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Escena 1.

ANTÍGONA. Ismene, hermana, ¿Sabes cuál decreto acaba de publicar el general? ¿Has oído algo? ¿Sabes de
qué se trata?

ISMENE. No, Antígona, no he tenido más noticias desde que nuestros dos hermanos se mataron el uno al
otro.

ANTÍGONA. Pues te informo que Creonte ha considerado a Eteocles digno de enterramiento, y lo sepultó
bajo tierra. En cuanto a Polinices, ordenó que nadie le dé sepultura ni lo llore. El que lo haga será lapidado
en la ciudad, así que este es el momento para demostrar que no eres cobarde.

ISMENE. Pero, ¿qué puedo hacer yo si las cosas están así?

ANTÍGONA. Piensa si me quieres ayudar.

ISMENE. ¿Qué estás planeando?

ANTÍGONA. (Levantando la mano) Si, junto con esta mano quieres levantar el cadáver.

ISMENE. ¿Es que lo piensas enterrar? ¡Pero si está prohibido!

ANTÍGONA. Pero es mi hermano, y tuyo también.

ISMENE. Pero piensa esto: Creonte lo prohibió, somos sólo dos mujeres y no podemos luchar contra ellos,
que además tienen el poder.

ANTÍGONA. Yo lo enterraré. Moriré haciéndolo. Iré en contra de la ley, pero Dios me lo agradecerá.

ISMENE. Bueno, vete, si te parece. Pero eres una inconsciente, aunque lo hagas por amor a tu hermano.

Escena 2.

(Entra un guardián de los que vigilan el cadáver de Polínices)

GUARDIÁN. Mi general, alguien le ha dado sepultura a Polínices y se ha ido sin dejar rastro.

CREONTE. ¿Qué dices? ¿Quién se ha atrevido?

GUARDIÁN. No lo sé, pues no había golpe de pala ni rastros de forcejeo. Sólo tenía una fina capa de polvo,
como para evitar la impureza. (Con cara de angustia) Por mi parte le aseguro que yo no he sido ni he visto
al culpable. Por otra parte he hablado con los otros guardianes y todos han jurado no haber visto ni una
sombra. Desgraciadamente el destino me trajo a mí a darle esta mala noticia.

CORIFEO. Señor, ¿no será esto una obra de Dios?

CREONTE. (Molesto) Lo único que te digo es, que si no se descubre al culpable, tú pagaras las
consecuencias. Ahora desaparécete de mi vista y consigue al culpable.

Escena 3.

(Entra el Guardián arrestando a Antígona)


CORIFEO. ¿Tú eres Antígona, la hija de Edipo? ¿No será que te llevan presa porque no cumpliste con la ley
y te descubrieron?

GUARDIÁN. Sí, ésta es la que quería sepultar el cadáver. La agarramos in fraganti. Pero, ¿dónde está
Creonte?

CREONTE. ¿Qué pasa?

GUARDIÁN. Vine a traer esta muchacha, porque la vi tratando de enterrar al muerto. Ahora le toca a usted
juzgarla y castigarla.

CREONTE. ¿Y cómo la descubriste?

GUARDIÁN. La cosa fue así: llegamos, barrimos la tierra alrededor del muerto para que quedara bien
descubierto, y como el cuerpo se estaba pudriendo, nos alejamos para que no nos llegara el olor. De
repente, llegó un ventarrón bien fuerte, y cuando terminó pudimos ver a la muchacha llorando junto al
cadáver, preparándolo para enterrarlo. Nosotros la interrogamos y no negó nada.

CREONTE. (Dirigiéndose a Antígona). ¡Ey!, tú, sube la cabeza y respóndeme. ¿Confirmas o niegas haberlo
hecho?

ANTÍGONA. No lo niego.

CREONTE. (Al Guardián) Tú te puedes retirar sin preocupaciones. (A Antígona de nuevo) Y tú, aún
conociendo el decreto, te atreviste a infringirlo.

ANTÍGONA. No sabía que tu decreto tuviese tanto poder como para transgredir las leyes de Dios. No son
de ayer ni de hoy, sino de siempre, y nadie sabe de dónde surgieron.

CORIFEO. La muchacha no sabe ceder ante las desgracias.

CREONTE. Ahora está cometiendo una segunda insolencia: presume y se burla de haber transgredido las
leyes. Ella y su hermana pagarán. A Ismene también la inculpo por haber tenido igual participación en el
enterramiento.

(Sale Ismene entre dos esclavos.)

CREONTE. (A Ismene) ¿Vas a afirmar haber participado también tú en este enterramiento, o negarás con tu
juramento lo que sabes?

ISMENE. Tomo parte en la acusación y la afronto. Y a ti hermana, ¡no me prives del derecho de morir
contigo y de honrar al difunto!

ANTÍGONA. Será suficiente con que yo muera.

CREONTE. Afirmo que estas dos muchachas están trastornadas. Una acaba de manifestarlo, la otra desde
que nació.

ISMENE. Y tú, ¿vas a matar a la prometida de tu propio hijo?

CREONTE. Sé que encontrará otra. Odio las mujeres perversas para mis hijos.
CORIFEO. Parece que está decidido, que muera. Tanto en tu opinión, como en la mía. Llévenlas adentro y
enciérrenlas.

Escena 4.

(Hemón se entera de lo que sucede y va a ver a su padre)

CREONTE. ¡Oh hijo! ¿No estas molesto con tu padre, al saber lo que acabo de decretar con respecto a tu
prometida? ¿O sigo diento querido por ti haga lo que haga?

HEMÓN. Padre, ninguna boda es para mi más importante que tu recta dirección.

CREONTE. Esa es la actitud hijo mío. Nunca eches a perder tu sensatez por el placer que te brinde una
mujer, cumpliré lo prometido, sin importarme que ella sea quien es.

CORIFEO. Me parece que hablas con sensatez en lo que estas diciendo Creonte.

HEMÓN. Padre pero piénsalo, debes pensar en tras razones. Yo he escuchado en el pueblo, como la gente
se lamenta por la muerte de esta chica. Dicen que es una chica digna de alabanza, por no permitir que su
hermano muerto, fuera comida de animales. “¿Es que no es digna de obtener una estimable recompensa?”
Este rumor de difunde con sigilo. Sólo te pido que no te quedes con un solo punto de vista.

CREOENTE. ¿Me estas diciendo que tome una mala decisión?

HEMÓN. Sólo te digo que los ciudadanos consideran que Antígona no ha obrado mal en ningún momento.

CREOENTE. ¿Y la ciudad va a decirme lo que debo hacer?

HEMÓN. Solamente te digo que no existe ciudad que sea de un solo hombre.

CREONTE. Todo lo que estas diciendo, es a favor de ella.

HEMÓN. Y en el tuyo y en el mío, padre. Ella va a morir, y en su muerte arrastrará a alguien.

CREONTE. ¿Me estas amenazando?

HEMÓN. No existe la amenaza cuando lo que se dice no tiene fundamento. Si no fueras mi padre diría que
no estas en tu sano juicio.

CREONTE. Sencillamente esa mujer ya te convirtió en su esclavo. (Hablándole a las sirvientas) Tráiganme a
esa, para que cerca de su prometido, muera.

HEMÓN. No, ni lo sueñes. ¡Ella no morirá cerca de mí!

(Hemón sale de la sala)

CORIFEO. Se ha marchado señor. Un corazón que a esa edad sufre es terrible.

CREONTE. Pues, ¡que madure! Porque a esas dos muchachas nadie las salvará de su destino.

CORIFEO. ¿Piensas matarlas a las dos?


CREONTE. No a Ismene, pues ella en realidad, no ha tenido nada que ver. Pero a Antígona la enviare a
donde no llega el hombre. La ocultare viva en una caverna, dándole la comida justa, para que pague lo que
hizo.

(Entra Antígona conducida por esclavas llega a donde Creonte)

CREONTE. ¡Llévenla y enciérrenla! Déjenla sola, bien sea para que muera o quede enterrada viva. Será
privada de la luz solar.

ANTÍGONA. ¡Oh no! La muerte me espera… Sin embargo, al irme tengo la esperanza de llegar a los brazos
de mi padre, madre y hermanos.

CORIFEO. ¿Es que tú aun no comprendes la falta que has hecho?

ANTÍGONA. No he faltado a nadie. Esto es lo que siempre he debido hacer.

(Sale Antígona conducida por guardias)

(Llega Tiresias)

CREONTE. ¿Qué nuevas hay anciano?

TIRESIAS. Yo te las revelaré, tú sólo obedece al adivino.

CREONTE. Hasta ahora no me has defraudado viejo sabio.

TIRESIAS. Recapacita hijo. El equivocarse es común para todos los hombres. Así que, has una concesión al
muerto y no castigues a quien nada es ya.

CREONTE. Por nada del mundo permitiré que entierren a aquel.

TIRESIAS. ¿Sabias que la mejor de las posesiones es la prudencia?

CREONTE. Tanto como que el no razonar es el mayor perjuicio.

TIRESIAS. Pues tu estas lleno de ese mal.

CREONTE. No quiero contestar con malas palabras al adivino.

TIRESIAS. Pues lo estas haciendo, diciendo que yo predigo en falso.

CREONTE. Toda la raza de los adivinos está apegada al dinero.

TIRESIAS. Y la de los tiranos los está a la codicia. Tú mismo serás quien lleve a la muerte a alguien de tu
propia sangre a cambio de haber enviado indignamente a un alma viva a la tumba y de retener y privar de
honores a aquel que a muerto.

CORIFEO. El anciano se va, tras predecirnos terribles cosas. Y sabemos, que él nunca anunció una falsedad
a la ciudad. Debes ser prudente.

CREONTE. ¿Qué debo hacer? Dime. Yo te obedeceré.

COTICEO. Ve y libera a Antígona. Y Dale sepultura honorable al muerto.

CREONTE. ¿Me dices esto y crees que debo hacerlo?


COTICEO. Y cuanto antes, señor. Vaya ahora a hacerlo y no lo encomiende a otros.

CREONTE. He cambiado mi decisión a este respecto, igual que la encarcelé, del mismo modo estaré para
liberarla.

(Llega un mensajero)

MENSAJERO. Vecinos, Creonte envidiable en un momento, porque había liberado de sus enemigos a esta
tierra y había adquirido la absoluta soberanía del país. Lo gobernaba mostrándose feliz con la noble
descendencia de sus hijos. Ahora todo ha desaparecido.

CORIFEO. ¿Con que nueva desgracia de los reyes nos vienes hoy?

MENSAJERO. Han muerto, y los que están vivos son culpables de la muerte.

CORIFEO. (Sorprendido) ¿Quién ha muerto? Habla.

MENSAJERO. Hemón ha muerto. Su propia sangre lo ha matado. Se suicido como reproche a su padre por
el asesinato.

CORIFEO. ¡Oh adivino! ¡Cuan perfecta es tu profecía! Veo a Eurídice, la infortunada esposa de Creonte. Sale
del palacio, porque ha oído hablar de su hijo o bien por casualidad.

EURIDICE. Los he oído cuando me dirigía para acá. ¡Me llegó el rumor de una desgracia que me afecta! Sea
cual sea la noticia, ¡infórmenme!

MENSAJERO. Le diré que sucedió. Pues estuve presente. Yo acompañe a su esposo a donde yacía el cuerpo
abandonado de Polinices. Se lavo su cuerpo con agua purificada; quemamos con ramas lo que quedaba de
él y levantamos un gran túmulo de tierra. Luego, fuimos a la caverna donde se encontraba Antígona, al
adentrarnos, escuchamos murmullos. Con preocupación nos fuimos acercando y escuchamos unas
desgarradoras palabras: << ¡Pobre de mí! ¿Soy acaso adivino? ¡Este es el peor sufrimiento que he vivido!
>> Creonte reconoció la voz como la de Hemón y envió a los criados a averiguar si en realidad esa era la voz
de su hijo o si estaba desvariando.

Miramos, según ordenes, y vimos a la joven muchacha a un extremo de la tumba colgando del cuello y él,
abrazándola por la cintura, lamentándose por la perdida de su prometida muerta por las decisiones de su
padre.

Creonte cuando lo vio, avanzó al interior a su lado y le dijo << ¿Qué has hecho? (Suplicando) Sal hijo, te lo
pido. >> Pero Hemón mirándolo con ojos fieros le escupió en el rostro y sin contestarle tiró de su espada
de doble filo. Pero no alcanzó a su padre, quien lo esquivó. Seguidamente, el infortunado hundió en su
costado la mitad de su espada. Aun con conocimiento, estrechó a la muchacha. Yacen así, un cadáver
sobre otro.

(Eurídice entra en el palacio sin pronunciar una palabra)

CORIFEO. ¿Qué podrías conjeturar ante esto?

MENSAJERO. Yo también estoy sorprendido. Creo que enterada de las penas de su hijo, no considera
apropiado su lamento ante la cuidad, preferirá hacerlo a solas.

CORIFEO. Vamos a saberlo entrando en el palacio.


(Van camino al palacio, mientras llega Creonte con cara de desgracia)

CREONTE. ¡Mi hijo ha muerto! ¡Mi hijo, joven, muerto en la juventud! Has muerto por mis locuras, no por
las tuyas.

CORIFEO. ¡Demasiado tarde pareces haber conocido el castigo!

(Llega otro mensajero)

MENSAJERO 2. Oh amo, cuantas desgracias posees y estas adquiriendo.

CREONTE. ¿Qué? ¿Existe algo aun peor que esta desgracia?

MENSAJERO 2. ¡Tu mujer ha muerto!

CREONTE. ¿Por qué los dioses me aniquilas? ¿Por qué?

(Se abre la puerta del palacio y se muestra el cuerpo sin vida de Eurídice)

CRENOTE. ¿Cómo ha sucedido tan sangriento fin?

MENSAJERO. Hiriéndose bajo el hígado a sí misma, cuando se enteró de la muerte de su hijo.

CREONTE. (Sorprendido y triste) ¿Por qué no me hiere alguien con una espada de doble filo?

CORIFEO. La cordura es el primer paso de la felicidad. Las palabras arrogantes de los que se jactan en
exceso, tras devolverles el pago en grandes golpes, les enseñan en la vejez la cordura.

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