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Palabra de Dios, conversión y comunión.

1. La Palabra de Dios, o mejor: el Dios que habla.

Nuestro Dios es un Dios que habla. No es un Dios mudo. Es un Dios que es Padre que da
el la Vida, y que también es Palabra en su Hijo, y Amor en su Espíritu.
La Vida que da Dios, no es una vida muda, ni cerrada egoístamente sobre sí misma: es
Vida, con Palabra y Amor.
La Palabra que es Dios, no es una palabra muerta ni fría: es Palabra de Vida y de Amor.
El Amor que es Dios, no es un amor cualquiera, un sentimiento “veleta” que va y viene:
es Amor Eterno y Sabio.
Los seres humanos, heridos por el pecado, tendemos a la división: algunos eligen la vida,
pero olvidan la sabiduría verdadera, y el amor generoso. Otros eligen la ciencia, pero
olvidan la vida y el amor. Otros, eligen el amor, pero olvidan el compromiso fiel, y la
sabiduría luminosa.
Pero Dios es comunión: es –simultáneamente– Vida eterna, Sabiduría luminosa y Amor
fiel.
Dios nos ama, pero no nos consiente, pues sabe que consentir a los caprichos del egoísmo
humano, es dejar que el hombre se dirija a su ruina. Por eso nos llama a la conversión.

2. Conversión.

La conversión no es hoy un concepto “políticamente correcto” para la cultura dominante.


Hoy la idea dominante es que “lo que yo quiero, lo que yo siento, es lo que está bien”. Por
tanto, no hay ideales hacia los cuales dirigirse, no hay virtudes que cultivar, no hay
naturaleza que respetar, ni hay errores o falencias que corregir. No hay que ir a buscar la
felicidad, pues la felicidad la invento yo; pues, según la cultura dominante, “lo que yo
decido es lo bueno”, y punto.
Pero Jesús comienza su predicación llamando a la conversión; de hecho, es lo primero
que dice: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en
la Buena Noticia” (Mc 1, 14s).
En medio de su predicación, “Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde
había realizado más milagros, porque no se habían convertido. «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay
de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y
en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con
ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo?
No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran
hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra
de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú».” (Mt 11, 20-24). ¡Ay, qué Jesús éste!
¡Mirá que ponerse a hablar de “la conversión”, “el día del Juicio” y de “el infierno”! Habría
que avisarle a Jesús que hoy, estos temas no hay que mencionarlos.
Finalmente, Jesús Resucitado “abriendo la inteligencia de los discípulos para que
comprendan las Escrituras”, les revela el sentido de todo el Antiguo Testamento: “Así esta
escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando
por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el
perdón de los pecados”. (Lc 24, 45-47).

3. Comunión.

El fruto final de la conversión es la comunión. Pues “la humildad es el humus de la


amistad”.
Dios es Comunión en sí mismo: comunión consustancial y de amor infinito en el mutuo
don, del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y, así como Dios es “comunión hacia
adentro (en su propio Ser, en la eternidad)”, Dios tiene como finalidad la “comunión hacia
afuera (en su obrar salvífico, en la historia del hombre)”.
La primera comunidad cristiana “tenía un solo corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).
“Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en
la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42); “alababan a Dios y
eran queridos por todo el pueblo” (Hch 2, 47).

4. Interrogantes duros, pero necesarios...

Estamos empeñados en la misión. Pero ¿estamos convertidos suficientemente en nuestras


comunidades? ¿Son nuestras comunidades un reflejo de los valores evangélicos, de la ética
cristiana? Si una persona no practicante quiere integrarse a ella ¿encuentra una comunidad
formada, celebrante, fraterna y orante? Si no es así, corremos el riesgo de que quien se
acerque a nuestras comunidades con ánimo de integrarse “huya despavorido”, al no
encontrar ese testimonio de genuina vida cristina que tantas veces pide el Papa en su
reciente documento Verbum Domini. Y también corremos el riesgo de que miembros –a
veces eminentes– de la comunidad se alejen...

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