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Sobre el Autor
Paul Émile de Puydt nació el 6 de marzo de 1810 en Mons,
Bélgica, fue un botánico, novelista, politólogo y economista
de tradición liberal clásica, fue hijo de Jean-Ambroise de
Puydt, gobernador de Hainaut, provincia ubicada al oeste
de Bélgica en la región de Valonia, su madre fue Adèlaide
Michotte. Tuvo dos hermanos, Guillaume y Pierre, además
de un medio hermano de nombre Remi.
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De Puydt fue un consumado hombre de letras. Afable,
modesto, no conocía el egoísmo que caracteriza a algunos
amantes de las ores, por el contrario, se alegró de
comunicar sus observaciones y de poner a disposición de
sus amigos e instituciones cientí cas la experiencia que
había adquirido a través de sus estudios especiales.
Encontró su felicidad en su familia y en sus conexiones
cientí cas.
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Sobre la Obra
Aunque sus principales y más numerosos aportes se
encuentran en la botánica y en la dramaturgia, tuvo un
aporte de importancia signi cativa y la razón por la que
usted está sosteniendo esta obra ya que en 1860 escribió
para la Revue quarterestrielle una propuesta innovadora
incluso para nuestro tiempos modernos, esta publicación
fue “La Panarquía” término de su propia acuñación y que se
basa en la competencia de gobiernos no coercitivos que
coexisten sin necesidad de divisiones territoriales sino como
servicios que un individuo podría elegir a través de un
contrato físico de forma voluntaria. Según David Hart del
departamento de Historia de la Universidad de Stanford, De
Puydt habría sido in uenciado por un contemporáneo suyo,
Gustave de Molinari, quien había escrito por entonces un
artículo en el Journal des Economistes de nombre “Sobre la
Producción de Seguridad” datado del 15 de febrero de 1849 y
en el cual se detallaba una forma de privatización de las
fuerzas del orden, para entender esto debemos saber que
Gustave de Molinari es uno de los precursores y padre del
anarquismo libertario, anarquismo de libre comercio (lassiez
are) o mejor conocido como anarcocapitalismo, losofía
relacionada con la Escuela Austriaca de Economía y con el
intelectual Murray N. Rothbard. Hemos de mencionar
además que Mollinari fue discípulo de Frederic Bastiat el
famoso economista clásico francés de la Escuela Liberal
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Francesa reconocido por ser un entusiasta del paci smo y la
libre empresa y autor de So smas Económicos y La Ley.
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Prólogo del Editor
Patrick M. Ponce
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Panarquía
Paul Émile de Puytd
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estaba levantando un palo contra él: "¡Golpea, pero
escucha!".
En la antigüedad abundan los buenos ejemplos como este,
de forma que, siguiendo a Temístocles, expongo mi idea
diciendo al público: "Leedla hasta el nal. Después, podéis
apedrearme si queréis”.
Pero no espero ser apedreado. Aquel tipo bruto del que he
hablado murió en Esparta hace veinticuatro siglos; y todos
sabemos cuánto ha avanzado la humanidad en 2400 años.
Hoy en día, las ideas pueden expresarse libremente; y si una
persona innovadora sufre algún ataque ocasional, no lo
sufrirá por ser innovadora, como en otros tiempos, sino
porque se le considere un supuesto agitador o un utópico.
Tranquilizado por estos pensamientos, voy a ir al grano con
decisión.
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(Charles de Brouckère,
Principios generales de economía política)
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singularidades in nitas; sin embargo, el plan general lo
abarca todo.
La debilidad de nuestra comprensión y de nuestra
educación fundamentalmente engañosa son las únicas
responsables de la confusión de los sistemas y la
inconsistencia de las ideas. Ante dos opiniones
contradictorias, habrá una verdadera y otra falsa, a menos
que las dos sean falsas; pero no puede darse que ambas ser
verdaderas. Una verdad cientí camente demostrada no
puede ser verdadera para unas cosas y falsa para otras;
verdadera, por ejemplo, para la economía política, y falsa
para la política. Esto es lo que quiero demostrar.
¿La gran ley de la economía política, la ley de la libre
competencia - el laissez-faire, laissez-passer -, es aplicable solo
a la regulación del ámbito industrial y comercial? O, dicho
de una forma más cientí ca: ¿Es aplicable solo a la
producción y el intercambio de riqueza?
Piensa en la confusión económica que ha disipado esta ley:
la situación permanente de problemas, el antagonismo de
con ictos de intereses que ha resuelto. ¿No están estas
condiciones también presentes en el ámbito de la política?
¿No muestra esta analogía que habría un remedio similar
para ambos casos? Laissez-faire, laissez-passer.
Debemos darnos cuenta, sin embargo, de que existen, aquí y
allá, gobiernos tan liberales como permite la debilidad
humana; y, sin embargo, queda mucho para que todo esté
bien aun en la mejor de todas las repúblicas posibles.
Algunos dicen: "Esto es precisamente porque hay
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demasiada libertad"; otros a rman: "Esto es porque todavía
no hay su ciente libertad".
Lo cierto es que no existe una forma de libertad que sea la
correcta para todos, sino la libertad fundamental de elegir
ser libre o no serlo según quiera cada cual. Cada ser
humano se convierte en juez autoproclamado y resuelve
esta cuestión según sus gustos o necesidades particulares.
Puesto que abundan tantas opiniones como individuos -tot
homines, tot sensus-, se puede ver qué confusión se adorna
con el no nombre de la política. La libertad de unos niega
los derechos de otros y viceversa. Ni el más sabio y el mejor
de los gobiernos va a funcionar nunca con el consentimiento
libre y total de todos sus sujetos. Hay partidos políticos, que
ganan o pierden; mayorías y minorías en lucha perpetua; y
cuanto más confusas son sus ideas, más apasionadamente se
aferran a ellas. Algunos oprimen en nombre de los derechos,
otros se rebelan en nombre de la libertad y se convierten en
opresores cuando les llega el turno.
¡Ya veo! -podría decir el lector- Usted es uno de esos
utópicos que construiría con muchas piezas un sistema en el
que la sociedad estaría encerrada, por la fuerza o por el
consentimiento. Nada será como es, y sólo su panacea
salvará a la humanidad. ¡Su solución mágica!
¡Te equivocas! No tengo una solución más mágica que la de
cualquier otro. No di ero de todas las demás excepto en un
punto, a saber, que estoy abierto a cualquier propuesta, sea
la que sea. En otras palabras, acepto cualquier forma de
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gobierno - al menos, todas las que tengan algunos
seguidores.
No te sigo en absoluto.
Entonces, permíteme continuar.
"Hay una tendencia general a llevar las teorías demasiado
lejos; pero ¿supone eso que todos los elementos de esas
teorías sean erróneos? Se ha dicho que existe perversidad o
estupidez en el ejercicio de la inteligencia humana; pero
declarar que a uno no le gustan las ideas especulativas y que
detesta las teorías, ¿no signi caría renunciar a nuestros
poderes de razonamiento?".
Estas no son consideraciones mías; las sostuvo uno de los
más grandes pensadores de nuestro tiempo, Jeremy
Bentham.
Royer-Collard expresó el mismo pensamiento de una forma
muy concisa: "Sostener que la teoría no sirve para nada y
que la experiencia es la única autoridad, signi ca la
impertinencia de actuar sin saber lo que se hace y de hablar
sin saber de qué se habla".
Aunque nada es perfecto en los esfuerzos de los seres
humanos, al menos las cosas se mueven hacia una
perfección no alcanzada con anterioridad: esa es la ley del
progreso. Solo las leyes de la naturaleza son inmutables;
toda legislación debe basarse en ellas, pues solo ellas tienen
la fuerza para sostener la estructura de la sociedad; pero
dicha estructura es trabajo de la humanidad.
Cada generación es como un nuevo inquilino que, antes de
mudarse, cambia las cosas, limpia la fachada y añade o
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quita un anexo, según sus propias necesidades. De vez en
cuando, alguna generación, más vigorosa o miope que sus
predecesores, derriba todo el edi cio y duerme a la
intemperie hasta que el edi cio se reconstruye. Cuando,
después de mil privaciones y con enormes esfuerzos, logran
reconstruirlo según un nuevo plan, se sienten abatidos al
ver que no les resulta mucho más cómodo que el anterior. Es
cierto que quienes dibujaron los planos están instalados en
buenos apartamentos, bien situados, cálidos en invierno y
frescos en verano; pero el resto, los que no pudieron elegir,
quedan relegados a las buhardillas, los sótanos o los
desvanes.
Así que siempre hay su cientes disidentes y alborotadores;
una parte de ellos extraña el viejo edi cio, mientras que
algunos de los más emprendedores ya sueñan con otra
demolición. Para unos pocos que están contentos, hay una
cantidad innumerable de gente contrariada.
Debemos recordar, sin embargo, que algunos están
satisfechos. El nuevo edi cio no es impecable, pero tiene sus
ventajas; ¿por qué derribarlo mañana, más tarde, o siquiera
alguna vez, si alberga su cientes inquilinos para seguir
adelante?
Yo mismo detesto a los demoledores tanto como a los
tiranos. Si crees que tu apartamento es inadecuado o
demasiado pequeño o insalubre, entonces cámbialo, es todo
lo que pido. Escoge otro lugar, múdate tranquilamente;
pero, por el amor de Dios, no vueles toda la casa cuando te
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vayas. Puede que lo que a ti te parezca inadecuado le
encante a tu vecino. ¿Entiendes mi metáfora?
Casi, pero ¿a qué apuntas? No más revoluciones, ¡eso estaría
bien! Creo que nueve de cada diez veces sus costos superan
sus logros. Nos quedamos entonces con el viejo edi cio,
pero ¿dónde pretendes que se alojen los que se quieran
mudar?
Donde quieran, eso no es asunto mío. A ese respecto, creo en
que cada cual sea totalmente libre de tomar sus propias
decisiones. Esta es la base de mi sistema: laissez-faire,
laissez-passer.
Creo que lo entiendo: los que no estén contentos con su
gobierno deben buscar uno diferente en otro sitio. En
realidad, siempre ha habido variedad de opciones: desde el
imperio marroquí, sin mencionar el resto imperios, hasta la
república de San Marino; desde la City de Londres hasta la
Pampa Americana. ¿En esto consiste toda tu teoría? Debo
decirte que no es nada nuevo.
No es una cuestión de emigración. Un hombre no lleva
consigo su tierra natal en la suela de los zapatos. Además,
una colosal expatriación como esa es, y siempre será,
impracticable. El gasto que implica no podría cubrirse con
toda la riqueza del mundo. No tengo intención de reubicar a
la población según sus convicciones, relegando a los
católicos a las provincias amencas, por ejemplo, o
marcando la frontera liberalista de Mons a Lieja. Espero que
todos podamos seguir viviendo juntos allí donde estemos, o
en otra parte si queremos, pero sin discordia, como
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hermanos, cada uno sosteniendo sus opiniones libremente y
sometiéndose solo a aquellos poderes escogidos y aceptados
personalmente.
Ahora estoy completamente perdido.
No me sorprende en absoluto. Mi plan, mi utopía,
aparentemente no es la vieja historia que pensabas que era;
sin embargo, nada en el mundo podría ser más simple o
más natural. Pero es sabido que en el gobierno, como en la
mecánica, las ideas más simples siempre van las últimas.
Estamos llegando a meollo del asunto: nada perdura si no se
basa en la libertad. Nada de lo que ya existe puede
mantenerse o funcionar con plena e ciencia sin la libre
interacción de todas sus partes activas. De lo contrario, se
desperdicia energía, las partes se desgastan rápidamente y
se producen, de hecho, averías y accidentes graves. Por lo
tanto, reclamo, para todos y cada uno de los miembros de la
sociedad humana, libertad de asociación, según la
inclinación de cada cual; y libertad de actividad, según su
capacidad. En otras palabras, el derecho absoluto a elegir el
entorno político en el que vivir y a no pedir nada más. Por
ejemplo, tú eres republicano...
¿Yo? ¡Que el cielo me ampare!
Solo supón que lo eres. La monarquía no es lo tuyo, el aire
en ella es demasiado sofocante para tus pulmones y tu
cuerpo no tiene la libertad de juego y acción que demanda
tu constitución. De acuerdo con tu estado mental presente,
te inclinas a derribar dicho edi cio con tus amigos y a
construir el vuestro en su lugar. Pero, para hacer eso,
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tendríais que enfrentaros a todos los monárquicos que se
aferrasen a sus creencias y, en general, a todos los que no
compartieran vuestras convicciones. Hacedlo mejor:
reuníos, anunciad vuestro programa, elaborad vuestro
presupuesto, abrid listas de miembros, mirad cuántos sois; y
si sois lo su cientemente numerosos para correr con los
gastos, estableced vuestra república.
¿Y dónde? ¿En La Pampa?
No, claro que no; hacedlo aquí mismo, donde estéis, sin
moveros. Estoy de acuerdo en que, por ahora, hace falta el
consentimiento de los monárquicos. Pero tengo la hipótesis
de que esta cuestión de principios se resolverá. De otra
forma, soy muy consciente de la di cultad que entraña
cambiar el estado de las cosas a cómo deben ser y tienen que
llegar a ser. Simplemente expreso mi idea, sin querer
imponerla a nadie; pero no veo nada que pueda detenerla,
salvo la rutina.
¿No sabemos la familia tan desastrosa que componen los
gobiernos y los gobernados juntos, en todas partes? En la
esfera civil, nos protegemos de las familias inviables
mediante la separación legal o el divorcio. Sugiero una
solución análoga para la política, sin tener que
circunscribirla con formalidades y restricciones protectoras;
ya que, en la política, un primer matrimonio no deja hijos ni
marcas físicas. Mi método se diferencia de los
procedimientos injustos y tiránicos del pasado, en que no
tengo intención de ejercer la violencia contra a nadie.
¿Alguien quiere llevar a cabo un cisma político? Debería
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poder hacerlo; pero bajo una condición, a saber, que lo hará
dentro de su propio grupo y sin que ello afecte a los
derechos ni a las creencias de otros. Para lograrlo, es
absolutamente innecesario subdividir el territorio del
Estado en tantas partes como formas de gobierno se
conozcan y aprueben. Como antes, dejo que todos y todo se
quede en su lugar. Solo reclamo que la gente deje sitio para
que los disidentes puedan construir sus iglesias y servir a su
poder omnipotente a su manera.
¿Y puedo preguntar cómo vas a poner esto en práctica?
Ese es precisamente mi punto fuerte. ¿Sabes cómo funciona
una o cina del registro civil? La cuestión es simplemente
darle una nueva aplicación. En cada comunidad se abriría
una o cina de membresía política. Esta o cina enviaría a
cada individuo responsable un formulario para rellenar,
como se hace para los impuestos o para registrar a un
animal de compañía.
Pregunta: ¿Qué forma de gobierno desearías?
Con toda libertad, tú responderías: “monarquía” o
“democracia” o cualquier otra.
Pregunta: Si escoges la monarquía, ¿la querrías absoluta o
moderada?; si moderada, ¿cómo sería?...
Tú responderías: “constitucional”, supongo.
De cualquier forma, respondas lo que respondas, tu
respuesta debería incluirse en un registro creado a tal efecto;
y una vez registrada, a menos que retires tu declaración
-observando la forma y el proceso legal correspondientes-,
te convertiría en un súbdito real o en un ciudadano de la
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república. A partir de ese momento, no estarías en absoluto
implicado con ningún otro gobierno -no más de la
implicación que tendría un sujeto prusiano con las
autoridades belgas-. Seguirías a tus propios líderes, tus
propias leyes y tus propios reglamentos. No pagarías ni más
ni menos; pero desde una perspectiva moral, estarías ante
una situación completamente diferente.
Al nal, cada uno viviría en su propia comunidad política
individual, como si no hubiera otra... no, otras diez
comunidades políticas cerca, cada una también con sus
propios contribuyentes.
Si hubiera algún desacuerdo entre sujetos de diferentes
gobiernos, o entre un gobierno y un sujeto de otro, se
trataría simplemente de observar los principios aplicados
hasta ahora en los desencuentros entre Estados vecinos
pací cos; y si se encontrara alguna brecha, esta podría
rellenarse sin di cultades apelando a los derechos humanos
y al resto de derechos posibles. Todo lo demás sería
competencia de los tribunales ordinarios de justicia.
Esta es una nueva mina de oro para la argumentación
jurídica, que pondría a todos los abogados y juristas de tu
parte.
De hecho, cuento con ello.
Podría, y también debería, haber intereses comunes que
afectasen a todos los habitantes de un distrito territorial
determinado, con independencia de la lealtad política que
tuvieran. La posición de cada gobierno en relación al
conjunto de la nación, en ese caso, sería más o menos como
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la de cada uno de los cantones suizos, o mejor aún, de los
estados de EE. UU., en relación a su gobierno federal. Así,
todas estas cuestiones fundamentales y aparentemente
aterradoras se resolverían con soluciones precocinadas; se
establecería una jurisdicción sobre la mayoría de los
asuntos, que no presentaría mayores di cultades.
De nitivamente, habrá algunos espíritus maliciosos,
soñadores incorregibles y naturalezas insociables que no se
acomodarán a ninguna forma conocida de gobierno.
También habrá minorías demasiado débiles para poder
cubrir el coste de sus Estados ideales.
Mucho peor para ellos. Estos pocos extravagantes son libres
de propagar sus ideas y de reclutar a la gente que necesiten
o, mejor dicho, de conseguir seguidores su cientes para
poder satisfacer sus necesidades presupuestarias, ya que la
solución sería una mera cuestión de nanzas. Hasta que
llegue ese momento, tendrán que optar por una de las
formas de gobierno establecidas. Se supone que estas
pequeñas minorías no causarán problemas.
Pero eso no es todo. Los problemas rara vez surgen entre
opiniones extremas. Uno lucha más a menudo, se esfuerza
mucho más ante diferencias de matices que frente a colores
fuertemente contrastados. No me cabe duda de que, en
Bélgica, una abrumadora mayoría optaría por las
instituciones actuales, a pesar de pasarles por alto unos
pocos defectos; pero, a la hora de las aplicaciones
especí cas, ¿estaríamos igual de unidos? ¿No tenemos dos o
tres millones de católicos que solo siguen al Sr. de Theux y
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dos o tres millones de liberales que solo se juran lealtad a sí
mismos? ¿Cómo pueden conciliarse ambas partes? Sin
intentar conciliarlas en absoluto; dejando que cada partido
se gobierne a sí mismo y a su propio coste. Incluso optando
por la teocracia si uno lo desea. La libertad debería
extenderse al derecho a no ser libre, y debería incluirlo.
Sin embargo, como a las sombras de la opinión no se les
debe permitir que compliquen la maquinaria
gubernamental in nitamente, trataremos de simpli car
dicha maquinaria, por el bien general. Aplicaremos el
mismo mecanismo para conseguir un efecto doble o triple.
Me explicaré: un rey sabio y abiertamente constitucional
podría convenir tanto a católicos como a liberales; sólo
habría que duplicar el ministerio, el Sr. de Theux para
algunos, el Sr. Frère-Orban para el resto, el rey para todos.
En una situación en la que ciertos caballeros, que no voy a
nombrar, se reunieran para introducir el absolutismo
político, ¿quién pondría trabas a que el príncipe que
escogieran utilizase su sabiduría superior y su rica
experiencia para dirigir los asuntos de esos caballeros,
liberándolos de la lamentable necesidad de tener que
expresar sus opiniones sobre los asuntos del gobierno?
Realmente, cuando pienso en ello, no veo por qué, dándole
la vuelta a ese arreglo, este príncipe único no podría ser un
presidente bastante aceptable para una república honesta y
moderada. Ostentar tal pluralidad de cargos no debería
prohibirse.
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III
M. A. DESCHAMPS
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muriese, podría sucederle algún individuo estrecho de
miras, lleno de ideas equivocadas, que poco a poco
malgastase los logros de su padre. ¿Esperarías que siguiera
siendo su súbdito? ¿Por qué? ¿Simplemente porque es el
heredero directo y legítimo? Directo, lo admito, pero no
legítimo en absoluto, en lo que a mí respecta.
No me rebelaría por este asunto - he dicho que detesto las
revoluciones -, pero me sentiría herido y con derecho a
cambiar, al expirar el contrato.
Madame de Staël le dijo una vez al Zar: "Señor, su carácter
es la constitución de sus súbditos y su conciencia una
garantía".
"Si eso fuera así", respondió Alexander, "sería solo un feliz
accidente".
Estas palabras, tan lúcidas y verdaderas, expresan
completamente mis ideas.
Mi panacea, si me permite este término, es simplemente la
libre competencia en el negocio del gobierno. Todo el
mundo tiene derecho a velar por lo que considere que es su
propio bienestar y a obtener seguridad bajo sus propias
condiciones. Por otro lado, esto signi ca el progreso
mediante el concurso de gobiernos obligados a competir por
ganarse a los seguidores. La verdadera libertad mundial es
aquella que no se impone a nadie, siendo, para cada cual,
justo lo que quiere de ella; ni sofoca, ni engaña, y siempre
está sujeta al derecho de apelación. Para lograr tal libertad,
no haría falta renunciar ni a las tradiciones nacionales ni a
los lazos familiares, ni de aprender a pensar en un idioma
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nuevo, ni de cruzar ríos o mares, cargando con los huesos
de los antepasados.
Uno sólo necesitaría hacer una declaración ante la comisión
política local para pasarse de la república a la monarquía,
del gobierno representativo a la autocracia, de la oligarquía
a la democracia -o incluso a la anarquía de Proudhon-, sin
necesidad de quitarse la bata o las zapatillas.
¿Estás cansado de la agitación del debate, de las sutilezas de
la tribuna parlamentaria, de los besos groseros de la diosa
de la libertad? ¿Estás tan harto del liberalismo y del
clericalismo que a veces confundes a Dumortier con De Fré,
para olvidar la diferencia exacta entre Rogier y De Deckerii?
¿Te gustaría tener la estabilidad, el mullido confort de un
despotismo honesto? ¿Sientes la necesidad de un gobierno
que piense por ti, que actúe por ti, que lo vea todo e
intervenga en todo, y que juegue ese papel de diputado
providencial que tanto les gusta a todos los gobiernos? No
hace falta que emigres al sur, como hacen las golondrinas en
otoño o los gansos en noviembre. Todo lo que deseas está en
tu lugar de residencia y en todas partes; solo apúntate y
ocupa tu lugar.
Lo más admirable de esta innovación es que termina para
siempre con las revoluciones, los motines y la lucha
callejera; y con las últimas tensiones del tejido político.
¿Estás insatisfecho con tu gobierno? ¡Cámbiate a otro! Estas
tres palabras, que siempre se asocian al horror y al
derramamiento de sangre y que todos los tribunales,
superiores e inferiores, militares y especiales consideran, sin
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excepción, incitadoras a la rebelión, se vuelven palabras tan
inocentes como las que salen de la boca de un seminarista, y
tan inofensivas como la medicina de la que tan
erróneamente desconfía el señor Pourceaugnac.
"Cámbiate a otro" signi ca: acércate a la o cina de
membresía política, con humildad, y pide educadamente
que trans eran tu nombre a cualquier lista que te apetezca.
La persona que esté al cargo se pondrá las gafas, abrirá el
libro de registro, introducirá tu decisión y te dará un recibo.
Luego te despides y la revolución se consigue sin derramar
nada más que unas gotas de tinta.
Como se trata de algo que te afecta solo a ti, no se puede
estar en desacuerdo con ello. Tu cambio no afecta a nadie
más, y ahí reside su mérito; no implica una mayoría
victoriosa o una minoría derrotada; pero nada impedirá que
4’6 millones de belgas sigan tu ejemplo si les apetece
hacerlo. La o cina de membresía política, simplemente,
necesitará más personal.
¿Cuál es básicamente la función de cualquier gobierno,
dejando a un lado todas las ideas preconcebidas? Como ya
he indicado, es la de proporcionar a sus ciudadanos
seguridad, en el sentido más amplio de la palabra, en
condiciones óptimas. Soy muy consciente de que en este
punto nuestras ideas son todavía bastante confusas. Para
algunos, ni siquiera un ejército es su ciente para protegerse
contra los enemigos externos; hay gente a la que, para
asegurar el orden interno y la propiedad, no le basta con
una fuerza policial, una fuerza de seguridad, un scal real y
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toda la honorable judicatura. Algunos quieren un gobierno
con puestos bien remunerados a manos llenas, títulos
admirables, decoraciones llamativas, con aduanas en las
fronteras para proteger la industria contra los
consumidores, con legiones de funcionarios públicos
manteniendo las bellas artes, los teatros y las actrices.
También sé que estos son eslóganes vacíos, propagados por
gobiernos que juegan a la providencia, como he mencionado
anteriormente. Hasta que la libertad experimental les haya
hecho justicia, no veo que haga daño dejarles continuar a
gusto de sus seguidores. Solo pido una cosa: libertad de
elección.
En resumidas cuentas: libertad de elección, competición.
¡Laissez faire, laissez passer! Este maravilloso lema, inscrito
en la bandera de la ciencia económica, también será algún
día el principio que rija el mundo político. La expresión
"economía política" es un anticipo de ello y, curiosamente,
algunos ya han intentado cambiar este nombre, por ejemplo,
por el de "economía social". Pero la buena intuición de la
gente ha rechazado tal concesión. La ciencia de la economía
es, y siempre será, la ciencia política por excelencia. ¿No fue
la primera la que creó el moderno principio de no
intervención y su eslogan "laissez faire, laissez passer"?
Entonces, que haya libre competencia en el negocio del
gobierno como en el resto de los casos.
Imagínate, después de tu sorpresa inicial, la imagen de un
país expuesto a la competencia gubernamental, es decir, que
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tenga compitiendo de forma regular tantos gobiernos
simultáneos como se hayan concebido e inventado jamás.
Sí, por supuesto, ¡eso sería un buen lío! ¿Tú crees que
seríamos capaces de salir de tal confusión?
Lo creo en gran medida, y nada es más sencillo de entender
si uno se aplica un poco a ello. ¿Recuerdas los tiempos en
que los que la gente clamaba por sus opiniones religiosas
más alto de lo que nadie ha clamado por las posturas
políticas? ¿Cuando el divino creador se convirtió en el señor
de las huestes, el dios vengador y despiadado en cuyo
nombre uía la sangre por los ríos? Los hombres siempre
han tratado de hacer de las suyas causas divinas, para hacer
al dios correspondiente cómplice de sus propias pasiones
sedientas de sangre.
"¡Matadlos a todos! ¡Dios reconocerá a los suyos!".
¿Qué ha sido de esos odios implacables? El progreso del
espíritu humano los ha barrido, como el viento barre las
hojas muertas del otoño. Las religiones, en cuyo nombre se
han creado estacas e instrumentos de tortura, sobreviven y
conviven pací camente, bajo las mismas leyes, comiendo
del mismo presupuesto; y si cada secta predica solo su
propia excelencia, es muy raro que persista en condenar a
sus rivales.
Entonces, lo que se ha hecho posible en esta oscura e
insondable región de la conciencia, con el proselitismo de
algunos, la intolerancia de otros, el fanatismo y la ignorancia
de las masas; lo que es posible en la medida en que se
practica en la mitad del mundo sin provocar disturbios o
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violencia -al contrario, sobre todo donde hay credos
divergentes, existen numerosas sectas en pie de completa
igualdad jurídica y las personas son, de hecho, más
circunspectas y cuidadosas de su pureza moral y de su
dignidad que en cualquier otro lugar-; ¿no podría esto, que
ha sido posible en condiciones tan difíciles, ser tanto más
posible en el dominio puramente secular de la política,
donde toda la ciencia puede expresarse en tres palabras?
En las condiciones actuales, un gobierno solo existe por
exclusión de todos los demás, y un partido solo puede
gobernar una vez que ha aplastado a sus oponentes; una
mayoría siempre es hostigada por una minoría que está
impaciente por gobernar. Bajo tales condiciones, es bastante
inevitable que los partidos se odien entre sí y vivan, si no en
guerra, al menos en un estado de paz armada. ¿Quién se
sorprende al ver que las minorías intrigan y agitan, y que
los gobiernos reprimen por la fuerza cualquier aspiración a
una forma política diferente que sería igualmente exclusiva?
Así, la sociedad termina integrada por hombres ambiciosos
resentidos que esperan el momento de la venganza y por
hombres ambiciosos satisfechos de poder, sentados
plácidamente al borde de un precipicio. Los principios
erróneos nunca traen consecuencias justas, y la coacción
nunca lleva ni a la justicia ni a la verdad.
Entonces, imagina que cesa toda compulsión, que todos los
ciudadanos adultos son y permanecen libres de elegir, entre
los posibles gobiernos que se ofrecen, aquel que se ajuste a
sus deseos y que satisfaga sus necesidades personales;
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libres, no solo el día después de alguna revolución
sangrienta, sino siempre y en todas partes; libres para elegir,
pero no para imponer su elección a otros. En ese momento,
todo el desorden llega a su n y se vuelven imposibles todas
las luchas infructuosas.
Esta es solo una cara de la cuestión; queda otra: desde el
momento en que las formas de gobierno están sujetas a la
experimentación y a la libre competencia, están obligadas a
progresar y a perfeccionarse; esa es la ley de la naturaleza.
No más hipocresía. No más profundidades aparentes que
estén simplemente vacías. No más maquinaciones que
pasen por sutilezas diplomáticas. No más actos cobardes o
indecencias, camu ados como política de Estado. No más
intrigas judiciales o militares, engañosamente descritas
como honorables o de interés nacional. En resumen, no más
mentiras sobre la naturaleza y la calidad de las acciones del
gobierno. Todo está abierto al escrutinio. Los sujetos hacen y
comparan observaciones, y los gobernantes nalmente ven
esta verdad económica y política, a saber, que en este
mundo solo hay una condición para el éxito rme y
duradero, y esta es gobernar mejor y más e cientemente
que otros. A partir de ese momento, surge un acuerdo
universal, y entonces las fuerzas que antes se
desperdiciaban en trabajos inútiles, en fricciones y
resistencias, se unirán para dar un impulso maravilloso,
poderoso y sin precedentes hacia el progreso y la felicidad
de la humanidad.
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Amen!
Permítame, no obstante, una pequeña objeción: cuando
todos los tipos posibles de gobierno se hayan probado en
todas partes de forma pública y bajo la libre competencia,
¿cuál será el resultado? Seguro que habrá una forma que se
reconozca como la mejor, de manera que, al nal, todo el
mundo la elegirá. Esto nos llevaría de nuevo a tener un
gobierno para todos, que es justo donde empezamos.
No tan rápido, por favor, querido lector.
Tú admites libremente que todo estaría entonces en
armonía. ¿Y llamas a esto volver a donde empezamos? Tu
objeción respalda mi principio fundamental, en tanto que
espera que este acuerdo universal se establezca por el
simple recurso al laissez-faire, laissez-passer.
Podría aprovechar esta oportunidad para declararte un
convencido, convertido a mi sistema, pero no me interesan
las medias convicciones y no estoy buscando conversos.
No, no volveríamos a tener una única forma de gobierno,
salvo, tal vez, en un futuro lejano en el que las actividades
gubernamentales se redujeran de común acuerdo a su forma
más simple. Aún no hemos llegado a eso, ni de cerca.
Es obvio que todos los seres humanos no comparten las
mismas opiniones o actitudes morales, ni son tan fácilmente
conciliables como supones. La regla de la libre competencia
es, por tanto, la única posible. Unos necesitan emoción y
lucha; la tranquilidad les resultaría mortal. Otros, soñadores
y lósofos, son conscientes de los movimientos de la
sociedad desde la distancia - sus pensamientos se forman
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solamente en la paz más profunda-. Uno pobre, pensativo,
un artista desconocido, necesita estímulo y apoyo para crear
su obra inmortal, un laboratorio para sus experimentos, un
bloque de mármol para esculpir ángeles. Otro, un genio
fuerte e impulsivo, no soporta las cadenas y romperá el
brazo que le guíe. A uno le satisfará la república, con su
compromiso y su abnegación; a otro, la monarquía absoluta,
con su pompa y su esplendor. Un orador querría debatir los
asuntos públicos; otro, incapaz de decir diez palabras con
sentido, no tendría nada que hacer con tales parlanchines.
Hay espíritus fuertes y mentes débiles, algunos con
ambiciones insaciables y otros que son humildes, felices con
la pequeña parte que les toca.
Por último, existen tantas necesidades diferentes como
personalidades. ¿Cómo podrían conciliarse todas ellas bajo
una única forma de gobierno? Está claro que la gente
aceptaría esto solo hasta cierto punto. Algunos se
mostrarían contentos, otros indiferentes, otros encontrarían
defectos, algunos estarían abiertamente descontentos,
algunos incluso conspirarían en contra. Sea como fuere,
dada la naturaleza humana, se puede asegurar que el
número de personas satisfechas sería menor que el de
disidentes. No obstante, por muy perfecto que pueda ser un
gobierno, incluso siendo absolutamente perfecto, siempre
encontrará oponentes: la gente de naturaleza imperfecta,
aquellos para quienes toda perfección es incomprensible,
incluso desagradable. En mi sistema, el descontento más
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extremo sería tan solo algo parecido a una disputa
matrimonial que se puede resolver con un divorcio.
Bajo el reinado de la competitividad, ¿qué gobierno dejaría
que los otros le adelantasen en la carrera por el progreso?
¿qué mejoras de las que dispusiera su feliz vecino se negaría
a introducir en su propia casa? Esta constante competencia
haría maravillas. De hecho, los sujetos del gobierno también
se convertirían en modelos de perfección. Como serían
libres de ir y venir, de hablar o callar, de actuar o no hacer
nada, serían los únicos responsables de su propia felicidad o
infelicidad. A partir de ahí, en vez de fomentar la disensión
para conseguir atención, satisfarían su vanidad
rea rmándose en sus convicciones y persuadiendo a los
demás de que su propio gobierno es el más perfecto que
pueda imaginarse. De esta forma, crecerá un entendimiento
amistoso entre gobernantes y gobernados, una con anza
mutua y una simplicidad relacional fácilmente concebible.
¡Qué! ¿A pesar de estar bien despierto, sueñas seriamente
con una completa armonía entre partidos y movimientos
políticos? ¿Esperas que vivan juntos en el mismo territorio
sin tensiones? ¿Sin que los más fuertes traten de someter y
anexionar a los más débiles? ¿Crees que de esta gran torre
de Babel saldrá un lenguaje universal?
Creo en un lenguaje universal tanto como en el poder
supremo de la libertad para lograr la paz mundial. No
puedo predecir ni la hora ni el día de este acuerdo universal.
Mi idea no es más que una semilla arrojada al viento. ¿Caerá
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en tierra fértil o en un camino empedrado? No puedo decir
nada al respecto. No propongo nada.
Todo es solo cuestión de tiempo. ¿Quién, hace un siglo, creía
en la libertad de conciencia; y quién, hoy en día, se atrevería
a cuestionarla? ¿Ha pasado tanto tiempo desde que la gente
se burlaba de la idea de que la prensa es un poder dentro
del Estado? Y ahora, ya ves, los hombres de Estado también
se inclinan ante ella. ¿Previsteis esta nueva fuerza de la
opinión pública, cuyo nacimiento hemos presenciado todos,
que, aunque aún en su infancia, impone su veredicto a los
imperios? Resulta de suma importancia incluso en las
decisiones de los déspotas. ¿No os habéis reído en la cara de
cualquiera que se atreviera a predecir su ascenso?
Ya que no estás presentando propuestas, podemos hablar.
Dime, por ejemplo, ¿cómo va alguien reconocer a sus
propios miembros entre esta confusión de autoridades? Y si
uno puede adscribirse a un gobierno o abandonarlo en
cualquier momento, ¿con quién o con qué podría contarse
para elaborar el presupuesto del Estado y nanciar la lista
civil?
En el primer caso, no sugiero que la gente sea libre de
cambiar de gobierno de una forma caprichosa, provocando
su quiebra. Para este tipo de contrato debe prescribirse un
plazo mínimo, digamos un año. A juzgar por los ejemplos
de Francia y de otros lugares, creo que es muy posible
tolerar durante un año entero el gobierno al que uno se ha
suscrito.
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Los presupuestos estatales aprobados y equilibrados
regularmente deben comprometer a todos solo en la medida
en que se considere necesario como resultado de la libre
competencia. En cualquier disputa al respecto, la decisión
nal la tomarían los tribunales ordinarios.
En cuanto a cómo identi caría un gobierno a sus sujetos,
sean constituyentes o contribuyentes, ¿realmente
presentaría esto mayor di cultad que la que tiene cada
credo religioso para llevar un registro de su congregación, o
cada empresa de sus accionistas?.
Pero habría diez o veinte gobiernos, en lugar de uno, y otros
tantos presupuestos y listas civiles; y el número de
departamentos gubernamentales multiplicaría los gastos
generales.
No niego la validez de esta objeción. Sin embargo, ten en
cuenta que, por la ley de la competencia, todos los
gobiernos se esforzarían por ser lo más simples y
económicos posible. Los departamentos gubernamentales,
que nos cuestan -¡Dios lo sabe!- un ojo de la cara, se
reducirían a lo estrictamente necesario; y los funcionarios
super uos tendrían que renunciar a sus puestos e
incorporarse a un trabajo productivo.
Así, he respondido a tu pregunta solo a medias, y no me
gustan las soluciones incompletas. Demasiados gobiernos
constituirían un mal y darían lugar a un gasto excesivo, si
no a la confusión. Sin embargo, una vez que se perciba este
mal, llegará el remedio. El sentido común de la gente no
soportaría ningún exceso, y en poco tiempo sólo podrían
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continuar los gobiernos viables. Los otros se morirían de
hambre. Ya ves, la libertad es la respuesta a todo.
¡Tal vez! ¿Y qué hay de las dinastías existentes, las mayorías
dominantes, las instituciones establecidas y las teorías
acreditadas? ¿Crees que se van a retirar y a alinearse
tranquilamente bajo el estandarte del ‘laissez-faire, laissez-
passer’? Está muy bien que digas que no ofreces ninguna
propuesta concreta, pero no puedes simplemente evitar el
debate.
Dime, lo primero, si realmente crees que todos ellos estarían
tan seguros de sí mismos como para poder permitirse, en
todo momento, negarse a hacer concesiones importantes.
Yo, personalmente, no derrocaría a nadie. Todos los
gobiernos existen gracias a algún tipo de poder innato que
utilizan, más o menos hábilmente, para sobrevivir. A partir
de este momento, tienen un lugar asegurado en mi sistema.
No niego que al principio puede que pierdan un número
considerable de sus seguidores menos entusiastas; pero
aparte de la posibilidad de que esto suceda ¡qué
compensaciones tan maravillosas resultan de la seguridad y
estabilidad del poder! Menos sujetos o, en otras palabras,
menos contribuyentes; pero, en compensación, tendrán una
sumisión completa -voluntaria, sobre todo- durante todo el
término del contrato. No más compulsión, menos o ciales
de seguridad, apenas policía, algunos soldados -pero solo
para los des les; por tanto, solo los más apuestos-. Los
gastos descenderían más rápido de lo que lo harían los
ingresos; no más créditos y no más apuros nancieros. Lo
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que hasta ahora sólo se ha visto en el Nuevo Mundo se haría
realidad: sistemas económicos que, al menos, podrían hacer
felices a las personas. ¿Qué dinastía no querría rmar por
siempre por un sistema así? ¿Qué mayoría no estaría de
acuerdo en dejar que la minoría emigre en masa?
Al nal, ves cómo un sistema basado en el gran principio
económico del laissez faire puede hacer frente a todas las
di cultades. La verdad no es solo una verdad a medias, sino
toda la verdad, ni más ni menos.
Hoy en día existen dinastías que gobiernan y otras que han
caído; príncipes con corona y otros a los que ciertamente no
les importaría tener la oportunidad de llevar una. Cada uno
tiene su partido, y todos los partidos están interesados,
principalmente, en poner palos en las ruedas del carro del
Estado, hasta hacer caer a quien lo maneja, pudiendo
entonces sustituirle, asumiendo al mismo tiempo el riesgo
de que también lo derriben a él. Es el delicioso juego del
subibaja, por el que la gente paga un precio y, sin embargo,
parece no cansarse nunca de él, como solía decir Paul-Louis
Courier.
En nuestro sistema ya no habrá costosos juegos malabares ni
caídas catastró cas; no más conspiraciones o usurpaciones.
Todo el mundo es legítimo y nadie lo es. La legitimidad de
cada cual lo será sin objeciones mientras sea aceptada, y solo
para sus partidarios. Aparte de esto, no habrá derechos
divinos ni seculares, solo el derecho de que cada cual
cambie o perfeccione su programa y haga nuevas
propuestas a sus seguidores.
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¡Nada de exilios, destierros, con scaciones, ni persecuciones
de ningún tipo! Un gobierno que no sea capaz de satisfacer
las demandas de sus acreedores, puede dejar su palacio con
la cabeza alta si ha sido honesto, tiene contabilidad en orden
y ha respetado elmente sus estatutos, sean o no
constitucionales. Los gobernantes, entonces, pueden
retirarse al campo y escribir sus memorias autojusti cadas.
Bajo diferentes circunstancias, cuando las ideas han
cambiado, se sienten de ciencias en los acuerdos colectivos,
falta algo en particular, hay capital ocioso y los accionistas
descontentos buscan inversiones en otros lugares... entonces
uno lanza su programa, recluta rápidamente miembros, y
cuando piensa que es lo su cientemente fuerte, en lugar de
salir a la calle y optar por los disturbios, acude a la o cina
de membresía política. Allí entrega su declaración, apoyada
con unos estatutos básicos y con un registro para que los
miembros incluyan sus nombres. Y entonces uno tiene un
nuevo gobierno. El resto son problemas internos, asuntos de
gestión de los que solo han de preocuparse los miembros
que lo secunden.
Propongo que se recaude una cuota mínima por las
inscripciones y las transferencias de lealtad, a bene cio de la
o cina de membresía política. Una cantidad por la creación
de un gobierno y una suma muy pequeña cuando un
individuo se cambia de un sistema a otro. Estos serían los
únicos ingresos para remunerar a los empleados de las
o cinas, pero imagino que estarían bien pagados, ya que
espero que haya mucho movimiento en ellas.
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¿No te sorprende la simplicidad de este aparato, de esta
poderosa máquina que podría gestionar hasta un niño y
que, aun así, satisfaría todas las necesidades?
Búscala, escudríñala, pruébala y analízala. Te desafío a que
le busques defectos en cualquier aspecto.
Es más, estoy convencido de que nadie se molestará con
ella: tal es la naturaleza humana. Es esta convicción, de
hecho, la que me indujo a publicar mi idea.
De hecho, si no encuentro seguidores, esto no es más que un
ejercicio intelectual; y ningún poder, mayoría, organización,
ni nadie, por poderoso que sea, tiene ningún derecho a tener
malos sentimientos hacia mi.
¿Y si, solo por casualidad, me hubieras convertido?
Shhh ... ¡Podrías comprometerme!
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Palabras de un Vidente
Henri León Follin
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regional o local a la que pertenezca, pueden reducirse
esencialmente a seis:
1. Derecho a no participar en ninguna forma de rivalidad o
con icto entre Estados políticos, ni a sufrir sus
consecuencias.
2. Derecho a elegir el Estado o los Estados administrativos
y jurídicos de cuyas leyes pretende depender en sus
relaciones privadas, y a circular o establecerse en un
Estado cualquiera respetando las leyes de éste en sus
relaciones públicas.
3. Derecho a intercambiar libremente bienes y servicios con
ciudadanos de todos los demás Estados.
4. Derecho a evaluar sus intercambios y a establecer
compromisos mediante un modelo universal, o incluso
particular, sin la intervención de ningún monopolio
monetario.
5. Derecho a expresar libremente todo pensamiento sobre
cualquier materia, con la excepción de no poder hacer
llamada alguna a la violencia contra las instituciones
establecidas.
6. Derecho de proteger la instrucción y la educación de los
hijos de toda in uencia contraria a los cinco derechos
precedentes.
La doctrina cosmometapolítica propone que las personas no
han de estar, desde su nacimiento, sometidas a una única
autoridad que se les revelará en todas las manifestaciones
de su existencia. Por el contrario, pretende que, para todo
aquello que no perjudique directa y mani estamente a los
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demás, cada cual pueda liberarse de la ley común sobre la
que no ha tenido ningún control, que sólo se someta a la
parte de la opinión pública humana que le convenga o a las
asociaciones en las que haya entrado libremente por medio
de un acuerdo preciso de duración voluntariamente
limitada.
El principio cosmometapolítico que los hombres exigirán
que gobierne el mundo cuando ellos quieran abrir los ojos
es éste: ni el lugar de nacimiento o entorno, ni el origen de
sus ascendientes deben vincular la vida o ciertas libertades
esenciales de los individuos a las voluntades y decisiones de
los gobernantes políticos, ya sean los gobernantes de la
nación de la que son ciudadanos o en la que viven, o los de
cualquier otra nación.
La paz sólo reinará realmente, tal y como pretende
C O S M O M E TA P O L I S , c u a n d o h a y a m o s c r e a d o ,
generalizado e intensi cado, hasta barrer todas las
resistencias, la noción sobre un mínimo de derechos
individuales-universales, no sólo de conciencia, sino también
de interés humano, frente a las formaciones políticas y
nacionales.
Civilización
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militarización y la politización. La manifestación más reciente,
y quizás la más de nitiva y dañina de este fenómeno, la
estamos presenciando en el siglo XX.
La civilización es y sólo puede ser el producto de todas las
iniciativas individuales libres sobre la faz de la Tierra y del
intercambio universal de servicios, que es la consecuencia y
la manifestación de su libertad.
Una civilización donde los mejores representantes de la
inteligencia, el talento y la virtud admitan que el poder de
reconocer y premiar sus méritos está delegado en los
políticos y burócratas del Estado todavía tiene que mejorar
singularmente.
Competición
Competencia económica
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Democracia
Intercambios
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naturaleza del valor, al de nirlo como “la relación entre dos
servicios”.
A la luz de estas de niciones entenderemos cómo
multiplicando los intercambios y sustituyendo la moneda
por un denominador común universal que equilibre con la
máxima estabilidad posible el valor de los servicios
prestados, la riqueza podrá multiplicarse hasta el in nito.
La eliminación de fronteras aduaneras no es una cuestión de
“organización”, sino una cuestión de derecho individual.
Los llamados “economistas liberales” tenían toda la razón al
pensar que el libre comercio bastaría para paci car el
mundo, lo cual fue su excusa para no combatir ni siquiera
los nacionalismos, y algunos de ellos concibieron la doctrina
cosmometapolítica como germen de sus enseñanzas.
La libertad de comercio es su ciente para todo
materialmente, así como la libertad de pensamiento y de
expresión del pensamiento es su ciente intelectual y
moralmente. Pero sólo obtendremos aquélla como más o
menos conseguimos estas últimas: reivindicándolas, no
como un valor colectivo abstracto, sino como un derecho
concreto de cada uno de nosotros.
Economía
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No existe una “economía liberal”. Existe la economía, fruto
de la libertad; y la antieconomía, fruto de la coacción.
La economía del mundo se encuentra, desde 1914, en estado
de descomposición. Sólo volverá a sus formas normales, de
conformidad con las leyes naturales de la evolución y el
progreso experimental de la humanidad, mediante la
con rmación, el reconocimiento y la salvaguarda de ciertos
derechos, tanto individuales como universales, que deben
prevalecer sobre cualquier ley o institución política o
jurídica, nacional o internacional, que se les oponga o pueda
oponérseles en el futuro.
Nada puede funcionar correctamente en la sociedad si se
confunden las preocupaciones económicas con las
preocupaciones lantrópicas. El mejor medio de garantizar
que todos los intereses estén bien defendidos, tanto los de
los trabajadores como los de los demás, es que cada cual
deje de depender del Estado anónimo y parasitario y
de enda lo suyo él mismo, sólo o asociado con aquellos con
los que comparte intereses.
Armonía
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igualitario. En el fondo de todas las discordancias sociales,
podemos estar seguros de que encontraremos uno u otro.
Individualismo
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de tutela y hubieran perdido el hábito de la coacción, ellos
mismos se sentirían socialmente obligados a participar en
los gastos comunes, del mismo modo que ahora se sienten
obligados a salir decentemente vestidos y a cumplir un
sinfín de convenciones a las que la ley no les obliga en modo
alguno?
Mundo
Militarismo
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Naciones
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nacional y político, reivindicando el valor de la
cosmometapolítica?
A pesar de representar a una minoría ín ma, los
nacionalistas siempre ejercerán una in uencia
desproporcionada en relación a su número en todos los
países, en tanto no destruyamos entre los ciudadanos la idea
de que su nacionalidad puede, en determinadas
circunstancias, prevalecer sobre su humanidad.
La paz, el orden y la prosperidad no reinarán
de nitivamente en el mundo hasta que los hombres, en un
número su ciente o ejerciendo una in uencia su ciente,
hayan repudiado toda solidaridad con lo que los gobiernos,
los partidos y la prensa de cada país vienen a denominar
“intereses nacionales”.
Una nación no ostenta intereses. Simplemente realiza el
arbitraje de los intereses que sus ciudadanos, bien como
administrados o comerciantes, no pudieron acordar entre
ellos con los ciudadanos de otras naciones. En los casos en
que sea posible el acuerdo, la nación no pinta nada. Y ni en
uno ni en otro caso tiene a derecho a involucrar a las partes
que no estén interesadas.
Las personas que, creyéndose de buena fe pací cas o al
menos enemigas de la guerra, practican o admiten el culto a
los “intereses nacionales” son como aquellos enfermos o
médicos que ignoran los síntomas de una infección sin dejar
de alimentar su origen.
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Política
Sociedad
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Variedad
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Verdad
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Panarquía, un ideal olvidado.
Max Nettlau
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seguimos atacando todos los días? Mis palabras pretenden
decir lo mucho que me gusta esta idea, y expresar mi gran
placer por haber encontrado un ensayo de un pionero de
esta idea, una idea poco discutida en nuestra literatura. Me
re ero al artículo "Panarquía", escrito por P. E. De Puydt, en
la "Revue Trimestrielle" (Bruselas), julio de 1860, pp.
222-245. El autor, que me es desconocido y del que no
hablaré, probablemente vivió alejado de los movimientos
sociales. Pero tenía una visión clara de hasta qué punto el
sistema político actual, según el cual TODOS deben
someterse a un gobierno constituido por decisión de la
mayoría (o de otra manera), contradice las exigencias más
elementales de la libertad. Sin identi carme con sus propios
objetivos, quiero resumir sus opiniones y destacar algunos
detalles. Nos sentiremos más cerca de su idea si sustituimos
en nuestra mente la palabra "gobierno" -que De Puydt
utiliza siempre- por el término "organización social", sobre
todo porque el mismo autor proclama la coexistencia de
todas las formas de gobierno, "incluida la ANARQUÍA de
M. Proudhon". De Puydt se declara partidario de las
enseñanzas del "Laissez faire, laissez passer" (la escuela de
Manchester de la libre competencia sin intervención del
Estado). No hay medias verdades. Concluye que la ley de la
libre competencia no sólo se aplica a las relaciones
industriales y comerciales, sino que también debe prevalecer
y abrirse paso en la esfera política.
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Algunos dirán que hay demasiada libertad, otros que no
hay su ciente. Sin embargo, se pierde la libertad
fundamental, precisamente la más necesaria: la de ser libre o
no serlo, según la propia elección. Cada uno decide esta
cuestión por sí mismo, y como hay muchas opiniones,
tantas como seres humanos, el resultado es esta mezcla
confusa llamada política. La libertad de una parte es la
negación de la libertad de las otras. El mejor gobierno nunca
funciona según la voluntad de todos. Siempre hay
ganadores y perdedores, opresores en nombre de la ley
vigente e insurgentes en nombre de la libertad.
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encuentran, pero sin con ictos, como hermanos, hablando
cada uno libremente y subordinándose sólo a los poderes
que cada uno, por sí mismo, ha elegido o aceptado.
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las opiniones de los demás, que tendrán que hacerle un
hueco y dejarle libertad para realizar su propio sistema.
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quieren tener a su manera. Hasta entonces, tendrán que
pertenecer a una de las organizaciones existentes. Es sólo
una cuestión de nanzas.
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Pero, ¿no llevaría esto a un caos insoportable? Debemos
recordar la época en la que todo el mundo se as xiaba con
las guerras de religión. ¿Qué pasó con estos odios mortales?
El progreso del espíritu humano los ha barrido, como el
viento barre las últimas hojas del otoño. Las religiones, en
cuyo nombre se encendieron las piras y se in igieron las
torturas, coexisten ahora pací camente, una al lado de la
otra, cada una ocupada en su dignidad y pureza. Si esto fue
posible en este ámbito, a pesar de todos los obstáculos, ¿no
será también posible en el ámbito de la política?
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Las energías, que actualmente se desperdician en fricciones,
resistencias y tareas inútiles, se unirán y promoverán el
progreso y la felicidad de la humanidad de formas
imprevisibles y maravillosas.
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Con el sistema propuesto, todos los desacuerdos se
considerarán meras peleas domésticas, y el divorcio será la
solución nal.
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¿Aceptarán los actuales partidos y dinastías gobernantes
estas propuestas? Les conviene hacerlo. Les iría mejor si lo
hicieran con menos personas, pero todas ellas dispuestas y
totalmente subordinadas. No sería necesaria ninguna
coacción contra ellos, ni soldados, ni gendarmes, ni policías.
No habría conspiraciones ni usurpaciones.
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¿No es esto precisamente lo que hace más prometedor el
debate de estas ideas hoy en día?
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Democracia con “D” pequeña
Por Anónimo
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utiliza el concepto democrático en el mercado, cada
individuo toma decisiones que sólo son vinculantes para sí
mismo y para los demás implicados directamente. El
proceso democrático (d minúscula) no implica el control de
unos por otros, sino el control de todos por todos.
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menudo. Si compras una lata de la empresa X y no contiene
lo que dice contener, serás muy reacio a volver a ser cliente
de esa empresa.
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Pero no tenemos la Democracia Capital D en el mercado.
Tenemos una pequeña democracia. Por lo tanto, aunque la
marca X resultara ser la más popular, las otras eran lo
su cientemente populares como para animarlas en cierta
medida. Por lo tanto, todas las empresas que recibieron un
voto positivo siguen produciendo su producto. El hecho de
que compren la marca X no nos obliga a comprar esa marca.
Personalmente, digamos que nos gusta la marca AAAA. No
podemos evitar que compres la marca X. No puedes
impedir que compremos la marca AAAA.
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¿Qué hay de malo en eso?
Lo mismo ocurre si vas a una tienda a comprar judías de la
marca X y te informan de que, como a más gente sólo le
gusta la marca YYYY, ésta será la única clase de judías que
podrás comprar.
Además, le dirán que no puede resolver el problema por sí
mismo simplemente no comprando judías. Tienes que
comprarlos. Y tienes que comprar la marca AAAA. Además,
hay que comer las judías. En ese momento, la democracia se
habría capitalizado. Y eso es lo que hemos hecho en el
gobierno de este país.
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quieren una marca en absoluto. Quieren dirigir su propio
negocio por completo sin tener un Nixon, un Kennedy o un
ZZZZ para dirigirlo.
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Casi podemos oír el grito de alarma: "Pero eso signi caría
que tendríamos muchos presidentes, al menos dos. ¿Y cómo
podríamos hacer que todos estuvieran de acuerdo con una
política determinada en ese caso?"
La respuesta es que no podrías. ¿Pero eso sería malo?
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La Libertad y los Impuestos
Benjamin Tucker
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todos los monopolios, suministra un artículo sin valor, o casi
sin valor; que, al igual que el monopolio de un producto
alimenticio a menudo suministra veneno en lugar de
comida, el Estado se aprovecha de su monopolio de defensa
para suministrar invasión en lugar de protección; que así
como los clientes de uno pagan por ser envenenados, los
clientes del otro pagan por ser esclavizados; y, por último,
que el Estado supera a todos sus colegas monopolistas en el
alcance de su maldad porque goza del privilegio único de
obligar a todas las personas a comprar su producto, les
guste o no. Por lo tanto, si cinco o seis "Estados" colgaran
sus tejas, el pueblo, creo, podría comprar el mejor tipo de
seguridad a un precio razonable. Y lo que es más, - cuanto
mejores sean sus servicios, menos se necesitarán; de modo
que la multiplicación de los "Estados" implica la abolición
del Estado.
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pruebas hay de ello? ¿Es el Estado un organismo? Sí; un
tigre también. Pero si no lo encuentro cuando no tengo mi
arma, su organismo se desorganizará rápidamente. El
Estado es un tigre que busca devorar al pueblo, y el pueblo
debe matarlo o paralizarlo. Su propia seguridad depende de
ello. Pero el Sr. Read dice que esto no puede hacerse. "El
poder del Estado no puede limitarse de ninguna manera".
Esto debe ser muy decepcionante para el Sr. Donisthorpe y
Jus, que se esfuerzan por restringirlo. Si el Sr. Read tiene
razón, ya no podrán ejercer su o cio. ¿Tiene razón? Si no lo
demuestra, los impositores voluntarios y los anarquistas
continuarán su labor, animados por la convicción de que el
Estado obligatorio e intrusivo está condenado a la muerte.
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tan unidos que los organismos inferiores incluidos no
pueden existir, aparte del organismo principal; mientras que
otros son imperfectos, discretos, existiendo los organismos
incluidos bastante bien, igual o mejor separados que unidos.
En la primera clase se encuentran muchas de las formas
superiores de vida vegetal y animal, incluido el hombre, y
en la segunda muchas de las formas inferiores de vida
vegetal y animal (malas hierbas, tenias, etc.), y la mayoría de
los organismos sociales, gobiernos, naciones, iglesias,
ejércitos, etc.
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sociedad, es un organismo discreto. Si se destruyera
mañana, los individuos seguirían existiendo. La producción,
el intercambio y la asociación continuarían como antes, pero
con mucha más libertad, y todas las funciones sociales de las
que depende el individuo funcionarían en su favor con más
utilidad que nunca. El individuo no está ligado al Estado
como la pata del tigre está ligada al tigre. Si se mata al tigre,
la pata del tigre ya no sirve para nada; si se mata al Estado,
el individuo sigue viviendo y satisfaciendo sus necesidades.
En cuanto a la sociedad, los anarquistas no la matarían si
pudieran, y no podrían si quisieran.
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que una colina comparada con la montaña de opresión e
injusticia que va acumulando un único Estado obligatorio.
No sería necesario que un agente de policía de un "Estado"
voluntario supiera a qué "Estado" pertenece un determinado
individuo, o si pertenece a alguno. Los "Estados"
voluntarios podrían, y probablemente lo harían, autorizar a
sus ejecutivos a proceder contra la invasión, sin importar
quién sea el invasor o el invadido. El Sr. Read
probablemente objetará que el "Estado" al que pertenecía el
invasor podría considerar su detención como una invasión
en sí misma, y proceder contra el "Estado" que lo detuvo. La
anticipación de tales con ictos probablemente resultaría
exactamente en esos tratados entre "Estados" que el Sr. Read
considera tan deseables, e incluso en el establecimiento de
tribunales federales, como tribunales de última instancia,
por la cooperación de los diversos "Estados", sobre el mismo
principio voluntario de acuerdo con el cual los propios
"Estados" fueron organizados.
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Sabe que, cuando ya no puede pedir prestado, puede al
menos gravar a sus ciudadanos hasta el límite de la
revolución. En tercer lugar, se confía en el Estado, no porque
esté por encima de los individuos, sino porque el
prestamista presume que desea mantener su crédito y, por
tanto, pagará sus deudas. Este deseo de crédito será más
fuerte en un "Estado" sostenido por la imposición voluntaria
que en el Estado que impone la imposición.
Todas las objeciones presentadas por el Sr. Read (excepto el
argumento del organismo) son meras di cultades de detalle
administrativo, que deben ser superadas por el ingenio, la
paciencia, la discreción y los expedientes. No son
di cultades lógicas, ni de principio. Le parecen "enormes";
pero también lo parecían las di cultades de la libertad de
pensamiento hace dos siglos. ¿Qué piensa de las di cultades
del régimen actual? Aparentemente está tan ciego a ellas
como lo está el católico romano a las di cultades de una
religión de Estado. Todas estas "enormes" di cultades que
surgen en la imaginación de los objetores del principio
voluntario se desvanecerán gradualmente bajo la in uencia
de los cambios económicos y la prosperidad bien distribuida
que seguirá a la adopción de ese principio. Esto es lo que
Proudhon llama "la disolución del gobierno en el organismo
económico". Es un tema demasiado vasto para considerarlo
aquí, pero, si el Sr. Read desea comprender la teoría
anarquista del proceso, que estudie ese más maravilloso de
todos los libros maravillosos de Proudhon, la "Idée Générale
de la Révolution au Dix-Neuvième Siècle".
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Es cierto que "la historia muestra un continuo
debilitamiento del Estado en algunas direcciones y un
continuo fortalecimiento en otras". Al menos esa es la
tendencia, a grandes rasgos, aunque esta continuidad se
rompe a veces con períodos de reacción. Esta tendencia es
simplemente el progreso de la evolución hacia la Anarquía.
El Estado invade cada vez menos y protege cada vez más.
Es exactamente en la línea de este proceso, y al nal del
mismo, que los anarquistas exigen el abandono de la última
ciudadela de la invasión mediante la sustitución de los
impuestos voluntarios por los obligatorios. Cuando se dé
este paso, el "Estado" alcanzará su máxima fuerza como
protector contra la agresión, y la mantendrá mientras sus
servicios sean necesarios en esa capacidad.
Si el Sr. Read, al decir que el poder del Estado no puede ser
restringido, quería decir simplemente que no puede ser
restringido legalmente, su comentario no tenía ninguna
idoneidad como respuesta a los anarquistas y a los
tributarios voluntarios. Ellos no proponen restringirlo
legalmente. Proponen crear un sentimiento público que
haga imposible que el Estado cobre impuestos por la fuerza
o invada de cualquier otra manera al individuo.
Considerando al Estado como un instrumento de agresión,
no esperan convencerlo de que la agresión va en contra de
sus intereses, pero sí esperan convencer a los individuos de
que va en contra de sus intereses ser invadidos. Si por este
medio consiguen despojar al Estado de sus poderes
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invasivos, se darán por satisfechos, y les es indiferente que
el medio se describa con la palabra "restricción" o con
cualquier otra. De hecho, me he esforzado en esta discusión
por adaptarme a la fraseología del Sr. Read. En lo que a mí
respecta, no considero apropiado llamar a las asociaciones
voluntarias Estados, pero, al encerrar la palabra entre
comillas, la he utilizado así porque el Sr. Read dio el
ejemplo.
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Sobre la Producción de Seguridad
Gustave de Molinari
89
Introducción
Hay dos formas de ver la sociedad. Según algunos, ninguna
ley providencial e inmutable ha presidido la formación de
las diversas asociaciones humanas; organizadas de manera
puramente cticia por legisladores primitivos, pueden,
como resultado, ser modi cadas o rehechas por otros
legisladores, a medida que avanzan las ciencias sociales. En
este sistema, el gobierno desempeña un papel considerable,
porque corresponde al gobierno, depositario del principio
de autoridad, modi car y reconstruir la sociedad a diario.
Según otros, por el contrario, la sociedad es un hecho
puramente natural; al igual que la tierra que la sustenta, se
mueve bajo leyes generales y preexistentes. En este sistema,
no hay ciencia social per se; solo hay una ciencia económica
que estudia el organismo natural de la sociedad y muestra
cómo funciona este organismo.
Lo que es, en este último sistema, la función del gobierno y
su organización natural, esto es lo que proponemos
examinar.
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I
Para de nir y delimitar adecuadamente la función del
gobierno, primero debemos buscar qué es la sociedad y cuál
es su propósito.
¿Qué impulso natural obedecen los hombres al unirse en la
sociedad? Obedecen el impulso o, para decirlo más
precisamente, el instinto de sociabilidad. La raza humana es
esencialmente sociable. Los hombres son instintivos para
vivir en sociedad.
¿Cuál es la razón de ser de este instinto?
El hombre experimenta una multitud de necesidades a cuya
satisfacción están apegados los placeres y cuya
insatisfacción le causa sufrimiento. Sin embargo, solo,
aislado, solo puede proporcionar de manera incompleta,
insu ciente para estas necesidades que lo solicitan
constantemente. El instinto de sociabilidad lo acerca a sus
semejantes, lo empuja a comunicarse con ellos. Luego, bajo
el impulso del interés de los individuos así reunidos, se
establece una cierta división del trabajo, necesariamente
seguida de intercambios; en resumen, vemos la fundación de
una organización, a través de la cual el hombre puede
satisfacer sus necesidades, mucho más completamente de lo
que podría permaneciendo aislado.
Esta organización natural se llama empresa.
El objetivo de la sociedad es, por lo tanto, la satisfacción más
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completa de las necesidades del hombre; el medio es la
división del trabajo y el intercambio.
Entre las necesidades del hombre, hay una de una especie
en particular y desempeña un papel inmenso en la historia
de la humanidad, es la necesidad de seguridad.
¿Cuál es esta necesidad?
Ya sea que vivan aislados o en sociedad, los hombres están,
sobre todo, interesados en preservar su existencia y los
frutos de su trabajo. Si el sentimiento de justicia se difundió
universalmente en la tierra; si, por lo tanto, cada hombre se
limitó a trabajar e intercambiar los frutos de su trabajo, sin
pensar en atacar la vida de otros hombres o apoderarse,
mediante la violencia o la astucia, de los productos de su
industria; si todos tuvieran, en una palabra, un horror
instintivo por cualquier acto dañino para los demás, es
cierto Desafortunadamente, este no es el caso. El
sentimiento de justicia parece ser prerrogativa de ciertas
naturalezas altas y excepcionales. Entre las razas inferiores
solo hay en estado rudimentario. De ahí los innumerables
ataques contra la vida y la propiedad de las personas desde
el origen del mundo desde la época de Caín y Abel.
De ahí también la fundación de establecimientos destinados
a garantizar a todos la posesión pací ca de su persona y sus
bienes.
Estas instituciones han sido nombradas gobiernos.
En todas partes, dentro de los pueblos menos ilustrados, nos
encontramos con un gobierno, por lo que general y urgente
es la necesidad de seguridad que proporciona un gobierno.
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En todas partes, los hombres se resignan a los sacri cios
más duros en lugar de prescindir del gobierno, empezando
por la seguridad, y no se puede decir que al hacerlo,
calculen mal.
Supongamos, de hecho, que un hombre está constantemente
amenazado en su persona y en sus medios de vida, ¿no será
su primera y más constante preocupación protegerse de los
peligros que lo rodean? Esta preocupación, este cuidado,
este trabajo absorberán necesariamente la mayor parte de su
tiempo, así como las facultades más enérgicas y activas de
su inteligencia. Por lo tanto, solo puede prestar una atención
insu ciente, precaria y cansada a la satisfacción de sus otras
necesidades.
Aunque este hombre se vería obligado a renunciar a una
parte muy considerable de su tiempo y trabajar a quien se
comprometiera a garantizarle la posesión pací ca de su
persona y sus bienes, ¿todavía no se bene ciaría de la
celebración del contrato?
Sin embargo, su interés obvio sería obtener seguridad al
precio más bajo posible.
II
Si hay una verdad bien establecida en la economía política,
es esta:
Que en todas las cosas, para todos los alimentos utilizados
para satisfacer sus necesidades materiales o inmateriales, el
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consumidor está interesado en garantizar que el trabajo y el
intercambio sigan siendo gratuitos, porque la libertad de
trabajo e intercambio tiene el resultado necesario y
permanente de reducir el precio de las cosas tanto como sea
posible.
Y este:
Que el interés del consumidor de cualquier mercancía
siempre debe prevalecer sobre el interés del productor.
Sin embargo, al seguir estos principios, llegamos a esta
rigurosa conclusión:
Que la producción de seguridad debe, en interés de los
consumidores de este producto inmaterial, permanecer
sujeta a la ley de libre competencia.
Por lo tanto, es el resultado de:
Que ningún gobierno debe tener derecho a evitar que otro
gobierno se establezca simultáneamente con él, o exigir a los
consumidores de seguridad que recurran exclusivamente a
él por este producto.
Sin embargo, debo decir que hasta ahora nos hemos retirado
de esta rigurosa consecuencia del principio de libre
competencia.
Uno de los economistas que ha extendido la aplicación del
principio de libertad más lejos, el Sr. Charles Dunoyer, cree
que "las funciones de los gobiernos nunca pueden caer en el
campo de la actividad privada. » [1]
Por lo tanto, esta es una excepción clara y obvia al principio
de libre competencia.
Esta excepción es aún más notable porque es única.
94
Sin duda, nos encontramos con economistas que hacen más
excepciones a este principio; pero podemos decir
audazmente que no son economistas puros. Los verdaderos
economistas generalmente están de acuerdo, por un lado, en
que el gobierno debe limitarse a garantizar la seguridad de
los ciudadanos; por otro lado, que la libertad de trabajo e
intercambio debe ser, para todo lo demás, completa,
absoluta.
Pero, ¿cuál es el propósito de la excepción de seguridad?
¿Por qué razón especial no se puede abandonar la
producción de seguridad a la libre competencia? ¿Por qué
debería estar sujeto a otro principio y organizado bajo otro
sistema?
En este punto, los maestros de la ciencia guardan silencio, y
el Sr. Dunoyer, que señaló claramente la excepción, no busca
en qué razón se basa.
III
Por lo tanto, nos preguntamos si esta excepción está
justi cada y si se puede fundar a los ojos de un economista.
Es reacio a creer que una ley natural bien demostrada no
tiene excepciones. Una ley natural está en todas partes y
siempre, o no lo está. No creo, por ejemplo, que la ley de la
gravedad universal, que gobierna el mundo físico, esté de
ninguna manera y en ningún punto del universo
suspendido. Sin embargo, considero las leyes económicas
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encima de su valor, muy por encima del precio que
alcanzaría bajo el régimen de libre competencia.
Entonces se dirá que este hombre o asociación tiene un
monopolio, y que el precio de la sal es un precio
monopolista.
Pero es obvio que los consumidores no darán su
consentimiento libremente para pagar el recargo
monopolístico abusivo; tendrán que ser obligados a hacerlo,
y para obligarlos a hacerlo, tendrán que ser utilizados.
Cualquier monopolio se basa necesariamente en la fuerza.
Cuando los monopolistas dejan de ser más fuertes que los
consumidores explotados por ellos, ¿qué sucede?
Aun así, el monopolio nalmente desaparece, ya sea
violentamente o después de una transacción amistosa. ¿Qué
ponemos en marcha?
Si los consumidores insurgentes y movidos se han
apoderado del equipo de la industria de la sal, hay muchas
probabilidades de que con squen esta industria para su
bene cio, y que su primer pensamiento sea no abandonarla
a la libre competencia, sino explotarla, conjuntamente, por su
propia cuenta. Por lo tanto, nombrarán un director o comité
directivo para la explotación de las salinas, a quien
asignarán los fondos necesarios para cubrir los costos de
producción de sal; luego, como la experiencia pasada los ha
hecho sombríos, sospechosos; ya que temerán que el
director designado por ellos se apodere de la producción
por su propia cuenta y reconstituya para su bene cio, de
manera abierta u oculta, el antiguo monopolio, elegirán
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delegados, representantes para votar los fondos necesarios
para los costos de producción, monitorear su uso y
examinar si la sal producida también se distribuye entre
todos los bene ciarios. Por lo tanto, se organizará la
producción de sal.
Esta forma de organización de producción se llamaba
comunismo.
Cuando esta organización se aplica a una sola mercancía, se
dice que el comunismo es parcial.
Cuando se aplica a todas las mercancías, se dice que el
comunismo está completo.
Pero ya sea que el comunismo sea parcial o completo, la
economía política no lo admite más que el monopolio, del
que es solo una transformación.
VI
¿No es visiblemente aplicable a la seguridad lo que se acaba
de decir sobre la sal? ¿No es esta la historia de todas las
monarquías y repúblicas?
En todas partes, la producción de seguridad comenzó
organizándose como un monopolio, y en todas partes, hoy
en día, tiende a organizarse en comunismo.
He aquí por qué.
Entre las mercancías materiales o intangibles necesarias para
el hombre, ninguna, excepto tal vez el trigo, es más
indispensable y, por lo tanto, puede soportar un impuesto
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monopolístico más alto.
Nadie puede caer demasiado fácilmente en el monopolio.
De hecho, ¿cuál es la situación de los hombres que necesitan
seguridad? Esto es debilidad. ¿Cuál es la situación de
aquellos que se comprometen a proporcionarles esta
seguridad necesaria? Esto es fuerza. Si fuera de otra manera,
si los consumidores de seguridad fueran más fuertes que los
productores, obviamente no pedirían prestada su ayuda.
Sin embargo, si los productores de seguridad son
originalmente más fuertes que los consumidores, ¿no
pueden imponerles fácilmente el régimen monopolístico?
En todas partes, en el origen de las sociedades, vemos a las
razas más fuertes, las más bélicas, que se atribuyen al
gobierno exclusivo de las sociedades; en todas partes vemos
que a estas razas se les concede, en algunos distritos
electorales más o menos extensos, dependiendo de su
número y fuerza, el monopolio de la seguridad.
Y, dado que este monopolio es excesivamente rentable por
su propia naturaleza, en todas partes también vemos a las
razas invertidas en el monopolio de la seguridad
participando en luchas feroces, con el n de aumentar la
extensión de su mercado, el número de sus consumidores
forzados, por lo tanto, la proporción de sus ganancias.
La guerra fue la consecuencia necesaria e inevitable del
establecimiento del monopolio de la seguridad.
Como otra consecuencia inevitable, este monopolio era
generar todos los demás monopolios.
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Al examinar la situación de los monopolistas de seguridad,
los productores de otros productos básicos no podían dejar
de reconocer que nada en el mundo era más ventajoso que
el monopolio. Por lo tanto, se vieron tentados, a su vez, a
aumentar los bene cios de su industria mediante el mismo
proceso. Pero para monopolizar, en detrimento de los
consumidores, el monopolio de la mercancía que producían,
¿qué necesitaban? Necesitaban la fuerza. Sin embargo, esta
fuerza, necesaria para comprimir la resistencia de los
consumidores interesados, no la poseían. ¿Qué hicieron? Lo
pidieron prestado, por dinero, a los que lo poseían.
Buscaron y obtuvieron, al precio de ciertas regalías, el
privilegio exclusivo de operar su industria en ciertos
distritos electorales especí cos.
Como la concesión de estos privilegios trajo buenas sumas de
dinero a los productores de valores, el mundo pronto quedó
cubierto por monopolios. El trabajo y el intercambio se
vieron obstaculizados, encadenados en todas partes, y la
condición de las masas siguió siendo lo más miserable
posible.
Sin embargo, después de largos siglos de sufrimiento, ya
que las luces se habían extendido gradualmente por todo el
mundo, las masas sofocadas por esta red de privilegios
comenzaron a reaccionar contra los privilegiados y a exigir
libertad, es decir, la abolición de los monopolios.
Había muchas transacciones en ese momento. En Inglaterra,
por ejemplo, ¿qué pasó? La carrera que gobernaba el país y
que se organizaba en compañía (feudalismo), encabezada
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por un director hereditario (el rey) y una junta directiva
igualmente hereditaria (la Cámara de los Lores), estableció
originalmente el precio de la seguridad al ritmo que tenía
un monopolio al ritmo que debía establecer. No hubo debate
entre los productores y consumidores de seguridad. Era el
régimen del buen placer. Pero, como resultado del tiempo, los
consumidores, habiendo adquirido conciencia de su número
y fuerza, se levantaron contra el régimen de arbitrariedad
pura, y obtuvieron para debatir el precio de los alimentos
con los productores. Con este n, nombraron delegados
para que se reunieran en la Cámara de los Comunes para
discutir la proporción del impuesto, el precio de la seguridad.
Por lo tanto, obtuvieron menos presión. Sin embargo, dado
que los miembros de la Cámara de los Comunes fueron
nombrados bajo la in uencia inmediata de los productores
de seguridad, el debate no fue franco y el precio de los
alimentos siguió superando su valor natural.
Un día, los consumidores así explotados se rebelaron contra
los productores y los desposeyaron de su industria. Luego
se comprometieron a practicar esta industria ellos mismos y
para ello eligieron a un gerente de operaciones asistido por
una junta. Era el comunismo el que reemplazaba al
monopolio. Pero la combinación no tuvo éxito, y veinte años
más tarde, se restauró el monopolio primitivo. Solo los
monopolistas tenían la sabiduría de no restaurar el régimen
de buen placer; aceptaron el debate sobre los impuestos
libres, teniendo cuidado, sin embargo, de corromper
constantemente a los delegados del partido contrario.
102
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pusieron algunos de los puestos de trabajo en la
administración de seguridad a disposición de estos
delegados, e incluso llegaron a admitir a los más in uyentes
ante su junta directiva. Nada es ciertamente más hábil que
tal conducta. Sin embargo, los consumidores de seguridad
nalmente se dieron cuenta de estos abusos y pidieron la
reforma del Parlamento. Rechazó durante mucho tiempo, la
reforma nalmente se conquistó y, desde entonces, los
consumidores han obtenido una reducción signi cativa de
sus cargas.
En Francia, el monopolio de la seguridad, después de haber
sufrido frecuentes vicisitudes y varios cambios, acaba de ser
derrocado por segunda vez. [Nota: por los disturbios de
1848]. Como en Inglaterra en el pasado, este monopolio
ejercía primero a favor de una casta, luego en nombre de
una cierta clase de sociedad, la producción común, fue
sustituida. La universalidad de los consumidores,
considerados accionistas, ha nombrado a un director
responsable, durante un cierto período de tiempo, de la
operación, y a una reunión responsable de supervisar los
actos del director y su administración.
Simplemente haremos un simple comentario sobre este
nuevo régimen.
Así como el monopolio de la seguridad debe generar
lógicamente todos los demás monopolios, el comunismo de
seguridad debe generar lógicamente todos los demás
comunismos.
De hecho, una de dos cosas:
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O la producción comunista es superior a la producción libre,
o no lo es.
Si es así, no es solo por seguridad, sino para todas las cosas.
De lo contrario, el progreso consistirá inevitablemente en
reemplazarlo por producción gratuita.
Comunisismo completo o libertad completa, ¡esa es la
alternativa!
VII
Pero, ¿puede concebir que la producción de seguridad está
organizada de manera diferente a la del monopolio o el
comunismo? ¿Puede concebir que está abandonado a la
libre competencia?
A esta pregunta, los llamados escritores políticos responden
unánimemente: No.
¿Por qué? Lo diremos.
Porque estos escritores, que están especialmente
preocupados por los gobiernos, no conocen la sociedad;
porque la consideran una obra falsa, que los gobiernos
tienen la tarea constante de modi car o rehacer.
Sin embargo, para modi car o rehacer la sociedad, es
necesario contar con una autoridad mayor que la de las
diferentes individualidades de las que consiste.
Esta autoridad que les da el derecho de modi car o rehacer
la sociedad como deseen, de disponer de las personas y las
propiedades como mejor les parezca, los gobiernos
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monopolistas a rman tener a Dios mismo; los gobiernos
comunistas, de la razón humana manifestada en la mayoría
del pueblo soberano.
Pero, ¿la poseen realmente esta autoridad superior e
irresistible, los gobiernos monopolistas y los gobiernos
comunistas? ¿Tienen realmente más autoridad de la que
podrían tener los gobiernos libres? Esto es lo que es
importante examinar.
VIII
Si fuera cierto que la sociedad no estaba naturalmente
organizada; si fuera cierto que las leyes bajo las que se
mueve tenían que modi carse o rehacerse constantemente,
los legisladores necesitarían necesariamente una autoridad
inmutable y sagrada. Continuadores de la Providencia en la
tierra, deben ser respetados casi iguales a Dios. Si fuera de
otra manera, ¿no les sería imposible cumplir su misión? De
hecho, no intervenimos en los asuntos humanos, no nos
comprometemos a dirigirlos, a resolverlos, sin ofender a una
multitud de intereses a diario. A menos que se considere
que los depositarios del poder pertenecen a una esencia
superior o se les confíe una misión providencial, los
intereses lesionados resisten.
De ahí la cción del derecho divino.
Esta cción era sin duda la mejor que se podía imaginar. Si
logras persuadir a la multitud de que Dios mismo ha
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elegido a ciertos hombres o razas para dar leyes a la
sociedad y gobernarla, obviamente nadie pensará en
rebelarse contra estos elegidos de la Providencia, y todo lo
que el gobierno hará estará bien hecho. Un gobierno de
derecho divino es imperecedero.
Solo una condición es que creamos en el derecho divino.
Si nos atrevemos, de hecho, a pensar que los líderes de los
pueblos no reciben sus inspiraciones directamente de la
Providencia, que obedecen impulsos puramente humanos,
el prestigio que los rodea desaparecerá, y resistiremos
irreverentemente sus decisiones soberanas, como nos
resistimos a todo lo que viene de los hombres, a menos que
se demuestre claramente la utilidad.
Por lo tanto, es curioso ver con qué cuidado los teóricos de
la ley divina se esfuerzan por establecer la superhumanidad
de las razas en posesión de los hombres gobernantes.
Escuchemos, por ejemplo, al Sr. José de Maistre:
"El hombre no puede hacer soberanos. A lo sumo, puede
servir como instrumento para desposeer a un soberano y
entregar sus estados a otro soberano que ya es príncipe.
Además, nunca ha habido una familia soberana cuyo origen
plebeyo pueda ser asignado. Si apareciera este fenómeno,
sería una época del mundo.
"... Está escrito: Yo soy el que hace soberanos. Esta no es una
frase de la iglesia, la metáfora de un predicador; es una
verdad literal, simple y palpable. Es una ley del mundo
político. Dios hace reyes, literalmente. Prepara a las razas
reales, las alimenta en medio de una nube que oculta su
106
origen. Entonces parecen coronados de gloria y honor; se
colocan a sí mismos. » [2]
De acuerdo con este sistema, que encarna la voluntad de la
Providencia en algunos hombres y que pone a estos elegidos,
estos ungidos con autoridad cuasi divina, los súbditos
obviamente no tienen derechos; deben someterse, sin
examen, a los decretos de autoridad soberana, como si fueran
los decretos de la propia Providencia.
El cuerpo es la herramienta del alma, dijo Plutarco, y el alma
es la herramienta de Dios. Según la escuela de la ley divina,
Dios elegiría ciertas almas y las usaría como herramientas
para gobernar el mundo.
Si los hombres tuvieran fe en esta teoría, nada sacudiría a un
gobierno bajo el derecho divino. Desafortunadamente,
dejaron de creerlo por completo. ¿Por qué?
Porque un buen día aconsejaron examinar y razonar, y al
examinar y razonar, descubrieron que sus gobernantes no
los dirigían mejor de lo que podrían haberlo hecho ellos
mismos, meros mortales sin comunicación con la
Providencia.
El libre examen ha desmonetizado la cción de la ley divina,
hasta el punto de que los súbditos de monarcas o
aristócratas de derecho divino solo les obedecen tanto como
creen que tienen interés en obedecerlos.
¿La cción comunista tenía una mejor fortuna?
Según la teoría comunista, de la que Rousseau es el sumo
sacerdote, la autoridad ya no desciende de arriba, sino de
abajo.
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El gobierno ya no se lo pide a la Providencia, se lo pide a los
hombres unidos, la nación única, indivisible y soberana.
Esto es lo que suponen los comunistas, partidarios de la
soberanía del pueblo. Suponen que la razón humana tiene el
poder de descubrir las mejores leyes, la organización más
perfecta que se adapte a la sociedad; y que, en la práctica, es
como resultado de un debate libre entre opiniones opuestas
que se descubren estas leyes; que si no hay unanimidad, si
todavía hay un intercambio después del debate, es la
mayoría la que tiene razón, ya que contiene un mayor
número de obligados a someterse a él, a pesar de que
dañarían sus convicciones más profundas y sus intereses
más queridos.
Esta es la teoría; pero, en la práctica, ¿tiene la autoridad de
las decisiones mayoritarias ese carácter irresistible y
absoluto que se le supone? ¿Siempre es respetado, en
cualquier caso, por la minoría? ¿Puede ser?
Tomemos un ejemplo.
Supongamos que el socialismo logra extenderse entre las
clases trabajadoras en el campo, como ya se ha extendido
entre las clases trabajadoras de las ciudades; que está, en
consecuencia, en el estado de mayoría en el país, y que,
aprovechando esta situación, envía una mayoría socialista a
la Asamblea Legislativa y nombra a un presidente socialista;
supongamos que esta mayoría y este presidente este saqueo
injusto y absurdo, pero legal, pero constitucional?
Sin duda, no dudará en ignorar la autoridad de la mayoría y
defender su propiedad.
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Bajo este régimen, como bajo el anterior, obedecemos a los
custodios de la autoridad solo tanto como creemos que
tenemos interés en obedecerlos.
Esto nos lleva a a rmar que la base moral del principio de
autoridad no es ni más fuerte ni más amplia, bajo el régimen
de monopolio o comunismo, de lo que podría ser bajo un
régimen de libertad.
IX
Pero admita que los partidarios de una organización falsa,
monopolistas o comunistas, tienen razón; que la sociedad no
está naturalmente organizada, y que los hombres son
constantemente responsables de hacer y violar las leyes que
la rigen, vea en qué lamentable situación se encontrará el
mundo. Dado que la autoridad moral de los gobernantes se
basa, en realidad, solo en los intereses de los gobernados, y
dado que tienen una tendencia natural a resistir cualquier
cosa que perjudique sus intereses, la fuerza material tendrá
que ayudar constantemente a la autoridad desconocida.
Además, los monopolistas y los comunistas han entendido
plenamente esta necesidad.
Si alguien, dice el Sr. de Maistre, intenta escapar de la
autoridad de los elegidos de Dios, que sea entregado al
brazo secular, que el verdugo haga su cargo.
Si alguien ignora la autoridad de los representantes electos
del pueblo, dicen los teóricos de la escuela Rousseau, si se
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resiste a cualquier decisión de la mayoría, que sea castigado
como un criminal contra el pueblo soberano, que el andamio
le haga justicia.
Estas dos escuelas, que toman como punto de partida la
organización falsa, conducen necesariamente al mismo
término, TERROR.
X
Ahora se nos permite formular una hipótesis simple.
Supongamos una sociedad naciente: los hombres que la
componen empiezan a trabajar e intercambiar los frutos de
su trabajo. Un instinto natural revela a estos hombres que su
persona, la tierra que ocupan y cultivan, los frutos de su
trabajo, son de su propiedad, y que nadie, aparte de sí mismo,
tiene derecho a disponer de ella o tocarla. Este instinto no es
hipotético, existe. Pero el hombre, siendo una criatura
imperfecta, sucede que este sentimiento del derecho de
todos a su persona o propiedad no se encuentra en el mismo
grado en todas las almas, y que algunos individuos atacan
violenta o astutamente a las personas o la propiedad de
otros.
De ahí la necesidad de una industria que prevenga o
suprima estos ataques abusivos de fuerza o astucia.
Que un hombre o una asociación de hombres venga y diga:
Soy responsable, por una tarifa, de prevenir o reprimir los
ataques contra personas y propiedades.
110
Así que que aquellos que quieran proteger a su pueblo y a
su propiedad de la agresión se dirjan a mí.
Antes de entrar en el mercado con este productor de
seguridad, ¿qué harán los consumidores?
En primer lugar, buscarán si es lo su cientemente potente
como para protegerlos.
En segundo lugar, si ofrece garantías morales de tal manera
que ninguno de los ataques es responsable de reprimir de su
parte.
En tercer lugar, si ningún otro productor de valores, con las
mismas garantías, está dispuesto a proporcionarles este
producto en mejores condiciones.
Estas condiciones serán de varios tipos.
Para poder garantizar a los consumidores la plena
seguridad de su gente y sus bienes y, en caso de daños,
distribuirles una prima proporcional a la pérdida sufrida,
será necesario:
1° Que el productor establezca ciertas sanciones contra los
delincuentes de personas y los secuestradores de bienes, y
que los consumidores acepten someterse a estas sanciones,
en caso de que ellos mismos cometan abuso de personas y
bienes;
2° Que impone a los consumidores ciertos genes, destinados
a facilitar el descubrimiento de los autores de delitos;
3° Que recauda regularmente, para cubrir sus costos de
producción, así como el bene cio natural de su industria,
una cierta prima, que varía según la situación de los
consumidores, las ocupaciones particulares a las que se
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dedican, el alcance, el valor y la naturaleza de sus
propiedades.
Si estas condiciones, necesarias para el ejercicio de esta
industria, son adecuadas para los consumidores, el contrato
se celebrará; de lo contrario, los consumidores o
prescindirán de la seguridad, o recurrirán a otro productor.
Ahora, si consideramos la naturaleza particular de la
industria de la seguridad, descubriremos que los
productores se verán obligados a restringir su clientela a
ciertos distritos electorales territoriales. Obviamente, no
pagarían su precio si decidieran mantener una fuerza
policial en comunidades donde solo tendrían unos pocos
clientes. Su clientela se agrupará naturalmente en torno a las
sedes de su industria. Sin embargo, no podrán abusar de
esta situación para hacer la ley a los consumidores. En caso
de un aumento abusivo del precio de la seguridad, tendrán
la opción de dar a sus clientes a un nuevo contratista o al
contratista vecino.
De esta capacidad que se deja al consumidor de comprar
seguridad donde lo considere oportuno, nace una
emulación constante entre todos los productores, cada uno
esforzándose, por la atracción del sistema de justicia barato
o un sistema de justicia más rápido, completo y mejor, para
aumentar su clientela o mantenerla [3].
Deje que el consumidor no sea libre, por el contrario, de
comprar seguridad donde quiera, e inmediatamente verá
una amplia carrera que se abre a la arbitrariedad y la mala
gestión. La justicia se vuelve cara y lenta, la policía vejatoria,
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la libertad individual deja de ser respetada, el precio de la
seguridad se exagera abusivamente, se toma de manera
desigual, según la fuerza, la in uencia disponible para tal o
cual clase de consumidores, las aseguradoras participan en
feroces luchas para arrancarse unos a otros de los
consumidores; vemos, en una palabra, todos los abusos
inherentes al monopolio o al comunismo emergen en línea.
Bajo el régimen de libre competencia, la guerra entre los
productores de seguridad deja por completo de tener su
razón de ser. ¿Por qué harían la guerra? ¿Para conquistar a
los consumidores? Pero los consumidores no se dejarían
conquistar. Ciertamente se abstendrían de tener a su gente y
propiedades aseguradas por hombres que habrían atacado
sin escrúpulos a las personas y propiedades de sus
competidores. Si un ganador atrevido quisiera imponerles la
ley, pediría inmediatamente su ayuda a todos los
consumidores libres que amenazarían con esta agresión
como ellos, y le harían justicia. Así como la guerra es la
consecuencia natural del monopolio, la paz es la
consecuencia natural de la libertad.
Bajo un régimen de libertad, la organización natural de la
industria de la seguridad no diferiría de la de otras
industrias. En los cantones pequeños, un simple empresario
podría ser su ciente. Este empresario dejaría su industria a
su hijo o la transferiría a otro empresario. En los cantones
ampliados, una empresa por sí sola reuniría su cientes
recursos para llevar a cabo adecuadamente esta importante
y difícil industria. Bien gestionada, esta empresa podría
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perpetuarse fácilmente, y la seguridad continuaría con ella.
En la industria de la seguridad, así como en la mayoría de
las demás ramas de producción, este último modo de
organización probablemente reemplazaría nalmente al
primero.
Por un lado, sería la monarquía, por el otro, la república;
pero la monarquía sin monopolio y la república sin
comunismo.
En ambos lados sería la autoridad aceptada y respetada en
nombre de la utilidad, no la autoridad impuesta por el terror.
Que tal hipótesis se pueda realizar es probablemente lo que
se impugnará. Pero, a riesgo de ser descrito como utópico,
diremos que esto es indiscutible, y que un examen
cuidadoso de los hechos resolverá cada vez más, a favor de
la libertad, el problema del gobierno, así como todos los
demás problemas económicos. Estamos convencidos, en lo
que a nosotros respecta, de que algún día se establecerán
asociaciones para exigir la libertad de gobierno, como se ha
establecido para exigir la libertad de comercio.
Y no dudamos en añadir que después de que se haya
logrado este último progreso, cualquier obstáculo arti cial
para la libre acción de las leyes naturales que rigen el
mundo económico haya desaparecido, la situación de los
diversos miembros de la sociedad será la mejor posible.
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Teoría del Multigobierno
Le Grant E. Day
115
I
He escrito notas, esquemas y planes de estudios sobre el
multigobierno desde que se me ocurrió la idea en 1967. Han
sido Xeroxed, mimeogra ados, hectógrafos e impresos dos
veces. Fueron diseñados originalmente para enseñar en
colegios experimentales y para dar conferencias sobre
multigobierno.
El único cambio importante en la teoría del multigobierno
con respecto a los escritos anteriores es el concepto de que el
escalón por encima de la Democracia Geográ ca es una
República Judicial y no una "confederación de estados
mundiales", como se registró por primera vez. Mucha
re exión y estudio sobre el tema me convencieron de que,
más allá del gobierno local básico, el hombre no tiene que
ser gobernado en absoluto. Por supuesto, puede unirse
voluntariamente a cualquier gobierno de elección.
El método de explicar el multigobierno, aparte de una
descripción verbal, ha estado yendo una y otra vez en mi
mente durante los últimos ocho años. Me resulta difícil, con
mi capacidad limitada, ser técnicamente correcto y, al
mismo tiempo, hacerlo comprensible e interesante para el
lector medio.
En el futuro, aclararé los malentendidos, perfeccionaré el
método y la descripción, y responderé a los críticos del
multigobierno.
Que se entienda claramente que este sistema debe funcionar
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y crecer dentro de los medios legales de los gobiernos ya
establecidos. Las herramientas necesarias para lograr el
multigobierno son las comunicaciones, no el derramamiento
de sangre; la educación, no la violencia; la persuasión, no la
revolución. No hay nada en esta tesis que de enda, sugiera
o implique el derrocamiento de ningún gobierno existente
por la fuerza o la violencia.
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II
Necesidad de un cambio
Simplemente porque existe una institución, una costumbre o
una condición social, su existencia o su aceptación no la
convierte en la correcta, la mejor o la única opción.
Esa vaga identidad llamada estado (esa cadena indivisible
que mantiene a las personas unidas como hormigas o
abejas), en un mundo moderno, existe aparentemente por
dos razones fundamentales: (1) para dar continuidad a su
propia existencia y (2) para mantener el orden y la
disciplina.
Los criterios para obtener liderazgo o para la movilidad
ascendente en el estado o en cualquiera de sus instituciones
protegidas sugieren la posesión de talentos con una ética
cuestionable. El propio sistema político no es ni justo ni
equitativo.
Aparte de un proceso largo y lento, solo hay dos formas de
cambiar la naturaleza del estado: por invasión desde otro
estado o por revolución desde dentro.
Sugiero, sin ampliar las de ciencias de los estados
existentes, que si los miembros de la sociedad creen que
tienen la mejor alternativa, son ingenuos y desinformados.
Cambiar un sistema que se autodestruirá con el tiempo de
todos modos sería un acto de misericordia y compasión.
Pero para desintegrar un sistema que ya tienes, debes
reemplazarlo por algo mejor. A través de la evolución, no de
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la revolución, introducimos y sugerimos un cambio a un
sistema superior: el multigobierno.
Democracia geográ ca
El multigobierno sugiere que haya un gobierno obligatorio
para cada área de tierra. Debe dividirse por la densidad de
población y la voluntad del pueblo. Las ciudades-estado
deben crearse en las áreas metropolitanas. Las ciudades-
estado reemplazarán al gobierno de la ciudad, el condado,
el estado y, eventualmente, el gobierno federal. Los
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gobiernos territoriales crecerán en las zonas agrícolas,
rurales y forestales, reemplazando también a los gobiernos
superpuestos mencionados anteriormente.
Los defensores del multigobierno sugieren que es lógico
que, dado que todas las personas que viven en el área
especi cada deben pertenecer a este gobierno, ¡sé una
democracia! Cumpliendo con la doctrina del multigobierno,
cualquier servicio ofrecido por este gobierno que no sea de
necesidad geográ ca debe ser votado por el 85 por ciento de
todos los votantes registrados.
Todas las políticas instituidas por el gobierno local deben
ser votadas por los votantes elegibles. Solo las decisiones
operativas deben estar exentas de la norma de la mayoría.
La democracia debe prevalecer por la naturaleza del propio
gobierno en este escalón del multigobierno.
República Judicial
El escalón obligatorio por encima de la democracia
geográ ca en el sistema multigobierno no es un gobierno; es
decir, no gobierna. Se llama "República Judicial". Funciona
de la siguiente manera: habrá una pirámide de tribunales
con jueces en cada nivel. En la parte inferior estarán los
tribunales locales y regionales y los jueces alojados en los
gobiernos geográ cos locales, pero no relacionados con
ellos. La cadena continúa a través de la corte de apelación, la
corte suprema (sugeida para cada continente) y, nalmente,
hasta la corte suprema superior.
El método de selección de los jueces debe ser una cuestión
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de política y de división del trabajo. Por ejemplo, podría ser
práctico tener un tribunal de apelación para los derechos
individuales, otro para disputas entre gobiernos de elección
(todavía por explicar) y uno para la justicia penal, etc. El
número de jueces en cada nivel también debería ser una
cuestión de política.
Los propios jueces deben adherirse a los criterios de
equidad y seguir la doctrina del multigobierno en asuntos
de disputa gubernamental. Los propios jueces deben
formular políticas con respecto a la estructura y el
funcionamiento de la república judicial con una iniciativa
popular viable con nes de control.
Gobiernos de elección
El concepto de gobierno de elección es la columna vertebral
de los sistemas multigubernamentales. Nuestras
descripciones hasta este momento han sido de
organizaciones obligatorias; es decir, los ciudadanos tienen
que pertenecer a la democracia geográ ca y estar sujetos a
las decisiones de la república judicial. Es una losofía del
multigobierno que cuando los gobiernos son obligatorios,
solo se deben realizar las funciones gubernamentales
absolutamente necesarias.
Compensando el vacío de servicios no realizados por el
gobierno tradicional, Multigovernment sugiere que los
gobiernos se creen para satisfacer las diferentes necesidades
de los hombres, para que cualquier hombre pueda encontrar
el gobierno exacto, o casi perfecto, para él. El hombre, si así
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lo desea, no puede pertenecer a ningún gobierno, excepto a
los gobiernos obligatorios anteriores con las funciones
necesarias. A los que no pertenecen a ningún gobierno se les
llama "agentes libres".
Los agentes libres vivirán como a los conservadores
(derechistas, libertarios, etc.) les gustaría vivir hoy; es decir,
conformándose a su idea de libertad: libertad de la
intervención del gobierno. La debilidad del
conservadurismo actual es que no tienen en cuenta a
aquellos que no pueden existir, o no desean existir, en la
versión conservadora de la libertad.
En la otra cara de la moneda, la debilidad del liberalismo
(izquierda, colectivismo, etc.) es que todos quieren servicios
gubernamentales, pero de diferentes maneras. En otras
palabras, qué, dónde, quién y cuánto. Cada facción tiene su
propia idea sobre qué dirección debe ir el gobierno. El quid
de la idea multigubernamental es que los gobiernos y las
organizaciones coexisten y cumplan la idea de buen
gobierno de cada facción. Entonces cada persona puede
elegir entre los gobiernos competitivos, el gobierno al que
quiere pertenecer.
El multigobierno presentará a cada individuo el derecho a
una selección más amplia de opciones en todos los aspectos
de su estilo de vida. Introducirá una nueva dimensión de
libertad que aún no ha experimentado la humanidad.
El multigobierno eliminará las guerras. Si la ideología del
gobierno se construye en torno al individuo y no a la
ocupación de masas de la tierra, ¿quiénes van a conquistar
122
los conquistadores?
El sistema multigobierno hará que cesen todas las
revoluciones. Si no te gusta el gobierno que tienes, puedes
renunciar y unirte a otro.
El multigobierno observa que ningún sistema o forma de
gobierno es el mejor para todas las personas. Un gobierno
no puede ser todo para todas las personas. Todas las
personas tienen derecho a pertenecer al gobierno que más
les convenga. La única respuesta es permitir que los
sistemas organizativos y sociales y los gobiernos existan
simultáneamente, dentro de la misma ubicación.
El multigobierno a rma que no solo es viable el método
gubernamental descrito anteriormente, sino que es
necesario salvar la civilización tal como la conocemos.
La verdadera libertad no puede existir a menos que el
individuo pueda elegir la forma exacta y la cantidad de
gobierno que quiere. Se debe crear una estructura
gubernamental con ese n y no para justi car su propia
existencia.
La verdadera libertad solo puede existir cuando:
- Solo son obligatorias las funciones de protección.
- Hay un juicio justo y equitativo.
- Las funciones gubernamentales de bienestar humano son
voluntarias.
- Las funciones gubernamentales necesarias que deben
realizarse y no se pueden manejar con nes de lucro o
voluntarios se manejan con la máxima e ciencia.
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Por lo tanto, resumiendo la teoría estructural básica del
multigobierno:
- El único nivel de coacción del gobierno es una Democracia
Geográ ca.
- El nivel de justicia es una República Judicial.
- El nivel de voluntariado es el Gobierno de Elección.
Escuelas, distritos y departamentos
Las funciones gubernamentales necesarias no cubiertas por
lo anterior se dividen en tres categorías y se gestionan de la
siguiente manera:
Escuelas
El multigobierno cree en un sistema de vales para garantizar
a todos los niños la educación y la libertad de elección de las
escuelas. Los estudiantes, con sus tutores, deben elegir las
escuelas que quieran según sus necesidades y preferencias
personales. No deben colocarse por asignación geográ ca.
Distritos
Los distritos proporcionarían funciones continuas que no
pueden ser desempeñadas por voluntarios o con nes de
lucro. Cada servicio tiene un distrito propio, por lo que su
función puede ser examinada de cerca y su existencia
justi cada periódicamente. El distrito es creado por la
república judicial o la democracia geográ ca y bajo su
dirección, si procede.
Distritos temporales especiales
Los distritos temporales especiales se establecen de forma
temporal para manejar problemas temporales. Cuando el
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problema o la condición deja de existir, también lo hace el
distrito. Los proyectos especiales o los problemas
provocados por las condiciones económicas se encuentran
entre las funciones de esta categoría.
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quiere servirle.
3. El lugar donde vive el hombre (límites geográ cos) no
debe ser el factor determinante a qué gobierno pertenece.
4. Varios gobiernos pueden coexistir, y deben, en el mismo
lugar.
5. Los gobiernos compiten por la membresía con servicios,
economías o ideologías.
6. El hombre no puede pertenecer a ningún gobierno.
PRINCIPIO 1. LAS NECESIDADES Y DESEOS DE CADA
HOMBRE DE UN GOBIERNO SON DIFERENTES
El hecho de que cada hombre tenga diferentes necesidades y
deseos de gobierno es una conclusión inevitable. Cada
hombre es diferente por origen, religión, idioma, cultura o
herencia; diferente por casualidad o diferente por elección.
El mundo ya es una sociedad multidiversi cada, con
numerosas culturas y subculturas. Es indeseable, de hecho,
imposible, moldear el mundo entero en una sola cultura,
una religión o incluso un país.
Los cientí cos del comportamiento han hecho avances
impresionantes, incluida la investigación y utilización de los
principios de clasi cación y estrati cación de los pueblos.
Estos conceptos demográ cos han sido explotados por
comerciantes de todo el mundo.
El gobierno también ha capitalizado esta investigación. Sin
embargo, el gobierno no ha considerado la mejor manera de
servir, sino la e cacia con la que puede persuadir, manipular
y controlar a las personas.
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A medida que la tendencia mundial avanza hacia una
legislación social cada vez mayor y avanzada, el
descontento crece debido a la naturaleza diversi cada e
individualizada de la humanidad.
Las personas que se rebelan contra estos cambios sociales se
dividen en dos categorías básicas:
- Aquellos que no desean ni aprecian estos cambios y son
capaces de vivir en paz y felicidad sin ellos.
- Aquellos que quieren bene cios gubernamentales
adicionales que sean de una naturaleza o cantidad diferente
a los ofrecidos por el estado.
Cualquier gobierno que desee existir en el futuro debe tener
en cuenta estas características de la humanidad y
compensarlas. El propósito de la existencia de gobierno es
servir a la gente. El gobierno debe adaptarse al pueblo, no al
pueblo al gobierno.
El multigobierno ofrece una solución e caz al problema de
la diferencia individual.
PRINCIPIO 2. EL INDIVIDUO DEBE DECIDIR POR SÍ
MISMO EL GOBIERNO AL QUE QUIERE SERVIRLE
Debido a la calidad y cantidad superiores de la educación, el
mundo está disfrutando de los mayores logros intelectuales
de la historia. Las masas se están iluminando y son más
conscientes de las condiciones sociales y políticas. Este
conocimiento superior amplía la capacidad del individuo
para tomar decisiones políticas racionales. La gente insiste
en participar en el proceso de toma de decisiones políticas.
Por lo tanto, el conocimiento se convierte en poder.
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La democracia existe en períodos ilustrados de la historia
mundial porque la columna vertebral de la democracia es la
capacidad de las personas para entender los problemas y
hacer juicios inteligentes. Los individuos están más
cuali cados para decidir qué es mejor y bueno para sí
mismos que los burócratas. El paso natural en la evolución
política va desde la política de decisión mayoritaria hasta el
individuo que decide su propia política.
Además de las libertades, privilegios y derechos de los que
ahora disfruta el hombre, ahora es lo su cientemente
responsable y lo su cientemente dispuesto como para guiar
su propio destino.
El hombre ha avanzado intelectualmente hasta el punto de
que debería tener derecho a elegir su propio gobierno
PRINCIPIO 3. DÓNDE VIVE EL HOMBRE (LÍNDOS
G E O G R Á F I C O S ) N O D E B E S E R E L FA C T O R
DETERMINANTE A QUÉ GOBIERNO PERTENECE
El multigobierno sugiere que la masa de tierras no es una
reivindicación legítima ni siquiera una condición de
s o b e r a n í a n a c i o n a l . L a s f ro n t e r a s p o l í t i c a s s o n
incuestionablemente aceptadas por la población debido a
siglos de condicionamiento.
Algunas funciones del gobierno, por la naturaleza de la
relación tierra-gente, deben ser desempeñadas por el
gobierno territorial. Sin embargo, la mayoría de las
funciones gubernamentales pueden ser desempeñadas
mejor por los gobiernos orientados a las personas. Es
ridículo suponer que todas las fases de la administración
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gubernamental deben ser administradas por el gobierno
territorial.
Cada guerra que se libró, sea cual sea la excusa ideológica,
se libró por la masa terrestre, y el interés propio nacional y
la ventaja de poder que el territorio conquistado ofreció al
agresor.
El hecho de que el hombre deba adherirse a la política de su
gobierno, le guste o no, es la causa de todas las
revoluciones. Las revoluciones se crían por la suposición de
que cada persona nacida en una monarquía es monárquica,
en los límites del comunismo es comunista y que las que
están en un estado socialista se adhieren a los principios del
socialismo.
La civilización ha evolucionado hasta el punto en que se
deben reevaluar las fronteras políticas. La reclamación legal
de la masa terrestre se basa en una o más de tres
condiciones:
- Un trozo de papel (tratados, constituciones, etc.)
- Precedente histórico
- Statu quo
Estas condiciones a rman que en un lado de una línea
imaginaria hay un país, y en el otro lado hay otro país.
En el curso de los acontecimientos, si un soberano obtiene
su cientes elementos de poder para derrocar a su vecino,
todas esas reclamaciones legales quedan nulas. Luego se
rman nuevos documentos, se crea otro precedente
histórico y se cambia el statu quo. El escenario está
preparado para que el drama se recree en el futuro.
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Si el hombre debe agruparse, y algunos deben hacerlo, el
multigobierno sugeriría que se haga en los propios términos
del individuo, ya sean ideológicos, religiosos, lingüísticos o
incluso por razones étnicas. Se debe permitir que cada
individuo elija, independientemente de sus fronteras
políticas, el tipo de gobierno al que quiere servirle.
Multigovemment ofrece al hombre su derecho natural a
elegir su gobierno, independientemente de dónde viva.
PRINCIPIO 4. VARIOS GOBIERNOS PUEDEN Y DEBEN
EXISTIR EN EL MISMO LUGAR
El hombre debe proporcionarse a sí mismo el mayor
crecimiento potencial individual ofreciendo a sus
semejantes la mayor variedad posible de gobiernos, para
que pueda ejercer una opción más amplia en su elección de
gobierno, una que se ajuste a sus deseos y necesidades.
La única forma viable de lograr esto es permitir que muchos
gobiernos existan en el mismo territorio. Estos gobiernos
deben crearse con su ciente soberanía para gobernar, pero
sin el poder de obligar.
Los kibutzim judíos, los monasterios católicos y otras
organizaciones demuestran que las organizaciones estrechas
pueden existir de forma voluntaria dentro del gobierno
establecido. Muchas sociedades religiosas y fraternas,
demasiado numerosas para mencionarlas, apoyan la
posición de que las organizaciones pueden existir sobre una
base menos militante.
Debe haber gobiernos coexistiendo con varias cantidades de
servicios ofrecidos, para que el hombre pueda elegir entre
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ellos el gobierno que desea.
El multigobierno ofrece una base lógica donde el hombre
puede ejercer su elección de gobierno.
PRINCIPIO 5. LOS GOBIERNOS COMPITEN POR LA
MEMBRESÍA, SERVICIOS, ECONOMÍAS O IDEOLOGÍAS
La competencia, el mayor factor de crecimiento individual y
colectivo del hombre, debe utilizarse para crear mejores
gobiernos, ya que se ha utilizado para fabricar mejores
automóviles, tiros lunares y equipos de fútbol.
El factor de motivación que ayudaría a establecer y
mantener los mejores gobiernos posibles sería la
competencia. La idea es crear una rivalidad gubernamental
justa permitiendo que los varios gobiernos compitan por sus
electores.
Si al hombre no le gusta el gobierno al que pertenece,
tendría una de tres opciones:
- Renuncia y únete a otro gobierno que se ajuste a sus
necesidades.
- Renunciar y no unirse a ningún gobierno.
- Renunciar y crear un gobierno que se ajuste a sus
necesidades.
El multigobierno utiliza la competencia, el mayor factor de
expansión del hombre.
PRINCIPIO 6. EL HOMBRE NO PUEDE PERTENECER A
NINGÚN GOBIERNO
En cada cultura, en cada sociedad, a lo largo de las páginas
de la historia, han existido esas almas inconformistas, libres
e independientes, llamadas por algunos, individuos
131
antisociales o rebeldes. Estas personas proporcionan a la
humanidad a la mayoría de los artistas, escritores y
pensadores. Los inminentes cambios sociales atornan su
estilo, disminuyen su productividad y los hacen miserables.
Estas personas también deben vivir para que sean
completamente libres, excepto por la protección básica de la
ley.
Si un hombre así lo desea, tiene derecho a estar libre de
todas las promulgaciones y restricciones sociales
gubernamentales innecesarias.
El multigobierno ofrece más libertad que cualquier otro
gobierno existente para aquellos que realmente la quieren.
Los gobiernos existirán en virtud de los servicios que
ofrecen a su electorado y lo bien que gobiernan. En el
pasado, los gobiernos existían por lo que los diseños y
accidentes de la historia y la geografía los han dejado en
forma de masa de tierra. Por primera vez en la historia de la
humanidad, los gobiernos serán creados y permanecerán en
existencia con el propósito de servir al hombre.
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Una nueva dimensión de la libertad
El individuo en Estados Unidos ahora está cargado con
cuatro y, a veces, más gobiernos (es decir, pueblo o ciudad,
condado [o parroquia], estatal y federal). Todos ellos tienen
poderes cohesivos y de ejecución. Se trata de una
duplicación inútil de esfuerzos, una limitación de la
libertad.
El multigobierno sugiere que solo se establezca un gobierno
territorial para cada área, en lo sucesivo denominados
"Gobiernos Territoriales". Los límites de los Gobiernos
Territoriales se colocarán en el mapa de tal manera que se
permita la densidad de la población, así como los deseos de
los habitantes. Este gobierno será responsable de la policía y
de la protección contra incendios.
Para llenar el vacío de los servicios que ahora prestan los
cinco gobiernos, se presupone que se cree una variedad de
organizaciones o que se utilicen los gobiernos existentes
para ese propósito (organizaciones de servicios, iglesias,
etc.). En lo sucesivo, estas organizaciones se denominarán
"Gobiernos de Elección".
Además, se presupone que estos gobiernos de elección se
dividirán en cuatro categorías básicas:
1. Instituciones privadas: diseñadas bajo el sistema de libre
empresa para satisfacer las necesidades de las personas.
2. Distritos especiales: se establecen para un servicio
especial para el que solo se grava a la persona.
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3. Gobiernos colectivos: diseñados para proporcionar
servicios completos, protección y seguridad a sus miembros.
4. Gobiernos limitados - Para satisfacer las necesidades
particulares de ciertas personas.
Si, por ejemplo, un individuo eligiera el Gobierno Colectivo
(la tercera categoría), como un kibutz, un monasterio o una
comuna socialista, probablemente no necesitaría los
servicios de otro gobierno.
Si, por otro lado, perteneciera a un gobierno limitado que
proporcionara solo su vivienda, podría utilizar las
instituciones privadas para su medicina, su seguro y un
distrito especial para que sus hijos fueran educados, o
podría enviarlos a una escuela parroquial.
Una tercera persona podría estar completamente libre de
todos los gobiernos, excepto de los conceptos básicos
esenciales proporcionados por los gobiernos territoriales, y
pertenecer a un Distrito Especial expresamente diseñado
(por ejemplo, con nes médicos).
Debe entenderse en este punto que el llamado sistema de
libre empresa prevalecería en general y que el Gobierno de
Elección actuaría como una unidad en sus tratos como una
corporación. Se a rma que las personas libres pueden vivir
en la misma ubicación geográ ca que los gobiernos de
elección.
Esto debería satisfacer al individualista, ya que puede vivir
libre de la intervención del gobierno. Esto debería satisfacer
a la persona de orientación socialista, ya que puede
pertenecer a un gobierno de elección socialista. Habrá un
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gobierno o un conjunto de gobiernos que satisfarán las
necesidades o deseos exactos de todos del gobierno, y él
seguirá perteneciendo a menos de los cinco gobiernos
obligatorios a los que ahora pertenecemos.
El conservador tendrá su noción de libertad: libre de todas
las funciones gubernamentales, excepto las necesarias. El
colectivista tendrá su libertad de miseria en su elección de
sociedades colectivas. El moderado, el religioso, etc.,
tendrán todas sus opciones de gobierno. Existirá una nueva
dimensión de libertad.
Un defensor multigubernamental cree que el individuo
tiene el derecho implícito de elegir su propio gobierno, sea
cual sea su ubicación geográ ca.
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