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Introducción.
La pandemia del COVID – 19, ha traído consigo una alarma mundial. Los lugares en donde se han
dado más contagios, están viviendo una pesadilla, como lo es China, Italia, Francia o España; y en los
lugares en donde todavía no hay, la gente está atemorizada, no sólo por no contagiarse, sino por todas las
cargas que llevan desde ya, y que con esta pandemia todo se ve empeorado más. Personas que tienen trabajar
diariamente para subsistir, enfermos que están en un hospital, desastres naturales, problemas en la familia, y
a esto se suma toda una crisis económica que ya se está haciendo evidente en estos días de cuarentena.
La pregunta de todo esto sea: por qué nos tiene que pasar esto, dónde está Dios. Y es muy difícil
responder preguntas como éstas, por sobre todo cuando tienen que sufrir los niños o lo que no tienen culpa.
Podemos encontrar algunas respuestas en la Biblia, ante toda crisis y sufrimiento hay un propósito, que no lo
podemos entender, pero Dios aún no ha perdido el control.
Además ese tesoro, considero que es de una manera genérica su imagen y semejanza que nos dio, el
soplo de vida cuando el ser humano era sólo un muñeco de barro. Es sorprendente lo que ha logrado y
sigue logrando el ser humano, todos los inventos, toda la tecnología, todo lo que ahora podemos tener, es
por ese tesoro intelectual y creativo que Dios puso en los humanos, y los ha quitado por más pecadores
que sean. Lo triste es que el hombre se ha creído que todo lo puede, y ha dejado a Dios de lado.
En crisis como estas nos damos cuenta que no tenemos el control, que por más ciencia que haya, un
virus microscópico tiene alarmado a todo el mundo. No importa la clase social o el color de piel, todos
nos damos cuenta que necesitamos protegernos, y que a veces toda una fortuna no es suficiente para salir
ilesos de todo esto. Una vez más nos damos cuenta que somos polvo y al polvo vamos a ir.
CONLUSIÓN
Recordemos que el amor de Dios es lo más poderoso para darnos victoria en todas las adversidades.
Nuestra oración debe ser que Dios nos llene de su amor, que seamos capaces de conocer la grandeza del
amor de Cristo. Ese amor es inquebrantable, porque en Él somos más que vencedores. Pablo dice en
Romanos:
¿Acaso hay algo que pueda separarnos del amor de Cristo? ¿Será que él ya no nos ama si tenemos
problemas o aflicciones, si somos perseguidos o pasamos hambre o estamos en la miseria o en peligro o bajo
amenaza de muerte? 36 (Como dicen las Escrituras: «Por tu causa nos matan cada día; nos tratan como a
ovejas en el matadero»). 37 Claro que no, a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio
de Cristo, quien nos amó.
38
Y estoy convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni
ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los
poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. 39 Ningún poder en las alturas ni en las
profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está
revelado en Cristo Jesús nuestro Señor. (Romanos 8:35-39)