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ANTÍGONA
Versión de cámara Adaptado de
Sófocles por la Prof. Nelli B. de Quirós
Relator: La acción en Tebas, al día siguiente de una batalla. Los
argivos han querido invadir la ciudad, comandados por Polínices,
príncipe tebano hijo de Edipo, que ha marchado contra su tierra
natal. Su hermano, Etéocles, lo enfrentó defendiendo a Tebas, y
ambos han muerto. Entran Antígona e Ismena, las hermanas de
los príncipes. (Aparecen)

Antígona: Oye, Ismena, mi hermana querida. No hay infortunio


que los dioses nos hayan ahorrado desde nuestra desgraciada
llegada al mundo. Y ahora, ¿qué daño prepara nuestro tío, el rey
Creonte a los seres que tanto amamos?

Ismena: Desde que las dos nos vimos privadas de nuestros


hermanos, que en una sola noche murieron uno en manos del
otro, nada sé que me pueda hacer más feliz ni desgraciada.

Antígona: Creonte ha ordenado que a nuestro hermano


Etéocles, que murió defendiendo a Tebas, sea honrado entre los
muertos, pero al infortunado Polínices no se lo puede dar
sepultura ni llorar. Cualquiera que desobedezca, lo pagará con su
vida. Ahora vas a demostrar si has nacido de sangre generosa
o si no eres nada más que una cobarde .

Ismena: ¿Pero qué podemos hacer nosotras?

Antígona: ¿Me ayudarás a levantar el cadáver?

Ismena: Pero, Antígona. ¿Qué podemos hacer si lo ha prohibido


el rey?

Antígona: No tiene ningún derecho a privarme de mis deberes.


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Ismena: Piensa hermana que nos hemos quedado solas las dos,
débiles mujeres. No podemos luchar contra los hombres. Yo
obedeceré contra mi voluntad, porque no tiene sentido
desobedecer a los poderosos.

Antígona: Haz lo que quieras. Yo con mis manos, cavaré una


tumba para mi desgraciado hermano.

Ismena: Tienes un corazón de fuego para hacer cosas que hielan


de espanto.

Antígona: Lo haré porque debo. No se puede obedecer a los


hombres si lo que te piden no es grato a los dioses.
. (Hace su entrada el Coro)
Coro: ¡Rayo del sol naciente, la más hermosa luz que haya
brillado sobre Tebas, la de las siete puertas! El ejército que en
contra de nosotros levantó Polínices huyó dejando en el campo
sus escudos de bronce. Sólo quedaron los dos desgraciados
nacidos de un mismo padre, que alcanzaron los dos una sola
muerte. Pero La Victoria habita hoy nuestra ciudad, y aquí llega
Creonte. (Entra Creonte)

Creonte: Pueblo de Tebas, que obedeciste al infeliz Edipo y a


sus desgraciados hijos. Como rey de
Tebas, por ser el pariente más cercano de los muertos, esto
dispongo: a Etéocles, que murió defendiendo la ciudad, ordeno
se le entierre con todas las honras, para que camine en la luz de
los dioses. Al otro, a Polínices, me refiero, ordeno se lo deje
insepulto, para que lo devoren las aves y los perros, y su alma
nunca encuentre la paz.

Coro: Eres el rey, y es tu privilegio hacer prevalecer tu voluntad


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Creonte: Hay ya guardias que cuidan que mis órdenes se
cumplan. (Pausa musical)

Mensajero: Rey, no digo que vengo sin aliento por haber venido
corriendo, sino por el miedo, porque los pies me pesaban como
el plomo. Tengo atroces noticias.

Creonte: ¿Hablarás por fin?

Mensajero: Alguien ha sepultado el cadáver de Polínices, y le


ha rendido honras fúnebres..

Coro: Me pregunto, Creonte, si los dioses no nos están


mostrando su voluntad.
Creonte: Óyeme, guardia, y que no tenga que volver a decirlo.
Desentierren ese cuerpo, y si alguien intenta sepultarlo de nuevo,
aprésenlo y tráiganlo ante mí. En esto les va la vida.

Coro: Grandes son las maravillas del mundo, pero de todas, la


más sorprendente es el hombre. El labra año tras año la
imperecedera, la inagotable tierra. Él captura a las aves, la raza
temible de las fieras y los peces del mar. Él se adiestró en el arte
de la palabra y en el pensamiento sutil como el aire, y así
nacieron las costumbres que rigen las ciudades. Él se labra un
camino, unas veces hacia el bien, otras hacia el mal,
confundiendo las leyes de la justicia que se comprometió
observar ante los dioses. (Entra el Guardián trayendo a Antígona.
Por otra parte, Creonte)

Creonte: ¿Por que traes así a mi sobrina?

Guardián: La hemos sorprendido enterrando el cadáver.


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Creonte: ¿Tú la viste?

Guardián: En cuanto regresé desenterramos el cuerpo, y nos


sentamos a vigilarlo. Poco después oímos a esta joven, que se
lamentaba como el ave que al regresar al nido lo encuentra vacío.
En seguida arrojó tierra sobre el muerto y realizó las libaciones
fúnebres. La prendimos sin que se resistiera ni diera la menor
muestra de miedo.

Creonte: ¿Conocías la prohibición que yo había promulgado?

Antígona: ¿Podía ignorarla? Te habías encargado de que


llegase a mis oídos.

Creonte: ¿Y te has atrevido a desobedecer mis órdenes?

Antígona: Como no era Zeus el que la había establecido, ni los


dioses subterráneos, no creí que los decretos de un mortal
pudieran tener primacía sobre las inmutables leyes de los dioses.
No son de hoy ni de ayer, porque existen desde siempre. Sabía
que tenía que morir ¿cómo podía ignorarlo? Pero no podía
tolerar que el hijo de mi madre quedase sin sepultura.

Creonte: El hijo de tu madre era nuestro enemigo. Nunca será


amigo mío ni después de muerto.

Antígona: No he nacido para compartir odio, sino amor.

Creonte: Ya que así lo quieres, irás bajo la tierra, para amar a


los que están allá. Mientras yo viva, ninguna mujer me mandará.
(Entra Ismena) Aquí está la otra víbora que creció en mi palacio.
Confiesa: ¿eres cómplice de este delito?

Ismena: Confieso mi parte en su crimen.


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Antígona: No lo permitirá la justicia. No quisiste acompañarme,


y no debes ir a la muerte conmigo.

Ismene: ¿Y qué será de mí, sola y sin ella?

Creonte: No cuentes con ella, porque ya es como si estuviera


muerta.

Ismena: ¿Y matarás a la novia de tu propio hijo?

Creonte: No quiero una mujer como ésta para mi hijo. Átala y


sujétala bien, que hasta el más valiente ante la muerte pierde su
coraje . (Entra Hemón)

Coro: Aquí viene Hemón, el más joven de tus hijos. Me


pregunto si viene a reprocharte el destino de su prometida.

Creonte: Lo sabremos de él mejor que de ningún otro. Hijo


¿tienes algo que reproclar a tu padre?

Hemón: Padre, como hijo, te pertenezco y te debo obediencia.

Creonte: Ésa es la norma que ha de regir tu corazón. Todo debe


pasar a segundo término ante la decisión de tu padre.
Hemón: Padre, a mí me es fácil escuchar lo que tú no oyes. Y sé
cómo llora el pueblo por esta joven. Dicen que su acto de piedad
no merece un castigo tan duro. No te obstines en aferrarte a
tu opinión como si fuera la única No debe causarnos vergüenza
escuchar a los otros.

Creonte: ¿No ha sido sorprendida esta mujer violando mi


autoridad?
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Hemón: No es eso lo que dice Tebas.

Creonte: ¿Y es la ciudad la que me dirá lo que debo hacer?

Hemón: No hay ciudad que pertenezca a un solo hombre.

Creonte: Todo eso lo dices llevado por tu pasión.


Hemón: Hablo porque te veo violar la justicia.

Creonte: Pues te digo que la verás morir ante tus ojos.


¡Guardias! ¡Lleven a esa mujer odiosa y entiérrenla viva en una
caverna para que Tebas no la vea nunca más. Así aprenderá lo
que se gana honrando a los muertos.

Hemón: Eso no lo verán mis ojos. ¡Quédate con los que te dicen
lo que quieres oír! (Sale Hemón. Aparece Antígona con las manos
atadas)

Coro: No puedo detener las lágrimas al ver a Antígona marchar


hacia la muerte.

Antígona: He aquí que marcho viva a mi sepulcro, sin haber


conocido el matrimonio ni la maternidad... ¡Oh tumba, oh tálamo
nupcial, eterna morada subterránea que ha de guardarme ya
para siempre! ¡Oh Tebas, ciudad de mis padres! ¡Mira lo que
sufro, y por qué manos, por haber practicado la piedad!

Creonte: No esperes mi perdón de ninguna manera.

Antígona: ¡Ay de mí! ¡Esa voz suena muy cerca de mi muerte!

Creonte: Y llorarán los que la lleven si siguen andando tan


despacio (Sale Antígona, llevada por el guardia)
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Coro: Tiresias, el augur ciego se acerca. Oye sus palabras,
Creonte, que nunca han dicho falsedad.

Tiresias: Creonte, siempre has escuchado mis profecías, y tengo


que anunciarte que mis augurios son malos. Los dioses han
cerrado sus oídos a los ruegos de esta ciudad, y todo es por tu
culpa, porque mantienes insepulto a un muerto y has encerrado
en una sepultura a una muchacha viva...

Creonte: ¿Tendré que sufrir que todos digan al rey lo que debe
hacer?

Tiresias: Es deber y derecho del adivino aconsejar prudencia.


Hablo en provecho de todos.

Creonte: En mi opinión, hablas movido por la demencia.

Tiresias: Me obligarás a revelar lo que hubiera querido guardar


en mi corazón.

Creonte: Por ningún precio me harás cambiar de idea.

Tiresias: Las ruedas rápidas del sol no darán muchas vueltas


antes de que pagues tu doble delito con sangre de tu sangre.
Pronto llenarán tu palacio los llantosde hombres y mujeres. Y
ahora dejo que descargues tu cólera con gente más joven. (Sale)

Coro: Ese hombre jamás ha pronunciado un augurio falso,


Creonte.

Creonte: Lo sé, y mi mente se debate en un mar de confusiones.

Coro: Necesitas prudencia, rey de Tebas.


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Creonte: Obedezco con pena, porque hasta los dioses están en
contra de mí. ¡Marchad a sepultar a Polínices, y vayamos al
sepulcro de Antígona, a liberarla de su muerte en vida! (Pausa
musical)

Guardián: ¡Oídme todos, para que ningún hombre se


considere digno de envidia! Creonte, era un rey magnífico,
temido por todos, triunfador en la guerra, poseía inmensos
tesoros y una noble familia que era ornato de su raza. Ahora todo
eso no vale más que la sombra del humo.

Coro: ¿Qué nueva desgracia vienes a anunciarnos?

Guardián: En cuanto sepultamos el cuerpo destrozado de


Polínices, marchamos hacia la tumba de Antígona. La hallamos
muerta, ahorcada con su propio ceñidor. A sus pies, pero
abrazándolos, estaba Hemón, con su propia espada clavada en el
costado. Su cuerpo estaba tibio todavía, y su sangre había
salpicado las pálidas mejillas de la novia...

Coro: Aquí viene Creonte, con los brazos manchados por su


propia culpa.

Creonte: ¡Que llegue el más deseado de mis infortunios y no


vuelva a ver la luz del sol! Llevad muy lejos a este rey insensato,
que no supo qué era la moderación en el poder ni en la
venganza.

Coro: La prudencia es la primera fuente de ventura. Las


palabras insolentes y altaneras las pagan con grandes infortunios
los que no tienen juicio sino en las horas de la vejez. (Sube
música)

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