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Rechazo y conservación de goce

08/06/2010- Por Rafael Casajús

Cuando nos acercamos por primera vez a los textos de Freud, y quizá durante mucho tiempo
después, nos quedemos con una idea ciertamente petrificada de lo que es la represión y creamos
que sucedió allá en la infancia de una vez y para siempre. No es así. La represión es algo que
diariamente se renueva. Es un enorme trabajo en el que como sujetos nos esforzamos durante
toda la vida. Tiene un sentido bien dinámico que implica un gasto energético proporcional al
esfuerzo que se haga por “desalojar de la conciencia”. Es un gasto que parece presentar una
paradoja porque busca conservar algo, algo que no se modifique y se conserve. Eso que se
pretende conservar es un modo de goce. Como se sabe, la resistencia es la manifestación, la
prueba en acto de que una modalidad de goce se perpetúe. “Este no cambia más”, me decía los
otros días un amigo refiriéndose a un conocido en común. No deja de asombrarme que habiendo
pasado décadas nos encontremos con alguien y en el momento que retomamos el contacto
comprobamos que sigue hablando de lo mismo, quejándose de lo mismo, sufriendo y protestando
de lo mismo que protestaba en la adolescencia. Es evidente que hay algo que no se gastó.
Entiendo que un análisis es para eso, para gastar el goce que se preferiría no gastar. Como broma
podemos decir que un análisis es para pegarle una gastada al yo.
Cuando nos acercamos por primera vez a los textos de Freud, y quizá durante mucho
tiempo después, nos quedemos con una idea ciertamente petrificada de lo que es la
represión y creamos que sucedió allá en la infancia de una vez y para siempre. No es
así. La represión es algo que diariamente se renueva. Es un enorme trabajo en el que
como sujetos nos esforzamos durante toda la vida. Tiene un sentido bien dinámico que
implica un gasto energético proporcional al esfuerzo que se haga por “desalojar de la
conciencia”. Es un gasto que parece presentar una paradoja porque busca conservar
algo, algo que no se modifique y se conserve.
Eso que se pretende conservar es un modo de goce. Como se sabe, la resistencia es la
manifestación, la prueba en acto de que una modalidad de goce se perpetúe.
 “Este no cambia más”, me decía los otros días un amigo refiriéndose a un conocido en
común. No deja de asombrarme que habiendo pasado décadas nos encontremos con
alguien y en el momento que retomamos el contacto comprobamos que sigue
hablando de lo mismo, quejándose de lo mismo, sufriendo y protestando de lo mismo
que protestaba en la adolescencia.
Es evidente que hay algo que no se gastó. Entiendo que un análisis es para eso, para
gastar el goce que se preferiría no gastar. Como broma podemos decir que un análisis
es para pegarle una gastada al yo.
Esta supuesta contrariedad que remarcaba más arriba se puede expresar de muchas
formas. Masotta dice que el sujeto viene a análisis porque quiere saber de lo que
justamente nada quiere saber.
Un análisis vendría a ser un deshacer con la palabra lo que con la palabra o su
privación ha sido hecho. Porque a veces no es la palabra sino su carencia lo que da
lugar a un proceso mórbido.
Perder un goce es correlativo al levantamiento de la represión. Se pierde un goce por
hablar. Nos es fácil perder una modalidad de goce. Freud nos deja dicho que las
conquistas libidinales no se abandonan fácilmente.
Pero para ser más precisos, no es hablando como se resuelve la cosa. Lacan define al
psicoanálisis como un discurso sin palabras. En la formulación del discurso del analista
hay cuatro letritas y ninguna palabra; por eso dice “es un discurso sin palabras”. Un
análisis no es entonces hablar. Un análisis no es un bla bla bla, palabra tras palabra
tras palabras. Un análisis es la posibilidad de decir, de identificar un decir y cernir un
decir que no es lo mismo que hablar. El decir es un acto, es un acto en el habla. Por
ejemplo se puede hablar mucho para no saber nada de eso de lo que se habla. Se
puede dar toda una clase magistral sobre la castración justamente buscando evitarla,
pero de repente el conferencista puede tener un lapsus y ahí hay un decir, un acto.
Es muy común que el sujeto haga todo lo que esté a su alcance para dispensarse de lo
que dice. Se absuelve. Esto es un hecho de la vida cotidiana: voy con el auto y
maldigo al que comete una falta y en la cuadra siguiente yo hago lo mismo. Somos
extremadamente indulgentes con nosotros mismos a la hora de ajustarnos a lo que
decimos.
“Sin palabras” es con el decir. Creo que una forma de definir lo que es un análisis
es arreglárselas con el decir. Tu lo has dicho es el lugar desde donde un analista se
posiciona para recibir la demanda. Dispensarse de haberlo dicho y de estar diciéndolo
es perpetuar un goce. La absolución es un goce.
Hace muchos años atendí a un niño mitómano. Después de muchas sesiones la madre
me dice que ese niño no era hijo del padre. Le digo -“¿¡ah no!!!?”-, -“no”-, me
contesta con tranquilidad, -“pero no hay problema porque ni él ni nadie lo sabe”-. No
parecía ser así.
Solo existe lo que se dice, y en este caso es claro. Ella no entendía porqué el niño
mentía y cuando la madre le preguntaba al niño porqué lo hacía, por qué mentía, su
respuesta era: -“¡pero si yo no miento!”-. Es obvio, eso no existe como no existe que
yo no soy hijo de mi padre.
Lacan llama goce del A al que pasa por el cuerpo y no pasa por la palabra. De ahí que
tenemos un resfriado y cosas mucho peores y todo esto no en cualquier momento. Me
parece que el asunto no es si una enfermedad tiene o no una base orgánica. No es ése
el punto para un analista, sino qué significación adopta esa enfermedad en la
constelación psíquica. Los seres humanos no tomamos un refrío o cualquier otra
enfermedad como una enfermedad y punto, sino que siempre, lo sepamos o no,
inevitablemente le damos una significación psíquica. Tal vez es la forma de poder
soportarlas… como de hacerlas insoportables… Un cáncer se puede tomar como un
castigo… o como una bendición, depende, lo que es igualmente enajenante.
Por eso como analistas creo que es importante despejar que el asunto no es tanto lo
que ocurre en la vida como lo que el sujeto hace y se hace con lo que le ocurrió.
No decir eso que tengo para decir no es cualquier cosa, es renunciar a tener una
posición subjetiva.
Por otro lado poder perder ese goce es una cuestión de amor. Gastar ese goce, salirse
de la totalización del goce es una cuestión que está en referencia al amor.
Mediante la represión hay un goce que se conserva, un goce parasitario y enfermizo
que se mantiene a lo largo de la vida, pero también se puede sostener que el malestar
es por un rechazo de goce.
Los seres humanos vivimos sumidos en este tipo de circunstancias aparentemente
paradójicas. Nuestras vidas no son lineales.
Entonces, respecto del goce hay algo que se conserva y al mismo tiempo algo se
rechaza. Se espera poder conservar un goce que se rechaza. Lacan lo dice mejor que
yo: “cada quién, a su modo, ama su propio síntoma”. Y el síntoma es aquello que todo
sujeto quisiera sacarse de encima.
 ¿Por qué sería un problema que haya un goce que se rechaza? Porque justo ahí donde
ese rechazo se produce hace su presencia la pulsión de muerte, la destrucción.
Hay un goce parasitario que se conserva y eso es un problema y hay un goce que se
rechaza y eso también es destructivo.
El problema del rechazo del goce es porque en este caso el goce está deslindado del
deseo. El dominio de la pulsión de muerte es el intento de matar cualquier relación del
goce con deseo. Es lo que Freud nombra como desintrincación pulsional. Es un
sinónimo técnico de la pulsión de muerte: desligamiento.
Hace falta, como dice Lacan en el seminario 10, que el goce condescienda al deseo, es
decir que se acomode a él. Y esto es con el amor.
El problema del goce entonces es que en su rechazo se lo deslinda del deseo y por
tanto del amor.
Esto me parece claro en las adicciones. Una anorexia, por ejemplo, puede considerarse
como un rechazo del amor. Hay una firme y extrema negativa a que la comida sea solo
eso, comida. Que por ejemplo un pedazo de carne no sea un don sino un simple
objeto  de consumo desvinculado de cualquier valor de intercambio.
El problema del goce en este caso es el problema del exceso pulsional al estar
deslindado del deseo redundando en un rechazo del amor.
Una mujer de unos 30 años comienza un análisis por frigidez. Ella lleva muchos años
de casada pero ninguna satisfacción a este nivel. En el análisis se conoce que había un
mandato materno según el cual el sexo y su goce estaban prohibidos a las mujeres.
Pasan algunos años, se separa y empieza a tener relaciones sexuales con muchos
hombres. Incluso dice -“con cualquiera que quiera hacerlo conmigo”-. En una sesión
dice que no tiene problemas en hacerlo aunque sigue sin sentir nada pero que el
asunto es probar. Cuando termina la sesión le cobro más de lo que venía pagando y
dice: -“Ah, no!. Si me cobra tanto me voy a otro lado, total es indistinto”- A lo que le
respondo -“claro, va a probar, es una forma de no elegir”-. Vuelve a la otra sesión
diciendo -“preferí volver con usted”-.
 
 Hay un goce rechazado que es la ausencia de goce sexual en relación al superyó
materno, mientras que hay una preservación de un goce parasitario en la frigidez.
¿Por qué ese goce es rechazado? No se debe a que la madre sea una mala persona y le
haya dado un mal consejo. Tiene que ver con su vinculación al deseo. El goce sexual
pone en juego al deseo. Y ¿qué problema habría con el deseo? El problema de esta
mujer con el deseo puede ser el de cualquiera y es que pone en juego una diferencia,
es decir la castración.
En la resistencia que aparece en transferencia se ve que ella no quiere saber de eso.
Va de una sesión a la otra, del rechazo al reconocimiento del deseo que aquí aparece
transferencialmente como “la preferencia” de analizarse con este analista. La
preferencia hace al deseo y por tanto a tener que decidirse por uno en exclusión de los
otros, condición para poder gozar. No con todos.
En lo que venía haciendo no había nada del amor puesto en juego. Acostarse con un
hombre era un trámite. Lo era porque ella no estaba ahí. El amor hace que nos
tengamos que presentar en cuerpo y alma, como se dice, al otro. Hay muchas formas
veladas de rechazo del amor, una es no poner el cuerpo, cosa que en la
posmodernidad puede tomar la forma del chateo.
El amor que despeja el psicoanálisis no es el del romanticismo todo completud y
bienestar. Muchas veces se usa el romanticismo justamente para evitar el amor. Para
evitar la castración y por tanto la carencia que el amor puede poner en juego.  La frase
típica del amor es “me haces falta” y esto, lo sabemos, no siempre es fácil de soportar,
puede llevar a alguien a enloquecer.
En el caso de la analizante en cuestión es sinónimo decir rechazo del amor que decir
renuncia a la posición subjetiva. La posición subjetiva aparece en “la preferencia” por
un otro específico y singular.
El amor tiene que ver con averiguar no sólo lo que nos falta sino lo que le falta al
otro  en relación a nosotros y eso a veces no tiene nada de simpático. Como dice
Lacan, el amor es un caballo de Troya que una vez que entra no se sabe qué hacer con
él. Y sino preguntémosle a Elizabeth Von R cómo le fue cuando se enamoró de su
cuñado mientras su hermana se moría. No supo qué hacer con ese demonio que no
dejaba de rechazar hasta que hizo del goce un decir en la consulta con Freud.
 
Bibliografía:
Ferreyra, Norberto. Lo orgánico y el discurso. Ed Fundación Ross, 2009.
Freud, Sigmund. Observaciones sobre el amor de transferencia. BN, 1981.
Lacan Jacques. Seminario nº 17 El reverso del psicoanálisis. Paidós, 1992.
 
Nota: el texto se trata de una Conferencia dictada en  la Facultad de
Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba. Abril 2010

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