playa. Podían utilizarse
como decoración, pero nunca podían volver a ser un árbol vivo.
Agradeció que Cesar no pudiera leer su mente, o habría utilizado la analogía
para burlarse de su propia condición física. Era evidente que no tenía esperanzas de
volver a caminar pero, siendo el héroe que era, sabía que lo intentaría de todos
modos.
Tener un hijo que lo adoraba había despertado en él el afán de ser un buen
modelo para Johnny.
Sarah lo amaba con una intensidad que no dejaba de crecer.
La certeza de saber que nunca iba a ser correspondida hizo que sus ojos se
llenaran de lágrimas.
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Sarah los siguió al pórtico exterior. Cuando los alcanzó, vio que Cesar había
sentado a Johnny en su regazo. Unos minutos después, la limusina del aeropuerto se
detenía ante la entrada de la casa. Sarah contuvo el aliento mientras un alto y moreno
Massimo salía del vehículo.
—¡Ciao, Cesario!
Aquellas dos palabras surgieron cargadas de emoción mientras Massimo
avanzaba rápidamente hacia su primo.
Sarah vio que Johnny se deslizaba del regazo de Cesar para mirar al brillante
arqueólogo del que tanto le había hablado su padre.
Entonces sucedió algo increíble.
Como si fuera la cosa más natural del mundo, Cesar se puso en pie y avanzó
media docena de pasos hacia su primo para abrazarlo.
Sarah pensó que estaba soñando. Debía de tratarse de alguna clase de
experiencia ultra sensorial, sólo que le había sucedido a Cesar, no a ella.
—¡Papá! ¡Puedes andar!
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—Me temo que se pondría algo más que triste si supiera que tu padre va a darte
una vuelta en uno de sus coches de carreras —confió Luc.
—¡Hurra! —exclamó Johnny, emocionado.
Sarah sabía que el circuito en que entrenaba Cesar estaba a las afueras de
Mónaco. Unos minutos después cruzaban la entrada y se dirigían hacia un coche rojo
que se hallaba en la pista, rodeado por media docena de miembros del equipo de
Cesar.
—¡Ahí está papá! —exclamó Johnny.
En cuanto salieron del coche, Johnny corrió hacia el Fórmula 1, seguido de su
madre y de Luc, que había llevado su videocámara. Los miembros del equipo se
apartaron para darles paso.
Cesar ya estaba dentro del coche. No llevaba casco y el sol se reflejaba en su
pelo negro. Algo destelló en su mano y Sarah vio con asombro que se trataba del
anillo que le había regalado.
Mientras trataba de deducir qué podía significar aquello, vio que Cesar sonreía
a su hijo. Rápido como el rayo, Luc tomó a Johnny en brazos y lo dejó sobre los
brazos de Cesar.
El asiento del coche sólo permitía un ocupante, de manera que Johnny se sentó
sobre el regazo de su padre con una expresión mezcla de euforia y nerviosismo.
Aquél era un momento muy especial entre padre e hijo.
Sarah contuvo el aliento cuando Cesar puso el coche en marcha. Unos
momentos después se alejaban por la pista. Llevando un cargamento tan preciado,
Cesar no condujo a más de cincuenta por hora, pero para un niño de cinco años tuvo
que ser algo realmente excitante. Lo fue para Sarah, cuya mirada se empañó mientras
contemplaba el progreso del coche por la pista.
—Es toda una visión, ¿no? —murmuró Luc mientras lo filmaba todo.
Sarah asintió.
—Johnny estará feliz.
—No sé quién lo está más, si mi sobrino o mi hermano.
Un minuto después tomaban la última curva y se detenían.
—¡Mamá! —exclamó Johnny—. ¡Ha sido increíble!
Uno de los miembros del equipo lo tomó en brazos y lo dejó en el suelo para
que su madre pudiera abrazarlo. Cuando Sarah se volvió hacia Cesar para darle las
gracias, el mismo miembro del equipo la tomó inesperadamente en brazos y la dejó
sobre los de Cesar como si fuera una novia a punto de cruzar el umbral de la puerta
de su casa.
La postura era bastante incómoda y, además, Sarah se había puesto aquella
mañana una blusa y una falda más bien corta, lo que significaba que estaba
revelando una generosa porción de piernas a la vista de los hombres que la
rodeaban.
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Resultaba realmente humillante, pero no podía ponerse en pie y tan sólo podía
mirar hacia arriba, a los ojos de su marido. Bajo sus oscuras cejas, brillaban como
plata recién pulida. Sólo solían adquirir aquel brillo cuando estaba realmente
excitado.
Sarah tuvo que rodearlo con un brazo por el cuello para tener un punto de
apoyo.
—¡Diles que me saquen de aquí, Cesar!
Cesar puso de nuevo en marcha el motor.
—Luc… ¡socorro!
El coche empezó a moverse. Cesar condujo con mucho cuidado, como había
hecho con Johnny.
—Ya no puede oírte nadie, bellissima. Estamos solos tú y yo, dando una última
vuelta de victoria al circuito.
—¿Qué quieres decir con lo de «una última vuelta»?
Cesar detuvo el coche para concentrarse de lleno en Sarah.
—Ésta es la última vez que voy a conducir un Fórmula 1. He querido hacerlo
contigo.
Sarah no lograba asimilar lo que estaba escuchando.
—Pero ahora puedes andar. Puedes conducir. Sólo tienes que ganar dos
campeonatos más. Ya casi lo has logrado.
—Cinco campeonatos son más que suficientes para cualquier hombre. Ahora
soy padre, y también un marido perdidamente enamorado de su squista mujer.
—No… no digas eso si no lo sientes, Cesar.
—Debí decírtelo por teléfono hace seis años, cuando te invité a Positano.
Cuando me dijiste que no podías venir, debí tomar el primer vuelo a California para
averiguar la verdad. Pero entonces era muy joven y estaba lleno de dudas. El hombre
al que estás mirando ahora ha madurado finalmente. Se me ha concedido una
segunda oportunidad de vivir y no pienso desaprovecharla. Lo que importa es que
estemos juntos día y noche, y todas las horas intermedias. Cuando te dije que nuestro
matrimonio no estaba funcionando, era por mí, no por ti. Ha llegado la hora de las
confesiones, Sarah. Me temo que te enamoraste de un hombre que no tenía la
suficiente seguridad en sí mismo como para creer que una mujer como tú pudiera
enamorarse de él. Siempre he vivido a la sombra de Luc, deseando ser como él. No
tenía suficiente fe en mí mismo. No te culpo por no haberme contado que íbamos a
tener un hijo. He comprendido que hiciste lo que consideraste mejor para Johnny.
Hace seis años apenas tenía tiempo para ti en mi vida. ¿Por qué ibas a haber pensado
que lo tendría para Johnny?
Sarah estaba temblando.
—Ahora sé que lo habrías tenido…
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—Ahora ambos sabemos cosas que no sabíamos antes. Cada vez que te he
castigado por lo que nos hiciste, en realidad me estaba castigando a mí mismo por mi
estrechez de miras. ¿Serás capaz de perdonarme? Quiero dejar el pasado atrás, donde
le corresponde.
—Oh, cariño…
Sarah vio que la mirada de Cesar ardía de amor por ella.
—Eso fue lo que me llamaste una y otra vez la noche que concebimos a Johnny.
Quiero que vuelvas a repetirlo muchas veces.
Sarah gimió.
—¿Por qué has elegido este momento para decirme todo eso? Estamos
atrapados en el coche y no podemos hacer nada al respecto.
Cesar sonrió traviesamente.
—¿Eso significa que quieres hacer algo al respecto?
—Cesar de Falcon… ¡ya he tratado de hacerte el amor dos veces desde que
vinimos de Roma!
—Lo sé muy bien. Si fuera humanamente posible, me encantaría que nos
acomodáramos en el coche, pero ¿qué te parece si vamos a casa de Luc y echamos
una siesta antes de volver con mis padres?
—¡Sí, por favor! ¡Deprisa!
Cesar rió mientras volvía a poner el coche en marcha.
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Una vez más se vieron arrastrados por un ritual que se renovaba cada vez que
sus bocas y cuerpos se unían.
Momentáneamente saciada, Sarah tomó la mano izquierda de Cesar y le quitó
el anillo.
—¿Te has fijado en que hay una inscripción en la parte interior?
—No —Cesar tomó el anillo y lo alzó para poder verlo—, «Rey de mi corazón»
—leyó en voz alta.
—Hice que lo inscribieran en inglés para que recordaras que, mientras todos los
demás te coronaban Rey de la Velocidad en California, yo ya te había concedido otro
título.
Cesar apretó el anillo en su puño mientras volvía a besar a Sarah.
—Debí haber creído en nosotros entonces. Lo que tuvimos fue mágico desde el
principio.
—Aún es mágico, mi amor…
—¡Qué hijo hicimos juntos! —dijo Cesar, orgulloso—. Cuando os vi en el
hospital estuvo a punto de darme un infarto…
—A la que le va a dar un infarto si no nos damos prisa es a tu madre —dijo
Sarah—. Tenemos que levantarnos. No podemos arruinar su fiesta.
—Tienes razón. Sólo un beso más.
—No, Cesar. Sabes que no nos conformaremos sólo con uno.
Sarah se irguió con intención de salir de la cama, pero Cesar la tomó por la
cintura y la atrajo de nuevo hacia sí.
Se abrazaron febrilmente.
—No podemos hacer esto a tu familia, Cesar…
—Lo sé —dijo él roncamente—, pero antes tengo que volver a hacértelo. Acabo
de renacer gracias a ti. Sígueme la corriente, amor mío…
Fin
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