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El concepto de protoinfancia
El concepto de protoinfancia.
Myrtha Hebe Chokler

El concepto de protoinfancia. Dra. Myrtha CHOKLER


Publicado por IFRA (Istituto per la Formazione e per la Ricerca Applicata) Italia .Distribuido para
Euskal Herriko Pikler-Lóczy Sarea por cortesía de la autora

Los orígenes y la pertinencia del concepto.

El período al que propongo denominar protoinfancia es tan rico en cambios


(biológicos, psicológicos, emocionales, afectivos, cognitivos, así como desde el punto
de vista de la conducta social que parece pertinente estudiarlo y diferenciarlo tanto en
sus cualidades globales como en sus procesos específicos, reconociendo su unidad
genética y sus cambios cualitativos.
El término propuesto, protoinfancia, exige una precisión.
Proto es un prefijo que proviene del griego. Su sentido denota lo primero, prioritario o
preeminente. Lo encontramos, por ejemplo, en protoplasma: cuerpo celular como
unidad básica funcional 1
Sería entonces lo primerísimo, entendido como unidad básica y fundamental que da
origen.

 Infancia, (Etimol. In-fans = no hablante. En biología y psicología). Aunque puede


decirse que la infancia, en sentido estricto, no se inicia hasta los tres-cuatro años,
tradicionalmente se considera como infancia el primer período de la vida humana, que
se extiende desde el nacimiento hasta la adolescencia. A veces se distingue entre la
niñez, como fase del desarrollo biológico, y la infancia, como concepto más amplio
que incluye tanto aspectos fisiológicos como psicológicos. 2

El término protoinfancia designa entonces el período previo a los tres años, en el que
se operan cambios vertiginosos, y en el que, al mismo tiempo, se constituyen los
cimientos de la personalidad presente y futura. Se integra por la existencia de ejes
Organizadores del Desarrollo 3 
que, interactuando dialécticamente entre sí, aseguran y determinan la constitución de
la Persona como sujeto de la humanidad, en un proceso de adaptación activa y de
intercambio entre lo interno y lo externo.

Los Organizadores modelan tanto las aptitudes perceptivo-motrices como las


tónicoemocionales –determinadas fuertemente, al comienzo, por la sensibilidad
protopática 4 que luego integra la sensibilidad cada vez más epicrítica 5 (Wallon,
1934).
Estas aptitudes se van desarrollando rápidamente desde antes del nacimiento, en un
proceso epigenético de diferenciación e integración progresiva de funciones
biológicas, que, en interacción con el medio, permiten la constitución del psiquismo
por la concreción de relaciones sociales y culturales de extrema complejidad.
El desarrollo implica la transformación de estructuras socio-bio-psicológicas
intrasubjetivas a partir de la historia intersubjetiva. El desarrollo se expresa en
conductas y actitudes paulatinamente más discriminadas, jerarquizadas, eficaces y
simbólicas.

En el camino de la ontogénesis, el reflejo biológico se transforma en movimiento; de


las huellas difusas, confusas de las sensaciones de los intercambios tónico-
emocionales emerge el afecto que tiñe y da sentido a la acción y construye la imagen
que anclada y significada en la emoción, da lugar a la protorrepresentación, luego a la
representación mental y al concepto.

Desde la interacción cuerpo a cuerpo, envoltura indisociada –piel, olor, voz,


mecimiento, ritmo, mirada y distancia– fluye el “diálogo tónico”, 6 en un proceso
semiótico, base de la semantización, y de la simbolización ulterior que crea las raíces
del pensamiento y del lenguaje. Constituye el pasaje -continuidad y ruptura- del “bebé”
al “nene” que prefigura al “niño”.

En los albores del psiquismo, la instauración de la representación mental del cuerpo,


la transformación de lo corporal en mental, se corresponde con el proceso que,
partiendo de una fusión biológica y emocional inicial, de una “socialización
indiscriminada” 7 lleva al engendramiento progresivo de la identidad. Un complejo
sistema de “organizadores” se pone en marcha, a partir del cual, “yo y el otro
confundidos”, van elaborando la distancia
imprescindible de la relación, que hace posible a la comunicación.

Los orígenes del proceso de constitución de sí mismo

En la vida intrauterina el feto vive indiferenciado, con el cordón umbilical, la placenta,


el líquido amniótico y la pared intrauterina. Cinco elementos en unidad indisociable.
Este todo indiscriminado constituye “el bebé” para la madre y para el entorno que lo
imagina, lo siente, lo identifica, lo significa y lo inscribe en la genealogía.

Inmerso en sus propios cambios rápidos, entre ruidos, presiones y movimientos del
cuerpo que lo alberga, nutre y contiene, a una temperatura más o menos constante,
registra confusamente en su propio cuerpo la presión o el roce de los órganos, las
impresiones laberínticas, las tensiones y crispaciones musculares –producto de las
propias oleadas tónicas y los cambios espaciales– y la aceleración de los latidos de la
madre a causa de su excitación, angustia o ansiedad, o bien vive la distensión de la
pared abdominal de ella y las fluctuaciones de los ritmos en las situaciones de
placidez, tranquilidad o desaliento. Está también sometido permanentemente a
cambios hormonales y metabólicos, producidos por las emociones, la calidad de la
alimentación y/o por los tóxicos. Acciona y reacciona moviéndose y reacomodándose
en un espacio cada vez más exiguo, inaugurando el intercambio entre el adentro y el
afuera.

En el momento de nacer, ese cuerpo replegado, se estira, se contrae, se torsiona,


presionado en el canal vaginal y al salir recibe, de golpe, luces, ruidos, temperaturas,
texturas diferentes y sobre todo la fuerza de gravedad que impresiona súbitamente
sobre el aparato vestibular.Sufre la pérdida repentina de cuatro de las cinco partes de
esa unidad indiscriminada intrauterina de su cuerpo: cordón, placenta, útero y líquido
amniótico.

Se pueden formular hipótesis entonces acerca los esfuerzos de selección, filtraje de


estímulos, de acomodación y adaptación y las vivencias orgánicas, tónico-
emocionales 8 caóticas, primitivas de su yo precario. Estas emociones arcaicas han
sido planteadas por D. Winnicott, 9
M. Klein, E. Bick 10, D. Anzieu 11 y tantos otros autores, como angustias
catastróficas, de pérdida del cuerpo, de disolución de los límites, de disgregación,
fragmentación, y, pensando en la inmensa fuerza aspiradora de la gravedad,
especialmente, de caída en el vacío infinito.

Estas angustias de aniquilación sólo pueden ser neutralizadas, toleradas,


apaciguadas, consoladas, porque afuera hay una envoltura protectora que filtra y,
que, tal como una piel, contiene, retiene las partes dispersas, unifica, sostiene,
cohesiona y “da forma”, como señalara J. de Ajuriaguerra.
La función continente es, en principio, asegurada por el entorno, antes de ser
internalizada, introyectada, sólo si las experiencias reparadoras e integradoras, de
envoltura, de contención y de sostén son suficientemente repetidas, de manera
rítmica y por lo tanto si pueden ser progresivamente previsibles para el protoinfante.

En cada experiencia de gratificación, cuyo ejemplo polisensual más evidente es la


situación del amamantamiento, concurren confundidos los propios reflejos activados
del bebé –de orientación, de búsqueda y de succión por ejemplo– y lo que proviene
del entorno. Entonces las huellas de las sensaciones y de los intercambios tónico
emocionales, de las percepciones y de los movimientos van a producirle “mnesias”,
como protoimágenes difusas y confusas: las protorrepresentaciones. 12
Luego, con la reiteración, la ratificación y la rectificación estos registros, se irán
precisando en representaciones que incluyen, de manera sincrónica, la calidad de la
satisfacción de la necesidad, el calor y el olor, el tono muscular y los movimientos del
propio cuerpo pero también de los brazos que lo sostienen, junto a la mirada tierna o
incisiva, que envuelve, devora o perfora y el contacto de la piel y de las manos que
llegan apaciguadoras o inquietantes, fusionadas con las sensaciones
propioceptivolaberínticas por el mecimiento y la voz acariciadora y con el placer
compartido por irradiación tónico-emocional.

Existe en esa etapa una indiferenciación entre las diversas modalidades sensoriales
que registran sostén, envoltura, interpenetración de las miradas, contacto del pezón
en la boca, palabras melodiosas y plenitud interna. El registro tónico-visceral, de la
sensibilidad protopática, inevitablemente emocional, se carga por ello de significación
transformándose en afecto. Esta experiencia de satisfacción, ligada al proceso
semiótico que le da sentido, proporciona al bebé una intensa vivencia de unidad
interna, que constituye un esbozo de sentimiento yoico de existencia y promueve una
primera organización todavía inestable de la imagen del cuerpo pero que aun así
funda las bases de la identidad.

Esta envoltura continente del entorno, al ser internalizada, opera como una piel, como
una frontera que establece un adentro y un afuera, delimitando, poco a poco, los
espacios psíquicos interno y externo, que sostendrán el proceso de personalización.
Es el concepto de “Yo-piel” de Anzieu. “Yo-piel” que actúa como membrana protectora
y continente, como frontera que limita y como interfaz que conecta y facilita la
comunicación entre lo interno y lo externo.
La presencia indispensable del otro unifica la sensualidad, la sensorialidad y la
motricidad dispersa. Así, el espejo de placer o de inquietud que el adulto le devuelve,
“bordea y da forma”creando signo, sentido y significación. El estado mental
inicialmente caótico del protoinfante oscila entre estados de desorganización,
disociación y dispersión y estados en los que se siente precariamente reunificado en
su persona, en su vivencia corporal y psíquica, ambas indisociables en esta etapa.

Toda su motricidad y toda su sensorialidad están al servicio de la constitución de un


estado de integración, de reunificación, aunque al principio sea muy frágil.
La falla en el sostén, en la contención, conduce entonces a una activación excesiva
de las angustias primitivas, con riesgo de pérdida del “borde y de la forma”, que lo
arrastra al desborde emocional y al sentimiento de disgregación de sí. Estímulos
inesperados, dolorosos o bruscos, -hiperestimulación laberíntica de los giros,
aceleraciones, desequilibrios, sacudidas, cambios rápidos de posición, en los que
pierde los referentes espaciales, propioceptivos y visuales y para los que no puede
prepararse en su secuencia, ni capta su sentidodesencadenan,
entre otros, el reflejo de Moro. Este reflejo es expresión de la falta de apoyo suficiente,
de la desestabilización postural, al mismo tiempo que de la angustia que ésta le
provoca. Las experiencias nocivas, desagradables - hambre intenso por ejemplo-
atacan el estado frágil de integración, de unificación que necesita e intenta lograr el
bebé y lo desorganizan, dejando huellas de sufrimiento en el cuerpo, todavía sin
imágenes, por la precariedad del sistema nervioso y del psiquismo.

Este sufrimiento puede provocar tal desestabilización neuropsicológica del sistema


general de adaptación, que llega a reactualizarse más adelante en trastornos del
sueño, de la alimentación, de la conexión con el ambiente y/o, por ejemplo, en las
enfermedades psicosomáticas, consolidando una estructura extremadamente
vulnerable que pone en riesgo el desarrollo del niño.

A la falla de una función protectora, continente y apaciguadora, el bebé responde con


un aferramiento a las sensaciones que mantendrán provisoriamente la ilusión de una
reunificación. Se puede ver, a un recién nacido, en efecto, crispar su cuello y sus
hombros cuando alguien lo levanta desde las axilas, intentando no desparramarse (no
“perder la cabeza”) o dislocarse ante la falta de apoyatura. O ante la inseguridad o la
desolación, lo vemos aferrarse a sí mismo, se crispa y se retiene tónicamente en un
intento de auto-sostén, o se aferra a una luz o a un detalle de su entorno, la atención
se concentra en un sonido, en un balanceo, sin el cual toda vivencia de “unicidad” se
vuelve casi inexistente. (Pulsión de aferramiento de Hertman).
Todos los ataques al cuerpo, que superan en intensidad y tiempo, el umbral de su
sistema de paraexcitaciones –aparato de filtraje biológico, emocional y de habituación
para neutralizar los estímulos desorganizadores– atacan el sentimiento de unicidad,
liberan angustias arcaicas generando conductas de “sobreadaptación” que bloquean,
limitan, distorsionan o ponen en riesgo los procesos de adaptación activa. 13
El engendramiento de la subjetividad implica entonces un trabajoso proceso de
“adaptación activa al medio” y de elaboración de pérdidas del cuerpo y de pérdidas
del otro simultáneos a la constitución de los propios sistemas de contención y de
reaseguramiento, a partir de los instrumentos de internalización y de identificación con
el otro.

El origen emocional de los gestos y de los actos

Henri Wallon ha señalado que, en la protoinfancia, las primeras reacciones circulares


tienen su origen en las mismas fuentes orgánicas de la emoción. Pero la impresión
inicial no se difunde solamente a través de los sistemas visceral y postural ampliando
el registro emotivo, sino que su orientación empieza a transformarse y a conducir el
gesto de tal manera que pueda
prolongar o reproducir la impresión previa. Las primeras reacciones circulares se
relacionan con las funciones orgánicas y apenas superan el nivel puramente afectivo.
Pero la discriminación que se introduce progresivamente en el ejercicio de las
sensibilidades protopáticas y epicríticas, hace que el efecto sensorial se vaya
diferenciando del efecto afectivo y motive una reacción. Así, el protoinfante que, en un
momento dado de su maduración, percibe su mano pasando dentro de su campo
visual, de pronto fija la mirada y la atención en ella, la detiene, la aleja, la atrae de
nuevo, para determinar sus efectos específicos. En las reacciones circulares la
sensación suscita el gesto que, a su vez, tiende a ajustarse a la sensación.

 Este preciso ajuste del gesto con su efecto instaura entre el movimiento y las
impresiones de las aferencias externas -entre las sensibilidades propio y
exteroceptivas- unos sistemas de relaciones que los diferencian y los oponen en la
medida en que se combinan en series minuciosamente unidas. 14

La reacción circular implica una coordinación de diversos campos de imágenes:


visuales, auditivas, táctiles y kinestésicas, con registros emocionales y afectivos.

La reacción circular es, para Wallon, primero un acto que se explica por la ley del
efecto, pero también por el gusto de la repetición, por el placer de reencontrar las
cosas. El acto y su motivación presentan luego diferentes niveles. Los primerísimos
actos impulsivos no tienen motivación psíquica. Sólo se producen como actividad
orgánica. Luego aparecen los actos emotivos cuando los actos impulsivos se registran
unidos a estados de bienestar, de malestar o sufrimiento –a partir de las
sensibilidades íntero y propioceptivas– también ligadas al mundo externo a través de
las sensibilidades exteroceptivas y kinestésicas. Sin éstas el movimiento no
podría entrar en la vida psíquica transformándose en acción.
 El efecto es inherente al acto, teniendo cada uno su contenido, su ocasión y su
objetivo. [...] El efecto no es exterior al acto. Es, en cada momento y simultáneamente,
su resultado y su regulador. 15

La actividad circular, que consiste en una especie de ejercicio mutuo de movimientos


y sensibilidades, tiene como consecuencia la formación de estructuras
sensoriomotrices y la integración progresiva de diferentes campos sensoriales,
significados por la emoción, que permiten la evolución de la prensión, de la
percepción, de las representaciones mentales, de la comprensión de relaciones entre
los fenómenos y el advenimiento del lenguaje.

El rol del juego

El goce vivido intensamente en el acto es la fuente y la motivación del


encadenamiento de acciones voluntarias que denominamos “juego”. El placer, al
mismo tiempo causa y efecto, que nace de una compleja emoción-excitación, “afecta”
al sujeto en el descubrimiento, la sorpresa, el desafío, la tensión, la búsqueda del
“efecto”. La marca del juego es la reiteración del acto en la búsqueda de la reiteración
del placer.
Pero también en el proceso de constitución psíquica es el juego el instrumento
privilegiado del niño para la superación de la angustia de separación y pérdida,
porque los diferentes niveles de acción y de simbolización le permiten el despliegue,
dominio y elaboración de los contenidos narcisísticos y fantasmáticos de su vida
mental. 16

Es indudable que en la construcción de la imagen de sí está integrado “el otro” en una


dialéctica de placer que se entiende como dinámica y no sólo como estado.
En toda acción hay una integración de lo que proviene de sí mismo, como impulso y
de lo que proviene del medio en el que la acción se concretiza. Medio que es siempre
social, socializado, creado, organizado y puesto a disposición por otros sujetos. Puede
comprenderse así a la acción siempre como una “interacción” redundantemente
“intersubjetiva”.
La imagen de sí se constituye entonces, en una dialéctica entre la estabilidad y la
maleabilidad del Otro, entre la presencia y la ausencia, entre la continuidad y la
ruptura. De la diferencia entre lo que es y lo que no es, emerge la sensación, la
percepción, la conexión, la espera y la búsqueda, el encuentro y la desilusión y
también, luego, el concepto.

El niño puede jugar en la acción –puede jugar-se en la acción– en la medida de su


relativa seguridad respecto de lo ya integrado en él. Puede “jugar a perder” de sí y del
otro lo que certeramente ya posee o sabe que no va a perder porque puede
recuperarlo fácilmente.
Por ejemplo, la función del equilibrio tuvo que organizar -para el control progresivo de
su cuerpo- sistemas de estabilidad estática y dinámica, ora a favor, ora en lucha, con
una concurrencia de fuerzas físicas –entre las cuales está la de gravedad– y contra
las súbitas sensaciones laberínticas y viscerales desorganizadoras de la unidad de sí
que se registran frente a las situaciones de pérdida de equilibrio, y que provocan la
emergencia de angustias arcaicas, primitivas, “catastróficas”, o “aniquiladoras” de
“caída en el vacío infinito” como las describe D. Winnicott. 17

Durante el período de los primeros 18 meses el niño vive la caída, la aceleración


súbita, la percepción de la profundidad, con vivas emociones contradictorias,
generalmente de miedo o displacer, fuertemente ligadas a la relación y al sostén del
adulto. La crispación, la excitación, los gritos y las risas que aparecen durante estas
experiencias son generalmente verdaderas descargas tónicas de autorregulación
emocional (aunque los adultos crean que es simplemente de placer) que si se
prolongan llevan al llanto y al temor.

El niño no busca hasta esa edad, caerse, arrojarse al vacío. Ni tolera fácilmente ver
que el adulto lo haga. Lo llega a soportar en la medida que un otro lo acompañe,
consolándolo...
Es cierto que en el acto compartido con el otro la emoción, el placer del otro, del
adulto, “contagia” al niño por resonancia tónico-emocional. Esta resonancia inevitable
se encuentran en la base de poderosos –y necesarios para el niño- procesos de
identificación. Por lo tanto las fuertes sensaciones propioceptivas que provocan
emociones displacenteras de desorientación, inseguridad y/o de pánico se confunden
con las emociones irradiadas por el otro. En consecuencia se producen gestos y
mímicas que, en la excitación, esconden frecuentemente complejos y contradictorios
afectos, a veces difíciles de codificar o comprender, pero que dejan huellas en el
proceso de construcción de la personalidad.

Podríamos preguntarnos por la estructura psíquica y la matriz afectiva que se


organiza en un sujeto, a partir de la reiteración de fuertes sensaciones propioceptivas,
viscerales y vestibulares caóticas y desorganizadoras –provocadas por el adulto
significativo con una sonrisa y brindándole un espejo gozoso– que se inscriben
intrapsíquicamente en el niño, entretejiendo su dependencia motriz y emocional, su
sometimiento al placer del otro y los procesos de identificación y de significación.
¿Cómo quedan ligados la hiperexcitación, el pánico, el displacer y el sufrimiento
íntimo, orgánico del vértigo y la caída y el simultáneo placer del adulto que juega con
el cuerpo del niño, y provoca y estimula ese tipo de situación de “encuentro”? Adulto
que, por su apego, supuestamente debería contener, consolar y reasegurar. Se
introyecta, posiblemente una especie de sometimiento sadomasoquista que genera,
tal vez, el tipo de personalidades que buscan, a veces compulsivamente, reencontrar
“al otro” en la intensidad del “placer” del peligro, en las sensaciones extremas y en el
riesgo de la trasgresión de los límites.

El niño que se inicia en los desplazamientos, que camina o comienza precariamente a


correr impulsado por el placer del ejercicio funcional, de la apropiación del espacio y
de la velocidad, cuando sufre una caída la vive como un impacto súbito, como una
interferencia desconcertante en el encadenamiento de la acción. El llanto como
llamada y no tan sólo como descarga y la búsqueda y el encuentro de la mirada, el
gesto del otro le permiten contener la emoción desbordante, reasegurarse y
reunificarse frente a la propia fragmentación ante lo inesperado y lo incomprensible.

Recién a partir de los 18 a 24 meses aproximadamente, se asiste a juegos de caídas


voluntarios y autoinducidos, tales como arrojarse gozosamente al suelo, giros
vertiginosos y la búsqueda activa de compartirlos o de ver también caer al otro. B.
Aucouturier sostiene que éste podría ser el indicio de un hito importante en la etapa
de constitución y consolidación de la imagen del cuerpo y de elaboración de
fantasmas sensoriomotores originarios. El niño quiere y puede entonces jugar a
perder la estabilidad postural, base del sentimiento de unidad de sí, porque no pierde
la “seguridad postural” o sabe, sin duda, cómo recuperarla.

De la misma manera el placer en los juegos de “aparecer y desaparecer” requiere una


densidad psíquica ligada a la posibilidad de permanencia y de estabilidad mental del
objeto. Sólo en ese caso la excitación puede transformarse en goce y no en pánico
ante la vivencia de pérdida. Es porque existe en el psiquismo claramente la imagen
y/o el “representante” del otro que el niño puede jugar y no sólo “tolerar” la ausencia
como pérdida.

En el proceso de maduración también la manipulación, instrumento privilegiado para


la exploración, acceso y transformación del mundo, se va desarrollando como el
resultado, generalmente, de la asociación del ojo y la mano. Aun antes del tercer mes
de vida, la mano empieza por atraer la mirada como cualquier objeto. Durante un
cierto tiempo la percepción visual se mantiene disociada de la sensibilidad
propioceptiva y kinestésica y posiblemente las huellas visuales sean difusas por la
inestabilidad de la percepción. Cuando con el ejercicio repetido logra unir estas
sensibilidades, visual, propioceptiva y kinestésica, el protoinfante puede fijar la
posición de la mano, que ya no se le escapa presa de oleadas tónicas y emocionales.
Empieza a controlar el movimiento, acercamiento, alejamiento, presencia y ausencia
del objeto mano, estabilizando imágenes visuales, que permiten su apropiación y su
conocimiento progresivo, articulándolo con las sensaciones posturales y
propioceptivas que le permiten reencontrar y reubicar la mano en su campo visual.

Luego, hacia el cuarto mes, la mano atrae la mirada cuando se pone en contacto con
un objeto. Las diferencias de sensibilidad táctil, kinestésica provistas por ese objeto
sobre su mano parecen estar inicialmente disociadas de la visión hasta que ésta es
atraída por el objeto en la mano y poco tiempo después guía la mano hacia el objeto.
A partir de entonces el niño palpa, tantea, agarra los objetos a su alcance, los choca
entre sí, los frota contra su rostro, sus labios, los lleva a la boca, los sacude, etc.,
como para experimentar todos los efectos posibles en el campo de todas sus
sensibilidades. La relación entre la visión y la prensión se precisa, para Wallon,
alrededor del final del primer año cuando los campos sensoriales y motores de la
corteza cerebral han sido conectados entre sí y la mielinización piramidal permite el
control cortical sobre la actividad motriz. Es entonces, por lo tanto, que la acción
voluntaria de los músculos extensores de la mano, ajustando el tomar y el soltar,
apoya la posibilidad psíquica de desaferrarse, de dejar ir de sí, de alejar de sí.

La evolución de la manipulación y de la utilización instrumental de ésta en la acción


sobre los objetos es un indicador de la enorme importancia que tiene esta actividad en
la constitución del psiquismo infantil. La manipulación concurre y apuntala la
construcción de la imagen mental y la noción de objeto, de yo y no yo, de espacio
próximo y lejano, de presencia y ausencia, afirmando la capacidad de anticipación y
los esbozos de las relaciones de causalidad en la inteligencia práctica o de
situaciones.
Alrededor de los 18/20 meses, los saltos cualitativos que se operan desde el punto de
vista psíquico se expresan en actitudes mentales más elaboradas. La actividad
sensoriomotora venía siendo ya vertida paulatinamente hacia el mundo exterior luego
de la fase inicial
autoplástica del estadio emocional. A partir de ahora empieza a reflejarse en actitudes
que implican una representación de sí más consistente, una mayor diferenciación del
otro –como la imitación diferida y el juego simbólico. La preponderancia intelectual y
afectiva da paso a un tipo diferente de socialización, en la que el niño aprende a
abordar las relaciones en el mundo, siendo uno con otro o contra otro, pero donde el
otro empieza a configurarse como sujeto autónomo, y no como una mera
prolongación o en función del mismo niño. Ya puede, a veces, concebir al otro no sólo
como una emanación de sí mismo ni sólo para sí mismo.

Este primer cierre del continente psíquico 18 –señalado por indicadores relevantes: el


acceso al control esfinteriano voluntario, la enunciación de sí mismo en primera
persona del singular -YO y la maduración grafomotriz que permite el cierre en el
grafismo circular- marcaría la finalización de la protoinfancia.

1. Se puede pensar también en prototipo: modelo original o primer molde de un producto industrial,
o en protosol: masa cósmica que dio origen a un sistema planetario, o en protozoo, protovínculo,
protorrepresentaciones.
2. Diccionario Enciclopédico de Educación Especial. Madrid, Editorial Diagonal /Santillana, 1985,
p.1142
3. El vínculo de apego, la exploración y apropiación del mundo externo, la comunicación, la
seguridad postural y el orden simbólico. “Teoría de los Organizadores del Desarrollo”, en Chokler,
M. Los Organizadores del Desarrollo Psicomotor, del mecanicismo a la Psicomotricidad Operativa,
Buenos Aires, Ediciones Cinco 1988.
4. Protopática: sensibilidad profunda, confusa, difusa, visceral, ligada siempre a un carácter
afectivo, se acompaña a menudo de euforia o de angustia. H. Wallon, Los orígenes del carácter en
el niño. Los
preludios del sentimiento de personalidad. Trad. Mabel Arruñada. Ed. Nueva Visión., p. 75, 1979.
5. Epicrítica: sensibilidad predominantemente ligada a la exteroceptividad, a través de la cual se
diferencian las cualidades y se conocen las cosas. (Ibidem)

6. Concepto formulado por el Dr. Julián de Ajuriaguerra en sus cursos de “Neuropsicología del
Desarrollo” dictados en el Collège de France entre 1977-1978. Publicado en castellano en La
Hamaca Nº 3-4. Buenos Aires, 1992.
7. Wallon, H., L’enfant turbulent. Stades et troubles du développement psychomoteur et mental
chez l’enfant, Paris, F.Alcan, P.U.F., 1925, passim
8. Para H. Wallon tono muscular y emoción son las dos caras de la misma moneda. La emoción es
la bisagra, que anclada en lo orgánico se engrampa en lo social, en el Otro, para dar origen a los
afectos y
al psiquismo. (N. de A.)
9. D. W. Winnicott, El proceso de maduración en el niño, Editorial Laia, Barcelona, 1975, cap 4,
p.67.
10. E.Bick, “The experience of the skin in early object-relations”, 25 International Congress of
Psychoanalisis, Copenhague, 1967. Publicado in International Psychoanalisis, 49,p.484-486.

11. D. Anzieu, “Le moi-peau”, in Nouvelle Revue de Psychanalyse, 9, p.195-208.


12. “Protorepresentaciones” es un término propuesto por Pinol-Douriez (1984), en el mismo sentido
Piera Aulagnier habla de “pictogramas”, Gibello de “representaciones de transformaciones”.
13. Noción de E. Pichon Rivière vinculado con los procesos de salud y aprendizaje, diferenciado de
la “adaptación pasiva” que lleva al sometimiento acrítico y a la enfermedad mental.
14. H. Wallon (1941) citado por Tran Thong en Los estadios del niño en la Psicología Evolutiva.
Madrid, Pablo del Río, 1981.
15. Wallon, citado por Tran Thong, op.cit. pág. 149.

16. Bernard Aucouturier reconoce un primer nivel de reaseguramiento profundo de la angustia de


pérdida a través de juegos de placer sensoriomotor (rotaciones, giros, saltos, caídas, balanceos,
estiramientos,
trepados, equilibrios y desequilibrios, de destrucción y construcción; de presencia y ausencia
(escondidas); de persecución (atrapar y ser atrapado); juegos de omnipotencia; juegos de
identificación con el yo ideal; juegos de identificación con el agresor. Ver Chokler, M.: Acerca de la
Práctica
Psicomotriz de Bernard Aucouturier. Buenos Aires, Ediciones Ariana, 1999.
17. D. W. Winnicott, El proceso de maduración en el niño, Barcelona, Laia, 1979, p.67
18. Noción desarrollada por B.Gibello en La pensée décontenancée. Paris, Bayard Editions, 1995.

 Se denomina «Protoinfancia» al período de desarrollo que comprende la etapa de la gestación


intrauterina y los primeros años del bebé hacia la niñez.

Se trata de un período fundamental donde se forman las bases de la personalidad, bases sobre las
que se construyen las experiencias futuras, donde la función postural y la posibilidad de
manipulación juegan un importante papel y operan en la génesis de los primeros tipos de
actitudes y su transformación en operaciones mentales, que se desarrollarán en las edades
siguientes.
Período donde el contacto corporal, el vínculo, la comunicación que se establecen en los primeros
meses de la vida del bebé con adultos en posición de disponibilidad y escucha, son importantes
“organizadores” que posibilitan la conquista de su “cuerpo” y del mundo que habita,
explorándolo a través de su propia acción. (Nota de Euskal Herriko Pikler-Lóczy Sarea)

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