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Amante Adriana: orientalismo en la Argentina del siglo XIX

Forma particular del exotismo que busca y se proyecta más allá del lugar del que se
enuncia hacia otros espacios, pueblos y costumbres, el orientalismo es un topos que
encuentra su origen en la avanzada de los sistemas coloniales de Europa sobre tierras
situadas al este del continente. Las campañas de conquista (entre las que debe destacarse
la de Napoleón sobre Egipto, de 1798) generaron un conocimiento específico esos
territorios, al tiempo que abrieron rutas que aprovecharon con fines estéticos y culturales
filósofos, pintores, escritores y fotógrafos. En una amplitud relacionada con las ambiciones
imperiales pero también con un concepto que está más determinado cultural que
geográficamente, el Oriente abarca desde las zonas moriscas del sur de España hasta
Constantinopla, lugares tan variados como Palestina, Marruecos, Argelia, Túnez, Grecia,
Egipto, Turquía, Persia, Siria o jerusalem y pueden incluir la India o extenderse hasta China
o Japón.
En consonancia con la Europa que les servía de modelo, los románticos argentinos
asumieron la actitud del orientalista cultivado qué se caracteriza por incorporar la
experiencia del que lo ha precedido y a la que se accede por medio de la lectura. Oriente
es, antes que un lugar efectivamente transitado o visitado, una idea literaria: " En el sistema
de conocimientos sobre Oriente, Oriente es menos un lugar que un topos, un conjunto de
referencias, un cúmulo de características, que parece tener su origen en una cita, o en un
fragmento de texto, o en una cita del trabajo de alguien sobre Oriente, o en algún trozo de
imaginación previa, o en una amalgama de todo eso" (Said 1978). Y, si esto es así incluso
en el viejo continente, dónde los viajes son materialmente más viables, mucho más en
América, dónde las distancias y la singularidad de la ruta hacen que la experiencia letrada
cobre mayor intensidad.
Sí bien Sarmiento en sí anticipa su interés por la cuestión cuándo en 1843 publicó una
traducción de "La vida de nuestro señor Jesucristo", poniendo en juego su idea de que para
mejor conocer al hombre es necesario primero conocer el suelo que habita, es el Facundo
(1845) el texto donde se configura el modo más sistemático el orientalismo argentino, por
medio de la analogía:
"Esta extensión de las llanuras imprime, por otra parte, a la vida del interior, cierta tintura
asiática, qué no deja de ser bien pronunciada. Muchas veces, al salir la luna tranquila y
resplandecientes por entre las hierbas de la tierra, la es saludado maquinalmente con estas
palabras de bullying, en su descripción de las Ruinas. (...) Y, en efecto, hay alguna
soledades argentinas que trae la memoria la soledad es asiáticas; alguna analogía
encuentra el espíritu entre la Pampa y las llanuras que median entre el Tigris y el Éufrates;
algún parentesco en La tropa de carretas solitaria que cruzan nuestras soledades para
llegar, al fin de una marcha de meses, a Buenos Aires, la caravana de camellos que se
dirige hacia Bagdad o Esmirna".
De este modo, la Pampa se conceptualiza en relación con los desiertos de Asia, las
montoneras se comparan con las hordas beduinas, al capataz se lo piensan como el jefe de
la caravana y al caudillo como Mahoma, porque tiene el poder de cambiar las leyes a su
antojo; y La Rioja se equipara a Palestina por su aspecto físico y su emplazamiento, pero
también por sus costumbres patriarcales y la fisonomía de sus habitantes.
Recurre a una imagen pictórica para afinar la descripción del rostro de Quiroga cuya mirada
torva asimila a la del Ali- Bajá (1833) pintado por el francés Auguste Monvoisin, y que llamó
la atención de Sarmiento cuando vio por primera vez el cuadro en 1843, por " las líneas de
la frente, la tranquilidad, la dulzura, la resignación estoica y valerosa de la mirada", pero que
en el 45 sobrecarga su sentido: "Sus ojos negros de los de fuego y sombreados por
pobladas, causaban una sensación involuntaria de terror en aquellos sobre quiénes alguna
vez llegaban a fijarse; porque Facundo no miraba nunca de frente, y por hábito, por arte, por
deseo de hacerse siempre temible, tenía de ordinario la cabeza inclinada miraba por entre
las cejas, Como el Ali-Baja de Monvoisin" .
A Sarmiento, el orientalismo le sirve tanto para el hallazgo estético como para la condena
política porque no deposita en Oriente la fantasía de un espacio más excitante que el propio
hacia dónde fugar, sino precisamente la confirmación del atraso al que estaría condenada la
Pampa por obra de los caudillos que la gobiernan. Algo sucede, sin embargo, en el viaje
que emprende por el mundo y que los lleva voluntariamente a Argel (1847); porque en sus
Viajes por América, África Europa (1849;1851), sí bien volver a hacer ferencia de
equivalencia establecida en el Facundo para refrendar la al constatar un situ su intuición
letrada, se permitirá una interacción un poco más lúdica con la exótico. Luego de una visita
a un aduar, llega incluso a invertir la dirección de la analogía para decir que El Sahara
argelino es como la Pampa.
En Campaña en el ejército grande (1852), volverá a hacer un uso político del Orientalismo al
cotejar a justo José de Urquiza con Mehemet Ali, el vicerrey de Egipto, que ejerció hasta
1849 un poder omnímodo aunque -señala-más modernizador que el del caudillo entrerriano.
También en El Chacho. Último caudillo de la montonera de los Llanos (1868) le servirá Para
volver a explicar La Rioja, el sistema de caudillaje y la montonera. Y sellará para siempre el
carácter orientalista del Facundo cuando 1881, recuerde la situación concreta de su
producción en su destierro en Chile, y afirme categórico que "ningún escritor ha
caracterizado mejor que el historiador López el carácter y fisonomía de este libro,
llamándolo 'historia beduina', que lo es en efecto, si se cambian los nombres del desierto
africano, por la Pampa americana y gum árabe por la montonera Argentina", en una especie
de hipálage conceptual. Su amigo Vicente Fidel López escribía una memoria universitaria
en la que también se aprecia la dicotomía civilización barbarie, porque divide los pueblos de
la antigüedad entre los orientales, primitivos e inmóviles, y los occidentales, políticos y
progresistas; y en 1843 había publicado anónimamente en El Progreso un boletín sobre Ali
Bajá, también puede advertirse el universo compartido, manifiesto en los sintagmas o los
conceptos de López qué reaparecerán el Facundo: " la barbarie asiática", "esos terribles
caudillos de la Asia", "el bárbaro, hijo de la Asia (...) movido por el gozo feroz de la
venganza y de la crueldad que era inherente en su Constitución de tigre".
Es claro qué Sarmiento no inventa la correspondencia orientalista, sino que la incorpora a
su sistema de conocimiento y de desciframiento por analogías (Piglia, 1980). Con respecto
a la Argentina,
* había sido usada por primera vez en 1835 por Theodoro Pavie, en relación con los indios.
*Marcos Sastre celebra , en la inauguración del salón literario, qué se esté escribiendo un
poema que encuentra en los hombres de la llanura y en la belleza natural del entorno una
originalidad semejante a la que "nos ofrecen los árabes con sus desiertos", en alusión a La
cautiva, de E. Echeverría.
*Lo que se convalida en el propio poema, cuándo cuatro de sus 14 notas al pie explican
algunas 'voces provinciales' echando mano al orientalismo como recurso; resultando
entonces que la toldería es como el aduar del salvaje; el pajonal, el oasis de la Pampa; el
ombú, como la palmera en los arenales de Arabia; y dónde el único epígrafe cuyo origen se
comenta es el que pertenece el poeta árabe Antar.
*También en la polémica que Echeverria entabla con Pedro de Angelis en 1847, apelará a
las imágenes orientalistas para condenar y enfrentarse a la barbarie rosista.
* Es José Mármol el que le aporta al romanticismo argentino una imagen orientalista que no
está vinculada al espacio nacional, sino al Brasill, en sintonía con la producción de los
viajeros europeos que van al encuentro del otro y de los otros, cómo Nerval, Chateaubriand
o Lord Byron. No puede resultar arbitraria, entonces, la relación que establece Sarmiento
entre algunos pasajes de la composición de Mármol y Los orientales de Víctor Hugo, que e
francés compone sin haber pisado nunca las tierras sobre las que escribe.
*Por su parte, Lucio V. Mansilla, es el más joven escritor argentino que viaja a Oriente. En
sus escritos Mansilla no toma a Oriente como un proveedor directo de imágenes para
aplicar sobre la propia tierra; sin embargo, algunas de las vinculaciones literarias que le
asigna al espacio ranquelino (Byron, Echeverría) sí aparecen ensayadas, como ocurre
también con algunas écfrasis qué aparecieran en el tratamiento literario de la soledad o de
las nubes de arena que se levantan en "los grandes bosques del desierto de Tierra Adentro
en Una excursión a los indios ranqueles (1870). En los primeros textos, presenta a Oriente
con un afán divulgador, cierta pretensión de objetividad y todavía con imágenes
convencionales; mientras que, en "En las pirámides de Egipto", aconseja que no se envíe
los jóvenes a viajar antes de que estén lo suficientemente preparados como para apreciar lo
que verán y describe a un mercado de esclavas para jactarse de haber comprado una con
el fin de liberarla.
*El serrallo de las mujeres orientales capta la atención de Eduardo Wilde, aunque en su
percepción del mundo Oriental en Viajes y observaciones (1892) la prosa se percibe
muchas veces desganada, Cómo si se viera obligada a pasar revista a lo que ve y visita aún
cuando no siempre le resulte demasiado atractivo. En general, las ciudades le parecen
bellas de lejos pero feas y horrorosas al acercarse a recorrerlas. (...) Su actitud hacia China
es displicente y bordea en general del desprecio hacia la pobreza y la falta de higiene
personal y pública, hacia sus no del todo bellas mujeres y hacia los usos y costumbres
condenables, Cómo el infanticidio o el hábito de "cambiar la forma y el volumen de los pies"
acompaña alguna de sus explicaciones con un pequeño gráfico (...). En contraposición,
Japón sí le merece respeto, sus hospitales y personal sanitario le resultan más atractivos y
hasta a la prostitución le dedica párrafos más comprensivos.
*Pero parecería que nunca Oriente es un modelo moral deseado para un escritor argentino
del siglo XIX, salvo en Sin rumbo (1885), de Eugenio Cambaceres, novela en la que el
carácter taciturno de Andrés no lleva fantasear que un destino oriental habría sido más
ventajoso para su hija mujer porque sus leyes la habrían sometido a la protección de un
dueño, en una vida más cercana a las "leyes naturales" de la procreación, librandola de esa
forma de "la viacrucis de su sexo", qué es mayor en las sociedades occidentales, dónde
deben hacerse responsables de su propia libertad.
Sensuales, veladas y fragantes mujeres del "paraíso de Mahoma"; calles repletas de
transeúntes, animales y olores; desiertos insondables; beduinos porfiados en acompañar el
paso del viajero; hombres que toma un café o fuman echados de bruces sobre tapetes
coloridos (...) Experiencia directa y modos de representación: todo eso es Oriente.
"Argel basta con efecto para darnos una idea de las costumbres y modo de ser de los
orientales; que en cuanto al Oriente, que tantos prestigios tiene para el europeo, sus
antigüedades y tradiciones son letra muerta para el americano, hijo menor de la familia
cristiana. Nuestro Oriente es la Europa, y si alguna luz brilla más allá, nuestros ojos no
están preparados para recibirla, sino a través del prisma europeo", ha dicho Sarmiento en la
carta de África (1847), entregando otra vez la mejor síntesis. Argel como sinécdoque de
Oriente. Oriente como lo leído los libros europeos. De ahí la impresión de falso
reconocimiento o paramnesia que caracteriza la imagen que diseñan los argentinos, incluso
los que han estado allí. Lo ya visto, lo ya leído, lo ya experimentado, los ya visitado, lo ya
contado, como formas de la reescritura. Que no otra cosa es, al fin y al cabo, el
orientalismo en la Argentina del XIX.

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