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La Cultura

Desde Santiago del Estero

Quipu Editorial

 Quipu Editorial
Santiago del Estero, febrero de 2012
http://www.quipueditorial.com.ar/
Índice

Un mundo diferente. Por: Quipu Editorial


Aborígenes santiagueños a la llegada de los españoles.
Por: Santiago Educativo. Instituto Santo Tomás de Aquino
La cautiva. Por: Julio Carreras
El Imperio de las Planicies. Por: Duncan L. Wagner
La mujer en la civilización Chaco-Santiagueña. Por
Olimpia L. Righetti
El sentimiento religioso y las costumbres en la
Civilización Chaco Santiagueña. Por:
Emilio y Duncan Wagner
Leyendas y creencias populares de Santiago del Estero.
Por Amalia Beatriz Domínguez
Santiago en el período hispánico. Por:
Guillermo Adolfo Abregú
Luis Pardo (poeta). Por: Quipu Editorial
Una mujer aborigen quemada por “bruja”. Dn.
Juan de Paz y Figueroa
Voces santiagueñas y sus influencias quichuas. Por:
Norma Sayago
Y, un buen día, todo comenzó (o continuó). Por:
Eduardo José Maidana
La leyenda del Cacuy. Por Emilio Wagner
La Sabana Santa en Santiago del Estero. Por:
Marcelo Urtubey
La Revolución de 1810. Por Luis Alén Lascano
Un tal Julián Castaño. Por: Clementina Rosa Quenel
Ataque de los tucumanos. Por Andrés Figueroa
Impresiones de un militar estadounidense. Por:
Thomas Page
Taboada. Por Orestes Di Lullo
: Almanaque Humorístico. Por: Daniel Soria
Representación Coral en el antiguo Teatro Ollantay. El
Liberal, 1902
Una pequeña ofuscación de Arturo Capdevilla. Por:
Bernardo Canal Feijóo
El aguatero. Por: Carlos Domingo Yáñez
El drama de América. Por: Francisco René Santucho
La Acequia Real. Por Sara Diaz de Raed
Diario La Hora. Por: Luis Gerardo Quadrelli
El Petiso Fantasma. Por: Julio Carreras
Mi cama es un jardín. Por: Bernardo Canal Feijóo
La resistencia cultural. Análisis de los tejidos artesanales
santiagueños. Por: Rita Ledesma
Una revista cultural desde el Noroeste. Por:
Juan Manuel Aragón
El mito de las importaciones inglesas y las artesanías
regionales. Por: José Guillermo Godoy
Caudillismo y clientelismo político. Por: Hugo F. Rodríguez
Promesa. Por: Guillermo Pinto
Mitos urbanos. Por: Amalia Beatriz Domínguez
A derrumbar. Por: Ana Gómez

Un mundo diferente
Varios miles de años atrás, cuando recién comenzaban a
esbozarse las culturas de Egipto y La India, en lo que hoy
llamamos Santiago del Estero habría florecido otra Cultura,
elevadísima y bella. Adorando, incluso, algunos de los mismos
dioses y usando símbolos parecidos a los de otros pueblos
lejanos -como Siva, o la Serpiente Alada. Esta Cultura, de un
tiempo en que toda la Tierra tenía continuidad -ya que aún
permanecían sólidos los espacios océanicos-, no representaba,
pues, un factor independiente. Sino parte de la Cultura
Universal, que por entonces sustentaba toda la Humanidad.
Esta teoría, fundamentada por los científicos franceses
Duncan y Emilio Wagner, sostiene, pues, que en esta región se
habría levantado un mundo diferente al que encontrarían luego
los españoles, cuando arribaran en el siglo XVI para su
conquista.
Asombrados, los hermanos Wagner describen los cambios en
la naturaleza que pudieron comprobar durante los años de sus
estudios:
"Hace algo más de cincuenta años, comenzamos a reunir
piezas arqueológicas en Santiago del Estero, provincia argentina
de clima ardiente pero sano, de extensas llanuras boscosas que el
hacha, poco a poco, convierte en estepas de maleza espinosa y
en salitrales, salvo en la mínima parte del suelo que ha sido
cultivada.
"Actualmente esa región es de aspecto severo y rudo, pero era
completamente diferente antes de que por ella pasaran las vías
del ferrocarril, seguidas del hacha nefasta, como lo hemos
podido comprobar de visu, desde que la recorremos.
"Con una somera descripción sería difícil dar una idea,
siquiera fuera aproximada, del aspecto que presentaba esta
región cuando por primera vez llegamos a estos lugares.
"Sus esteros contenían enorme cantidad de peces y de aves
acuáticas y en sus inmensas llanuras y praderas, sus extensos
bosques y abras, vivían en paz multitud de animales de pelo y
pluma.
"Los «prosopis» (algarrobos) diversos, los mistoles y los
chañares aún no habían caído bajo el hacha y cada año
producían abundantes cosechas de frutos que constituían para el
poblador, juntamente con el maíz, la base de su nutrición.
"Lo mismo ocurría, sin duda, en épocas remotas de la
prehistoria, pues si hemos podido comprobar que se ha
transformado de tal modo el clima en el término de cincuenta
años, se comprende que esta provincia, en el lejano pasado, haya
conocido ciclos lluviosos y que su aspecto haya sido más ameno.
"[...] Esto explica por qué, pueblos numerosos, han podido
prosperar antaño en Santiago del Estero, donde actualmente les
sería imposible vivir.
"Debido al bienestar que proporciona la abundancia, esos
antiguos pueblos de inmigración han conservado aquí el grado
de civilización avanzada con el cual llegaron a estos parajes; así
lo podemos apreciar por el estudio minucioso de los documentos
arqueológicos que encontramos en profusión en las
excavaciones que realizamos. Estos documentos revelan, por el
simbolismo constante de su decoración, por su hieratismo y por
los signos alfabetiformes que llevan pintados o grabados, un
viejísimo origen neolítico, indiscutiblemente ligado al neolítico
de los continentes que se ha convenido en llamar «Viejo
Mundo»"
Debido a ello, los hermanos Wagner sostuvieron y
apuntalaron con abundantes pruebas, la existencia de "una
civilización prehistórica avanzada en Santiago del Estero".
"En otras oportunidades hemos dado a conocer -dicen- la
existencia, en Santiago del Estero, de antiguas civilizaciones
precolombinas, cuyo emplazamiento está situado, con
frecuencia, en elevaciones de terreno, construidas por la mano
del hombre, y, a veces, sobre las lomadas que resultan de la
desviación del cauce de los ríos, en el transcurso del tiempo".
Respecto de la religión de estos pueblos, los hermanos
Wagner dicen:
"[...] por ejemplo, cuando hallamos por primera vez en la
provincia de Santiago del Estero, en la zona del río Salado
Medio, piezas de metal, encontramos entre ellas, especimenes
con la representación del dios hindú Siva, bajo la forma del
gallo. Más tarde hallamos la figura del mismo dios bajo la forma
simbólica del «lingam in yoni», constituido por la mano cerrada
dejando pasar el pulgar entre el índice y el dedo mayor; en ello
reconocimos los rastros del culto de ese dios hindú.
Posteriormente, ese hecho fue confirmado por el descubrimiento
de la «diosa-paloma», representación simbólica de Afrodita
como diosa del amor. Cada uno de estos casos particulares ha
sido luego ratificado por el descubrimiento de varias piezas
análogas y sólo entonces hemos podido considerarlos como
probados.
"En nuestras colecciones del Museo Arqueológico de
Santiago del Estero, numerosísimos conos, betilos y hermas, de
barro cocido o de piedra, demuestran, así como los menhires que
tanto abundan en los Andes y en toda América, el alto concepto
en que se tenía a la divinidad de la Generación. Bajo diferentes
formas, tanto en este continente como en las demás partes del
mundo.
"Hemos reunido 1230 piezas de esta índole, de todas las
formas conocidas en América y en los otros continentes, antes de
admitir ese culto de tanta importancia, como un hecho
claramente probado en el seno de América y de la Civilización
Chaco-Santiagueña.
"Con ese sentido de orden y de sinceridad, después de
pacientes estudios comparativos de los documentos que damos a
conocer, ha sido redactado el presente resumen de Prehistoria de
Santiago del Estero, que ofrecemos hoy al lector estudioso
deseoso de ayudarnos si fuera posible, a descorrer el velo que
aún oculta gran parte de nuestro lejano pasado".

Arqueología comparada. Resumen de Prehistoria. Emilio R.


Wagner y Olimpia Righetti. Buenos Aires, 1946.
Aborígenes santiagueños a la llegada de los españoles

Cuando llegaron los conquistadores españoles a nuestras


tierras, las encontraron densamente pobladas por grupos
aborígenes, de procedencia, de vida y lenguas distintas. Sin
embargo los confundieron entre sí y los designaron
genéricamente "juríes". Este nombre proviene de xuri, voz
quichua que significa ñandú, denominación que les dieron a los
nativos que vestían con una especie de taparrabos de plumas de
avestruz y que se desplazaban en verdaderas "bandadas".
Por ese motivo los españoles llamaron a la región como de
"Los Juries". Pero en realidad los pueblos que allí habitaban eran
completamente distintos. Los dos grupos más importantes eran
los Lules y los Tonocotés.
Con respecto al número de aborígenes que habitaban el suelo
santiagueño se consideraba que en 1.583 tenía cerca de 12.000
aborígenes y 270.000 naturales para toda la región (El Tucma).

Los Lules - Vilelas

Origen y ubicación:
Antes de la llegada de los españoles, grupos de pueblos
huárpidos chaqueños comenzaron a desplazarse hacia el oeste y
hacia el sur, empujando y sometiendo a las tribus allí asentadas.
Los españoles encontraron a la comunidad denominada Lule, al
sur de Salta, norte de Tucumán y noroeste de Santiago del
Estero. Los Vilelas aparecieron recién en las crónicas españolas
luego de la expedición al Chaco del gobernador Ángel de
Peredo, a mediados del siglo XVII. Probablemente fueron de la
misma familia de los Lules, que no emigraron hacia el sudoeste.

Aspecto físico:
Los Lules - Vilelas eran altos y delgados. Los hombres
andaban desnudos o usaban una especie de pollerita de plumas
de avestruz y las mujeres se cubrían con una especie de delantal
tejido con fibra gruesa de chaguar.
Usaban el pelo largo y sólo se lo cortaban en caso de luto o de
enfermedad. Se perforaban las orejas para colgarse de ellas hilos
de diversos colores. En las celebraciones, los hombres se
pintaban el cuerpo con manchas como el tigre y las mujeres se
coloreaban la cara de rojo y negro.

Forma de vida:
Eran nómadas y vivían de la caza, de la pesca y de la
recolección de frutos y raíces silvestres. Cazaban principalmente
el pecarí o chancho del monte, del que utilizaban la carne y el
cuero y recolectaban en especial la algarroba que les servía de
alimento y con la que fabricaban una bebida fermentada llamada
chicha. También recogían de los árboles la miel silvestre o "miel
de palo" que les era útil no solo como alimento, sino para
elaborar el guarapo, bebida embriagadora.
Sus armas eran el arco, la flecha, la lanza y la macana
(especie de machete de madera afilada). Los Lules - Vilelas eran
de carácter alegre, cantaban y bailaban con frecuencia.
Realizaban fiestas y ceremonias en las que bebían copiosamente
hasta emborracharse.

La lengua:
Las lenguas de los Lules y Vilelas (estudiadas por el padre
Antonio Machoni) son similares, de fonética sencilla y con
acentuación por lo general aguda. En la mayoría de los casos el
adjetivo se posponía al sustantivo y no tenía número gramatical,
aunque el sufijo "il" solía usarse como plural. El sistema de
numeración era de raíz doble. Por un lado cuaternario, es decir
solo cuatro numerales independientes; el cinco se expresaba con
los dedos de la mano, el diez con los dedos de ambas manos y el
veinte con los dedos de manos y pies. A partir de allí el sistema
era vigesimal.

Actitud ante la llegada de los españoles:


De espíritu aguerrido, fueron dominados y repartidos en
grupos a la llegada de los españoles, u sometidos a reducciones,
organización establecida en Santiago del Estero por los jesuitas,
con el objeto de catequizar a los indios e iniciarlos en el trabajo
de la tierra y de las artesanías.
La primera reducción en territorio santiagueño fue la de
Vilelas, fundada en 1.728 a orillas del río Salado, a dos leguas y
medias del actual Mailín.
En 1.762 se estableció la de San José de Petacas, al noroeste
(en el departamento Copo), también en las márgenes del Salado
y con parte de los aborígenes de la reducción anterior. Con la
expulsión de los Jesuitas en 1.767, empezó la decadencia de este
orden, hasta su total abandono con el correr de los años.

Los Tonocotés

Los Tonocotés habitaban en la mesopotamia santiagueña


comprendida entre los ríos Dulce y Salado, aproximadamente
entre los paralelos 26º y 29º de latitud sur. Al norte de estos
territorios vivían los Lules, al sur los Sanavirones y al oeste los
Cacanos. Otros aborígenes de características y lengua similares a
los Tonocotés, los Mataráes, que vivían a orillas del río Bermejo,
fueron llevados a Santiago del Estero posiblemente en el siglo
XVII. Resulta difícil señalar las diferencias con los Lules -
Vilelas, aunque la disparidad residía en la mayor influencia de
los Cacanos o Diaguitas respecto de los Tonocotés. Eran de
origen brasílido.

Aspecto físico:
De acuerdo a los estudios realizados con los restos fósiles
encontrados en la zona del río Salado, se infiere que eran de
estatura regular, braquicéfalos, de cara ancha y nariz mediana.
Vestían con un delantal de pluma de avestruz los hombres, y las
mujeres los confeccionaban con fibra de chaguar o de tela de
guanaco o llama. Los varones colgaban del cuello un collar,
también de plumas de avestruz, y ambos sexos solían cubrirse el
torso con mantas, en invierno.

Forma de vida:
Los Tonocotés eran sedentarios. Practicaban la agricultura
además de la caza, pesca y recolección; cultivaban maíz, zapallo
y porotos. Eran muy buenos pescadores. Pescaban con una
especie de redes, a lanzazos, o sumergidos en el agua con una
soga en la cintura (según relata el padre Lizárraga). Criaban aves
domésticas y ñandues y recolectaban algarroba, tuna, mistol y
raíces silvestres como la yuca.
Los Tonocotés eran hábiles tejedores, hecho que fue
aprovechado por los españoles para hacerlos trabajar en los
obrajes de paños, cuando se introdujo el algodón en el Tucumán,
sometidos al sistema de encomiendas. La industria textil alcanzó
un alto grado de desarrollo. Teñían las fibras de vivos colores
con tinturas de origen vegetal, animal o mineral.
También fabricaban diversos objetos de hueso como agujas,
punzones, flechas y quenas.
Vivían en aldeas ubicadas en prominencias artificiales
denominadas túmulos, a la orilla de los ríos. Las chozas eran de
planta circular o rectangular -según se tratase de Tonocotés o
Matacos respectivamente-, con techo a dos aguas. El poblado
estaba rodeado de palos a pique como defensa de los ataques de
los pueblos invasores.
En algunas zonas del río Salado se han encontrado objetos de
metal como campanillas, punzones, cuchillos, pectorales, pinzas
y otros, que nos hablan del contacto activo de estos pueblos con
los de culturas andinas, que conocían la metalurgia.
Sus armas eran el arco, la flecha, las boleadoras y las lanzas.
Algunos arcos eran de gran tamaño y las flechas en proporción a
los mismos. Las puntas de flechas eran de hueso y piedra,
alargadas o triangulares. En algunos casos envenenaban los
extremos con una sustancia ponzoñosa, extraída de vegetales.
Al igual que los Lules - Vilelas los Tonocotés constituían un
pueblo alegre, aficionado a cantar, bailar y embriagarse.
Preparaban sus bebidas con algarroba y maíz.

Lengua:
La lengua Tonocoté fue estudiada por el padre Alonso de
Bársana, pero sus trabajos no se conservan. Nos han quedado
algunas palabras que atestiguan su presencia, como los
topónimos Sanagasta o Manogasta. En realidad, entre los pocos
vocablos que se conocen en esta lengua podemos mencionar,
"gasta" que significa pueblo y "gualamba" que quiere decir
grande.

Actitud ante la llegada de los españoles:


Por su sedentarismo y su mansedumbre los Tonocotés fueron
fácilmente sometidos por los españoles. Convivían con grupos
de Cacanos, de Lules y otros que hablaban distintas lenguas. Por
este motivo, órdenes religiosas y autoridades civiles impulsaron
la quichuización y así las lenguas indígenas fueron
desapareciendo. Al perder su lengua fueron perdiendo su propia
identidad cultural. Esto sumado al proceso permanente de
mestizaje, más la disminución por acción de las armas de fuego,
el desarraigo, los trabajos agotadores y las pestes, determinó la
extinción de los aborígenes de Santiago del Estero, a fines del
siglo XIX y primeros años del siglo XX.

Alfarería Tonocoté
Conocían la alfarería y fabricaban diversos utensilios de
cerámica como pucos (especie de platos), urnas funerarias,
vasijas, jarras, pipas, ocarinas (instrumentos musicales de
viento), silbatos, etcétera, decorados de distintas formas y
colores. Eran grabados o pintados con motivos geométricos,
zoomorfos (forma de animal), ornitomorfos (forma de aves) o
antropomorfos (formas de seres humanos) y con coloración
rojiza, negra, blanca y ocre. Tanto la decoración como los
colores variaban según la cultura a que pertenecían, la ubicación
geográfica y la época en que se desarrolló cada cultura.

Santiago Educativo. Editado por el Instituto Santo Tomás de


Aquino.
La cautiva

Por: Julio Carreras

En el invierno de 1729 la joven Candelaria Torres fue


capturada por los aborígenes. Se dirigía hacia Fortín Mancapa,
en caravana con su familia y guardias, cuando fueron
emboscados y diezmados, unos once kilómetros antes de llegar.
Solamente se llevaron a la muchacha y a los caballos. El resto
de los viajeros, incluyendo su madre y soldados, maltrechos,
quedaron a un costado del camino esperando auxilio.
Candelaria tenía 18 años, era una bella joven de cabellos
castaño claro y ojos verdes, muy agraciada por lo demás. Ya en
presencia del cacique, Tuczco Lonkorij, fue desnudada. Dos
guerreros le quitaron a tirones sus múltiples vestiduras
convirtiéndolas en pingajos. El cuerpo ondulante y túrgido de la
bella mujer hispana, jamás rozado por el sol o la tierra, quedó
como una amapola frente a los ojos de Tuczco Lonkorij, quien
ordenó a sus guardianes retirarse.
Candelaria era hija única del Sargento Mayor Federico Torres,
quien revistaba como subcomandante en el fortín, que separaba
la zona “civilizada” (hacia el Norte y Oeste) de la “salvaje” (Sur
y Este, ocupada por Lules, Tonocotés y unos pocos
Comechingones). Temblaba de frío y miedo ante el majestuoso
cacique, un hombre como de 40 años, broncíneo, calzando
chaleco de corderito sobre la camisa amarilla, rastra constelada
de oro a la cintura, bombacha marrón y botas de cuero brilloso,
que lo hacían parecer más gaucho que indígena.
─Luam suya amaipa cuyaj─, dijo el cacique, con voz que
sonó extrañamente profunda y calma.
─¡No entiendo su idioma! ¡perdón! ─gimió la muchacha ─
¡por favor, no me mate!...
─Seguramente tampoco entiende el quichua ─reflexionó, en
sorprendente español, Tuczco Lonkorij ─las hijas de los
conquistadores no necesitan aprender idiomas de esclavos….
La joven blanca, muy asustada, rompió en agudos sollozos,
como los de alguien a quien están lastimando, pese a no haber
sido tocada aún.
─¡No me mate por favor!¡No me pegue, por favor!... ─siguió
implorando, ahogándose con su propia catarata de lágrimas.
─Eres muy hermosa –constató con voz calma Tuczco
Lonkorij─. Si hubiera sido un español, ya te estaría violando…
¿Sabías que bajo la ley Tonocoté todas las cautivas en guerra
pueden ser usadas como esposas o esclavas, por el cacique u
otro que él designe?...
─¡Oh, señor… yo le serviré como su esclava… o lo que usted
disponga… pero por favor no me torture, ni me mate…─
contestó Candelaria, doliente.
─Ni te torturaré, ni te mataré, ni te esclavizaré, ni mucho
menos te tomaré como esposa…─ aseguró con voz firme Tuczco
Lonkorij: ─ te devolveré, mañana mismo, a tu gente… ¡toma,
cúbrete!─ agregó, alcanzándole un gran poncho de lana tejida
con primorosos colores en rombos que se superponían.
Luego de eso, tocó un silbato de hueso que llevaba al cuello,
y en el acto aparecieron cuatro mujeres, todas jóvenes y bellas.
─Estas son mi esposa y mis hijas. Se ocuparán de vestirte
convenientemente. Vete con ellas y no temas.
Más tarde, la joven hispana, ataviada como una aborigen, con
pollera larga y floreada, blusa de lino y chaleco de corderito,
cenó con la familia del cacique y los ancianos. Usaban mesas y
banquetas, como los europeos, pero antes de sentarse a la mesa
efectuaban una breve ceremonia que la muchacha no entendió.
Apenas pudo hablar Candelaria se dirigió al cacique para
darle gracias:
─Yo quiero agradecerle, señor, el haberme perdonado la vida.
¿Cómo puedo hacerle alcanzar una paga?, le aseguro que apenas
llegue al fortín me encargaré de enviarle plata o mercaderías,
como usted prefiera…
─Te equivocas, joven blanca. No lo hacemos por ti, sino por
nosotros mismos. Los hombres blancos han violado y asesinado
a miles de nuestros hermanos, han concebido hijos huérfanos
arrebatando a nuestras hermanas y no los han reconocido,
llamándolos “guajchos”, que para ellos es como decir
animales… Y con eso están quebrantando la Ley Mayor, que no
es ley de hombres, sino la Ley que siempre ha sido y será…
Un anciano de cabellos largos y blancos habló cuando Tuczco
Lonkorij hizo una pausa.
─La Ley Superior, la de los Venerables Antiguos, la de los
que Son y Serán dice “no matarás sino en defensa propia o de tu
familia” y “no tomarás por la fuerza lo que por
naturaleza pertenece a tu hermano”…
Tuczco Lonkorij esperó unos segundos por sí el anciano tenía
algo más para decir, y cuando lo creyó oportuno afirmó:
─Y también dice, la Ley Antigua de los Tonocoté: “no harás a
otros lo que no quieres que te hagan a ti mismo…” Nosotros
sabemos que todos los seres, los animales, los árboles, las
tierras, las estrellas, las nubes y los ríos somos hermanos, y todo
ello es sagrado… Nos han sido prestados, por un tiempo, para
tomar de ellos lo que de verdad precisemos, pero nada más… El
huinca, por el contrario, arrebata lo que no usará, aniquila lo que
no debe morir, profana lo sagrado a cada instante… El huinca
terminará por destruir el mundo, y con él se destruirá también…

Esa reunión inesperada, que duró una hora, dejó a Candelaria


una impresión que no se borraría en toda su vida. Su universo
mental se abrió vastamente y llegó a dudar de si los salvajes no
eran ellos, los españoles, que venían a arrancar con sangre,
torturas y fuego el espacio sagrado de aquellos legítimos
pobladores, quienes no sólo querían vivir en paz, sino también
sustentaban una cultura sensible y refinada, posiblemente
milenaria.
Al amanecer del día siguiente fue acompañada por cuatro
guerreros hasta unos cinco kilómetros del Fortín Mancapa,
donde la dejaron. Cuando perdió de vista la leve nube que se
difuminaba en la penumbra de la paloma hacia el sur, último
vestigio de su aventura entre los indios, la joven española se
sintió abismada. Dejó a su cabalgadura, originaria del fortín,
hallar por sí sola, con paso lento, el caminito entre los cebiles
que la llevaría hasta donde se atrincheraban sus familiares.

La narración anterior es imaginaria. Pero podría


perfectamente haber sucedido. Documentos históricos
formidables, como la famosa carta del Jefe sioux Seattle, o las
mismas investigaciones de los hermanos Wagner, hijos
adoptivos de Icaño, prueban que en todo nuestro continente
existía una Cultura compleja y milenaria, mucho más
significativa de lo que la ciencia europea jamás estuvo
dispuesta a aceptar. Si entendemos como Cultura “las formas de
relación de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y con lo
sobrenatural”, al observar los fracturados pero cada vez más
contundentes indicios arqueológicos y antropológicos recogidos
en la región, podemos constatar que se trataba, no de una
sociedad “salvaje” sino antigua, ordenada, de costumbres
pacíficas y muy evolucionada.
En tanto los conquistadores españoles llegados a estas tierras
eran, bajo toda evidencia, sujetos crueles e inmorales en su
mayor parte. Millares de niños mestizos nacieron de las
violaciones de indias por parte de españoles, y debieron ser
criados peor que muchos esclavos sin obtener jamás el
reconocimiento pleno de sus padres.
La imposición brutal de una religión extraña a los habitantes
originales quedó testimoniada en los Archivos Históricos de
Santiago del Estero, a través de las actas de numerosas
ejecuciones en la hoguera, luego de ser torturados, de mujeres y
hombres que, para los ojos del catolicismo en el poder,
practicaban “hechicerías”.
No haremos aquí una “defensa” a ultranza de las
comunidades aborígenes. Sabemos que también bajo alguno
de sus rigurosos regímenes, se efectuaron sacrificios humanos y
–como en todo ordenamiento estatal─ la razón se adecuaba
finalmente a la fuerza.
Se trata sólo de reubicar la perspectiva del asunto, para
recuperar una visión objetiva de la historia, distorsionada por
siglos de “investigación” y divulgación científica construida con
el propósito, consciente o inadvertido, de favorecer una
concepción eurocéntrica.

Historia de Icaño. Julio Carreras. Comisión Municipal de


Icaño, 2007.
El Imperio de las Planicies

Por: Duncan L. Wagner


(Fragmentos de la conferencia “Treinta años de arqueología
en la Mesopotamia y en el Chaco de Santiago del Estero”)

[…] En el primer volumen de nuestra obra hemos descripto


los rasgos más salientes de la civilización de esos pueblos del
pasado y establecido exactamente, como por el momento es
posible hacerlo, el trazado de las fronteras del vasto territorio
que ellos colmaron de los mil rumores de sus actividades diarias
y donde su existencia nacional parece haberse desarrollado
próspera y relativamente tranquila, durante muchos años.
[…] De esta construcción del espíritu, basado sobre la solidez
de los hechos, la parte que se refiere al simbolismo muy
particularmente sutil y refinado de aquellos pueblos
desaparecidos, donde el esoterismo ha debido tener, todo mueve
a creerlo, un rol considerable, es ciertamente una de las más
interesantes de estudiar, como estando esencialmente ligada a la
idea que nosotros también nos hacemos de esos enigmáticos
habitantes prehistóricos de la planicie santiagueña.
Ese simbolismo intensivo y las fórmulas de arte religioso y
hierático a los cuales ha dado nacimiento, son dignos de ocupar
un lugar aparte, y de los más importantes por cierto, no
solamente en el estudio de los caracteres propios de las viejas
razas de la Argentina sino de las diferentes manifestaciones más
sugestivas de la inteligencia humana de que tenemos
conocimiento. En ningún otro lugar han sido encontrados
parecidos.
Este estudio nos ofrece la ocasión de penetrar hasta cierto
punto en los meandros infinitamente complicados de una
mentalidad donde el misticismo ha tenido una gran parte y que
no ha sido ciertamente el de los pueblos bárbaros y groseros,
compuestos de tribus errantes y miserables.
El Imperio de las Planicies ha hecho su entrada en la escena
cambiante del mundo en condiciones y una fecha que
permanecen, hasta el momento, cubiertas de un velo de misterio
impenetrable y bien parece que se hubiera retirado con la misma
desconcertante discreción.
[…] En materia absoluta, los únicos datos que conviene
aceptar como verdaderos nos son suministrados por las
correlaciones positivas y completamente indiscutibles que
existen entre los productos del arte cerámico de los antiguos
habitantes de Santiago del Estero y los de la época neolítica de
la Eurasia.
[…] Esos numerosos pueblos se mostraron, poseemos
pruebas irrecusables, agricultores. Cultivaron el maíz y por
consiguiente otras plantas alimenticias; fueron pastores
cuidadosos sin duda, de sus rebaños de guanacos u otros
auchenias, tejedores de una notable habilidad y alfareros
incomparables, maestros entre los maestros . Entre los pueblos
prehistóricos no hay ninguno que los haya aventajado en esta
rama de las actividades humanas, en ciertos aspectos de la cual
ni siquiera han sido igualados.
Pero lo que envuelve la fisonomía de esos pueblos del lejano
pasado en una atmósfera singularmente atrayente, algo turbadora
sin embargo, es la impresión de espiritualidad intensa, de
ferviente religiosidad y de esoterismo netamente indicado que se
desprende de un arte cerámico de la más extraña y original
belleza, cuyas concepciones no han podido ser inspiradas sino
por un sentimiento de lo divino y del más allá notablemente
desarrollado. Esas curiosas gentes habían llevado el simbolismo
a tal grado de perfección y como acabamos de decirlo, de sutil
refinamiento, que sorprende a la imaginación.
En ningún otro pueblo, en efecto, hallamos el ejemplo de un
número tan considerable de ideogramas ingeniosa y hábilmente
combinados y aplicados al arte decorativo con tanta elegancia,
precisión y seguridad.
La admirable serie de simbolizaciones, con frecuencia
extrañamente estilizadas que va a pasar ante vuestros ojos ha
sido seleccionada de un conjunto muy vasto que comprende un
estudio completo del rol tenido en la iconografía de los
constructores de túmulos en Santiago del Estero por el símbolo
de la mano unida a la serpiente.
[…] Notablemente impregnados de sentimiento religioso y de
una piadosa veneración hacia aquellos de quienes la muerte los
había separado, esos pueblos no parecen haber vivido librados a
los instintos sanguinarios que han impreso un sello de
truculencia tan poco agradable de contemplar, a las artes
plásticas de otros pueblos precolombinos. Por otra parte, las
escenas chocantes de un erotismo exasperante que hieren casi
siempre nuestras miradas en la iconografía de los antiguos
pueblos americanos, y que no siempre han respetado el augusto
estilo de las tumbas, no se encuentran jamás, ni aún débilmente
insinuadas en el arte de tan absoluta castidad de esas viejas razas
de la Argentina.
Ciertos indicios parecerían señalar que ese poderoso Imperio
de las Planicies no fue particularmente belicoso ni conquistador
pero que pudo, sin embargo, durante larga serie de años, tener
los perros de la guerra alejados de sus fronteras, lo que
explicaría su aparente prosperidad.
Esto permite entrever la existencia de pueblos disciplinados,
obedientes a una autoridad centralista, firmemente establecida,
probablemente teocrática y de costumbres no desprovistas de
amenidad donde debían ocupar uno de los lugares más
importantes las ceremonias religiosas, acompañadas de danzas y
juegos de los que dan fe ricamente decorados que no están
ciertamente hechos sólo para contener el agua sacada de los más
próximos receptáculos, los instrumentos de música de todo
género y las numerosas fichas encontradas en los túmulos.
Los tejidos destinados a los vestidos eran de una fineza
notable como lo prueban algunos raros fragmentos de una
hermosísima tela, encontrada adherida a los adornos de una urna
funeraria, así como impresiones de tejidos, que hemos
encontrado preservadas entre dos capas de arcilla. Las
fusaiolas * en tan gran número y el cuidado puesto en su
confección, serían suficientes por lo demás para apoyar la
convicción de hasta qué punto el arte del hilado y por
consiguente el del tejido fue tenido en honor por esos pueblos
apasionados de la belleza plástica bajo todas las formas que
encontraron a su alcance.
Adornadas de perlas de nácar, de turquesa, de lapislázuli y
otras piedras semi preciosas encontradas en los túmulos y de los
cuales nuestro Museo posee una muy bella colección, las telas
con las que se vestían los antiguos habitantes de Santiago del
Estero no debían ceder un punto en suntuosidad a las magníficas
cerámicas policromas que hacen todavía ahora la admiración de
los entendidos. Esos pueblos no fueron pues bárbaros recién
escapados de los paraderos primitivos. Todo observador, aún
poco atento, convendría con nosotros que una civilización que
tiene tales rasgos, no ha podido ser la obra de pocos siglos, sino
el fruto de una serie de evoluciones sucesivas que ha debido
extenderse sobre un lapso al que es imposible asignarle un límite
pero que por fuerza tuvo que comprender muchos siglos.
[…] Ante nosotros se levanta, vigorosamente diseñada, la
imagen de un pueblo numeroso que estuvo muy ciertamente
dotado de cualidades mentales de una poderosa originalidad y de
un sentimiento de la belleza notablemente desarrollado. No
tememos afirmar que en ningún otro pueblo en efecto, la vida
social, política y religiosa, se ha mostrado aureolada de un
simbolismo místico tan intenso, habiéndose manifestado bajo las
formas de una suntuosa e impresionante belleza. Si es verdad
que la historia de un pueblo puede leerse en la de su cerámica,
cuan llena de emocionantes perspectivas ha debido ser la de un
pueblo donde este arte llegó a un grado de perfección tan notable
y donde estuvo al servicio de la más singular riqueza ideográfica
que sea posible imaginar.
Sobre piezas de cerámica innumerables, signos enigmáticos
han sido pintados o grabados, emblemas, símbolos, siempre los
mismos, siempre llevando el sello de la misma escuela
cualquiera que sea la distancia que separan las localidades en
las que se las ha encontrado.
[…] Nos reduciremos ahora, al final de la presente, a
reafirmar nuestra convicción ya muchas veces manifestada de
que la existencia de una Atlántida de más grande envergadura
que la de Platón, en donde había reinado una civilización
primordial, madre de todas las otras, cuya sede principal
estuviera en América, tal como el doctor Robert Henseling,
profesor de Arqueología de la Universidad de Berlín no teme
afirmar, es una suposición tan perfectamente concebible como
científicamente admisible. La conquista del Imperio
Prehistórico, cuya majestuosa imagen acabamos de evocar, ha
aportado una hipótesis semejante, un material constructivo, cuya
extraordinaria importancia sería imposible querer negar.
Es a la Arqueología Comparada universal tal como la
comprenden y la enseñan en la Escuela de Santiago del Estero,
que incumbe la tarea de determinar el verdadero valor de esta
nueva documentación, así como las conclusiones que conviene
sacar de ellas y a las cuales será en vano querer substraerse.

* Fusaiola: Pieza de cerámica, con forma circular y un


orificio en el centro, utilizado para pasar un huso de hilar,
generalmente fabricado con hueso.

Fragmentos. Manuscrito original provisto por la Sra. Haydeé


Wagner de Costas.
La mujer en la civilización Chaco-Santiagueña

Por Olimpia L. Righetti

(Conferencia pronunciada en la Sociedad Científica


Argentina, el 15 de septiembre de 1941)

Desde esta tribuna que tengo el honor de ocupar me


propongo dirigiros algunas palabras a fin de interesaros a
examinar conmigo cierto número de documentos arqueológicos
y a considerar juntos los hechos que, surgiendo de por sí,
permiten formarnos una opinión sobre los pueblos que en un
pasado muy lejano vivieron en las tierras de América, donde con
pie indiferente profanamos muchas veces sus cenizas y los
vestigios de sus actividades pasadas.
Es de la mujer de la civilización Chaco-Santiagueña de quien
deseo hablaros.
Su rol, ciertamente importante, si no preponderante, podemos
juzgar del hecho que, las estatuillas de aquella divinidad son
mucho más numerosas bajo la forma femenina que masculina.
Circunstancia que ha llamado la atención de los arqueólogos
del Viejo Mundo, quienes la han bautizado con el nombre de
“mujer sin boca”, sin haber seguido más lejos las
investigaciones que los habrían llevado a comprender que esas
efigies son antropo-ornitomorfas (humano-pájaro) y que la nariz,
siendo a la vez pico de pájaro, ocupa naturalmente el lugar de la
boca.
Por otra parte, el trabajo tan complicado de la cerámica, que
sorprende por la variedad de sus formas y encanta los ojos por la
elegancia, la pureza y el sentido artístico de sus motivos
simbólicos decorativos, es uno de los atributos de la mujer.
La impresión de sus dedos pequeños y fuseiformes se
encuentra constantemente en el modelado de las cerámicas o de
las estilizaciones ofídicas muy usadas, como las barretas en
relieve, portadoras de cúpulas dejadas por la impresión de la
yema de los dedos.
Esas impresiones provienen de dedos redondos, delgados y
terminados por uñas redondeadas y poco salientes; la costumbre
de dejar crecer las uñas como armas defensivas, no parece haber
estado de moda entre las morenas alfareras de manos livianas y
ágiles de la prehistoria, que nos han dejado tantas pruebas de su
habilidad en la fabricación de las más finas y delicadas
alfarerías, modeladas todas con maestría, muchas de las cuales
deben considerarse obras maestras del arte cerámico
prehistórico.
Entre estas últimas, se destacan las fusaiolas, provenientes de
las excavaciones del subsuelo y de los túmulos de Santiago del
Estero, de las cuales poseemos 6.000 ejemplares de todas las
formas y dimensiones. La gran mayoría están grabadas o
esculpidas en bajo relieve u ornadas con motivos simbólicos
hechos por una sucesión de pequeñas impresiones practicadas en
su superficie cuando la arcilla estaba aún fresca, antes de la
cocción, o trabajadas con una punta aguda de bordes cortantes,
que dejó trazos tan netos como los que hace un grabador
sobre el metal.
No sabríamos admirar demasiado la precisión del trabajo y la
seguridad de las manos que las hacían; es evidente que eso ha
sido conseguido merced a una educación especial y a una gran
práctica.
Estos pequeños instrumentos de terracota, llamados
vulgarmente torteros, fusaiolas por los arqueólogos y
muyumas en lenguaje quichua, se colocan en la base del huso
para hilar.
De este modo, mantienen el movimiento de rotación bajo el
impulso de los dedos de la hilandera y contribuyen a mantener la
posición vertical del huso.
La infinita variedad de formas y decorados y el cuidado que
ha presidido su fabricación, indican que servían para trabajos de
hilandería muy fina.
El empleo del hilo delgado parece haber sido común para la
fabricación de telas de igual calidad. Esta aseveración está
reforzada por la lógica de las conclusiones que surgen de los
documentos: pues, en razón del peso del tortero, está el espesor
del hilo. Vale decir, que un tortero chico debe producir hilos
delgados. Y aquí viene lo interesante de esta verdad: en la
magnífica colección que nuestro museo posee, hay un porcentaje
considerable de torteros pequeños, entre los cuales algunos sólo
alcanzan a pesar un gramo; 1,10 gramos y tienen una
circunferencia menor que la del anillo de un dedo de bebé. Los
más comunes sólo pesan 9,30 gramos.
Además, no debemos despreciar la elocuencia de los
números. Seis mil torteros ¿no sugieren la idea de 6.000
mujeres entregadas al útil arte de hilar para cubrirse? Tomamos
el número íntegro, porque si bien es cierto que una misma
tejedora podía ser dueña de varios de estos instrumentos como
ocurre en el Viejo Perú, no debemos olvidar que el tiempo,
agente destructor, ha debido hacer perecer muchísimos más, y
así las colecciones reunidas en nuestro museo constituyen una
parte ínfima del tesoro arqueológico que duerme en las entrañas
de la provincia de Santiago del Estero.
No solamente los magníficos ornamentos de los torteros, el
cuidado de su pulido, la prolijidad en su aspecto, la variación en
su forma, las elegantes combinaciones en sus decorados,
denuncian el refinamiento de aquellas hábiles artistas, alfareras y
tejedoras, sino que también hay un hecho que resalta y hace
pensar con admiración en sus gustos y costumbres; es el de
haberse encontrado en las excavaciones que practica la Misión
Arqueológica de Santiago del Estero, uno de estos torteros
trabajado en una piedra semipreciosa.
Las cerámicas chaco-santiagueñas, intadas o grabadas casi sin
excepción, indican que las telas que se hacían con aquellos hilos
debían llevar también esos mismos dibujos, ya en colores o
hechos en la trama, como ocurre con los tejidos encontrados en
las tumbas peruanas.
Un tejido del Viejo Perú que forma parte de las colecciones
del Museo de Santiago, hace ver el empleo de los motivos
simbólicos-decorativos de esa provincia.
El único fragmento de tela, milagrosamente conservado hasta
nuestros días, fue encontrado adherido al fondo de esta urna
funeraria. Es sumamente delgado y evidentemente se usó para el
vestido. Su estudio, practicado por René d’Harcourt, especialista
en tejidos americanos, confirma lo que el examen cuidadoso de
los torteros sugería. Veamos lo que el especialista nos dice
después del prolijo estudio practicado en Francia sobre dicho
fragmento de vestido: “Presenta, sobre una de sus caras, líneas
paralelas de pequeñas riendas dobles incorporadas regularmente
en la tela a distancias fijas. Todo el interés del análisis del tejido
reside en la demostración
del modo de la obtención de esas riendas…”
“Por cada centímetro cuadrado, se cuentan 30 hilos de
cadena, más o menos, contra 23 ilos de trama…”
“No he encontrado hasta ahora tejidos del Viejo Perú
ofreciendo sistemáticas comparables a las que acaban de ser
descriptas. Se puede admitir una intención decorativa si el hilo
de la trama es de color diferente del hilo de la cadena; en ese
caso, siendo la trama casi invisible en las partes tejidas, el
género presentaría un fondo de color liso sobre el cual se
destacaban en claro o en oscuro, pequeñas líneas paralelas
constituidas por las riendas.”
No hemos de abandonar el rico tema que nos brinda el arte de
tejer sin antes hablar de los pequeños instrumentos que se
usaban en los telares. Nos referimos a las agujas de hueso,
trabajadas con sumo esmero, las que como los torteros
despiertan interesantes sugestiones. Ellas están a la altura de las
delicadas manos que las usaron y del refinamiento de aquellos
instrumentos.
Para hacerlas, el material mismo parece haber sido
ennoblecido por el hombre y por magia de algún procedimiento
hoy desconocido, les dieron el aspecto de marfil. En una de
ellas, sobre una superficie finamente pulida, se ha dibujado un
reticulado, que estiliza el cuerpo de la serpiente sagrada; en otra
extiende, zigzagueante, su cuerpo ofídico. Así, los objetos de
uso práctico conservaban en su delicadeza, su carácter religioso.
Veamos lo que dice mi sabio maestro, refiriéndose a un alfiler
de hueso por él encontrado en los túmulos del Chaco-
Santiagueño, el que, según toda probabilidad, servía para
prender las mantas que llevaban las mujeres de aquella lejana
época. “Esta aguja fue obra multimilenaria de un cazador artista,
que al ver deslizarse un cisne sobre las aguas de una laguna notó
que la elegante ave dejaba tras de sí al nadar, una larga estela
sobre el espejo de las aguas dormidas, y comprendió que había
allí un motivo para hacer un alfiler para asegurar la manta de una
persona querida, o tal vez para adornar sus cabellos.”
Con una admirable paciencia y la ayuda de una astilla de sílex
cortante entre sus dedos, un fragmento de hueso cobró vida y se
transformó en el hermoso cisne nadando que aquí admiráis.
Investigando siempre sobre documentos arqueológicos que
tan generosamente nos regalan los túmulos de Santiago del
Estero, y los que nos proporcionan las provincias circunvecinas,
hemos podido conocer algunos peinados de la época y el
cuidado que dedicaban al arreglo del cabello.
Un vaso antropomorfo que representa a una mujer con los
brazos en jarra nos da el ejemplo de un peinado muy elegante
que hoy en día no tendríamos a menos llevar. Éste se compone
de una “banana” o rodete alargado y dos bucles que caen sobre
la nuca. Ningún cronista nos habla de peinados así, ni en
Santiago, ni en toda la región del Tucumán; y los historiadores
contemporáneos nos hacen conocer más bien algunos muy
sencillos, generalmente melenas. Todos los puntos que
acabamos de establecer con pruebas materiales,
incontrovertibles, permiten formarnos una opinión positiva
sobre lo que fueron en las lejanas edades los pueblos que
habitaban el Chaco-Santiagueño y sus regiones adyacentes, y
nada autoriza a pensar que sobrevivieron hasta la Conquista.
No es necesario hacer la aclaración de que se trata de una
reconstrucción muy modesta, basada en documentos reveladores
de que esta parte de América no estuvo en un pasado muy
lejano, cada día mejor esclarecido, poblado por tribus
semisalvajes, compuestas por individuos vestidos con plumas y
taparrabos. Por el contrario, hubo una civilización apacible y
exquisita, con un alto grado de evolución artística, que ocupó el
centro y norte de nuestro país. Los tesoros inapreciables de esa
civilización se conservan y estudian en el Museo Arqueológico
de Santiago del Estero.
Dos conferencias sobre el imperio de las llanuras
santiagueñas. Olimpia Righetthi. Edición de la autora. Buenos
Aires, 1942.

El sentimiento religioso y las costumbres en la


Civilización Chaco Santiagueña

Por Emilio y Duncan Wagner

“No ha habido pueblo ateo”, dice Ratzel, y el estudio


profundizado que nosotros hemos hecho del arte cerámico de los
antiguos habitantes de Santiago del Estero, no nos ha llevado a
contradecir en lo más mínimo la opinión emitida por el célebre
etnógrafo.
Los escritores que más cuidadosamente han estudiado las
ideas religiosas de los distintos pueblos del nuevo continente,
están contestes en afirmar que estos habían llegado más de una
vez a un nivel moral que nunca fue sobrepasado en las
antiguas civilizaciones del Viejo Mundo. Insisten sobre la
religiosidad muy marcada de los indígenas actuales, de la que
también dan prueba los indios precolombianos. Fue de ellos que
dijo Brinton:
“En cada pecho hay un altar al Dios Desconocido”. En cuanto
a nosotros, siempre hemos simpatizado con el sentimiento en el
que se inspiró Luis de Launay cuando escribía:
“En todas partes he visto hombres en plegaria, cualquiera que
fuese su Dios, me he sentido tentado de inclinarme con ellos, a
su modo, o al menos a comprenderlos”.
Así, en el primer volumen de nuestra obra, refiriéndonos al
arte religioso de los antiguos habitantes de las llanuras
santiagueñas hemos escrito lo que sigue: “Las opiniones que
acabamos de citar, de hombres que han consagrado sus vidas al
estudio de estas complejas disciplinas intelectuales, nos apoyan
en la elevada idea que hemos expresado desde el comienzo de
nuestras investigaciones, acerca de la divinidad prehistórica que
los antiguos habitantes de Santiago del Estero veneraron, al
parecer, con exclusión de toda otra. Pero no hubiéramos pensado
en hacer mérito de ello, si en el caso que nos ocupa, la copiosa
documentación reunida no hubiese venido a confirmar nuestras
primeras impresiones y proclamar con la convincente elocuencia
de los hechos, que entre pueblos “que no tuvieron historia”,
como se ha dicho, la idea religiosa había alcanzado el grado de
“desenvolvimiento espléndido” de que habló Ratzel.
Testimonios elocuentes de su fe profunda en un más allá
misterioso es el culto piadoso que tributaron a los seres queridos
de los cuales los había separado la implacable segadora que
jamás se cansa de tronchar los lazos que unen a los hombres
aquí abajo.
Necesitaríamos largas páginas si quisiéramos describiros las
innumerables piezas comprobatorias, unas de notable
suntuosidad, otras de simplicidad conmovedora, que hemos
podido reunir.
Todas nos cuentan la historia de un pueblo que supo doblar
las rodillas con humildad delante del Dios de sus padres, la gran
Divinidad Alada Primordial de las primeras edades del mundo,
que, tal como lo escribió Dechelette, “velaba por el reposo de
los vivos y lloraba sobre las tumbas de los muertos”. Todo lo
que nosotros podemos intentar para reemplazar las descripciones
demasiado largas, es hacer revivir delante de vuestros ojos un
número bastante considerable de efigies de la Divinidad
Antropo-Ornito-Ofideana que han venerado durante
largos siglos, pueblos vueltos después de millares de años, al
reposo de la tierra. Tiernas manos femeninas moldearon y
pintaron con suma piedad y nos parece encontrar allí todavía el
rastro de sus lágrimas. Pero la falta de espacio nos priva aquí de
ese recurso, y debemos conformarnos con invitar a nuestros
lectores a visitar nuestro magnífico museo arqueológico.
Son esas hermosas piezas de cerámica funeraria las que
hicieron decir a Callegari, y nos complacemos en repetirlo una
vez más, pues eso nos consuela de tantas incomprensiones
lamentables, que pueblos que sabían honrar con tan profunda
emoción la memoria de sus hijos “son dignos de nuestro más
grande respeto, de toda nuestra admiración”.
Un sentimiento de profunda religiosidad y de notable
simpatía humana emana de este arte tan esencialmente calmo y
ponderado, de una absoluta castidad, que ha esquivado con
cuidado lo grotesco, lo obsceno y las truculentas
monstruosidades.
Está permitido creer que esta gente de costumbres
aparentemente más dulces que la de cualquier otro pueblo
precolombiano, había ignorado la práctica de sacrificios
humanos pues nunca hicieron figurar en el decorado de sus
alfarerías (lo que constituye un hecho excepcional) esas
horrorosas cabezas trofeos, chorreando sangre, de las cuales la
ideografía americana ha hecho triste abuso.
Una atmósfera de belleza espiritual muy elevada, envuelve a
este arte donde el simbolismo ha ejercido una influencia que
parece haber obrado, sobre todo, en el sentido de una
idealización muy sutilmente refinada, que parece haber sido
particularmente cara a esas Viejas Razas de la Argentina, tan
notablemente dotadas. Es ese rasgo esencial que distingue al arte
cerámico de la civilización Chaco-Santiagueña, y su
extraordinaria significación no podría escapar a ningún espíritu
realmente cultivado.
Desearíamos podernos formar alguna idea acerca de cuáles
fueron las condiciones de vida de esos pueblos del lejano pasado
cuyas tumbas abandonadas hollamos bajo nuestra planta.
Cuando recorremos hoy los lugares, a menudo desiertos, que
ellos tanto tiempo llenaron con los mil rumores de su vida
industriosa y apacible, nos parece sentir pasar sobre las hierbas
ondulantes de la pradera su invisible aliento y ver dibujarse
confusamente entre las brumas que flotan sobre la llanura, su
imagen borrosa, que querríamos hacer revivir en vuestro
pensamiento.
Pastores, agricultores, tejedores de una habilidad consumada,
y como alfareros maestros entre los maestros, estos pueblos
sedentarios no vivieron por cierto una existencia miserable.
Muchos indicios nos llevan a creer que gozaron periodos de
paz largamente prolongados. No se encuentra ningún rastro de
combate sangriento, amontonamiento de armas o esqueletos
abandonados, miembros humanos destrozados y dispersados,
cráneos rotos con las marcas de mortales heridas.
Entre esos pueblos que gozaron de una civilización ya muy
avanzada, todo indica que el lujo que desplegaban en la
fabricación de la cerámica debió ir a la par con el que aplicaban
a su vestido. Las 1.900 fusaiolas artísticamente trabajadas que
existen en nuestras colecciones nos suministran la prueba. Las
finas telas de las cuales una muestra ha llegado felizmente hasta
nosotros, las innumerables perlitas, verdaderas joyas, la
turquesa, lapislázuli, y otras piedras preciosas, han
proporcionado el material en que han sido hábilmente talladas,
debieron servir para adornar los vestidos confeccionados en
dichas telas.
Numerosos instrumentos de música, en hueso o tierra cocida,
nos hablan de danzas y fiestas en que esos hermosos vestidos
debieron ser llevados. El bello estilo de la alfarería doméstica
indica, como Ambrosetti lo explicó ya claramente, una vida
tranquila y próspera.
La fabricación de la alfarería tuvo, sin duda, un lugar de los
más importantes en sus actividades diarias. En cuanto al trabajo
en madera ellos no lo ignoraron ciertamente, pero ni el menor
rastro ha quedado de los objetos a los cuales, evidentemente,
supieron aplicarlo.
Las prácticas religiosas y las ceremonias de un carácter
probablemente muy suntuoso a juzgar por el número y la belleza
de las alfarerías rituales, debían ocupar una gran parte del día.
Según la señora Cox Stevenson Cushing, y otros autores
norteamericanos que los visitaron por largo tiempo, los Indios
Pueblos despliegan en el decorado de la cerámica y el
simbolismo que la caracteriza, un lujo que se aproxima
notablemente al que se observa entre los antiguos pueblos de
Santiago del Estero y los ejercicios religiosos absorben casi seis
meses de cada año, o sea la casi mitad de su tiempo.
Bajo aspectos, hechos a veces para sorprendernos y
desconcertarnos no poco por su rareza, las ceremonias religiosas
de los Zuní y de los Hapi, responden a conceptos animistas y
panteístas y a preocupaciones de moralidad de una notable
elevación. Los orígenes de su teogonía, de las más complicadas,
así como los de su cultura, se pierden en la noche de los
tiempos.
Es muy probable, en suma, que el modo de existencia de los
constructores de túmulos de Santiago del Estero debió
evolucionar bajo la influencia de condiciones psicológicas que
no se han apartado mucho de las de los Clif [ilegible] weller del
Arizona.
He aquí todo lo que nos han enseñado las reliquias del pasado
que tantas veces hemos dado vuelta entre nuestras manos y
consultado pacientemente.
Es poca cosa, diréis. Lo suficiente sin embargo para que nos
inclinemos con sentimiento de melancólica simpatía hacia esos
hombres y esas mujeres de un muy lejano pasado, que
conocieron nuestras alegrías y nuestros dolores y persiguiendo a
su manera un sueño de belleza, alimentaron sublimes esperanzas
que les ayudaban a soportar mejor las tristezas de la vida.

Diario El Liberal. 1º de enero de 1936.

Leyendas y creencias populares de Santiago del Estero

Por: Amalia Beatriz Domínguez

Las leyendas y cuentos fantásticos, mitos fabulosos ,


arcaísmos, que son el tesoro de su literatura popular, están en
todos los labios, como la oración cristiana que musitan en
quichua. Este mundo conceptual, ético y estético, está siempre
revestido de formas solemnes que recuerdan la dignidad y el
decoro coloniales, donde todo era juicioso y ordenado como el
enjambre en el colmenar.
Orestes Di Lullo La razón del folklore

Leyenda del Urutaú

En Santiago del Estero la leyenda del Cacuy es la más


popular. Hemos querido aquí hacer un paralelismo con otra muy
similar: la del Urutaú.
La leyenda del Urutaú -correntina-, dice que en tiempos
remotos una bellísima joven se enamoró de un joven forastero,
quien, luego de obtenidos su favores, le dijo que era el dios
Cuarajhi (el Sol, en guaraní) y que debía regresar al cielo. La
noche se aproximaba y él debía partir. Ella, para poder seguir
viéndolo, se subió al árbol más alto, y desde allí, mientras
lloraba la desdicha de perderlo, se fue transformando en pájaro.

Leyenda del Cacuy

Dicen que en el monte vivían dos hermanos. Pero mientras el


se desvivía por atenderla y hacerla feliz, ella totalmente
indiferente, parecía gozar haciendo daño a su hermano. A veces ,
hosca y huraña, lo privaba hasta del placer de su compañía. Un
día , cuando el volvía cansado y sediento del monte, ella
derramó el último bote de miel que tenían. Harto de soportarla,
la invitó al monte, a buscar un nuevo panal que había
encontrado. Ella (inexplicablemente) aceptó. Al llegar a un árbol
muy alto, él le dijo que debía taparse la cabeza, pues había
peligro si las abejas andaban cerca. Ella sumisa y embozada,
comenzó el ascenso antes que su hermano. Cuando llegó a lo
más alto del árbol, él, simulando que ascendía, fue bajando
mientras desgajaba totalmente el tronco. Cuando pasó el tiempo
y ella, quitándose la manta, se dio cuenta de la trampa en que
había caído, comenzó a llamar a su hermano;¡Turay!
Al verlo que se alejaba le gritó :¡Cacuy ...Turay! (detente
párate hermano). Pero él no regresó. Y mientras la noche
envolvía al monte con su manto de negrura, ella se convirtió en
pájaro que gime, llamando aún a su hermano.
Podemos preguntarnos: ¿y si el hermano –tan bueno y
generoso- requería los amores de su hermana? ¿Y si
precisamente, para evitar dárselos, ella se revestía de hosquedad
y le daba motivos para odiarla? La hermana pudo tener presente
el tabú sexual que la sangre común le imponía, y no sentir como
castigo el convertirse en pájaro, sino más bien una liberación.
Pero los paisanos, la gente común, no hacen estas
especulaciones. Profundamente religiosa, la gente ve el castigo a
la maldad de la hermana, y la leyenda sirve como un examen de
conciencia a sus relaciones fraternales. Menos prosaicas son las
supersticiones que hay en torno al pajarito que lleva su nombre.
Como toda ave de origen mágico, su canto anuncia lluvia y es
señal de disputa entre hermanos. También lleva en sí cualidades
esotéricas: si canta en el techo de la casa, preanuncia muerte.
Tanto en la leyenda del Cacuy como en la del Urutaú, hay una
alegoría mítica: la mujer abandonada que llora el alejamiento de
su compañero. El ave- mujer que con su gemido lastimero
purgará eternamente una culpa moral: el Urutaú, la liviandad con
que aceptó los amores de un desconocido; el Cacuy , la
perversidad de la hermana.

Leyenda del Crespín

Cuentan que un día, estando el marido sumamente enfermo,


doña Crespina salió en busca de remedio. En el pueblo, luego de
comprarlo y mientras volvía al rancho, unos parientes la
invitaron a una fiesta. Para evitar hacerles un desprecio, ella
accedió, pero con la intención de quedarse poco tiempo.
Entusiasmada en el alboroto del jolgorio, olvidó la noción de las
horas. Alguien le avisó que su marido estaba muy grave, y ella
pidió que le hicieran llegar el remedio que tenía consigo.
Excitada por el barullo y la música continuó danzando. Mientras
lo hacía llegó otro mensajero y le dijo que su marido se estaba
muriendo y la llamaba a su lado. Pero indiferente a la urgencia
del momento, ella continuó divirtiéndose, suponiendo que
llegaría a tiempo. Hasta que apareció alguien, vestido de luto,
para darle el pésame, e invitarla a regresar a su casa, pues su
marido ya había muerto:
-Hay tiempo para llorar- habría dicho doña Crespina, y siguió
bailando.
La inapelable sentencia divina la condenó, debido a esto, a
que eternamente llorara el nombre de su esposo, convirtiéndola
en un pájaro nocturno. Por eso, todas las noches, un gemido
quejumbroso expía esa culpa, llamando a su hombre: ¡Crespín!
¡Crespín!
Como vemos, la mayoría de estas narraciones populares tiene
una finalidad aleccionadora. Hay entre líneas un manifiesto
mensaje moral- religioso. Porque el Ser Supremo castiga a los
culpables, convirtiéndolos en feos pájaros nocturnos, que
perturban el ánimo de sus ocasionales oyentes con su silbos
lúgubres o su desagradable aparición, como es el caso del
Yanarca o “ataja caminos”. Al igual que el Crespín, este
corporiza también el arrepentimiento eterno, en lo que recuerda
lo que le pasó al gaucho que no supo escuchar la voz de Dios. El
yanarca – de patas largas y de ojos grandes-vuela bajito, al ras
del suelo, mientras aparece y desaparece de la huella,
acompañando al caminante.
Pero así como Dios castiga la maldad también premia las
virtudes. Y si al culpable lo condena a las sombras de la noche, a
los otros le brinda la luz de la mañana. Si a los malos les elige
oscuras plumas y plañideros silbos, a los buenos les regala
vistosos colores y dulce canto. Tal es el caso de la Calandria,
leyenda que es un ejemplo para las madres desnaturalizadas.

Leyendas negras

El mal y su personificación suprema, el Diablo, también son


protagonistas de muchas historias y supersticiones populares.
El diablo santiagueño es Súpay, que puede adoptar diversas
formas o aspectos: desde el Duende Sombrerudo de las siestas
infantiles, al joven bello y rico de las jóvenes casaderas, pasando
por el famoso “huaira múñoj”, turbulento remolino del Malo.
Su hábitat natural es el monte, y allí se encuentra su más
pavorosa corporización: el Toro-Súpay. La imaginación
santiagueña lo ve como un toro negro, de grandes fauces
salvajes, gruesos dientes y ojos que estallan en mil chispas de
fuego. La mayoría de la gente no lo ha visto, pero en la quietud
de la noche sin luna, dicen haber oído el resonar vibrante de sus
pezuñas y el bufido tenebroso de sus fauces sedientas de sangre.
Es creencia popular que el Toro Súpay anda cuando ha
pactado con algún campesino del lugar. El desdichado, por
impulsos de la avaricia, accede a darle su alma y su cuerpo, a
cambio de nutrida hacienda y pródigas cosechas. Este secreto se
evidencia a voces a la muerte del avaro: no sólo desaparece su
cuerpo de la sepultura, sino también toda su hacienda mal
habida.
Las abuelas de las niñas casaderas nunca dejan de recordarles
los males que el Súpay les puede acarrear: Les cuentan que hace
mucho tiempo , un joven y enamorado matrimonio vivía en el
monte. Era tan tierna y dulce la esposa como trabajador y
afectuoso su hombre. Un día, al ver Súpay la belleza de la mujer,
la deseó para sí. Entonces, transformado en un hermoso
mancebo, tocado de ricas vestimentas, costoso apero y bello
caballo negro, llegó hasta ella. La donosa, al ver tan hermosa
aparición, quedó prendada de su belleza. Súpay le dio una cita:
esa misma noche una ave nocturna la guiaría hacia él. La pobre
mujer, embelesada ante la perspectiva de estar entre sus brazos,
acudió presta. Antes de partir Súpay le dijo que irían a un lugar
donde sólo hallarían placer, pero que antes debía dejar sus bellos
ojos en una ollita mágica. No debía preocuparse - le dijo-, al
volver los hallaría más negros y brillantes. Y así, con la cuenca
de los ojos totalmente vacía, ella lo siguió.
A la mitad de la noche el marido despertó y al no encontrarla
salió a buscarla al monte. Andando, andando, encontró la ollita
mágica, y en ella los ojos que tanto amaba. Seguro ya de que la
habían muerto fue hasta su casa, para esperar el día y salir en
busca del malhechor.
Antes del amanecer regresó Súpay con la mujer, pero al no
encontrar los ojos de la bella, huyó cobardemente. La muchacha,
ciega como estaba, anduvo a tientas por el bosque hasta que los
primeros rayos del sol le dieron muerte. Unos obrajeros que iban
a trabajar encontraron su cuerpo.
El marido, triste y dolorido, no tuvo paz sino hasta su muerte,
pues al llegar el día y mirar los ojos de quien había amado tanto,
pudo ver el frenesí de locura y placer al que se había prestado
quien fuera dueña de su alma.
Nadie se salva del Súpay, ni siquiera los niños. A los
changuitos que no quieren dormir la siesta y prefieren salir a
hondiar o a cazar pajaritos, el Duende los espanta y les pega con
su mano de plomo. Algunos lo llaman Ckaparilo (en quichua,
gritón), pues imita perfectamente a todos los animales silvestres,
aunque no se lo pueda ver.
El Duende o Petiso suele ser muy “chinitero”. Le gusta
merodear a las jóvenes, obsequiándoles dulces a cambio de sus
favores.

Leyenda de la Salamanca

Súpay y sus adeptos viven en la Salamanca. Esta es una cueva


que esta en la espesura del monte, allí donde se pierde la
orientación y el monte parece igual en todos los sentidos. Tiene
una entrada secreta, semioculta entre las breñas, guardada por
feroces animales.
Hemos podido recoger dos versiones de la Salamanca: una
que suponemos es de origen hispano-aborigen, y otra que
podríamos llamar oriental, que la cuenta Alberto Gerchunoff en
su obra “Fábulas del antiguo Tucumán”. La primera dice: que a
la cueva de la Salamanca van quienes quieren hacer un pacto
con el Diablo. Pero Súpay solo acepta a los mas fuertes y
corajudos, y es por eso que les impone a los iniciados una serie
de pruebas. En ellas probarán su apostasía (deben escupir a
Cristo y cachetear a la Virgen), su coraje (no deberán sentir
miedo mientras dure la iniciación) y su habilidad y destreza
física. Si el aprendiz de brujo logra superar todas estas pruebas,
recién podrá conocer los secretos de la magia negra y por ende
tendrá poder y riqueza.
En la Salamanca se vive un eterno jolgorio. Las brujas y
brujos se regodean allí en lujurioso frenesí. Allí se canta, se
baila, se encuentra toda clase de placer, allí donde no hay que
temerle a víboras, arañas, ni sapos, y donde hay un constante
sonar de música.
En ella se da la eterna lucha por lograr su finalidad, aún
cuando pueda perecer en el camino. Llegar al centro del
laberinto tiene su premio: la sabiduría y el poder eterno. Pero el
camino no es fácil, está plagado de acechanzas. Y ese centro
mítico tiene dos versiones: puede ser la Salamanca, donde lo
esperará el Diablo, o puede ser el Paraíso, morada celeste de
Dios.

Leyenda del almamula

Esta es una superstición muy arraigada, no sólo en el campo


sino en la misma ciudad capital de Santiago del Estero.
Dice que el almamula es una mujer que vive en pecado: una
mujer que tiene como amante a su padre, o a su hermano o a su
hijo, es decir a alguien de su propia sangre. Una mujer que se
rebela ante la ley de Dios, pues no siente vergüenza ni pudor
alguno de sus amores.
Ante tamaña herejía el Señor la condena en vida a que vague
por las noches, convertida en mula, buscando quien la redima.
Porque aún siendo almamula puede salvarse, si encuentra un
hombre corajudo que le haga frente y le corte un pedazo de
oreja, o le haga cualquier incisión de la que brote sangre. La
sangre del almamula y la voluntad de no reincidir en el pecado,
pueden salvar a la mujer y a su alma.
El ciclo del almamula tiene dos etapas: si el pecado es
reciente, puede salvarse. Pero si ya pasó mucho tiempo y nadie
la hirió, lamentablemente se pierde.
Es creencia popular que el almamula sale los martes y jueves,
especialmente cuando hay viento del sur o cambio de tiempo y
siempre después de las 12 de la noche. En su primera etapa es
como un burrito pequeño, que a veces suele venir alado “en la
punta del viento”. El almamula grita.Y ese grito eriza la piel y
pone miedo en el alma de quien escucha, pues su grito resume la
desesperación y la locura. Quien desea salvarla debe preparar un
cuchillo y esperarla (cuchillo porque es de acero, y además tiene
cruz entre el cabo y la hoja). Dicen que ella sabe cuando alguien
la espera para herirla, y grita aún mas fuerte para atemorizar a su
salvador, y a la vez poner a prueba su valentía. Si el hombre no
muestra signos de miedo y se le acerca resuelto, ella baja la
cabecita y se queda quieta para que la corten: es como un ritual,
se necesita que derrame sangre para lograr su purificación, su
absolución.
En cambio el almamula vieja es mala, agresiva y goza
haciendo daño. Una característica que la distingue de la anterior
es que echa fuego por la boca, y que de ella penden gruesas
cadenas que va arrastrando. Además su parte trasera es hueca.
Dicen en el campo que su instinto animal se manifiesta ante las
majadas: ataca a los indefensos corderos y los mata, comiéndole
únicamente las vísceras.
Al almamula condenada no se la puede redimir. Si alguien la
hiere, aunque sea levemente, la mujer enferma y muere, sin que
la ciencia pueda salvarla.

Leyenda de la Telesita

La ternura popular la apodó Telesita, aunque no faltó quienes


le dieran nombre y apellido para certificar su existencia.
Cuenta la leyenda que vivía en la espesura del monte, del cual
salía al escuchar los acordes melodiosos de la música. Sola,
descalza y desgreñada llegaba y se ponía a bailar. Bailaba sola,
embriagada en el delirio de la danza. Al amanecer partía siempre
sola, rumbo a su monte familiar.
En una fiesta no apareció. Los paisanos extrañados salieron
en su búsqueda. Sólo encontraron su cuerpecito calcinado por
las por las llamas.
Murió joven, casi adolescente. Y desde ese día los paisanos la
recordaban en todas sus fiestas. La recordaban de la manera que
a ella le gustaba: bailando y cantando, disfrutando de la vida.
¡Quién sabe cómo nació su culto...!
Tal vez por casualidad, tal vez fue el destino, pero el pedido
se cumplió.
Y poco a poco el baile fue tomando su nombre. Y había más
gente que pedía. Que pedía lluvia, que pedía encontrar un
animalito perdido, pedía por su salud deteriorada, pedía todo en
el fragor del baile. Del baile mágico, porque tiene un toque
cabalístico, ya que el promesante debe bailar siete chacareras y
tomar él y su compañera, después de cada vuelta, una copa de
vino o licor, que si llegara a sobrar los únicos que pueden
beberla son los músicos.
Finalizado el baile se quema un muñeco de paja que la
representa, y que durante toda la fiesta está colgado en el alero
del rancho, con una cortinita blanca detrás. Y aquí nuevamente
están presentes los símbolos: el blanco de su pureza y
virginidad; el fuego: su martirio, su purificación y a la vez el
elemento que la deificó en la creencia.

Otras creencias paganas

Son aquellas que están arraigadas en la memoria de la gente


no sólo del campo, sino también de los habitantes de la ciudad.
Cuentan que había una vez un cieguito bueno, apodado
“Carballito”, a quien con viles engaños, unos forasteros lo
extraviaron del camino y le dieron muerte.
Hasta allí la narración no pasaría de una crónica policial. Pero
la mística popular, crédula y pura le da un final distinto: cierto
caminante, agotado por la sed en un día de verano, vio un hilillo
de agua pura atravesar casi el camino. Adentrándose unos pasos
en el monte, para buscar la fuente, descubrió el cadáver de
“Carballito”. Habían pasado varios días desde su homicidio,
pero como en el milagro de Berceo el muerto tenía “lengua
fresca, como una manzana”.
En ese mismo lugar le dieron sepultura, y a su cruz de madera
llegaron las oraciones y “santiguas” de los ocasionales viajantes.
Y según dicen, también los milagros...
Al igual que Carballito, otro que tuvo una muerte violenta es
El Linyerita. Su cruz está al norte de la principal avenida de
nuestra ciudad. Quizás su historia vulgar, pero con su final
trágico y al no tener parientes (como en el caso de la Telesita ),
la comunidad los enterró y a su cruz fue a pedir “gracias” o
favores y a encenderles velas.
Habrá sido la fatalidad o la providencia, lo cierto es que
muchos de esos favores fueron “concedidos”, y allí comenzó a
gestarse una especie de canonización no eclesiástica, sino
popular.
Lo cierto es que están allí, y como dice la canción, “siempre
han de tener una velita prendida”.
Incluso aquí mismo, en la ciudad camino al cementerio, una
cruz de madera rodeada de incontables velitas, ropa usada, y
heterogéneos objetos llevados para cumplir “la promesa”,
testifican su vigencia.
Cabe destacar un hecho acaecido el año 1987 en la provincia ,
y mantuvo en vilo a la población: dos niños se extraviaron en el
monte. El padre, amigos y policías lograron dar con el paradero
de uno de ellos. Múltiples conjeturas se tejieron en torno a este
hecho.
En una nota de El Liberal, ante la angustia y desazón que tal
circunstancia producía, un lugareño estimó que al otro niño
jamás lo encontrarían: “se lo ha llevado la Madre del Monte –
dijo -, enojada por que el padre había cazado más de lo que
necesitaba ...”
Son hechos sociológicos digno de mención, porque como
vemos, nuestra gente, en las dolorosas angustias, propias de
nuestra condición humana, vuelve a las fantasías, a las ficciones,
en cuyos términos da sentido a la vida. Sondea en lo profundo en
lo misterios ancestrales que encierran sus leyendas y sus mitos.
Y a veces, ellas lo alivian de la ansiedad de no saber bien quién
es.

Santiago en el período hispánico

Por: Guillermo Adolfo Abregú

sería el año en que una expedición española entrara por


primera vez a tierras santiagueñas.
Al margen de las distintas interpretaciones sobre el ingreso
del capitán Diego de Rojas a la región del Tucumán, más
precisamente a lo que hoy constituye el territorio de Santiago del
Estero, en el sentido de si buscaba avanzar por esa línea
geográfica hasta encontrar el Río de la Plata y descubrir la
Patagonia, o si se debió a una causalidad, por haberse desviado
del rumbo en un lugar llamado Chicoana, Valle Calchaquí,
desistiendo de seguir a Chile por entender que la ruta del
Tucumán era muy poblada y rica en alimentos. Lo cierto es que
en diciembre de 1543, bajando del Aconquija, pasó por las
actuales localidades tucumanas de Tafí, Concepción y Graneros,
llegó hasta el sur de Catamarca y entró a nuestra actual provincia
por las sierras de Guasayán.
Las versiones en cuanto al punto de entrada a nuestra
provincia de Diego de Rojas, tanto como el lugar donde se
enfrentó con los juríes y fue alcanzado por una flecha
envenenada, como así el sitio de su muerte pocos días más tarde,
varían entre Maquijata, algún otro lugar cercano comprendido
entre los departamentos Guasayán y Choya y Salavina. No
obstante la carencia de datos exactos en este sentido, su trayecto
final, desde la infausta escaramuza hasta su muerte, comprende
las localidades citadas.
Como paradoja del trágico fin que encontró para su vida
Diego de Rojas, cabe señalar que uno de los propósitos que
animaron a este capitán de la primera entrada a nuestro territorio
santiagueño -que se había caracterizado siempre por su buen
trato con los indios- era llevar el signo de la evangelización y el
acercamiento con los nativos.
Francisco de Mendoza y Nicolás de Heredia sucedieron en las
marchas por la región del Tucumán a Diego de Rojas en el
regreso de la expedición al Perú, donde aún se registraban
enconadas hostilidades por el dominio del Cuzco, tras el trágico
fin de los principales protagonistas de la conquista.
Entre 1540 y 1546, año éste último de retorno de los
expedicionarios de Diego de Rojas, un cúmulo de
acontecimientos de relevante magnitud hacían del Perú el
escenario más candente de la conquista. Francisco Pizarro se
enfrentaba a las huestes de Diego de Almagro, a quien hiciera
ajusticiar, pero siendo luego derrotado y muerto por los
partidarios de Diego de Almagro hijo, en 1541. Poco
después, éste era ajusticiado por orden de Cristóbal Vaca de
Castro, elegido por Carlos V para gobernar el Perú tras la muerte
de Pizarro.
También por entonces, en ese intrincado y cruento escenario
de la conquista, los hermanos de Francisco Pizarro, Gonzalo y
Hernando, se rebelaban contra Carlos V y tomaban en sus manos
la decisión de condenar a muerte al virrey Blasco Núñez de Vela
-designado en 1544- en desacuerdo con las medidas que había
implementado, entre ellas, de quitar beneficios de encomiendas.
Sin embargo, el cometido del Rey para restablecer la paz en el
Perú, comenzaría a tener efecto con el nombramiento del
sacerdote y licenciado Pedro La Gasca como Presidente de la
Audiencia de Lima.
Cabe acotar que no debe tomarse a las guerras civiles que
tuvieron lugar en el Perú como un indicativo excluyente de los
fines que animaban a aquellos hombres que descubrían un nuevo
mundo. La colonización por parte de España -a diferencia de
otras naciones que lo hacían entonces y lo hicieron con
posterioridad en diferentes partes del mundo subyugando y
esclavizando-, tuvo un sentido misional y cultural que la
caracterizó y colocó por encima de otras, permitiendo -por
ejemplo- el casamiento entre españoles y aborígenes, la igualdad
jurídica y social del indio con el blanco, el dictado de numerosas
ordenanzas en ese sentido, un evangelio cristiano para
practicarlo en común, la creación de iglesias, escuelas y
universidades, además de la enseñanza de diversas artes y
conocimientos dirigidos al enriquecimiento espiritual y
humanístico y, desde luego, el esfuerzo para la organización
territorial y el crecimiento productivo.

Los primeros tiempos

Se le llamó “pueblo viejo” a lo que quedaba de la ciudad del


Barco. Con el tiempo, efectivamente, el río había ganado y
desmoronado gran parte de ella, tal como lo previó Aguirre al
argumentar su traslado temiendo inundaciones y buscando un
lugar más apropiado para darle acequias a la ciudad. Pero aún
quedaban allí algunas quintas y chacras cercanas al pueblo
nuevo que “vinieron a servirlo”.
Muy pequeño era Santiago. Parecía un paraje en ese tiempo,
pero poco a poco se construían sus casas, más bien ranchos
pajizos, que se agrupaban alrededor o cerca de la plaza y el
cabildo, no sólo para hacer un centro poblacional, sino también -
al decir de Fray Euduxio de Jesús Palacio- “como una manera de
prevenirse mejor ante el peligro de temibles ataques, tanto de
irreductibles aborígenes como de fieras salvajes que merodeaban
los bosques circundantes”.
Las construcciones no eran mejores que otrora las del Barco.
También en Santiago, al igual que en el “pueblo viejo”, las
modestas moradas no eran seguras. Carecían de cimientos y gran
parte de ellas estaban hechas con horcones, quinchas, tierra
arenisca y techos de paja y barro, poniendo en riesgo su
estabilidad ante fuertes tormentas.
Igual que antes, y como era costumbre en cada fundación o
traslado, se implementarían las disposiciones para dividir y
empadronar la tierra a repartir entre soldados, pobladores y
encomenderos.
“Tierra de promisión” la llamó su fundador al abrir acequias y
comprobar la fertilidad de su suelo, contemplando las blancas
extensiones de algodón y las abundantes cosechas que hacían
presagiar un futuro venturoso.
Sin embargo, vendrían tiempos muy duros que afrontar. La
conquista misma del Tucumán encerraba un drama agresivo y
sangriento, que envolvía a conquistadores contra conquistadores,
y a éstos en frecuentes luchas contra irreductibles guerreros
aborígenes. Tiempos en los cuales el desafío de la colonización
se confundía con la lucha por la supervivencia.
Santiago no estuvo exenta de la miseria y la amenaza de
despoblarse, no bien Aguirre partiera a Chile ante la
probabilidad de gobernarlo, tras la muerte de Valdivia en
combate con los araucanos.
Entrado el otoño de 1554, la vida diaria de la población se
tornaba insostenible, a causa de los constantes ataques de los
indios, día y noche. Asediada y sitiada por juríes y calchaquíes,
todo comenzaba a faltar. No había siembra ni cosecha. Las
provisiones se habían terminado. Nada se podía esperar de
afuera. El aislamiento se hacía sentir cada vez más y extremas
eran las necesidades. Según testimonios de entonces, los
pobladores llegaron a “vestir cueros de animales y alimentarse
con hierbas, raíces, cardones y hasta cigarras y langostas”.
Luego de estar una década en Chile, al propio Aguirre le
costaría más de un año su marcha de regreso (con provisiones,
simientes para el cultivo y ganado vacuno de sus haciendas de
Coquimbo y Copiapó) por las luchas que debió entablar con los
juríes y calchaquíes que los enfrentaban. Feroces combates
donde perdió la vida su hijo Valeriano.
Sin embargo, Santiago del Estero resistiría, y su fundador
daría pruebas de temple, voluntad y capacidad para socorrerla,
defenderla, mantenerla en pie y convertirla en “Madre de
Ciudades”.
Superadas las penurias y atenuadas las hostilidades con los
indios, merced a las acciones y estrategias de Francisco de
Aguirre, dominando rebeliones y venciendo resistencias “para
limpiar los caminos de tránsito al Perú”, Santiago pudo
afirmarse como cabecera y centro irradiador de nuevas
poblaciones y ciudades, para la interrelación, la producción y el
crecimiento de las colonias.
Estimaciones deductivas, como las de fray Palacio, a partir
del hallazgo de trazados de ciudades fundadas por Santiago,
como La Rioja que tenía 20 manzanas de ejido, razón por la cual
estimaba que la capital del Tucumán debió ser más grande que
otras poblaciones de aquel momento, sugirieron que, en sus tres
primeros años, Santiago pudo haber tenido aproximadamente 80
manzanas (entre las pobladas y para repartir), cada una dividida
en cuatro solares, las que se extendían en un radio de 700
metros, desde la plaza a la periferia de las chacras. Otros
investigadores coinciden en señalar que las principales
construcciones se hallaban cercanas al río y las chacras se
extendían a lo largo de la acequia real (hoy avenida Belgrano).
No hay datos precisos sobre el número de viviendas que
pudieron haber, pero según razonados puntos de vista, al
promediar 1554 serían alrededor de 50 las modestas moradas de
Santiago, además del cabildo, el fuerte, un hospital en el que se
atendía por igual a indios y españoles -tal cual lo afirma Vicente
Oddo-, algunas otras dependencias reales y una humilde iglesita
de adobe, que en 1557 sería reemplazada por la de San
Francisco y por otros conventos que irían instalándose, como los
de las órdenes mercedaria y dominica.
Debió pasar algún tiempo para que la pequeña aldea creciera
un poco más. Mientras tanto, los habitantes del poblado
transcurrían sus días consagrándose a cultivar la tierra, a
organizarse como comunidad, a crear las condiciones propicias
para el progreso colonizador.
El sistema de trabajo y de recompensas era el de las
encomiendas, consistente en repartir la tierra por derecho de
conquista entre jefes, oficiales y otros elegidos entre soldados y
civiles, para heredarla, cultivarla y entregar a la corona una tasa
de servicio en relación a la cantidad de producción. Esta especie
-que sin duda representó uno de los puntos más discutidos de la
conquista de América, tanto por ambiciones desmesuradas que
no faltaron, como por rebeliones al sometimiento de los nativos
en algunas colonias españolas, como se dio en México y el
Perú-, importaba concesión de derechos a los conquistadores
sobre las tierras y sobre los indios que se avenían a tal régimen
cambiando trabajo por alimentos, educación en la religión
cristiana, cuidado de sus ancianos y enfermos, siendo eximidos
de todo tributo en su situación de vida y de trabajo, o recibiendo
algún ganado o parte de lo que producían. Sistema que imperó
por muchos años hasta que se establecieron medidas más
equitativas para el trabajo y la condición social de los indios y el
freno a las encomiendas que eran hereditarias por generaciones.
En su libro “Noble y Leal Ciudad”, Orestes Di Lullo nos dice
que “en 1586, la capital del Tucumán servía y era servida por 48
encomenderos y 12.000 indios”. Seguramente, esta cifra no
tendría significativa variante con respecto a los primeros años de
Santiago.

Cultura y tradición

¡Claro que eran tiempos difíciles, de infortunios y penurias!


La tragedia de la intriga y la discordia de los poderes personales
entre sucesivos gobernantes (cárcel, torturas, sentencias,
muertes, sublevaciones y destierros) y de las encarnizadas luchas
con bravíos naturales, imperó por largos años. Sobre esto último,
la agresión de los salvajes hizo caer una por una las primeras
ciudades fundadas desde Santiago. Hacia 1564, la provincia del
Tucumán había quedado reducida a su capital. Sin embargo,
hubo también intervalos de calma y nuevas campañas
pobladoras merced a la victoria de ciertos caudillos, como en su
momento lo logró Aguirre.
Por encima de toda adversidad, Santiago comenzaba a marcar
sus primeros rasgos de comunidad indo-hispano-americana. A
semejanza de los versos de Rubén Darío, en ella “caía la semilla
de la raza de hierro que fue España, con la fuerza del indio de la
montaña”.
Valga reiterarlo: en el escenario de la conquista hubo
episodios desgraciados, menores y extremos, pero en el intento
de penetrar en lo que fue la vida diaria en los primigenios días
de Santiago del Estero, vamos al rescate de lo que obró en la
historia para darle a ésta sentido y fin de grandeza, aún desde las
pequeñas cosas.
Las costumbres y hábitos de esparcimiento se ponían de
manifiesto en diversos aspectos: juegos, tertulias, música y
danzas. Los indios lugareños ejecutaban su música en flautas de
caña (pincullos), cornetas, silbatos con los que imitaban el canto
de los pajaros, ocarinas y tambores de membrana, y en sus
fiestas como el chiqui y la challa de los pueblos andinos, eran
muy dados al baile y a la danza con sones guerreros, practicaban
la alfarería y habían aprendido juegos y destrezas a caballo.
En su libro “Idiomas Aborígenes”, Carlos Abregú Virreira nos
cuenta que los lules y tonocotés, llamados juríes por los
diaguitas (de suris-avestruces, por su ligereza), alternaban sus
ceremonias con la práctica del deporte, demostrando notables
habilidades en juegos de pelota y en la chueca, de gran similitud
al hockey, que ya conocían antes de la conquista. Y entre los
más característicos estaba el concullu que consistía en llevar a
uno en la espalda prendido del pescuezo, con las piernas
sujetadas por los brazos del cargador. Es el famoso «unculito»
de Santiago.
Los españoles, a su vez, sin dejar de atender diariamente los
asuntos militares y menesteres de caballería en el fuerte o en sus
propias haciendas, al descargarse de obligaciones, o luego de un
merecido descanso al regresar de prolongadas exploraciones y
agotadoras misiones, se entretenían en tirar al blanco con
arcabuces y ballestas, en jugar a los dados o a los naipes, en
carreras equinas o lances de esgrima, gustando asimismo de la
pesca que hacían con anzuelos, y no obstante la rudeza que su
empresa les había marcado en el rostro y el comportamiento, en
su espíritu no habían perdido el lado sensitivo de interpretar
canciones acompañadas con vihuela y recitar romances
castellanos. Sus esposas también lo hacían en las tardes o en las
noches calladas y abrumadoramente solitarias de la comarca
santiagueña.
La referencia de algunos cantos y poesías que los vecinos de
la capital del Tucumán interpretaban en aquella lejana época,
puede recabarse en las ediciones que tenían sobre esos géneros
llegadas de España con fecha de 1554 y 1555, como ser el
“Libro de Música para Vihuela”, compuesto por Miguel de
Fuenllana, “Criollos y Criollas” (en español y quichua),
cancioneros como “La Virgen y el ciego”, “La Catalinita” y
“Romancero General”, que en su primera parte contenía el
popular “Romance del Moro Azarque” (...“Azarque viue en
Ocaña / desfterrado de Toledo, / por la bella Zelindaxa / y una
Mora de Marruecos... / Mora de los ojos mios / Mal aya el amor
cruel, / que flechando el arco cierto, trafpaffa de vn folo tiro /
vafallos y Reales pechos, / Mora de los ojos mios...).
Desde luego que las canciones poéticas no eran privativas de
los españoles. El dolor del alma por la ausencia del ser querido
se expresaba también en el yaraví incaico y el huayno del
altiplano, que eran las más tiernas de las canciones quichuas que
resonaban en el hábitat del monte santiagueño a través de los
instrumentos vernáculos de los juríes y de los aborígenes que
habían llegado como auxiliares de las expediciones fundadoras
de Prado y Aguirre (“Purunmanchu huaccac rini / astahuami
llaquiy miran, / yuyachihuan kamta purim / huaylla, pampa,
huayeeo, quírai”. Si salgo a llorar al campo / más se
aumentan mis pesares / porque me acuerdan de tí / bosques,
montes, prados, valles).
De esta trama musical surgiría con el tiempo la vidala, con su
tocante mensaje de amor que hace doler, desgarrando el alma
como ningún otro canto. En tanto, el espectro andaluz de la
conquista (que tenía sus versificadores populares en el siglo XVI
en Juan de Castellanos, Pedro de Oña y Gaspar de Villagra, y
hacía cantar a los españoles después de las peleas), se
presentaría junto a la vidalita, cabalgando en ella, excluyente de
penas y cargada de chanzas, contraponiéndose a los lamentos de
la vidala. Ya en tiempos de la emancipación, las cholas de
Tucumán recogieron lejas canciones heroicas, amatorias y
ponderativas, que habrían de influir en el estilo de las vidalitas
del general Lamadrid.
No es ligero suponer que en la particular idiosincrasia del
santiagueño, cuando rompe la tristeza y la trastoca en alegría,
encontrando siempre la veta de humor en los aspectos más
controvertidos de la vida cotidiana, se sintetizan aquellas
influencias ancestrales.
Paulatinamente la mezcla de lo indígena y lo español irían
configurando y enriqueciendo el acervo folclórico de Santiago y
el Tucumán, con el carnavalito y sus sones de flautas y quenas
incaicas que parecen silbidos del viento en las montañas, el gato
con el repiqueteo de las castañuelas de origen español y audacias
quichuas, la zamba donde reluce el pañuelo con avispeos
criollos y dibujos arabescos que influyeron en España, la
chacarera (también en su origen con castañuelas) con sus
rasgueos de guitarra y retumbos de bombo llamando a sacrílegos
ritos de bosques seculares y coplas bilingües en quichua y
castellano, el pala-pala interpretando la acción de ciertos
animales, el escondido donde lo esquivo y la conquista se
confunden entre el hombre y la mujer, diciendo ella al final:
“Salí escondido salí, / salí que te quiero ver; / aunque las nubes
te tapen, / salí si sabes querer”. Y así el malambo con su hechizo
que arrastra dejos de danzas incaicas y destrezas criollas, y
tantos otros bailes y canciones que nos llegan de nuestros
ancestros que poblaron el antiguo Tucumán.
¡Qué contraste de improntas culturales entre lo aborigen y lo
hispano se conjugaban en el origen de Santiago! ¡Qué riquezas
de ancestrales y milenarias esencias de lo indígena y lo español
daban naciente a un nuevo verbo, al ir transformándose con el
tiempo en nuestras tradiciones!
Como esos rasgos del folclore, así también nos han llegado
los fundamentos de las creencias y la fe.
No hay pruebas ni versiones contundentes que nos hagan
conocer con exactitud los momentos y lugares en que los indios
que habitaban en las cercanías del Santiago del siglo XVI
realizaban los rituales de sus creencias y supersticiones. Pero no
es impropio suponer que desde algún paraje no muy lejano del
caserío central, a veces llegaban vagos e imprecisos los cantos y
los sones de las ceremonias en que los indios no convertidos al
cristianismo, idolatraban a sus dioses paganos: el Sol (inti), la
Luna (quilla), y celebraban sus mitos como el “huayra muyu”
(viento arremolinado) y el “nina quiru” (pájaro de fuego). Otros
acompañarían a los españoles en los oficios y procesiones de la
liturgia católica.
Cuando la fe logró interesar al aborigen, mientras los jesuitas
aceptaban ciertos ritos indígenas para cumplir con éxito su
extraordinaria misión espiritual en América, se presentaba ante
Dios la manifestación de un espíritu autóctono de la tierra
santiagueña. Es decir, comenzaron a surgir formas y ceremonias
populares de singular veneración que aún se mantienen vivas en
nuestros días, como el festejo de San Esteban, que recuerda al
dios atmosférico Chiqui de los valles calchaquíes (por dar sólo
un ejemplo), en que desde Maco hasta Sumamao la multitud
alterna oraciones con gritos de júbilo para auyentar los malos
espíritus, y al llegar a destino estalla el ímpetu pagano con
danzas criollas, guitarras, bombos y violines en medio de una
gruesa explosión de cohetes. En otras devociones como en
Mailín al Señor de los Milagros y en Sumampa a la Virgen de la
Consolación, también se exteriorizan las prácticas incorporadas
a nuestra cultura.
Desde aquel tiempo fundacional, Santiago del Estero iría
nutriéndose de simientes folclóricas y religiosas, donde los
elementos humanos y naturales más esenciales confluirían en un
común acervo cultural. En sus fiestas campesinas -musicales y
religiosas- como el Velorio del Angelito y las telesiadas, es
donde mejor trasunta y se expresa la herencia que nos llega de
las costumbres y virtudes de las razas que convivieron en el
principio de Santiago del Estero y nos trasmitieron, a través de
los siglos, la amalgama de lo que gestaron.

Historia de Santiago del Estero. Guillermo Adolfo Abregú.


Municipalidad de la Capital. 2003, año del 450º Aniversario.
Luis Pardo
(poeta)

Se conocen muy pocos datos acerca de este militar y poeta


español, que arribó a Santiago del Estero hacia 1581. Casi todo
lo que se sabe hoy sobre su vida nos fue dado por el magnífico
escritor español del Siglo de Oro, fray Lope Félix de Vega
Carpio (1562-1635).
Al parecer, como oficial del Ejército Imperial Español, Luis
Pardo había combatido "en las contiendas bélicas que hacia
entonces España libraba en los Países Bajos (estrictamente entre
1567 y 1585). Emergiendo victorioso de aquella guerra, el joven
poeta se dedica a descansar un periodo en su natal Andalucía.
Respecto de ello, dice Lope de Vega refiriéndose a Pardo:
"...olvidando a Flandes, Donde tuviera por hazañas grandes
Los cargos más honrosos de la guerra"... regresa a su Sevilla
originaria para disfrutar de "Amigos, ocio, amor y propia tierra".

Luis Pardo fue considerado por Lope de Vega como un


eximio poeta. Así lo hace constar en su libro Laurel de Apolo,
publicado en 1630, a sus 68 años de edad.
Por una de las composiciones de este libro conocemos los
pocos detalles sobre la vida de Luis Pardo que han alcanzado la
actualidad. El primero de ellos es que Lope de Vega lo reputa
como "Ingenio felicísimo". Y lamenta que este poeta dedique
tanto tiempo "a la espada". (Fray Lope Félix de la Vega y Carpio.
Laurel de Apolo.) Luego narra el desventurado amor juvenil, por
cuyas consecuencias este capitán del Imperio se viese obligado a
huir "a las Indias".
Parece que al regresar de la guerra de Flandes, Luis Pardo
trabó relaciones sentimentales con una bella joven, algo
casquivana. Esta habría tenido relación además, con un
"poderoso hombre". En uno de los encuentros sentimentales de
los amantes, fueron sorprendidos por este "poderoso hombre",
quien "de noche" acudió acompañado con dos custodios
armados. Luis Pardo habría abatido a ambos, viéndose obligado
luego a escapar, único modo de eludir las posteriores represalias
de su desempeño como espadachín.
Primero -siempre según Lope de Vega-, permanece un tiempo
en Paraguay. Para trasladarse luego a "las argentadas tierras del
Tucma", cuya capital era por entonces la ciudad de Santiago del
Estero.
Evidentemente continuó con su labor literaria, puesto que el
"Fénix de los Ingenios" lo considera, cuarenta años más tarde,
como un valioso escritor.

Síntesis de los datos publicados en el libro Los otros


adelantados, de Vicente Oddo, Los otros adelantados. Cuatro
precursores de las buenas letras y las bellas artes argentinas.
Editorial Herca, Santiago del Estero, 1992.
Una mujer aborigen quemada por “bruja”

El 9 de noviembre de 1716 es quemada en la hoguera una


mujer a quien se había juzgado sumariamente por “brujería”.
Firman como “testigos de la ejecución” Juan Díaz Caballero y
Juan Saavedra Gramajo.

Acta de la Sentencia
En la causa criminal que de oficio de la Justicia que ante mi
Juzgado pende contra Juana Pasteles, India del pueblo de Tuama
por las muertes del Indio Pedro y de su marido y del Indio que
confiesa del pueblo de Guaipe natural del Salado que dichas
muertes las ejecutó con el mal arte de hechizos y encantos que
por las pruebas y su confesión consta contra la dicha Juana
Pasteles, visto los autos y méritos del proceso y que ver se debe:
Fallo que haciendo Justicia debo condenar y condeno a la
dicha Juana Pasteles en pena de muerte para la cual será sacada
de la cárcel pública y prisiones y montada sobre una bestia con
albarda con soga al cuello y llevada públicamente por las calles
públicas de esta ciudad con voz de pregonero que manifieste su
delito hasta el lugar del suplicio extramuros donde se le dará que
naturalmente muera. Y estándolo será quemada en una hoguera
que para el objeto se prenderá para ello que su dicho cuerpo
encenizado se reduzca debajo de custodia en condigna pena por
su delito.
Y por esta mi sentencia definitivamente juzgando así
pronuncio y mando y firmo.

Dn. Juan de Paz y Figueroa

Fuente: Archivo General de la Provincia. Transcripto en el


libro Chaupi Púnchaupi tutayarka, de Maximina Gorostiaga.
Santiago del Estero,
.
Voces santiagueñas y sus influencias quichuas

Por: Norma Sayago

Los habitantes de Santiago del Estero tienen una riqueza


intangible aunque quizá no son muy conscientes de ello. Y es la
lengua quichua, si bien invasora al igual que el castellano o
español, subsiste en el lenguaje popular, enriqueciéndolo o
desnaturalizándolo a veces, pero siempre dándole una
particularidad que le es propia. Hay además, si bien en menor
grado, sustratos de otras lenguas vernáculas, que alguna vez
estuvieron en contacto, como la tonocoté, la diaguita o cacán, la
sanavirona y que se perdieron por la imposición de las lenguas
mayoritarias. Ellas también emergen entrelazadas con voces
castellanas y quichuas en algunos nombres de pueblos antiguos.

Esa característica tan peculiar que se observa en el habla del


santiagueño como así también en su tonada, responde no sólo a
la influencia de las lenguas aborígenes sino a la del mismo
español, el español castizo, que se habló en la primera época de
la colonia, y que quedó muy arraigado por no estar expuesto el
hablante a preponderancias extranjeras, como sucedió en zonas
portuarias. Veamos las notas más sobresalientes:
El uso de la y griega como si fuera la i latina,
aunque tenga función consonántica. Por ejemplo:
ckoyuyo es ‘coiuio’, yo es ‘io’, Huayra Múyoj es
‘Huayra múio’; Sacháyoj es Sachaioj. Esto es herencia
ancestral porque en quichua la ye, se pronuncia como i’.
Esto se observa sobre todo en adultos mayores, porque
las generaciones jóvenes dicen Sacháyoj, y la verdad, es
que no suena tan santiagueño.

No pasa lo mismo con el uso de la ll’ que suena


como el yo de los porteños: calle, es calle, llulla
(mentiroso) es llulla, mientras que el cordobés convierte
la 'y' y la 'll' en 'i': calle es ‘caie’, arroyo es ‘arroio’.

Arrastrar la ‘r’ y la ‘rr’ con un sonido entre sh y


ye, es típico del habla del santiagueño. Así la palabra
Roberto la transforma en Shubi. Si hace vibrar la r, le
dicen que se ha aporteñado. Cabe acotar que las personas
más cultivadas intelectualmente son las que con mayor
autenticidad hablan el santiagueño, puesto que no son
fácilmente influidas por los medios y el lugar de
residencia, son, “santiagueños de pura cepa”.
Uso del pronombre vos y de los verbos: vos
sabes, vos tienes, vos quieres. Creemos que conviene a
la acentuación quichua decir: vienes, tienes o quieres,
porque son palabras graves o llanas y este idioma se
caracteriza por tener ese tipo de acentuación.

Conviene aclarar que en otros lugares del país se


expresa: vos sabés, vos tenés, vos querés, como en la
zona porteña, o en el NOA y NEA: vos sabís, vos tenís,
vos querís, creemos por la influencia guaraní, en donde
las palabras son agudas. Ejemplos: Itatí, Anahí, etcétera.

En el quichua no hay esdrújulas: bailamelo


Telesita, tenemelo que voy a bailar. (la acentuación es
grave). Aquí también sale a luz otra cuestión: en palabras
castellanas se observa el aglutinamiento, factor
componente de la lengua quichua.

En algunos lugares como en Tucumán, Córdoba,


se suprime la s final. En Santiago, al contrario, se la
acentúa, y eso lo hace distintivo. Estamos. Vamossss.
Cabe aclarar que la s suave no responde al idioma
quichua porque en quichua no se pluraliza con s, se le
agrega el sufijo cuna al sustantivo para pluralizarlo. Por
ejemplo: mayu (río) mayucuna (ríos). Entonces el uso de
las ‘s’, del santiagueño, le ha de venir de la herencia
hispana.

El uso de los verbos en tiempos perfectos


compuestos con sus correspondientes auxiliares: He
venido comiendo, en lugar de ya comí o vine después de
comer; “me he venido olvidando”, en lugar de: me
olvidé; Había venido dejando mi poncho, en lugar de:
dejé mi poncho. “Viene queriendo llover.” En lugar de:
va a llover.

Gerundiando: ¿Qué diciendo no has venido?


¿Qué haciendo te has lastimado? El uso excesivo del
gerundio pareciera venir del castellano arcaico o
primigenio.

En los saludos se observa la influencia de un


sustrato que subyace vivo y latente: ¿Cómo has
amanecido? ¿Qué tal purinqui? (¿Cómo andas?),
¿Cómo has pasado el día? Porque el quichua se
preocupa por la persona y no por la formalidad de un
saludo tal como el: Buen día, Buenas tardes o Buenas
noches, del habla castellana. Y esto nos recuerda al
saludo incaico: No seas ladrón, no seas mentiroso, no
seas perezoso. (Ama sua, ama llulla, ama ckella)

Y en oraciones (el verbo siempre al final): Las


maestras en el sulky vienen. La posición final del verbo
en la oración es característica de la sintaxis quichua (S)
(C) (V) y así en esta lucha por sobrevivir encontramos
en el habla de la gente y en algunos escritos, esta
construcción. Santiagomanta chayancu (Desde Santiago
llegan).

En estos binomios: Cachi mayu (Salado río),


primero va el adjetivo, luego el sustantivo; en castellano,
se antepone el sustantivo: río Salado. Otros ejemplos:
Mishqui Mayu, (Mishqui: Dulce, mayu: río), Quimsa
tacko (Tres algarrobos), Ishca Yacu (dos aguas). En el
mapa algunos nombres autóctonos no siguen este
esquema, es posible, por la influencia castellana: Llajta
súmaj (Pueblo lindo) Pampa Múyoj (llanura redonda).

En la provincia, es típico hablar en diminutivo:


ahícito (ahí), siempre minimizando, ese “ahicito”, que en
la realidad, no es tan cercano. Otros ejemplos:
mishquilita (muy dulce), aquí se da lo que los estudiosos
llaman hibridación, de misqui, palabra quichua, unida a
la terminación ita, diminutivo castellano. Son
innumerables las palabras de este tenor: churito, (bien
puestito), utulita (pequeñita), urpilita, (paloma),
(cunanllita) ahorita, (ahora), arunguita (danza
tradicional)

También en nombres de lugares (topónimos)


encontramos diminutivos: Tacanitas, (morteritos),
Tacketúyoj (lugar con algarrobitos), Upianita
(bebederito), Banderitayoj (castellano y quichua,
significa “con banderitas”).

Suelen escucharse en zonas rurales o en personas


adultas expresiones como: anunítay, añurítay, palabras
cariñosas que se pronuncian cuando se hacen caricias.
Porque la gente campesina es muy cariñosa y así lo
expresan.

Las expresiones quichuas: chaupi chaupi, (medio


medio ) cancha cancha, (media luz, la hora de la
madrugada cuando ya vine clareando) úrmay úrmay,
(casi o medio caído) cuando se repite dos veces es
porque quiere decir que es medio, no tan completo:
medio medio, no es del todo de día, es el amanecer, es
casi de día, casi se ha caído, pero no se ha caído del todo.
Será por eso que para decir que alguien es medio tonto,
se emplea: tonto – tonto? O yanga yanga. Esta
reduplicación puede extenderse a expresiones como:
Aquí estoy en Buenos Aires, comiendo saltiadito,
saltiadito, lo que debe entenderse que come en forma
discontinua. Cómo dirían los hermanos Ábalos en la
chacarera: “porque a veces no comía y al otro día
tampoco….” Otra expresión: ¿Cómo andas? Y aquí
andoi, penando, penando… (del coplero popular).

En el caso de la expresión ¿que no? ¿vienes, que


no? Bueno pues., expresiones que pareciera que
corresponden a la herencia española, sin embargo una
investigadora tucumana afirma que la expresión “¿que
no?” se trata de un modelo de la expresión quichua
“¿manachu?”. Cuando se expresa “¿que no?”, es una
forma de invitar a la aprobación: “Muy mucho frío hace
¿que no?” (Ancha ashca chiri ‘ruàn/ ¿manachu?), “Muy
rico este locro está ¿que no?” (ancha sumaj ca locrocka
tian/ ¿manachu?)
Respecto del uso del po y pues, considera el
profesor Elvio Aroldo Ávila que no sería otra cosa que
una forma arcaica de expresión que usaba el español de
tiempos de la Conquista y de la Colonización. Ello
serviría también para demostrar que en nuestra región, la
lengua española que se emplea es profundamente castiza,
y muchas de sus expresiones corresponden al llamado
Siglo de Oro.

Los apodos típicos, hay sólo en Santiago: para


nombrar a las personas, basta saber su nombre para
quichuizarlo. Así decimos que: Agustín es Aguchi,
Nazareno es Nasha, Cecilia es Shishi, Isabel es Illa,
César es Shesha o Llella, Miguel es Mecke.

El uso del ‘meta’ como adverbio afirmativo,


¿vamos al festival? Meta. Equivale al bueno, sí, voy.
También se suele usar para apresurar a una persona: meta
po.

Razones que avalan la permanencia del quichua en el


habla del santiagueño
En la zona central de la provincia, en las
adyacencias de los ríos Dulce y Salado, el quichua no
sólo se usó en el seno íntimo de las familias. Cuentan
que todo el gabinete del gobernador Absalón Rojas,
hablaba en quichua y su hijo Ricardo, bebió desde
pequeño, las enseñanzas del Padre Miguel Ángel Mossi,
filólogo, autor de la Gramática Quichua. Ricardo Rojas,
autor de: El país de la selva, se refiere a las costumbres
del monte santiagueño, con expresiones en quichua
tomadas de los hablantes bilingües.

La clase dirigente de Santiago la habló. Es decir


que no era sólo lengua que hablaban los indios. Juan
Felipe Ibarra, el caudillo que gobernó por treinta años la
provincia, Los Taboada, Don Jesús Fernández, ministro
del Gobernador Absalón Rojas, entre otros destacados.
Hubo una mujer, conocida como la Mama Antula o la
Beata Antula, es Sor Antonia de la Paz y Figueroa, que
predicaba en quichua.

En los documentos oficiales: El acta de la


Declaración de la Independencia fue redactada en tres
idiomas: aimara, quichua y español.
En la evangelización: La colonia impuso la
lengua castellana pero la conquista necesitó de las
lenguas comarcanas para poder comunicarse, como
primera medida. Fueron los sacerdotes los que hicieron
este relevamiento para poder llegar con el mensaje
cristiano, evangelizaron en la lengua de los indios.

Las obras que enaltecen la cultura regional,


porque son los intelectuales los que la han estudiado, los
que han recogido y rescatado del olvido esta lengua del
habla popular de la provincia. Entre ellos se destacan:
Ricardo Rojas, el Dr. Orestes Di Lullo, Dr. E.
Cristensen, el Dr. Canal Feijoó, el profesor, Dr. Honoris
causa Domingo Bravo, entre otros. Y a nivel de
divulgación popular, Don Sixto Palavecino a la cabeza,
junto con Felipe Corpos, Vicente Salto y tantísimos más,
que a través de su canto y su música han contribuido para
que esta lengua esté siempre presente.

El quichua en la literatura y en el cine. Es bueno


destacar la obra literaria: Shunko, donde el maestro Jorge
Washington Ábalos describe a sus niños quichuistas
shalacos. La película Shunko ha sido declarada
patrimonio de la humanidad.

El quichua está presente en la flora, la fauna, la


medicina, el relieve, los mitos, leyendas, las comidas, la
música y el canto y en los apodos, con sus ricas
historias.

En las expresiones populares: No te hagas el


canchero; (del quichua cancha, lugar abierto) y lo dice
todo el país.

La herencia moral. El quichua es una lengua de la


resistencia. Y esto es una forma de supervivencia. Desde
las familias que prohibían hablar a sus hijos, porque
querían progresar y hablar el quichua o la quichua, era un
desprestigio, propio de las clases pobres; la exclusión en
las escuelas y los decretos oficiales que han tratado de
silenciarla. Sin embargo, no se puede soslayar esta
herencia al momento de hablar, pareciera que está
guardada celosamente en los corazones y pugna por salir,
y emerge esa estructura ancestral, como en un lapsus. Así
lo dicen los folkloristas, que pareciera que las chacareras
están para cantarlas en quichua, lo mismo pasa con las
vidalas.

La lengua es lo íntimo, lo sagrado. Es lo que se


atesora, cuando no se tiene nada. Y eso se ve en la gente
que se fue del pago y esa alegría que sienten al hablar en
quichua, eso es lo que quiere decir el Don Atahualpa:
cuando me alejo del pago,/ y comienza a repechar, /tira
el caballo adelante, y el alma tira pa’ atrás./ El quichua
es el alma del santiagueño.

Es la lengua “del secreto desquite, de la solapada


revancha, que dice lo que no se puede decir en español,
es el impulso subterráneo desde el fondo de la historia”.
(Bernardo Canal Feijóo)

A modo de conclusión: el movimiento continuo del lenguaje


hace que ningún idioma permanezca puro, porque es la voz
humana la que se manifiesta de múltiples formas y va creando
nuevas maneras de nombrar al mundo. Lo que no hay que
olvidar son los orígenes, tal vez para comprender el presente y
también el futuro. Lo que hemos destacado en “razones que
avalan la permanencia del quichua”, hay que tomarlo con pinzas,
porque corresponde a tiempos y contextos que se van dejando
atrás. Las nuevas generaciones no sólo no hablan quichua, sino
que cuando nuestros mayores quichua hablantes se van de este
mundo, no hay reposición. Entonces es posible que dentro de
algunos decenios, el quichua sólo sea una cátedra más de las
universidades, estudiada en calidad de lengua vernácula, como
muchas de las lenguas nativas del mundo.

Bibliografía consultada

Bravo, Domingo: Diccionario de quichua santiagueño.


Ediciones Kelka, 1998 Santiago del Estero.

Domingo Bravo: Estado actual del quichua santiagueño. 2da.


Edición. 1989 El Liberal. Santiago del Estero.

Alfaro – Ulloa: Cultura quichua santiagueña. Talleres


gráficos El Liberal. 1990

Di lullo, Orestes: Contribución a las voces santiagueñas.


1era edición 1946

Avila, Aroldo: Cómo Habla El Santiagueño. Fundación


cultural, Santiago del Estero.

Juan B. Giménez: Topónimos de la provincia de Santiago del


Estero. 1994
Juárez de Paz, Ilda Margarita: Quichua. Manual para el
Tercer ciclo de la EGB. El Liberal. 2.005

Canal Feijó, Bernardo: Burla, credo y culpa en la creación


anónima (1952). Editado por la Biblioteca Nacional 2011.

Lelia Inés Albarracín (2004) «La Lengua como herramienta


de poder». En I JORNADAS INTERNACIONALES DE
EDUCACIÓN LINGÜÍSTICA "La Identidad y las Lenguas”,
Facultad de Ciencias de la Administración, Universidad
Nacional de Entre Ríos, Ciudad de Concordia.
Y, un buen día, todo comenzó (o continuó)

Por: Eduardo José Maidana

Había tres espacios geográficos y étnicos bien diferenciados,


me dice Roberto “Tuti” Delgado, arquitecto y tercera generación
de escultores que fundó su abuelo español, e igualados en el
nombre, la vocación por la cultura y el arte, y en el injerto vital
en el tronco indio o, si a la inversa se quieren ver las cosas, del
indiano en el tronco español.
El espacio “llajta mauca”, de esta ciudad al sur. Que en
quichua “llajta” significa pago, lugar, y “mauca” viejos,
antiguos, localizan realidades pre-colombinas, pobladas por
corrientes andinas. Los Juríes y Diaguitas, de modo especial,
provendrían de ellas. Según las trazas arqueológicas y los
cronistas de esa época, serían hombres altos, de facciones
agradables en un estadio de evolución destacado. Lo supieron
los recién llegados al mando de don Diego de Rojas, en la
primera entrada a este territorio. Contra él pelearon los indios
“salavinas”, porque tenían grandes sembrados que defender.
En Soconcho (quicha: soqonchu, estrecho y largo) se dieron
con cultivos de maíz, porotos, zapallos, regadíos y depósitos de
agua, ponderados por el Ing. Horacio Ochoa, que ahí cerquita, en
Puesto de Juanes, nació y se crió. El cronista cuenta de “lagunas
bramadoras”, que debían ser los bañados del Dulce, agrega
Delgado, y de que, del otro lado, creyó, no lo vio, pero creyó el
cronista de esa expedición, vivirían poblados de unas 40 mil
almas. Atamisqui (tierra dulce), ¡qué buenas razones tiene para
enfiestar de orgullo su pasado!
No al acaso, en 1693, el oídor don Antonio Martínez Luján de
Vargas, a Soconcho citó a los encomenderos y sancionó a
muchos de ellos, tras conocer las acusaciones precisas y bien
dirigidas de los pueblos indios que muy bien sabían dónde
golpear el incumplimiento de las ordenanzas de don Gonzalo de
Abreu, de 1576 y del oídor don Francisco de Alfaro de 1611 y de
1612, cuentan Judith Farberman y Raquel Gil Montero.
El espacio del, o de las “upias”. Poblada por una parcialidad
Diaguita, si es verdad la opinión de Idalia M. E. Rotondo.
Vivirían de la capital al poniente. Indios ribereños que bajaban
desde las sierras tucumanas. Y que burlaban la altura de las
márgenes que sujetaban al río con lomazos, tajeando bajadas en
la tierra. Nuestras Lomas Coloradas, alargan esa topografía. En
el área de la bocatoma de La Cuarteada, se hallaron testimonios.
Por ahí abastecían de agua a pobladores y ganado. “Upia”, en
quichua, significa beber. De donde “upianita” vendía a
deturparse en “bebederito” y “upialo” en tomador, porque ese,
ya no es agua lo que bebe.
Y el espacio de la etnia tonocoté. Que se mezclaría con los
Lules. El escenario de sus andanzas tendría por eje el río Salado.
La lengua provendría del guaraní, a estar de Di Lullo, y éstos, de
migraciones desde la Amazonia. Petisones, de piernas arqueadas
y rasgos simiescos, nómades, y por lo tanto cazadores y
pescadores. Guerreros. Si hubo niveles de evolución, que sin
duda, los hubo, a juicio de Delgado, este espacio debió ir a la
retranca. Acecharon y saquearon Santiago en varias ocasiones.
Y un buen día, todo empezó, y al mismo tiempo continuó.
Llegaron, desde el Perú marcado por el sello de los Austrias,
Juan Núñez del Prado y sus oficiales, soldados y actuarios, dos
sacerdotes, más los yanacones que servían de porteadores,
preparados según el designio fundador, a intentar, otra vez, el
logro de las órdenes del Lic. Don Pedro de la Gasca, dadas aquel
8 de diciembre de ese mismo año de 1549, pues en esa demanda,
había partido de Potosí.
En junio de 1552 con su tropa llegó a la orilla del río del
Estero, a erigir la nueva ciudad del Barco del Nuevo Maestrazgo
de Santiago. Con sus lenguaraces quichuas, y mediante estos
intermediarios establecerían contacto con los juríes y diaguitas,
siendo los ocupantes del espacio étnico “llajta mauca”. Las
crónicas no dicen de hostilidades y por ende, tampoco de
acciones contrarias.
Lo explican las citadas Farberman y Gil Robles. Los diaguitas
que articularon la relación quichuas-juríes les enseñaron a los
últimos, los nuestros, la negociación. Tributaban al Inca. Y
luego, posible suena que serían tributarios del Rey.
Di Lullo describe el arribo de la caravana, el breve consejo
que tomó la decisión, la noche, la primera, al igual que en la
Creación rogarían que el Espíritu se cerniera sobre las aguas. Me
convenzo que no hay agravio ni profanación alguna en imaginar
que, en la soledad y a la vera del viejo río, la mañana ésa,
¿cuándo? alumbró el alba un espacio mágico, el aire
estremecido, tal cual siempre ocurre, por el gesto primordial de
una nacencia.
Plantada y trasladada la tercera ¿o la cuarta?, don Francisco
de Aguirre que procede de Chile, con el sello de los Borbones, y
según probanzas, el 25 de julio de 1553, en su nuevo lugar la
declara fundada. Di Lullo lo describe, guiado por el protocolo:
de a caballo, atabales y pífanos al aire, el estandarte real en alto,
el Capitán descabalgaría para hincar la espada en la tierra en
señal de posesión y mandaría que se plante el rollo, símbolo de
la justicia real que se prometía, allí mismo, ejecutar, en nombre
de la ley.
Santiago del Estero y la Argentina, emergieron juntas,
contenidas en ese único gesto, esa misma mañana.
Lo cantó Mario Navarro:

Esta ciudad antigua y española


e indígena por gracia y por herencia,
esta ciudad que planta su presencia
con soberbio ademán de tierra sola

Santiago del Estero determina


Con su cuño el origen de Argentina
Su ser, naturaleza y tradición.

Veinticinco de julio los cimientos


De la Patria que allá por mil quinientos
Comenzó con mi pueblo a ser Nación.
“Nada sabemos de nuestro origen, ni la traza de la ciudad, ni
la fecha exacta de su fundación. Nada importa. ¿Fue el año 1552
o el año 1553? ¿Fue el mes de julio o el mes de diciembre? ¿Fue
Núñez del Prado o Francisco de Aguirre? ¿Fue traslado o
fundación?” La realidad de un ser-Ciudad, de un Espíritu en
decenas, centenares, miles, millones de carnes, estaba de Pie.
Aquí, dos imperios enlazaron vínculos cuyos resultados
resisten los siglos y las desavenencias y las ideologías, suegras
éstas de aquella, que de uno y de otro lado de las mares, soplan
insidias bajo la pira de las quemazones. Para que España
europea diste lo posible de América, y para que ésta, repudie a la
madre que la parió.
Mi conversación con Delgado se invalidó en su objetividad
con ese no sé qué que esto entraña, inasible como un sueño,
lejano tal cual una utopía y demasiado apegado a la piel como el
dolor, que preside y envuelve en aires mistéricos, el intento de
ahondar datos y reflexiones sobre este remoto pasado, que tan
cercano resulta al final, a lo mejor por el rescoldo de un viejo
romanticismo, calienta el corazón cuando de esto se habla y
bebe de sorbos el vino patrio.
Delgado, en el trabajo, lúcido y con profusión de mapas y de
fotografías, que hicieron él, con Luis Alén Lascano, Mario
Cerón y Víctor Ledesma, en el capítulo “Cimientos de una
patria”, y nunca mejor trajeado el corpus citadino, páginas
175/244, arquitecto repito y, en este caso, idóneo en la
comprensión del espacio y del paisaje y de los materiales
administrados, sigue el itinerario de la construcción y
destrucción, las agonías de muerte y resurrección de Santiago
del Estero en asientos inferiores al nivel del mar, por eso
anegadizos, abandonada al costado del trajín, y sus regresos a la
vida.
Desde su “espacio mágico”, situado en el espíritu y la
memoria que es tradición e identidad, y cuando poco quedaba en
pie, se rehizo, ¿cuántas veces?, para de nuevo ser arruinada y
resurgir desde adentro de sí misma. Los ríos desmadrados, otras
el éxodo de sus principales, vendavales y el terremoto de 1817,
disolvían en barro el adobe y el salitre carcomía los ladrillos,
volteaban horcones y abatían cumbreras. Su catedral cuatro
veces destruida, San Francisco y La Merced en tres ocasiones
cada una, ilustran avatares, es decir resurrecciones.
De la marginación en la periferia, soltada de la mano de su
destino geográfico e histórico, renacía lo santiagueño, terco,
necio, tal cual el Cid para armar el relato fundacional de una
estirpe. ¿Seguirá renaciendo?, la duda apremia mis años. Es de
noche. Núñez del Prado no dormiría, dice don Orestes, esa
nerviosa vigilia de ensueños previos a su fundación. Es de
admitir que se preguntaría ¿qué será de esta ciudad aún
increada? Duerme la tropa, los curas, actuarios y yanacones,
echados a la vera de un hilo de agua en el cauce ancho. Estaban
en invierno. Por ahí de junio. Por ende en el receso del estiaje,
bajo la luna enorme cuajada su luz en escarchas.
Los españoles concretan tangible ese espacio aludido por ahí
de las Navas de Tolosa, puro símbolos y mitos, rito y misterio,
camino a Salamanca, en un santuario al que cada vez los
españoles europeizados, llegan menos.
Nuestro espacio vive en no sé donde, distante no sé cuánto,
en el monte que me dice que algo me mira y no me miente, que
me atrae al abra donde flota la certeza de que recién alguien se
ha ido, en la melodía que arrebata los sentidos y pone fríos
repentinos en la piel, en la frase que una guitarra improvisa, que
la timidez del violín acompaña en puntillas y apura el retumbo
cardíaco del bombo. Y, de pronto, todo se reúne en una juntada
que estalla en “un coyuyal de ausencias”, eso, ¿qué es?, no sé.

Cuando escucho a dos cajas


cantar una vidala
un coyuyal de ausencias
se prenden en mi garganta.
Sin cuánto hay, muy en el fondo, allá detrás, nada de lo dicho
existiría; y sin la verbalizacion y el gesto de lo que porfía y sale,
pujando, no sabríamos de aquello.
Nadie habla. Es un himno. Se entiende sin entender del todo.
En silencio. Nadie aplaude. En ese cántico y en el baile, en la
chispa de sabiduría de la copla, en la forma y la madera de la
enramada y sus asientos, en el modo de estar, en las comidas y
bebidas, en los silencios, brota desde el subsuelo en la voz y el
ademán, una cultura densa y rica, de tan humana achispada de lo
divino, que por la memoria, se hace identidad. ¡Esos somos!
La curva del río que abraza la depresión, un huaico hondo
que podría copiar de Lope de Vega sobre la mujer que “a veces
da la vida / y a veces mata”, declinando de oeste a este, aseguró
agua para la tierra feraz, buena carne y mejores promesas. Los
indios, siguiendo el declive, costeaban el río y cada cinco
kilómetros asentaban vida humana. ¿Una o dos familias?, se
ignora. En una hora se comunicaban. La cadena de hallazgos
desenterrados atestigua que se alargaba, y se perdía, en el
lagunar y los bajíos, entre albardones en el que estribaba,
haciendo pie, la travesía.
halla una ciudad desolada. Los jesuitas echados por contrariar
el maltrato a los indios. Renace al regreso de los teatinos
en1611: se trazan calles, se alzan “casas patriarcales”, hay
producción y comercio, chacras a la vuelta. Pero, la asediaban
los indios desde el Chaco y el Bermejo. En el XVI, migran
familias, cunde el pesimismo, sin autoridades civiles ni
religiosas. Pasan “gobernadores como hojas de almanaque” y la
ciudad depende de Salta o de Tucumán. Los jesuitas son
expulsados. 1767.
Varias veces saqueada por los indios, con curas en harapos
procurando salvar las estructuras malbaratadas de sus templos,
quedan 76 propiedades, a lo largo de la Acequia Real (Avenida
Belgrano): once pertenecían a órdenes religiosas, doce no
registran el nombre de sus dueños, una era hospital y asilo, y el
resto de gentiles que alternaban entre la ciudad y otros centros
poblados. La calle principal iba de La Merced a Santo Domingo
(Urquiza). Las otras, borrado su trazo, ocupadas por la maleza y
el yuyal. Sin resignarse a extinguirse entre el polvo, llega al
XVIII.
Pero, de aquel día fundacional, ni sabemos las fechas, ni la
hora, ni ciertos estamos sobre los hombres y los nombres, hoy,
cinco siglos después, me hallo, insólito, confundido en la
extrañeza, en la alta noche, sin eco de sombras ni de voces,
repitiendo:
“Y, un buen día, todo empezó”.
Referencias:
Llajta Mauca (en quichua: pueblo viejo). Editorial Mundi.
Buenos Aires. 1940.
Judith Farberman y Raquel Gil Montero. Los pueblos de
indios del Tucumán colonial. UN de Quilmes. 2002,
Di Lullo. Santiago Noble y Leal Ciudad. 1947.
Roberto Delgado, Víctor Ledesma, Luis Alén Lascano, Mario
Cerón. Santiago del Estero. Recorrido por una ciudad histórica.
Edición de los autores.1995.
Raúl Trullenque, «Santiago, chango moreno».
Delgado, ob.cit.

Di Lullo, un relato fundacional. Eduardo José Maidana.


Lucrecia Editorial. Santiago del Estero, 2009.
La leyenda del Cacuy

Por Emilio Wagner


Traducido del Journal de la Société des Americanistes de
Paris T.VI, Fascículos I y II, 1906.

El cacuy es un ave de costumbres esencialmente nocturnas,


de plumaje gris como la sombra en la cual se complace en
vivir;
cruzan sobre su cuerpo de golondrina, largas alas de “ataja-
camino”. Su pico es chico, su boca enorme. Sus ojos grandes,
claros;
llenos de una expresión humana ocupan un tercio de su
cabeza. Su nombre proviene de su grito.
Jamás se lo ve volar en
las horas del día, se queda en los bosques más sombríos,
pegado
al tronco de un grueso árbol, en la anfractuosidad de algunas
ramas. Sólo levanta vuelo a la entrada del sol.
En las bellas y claras noches de luna llena, se puede a veces
descubrirlo encaramado en la extremidad de una rama seca,
derecho y perfectamente inmóvil,
parece una prolongación del
gajo muerto; sólo estando muy acostumbrado se lo puede
descubrir.
Su grito lo ha hecho legendario: imita exactamente el largo
llamado amoroso de una mujer de su país. Su timbre es claro,
el
sonido de la voz absolutamente humano, la queja triste,
desolada, lamentosa, se arrastra largamente bajo la bóveda de
verduras. En la calma de los grandes bosques, cuando en el
silencio de la noche se oye resonar ese triste llamado humano,

no se puede evitar el sentir una profunda impresión de


melancolía, aunque uno esté advertido que sale del pico de un

pájaro.
Ese sentimiento no es extraño a los rústicos habitantes de las
lejanas tierras de Santiago.
Muchas leyendas corren referentes a
ese pájaro fantasma.
Algunos dicen que la persona que lo ve por casualidad, muere

infaliblemente antes de acabarse el año;


otros pretenden que son
las almas de los antiguos caciques que lloran sobre sus tribus
destruidas y sus ricos territorios de caza arrebatados por el
extranjero.
Pero un viejo cazador y buscador de miel de meliponas,
“melero”, me contó al respecto esta curiosa leyenda.
Para él, el cacuy no se sino una mujer del país que la
desgracia visitó en la primavera de su vida.
Antaño, me dijo, vivían en los confines de los grandes
bosques, una joven mujer con su amante y su hermano.
Quería a su amante, adoraba la criatura que había tenido con
él y era sumisa y respetuosa con su hermano mayor cuyo
brazo
vigoroso y su destreza maravillosa mantenía abundante caza
en
su sencilla choza hecha con troncos de palmera. Ella era tanto

más sensible a esta riqueza cuanto que era muy golosa,


a decir
verdad, era para ella irresistible inclinación.
Cada mañana en el
albor del día, su hermano tomaba sus armas y salía a cazar,
mientras su amante se dirigía hasta el río vecino porque era él
un
hábil pescador.
Una tarde sin embargo, ni el amante ni el hermano volvían.
Ella, la morena hija de los grandes bosques, había hecho
adormecer su niño y luego masticaba lentamente un pedazo
de
venado. Al fin el cazador llegó, cansado,
quemado por el sol de
fuego, rasguñado todo por las espinas.
La caza debía haber sido
dura, pero con seguridad fue infeliz,
ya que los fuertes hombros
del cazador no se doblaban bajo el peso de un venado o de un
pecarí y sus manos estaban vacías.
La joven mujer sintió una viva contrariedad y sin levantar la
cabeza siguió comiendo en silencio su pedazo de venado. Su
hermano,
habiéndose sentado sobre un tronco de árbol delante
de la puerta de la choza, le pidió algo para comer, pero ella,
escuchando sólo su glotonería siguió comiendo el pedazo de
venado que tenía en la mano y que era todo lo que quedaba de

su provisión.
Cuando hubo roído el último hueso se levantó llena de
disgusto y escuchando sólo el mal consejo de su gula le tiró el

hueso a su hermano y olvidando todo respeto le dijo:


“Aquí está
lo que tengo para dar a un «cazador» como vos”. Y agregó al
sarcasmo el insulto diciendo:
“Felizmente mi amante va a volver
cargado de pescados,
pues veo que tu caza no nos va a dar nada
para comer”.
El hermano sintió vivamente la ofensa; sin embargo, se
levantó sin decir nada y tomando solamente su cuchillo se
internó en el bosque vecino.
Después de un momento, he aquí que sale del bosque y
vuelve con paso alegre hacia la choza, diciendo a la hermana,
como si hubiese olvidado todo: “Ven pronto conmigo, he
encontrado un hermoso nido de lechiguanas en la copa de un
árbol y vamos a comer miel”.
Rápida, la joven mujer siguió a su hermano al bosque hasta el

pie de un árbol en cuya cima veíase un gran nido de


“meliponas”.
Olvidándose de que “el buey manso también patea fuerte
cuando está enojado” subió ella primero queriendo comer
miel,
por la cual era loca. Su hermano la siguió silenciosamente de
rama en rama,
pero cuando la vio entregada a su gula en la copa
del árbol, comenzó a bajar despaciosamente cortando con su
gran cuchillo todas las ramas a ras del tronco y se fue.
Pasando cerca de la choza se agachó y levantó el hueso que
su hermana le había tirado poco antes.
Se dirigió a la orilla del
río donde pescaba el amante de su hermana y habiéndosele
acercado tranquilamente mató al hombre de una puñalada en
pleno pecho con su gran cuchillo,
luego le atravesó en la boca el
hueso que le había tirado la joven,
lavó en el río sus manos y su
cuchillo, volvió a poner este en su cintura y se perdió en la
espesa floresta. El Espíritu del Mal que había guiado su
venganza dirigió para siempre sus pasos lejos de esos tristes
lugares.
Pero la noche se acercaba, la sombra invadía la tierra, sola, en

la cima de ese árbol elevado, la joven morena, inquieta,


desconsolada, dejaba escapar largos quejidos llamando a su
amante.
Pero el pescador dormía con los ojos al cielo, con un hueso
maldito a través de la boca y la arena de la playa acababa de
beber toda su sangre.
Asida a una rama, inclinada sobre la negra selva que
cebraban ya los fuegos verdes de los insectos, la joven
enloquecía.
Sentía claramente llorar su criatura abandonada en
la choza y su corazón se partía cada vez que oía gritar al zorro
o
rugir al puma.
Las horas pasaban, toda esperanza se desvanecía, la sed más
ardiente sucedió al dulce sabor de la miel activamente comida
y
la devoraba. Entre dos últimos gritos de llamado, su pobre
corazón hizo sentir este supremo deseo: “¡Ay de mí, que no
tengo como un pájaro alas para volar hasta ustedes, ojos para
verlos en la noche y voz para llamarlos
todavía!” Y sus manos
amortiguadas no pudiendo más sostenerse, inclinada hacia la
choza donde lloraba la criatura se dejó caer.
El Espíritu de los Grandes Bosques que guía al cazador en la
selva profunda y a menudo juega a la luz de la luna sobre el
liviano follaje en la cima de los grandes árboles,
oyó este voto
supremo.
No dejó que el cuerpo moreno y suave de la mujer se
destrozase en el suelo. Le dio alas,
le dejó grandes ojos humanos
que ven en las tinieblas y le conservó su voz que llama en
vano a su amante. Él no le puede contestar, está muerto,
con el hueso
de venado atravesado en la boca.
Ella es la que desde entonces, en las claras noches del verano,

llora en el fondo de la selva su felicidad pasada, su criaturita


abandonada y su amante perdido.

Nota de Haydée Wagner de Costas (hija de Emilio Wagner):


Siempre oí hablar de dos personajes, la india y su hermano y no
faltó quienes les adjudicaron connotaciones de un amor
perverso; pero si se analiza detenidamente esta versión, se verá
que todo cae bajo una lógica muy racional. Primero porque los
personajes no son dos, sino tres -o más bien cuatro:
) Cacu-Cacuy (mi cacu, el marido).
) Turay (mi hermano).
) La india.
) Su bebé.
A mi ver, la india había encontrado la forma de vivir bien,
atendida por su marido (pescador) y por su hermano (cazador).
Lo cual la volvió tiránica y egoísta.
Cuando se vió presa en la altura, sintió pánico pues allá en el
rancho quedaba su pequeño hijo dormido... ¡Y ni el marido
Cacuy ni el hermano (Turay) respondían a sus llamados! De ahí
su pedido de alas, a los dioses de la selva, para elevarse por
sobre la oscura fronda, donde ya se oía el rugir del puma, el
jaguar y las demás voces amenazantes de la noche. Así, pues, los
dioses le respondieron convirtiéndola en ave.

Nota del Editor: Esta singular versión de la Leyenda del


Cacuy fue publicada, por primera vez, en la sección documental
del libro Historia de Icaño, de Julio Carreras, Comisión
Municipal de Icaño, 2007.
La Sabana Santa en Santiago del Estero

Por: Marcelo Urtubey

(Fragmentos)

Aproximadamente hacia el año 1500 estando la Sindone ya


bajo propiedad de la Casa Real de Saboya se inicia la sistemática
tradición de reproducir la Sagrada Reliquia, considerando
además que en esta época también se empieza a exponer y
mostrar el Lienzo a la devoción publica. En 1506 el papa Julio II
establece el 4 de mayo “Ineuco Crucis”, solemne día de
veneración y oficio de la Sindone celebración a la que asistían
de todas partes de Europa. [1]
Usualmente las reproducciones eran enviadas a conventos,
iglesias y monasterios como icono sagrado o para jornadas
especiales del calendario litúrgico. En otros casos eran
obsequiadas a familias nobles como solemne presente o hechas
“a la riquesta”.
Existen documentadas copias con medidas similares al
autentico Sudario pintadas sobre lienzos u otros géneros y otras
tantas de diversos tamaños y características. De hecho, la copia
mas antigua conocida que se conserva en la actualidad,
resguardada hoy en la iglesia Saint Gommaire del pequeño
pueblo belga de Lier, mide 1.47m de largo por 0.33 cm de ancho
en contraste con las medidas reales de la Sindone de 4.36x1.
10m. Esta copia según consta en la tela data del año 1516
atribuida mayoritariamente al pintor flamenco Bernard Van
Orley aunque otros investigadores sostienen es obra de Albretch
Dürer, ambos pintores de la corte de Maximiliano de Austria
(1493-1519).
De las aproximadamente 110 copias conocidas, una
importante cantidad de ellas estan datadas sobre la pieza por lo
que ha sido posible establecer un orden cronológico aunque
multiples reproducciones no incluyen datos sobre su antigüedad
por lo que este orden será siempre provisorio y tentativo.
Luigi Fossati menciona detalladamente 70 de ellas
conservadas en la actualidad en distintas parroquias, monasterios
y catedrales alrededor del mundo. Por su parte el autor Duque
Torres contabiliza 91 ejemplares aunque observa la destrucción
(como ocurrió durante la Revolución Francesa con varias piezas)
o destino desconocido de algunas copias.
La simple observación de las diferentes copias evidencia que
antes de ser concebidas como obras pictóricas técnicamente
equilibradas eran piezas en realidad elaboradas con pías
intenciones de un notable carácter devocional a lo que podía
visualizarse en el Lienzo original. Sin descontar el hecho que
cada vez con mayor énfasis se confirma que es la
irreproductibilidad de la imagen de la Sindone, que carece de
contornos, detalle imposible de lograr en una pintura.
Una excepción estética es la obra de Enrico Reffo que en
ocasión de la ostención de la Sindone de 1898 pinta una acuarela
del rostro (sacri volti e veroniche) considerada una de las obras
artísticas mas bellas y fieles existentes inspiradas en las
imágenes del Sudario.
Otra característica de las copias son los textos gradados en la
tela. El mas común de ellos era “EXTRACTUM EX
ORIGINALI” que figura en numerosas reproducciones pintadas
durante el siglo XVII donde coinciden varios autores se hicieron
la mayoría de las replicas (Extractum Ex Originali Tavrini, copia
de Acireale-Catania, Basílica San Sebastián, Italia, año 1644;
copia Fabriano-Ancona, Iglesia Santa Catalina, Italia, año 1646)
Otras inscripciones, “SACROSANTA SINDONIS VERE
EXPRESA IMAGO” (Inzago-Milán, Iglesia Sta Maria, Italia,
año 1578-81), “ESTE ES EL VERDADERO RETRATO DEL
SANTÍSIMO SUDARIO SACADO DEL ORIGINAL DE
TVRIN” (Torres de Alameda-Madrid, Iglesia Parroquial,
España, año 1620), “CAVATO DAL ORIGINALE EN TVRINO
ANNO 1620” (Lisboa, propiedad de Don José Falcao, Portugal,
año 1620), “SACADO DEL ORIGINAL EN TVRIN” (Logroño,
Catedral Sta Maria la Redonda, España, año 1623), “AB
ORIGINALI NVPER ABSTRACTUM TAVRINI ANNO
DOMINI 1650” (Turín, copia privada, Italia 1650).
La mencionada copia de Lier tiene un extenso texto en latín
en la parte media del centro de la tela que narra detalles del
calvario y a lo largo de ella en todo el borde inferior un informe
en alemán sobre su llegada a la abadía de las Hermanas
Cistercienses de Lier (Remi Van Haelst, “Las Manchas Rojas en
la Copia de Lier y Otras Replicas”, CIELT Simposio de Niza,
1997).
El texto que aparece en la Sabana Santa santiagueña
“VERUM SACRAE SINDONIS EXEMPLAR ASSERVATAE
TAVRINI” parece no ser usual.
Adicionalmente otros textos que brindan información sobre la
pieza figuraban en las pinturas. Es común encontrar algunos
ejemplares donde constan leyendas que afirman que la replica
estuvo en contacto con la Sindone.
En la replica española de la iglesia parroquial de Navarrete
datada en 1568 se lee “...ESTATA DISOPRA...” y en otra copia
del mismo año y país del Monasterio de la Virgen de Guadalupe
“...QUESTA PICTURA ESTATA DISTESA DISSOPRA...”
Ambas copias hechas a pedido. Otro ejemplo en España es la
replica de la Iglesia de Torres de Alameda “...Y TOCADO A
EL...” datada en el año 1620 y en Italia una copia con la
explicita leyenda “....CONTACTO PROTOTIPY
CONSECRATUM ARCHIESPICOPI MANU...” (Nápoles,
Monti Ponti Rossi, 1652) Esta inscripción en latín alude a que la
copia estuvo en contacto con la Acheropita, un termino que
deriva del griego y alude a la Sindone como “no hecho por obra
humana”.
Si bien las copias eran ejecutadas de manera solemne y
requería autorización expresa de la Casa Saboya (de hecho en
500 años se conoce un numero menor de copias) era habitual
poner en contacto por cierto tiempo las pinturas con la Sindone.
De esta manera las obras se consideraban santificadas y por
haber tocado el Santo Lienzo se convertían en “genuina
reliquia”. Así fue llamada, por ejemplo, la copia de Carmelo San
Giuseppe de Moncalieri (Italia, 1634) al ser posada sobre la
Sindone por Monseñor Fossati (homónimo al autor) en la
ostencion de 1933.
Paul C Maloney (Arqueologo, Director de ASSIST,
Association Of Scientists and Scholars for the Shroud of Turin)
dice que era una costumbre que seguía el concepto de “brandea”,
es decir, marcaba en un sentido simbólico las piezas.
Para ampliar este concepto "brandeum" era una idea bizantina
que buscaba "dignificar" las obras iconograficas
constantinopolitanas incorporandoles partes de la autentica
reliquia, de hecho a la Sindone le faltan tiras enteras de tejido
que le fueron cortadas en esta epoca con este proposito
(Comision Informe Lienzo de Turin - Argentina).
De la tergiversación oral a través de los siglos de esta practica
deriva la idea de que algunas reproducciones recibieron las
imágenes “ad tactum” es decir de manera milagrosa por haber
estado en contacto con el Lienzo de Turin. Esta teoría era
sostenida tradicionalmente sobre el origen de la Sabana Santa de
Santiago del Estero y por otras tantas copias en el mundo si bien
no tiene fundamento alguno. Este dato no deja de lado la
probabilidad de que la tela santiagueña haya cobijado la Sindone
después del incendio de 1532 y hasta 1534 (o mas) cuando las
hermanas Clarisas intervinieron en el Lienzo y luego esta tela
haya sido usada para elaborar una copia. De seguro la replica de
Santiago del Estero es posterior a 1534 considerando que en
nuestra tela figuran las representaciones de los parches
triangulares y otros remiendos que datan de mayo de ese año.

[1] Es oportuno clarificar aquí los diferentes términos que se


usan para referir al Lienzo de Turín. Sindone es como
invariablemente los italianos llaman a la reliquia, deriva del
griego sindon y alude a una pieza de tela que puede ser usada
como mortaja fúnebre de acuerdo al rito judío. Técnicamente,
Sudario es una tela cuadrangular con la impronta del rostro de
Jesús que según dice la tradición y los evangelios era también un
objeto utilizado para cubrir especialmente el rostro del cadáver.
El termino no es indistinto, aunque suele usarse para referir el
Lienzo en su totalidad especialmente (e impropiamente) en
español y frances.
Según la tradición el Sudario que se conserva en la catedral
de Oviedo, España, seria el que cubriera el rostro de Jesús junto
al Lienzo de Turín (CES).
Otras acepciones son mortaja, sabana santa, y manto,
generalmente aceptados.

Análisis descriptivo y notas históricas

La Sabana Santa de Santiago del Estero parece no tener otras


inscripciones además de la leyenda "VERVM SACRAE
SINDONIS EXEMPLAR ASSERVATAE TAVRINI", que le
atribuye ser un ejemplar autentico de la verdadera Sindone que
se resguarda en Turín. Esta inscripción parece pintada o
estampada sobre la tela. A simple vista es de un color negro
intenso probablemente derivado del oxido de hierro o alguna
otra substancia mineral o vegetal usados en la antigüedad para
elaborar ese tipo de pigmentos. Sobre el texto en particular, en la
palabra SACRAE la letra “a” segunda esta disminuida en
relación a la “e” y unida a esa letra en la parte inferior detalle
que se reitera en la palabra ASSERVATAE. Esta característica en
la arquitectura de las palabras aparece también en la copia
española de la Parroquia de Torres de Alameda del año 1620 en
la palabra RETRATo y SANcTISSIMO tal como aquí lo escribo.

Era habitual esta sintaxis del diptongo latino ae ya que en


diversos textos grecolatinos se observa este mismo detalle.
Sobre el particular el Dr. Raúl Lavalle, Director del Instituto
de Estudios Grecolatinos de la Pontificia Universidad Católica
Argentina (UCA) comenta que en determinado momento de la
epigrafía latina medieval era común la ligaturae (ligadura) de
letras.

Texto a lo largo de la sección frontal; VERVM SACRAE


SINDONIS...
Texto a lo largo de la sección dorsal ;
EXEMPLAR ASSERVATAE TAVRINI

Las medidas de la tela santiagueña son de 2.25m en su parte


frontal, 2.20m en la sección dorsal y 0.98m de ancho. En la parte
inferior de la tela se nota un agregado de aproximadamente 0.5
centímetros de un genero de lienzo reseco por el paso del
tiempo. En el costado derecho parece tener en todo el largo de la
pieza una banda similar de menos de 0.4cm. En este sector de la
tela en el área de la línea longitudinal izquierda que atraviesa
toda la tela, el genero esta ligeramente mas oscuro que el resto
de la tela.Los agregados de 0.5 y 0.4 cm mencionados es factible
se hayan colocado en algún momento para lograr que la sabana
encastre en el relicario que la conserva. La parte superior de la
tela parece haberse descolocado del ajuste que la mantenía unida
la caja del relicario por lo que al no mantener la tensión se han
formado pliegues a la altura media baja de la copia. Se perciben
multiples manchas de humedad, agua y alguna otra sustancia
sobre la copia que parecen ser de muy vieja data. También son
notables pequeñas marcas del uso de chinches en la parte lateral
superior derecha.
La imagen es de 1.82m, la cabeza mide 22x16cm y de
hombro a hombro 48cm, aproximadas a las de la Sindone. La
obra refleja una tenue impronta que el paso los siglos y la
manipulación ha vuelto de una coloración bermellón débil.
Como muchas otras copias probablemente haya sido pintada con
pigmentos derivados del oxido de cobre o el vermilion
denominación en pintura que se da al color rojo anaranjado (o
rojo cinabrio) que provenia del sulfuro de mercurio. La artista e
investigadora hungara Isabel Piczek dice que el vermilion
medieval era usado para crear obras que no estuvieran expuestas
a los elementos por sus cualidades inestables ya que en estos
casos el color progresivamente derivaba en tonalidades mas
oscuras (Isabel Piczek,"Es el Lienzo de Turin una Pintura?"
Simposio de Roma, 1993).
En la parte media de la frente se nota sutilmente las marcas
de la corona de espinas. La herida del costado derecho muestra
un reguero exagerado de sangre como en la mayoría de las
reproducciones. La mano izquierda se encuentra posada sobre la
derecha y se observa la marca del clavo en la primera, en la parte
cercana a la muñeca lo que es anatómicamente coincidente con
la Sindone. Los pulgares no se ven por la retracción del músculo
por efecto de los clavos. En ambos antebrazos de la imagen de la
Sabana Santa se observan los regueros sanguíneos que
provenían de las muñecas estando Jesús crucificado. Varias
manchas que cruzan toda la tela a lo ancho en la parte baja no
permiten visualizar con claridad las llagas de los pies que se
encuentran ligeramente uno al lado de otro.
En la parte dorsal se notan regueros en la espalda
representando la flagelación. También es visible en la cintura
marcas de la cuerda que unía el patibulum a la pierna. Este
detalle que coincide con la Sindone no esta representado en la
mayoría de las copias.
Las líneas longitudinales producidas por el incendio en 1532
estan representadas al igual que los parches triangulares y otros
remiendos que aparecen en la parte frontal y dorsal del Sudario
de Turín.
La Sindone en su sección frontal tiene 8 parches triangulares,
la Sabana Santa santiagueña tiene representados 6. Por alguna
razón no fueron pintados los superiores mas cercanos a la
imagen. Este detalle se repite en la replica de San Lorenzo de el
Escorial de Madrid, año 1567 atribuida al sacerdote de Sainte
Chapelle de Chambery.
La descripción de la Sabana Santa revela un alto índice de
correlación con la Sindone superando a muchas replicas. En
1984 el prestigioso escritor y estudioso del Sudario el padre
jesuita Jorge Loring SJ opinaba en una entrevista para la radio
española que la copia argentina es una de las mejores existentes.
Recientemente, el Padre Loring me ha confirmado su
observacion sobre la calidad de la tela santiagueña.
El genero de la Sabana parece un tipo de taffeta coincidiendo
con el hecho que varias copias fueron elaboradas en este tipo de
tela. Si bien actualmente en general la taffeta es una tela común,
en el medioevo era fabricada en hilo de seda. Si fuera factible
que la Sindone después de 1532 es envuelta en mantos para
resguardarla y posteriormente se usaran estos mantos para hacer
pinturas, es muy probable que se usaran para este fin géneros
considerados de gran calidad según los cánones medievales, que
no era el caso del lienzo y el lino de usos mas bien prácticos. De
hecho, en diversas imagenes disponibles de la uma que aun se
conserva en la que fue trasladada la Sindone de Chambery a
Turin se ven acompañando el cofre telas de saten o taffetas que
seguramente preservaban la Sagrada Reliquia.
La trama de la tela es rectilínea. La forma de las arrugas que
se han producido denota que muy probablemente como
deciamos sea un tipo de genero elaborado con fibras distintas al
lino o el lienzo, muy resistentes y rígidas.
El ingeniero químico belga Remi Van Haelst ya referido en
este trabajo, relata que la copia de Lier fue pintada sobre una
taffeta genovesa ligeramente amarillenta para reflejar vejez en la
pieza. Esto era habitual en la ejecución de las replicas para
generar un efecto visual que evoque las características de la
Sindone.
Si bien hemos referido algunas coincidencias de la Sabana
santiagueña con otras replicas aun no hemos identificado un
artista concreto involucrado en su ejecución.
En el plano histórico es útil recordar algunas circunstancias
de la evangelización en el Tucumán y su interrelación con la
llegada de la Sabana Santa.
En 1570 el papa Pió V (1566-1572) erige la diócesis del
Tucumán primera en territorio argentino con silla episcopal en
Santiago del Estero a la sazon primer ciudad y asentamiento
español permanente en estas tierras establecida en 1553. Aunque
se habían hecho intentos por enviar obispos anteriormente recién
en 1577 Felipe II encuentra en Francisco de Victoria un
candidato apropiado y dispuesto. En ese mismo año el monarca
español otorga a Santiago un titulo de nobleza y escudo de
armas.
Resulta notable que esta diócesis en el extremo sur de
América haya sido considerada merecedora de poseer una
replica de la Sindone considerando que en 1511 se establecieron
las primeras en el continente siendo estas Santo Domingo y San
Juan de Puerto Rico y posteriormente aproximadamente veinte
diócesis (Morales Padrón) fueron fundadas desde México a
Lima entre este año y 1570 que Pió V erige la del Tucumán.
A excepción de Puebla en México, en el otro extremo de la
América latina, ninguna de ellas fueron depositarias de replicas
del Lienzo.
Pió V era dominico al igual que Victoria. Este pontífice abre
el periodo barroco seguido por Gregorio XIII, Sixto V y
Clemente VIII que significan para la iglesia un nuevo tiempo de
pontífices militantes y comprometidos con la verdadera causa.
Este Papa fue quien sentara las bases para lo que fuera mas
adelante la Congregación para la Propagación de la Fe, tan
importante en aquel tiempo de cismas como lo es hoy en este
tiempo de relativismos la Congregación Para la Doctrina de la
Fe, de donde sale el actual pontífice. Cabe destacar en este
punto, que siendo Prefecto de esta ultima Congregación, el
actual Papa Joseph Ratzinger integro la Junta de Honor del
Congreso Mundial Sindone 2000 de Orvieto (Italia, 27,28,29
Agosto 2000).
Pió llega al papado de la mano de San Carlos Borromeo
(1538-1584) arzobispo de Milan, que fuera además su consejero
durante el pontificado. Devotísimo de la Sindone, Carlos
Borromeo fue la causa por la que Emanuel Filiberto trasladare la
Sindone definitivamente a Turín en 1578 que permitía que
Borromeo, muy débil de salud, venerara la reliquia evitándose
cruzar los alpes.
Pió V propicia la Liga de España y Venecia que vence a los
turcos otomanos en la histórica batalla de Lepanto del 7 de
octubre de 1571. Juan de Austria, medio hermano de Felipe II, es
enviado como comandante supremo de la flota. Dirige la batalla
envuelto su torso en una copia de la Sindone obsequiada (y
mandada hacer) por Pió V. Copia que aun se conserva en el
Convento de los Agustinianos Santo Sepulcro en Alicante,
España.
Mientras transcurre el enfrentamiento Pió reza a Maria en su
devoción del rosario. Al enterarse de la victoria establece la
celebración Sra. de la Victoria, festividad que Gregorio XIII
cambia a Nuestra Señora del Rosario como la conocemos hoy.
Gregorio XIII (1572-1585) confirma a Francisco de Victoria
como obispo del Tucumán en 1578. Este papa por lo demás, da
un apoyo definitivo y esencial a la labor de los jesuitas en
Europa y las misiones creando academias y universidades
siguiendo las doctrinas de Ignacio de Loyola.
En 1582 llega Francisco de Victoria a Santiago del Estero
junto con los padres OP Fco Vásquez y Fco de Solís. Poco antes
había consagrado desde España la catedral santiagueña, primera
en territorio argentino.
Fray Rubén González OP, historiador dominico, dice que en
1588 se funda el primer convento de la Orden en Santiago
aunque por falta de personal para sostenerse se traslada a
Córdoba (Communio, Vol XVIII, España 1985). De hecho,
desbordado en su labor misional Victoria que también gozaba de
una excelente relación con los jesuitas, solicita el envió de
hermanos de la Compañía de Jesús cosa que ocurre en 1585 y es
sin duda el promotor de su llegada e introducción a territorio
argentino.
La hipótesis apenas esbozada por los historiadores
santiagueños sobre la fecha de llegada de la Sabana podría verse
reforzada por estos datos históricos.
Es posible que la fecha de 1578, mencionada como referencia
a la llegada de la replica a Santiago, no tenga relación con el
traslado de la Sindone de Chambrey a Turín sino con la
designación de Victoria como representante oficial de la Santa
Iglesia en la región del Tucma. En algún momento el obispo
podría haber gestionado el envió de una copia de la Sindone para
el convento de la Orden en 1588 o en su defecto la haya traído
consigo al asumir la silla episcopal en 1582.
Remi Van Haelst en “Las Manchas Rojas En La Copia de Lier
y Otras Replicas” trabajo presentando en 1997 en el marco del
Simposio de Niza (14-17 Mayo) organizado por CIELT (Centre
International D Etudes Sur Le Linceul de Turín) alude a la copia
santiagueña como “enviada por Felipe II, Rey de España, al
convento de Santiago del Estero” sin embargo la referencia por
lo demás es muy confusa.
El relato de Prospero Bonafamiglia sobre la pintura
obsequiada por los Saboya a Felipe II es interesante
considerando que la mayoría de las replicas españolas están
documentadas no habiéndose encontrado la que relata este
escritor.
Recordemos que el Obispo Victoria al finalizar su misión
episcopal en estas tierras en 1592, envió desde España las
imágenes de Nuestra Señora del Rosario para Córdoba y Cristo
Crucificado para la iglesia Matriz de Salta, que actualmente se
conoce como el Señor del Milagro de Salta.
Ambas devociones constituyen las mas antiguas de estas
ciudades.
La hipótesis que la Sabana Santa santiagueña llegara en poder
de los jesuitas podría ser posterior al año 1600 y mas cercano a
la labor del Colegio Seminario impulsado por el obispo
Fernando de Trejo y Sanabria (1597-1613) que diera un
importante impulso a la labor educativa de la Compañia de Jesus
en Santiago del Estero.
Este obispo franciscano, segundo con sede en Santiago del
Estero, organizo los primeros sínodos y creo el colegio
seminario en esta ciudad, antecedente inmediato de la
Universidad Nacional de Córdoba, primera en Argentina. Los
jesuitas de retiran de Santiago del Estero en 1610 por presión de
los encomenderos (Sierra V, Historia de la Argentina, Tomo II,
1956) regresando en 1611 por pedido de Fray Fernando de Trejo
y Sanabria para que se hicieran cargo del Colegio Seminario y
por gestión del gobernador santiagueño Luis de Quiñónez y
Osorio (1611-1619) preocupado en elevar el nivel cultural de la
provincia. El 16 de diciembre de 1611 se inaugura en Santiago el
colegio seminario Santa Catalina Virgen y Mártir si bien tenia
serias dificultades para financiarse. En ese acto el obispo Trejo y
Sanabria hizo donación de todos su bienes a su fallecimiento
para dotar a este colegio de rentas suficientes. A su muerte, en
1613, se traslado este colegio a Córdoba y con estos recursos se
inicia el camino hacia la primera universidad nacional.
Sin embargo es de observar la relacion que tenia el Obispo
Victoria que como dijimos los introduce a estas tierras en el año
1585 y la copia podria haver llegado hacia esta epoca.
Don Martín Maria Morales SJ, director del Instituto Histórico
de la Compañía de Jesús en Roma (IHSI) y Don Ignacio García
Mata SJ, actual representante de la Compañía para el Patrimonio
Cultural Jesuítico en Argentina, me han referido no conocer
datos concretos sobre si la reliquia santiagueña llegara en manos
de hermanos jesuitas.
Los historiadores santiagueños coinciden que a partir de 1767
ya la trayectoria de la Sabana santiagueña empieza a estar
documentada.
Recién a partir de este año se encuentran pruebas
documentales concretas de la existencia de la Sábana Santa en
tierra santiagueña a raíz de la expulsión de los jesuitas de
América por Carlos III. Esta circunstancia obliga a la Compañía
de Jesús a entregar sus bienes en este territorio quedando bajo la
Junta de Temporalidades y Cabildo la administración de los
mismos. Orestes Di Lullo (1953) afirma que en el inventario que
hace la Orden figuraba la Sabana Santa que en primer termino
quedo en manos de Don Nicolás Villacorta y Ocaña y su esposa
Maria Josefa de Uriarte, depositarios de los bienes jesuitas. En el
Archivo Conventual de Santiago, citado en “Hoja Santiagueña”
(HS Nº 124, mayo 1934) se lee un extracto de aquella
circunstancia:

Ytte. La reliquia de la Sabana Santa que corre a devoción del


actual juez de la Comisión Don Nicolás Villacorta y Ocaña y
Doña Maria Josefa de Uriarte cuya adoración se verifica a
expensas de dichos devotos el Viernes Santo desde el toque de la
oración hasta el amaneciendo del día subsecuente del Sábado
Santo.

Poco después por autorización verbal de esta junta (Di Lullo,


1960) pasa a manos de la patricia familia santiagueña Díaz Gallo
hasta 1795 que la Orden de los Dominicos se instala
definitivamente en el actual templo Santo Domingo que fuera la
antigua propiedad de los jesuitas. En las Actas Capitulares
santiagueñas del año 1793 consta que se decide la traslación de
los padres predicadores al antiguo solar de los jesuitas, cosa que
se concreta efectivamente en febrero de 1794 (Actas Capitulares
de Santiago del Estero, Tomo V, Pág. 46, abril 1793, Academia
Nacional de Historia)
Los historiadores locales refieren que en las Actas Capitulares
de 1795 figura la Sábana en el inventario de la propiedad jesuita
que pasa a manos de los dominicos. En aquel momento estaba
en custodia de los Díaz Gallo que por aquel tiempo vivían al
frente del templo, actualmente Museo Histórico de la Provincia,
y fue reclamada por la Orden que encontró resistencia en la
familia Díaz Gallo para renunciar a su custodia (Díaz de Raed S.
1977).
Concretamente la reliquia es mencionada en un inventario
que recibe en el año 1790 el Alcalde de 2do Orden y designado
en la ocasión Juez Privativo de las Temporalidades Nicolás
Villacorta y Ocaña. Entre el 1 y 13 de marzo de 1790 se ejecuta
un relevamiento de las existencias, documentos, propiedades y
papeles de los jesuitas que estaban bajo administración de la
Junta de Temporalidades (disuelta) para entregarlas a Villacorta
y Ocaña.
“...La casa y colegio de los referidos regulares expulsos
(jesuitas) con su correspondiente iglesia, cuatro patios,
refectorio, huerto con diez naranjos y la torre con cinco
campanarios cuyos edificios se hayan muy deteriorados y
algunos amenazando ruina...”
A continuación en el detalle del extenso inventario se lee:
Ytte. La reliquia de la Sabana Santa.

El acta capitular es firmada por Joseph de Erquicia, Alcalde


de 1er Orden; Don Nicolás Villacorta y Ocaña; y dos testigos,
Lorenzo Gonzebat y Josef Antonio Mur (Revista del Archivo
Santiago del Estero, Tomo XII, pags 10-17, 1929, Museo
Historico de Santiago del Estero)
Hacia el año 1903 los dominicos toman custodia definitiva de
la reliquia que había sido llevada a Tucumán.
En julio de 1902 al morir Doña Ciriaca Gallo, ultima
sobreviviente de los once hijos de Don Pedro Díaz Gallo y Doña
Manuela Ispizua, sus parientes reclaman derechos y llevan la
reliquia a la vecina ciudad.
Los dominicos y devotos santiagueños resentidos por esta
actitud inician gestiones para recuperar rápidamente la pieza.
Doña Elmina Paz de Gallo que había sido esposa de
Napoleón Gallo hermano de Ciriaca, y fundadora en Tucumán
de la Congregación de las Hermanas Dominicas del Santísimo
Nombre de Jesús en 1886, restituye la Sabana Santa a los
dominicos santiagueños.
Anterior a 1767 no se han encontrado registros de la Sabana
que podría haber estado al resguardo de los Padres jesuitas.
Bajo la custodia de los dominicos la Sábana Santa queda
resguardada. Ya a principios del siglo XX, se hacian oficios para
venerar la reliquia en el templo. En la Semana Santa del año
1902, se encuentran testimonios que se exponía la pieza para su
adoración (Diario El Liberal, 26 Marzo 1902, archivo microfilm
Nº 7). En la “Hoja Santiagueña” publicación de información y
doctrina de los dominicos en Santiago entre 1924 y 1955, consta
el antecedente que la Sabana era sacada del templo en la
procesión del Viernes Santo junto la antigua imagen del Amo
Jesús y recibía tambien devoción de los santiagueños durante
toda la Semana Santa. En 1925 se forma una Comisión pro
Sabana Santa (textual) para obtener fondos para su preservación
y resguardo (HS Nº15, julio 1925). Esta comisión con la
presidencia de Doña Mercedes Olaechea y Alcorta de Olivera,
Doña Mercedes Alonso de Yolde y una veintena de damas
santiagueñas, gestiona la colocación de la reliquia en un relicario
de vidrio y madera a principios del año 1928.
El 4 mayo de 1954 los dominicos establecen y celebran por
primera vez la Festividad de la Sabana Santa en Santiago (HS,
Nº 321, 1954) Recordemos que en esta fecha del año 1506 el
Papa Julio II instaura Ineuco Crucis, día especial de adoración y
solemnidad de la Sindone en Chambery, fiesta que aun se
mantiene en Turin. Con el tiempo esta celebración se ha ido
desdibujando en Santiago del Estero.
Posteriormente la Sabana se ha ubicado horizontalmente en la
pared lateral derecha del Templo y en 1986 es colocada en la
llamada Capilla Santiagueña, a la derecha del altar principal,
junto con otras reliquias del pasado histórico religioso de la
ciudad. Actualmente el mismo relicario esta instalado en forma
vertical posibilitando su rotación para visualizar la pieza en su
parte frontal y dorsal.

http://www.sabanasanta.blogspot.com/ Marcelo Urtubey, Abril 2008.

La Revolución de 1810

Por Luis Alén Lascano

En Santiago del Estero, junio habría de ser el mes definitorio


de los acontecimientos favorables a la Revolución de Mayo.
"Las noticias de los sucesos de Mayo llegaron a Santiago del
Estero por medio de viajeros que salieron de Buenos Aires
cruzando el país de sur a norte en los primeros días de junio",
sostuvo el historiador Alfredo Gargaro.
Y el 10 de junio se asentaba en forma oficial que el alcalde de
Primer Voto, don Domingo Palacio, como único miembro del
Cabildo presente entonces en la ciudad, daba cuenta de haber
recibido por el correo ordinario dos comunicaciones de Buenos
Aires, del Cabildo porteño y de la junta gubernativa, que avisaba
haberse constituido como autoridad suprema a consecuencia de
los sucesos de la Península y la renuncia del virrey Cisneros.
Ante la sugestiva ausencia de los restantes capitulares, el
alcalde Palacio dejó constancia de esa recepción y mandó citar a
todos los miembros del cuerpo para resolver la complcicada
situación que debía afrontar.
Esa reunión recién pudo celebrarse el 25 de junio, constando
en el Acta respectiva el haberse tratado "el oficio que el Exmo.
Cabildo de Buenos Aires en que manifiesta a las ciudades
interiores la instalación de la Junta Provisional Gubernativa" por
lo que solicitaba la elección de un representante santiagueño
para decidir sobre la forma de gobierno.
Y en otra correspondencia, el gobernador intendente de
Córdoba por la posta del 17 de junio transmitía buenas noticias
llegadas de España, con la oculta intención de concitar
adhesiones a su causa, y por último, del gobernador intendente
de Salta don José de Medeiros que el ex virrey Cisneros repuso
en el cargo.
Los cabildantes resolvieron cautamente "que se suspenda por
ahora toda determinación hasta que resuelva como jefe
inmediato el señor gobernador interino de la provincia, deseando
este ayuntamiento el mejor acierto".
Si bien podía durarse de una resolución definitoria, el Cabildo
debía proceder cuidadosamente ante la incierta y un tanto
contradictoria situación que traían las noticias recibidas en
Santiago del Estero. No debe olvidarse que los rebeldes
cordobeses recién dejaron esa capital el 31 de julio y en esos
momentos parecían todavía fuertes en ella, con una peligrosa
cercanía geográfica al territorio santiagueño.
Además, en el orden institucional, Santiago dependía de la
Gobernación Intendencia de Salta, juntamente con Tucumán,
Catamarca y Jujuy. Y las disidencias localistas todavía
mantenían sus divisiones salteñas y se disputaban la gobernación
don Nicolás Severo de Isasmendi, nombrado por el ex virrey
Cisneros y reemplazado el 9 de junio de 1810 por el coronel
Joaquín Mestre, que no llegó a ocupar el cargo y, finalmente,
para terminar con tales entredichos la Junta nombró a Chiclana
el 16 de julio -como dijimos- y una vez superada la situación
cordobesa recién pudo asumir a fines de agosto.
Esas cuestiones conflictivas justificaban en parte las dudas
santiagueñas. Acrecentadas por las distancias de los grandes
centros, la incomunicación persistente en el interior, las
versiones interesadas o tendenciosas que llegaban a la ciudad, y
los propósitos subalternos que incidían en grupos o indiduos
actuantes en esos momentos.
Sin embargo, frente a esa parálisis se alzó una voz decidida,
impetuosa y enfervorizada que llegó a conmover los estratos
populares y sostuvo una adhesión terminante al nuevo orden
surgido en Mayo. Era la de Juan Francisco Borges, que impuso
el pronunciamiento santiagueño, vislumbró una estrategia
especial e hizo jugar a Santiago del Estero un papel
preponderante en el sostenimiento revolucionario de los pueblos
convocados a Buenos Aires "para establecer la forma de
gobierno que se considere más conveniente", según rezaba la
invitación recibida de la Junta.
Borges se encontraba ahora en su ciudad natal desde 1808 por
lo que decía: "Dos años ha que llegué después de una larga
peregrinación por España y otras partes de Europa, y desde mi
regreso empecé a sentir, como los demás de mis compatriotas,
los fatales efectos del injusto despotismo".
Era verdad, porque después de una vida casi aventurera, con
frecuentes viajes al Alto Perú, había recibido gratificaciones de
la corona debido al sacrificio de su padre que ofrendó la vida en
defensa del orden real contra las insurrecciones indígenas, y
viajó a España para reclamarlas, en 1802.
Luego de visitar otras partes de Europa tuvo sus primeros
enfrentamientos con los miembros del Cabildo santiagueño que
le exigían subordinación a su autoridad, al tiempo que
encontraba la solidaridad de los hombres de armas y el
comandante de dichas fuerzas en claro preludio de las divisiones
entre la civilidad y el ejército que más tarde tendrían lugar en
Buenos Aires.
Al mismo tiempo Borges se inició en la conspiración
revolucionaria al modo europeo y republicano cuyos hilos movía
desde Salta don José Moldes. En esta red subversiva
participaban Nicolás Laguna en Tucumán, Tomás Allende en
Córdoba, Clemente Díaz Medina en La Paz, Mariano de
Medina en Cochabamba y los nombres más representativos de
Salta, que luchaban por la independencia antes de 1809. "Y
obraron a favor de la causa -decía Moldes en su exposición de
servicios- tan pronto como les fue posible, justamente en un
tiempo que no teníamos más patria, ejército, ni garante que el
pescuezo".
Con esos antecedentes no resultaba extraña la agitación
revolucionaria promovida por Borges en Santiago, secundado
por el comandante de Armas, José Cumulat, el comandante
Alonso Araujo, especial amigo de Cornelio Saavedra y los
militares de la ciudad, en tanto pequeños grupos de españoles y
cabildantes, preparaban su ofensiva para continuar en el
usufructo de los cargos públicos.
Mientras así se preparaban ambos grupos y ganaban
popularidad las convocatorias borgistas, se recibió la
comunicación salteña de haber jurado reconocimiento a la Junta
el 19 de junio, ratificada por San Miguel de Tucumán el 26 de
junio en Cabildo Abierto, y Catamarca que había realizado una
pacífica asamblea similar el día 22.
El 29 de junio los cabildantes Domingo Palacio, José Manuel
Achával, Francisco Solano Paz y Pedro José Lami, se reunían
para "abrir un pliego del Señor Gobernador Intendente de esta
Provincia que acaba de llegar por el presente correo". Se refería
a "la obediencia que ha dado en aquella Capital de Salta por las
noticias ocurridas en la de Buenos Aires". Y en consecuencia
estos capitulares "acordamos que siguiendo el mismo orden y
obedecimiento a la expresada junta se dé cuenta en esta misma
fecha de haberlo así efectuado".
No era posible otra resolución, y en ella coincidían los
anhelos populares acaudillados por Borges y el ordenamiento
institucional dependiente de la autoridad salteña.
Llevado entonces por los sucesos, el Cabildo comunicó
rápidamente a Buenos Aires por nota de ese día, que "aunque
este Ayuntamiento había prestado en su corazón todo
obedecimiento a esa Superior Junta Gubernativa [...] suspendió
en hacerlo hasta las resultas del Gobierno Intendencia del
Distrito deseando guardar el orden establecido [...] nos previene
la religiosa conducta de Salta en obedecer sin discutir y en el
mismo día de su recibo ha reconocido y obedecido este Cabildo
solemnemente las altas facultades y superioridades de V.E."
Si con ello se querían cubrir las vacilaciones anteriores, el
Cabildo trasuntaba medroso acatamiento a los superiores
burocráticos, pero la vida ciudadana latía afuera y alentaba las
expectativas exteriorizadas popularmente y que se impondrían
después.
Es que al día siguiente de esas decisiones el Cabildo volvía a
reunirse para determinar el listado de los invitados y efectuó la
convocatoria al Cabildo Abierto que debía elegir al diputado
solicitado por la Junta de Buenos Aires, para el 2 de julio
inmediato.
Aquí iba a quedar definido el papel protagónico de Borges y
su núcleo patriótico al enfrentar la oligarquía capitular y quedar
alineados los sectores santiagueños de diferenciación política, en
anticipo de futuros partidos.

Fuente: Los episodios precursores y la Revolución de Mayo


en Santiago del Estero. Subsecretaría de Cultura de Santiago del
Estero. 2009.
Un tal Julián Castaño

Por: Clementina Rosa Quenel

Se descolgaba la noche. Oscura, negruzca. Olor a llovizna


venía del sur y una brisa fría, punzante, se arrebujaba sobre los
ponchos roídos de los dos únicos pobladores de aquel rancho.
Era casi invisible el copal vecino, pero como en grito abierto
llegaban los olores de la pila de yuyos silvestres, confundidos
con el rocío de algún zorrino. Sin embargo la conjura de los
hombres se mostraba en la relumbre del fogón, con los dos
rostros cafecrema, y la prosa alrededor de la pava chillante. Y,
eran paisaje.
-Por esta cruz -besó dos dedos cruzados- le juro compañero,
qu'es la pura verdá. No le voy a mentir. La chinita me gustaba
con todo lo que tenía pegao al cuerpo. Vea, bajo la blusa, unos
pechos inflaos así y una manera de reír que daba gusto. Qué
diablo, agarraba la voluntá la Pancha, agarraba la voluntá...
-Llueve... interrumpió el otro, sacerdotal. Y acomodando
mejor las nalgas y el abdomen sobre la silla de tiento, agregó:
-Juertecito llueve...
-Mire, esa noche a gatas conseguí que la Pancha me haga
dentrar por los fondos. Era noche de reunión, con lo conjuraos
ahí en lo de Frías. Y con toda la intención me le prendía como
un abrojo a la muchacha, pa espiar. Me dejó dentrar, tranquiando
la tapia. Ahí estuve como una hora, bichándola en lo qu'iba y
venía atendiendo la puerta y mandaos. Y velay, yo hecho poste
en la oscuridá de la quinta, esperándola.
-Oiga, amigo Castaño ¿Y de ande sacaba tientos largos pa
cuidar el mandao, cuando la Pancha lo rejusilaba con sus cosas?
-Vea mi cabo, ¡guarde l'arma! Bien me amañaba pa oír la
bulla de los perros, y pa saboriar las linduras de mi moza... Y
escuche: Jamás me han dao diriciones. Al cuete. Como indio soy
nomás, anque el gallego Félix haiga sio mi dicho tata. Ahí, me
floriaba a mi manera, con mi uña y mis pulgas.
-¡A los diablos! Vi que sos...
El de las gorduras no alcanzó a terminar la frase. Un
relámpago dio luz. El estruendo desde lejos, amagó sobre el
rancho. Después del cimbronazo, sólo se escuchó el chupar de la
bombilla, y el rascar del perro ladero. El llamado Castaño,
escupió lejos y dijo:
-Como le cuento, aquella noche me la comía a besos a la
Pancha. Estaba flor, con una pollera medio celestona y un
rebozo largo. Medio como puma l'acechaba y entremedio del
camino, tirándole la lengua le preguntaba: «ché Pancha,
¿cuántos han dentrao?». La moza por ahi reculaba pa contestar,
pero al fin se soltaba:
-Como treinta han venio esta noche. L'otro domingo han sío
muy muchos...
-Ché Pancha, ¿y quiénes son los goluntarios?
-Si no sé hombre, vaya a saber, son amigos de don Borges y
de don Frías.
-Sonseras, si has de saber de todos.
-Bah, ni me nuembran a nadies.
-Jurame Pancha...
De pronto reventó un fogonazo y el paisaje quedó en luz
vívida. Enmudecieron los dos hombres.
-Galopia l'agua -advirtió como dibujando la luz, el de las
posaderas gruesas. Y enseguida secreteó:
-La pucha, qué jeta pa hacer esas acciones, ché Castaño.
El llamado Castaño chupó pausado el mate, sin respuesta.
Apagó un suspiro y lentamente volvió al habla.
-Deje de chuciar, compañero. Razón tiene, sí. Son hechurías.
Pero andaba juido de las casas. Los godos me tenían alzao, como
marcao con sus viruelas toda el alma.
-¿Y cómo diablo s'emperró pa ese lao?
Castaño se tocó el poncho a la altura del corazón. Se encogió
un poco. Semicerró los ojos y continuó:
-En mi sangre se embarulla un godo, cabo. ¿Aura
compriende? Cuando mama no era un miedo i'sangre, se
entreveró con el gallego Félix... ahí me demoré todita l'infancia.
Me acuerdo. Más de la cuenta, me conversaba el tata esas cosas
de España, que hazañas, que guerras y otra aquí y otra allá...
Tuitos los días me bandiaba con eso de la sangre goda que corría
en mis venas, con eso de qu'era su brote, que l'iba heredar los
bienes y... Agarre amigo, ¿se da cuenta?
-Faltaba más, Castaño.
-Le juro, una noche después de la cena, m'encerró en la
tienda. Ahí, desarrugando una bandera española m'hizo jurar que
rispetaría la madre patria y el Rey. Esa vez, caí de rodillas,
llorando. Jue cuando el virrey tuvo aquella juida. ¿Se acuerda?
Bueno, m'hizo jurar pa peliar por el Rey. En recuerdo de ese
compromiso me regaló un reló de plata. Vea, traído de España...
El viejo lloraba de gusto.
Calló Castaño. Buscó tabaco bajo el poncho. Armó un chala.
Continuó ahora, casi erguido, como un gallo de riña.
-Otra noche con el Regidor invitao, y medio en vasos de vino,
me llamó y dijo: «¡Qué caray! ¡No hay criollos, sino españoles!
Vea, este es mi brote» -y me señaló. Así oscuro y fiero, me
señaló-: «Mire usted, mi brote. Este es hijo de la Trinidad con mi
sangre. Que me corten el brazo si miento. Vaya si estuve
entusiasmao con la Trinidad. De la cocina, ganó el dormitorio y
a este, yo mismo lo llevé a cristianar. ¡Qué caray, casi pierdo al
chango! Feo anduvo el parto. Primeriza y flacucha la madre. Pa
colmo, la cintura apenas un anillo, usted sabe... eso sí, en las
otras dos criaturas que siguieron a este, la cosa anduvo fácil. ¡Sí
señor! Pero este me salió casi muertito. Caray, me ganó el
corazón ¡y vea que tiene la pinta de mis ojos retratada!» -¡Bien
haiga! Si me derretía entero con tanta cosa, y más vale era como
si un montón de angelitos me bañen en agua de rosas...
-La gransiete... -asintió el otro arrimando más su silla de
tientos, hacia el fuego.
-Hágase cargo, cabo. Me enjaularon. Hijo de español.
Soldado del Rey...
Pesó un silencio. El agua caía ahora con rafagazos violentos.
El llamado Castaño, agregó yerba al mate y ofreciendo el
cebado, continuó:
-Cosas sucias y feas se vieron amigo. Lo sospechaban a don
Borges y a otros que andaban alteraos, formando el batallón de
patricios de goluntarios, que según las mentas, iban a enganchar
con Ortiz de Ocampo. Y se oía, que ya venía llegando pa
Santiago, con otros de la rivolución...
-Coraje tenía Borges, amigo. Y agallas no le faltaban a ese
cristiano. Vea que nu'era pura bulla el hombre, ni desanimao...
-Dejuramente, respiraba un pensamiento. Jueron muchos los
empeñaos, con cuero y todo en esa juerza, cabo. Pero como le
venía diciendo, yo me había comío al Rey, y por mí, la
rivolución y los criollos entreveraos, podían jundirse con el
diablo mismo. Yo estaba metío hasta el pescuezo, pa hacer
guano la cosa. Y ansina dentré a servir de mirón en lo de Frías,
valiéndome de la Pancha, qu'era blandita pa mis razones...
¿Compriende amigo?
-Más claro que l'agua...
-Y bueno, jue una de esas noches, el pastel de los conjuraos.
Un pulpero dio el aviso. Copen a los gallos -jue la orden-
ustedes retoban la puerta de Frías y meten sable a la reunión.
Asen los chalecos y galeras-. Yo cuantimás estaba señalao pa
ayudar si había que barullar... ¡Compañero, el batifondo jue de
otra manera! Le voy a contar la verdá. En eso que la tenía
abrazada a la Pancha retumbaron en la puerta los trabucazos...
-Ahi se cuadraron las cosas.
-La Pancha quedó como apampada, pegada a mí. Otro
trabucazo retumbó. Levantando la pollera, la Pancha corrió pa
los cuartos de adelante. Algo me secretió ahí. Después volvió
corriendo y me dijo, agarrándome del brazo:
-Te escuendes por ahí y sales en un descuido. Dejuro son los
godos que vienen a dentrar.
No me dio lugar pa más. En la puerta levantó la tranca pesada
diciendo:
-¿Quién anda a estas horas?
¡Qué le voy a decir amigo! Dos de los reales cayeron encima
de la muchacha. Uno le tapó la boca de un manotazo. L'otro la
zamarreó sable en mano diciendo:
-¡Avisá perra ande están los alzaos!
Vea cabo, ahí cambié la guardia. De golpe me rejucilaron los
ojos. Bueno, no sé. Jue como un trueno encima mío. Algo me
quemó pa dentro.
-Cayó de la mula al fin...
-El de adelante y el del sable m'hicieron señal. Pero yo, como
pa voltiar reses me sentía. Limpiamente vi la cosa, como era
nomás.
Levanté el cogote con odio.
Mi coraje también se metió en el medio... Y la Pancha,
dispuesta a todo pa defender lo crítico con los conjuraos además.
Me alcé ahí nomás, tal cual un lanzazo dentro del corazón.
Caliente. Toda la sangre m'hirvió de golpe y agarrando mi daga
me acordé qu'era criollo. Y me jui, ciego, sobre los hombres.
Defendiendo la Pancha y los hombres de don Borges.
-¡Lindo!
-Clavé la daga en las tripas de uno. El grito que dio el
gallego, jue bárbaro. Me agarró el otro. Me tajió aquí, y aquí.
¿Ve estos costurones? Caí tendido, bañao en sangre, anudao con
muerte. Dejuro la Pancha pudo escapar pa dar aviso a los otros,
que salieron saltando por los fondos.
-Contaron que ansí jue.
-A mi tata no lo volví a ver. A los tiempos, ya curao de los
tajos, m'enganché con los goluntarios, cuando supo pasar Ortiz
de Ocampo, pa guerriar por la libertá... En ese tiempo señor, se
buscaban soldaos, como por rimedio y apenas si teníamos fusiles
y cañoncitos. Lo seguí también al General Belgrano, p'al norte,
hasta Ayohuma. Ahí me tajiaron otra vez. Cuasi me distrozaron
este brazo.
Cuando volví, mi mama me dijo que el tata había muerto,
perdonandomé.
Vea, le juro que lloré. Y volví pa seguir la Patria.
Silenció el del relato. Quedó hablando la brasita roja de su
chala. Y eso dijo, largo rato.
En tanto bajo el alero, el fogón y la pava ya estaba
desganándose en ceniza o sueño.
Ahora, los dos hombres, recoletos, se espiaron en los ojos
envejecidos, opacados.
-¿Pelió usté también al lao del General?
-Sí señor.
Y esta vez nuevamente se sumieron en silencio, con los ojos
lejanos. Poblados. Casi greñudos, como eran. Pero, paisaje cada
uno. Paisaje de patria.
Y allá, desde el silencio inmenso, comenzaba un alba igual al
gris de la lluvia.

La narrativa histórica de Santiago del Estero. Edición de


Ricardo Dino Taralli y Luis Alén Lascano. Santiago Libros,
1998.

Ataques de los tucumanos

Por: Andrés Figueroa

(Fragmento)

Ardía ya la guerra en las fronteras de Santiago y Córdoba.


Ibarra hizo concentrar sus fuerzas en la capital de Santiago,
llamando principalmente a la guarnición que existía permanente
en Abipones al mando del comandante D. Domingo Rodríguez,
español que prestó servicios al país en los últimos años de la
Guerra de la Independencia. Este personaje figuraba como
segundo gefe de un batallón de quinientas plazas que al mando
de Dn. Francisco Antonio Ibarra, hermano de Dn. Felipe, estaba
por el momento acampado en las afueras de la ciudad. Los
tucumanos debieron entenderse secretamente con Rodríguez
para sublevar dichas fuerzas y acabar con Ibarra, de suerte que el
25 de Septiembre de 1840, al amanecer, estalló el motín.
No faltó algún soldado que avisara inmediatamente al gefe
don Francisco Antonio, quien montado a caballo salió
apresuradamente de su casa en la ciudad, acudiendo con el
propósito de contrarrestarlo con su sola presencia, dando al salir
aviso al gobernador.
Llegar al campo y ser derribado del caballo a lanzadas por los
soldados dirigidos por el capitán Santiago Herrera, fue obra de
un momento. Rodríguez dispuso en seguida que Herrera
marchara a tomar al gobernador con cien hombres, pero cuando
llegó a la casa ya era tarde:
había montado a caballo Dn. Felipe y escapaba a la banda
opuesta del Río Dulce.
Los detalles de este episodio descabellado, que tuvo por
resultado final la breve disolución de las fuerzas sublevadas y el
regreso triunfal de Ibarra a los pocos días, se encuentran en
nuestro libro «La Autonomía de Santiago del Estero y sus
fundadores».
Se ahogó en sangre el conato de gobierno que se pretendió
establecer y dio motivo al tirano para ejercer terribles venganzas
como la del retobo, a que fue condenado Santiago Herrera,
horrorizando al inerme pueblo que había de gemir por otros diez
años largos bajo su dominación, hasta que murió tranquilamente
en su lecho en 1851. *

* Retobo. La palabra retobo deriva de "retobar", que en


América Latina significa "forrar o cubrir con cuero,
especialmente las boleadoras y el cabo del rebenque" , y da idea
cabal de este suplicio. "Poner a la víctima un cuero mojado de
toro, a manera de chaleco, que, al secarse, la comprimía
brutalmente. Se usó en tiempo de Rosas. (‘Referente al suplicio,
decíase en Argentina, ‘retobar’, nunca ‘enchalecar’"). En efecto,
la técnica consistía en aplicar "…una ancha faja de cuero de
vaca mojado, en forma de chaleco, abrochado por delante, y
sobre ésta otra más ancha aún, que le oprime toda la caja del
cuerpo y los brazos, colocados en posición vertical sobre los
costados"; o según otra descripción "…consistía en envolver una
persona, previamente atada de manos y pies, con un cuero
fresco; la parte del pelo para adentro, se cosía y se exponía al sol
para que se secara (…) a falta de cuero fresco, se hacían también
con cuero seco que se ablandaba sumergiéndolo en agua, para
después hacer uso de él". Luego la víctima era dejada a la
intemperie para que el calor del sol produjera el encogimiento
del cuero con la consiguiente compresión del cuerpo. (Dr.
Domingo Mederos Catalano, "Enchalecamiento: un método de
suplicio y ajusticiamiento de la época colonial". Revista Médica
del Uruguay. v.23 n.3 Montevideo set. 2007.)

Los papeles de Ibarra. Tomo I. Andrés A. Figueroa,


Publicación oficial del Archivo de la provincia de Santiago del
Estero. 1942.
Impresiones de un militar estadounidense

Por: Thomas Page

(Fragmento)

La Casa de Gobierno es una construcción de ladrillos, con


departamentos espaciosos, algunos de los cuales están ocupados
por oficinas públicas. El salón de recepción está bien amueblado
y de sus paredes penden numerosos cuadros, muchos de los
cuales son de distinguidos hombres de la República.
Perturbada por las facciones políticas y devastada por las
incursiones de los indios, no sorprende oír que Santiago ha
retrogradado desde la declaración de la Independencia. Y sin
embargo tiene población de cinco mil almas, distinguida en el
Río de la Plata como industriosa y emprendedora. Como sus
recursos son grandes, podemos concluir que solamente espera
un desarrollo que debe recibir bajo la Confederación y la
administración de su actual gobernador, don Manuel Taboada,
hombre íntegro y enérgico.
Él estaba enfermo cuando llegué; pero el recibimiento que me
dispensó el gobernador delegado, don Juan Francisco Borges,
fue altamente cortés. Se nos asignaron departamentos en la Casa
de Gobierno, pues en Santiago no hay hoteles. Y como
huéspedes del Estado no solamente se satisfacían nuestras
necesidades en el acto por sirvientes que estaban constantemente
a nuestro servicio, sino que todo el lujo y las comodidades que
se podían conseguir en la ciudad nos eran proporcionadas sin
ostentación. Llegué a temer el intento de comprar los artículos
más insignificantes, porque de inmediato me los
proporcionaban, devolviéndome el dinero.
Mientras esperábamos el regreso del general que se
encontraba en su estancia, acepté la hospitalidad de muchas
familias y visité las bonitas quintas que rodeaban la ciudad.
Al llegar a Santiago a las 9 p.m. nos encaminamos
directamente a la casa del gobernador, quien aún no había
llegado, siendo recibidos por su hermano don Gaspar.
Ni la falta de tiempo, ni de ropas adecuadas, serán excusas
justificadas para los santiagueños cuando invitan a un baile. El
día 24, en un baile dado en la Casa de Gobierno pude apreciar
toda la belleza y el buen tono de Santiago.
La música, los refrescos, en una palabra, todos los arreglos de
este baile eran admirables, y al amanecer no había disminuido en
absoluto el entusiasmo. En el curso de la reunión se bailaron
valses, polkas, masurcas, pero lo que me encantó fue el
"federal", el "gato" y otras danzas españolas en las que la gracia
de las mujeres era inimitable.
Durante la comida, don Francisco Achával se refirió al
motivo del baile y aludió también al progreso y prosperidad de
los Estados Unidos, y al agradecimiento de su país a nuestro
gobierno, por los felices resultados de la expedición enviada a
examinar su sistema fluvial.
A las 9 a.m., me encontraba en lo del gobernador, donde fui
recibido no como un extraño sino con la cordialidad y confianza
de un miembro de la familia. El día 25 llegó a Santiago Mr.
Murdaugh, quien de acuerdo con mis instrucciones había
seguido el curso del Salado desde Miraflores a Estancia
Taboada.
Él creía que la diferencia de altitud, la consiguiente rapidez
de la corriente y la presencia de bancos de arena similares a los
del Dulce, harían imposible la navegación desde Miraflores a
San Miguel, desde San Miguel a Taboada (donde, según se
recordará empezó mi exploración del Salado). Hay menos
corrientes y la anchura es mayor; el agua fluye tranquilamente
entre altas y bien arboladas barrancas. El territorio adyacente es
plano; regularmente poblado y cultivado hasta cierto punto; la
gente, muy cortés.

La Plata, the Argentine Confederation and Paraguay.


Thomas Page, 1855.
Taboada

Por: Orestes Di Lullo

(Fragmento)

[...] Y viene el año 1865 y el pedido de Mitre de fuerzas


Santiagueñas, Tucumanas y Catamarqueñas para la Guerra del
Paraguay.
Gran conocedor del terreno por donde debían marchas estas
tropas, hombre experimentado, cuando Mitre le pide llevar estas
fuerzas a Corrientes directamente a través del Chaco, el Gral.
Taboada le contesta: «y siento tener que decirle que la operación
indicada es, sino irrealizable, de precario resultado...»
Mas, no sólo desestima, sino que aconseja efectuar la travesía
costeando el Río Salado hasta Santa Fe y remontando luego por
el Paraná. Es que el Gral. Taboada es un hombre de campo.
Antes de contestar medita, analiza, pesa las dificultades, mide
las ventajas. El agua es el principal elemento de que debe
disponer un contingente numeroso. Cita la expedición de Ferré,
del año anterior, cuyos hombres pasaron más de treinta horas sin
encontrarla.
Costeando el Salado las dificultades no son menores, pero
existe agua, aunque en ciertas épocas, cuando hay escasez de
lluvias «se descompone y causa serias enfermedades tanto a las
bestias como a los racionales que hacen uso de ella».
Coteja la extensión de las distintas rutas y cuando tiene
criterio hecho no vacila en desestimar la ruta que Mitre le
señala, pues «el camino indicado por V. E. da trescientas leguas
a recorrer para poder llegar al teatro de la guerra» señalando en
cambio, el suyo, más corto y practicable.
[...] El 26 de junio de 1865 es designado el Gral. Taboada
para dirigir la marcha de los batallones Santiago, Tucumán y
Catamarca por la ruta aconsejada por él.
Desafortunadamente, dichos contingentes, en especial el de
Tucumán, se sublevaron al llegar al fortín La Viuda. ¡Estaban
cansados de combatir!
¿Qué ha sucedido en 1866? ¿La renuncia del Gral. Taboada
está vinculada con los hechos de la sublevación? No lo sabemos,
pero es el cso que con fecha 19 de diciembre de 1865 el Gral.
Taboada insiste en su renuncia, por lo cual el Gral. Urquiza le
escribe el 1º de febrero de 1866, diciéndole: «Por mi parte yo he
de insistir en que no se le acepte. Sus servicios son estimados
por la Autoridad General y esto debe bastarle para su
satisfacción. Es preciso prescindir de esas contrariedades,
siempre suscitadas a los que sirven y a los que tienen la suerte de
obtener algún prestigio, pues, la emulación siempre se agita en
interés de mezquinas pasiones. Es preciso que los hombres de
altura prescindan de eso, para hacer al país todo el bien que
tienen derecho a esperar de sus buenos servidores». (Los
Taboada, T. IV, Pág. 224.)
Y llega el año 1867. Los acontecimientos se suceden con
escalofriante rapidez. El Presidente Mitre ordena al Gral.
Taboada sofocar el motín estallado en La Rioja. En efecto, el 15
de enero D. Antonino comunica a Marcos Paz la intención de los
montoneros riojanos de invadir la provincia de Catamarca. Y
sobreviene un período de excitación, de inquietud, en el que el
Gral. Taboada debe desplazarse incesantemente, de un punto al
otro, embargado por hondas preocupaciones, pues que su
responsabilidad responde por todas las provincias del Norte,
encendido por la pasión febril que le lleve por todos los
caminos.
[...] El 16 de enero de 1867 anuncia que se dirige a la frontera
para despachar el primer contingente que Santiago envía para el
Ejército Nacional. El 21 del mismo mes parte a Catamarca al
frente de los santiagueños para sofocar la rebelión triunfante en
Mendoza y San Juan, que amenaza con extenderse por todo el
país. En mayo 9 se encuentra en su cuartel generall de Las
Horquetas. En julio, estando en Catamarca, se alista para partir a
La Rioja y el 2 emprende su marcha a Santiago para ponerse al
frente de 2.000 hombres y marchar sobre Córdoba, cuyo
Gobierno se ha puesto al lado del Paraguay. El 8 de octubre debe
dirigirse a Vipos donde se encuentran las montoneras camino de
Salta. El 30 de noviembre se halla en El Bracho y el 31 de
diciembre marcha de nuevo hacia Catamarca.
[...] Mientras tanto, el 18 de enero de 1867 se decreta la
movilización de la guardia nacional de la provincia de Santiago,
designándole para el comando como Inspector General de Armas
de La Rioja y Santiago del Estero, cargo que acepta el 21 de
enero. Y el 10 de abril de 1867 gana la batalla de Pozo de
Vargas, cuyos prolegómenos arrancan del complot estallado en
San Juan el 20 ed octubre de 1866.
[...] En esta crítica situación, el 19 de enero de 1867, el
Ministro del Interior D. G. Rawson se dirige al Gobernador de
Santiago D. Absalón Ibarra, remitiéndole una declaración que
decía: «Combatir la rebelión es combatir al Paraguay en nuestro
propio suelo, puesto que así, desarmando y castigando a los
rebeldes, destruimos uno de los más eficaces apoyos del
enemigo común». Al mismo tiempo le pide celosa vigilancia
para que no encuentren en Santiago ni una sombra de apoyo,
mientras el Ministerio de Guerra ordena la movilización de
Santiago, Tucumán y Catamarca bajo las órdenes del Gral. D.
Anselmo Rojo.
[...] el 9 de abril Felipe Varela, al frente de 4.000 hombres,
llama al combate caballerescamente al Gral. Taboada, quien
acepta el reto y presenta su línea de batalla el 10 de abril,
empeñándose la lucha que se llamó Pozo de Vargas, por el lugar
vecino a la ciudad de La Rioja en que se produjo la acción y el
triunfo del Gral. Taboada.
Algúnos párrafos del parte dirigido al Gobernador de
Santiago y al Ministro de la Guerra y Marina,nos informan de la
importancia de la acción: «Combate de 2 horas y cuarto». «El
campo de batalla está sembrado de cadáveres, de infinidad de
armas, entre ellas dos piezas de artillería y de algunas banderas y
estandartes»; «cuatrocargas de caballería rechazadas»; «gran
número de prisioneros que aseguran que el enemigo excedería
de cuatro mil hombres de las tres armas».
[...] El Gral Taboada quiere dar descanso a sus aguerridos
soldados y al ordenar el regreso de los santiagueños dice: «Las
guardias nacionales de Santiago vuelven a sus hogares llevando
por premio de su heroísmo la corona gloriosa queles brindó la
victoria de Bargas». Pero no han de gozar de este reposo. El
Gral. Mitre pide un batallón de santiagueños para la Guerra del
Paraguay el 18 de mayo de 1867. Hay una fatalidad que se
cierne sobre el pueblo de nuestra provincia y que lo obliga a
vivir su destino de guerra y destrucción.

El General Taboada. Orestes Di Lullo. Santiago del Estero,


1953.
Almanaque Humorístico

(Extracto)

Por: Daniel Soria

(«Corica, Corea y Coria»)

INTRODUCCION

El almanaque no tiene otro objeto que el de hacer conocer a


los lectores los nombres con que las generaciones pasadas y las
presentes llamaban y llaman actualmente a los habitantes
racionales de Santiago.
Algunos han tomado su denominación de una palabra de
cariño, otros por defectos físicos, aquellos por el arte, oficio o
profesión que desempeñaban, y los menos con el fin de
ofenderlos, cosa bien lejos de nosotros.
Al publicarlos sólo nos guía el propósito de que los
renombres o reapellidos con que nos llaman actualmente y los
nombraban antes, no se extingan, y así como queremos que los
nuestros se conserven, anhelamos también que los demás se
perpetúen, para que las futuras generaciones conozcan estas
denominaciones.
Rogamos, en consecuencia, que no los tomen como una
ofensa, sino como una palabra de cariño y como un recuerdo del
aprecio que conservamos a los que fueron, y a los que nos lean.
Pedimos igualmente que no tengan en cuenta para nada al
cumplir sus obligaciones religiosas, los santos y los días que
consignamos, porque ellos están colocados al capricho y mal
gusto del autor.
Hecha esta aclaración, facultamos a todos los que quieran
aceptar, que ayunen el día que les parezca o que no tengan qué
comer, que guarden fiesta cuando les de la real gana o no tengan
qué hacer y que celebren el santo a quien más fe le tenga o que
les convenga.

ECLIPSES

Todos los sábados habrá eclipse total de deudores, y los


acreedores serán visibles en todas las calles.

MOVIMIENTOS ASTRONOMICOS

Todas las mañanas, la Tierra le abrirá la puerta al Sol, para


que salga del otro lado del Río Salado, pase por sobre el Dulce,
el Cerro de Guasayán y vaya a ocultarse al otro lado del Ambato.
¡Vaya una consecuencia envidiable! ¡Cuántas mujeres desearían
que sus adoradores sean así, aunque ellas no lo sean!
La Luna, esa perdurable enemiga de los enamorados y amiga
de los cobardes, sólo una vez al mes verá de frente al Sol y
después le dará el costado, como temerosa de enamorarse en
extremo de la hermosura del rubicundo Febo, o de quemar su
bello rostro, tan redondo como la cara de Máximo Mittelbach,
aunque no tan grande como la del amante de aquélla, que tanto
se asemeja a la de don Abraham González.
La Tierra durante algunos meses se aproximará al astro
radiante, pero para no calentarse demasiado variará de curso, e
irá a tomar baños fríos en los otros meses del año.
Venus, Júpiter, Neptuno, Saturno, etc., seguirán subordinados
a la atracción solar, más o menos como los miembros del Partido
Nacional con relación a Roca, mientras esté éste en el poder.

PRONOSTICOS

Los médicos seguirán cobrando por los que maten y por los
que curen.
Los jueces y políticos dictarán sus fallos condenando al
enemigo político.
La Constitución sólo se tendrá en cuenta cuando quieran
sacar beneficio de ella los que mandan.
Las elecciones las ganará el poder oficial, aunque sea con un
solo voto contra diez mil.
Habrá diaristas libres, si hablan a favor de los gobiernos.
Los empleados serán igualmente libres, para votar por los que
mandan.
No habrá muertes violentas, sino de los que están asegurados.
No habrá cuatreros si las autoridades no los ayudan.
No se producirán incendios sino en las casas de los
asegurados.
La vergüenza en política volverá en el siglo venidero.
Los hombres andarán en dos pies, aunque los demás, como el
autor, mejor lo harían en cuatro.
Las langostas harán menos daño al erario nacional, que las
comisiones encargadas de extinguirlas.
En las cámaras legislativas habrá más inválidos que en los
hospitales de sangre.

SANTOS DE MI DEVOCION

Enero

Mercurio. 3. San Pancho Burro. Músico.


Saturno. 6. San Nolasco Cerita. Sacristán.
Diana. 7. San Saturnino Huayra. Barrendero.
Lunes. 8. San José Cajoncito. Sepulturero.
Martes. 9. San Casiano Carancho. Lego.
Sábado. 13. San Santiago Tahapelo. Lego.
Martes. 16. San Prudencio Tata Chinchi. Vinajero.
Viernes. 19. Santa Mercedes Dichosa. Beata.

Febrero

Martes. 6. San Amancio Carretillas. Predicador.


Martes. 13. San Juan Ucucha. Apóstol.
Miércoles. 21. Santo Toribio Yuchuco. Mártir.
Domingo. 25. San José Antonio Chalita. Clérigo.

Marzo

Sábado. 3. San Ramón Litro de Agua. Vinajero.


Viernes. 9. San Abel Cristo de Lata. Papa.
Jueves. 15. San José María Ushura. Patriarca.

Abril

Jueves. 5. San Octavio Finado. Mártir del gobierno de Ruiz.


Jueves. 12. San José Boca Dura. Cura.

Mayo

Jueves. 3. San Eleodoro Juanetes. Defensor.


Sábado. 5. Santa Clara Maquin Mapa. Virgen.
Domingo. 20. San Victoria Cara Limpia. Apóstol.

Junio

Sábado. 2. San Ruperto Respetable. Profeta.


Domingo. 3. Santas Ángela y Francisca Bizcas. Coristas.
Martes. 5. Santa Catalina Loca. Predicadora.
Miércoles. 6. San José María Alhaja. Vinajero.
Viernes. 8. San Arcadio Simin Misqui. Confesor.
Miércoles. 20. San Salustiano Peine. Corista.
Viernes. 22. Santos Rodolfo, Balta y Darío Manchías.
Confesores.

Julio

Jueves. 19. San José Romero Trompa de Órdenes. Cura.


Lunes. 23. Santas Serafina, Ercilia y Cármen Tintis.
Predicadoras.
Viernes. 27. San Carlos Zambero. Mártir.

Agosto

Domingo. 5. Santo Tomás Bagual. Obispo.


Viernes. 10. San Electo Mudo. Pintor sagrado.
Sábado. 18. San Rafael Moco e Pavo. Vinajero.
Jueves. 23. Santa Juana Miski. Hermana.
Lunes. 27. Santa Petrona Ishpala. Mártir.
Viernes. 31. San Delfín Cosso. Responsero.

Septiembre

Sábado. 8. San Pedro Mudo. Predicador portentoso.


Jueves. 20. San Absalón Corotilla. Obispo.

Octubre

Domingo. 20. San Pancho Olederas. Patriarca.


Martes. 29. San Ramón Chuño. Foliculario.

Noviembre
Domingo. 3. San Abrahám Sol de Mayo. Patriarca.
Martes. 5. San Juan Mata la Vaca. Confesor.
Viernes. 29. San Gabriel Ocora. Rematador.

Diciembre

Jueves. 5. Santa Rita Cohetera. Viuda.


Viernes. 6. San Silbador de la Solfa. Comendador.
Martes. 17. San Pedro Pupulo. Cooperador.
Viernes 27. San Gregorio Amorcito. Jabonero.
Martes. 31. Todos los santos ausentes, olvidados y
extinguidos, mártires.

Representación Coral en el antiguo Teatro Ollantay

Como un viejo verde, achacoso y arruinado por la acción del


tiempo y del abandono, sobre ser mal configurado de
nacimiento, reía anoche con fruición envidiable nuestro enteco
coliseo, al sentir acariciada su enmarañada y cenicienta cabellera
por un soplo de juventud y de vida, orgulloso y avaro del rico
tesoro que por breves instantes le era dado poseer.
Y en verdad que la risa, no siempre favorecedora a todas las
fisonomías, tornaba hermosa la faz del Ollantay, como quiera
que su carcajada era la carcajada encantadora de los claveles
rosas, que ríen cuando la gran abundancia de delicados pétalos
necesita romper la barrera del estrecho cáliz para derramarse en
silenciosa cascada de suavidades y perfumes.
Hermoso pues se mostraba anoche nuestro teatro, pletórico de
granada concurrencia cuya mitad femenina volcaba sus
irresistibles encantos desde el escenario, los palcos y la platea.
Pocas veces como anoche se ha logrado un lleno tan
completo en la modesta sala, debido sin duda al indiscutible
prestigio de que gozan las distinguidas señoritas que forman la
Pía Unión de las Hijas de María, organizadoras de la fiesta, en
primer lugar, y luego a lo atrayente del programa confeccionado
para el certamen.
Al levantarse el telón, un núcleo de hermosísimas niñas
ocupaba el escenario para cantar el coro a dos voces con que se
iniciaba el programa, a cuyo brillante desarrollo contribuyeron
en armónico consorcio la música, la poesía, las flores, las
siluetas vaporosas, los ojos de serafines, los labios con el rojo
del incendio, las cabelleras virginales, las frentes de purísimo
armiño, las mejillas color de rosa, que llevaron al alma
emociones que no son para ser contadas, y que traducen sueños
dorados como evocan purezas celestiales.
Sobre aquel enjambre de cabezas privilegiadas por la estética,
rubias y morenas, destacábase a manera de luminosa aureola la
inscripción «Hijas de María»; y si de la madre canta la iglesia
que es «tota pulchra», tendrá que reconocer a sus hijas de
Santiago como muy dignas de heredar ese elogioso concepto
quien las haya contemplado en el instante que nos ocupa.
Todas ellas lucían atavíos sonrientes de colores tenues,
predominando el rosa pálido, emblema de dulcísimos amores, de
ilusiones castas.
Veamos quiénes eran: María Arredondo, de crespón seda
color de rosa, con adornos de gasa blanca; Leonor Pedraza, traje
escotado, de gasa blanca sobre fondo color oro, con cintas; Lola
Posse, de seda celeste, con encajes crema; María Luisa Pinto, de
seda adamascada rosa, con gasas y cintas del mismo color;
Argentina Neirot, vestido enterizo, de gasa calada blanca, con
cintas de terciopelo negro; Elena Gallegos, traje de pequín
celeste artísticamente confeccionado; María Isabel Romay, color
verde luz; Ernestina Voget y Olaechea, de faya celeste con
adornos blancos; y otras diez no menos elegantes niñas.

Diario El Liberal, 9 de septiembre de 1902.

Una pequeña ofuscación de Arturo Capdevilla

Por: Bernardo Canal Feijóo

LA SUSCEPTIBILIDAD DEL POETA, LA SIESTA


SANTIAGUEÑA, EL RITMO DE LAS ESTACIONES, EL
CINEMATÓGRAFO Y UNA INJUSTICIA MÁS.
A principios de Octubre "La Brasa" invitó a Arturo
Capdevilla a dar una conferencia en Santiago. El distinguido
vate accedió amablemente, y en la tarde del día 14, su palabra
fácil, persuasiva, tranquila, voló al claro cielo santiagueño desde
el escenario del teatro 25 de Mayo, y a través de la ancha
claraboya central, "Un gran imperio espiritual" fue el tema
propuesto, y en torno a él el ilustre poeta señaló los horizontes
históricos y geográficos de la lengua española, y aludió a
algunos interesantes aspectos del problema idiomático en
nuestro país.
Pero la tarde era terrible. En su bochorno grávido de verano
intempestivo, era indudable que Alguien hacía hervir el caldo de
una de esas tormentas subtropicales hechas para restablecer el
equilibrio de las estaciones.
Y sucedía también que aquella misma tarde, el firmamento
cinematográfico local se ofrecía al fácil embobecimiento del
pueblo con una de las tantas sorpresas cualesquiera de su
manuable urania de guardarropía.
Eran, pues, todos los cielos contra la conferencia. Y así fue
que el egregio poeta de "Melpómene", honra y prez de las letras
argentinas, hubo de darla ante un público devoto de menos de
cien personas (incluso la docena indefectible de brasistas
organizadores del acto) que, agolpado en las primeras filas de
butacas, hacía más desaforada la desmesura desértica en que la
sala se desentendía.
Cierto es que la escasez del público contribuía a hacer más
respirable el acto intelectual de la tarde. Pero fue evidente que el
ilustre poeta se sintió herido en su olímpico amor propio de
gloria literaria nacional, que tiene derecho cuando menos a una
apoteosis provinciana todos los días, y fue evidente también, que
hubiera preferido el sacrificio colectivo por asfixia del noble
pueblo santiagueño, a la comprobación de la indiferencia que tan
cóncavamente se le representaba por delante, y por muy fortuita
que fuera.
El ilustre autor de "Sulamita" volvió justamente indignado a
Buenos Aires, y después de dos meses, en el número de "La
Prensa" del 11 de diciembre, arroja contra Santiago el violento
artículo que transcribimos parcialmente enseguida.
Las amables frases con que Capdevilla recuerda a "La Brasa",
y en particular a algunos miembros, no puede eximirnos del
deber de insinuar algunas rectificaciones y mucho más cuando
ningún periódico local lo ha intentado siquiera (1). Yerra
Capdevilla por exceso y por defecto. Por defecto de información
acerca de las referencias sintomáticas que pudo recoger en la
fugaz veintena de horas que permaneció en Santiago, y por
exceso de susceptibilidad. Su artículo resulta de una
incomprensión injuriosa para Santiago.
Santiago ya no es más "una frontera" de indios. Que lo digan
Alfonsina Storni, que tres meses antes había dado una
conferencia sobre la poetisa italiana Amalia Guglielminetti ante
un público de más de quinientas personas (a $ 2.50 la platea), y
Horacio Rega Molina, que dio dos conferencias ... [ilegible en el
original] ... que dio cinco... y el notable pianista argentino
Héctor Ruiz Díaz, que dio cuatro conciertos, huéspedes también
todos de "La Brasa" en este mismo año...
"Entre asistir a una conferencia (la de él sin duda), que algo
puede dejar al espíritu, y dormir la siesta una hora más, se
prefiere la pigre hora más". Según. Si la conferencia es a la
siesta, tal vez. Pero si es a las 7 y media de la noche, no. A esta
hora, y así el día aquél, la alternativa suele ser más grave. Ni la
conferencia, ni la pigre hora más: ¡el aire libre! o, en todo caso,
el cine, con ese misterioso no sé qué que le ha hecho preferible
siempre a muchas otras cosas. Pero esta desventajosa
concurrencia del barómetro y el séptimo arte contra las
conferencias, no es un hecho exclusivo de la desastrosa
economía espiritual santiagueña. Se produce en todas partes del
mundo comprobadamente.
"Yo anuncié que Raúl A. Orgaz era santiagueño. Se quedaron
tan indiferentes..." Pues claro. Si nadie lo ignoraba. Y nadie
ignoraba además que desde hace más de un año "La Brasa"
gestiona infructuosamente la venida del eminente
comprovinciano. Por otra parte, era difícil que en una tarde de
horno como aquella, pudiese encontrarse en todo el norte
argentino y fuera de la zona palúdica más de cuatro personas en
condiciones de sentir un escalofrío a la más sorprendente de las
noticias...
Y así por el estilo. Júzguelo por sí mismo el lector:

"Ya florecieron los tarcos y pronto madurarán los algarrobos.


Y será el tiempo de cantar, por Tucumán y Córdoba,
devolviendo alguna pulla muy santiagueña, la copla que dice:

"Un santiagueño se ha muerto


porque le ha llegado la hora.
Hagalén la cruz bendita
con dos vainas de algarroba.

"-Velay, ¿y en qué se conoce cuando madura la algarroba?


"-Velay, en que el coyuyo comienza a cantar en las hierbas del
amanecer. Después como se explica en "El País de la Selva", se
toma por oráculo al tucutucu, y se le pregunta en quichua de qué
lado abunda más:
"-Tucutucu, ¿maipi tacko tian?
"Y según hacia donde señala, allá es...
"Porque el alma popular de Santiago es así: leyenda y
superstición. Véase cómo en este propio tiempo cunde por esos
campos el culto de Carballito. ¿Qué? El doctor Carlos
Argañarás, nuestro gentil cicerone, nos conduce en automóvil a
las afueras de la ciudad, para que veamos, en una vuelta del
camina, una cruz funeraria de las muchas que en honra de
Carballito la crédula chusma ha comenzado a erigir por todas
partes en lo alto de improvisados montículos y dos cruces donde
antes había uno y una. A la hora de éstas serán tres; mañana
cuatro... Ambas cruces están adornadas de papel y de trapo. No
son sepulturas; nadie yace allí abajo. Son únicamente cenotafios,
para recordación religiosa. En una y otra cruz leemos con letras
mayúsculas: MANUEL CARBALLO con la siguiente
inscripción ... [ilegible en el original] ... DE RECUERDO LE
DEDICA SU PROMESANTA ALEJANDRA SORIA.
"-Pero ¿quién fue el Carballito?
"-El Carballito, o sea Manuel Carballo, fue lo que se llama un
inocente. Ese es todo el motivo de la nueva fe.
"Sin embargo, el poeta Luis María Jordán expuso una
doctrina distinta: «Nos aseguran -ha escrito- que la razón de ser
de este culto y el exceso de cruces y tumbas que rememoran al
difunto, se deben a la acción de su propia esposa que va de
pueblo en pueblo colocando una cruz con el nombre de su
marido. Eso basta para que en el acto acuda la gente humilde, y
de hecho el culto queda constituido». Algo más. «Aquello
amenaza convertirse en una verdadera creencia regional, especie
de iglesia sin sacerdotes, pero con una enorme cantidad de
feligreses».
"De todo eso hablamos en la rueda de los buenos amigos,
cuando Canal Feijóo, de quie he de hablar enseguida, interviene
con su palabra siempre límpida y de rara precisión:
"-No. Manuel Carballo no fue un inocente. (Ni el llorado
cónyuge de una desolada viuda.) Fue un bandido, célebre en
Tucumán, de donde era oriundo, por sus audaces correrías. Fue
un bandido generoso y romántico, que roba a los ricos para
repartir el botín entre los pobres, hasta que halló la muerte
peleando a campo abierto con la policía... Bajo otro aspecto, se
trata de un negocio místico. Detrás de cada cruz hay una
«síndica»; y como Carballo sólo hace milagros a los que le
encienden velas, la síndica cobra con harta frecuencia, veinte
centavos para luminarias. Porque el oficio es siempre nocturno,
siendo su noche la del lunes. Por otra parte, la síndica hace rezar
novenas en que el óbolo se duplica, sobre todo cuando va
llegando el día de los muertos, enque este culto sepulcral halla
su fecha máxima. He visto en el campo hasta una hectárea
sembrada de este trigo de las velas encendidas...
"-¿Y la Telesita?
"Feijóo puntualiza:
"-La Telesita es una muñeca de trapo que se venera bailando y
bebiendo. El promesante, si quiere alcanzar la gracia que pide,
ha de bailar siete chacareras delante de la imagen y ha de beber
siete copas de caña, a copa por baile.
"De este modo, contaminado de pueril barbarie en las
tradiciones de la plebe, Santiago es todavía hoy una frontera,
como en los tiempos de la conquista; cuando Santiago no era
solamente un nombre sino un grito de combate, con que el
español defendía frente a las hordas su vida, su espíritu y la
civilización del mundo.

"IV

"Hemos subido el tono y está bien; porque tenemos que


hablar de cosas graves, bien a pesar nuestro. ¡Cómo hubiéramos
querido, en efecto, después de respirar tanto «aroma de leyenda»
en Santiago, decir ¡chalay! con la más linda de las
exclamaciones dichosas. (2) Decir: ¡Chalay, Santiago, y chalay
tú que cantas:

"Soy santiagueña;
¡bésame, sol!

"Pero cumpliríamos muy mal con nuestro deber argentino, si


callásemos ahora lo que no debemos callar. Mal cumpliríamos
también con nuestro deber de solidaridad profesional con los
jóvenes poetas y escritores santiagueños. Mal finalmente con el
gran diario que acoge nuestro pensamiento. El desamparo
espiritual de Santiago me ha realmente sobrecogido. ¡Para qué
ocultar mi alarma, mi consternación! Mi impresión es
acabadamente pésima. De este modo, Canal Feijóo, el de la
palabra concisa, y sus compañeros de brega (miembros todos de
esa benemérita corporación que se llama La Brasa) constituyen
un puñado de valientes y admirables muchachos que deben ser
señalados a la consideración y al agradecimiento del país. En
medio de una ciudad muy limpia, muy bien pavimentada y muy
progresista, que tiene su lindo parque y sus buenas, lindas
plazas, ellos quisieran cultivar, con el auspicio del público, su
personal jardín de arte y de ensueño. Lo quieren, pero no lo
pueden. Riegan, labran y siembran un suelo que en lo cultural
muestra todas las características de las tierras estériles. Espesas
y altas polvaredas, formadas del suelto polvo de la indiferencia
colectiva, ahogan el esfuerzo de estos nobles campeones. Tengo
datos que he creído corroborar fácilmente. Casi no se leen libros
en Santiago, como no sea por obligación escolar. Las librerías
apenas si son dignas de ese nombre. Dudo así que haya muchas
bibliotecas particulares en la ciudad; pues ¿cómo habrá
bibliotecas donde no hay librerías?, y, cerrando el círculo
vicioso, ¿cómo habrá librerías donde no hay bibliotecas? De este
modo no existe la curiosidad intelectual; y entre asistir a una
conferencia, pongo por caso, que algo puede dejar al espíritu, y
dormir la siesta una hora más, se prefiere la pigre hora más.
"No hay curiosidad intelectual, he dicho, ni parece que haya
tampoco mucho entusiasmo por los bienes espirituales. Yo
anuncié en Santiago que Raúl A. Orgaz, ese notable escritor y
sociólogo de la Universidad de Córdoba, es santiagueño. Se
quedaron tan indiferentes... Y no es cuestión de clima. Es
cuestión de hombres. Tucumán, en idéntica latitud y sólo a
cuatro horas de tren, se honra y se honró siempre en honrar el
pensamiento y el arte.
"¿Qué hacer? Los periódicos, que de seguro mucho pueden,
deben ser, por desgracia, el vehículo natural de la pasión
política; y en esta zarza muere aquella vid. En cuanto al precioso
apoyo oficial, ello dependerá solamente de la calidad del
gobernante, y esto último de la casualidad pura y simple.
"No, Feijóo, Abregú Virreyra o alguno de sus camaradas
tendrá que renunciar al socorrido camino de Buenos Aires y
quedarse a ser el nuevo Andrés Bello de este otro
menesterosísimo Santiago. Crecer allí, envejecer allí, adoctrinar
allí. Enseñar cultura, trasfundir espíritu... Necesario será que uno
de estos jóvenes, o algún nuevo Jaimes Freyre que determine el
destino, tome bajo la protección de su talento la cultura de
Santiago, ya se reduzca a enseñar como decíamos, ya también
escriba y cree, ya solamente, en fin, aliente y estimule la obra
ajena...
"Pero basta. Pudiera ser que un patriotismo impaciente, como
acaso sea el mío, me haya inducido a temeraria acusación. -
¡Ojalá fuese así! Y ojalá mañana mismo veamos brillar en
Santiago, altas y luminosas, entre las poéticas luces fatuas de las
supersticiones del indígena, las más claras antorchas del arte y
del pensamiento, en las más hermosas noches de la meditación y
del Estudio". (Arturo Capdevilla. Publicado en el diario La
Prensa, Buenos Aires, 11 de diciembre de 1927).

(1) Nota de Canal Feijóo: -Después de entregadas a la


imprenta las líneas con que encabezamos el precedente artículo,
"El Liberal" ha publicado una contestación a Capdevilla que
firma el Dr. José F. L. Castiglione. El Dr. R. García Gorostiaga,
por su parte, nos ha entregado la que se inserta en otro lugar de
nuestro periódico. Recíprocamente complementarias las réplicas
de estos dos prestigiosos intelectuales santiagueños, adolecen de
un solo defecto: toman demasiado en serio el artículo de
Capdevilla. No es su ignorancia de Santiago lo que habla en el
preclaro vate cordobés, sino su vanidad herida, su despecho de
semidiós intelectual que al descender a hablar a "los hombres",
comprueba que no se tiene mayor interés en escucharle aquí
abajo.
En Tucumán, Capdevilla obtuvo todo el éxito que deseaba o
calculaba. ¡Virtudes del 12 de Octubre, nada más! En otra fecha
del año, Jacinto Benavente dio la primera de sus conferencias,
hce algún tiempo, ante veinte personas, en esa misma bella
ciudad que "sabe honrar el pensamiento y el arte"... Y "LA
BRASA" acaba de recibir un breve artículo (que lamenta
vivamente no poder reproducirlo en este número por falta
material de espacio), de un distinguido hombre de letras
tucumano, en que se afirma que Capdevilla "defraudó" en
Tucumán...
Para terminar definitivamente, diremos que, a nuestro juicio,
toda la importancia del artículo de Capdevilla procede de que su
integral flojera ha sido gritada en trescientas mil veces a la vez
por "La Prensa", y ya es bastante. Por otra parte, nos ha
permitido actualizar el tema de la temperatura y nos ha
proporcionado un adjetivo nuevo, que en adelante será empleado
así: "hoy hace un día capdevilliano". Ya ve el ilustre poeta cómo
a la larga, algo "ha dejado al espíritu" santiagueño, su famosa
conferencia...
(2) Nota de Julio Carreras: Aquí el aporteñado y oligárquico
intelectual cordobés confunde una palabra tan común para todo
habitante del Noroeste Argentino. Escribe "chalay" en vez de
"achalay", como hubiera sido correcto hacerlo.

La Brasa. Nº 3. Diciembre de 1927.


El aguatero

Por: Carlos Domingo Yáñez

Yo no sé qué tenía el patrón, pero a mi me gustaba. Alto, muy


fiero, morrudo, las piernas abiertas de andar a caballo, la nariz
medio chueca, los ojos vivos y movedizos. Pero era bueno,
buenazo. Figurensé que a mí me pagaba dos pesos por día y me
tenía para los mandados. Cuando tuvo la ocurrencia de irse a
vivir al monte me fui con él dispuesto a seguirlo como siempre,
lustrarle las botas, limpiarle el revólver, arreglarle la ropa que
siempre dejaba tirada por donde quiera, arriba de la mesa, en el
piso.
La dejó a la mujercita, una morena flacucha puro ojos, en la
ciudad y él se fue al obraje, como a veinticinco kilómetros de la
punta de los rieles, medio'el monte, lejos de todo vestigio de
civilización. Él siempre vivía bien porque se hacía traer de todo,
sobre todo cosas para beber. Aperitales y no sé cómo les
llamaba, pero bebidas fuertes que tomaba de a botellas como
nosotros el agua, mientras fumaba como chimenea.
Vida triste, monótona, casi siempre de aburrimiento, sobre
todo en invierno que era cuando mejor se estaba porque en el
verano era cosa de ahogarse encerrado entre los árboles, sin
viento, bajo un sol brillante de fuego, ardiendo por arriba y por
abajo, por los costados y desde adentro, donde no siempre iba
agua fresca ni cristalina.
¡Puf! El agua. Cómo se sufre en el monte a causa de ella. El
patrón se bañaba con agua que sacaba del aljibe que tenía para él
solo, siempre con candado, como si guardara plata. Yo era el
encargado de la operación, como hombre de confianza y bien
que no derramaba ni una gotita. Los demás se puede decir que
muy raras veces conocíamos el placer de un baño. Por ahí,
cuando llovía mucho, o podíamos hacerlo descuidar al cuidador
del australiano donde estaba el agua verdosa para nosotros.
Había también una represa de tierra, pero casi siempre vacía,
porque cuando estaba llena bombeaban hasta llenar el
australiano y lo que quedaba lo ensuciaban los animales.
Pero eso era al principio, cuando llovía. Después vino una
seca larga, y el agua bajaba en el australiano hasta que se quedó
seco. Ahí fue la buena. El único pozo de las cercanías estaba a
veinticinco kilómetros del obraje. Fue entonces cuando me
nombraron aguatero.
Sobre un carro desmantelado motamos un tacho cilíndrico de
dos mil litros. Arriba tenía un agujero con una especie de
embudo, por abajo, una canilla para vaciarlo. Se le ataban dos
caballos y se acarreaba el agua desde el pozo. Iba yo y el
Arsenio, un tape cerdudo que siempre andaba haciendo
travesuras. Después de llegar a la punta de los rieles, entrábamos
al monte por una picadita hasta el pozo. Era éste hondo como de
siete metros, mal calzado. Sobre los bordes un par de horcones
de algarrobo y atravesado otro palo donde estaba atada la
roldana. Para sacar agua había que poner en una punta de las
sogas el balde y en la otra un caballo para subir y bajar el balde.
Era cosa de horas, caldeándose hasta el alma. Al lado del pozo
había un bebedero hecho con un palo ahuecado a fuerza de
hacha y de fuego que siempre estaba lleno de animales. Para
espantarlos había que hacerlos llenar primero, porque daba
lástima la terquedad con que miraban el agua los desgraciados.
Escasamente hacíamos un viaje por día y casi no habíamos
llegado cuando ya se terminaba el agua. Los peones llevaban
hasta de reserva, porque no era cosa de descuidarse. Lo malo es
que algunos no sacaban nada, y la andaban mendigando después
por los ranchos.
¡Las cosas que se ven por ahí! Hasta me lo mataron al
Arsenio por esa cochina agua. Un día, este tape había dejado
medio abierta la canilla y llegamos con medio tacho de agua. Se
armó una gritería horrible que hizo intervenir al patrón, que nos
pegó una sermoneada terrible. Para desquitarnos al día siguiente,
antes de aclarar, salimos al pozo, para ver si podíamos hacer dos
viajes hasta la noche. Cuando llegamos había tres aguateros
esperando turno y no hubo más remedio que aguantar. Las tres
de la tarde serían cuando llenamos el nuestro.
Yo no daba más, parece que estaba insolado. El calor era
terrible y ya en camino, nos desviamos hacia unos algarrobos.
Le dije al Arsenio que cuidara los caballos y me tumbé en el
lugar más fresco que encontré. La cabeza me parecía que echaba
fuego, tal era el calor que sentía. Parece que me dormí. Cuando
tuve conciencia de lo que hacía me levanté y no hallé rastros del
Arsenio ni de los caballos. El tacho estaba bajo los árboles,
cerca de donde me había acostado. Al rodearlo encontré al
Arsenio durmiendo entre unos yuyos. Le di unos cuantos
coscorrones y como no sabía dada de los caballos los
empezamos a buscar. Anduvimos el resto de la tarde y recién
bien entrada la noche los encontramos.
Yo no sé cómo no lo maté a patadas al muchacho. Nos faltaba
más de la mitad del camino y ya me figuraba cómo estarían los
peones del obraje. Apuré a los bichos, panzones de tanto comer
yuyos, y me apreté el sombrero dispuesto a recibir la que se me
venía, cuando llegara. Pero calculé mal, porque era peor de lo
que yo suponía.
Cansados de esperar los peones se habían sublevado y veinte
de ellos habían agarrado camino arriba, en dirección al pozo.
Nos encontraron antes de llegar, donde se habían escondido
cuando nos sintieron. Al salir de golpe, gritando, al camino, se
asustaron los caballos, cayó el Arsenio, una rueda le pasó por
encima mientras gritaba pataleando en el polvo. Cuando paré
lejos, insultándolos por lo que habían hecho, me tomaron
moliéndome a golpes, hasta que me hicieron callar de un
botellazo en la coronilla.
Me desperté en el obraje, la cabeza vendada. El Arsenio
estaba roto por la mitad, muerto. De los peones, ni rastros. Del
agua, una pequeña gotera en la canilla, una gotera miserable que
no alcanzaba ni para que bebieran los pajaritos. Y en los ojos de
los peones que quedaron en el obraje, fieles al patrón, una
enorme tristeza. La tristeza de las vacas chupadas cuando miran
al ternero que tironea de la ubre seca.

Predicando en el desierto. Carlos Domingo Yáñez. Añatuya,


1940.
El drama de América

Por: Francisco René Santucho

(Fragmentos)

[...] Personalmente no concibo la realización cultural como


cosa formal, sino en cuanto corresponde a verdades o
incitaciones de orden vital.
La revista Dimensión, nacida bajo mi dirección y de J.C.
Martínez en enero de 1956, surge precisamente para servir y
expresar aquella ebullición cultural.
[...] El drama de América, así es posible decir, no como un
mero slogan literario al modo de John Gunter, sino para referir
una situación humana e histórica de ribetes muy serios, cual es
la del hombre indoamericano. Muy serio digo y no quiero que se
entienda en el sentido de lo trágico literalmente (aunque no deja
de haber mucho de ello en nuestro interrogante) sino por ahora,
en este instante aún en el sentido de cosa mayor, de cosa
importante o mayúscula.
Estamos colocados, ustedes y yo... nosotros (dicho así como
proximidad espiritual y física) en esta circunstancia. O sea, que
dentro del panorama universal tenemos nuestro lugar y nuestro
tiempo y todo lo demás nos está dado por esa circunstancia.
Tenemos una situación original en el hecho; los indoamericanos
somos en el mundo como una circunstancia distinta de otra,
singular, por ello resulta identificable y discernible.
[...] Ahora bien, para simplificar, cuando hablo de nuestra
circunstancia, o si queréis llamarle «nuestra situación», llevo la
medida y la extensión de ella, como ya lo habéis escuchado, a
una categoría que creo la más definible y vigente, la categoría
indoamericana.
[...] A todas luces parece indiscutible esa existencia, esa
realidad indoamericana. Ella «es», podríamos pensar
inmediatamente. Pero ¿dónde radica esa particularidad? ¿Dónde
radica ese «algo» que la hace particular y distinta? ¿Dónde está
eso que hace lo indoamericano una parte, separable de lo
universal, una parte consu propia medida y su propia
especificidad? ¿Dónde está lo básico del ser indoamericano?
[...] El hombre es en abstracto una sola y misma cosa,
esencialmente podríamos hablar así. Hay algo que identifica a
todo hombre. Pero, al mismo tiempo, el hombre no se da como
abstracción, sino concretamente y en relación. Siempre es el
hombre y su situación particular.
El hombre indoamericano está dado como unidad, y al mismo
tiempo lo indoamericano como una particularidad histórica, por
todos esos factores de relación que han jugado sobre su
existencia. Su acervo tradicional, su geografía, sus propias
alternativas. Así nos es dable hablar de un prototipo
indoamericano. Nos es dable identificar y discernir sobre él. En
función de su relación. Está dado por la relación. Por la relación
de circunstancia. Está dado él mismo como circunstancia.
A esta altura la humanidad indoamericana está tomando
conciencia de su realidad indoamericana, de su particularidad
histórica a la que parece referida. Lo curioso radica en que por
ratos esa toma de conciencia, esa marcada presencia de lo
indoamericano, promueve en algunos un sentido intelectual de
negación. Como si volvieran paradójicamente sobre sí mismos
para negarse como sujetos. Es tremendamente curioso el alcance
que acuerdan al sentido de la objetividad y enternecedora su fe
en el rigor y la universalidad del conocimiento. Trasladando
erróneamente la cuestión falsean el alcance de las implicancias
del caso.
Aparte de lo que supone aquella oposición, así como estos
negadores la plantean, como problema gnoseológico, podemos
dejar de establecer supuestamente una correlación entre la
particularidad de nuestro ser, dado así definitivamente en
categoría indoamericana, y nuestro pensar. No podemos
desestimar lo que hay de subjetividad en todo pensamiento. Y
aquí está en parte la tensión que nos permite hablar de
dramaticidades.
A nuestro ser corresponde un pensar lógicamente. Pero un
pensar con todas las de la ley. Un pensar desde uno mismo. Un
pensar por uno mismo. No podemos comprender aquel error
falaz que hace decir a algunos pensadores cosas como estas: «No
es posible una filosofía americana», con el alcance que le
acuerdan a esa afirmación.
[...] Considero grandemente importante el papel que podrá
jugar nuestra particularidad indoamericana, los indoamericanos
como incidencia en el proceso de la humanidad. Importante por
razones especiales de situación que aquí están dados; de
originalidad a la par que de compenetración de las otras
situaciones.
[...] La cuestión está puesta sobre la frente del intelectual
indoamericano y no puede eludirla.
A lo largo de todas las repúblicas indoamericanas el ensayo
sociológico o especulativo gira alrededor de este tema
magnético. Y adquiere por ratos profundidad de filosofía. Me
vienen a la memoria inmediatamente una serie de nombres de
autores que abocados a ello, en líneas diversas de proyección, en
distintos campos, dan la pauta de su fecundidez y de su
complejidad. Digamos en México Leopoldo Zea. Samuel Ramos
(referido al caso mexicano), en otra forma Vasconcelos. En
Argentina gente nueva, especialmente Murena, Víctor Massu y
Rodolfo Kusch (Seducción de la barbarie, Estética de lo
americano). O pensadores de más antecedentes, como Canal
Feijóo, y últimamente una serie de intelectuales sustraídos a su
labor antes meramente erudita y estéril.
[...] «Por qué se presenta América Latina a nuestro
interrogante como América Latina? ¿Existe América Latina? Si
afirmamos su existencia estamos afirmando una problemática
que le es propia; o sea, estamos afirmando la personalidad de
América Latina» (La Nación, mesa redonda auspiciada por este
diario, con la participación de A. Bascuñan, Medina Echavarría,
Carrión, Risieri Frondizi y José Luis Romero.)
Desde luego ese es el interrogante inicial, que uno debe
formularse, y luego también que uno debe oponer a una
dialéctica que parece negar la particularidad válida de las cosas
por un error, en parte, de calibramiento conceptual. Desde los
dos ángulos: su reconocimiento como unidad cierta -unidad
indoamericana- y su reconocimiento como parte frente al todo
universal. Es decir, como una categoría especial de nuestro ser
en relación, en relación de tiempo y lugar.
[...] Un ser y un pensar suponen finalmente un hacer. Un
hacer correspondiente a ese ser y ese pensar. Por esta vía, el
hombre indoamericano ha de arribar a un despojamiento de sus
inhibiciones intelectuales, y a una total libertad. Para
proyectarse, así libre de sus supeditaciones, en toda su aptitud
creadora.

La unidad indoamericana. Francisco René Santucho.


Editorial Nuestra América. Buenos Aires, 2010.

La Acequia Real

Por Sara Diaz de Raed


(Fragmentos)

[...]
La acequia de la avenida Belgrano fue una soprendente obra
de ingeniería que dio origen a la agricultura de riego. Nuestra
"acequia principal", como se la llamó primitivamente, por ser
única y la de mayor caudal, al servicio de "chacras y
sementeras", fue centro de interés económico, político, social y
religioso de la ciudad, desde los albores de su existencia.

[...] El gobernador Abreu y Figueroa escribe al virrey del


Perú el 20 de marzo de 1557 (transcurridos apenas, cuatro años
de la fundación de la ciudad) y dice haber "sacado una acequia
principal para riego de sementeras tardías y hecho repartimiento
dellas ques ymportante cosa".
Otro testimonio valioso es del Pedro Sotelo Narváez, vecino
de Santiago del Estero, que envió al presidente de la Real
Audiencia de la Plata, en 1.582, la Relación de las Provincias del
Tucumán, expresando: "Cógense trigo, mays, cebadas,
garbanzos, habas, ajos, cebollas y otras legumbres y hortalizas
de España, así en lo que este río baña como en una acequia que
sacaron los cristianos, donde hay recreaciones, pasa junto a la
ciudad, y corre más de una legua..." [...] Ambos documentos
demuestran que este ensayo hidráulico existió ya a fines del
siglo XVI.
En torno a la acequia giró la vida íntegra del pueblo desde sus
comienzos y en sus diferentes etapas, colonial, de la libertad, de
la independencia, autonomía y organización nacional. Ella hizo
posible la productividad de la tierra, y en más de cuatrocientos
años satisfizo las necesidades de sus habitantes. Así lo atestigua
la Relación de Narváez cuando dice que los indios juríes se
alimentaban de "maíz, frisoles de muchas maneras, y raíces
como la yuca, aunque silvestres. No tenían frutas más que de
cardones diferentes, tunas, algarroba y chañar; los españoles y
ellos tienen agora frutas de España que se han plantado, viñas de
que se cogen muchas uvas y vino, duraznos, higos, melones,
membrillos, manzanas, granadas; perales y ciruelos no han dado
fruto aún; hay limas y naranjas". Los cultivos hortícolas y
frutícolas que se realizaron con el agua de la acequia atendieron
el consumo local desde la época colonial hasta avanzado el siglo
XX. "Primera colonia agrícola bajo riego artificial", la califica
con acierto el estudioso de la historia Alberto Figueroa Cueto. El
rey, concedía como un privilegio, y por Cédula Real, rentas
especiales para su sostenimiento. Además de satisfacer
necesidades de orden agrícola-ganadero, el agua sirvió también
para la edificación. Así lo atestiguan la Actas Capitulares en 1.
747, cuando esta arteria se secó "a cinco años que no corre la
sequía y Esta la Ciudad. En mucho inopia sin tener una mata de
berdura para los mantenimientos, y ni poderse hacer adoves para
las fábricas de casas y reparo de los edificios que se van
arruinando..." A fines del siglo XIX una promisoria industria
nació en las riberas de la acequia, la plantación de caña de
azúcar, lo que dió origen a una fábrica que funcionó en
Contreras.
Indudablemente que la "ribera" ayudó al desenvolvimiento
económico de la ciudad, por el surgimiento de quintas, huertas,
chacras, que aseguraron las cosechas.

Apoyo a expediciones

La producción agrícola de las chacras, juntamente con la


ganadería, que tuvieron rápido desarrollo, facilitaron los
recursos necesarios para costear expediciones que partieron de
su seno a fundar ciudades. Esa ayuda consistió en proporcionar
alimentos para la caballería. Cuando Jerónimo Luis de Cabrera
marchó hacia la región de los comechingones a fundar la ciudad
de Córdoba, llevó "cuarenta carretas cargadas de basamentos".
Ya en el siglo XVIII con la inscripción de las Actas
Capitulares, la acequia se convirtió en el centro de la atención
municipal y comenzó a vivir una existencia legal. Allá por 1.738
el Cabildo resolvió "se dispongan por este Cabildo todo el
fomento necesario para las obras de la Azequia". En años
posteriores el riego de las chacras se vió interrumpido por
intereses particulares, algunos de orden político, según se lee:
"fue de la primera atención de su Señoría el reparar los daños
que se siguen de que el agua de la hasequia principal,
jeneralmente son dueños toda clase de personas de llebar el agua
por donde a cada uno le parece gozando uno de las
conbeniencias del agua con daño general de las chacras". La
existencia legal de la acequia "no fue muy limpia a causa de los
artificios y cabildeos de los Alcaldes" de aquel entonces, que
para aprovecharse de los recursos propios de la Acequia, la
"enlamaban y desenlamaban con más frecuencia de lo
necesario", expresa el historiador Dr. Orestes Di Lullo.

Ribera

Con el impulso dado a la agricultura comenzaron a nuclearse


en sus riberas numerosas familias. De ahí proviene el nombre de
la "ribera" con que fue conocida por mucho tiempo.
Sucesivas inundaciones del río Dulce, en 1.627 y 1.663,
hicieron que sus habitantes se desplazaran hacía el poniente.
Entonces la acequia se convirtió en el centro de la ciudad. En su
vecindad comenzaron a construirse los principales edificios,
entre ellos la Catedral (la cuarta) y tiempo después el Cabildo,
solar donde funcionó durante mucho tiempo la Casa de
Gobierno, hoy asiento de la Policía Central. Algunos vecinos se
trasladaron cerca de la nueva plaza, centro de la ciudad actual.
Primitivamente los adjudicatarios de chacras y solares
registraban sus nombres en el plano de fundación de la ciudad.
Más adelante, en 1.756, figuran en el padrón de la Acequia, los
descendientes de los primeros conquistadores, entre ellos de los
González de Abreu y Figueroa, Hernán Mexía de Miraval,
Gerónimo Luis de Cabrera, Juan Ramírez de Velazco, don
Francisco de Argañarás y Murguía, Alonso de Vera y Aragón,
Juan Juárez Baviano. Podemos afirmar que esta "madre de
ciudades" no sólo transmitió su vitalidad al fundar núcleos de
población, sino también les dió sustento. Junto a esos
descendientes, los clérigos y conventuales poseyeron sus chacras
o recreaciones, mercedarios, franciscanos, dominicos y jesuitas.
Todos ellos tenían chacras de su propiedad que cultivaban por
medio de sus "yanaconas".
Cierta vez, el gobernador Hernando de Lerma pretendió
despojar de sus yanaconas a los mercedarios. El comendador
manifestó que su condición de integrante de los primeros
pobladores y conquistadores les daba derecho, y que sin el
cultivo de las chacras no podían subsistir sus conventos, ni
cumplir acción evangelizadora. Según consta en el "padrón de la
Acequia” de 1.756, "la fracción de la Merced es de dos cuadras
por dos. Por una parte se asoma a la acequia y por otra al camino
del Palomar que lleva a Manogasta. "La manzana nº 52
perteneció al convento de Santo Domingo". La cuadra que sigue
al Sud, Nº 52, fue de Alonso de Alfaro y la fracción Nº 70
perteneció a sus herederos.
En la revisión de documentos no hemos encontrado la fecha
que señale el cambio de denominación de “principal" por
"Belgrano". Sólo anotamos que durante el gobierno de Absalón
Rojas, se dictaron leyes de carácter edilicio, las del 4 y 22 de
agosto de 1.887, disponen la creación de una plaza y escuela
denominadas Belgrano, ambas situadas en la zona sud, a poca
distancia de la acequia, las que conservan su ubicación actual.

Chacras y religión

La Chacra de las Beatas fue un solar que perteneció al


Capitán Juan de la Cerda y Aragón y a su esposa doña Juana de
Bravo de Zamora, allá por 1.675. Una hija de este matrimonio,
doña Josefa de la Cerca y Aragón, juntamente con otras damas,
se reunieron allí para llevar vida monacal, bajo las reglas de la
Compañía de Jesús. Cuando falleció la última de las religiosas
en 1.717, doña María Ibáñez del Castillo y Días Caballero, la
Chacra de las Beatas pasó a posesión de los sobrinos de doña
Josefa, es decir a los Juárez de Cantillana y Cerda y Aragón,
antiguos poseedores, desde la época del Empadronamiento.
Otras religiosas, sor María Antonia de Paz y Figueroa
(fundadora de la Casa de Ejercicios en Buenos Aires) y sor Ana
María Taboada, que fundó el Beaterío de Belén en 1. 82 1,
recibieron como donación del presbítero Juan José Lami
(Capellán y Consejero de la Casa de Belén), una chacra que
heredó de su abuelo el general Joséph López de Velazco. Tiempo
después se constituyó allí, el templo y asilo de Belén.
Cuando en 1.897, llegaban a Santiago las cuatro primeras
hermanas dominicas, se instalaron en una chacra sobre la
margen derecha de la acequia, donada por Ramón Iramaín. En 1.
909, Elisa Gorostiaga de Iramaín instaló en esa quinta a las
Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad Enfermeras, en
recuerdo de su hija Elisa, última heredera de la familia. El
cuidado de la acequia fue la principal preocupación del gobierno
de la ciudad. Así lo refieren las Actas Capitulares en numerosas
oportunidades. Frecuentes inundaciones, el desborde "corriendo
el agua por las calles públicas y en particular en la calle de la
Merced en donde ha hecho madre".
No obstante estos inconvenientes, en las riberas de la acequia
se congregó la población. Después se convirtió en una avenida
importante. Adornada primitivamente por hileras de sauces,
luego se la embelleció con alamos. Las viejas quintas,
paulatinamente, fueron reemplazadas por modernas
construcciones que la convirtieron en una arteria residencial. [...]

Revista de la Fundación Cultural, Santiago del Estero.


Diario La Hora

Por: Luis Gerardo Quadrelli

En nuestra ciudad circularon, en el siglo pasado, diarios y


periódicos, aunque muchos de ellos no tuvieron larga duración.
En la década del ´20, el Diario La Hora; en los ´50 el Diario
Santiago que tenía sus talleres en la Calle Tucumán al 200;
Diario La Provincia, en Libertad y Buenos Aires. Luego, en las
décadas de los 60 y 70 Diario Tribuna, en Belgrano y 9 de Julio,
y Diario La Calle, en Avellaneda y 25 de Mayo,
respectivamente.
El diario LA HORA fue uno de los que más tiempo estuvo en
circulación, con casi cincuenta años de salir a la calle. Fue
fundado el 4 de febrero de 1928, por don Leocadio de Jesús
Tissera. En principio sus talleres y administración funcionaban
en calles 9 de Julio y Buenos Aires, más tarde, en 1945, se ubicó
en Libertad 678, años después y hasta su desaparición en calle
Entre Ríos 56.
Leyendo en las colecciones que se encuentran en la Biblioteca
Sarmiento LA HORA nace con el nombre de EL PUEBLO con
el lema: «El que sea martillo que golpée y el que sea yunque que
aguante». Años más tarde se cambia el nombre, quedando
definitivamente como Diario LA HORA. En 1930 se reemplaza
el lema por «LA HORA será tribuna de defensa de los derechos
del pueblo», hasta que en el año 1944 se lo reemplaza y queda
definitivamente el lema: «Aquí estoy para decir lo que nunca
nadie podrá olvidar ni desmentir. Almafuerte»
José Edmundo Tissera Corrales, lo sucede a don Leocadio
como administrador y copropietario, en el año 1945 y el diario
avanza en la compra de máquinas Linotipo. El hermano, José
Agustín Tissera Corrales, era el responsable de la parte
administrativa y ya en la década del 60, se suma doña Rosa
Tissera de Gamboa, formándose de esa manera una empresa
familiar.

Vivencias desde el interior del taller

A la edad de 16 años entré a formar parte del personal del


diario La Hora como empleado administrativo. A resultas de
ello, y en mi cotidiano andar por sus instalaciones me sedujo el
arte gráfico. Veía con asombro la forma en que se trabajaba, algo
que el común de la gente desconocía. LA HORA era un diario
vespertino que circulaba de lunes a sábados, con jornadas que se
iniciaban a la mañana y se prolongaban hasta el cierre de la
edición que solía ser a las 21, si no había inconvenientes o
alguna noticia de última hora.

Cómo se recibían las noticias

Los diarios, en su mayoría recibían las noticias a través de


teletipos, LA HORA no tenía ese medio y por lo tanto, los
cables se recibían a través de los informativos radiales,
transcribiendo las noticias con la máquina de escribir. Para ello
se utilizaba una radio de grandes dimensiones con una antena
de gran alcance. Era sorprendente la velocidad para tipiar que
tenían los cronistas, que al tiempo que transmitía el informativo,
ya se iban copiando los cables a máquina para luego pasarlos al
secretario de redacción, que se ocupaba de clasificar las notas y
enviarlas al taller. Mundo Tissera era el más destacado en esa
tarea ya que no se le veían las manos (en el decir de los colegas)
cuando tecleaba recibiendo las noticias y por supuesto, haciendo
gala de su innata habilidad.
De las noticias locales se responsa-bilizaban los cronistas de
las distintas secciones. En Policiales el encargado se ocupaba de
retirar de la oficina de Prensa de la Policía y en cuanto accidente
o incidente ocurría en la ciudad. En todos los casos el diario
informaba con nombre y apellido de los protagonistas, sin temor
a recibir represalias o querellas de los afectados. El lema era
informar, cueste lo que costare. La información oficial era
retirada de la Casa de Gobierno.
En Deportes los periodistas deportivos asistían a las sesiones
de la Liga Cultural para llevar las noticias del fútbol local y lo
mismo ocurría en básquetbol con la Asociación de ese deporte y
las demás disciplinas como box, atletismo, ciclismo etc.
Daba gusto leer las crónicas sobre los clubes, dirigentes y
jugadores. Había columnas firmadas por los periodistas con
duras críticas o grandes elogios a los buenos jugadores así como
se destacaban las jugadas bien armadas y cada periodista se
hacía responsable de lo escrito. En una llamativa nota, en el
partido jugado entre Unión y Santiago, decía: «Jugó el Gran
Tacuna y si erró dos goles, fue porque el arco no era de dos
pisos» y firmaba «Velero». (año 1945)
En la sección Sociales la gente acercaba la información pues
se publicaban acontecimientos de nuestra sociedad, como
casamientos, cumpleaños, bautismos, enfermos y viajeros.
Las columnas sobre política, eran las más picantes y entre las
notas de actualidad se destacaban «Como se pide», «Chaina
Ninku» (Así dicen en, quichua), que más tarde se transforma en
«Chaina Ninku, pero pítaj hiachan», (Así dicen, pero quién
sabe). Otra columna que tuvo mucha resonancia era «Puñado de
Verdades» por Flavio Correa, que aparte de ser comentarista de
política y de actualidad, era un conocido procurador y tenía su
estudio en calle La Plata primera cuadra.
En las ediciones especiales se vivía un clima distinto al
cotidiano pues se trabajaba en los momentos que estaban
disponibles las impresoras y las páginas se armaban de noche o
en las primeras horas de la mañana, porque el material gráfico
no era suficiente y cuando se terminaba el diario, se redistribuía
el material y se compaginaban los números especiales, los cuales
daban una entrada económica extra, por la cantidad de avisos
publicitarios que se editaban.
LA HORA siempre fue un sostén de la cultura, por lo tanto en
los números especiales se le daba singular proyección a los
escritores locales, que se explayaban con innumerables cuentos,
narraciones, poesías y leyendas de nuestro acervo nativo.
Allí tuve la suerte de conocer a grandes escritores y hombres
de la cultura de nuestra provincia, muchos de ellos con
resonancia nacional e internacional, como el doctor Oestes Di
Lullo, Horacio Germinal Rava, Flavio Correa, Samuel Yussem,
Rolle Nassif, su hijo Alfonso y a Carlos A. Bruchman entre
otros, que se destacaban en las letras.
Ya que hablo de destacados no puedo dejar de nombrar al
periodista Lucio O. Diaz (f), luchador incansable que aparte de
su trabajo como periodista, era empleado público y sufría
permanentes castigos, en la administración, como represalias a
sus críticas contra los funcionarios. Sanciones que él los tomaba
y festejaba como verdaderos premios a su labor periodística,
porque LA HORA, en su constante decir la verdad, criticaba a
gobernantes y a funcionarios que no cumplían con sus
obligaciones. Por ello sufría innumerables represalias por parte
de éstos, como por ejemplo la quita de publicidad oficial, que
hacía estragos en la economía de la empresa.
Otros periodistas que hicieron historia fueron don Manuel
Santos Santillán (f) que por muchos años se desempeñó como
secretario de redacción, Marcelo Ábalos, que a la par de trabajar
en el diario se recibió de Licenciado en Periodismo, uno de los
primeros en obtener ese título; José Henry Reinoso periodista
radial y televisivo, «Bichito Paz» periodista deportivo, Hugo
Orosco, César Leovino Suárez y Polo Serrano comentarista de
espectáculos, entre tantos que pasaron por la redacción del diario

Reto a duelo al Director

En tantos momentos de espera, de las últimas noticias, se


formaba una rueda en el amplio patio del diario, y las anécdotas
se hacían presentes en la memoria de los más grandes. Don
Guillermo Álvarez, era el mecánico de la impresora. Hombre de
una vasta experiencia como jefe de rotativa del diario El Liberal
y se ocupaba del mantenimiento de las impresora de La Hora.
Don Guillermo nos contaba que una oportunidad fue testigo
de un duelo que sostuvo don Leocadio con un militar del
Regimiento 18 de Infantería con asiento en nuestra provincia. Al
parecer una nota publicada en el diario lo había afectado en su
honor como militar y como hombre. Ello desencadenó en un reto
a duelo al director.
En vano fueron los consejos y los intentos de convencerlo
para que se retractara, cuando el militar le envió los padrinos.
Para colmo don Leocadio eligió la espada, arma que nunca había
manejado y de la cual el militar era experto, ya que era un
destacado esgrimista.
Contaba don Guillermo que el duelo se llevó a cabo en una
zona montuosa, que en esos tiempos abundaban, cerca de la
costanera. Él era adolescente aún y aprovechando las sombras de
la madrugada, «hizo culata» en uno de los mateos que trasladaba
a los padrinos y jueces del duelo. Éste era «a primera sangre», o
sea que al primer corte, o lo que fuera si manaba sangre, se daba
por concluído el duelo.
El joven miraba escondido detrás de un árbol lo que acontecía
y vio al militar que se encontraba haciendo elongaciones con su
espada tomada del mango y de la punta por sobre sus hombros y
cabeza y flexionaba las piernas en una muestra de su
conocimiento del arma que manejaba con destreza. Don
Guillermo, asombrado por esta destreza, pensaba en lo mal que
podría pasarlo don Leocadio.
El director llegó a la cita y lo primero que hizo fue sacarse el
saco, arremangarse la camisa y cuando los padrinos dieron por
comenzado el duelo, tomó la espada con su mano derecha y
salió decididamente a enfrentarlo, tirando «machetazos a diestra
y siniestra». La arremetida fue tan violenta, que a su rival no le
permitió ni siquiera ponerse en guardia. Pasaron unos pocos
minutos, que parecían una eternidad. Tan furioso embate no le
permitió al militar aplicar sus conocimientos del arma y en uno
de los tantos machetazos que lanzó don Leocadio, le hizo un
corte en el hombro derecho a su contrincante, y como era «a
primera sangre» los jueces dieron por finalizado el duelo y
ambos quedaron satisfechos, por haber «lavado el honor». Luego
retornaron cada uno a su tarea, entre las felicitaciones y asombro
de los presentes y ante el enojo del militar, que no esperaba esa
reacción del periodista.

Un cronista de Policiales, “de los de antes”

Muchas veces escuché una anécdota que, por su peculiaridad,


se hizo popular entre la gente del ambiente periodístico de
nuestra ciudad.
Resulta que hubo una publicación en la sección de policiales
que decía más o menos así:
El ciudadano «Fulano de Tal», fue detenido por la policía
acusado de golpear a su novia, en la esquina de Moreno y
Congreso. La novia se presentó en la seccional primera para
hacer la denuncia aduciendo que el arriba mencionado la atacó a
golpes de puño, sin razón alguna.
A la mañana siguiente de la publicación llegó al diario un
señor, bastante molesto y pidió hablar con el cronista,
recriminándole de malas maneras y pidiéndoles que aclarase que
él tiene el mismo nombre, pero que no es el agresor y luego se
retiró, no sin antes dejar una sarta de amenazas e improperios
hacia el autor de la nota.
El redactor, cumpliendo con su obligación, pero «con la
sangre en el ojo» por los improperios y amenazas, publicó:
Ayer si hizo presente en nuestra redacción el ciudadano
«Fulano de Tal», con domicilio en tal lugar, diciendo, que él no
es el autor de la agresión a una señorita, publicado ayer en
nuestro vespertino. Por lo tanto queda debidamente aclarado que
el señor en cuestión no tiene nada que ver con el incidente. Y al
final le puso como venganza: “él nomás hai ser”.

Buscando la noticia

Lucio Díaz, uno de los mejores cronistas del diario entró al


taller, diciendo:
— Muchachos, no tengo ni una noticia buena, necesito algo
impactante. Ya hemos publicado de la “Almamula”, del “Petiso
fantasma” y hace falta algo novedoso para aumentar el tiraje,
pásenme algo que ocurra por los barrios donde viven ustedes...!
Por esos días, había vuelto de Buenos Aires, después de
mucho tiempo, el amigo Gualberto “Cabo” Díaz, apodado
“Perro Moto”, por su gran contextura física. Cabo, que aún
siendo mayor que nosotros, conservaba ese espíritu jovial y
desgranaba risueñas anécdotas en su taller de herrería artística,
donde nos juntábamos en los momentos libres a hacer el
“vermoucito”. Como hacía poco le habían adjudicado una casa
en el barrio Gómez Morales, hoy barrio Sarmiento,
se me ocurrió jugarle una “bromita”
—Lucio —le dije—, me han dicho que en el barrio Gómez
Morales se aparece por las noches un perro negro, grande, que
pareciera que emerge del centro de la calle, asustando a la gente,
pero éste no es el “perro familiar”, a éste le dicen el “perro
moto”.
Y ahí nomás, ni lerdo ni perezoso Lucio se puso a escribir,
haciendo gala del sensacionalismo que manejaba con pericia y
se mandó un título a cuatro columnas que decía: En el barrio
Gómez Morales espanta a la gente un perro de grandes
dimensiones... y sin cola.
Al otro día se vino el problema. Lucio entró al taller, pero
esta vez a toda carrera y con los ojos casi desorbitados,
diciéndome a los gritos:
—Vení, atorrante. En la redacción, está un hombre morocho
preguntando y ofreciendo palizas al autor de la nota del perro
moto, vení, dice que quiere hablar con vos.
—No, le dije, arreglate vos. Vos querías noticias y yo te la dí.
— Por favor vení hermano, el hombre es muy grandote y ha
dicho que me va a hacer cag…, y todo por tu culpa, por lo
menos que nos pegue a los dos..!
No sabíamos Lucio ni yo, que todo era una confabulación
entre Cabo Díaz y su hermano Juan que era armador del diario y
que habían preparado esa parodia para asustar a Lucio, que más
tarde volvió al taller pero ya con otro semblante. Ya se ha ido…
pero antes de retirarse Cabo te dejó el mensaje que donde te vea
te va a zurrar (pero con otras palabras),
—Ah ya vas a ver cuando te agarre a vos, pícaro.
Y así fue. Al tiempo cuando me encontraba en la canchita del
barrio me tomó desde atrás sorpresivamente… pero por suerte
no me pudo “zurrar”… no me pudo zurrar por reírse de la cara
de Lucio… Menos mal...! Porque Cabo era un hombre muy
grandote... casi como el perro moto!

Algunos textos de sus páginas

Decía un texto publicado con motivo de un nuevo


aniversario: «EL Diario LA HORA nació para servir a los
intereses colectivos, defender la justicia y las causas nobles,
bregar por el imperio de los derechos humanos y de los
postulados democráticos, por la subsanación de las anomalías e
irregularidades, la solución a los problemas que afectan a la
población, fustigar lo malo y lo pernicioso, con la idealidad de
ser útil a la sociedad. Fue una profesión de fe de que se
impusiera, que está sintetizada en el lema que encabeza su
página «Aquí estoy para decir lo que nunca nadie podrá olvidar
ni desmentir. (Almafuerte)
Nació en cuna pobre, humilde y su mayor riqueza la
constituyeron esa pobreza y esa humildad, las ansias de trabajo
y de ser útiles a la sociedad. No se acumuló riqueza y que hoy,
como en la época inicial siguen siendo los anhelos de bien y la
convicción de que en la prédica no nos separamos un sólo
instante de la dignidad y la corrección. Muchos anhelos
quedaron en el camino, otros cayeron en el vacío y no pocos se
frustraron por causas que nos incumben. Nuestro norte fue
permanentemente propender al bienestar general y a que el
Estado cumpla la alta función tutelar que por ley le está
encomendada, En este accionar paladeamos el sabor de la
victoria y la hiel de los contrastes, cosechando aplausos y
sentido el aguijón punzante de las zarzas del camino, y una y
otra cosa significaron acicates para la prosecución de la misión
impuesta».

Cómo funcionaba el taller gráfico


En los momentos libres que tenía en la administración, me
llegaba al taller y curioseando aprendí a «parar letras» en las
cajas de tipografía, que aún existen en algunas imprentas. Por
supuesto que los muchachos, que siempre llegaban tarde, me
«pagaban» con un cigarrillo la distribución de la tipografía de los
títulos, que eran más grandes que las letras de los textos.
Las columnas del diario se medían en picas (medida de
longitud), que aún hoy se utilizan en algunas imprentas
tradicionales. Por ejemplo una columna del diario estaba
compuesta de 9 picas, aproximadamente 4 cm. y se armaba con
tipos de distinta medida, es decir se lo hacía letra por letra en un
molde de bronce, manualmente, llamado componedor.
Generalmente se trabajaba en cuerpo 8 y para destacar la noticia
se lo hacía con cuerpo 10, o letra bastardilla (cursiva), y los
títulos con cuerpo 16 hasta 48 en las informaciones normales y
cuando era necesario destacar algún suceso se llegaba hasta el
cuerpo 72 o más con letras de hasta 10 cm. de altura, llamados
títulos catástrofe. Una vez armadas las páginas, se las
transportaba a pulso hacia las impresoras. Por mucho tiempo se
imprimió en las dos máquinas planas Marinoni, una para cada
tiraje y en los años sesenta se compró otra plana de mayor
capacidad.
LA HORA siempre fue un diario humilde y los gráficos se
ingeniaban aplicando distintos recursos para armar las columnas
y luego las páginas. El trabajo en el taller era prácticamente
artesanal, todo ello por mérito de los obreros de las artes
gráficas, que por su entrega y conocimiento, eran los bien
llamados «obreros intelectuales». Para muchos, era el oficio más
largo y difícil de aprender porque siempre aparecían cosas
nuevas, prueba de ello es que hoy está todo digitalizado y día a
día deben actualizarse. Los tipógrafos, linotipistas y armadores,
eran en ese tiempo lo que hoy es la profesión de Diseñador
Gráfico que se enseña en las universidades.
Los gráficos y periodistas de LA HORA, de aquellos tiempos,
eran en su mayoría bohemios y románticos empedernidos. Cada
uno de ellos tenía su propia historia de vida a tal punto que no
les interesaba demasiado el tema económico y era como si esa
bohemia la transmitían a los más jóvenes que frecuentábamos
ese ambiente. La filosofía era que una buena información, como
un buen diseño de página no tenía precio ni horario de salida.
Siempre prevalecía la satisfacción personal y el oficio se
transmitía a los más jóvenes sin ningún egoísmo.
Entre los linotipistas se destacaba Rómulo «Gringo» Díaz, de
gran capacidad y conocimiento, que se volvió a Santiago
después de ganar por concurso un puesto en la Escuela de la
Armada Argentina. Como no se habituó a ese medio, prefirió LA
HORA para dejar en él toda su experiencia. Entre los armadores,
o compaginadores se destacaban Julio «Tuti» Ibánez, incluso
autor de un espacio llamado «El Plato del Día», de gran
popularidad en la ciudad. En su texto mencionaba a los distintos
personajes de barrio, con bromas cargadas de gran humor y
buena onda. Otros gráficos conocidos fueron Carlos “Bolsa”
More, Mario Camus, Juan “Musha” Díaz, Tino Padilla, Oscar
Umbidez, Segundo Leguizamón, Ángel Trejo, (el de menor
edad, por lo tanto el más burlista y molesto), David Aguirre,
impresor y Marcos “Kilia” Ibarra, “Pipi” y “Joshela” Tissera y
Samuel Corpus, entre otros. Tres personajes que no puedo dejar
de nombrar son Manuel “Iguana” Ibarra, cortador del papel para
la impresión del diario, el “Maestro Luna”, electricista y
“Mishquila Avila”, repartidor, quien hacía sonar un silbato en las
esquinas, para detener el tránsito y cruzar con el reparto del
diario. Mujeres como Norma Gómez, Blanca Coronel, Elena
Díaz, Luisa Juárez, Elsa Gerez y las correctoras Beti Reynaga y
Rosita Gerez y tantos otros compañeros, de los cuales gané en
conocimiento del arte gráfico y de la vida.
Una frase que aún conservo en mi memoria, es la de don
Santos Santillán, que cuando me vio practicar en la caja de
tipografía me dijo al pasar: «Tené cuidado muchacho, porque
cuando te entra la tinta en la sangre no te la sacarás nunca
más». Metáfora y vaticinio a la vez tan real, porque nunca
intenté trabajar en otra cosa, aún sabiendo que en otro lado podía
ganar más. Y seguí trabajando como gráfico y con orgullo, de
gráfico me jubilé.

Último número

Realmente LA HORA hizo honor a su lema y defendió la


verdad, dijo la verdad y en su lucha por denunciar gobernantes y
funcionarios corruptos, no recibía publicidad oficial. Don
Leocadio fue a la cárcel en varias oportunidades, pero ni eso lo
detuvo en su constante lucha, poniendo bien en alto la bandera
del periodismo.
No se sabe exactamente cuándo fue el último número de LA
HORA que salió a la calle. Creen que fue en agosto de 1976. Esa
siesta se encontraba trabajando parte del personal, el resto
entraba a las l7, cuando imprevistamente llegó el conocido y
temido «celular azul» de infantería, con policías. Allanaron el
local, llevaron detenidos a los trabajadores y secuestraron la
edición del día. Hugo Orosco y Elsa Gerez cuentan que,
diariamente llegaba un muchacho de apariencia humilde, por sus
modales y forma de vestir. Se hizo amigo de la gente del taller,
quienes, de buena fe, le regalaban uno de los primeros
ejemplares impresos. Dicho personaje habría sido el informante
de la SIDE y fue quién mostró el ejemplar a sus superiores, que
procedieron al allanamiento. Esa tarde, fueron detenidos y
llevados a la seccional primera los periodistas Pablo Caviedez,
Carlos Díaz (director del diario), Hugo Orosco, Elsa Gerez y el
impresor David “Chichí” Aguirre.
A los detenidos no los dejaban hablar entre sí. Los tuvieron
todo ese día y los liberaron al mediodía siguiente, no así a don
Carlos Díaz que estuvo una semana más.
Por suerte todos fueron liberados y los que viven hoy pueden
contar lo que fue el último día del Diario LA HORA. Un diario
que luchó en desventaja con denodado esfuerzo y vehemencia,
por la verdad, por el bienestar de su pueblo y que, por decir su
verdad, desapareció. Con él desapareció también una fuente de
trabajo que sustentaba a más de veinte familias y lo más
importante: se perdió la libertad de prensa, que vio su triste
final, con sus alas cortadas en su agónico aleteo por subsistir,
menospreciada y amordazada por las manos manejadas por las
oscuras mentes de quienes gobernaban con prepotencia y
autoritarismo en aquella nefasta época que se vivió en nuestro
país.
Mi agradecimiento a la Biblioteca Sarmiento, que me
permitió revivir mis días, en sus archivos, y a Gustavo Tarchini
por su buena voluntad y profesionalismo.

El recuerdo de Hugo Orozco

Tal vez este intento de echar al vuelo retazos de la historia


de «La Hora», no conlleve nada más que «un retazo de lo que
fue su todo». Porque el período de vida de este vespertino está
sazonado con infinidad de colores que, en resumen, conforman
la «salsa» de su vida.
Casi por una casualidad, fui a emparentarme con La Hora.
Cuando me ofrecieron el empleo –recién salido del secundario,-
una extraña emoción me abrazó, no carente de alguna pizca de
temor: mi juventud, mi inexperiencia, ante ese cúmulo de
materia prima que debía amasar diariamente para ofrecerle al
lector, lo que no era poco: las revueltas populares, el
Cordobazo; la llegada de Cámpora; el regreso de Perón; su
triunfo en las elecciones; su muerte; Isabel; el golpe militar;
junto a las rencillas de la política local: Juárez, López Bustos,
etcétera, abonaban el trajín de este diario que anticipaba los
acontecimientos importantes de la vida ciudadana en las negras
pizarras amuradas en su fachada, a ambos lados del acceso
principal, en la inmensa propiedad de calle Entre Ríos 56.
Todo se hacía con pasión; siempre faltaba algo. O alguien…
entonces, el ingenio de su gente, de su Director, «multiplicaba
los panes». Y el Diario estaba, para que empiece a desandar la
tarde-noche por los hospitales, las comisarias o los bares,
mientras los transportes se encargaban de ponerlos más allá.
Una lectora, ya entrada en años, llegaba cada tarde porque
quería ver qué le tenía reservado el destino; otro igual, Don
Pedrozo, hacía su pasada y se lo llevaba para sentarse en algún
bar, no sin antes dejarnos alguna humorada, algún comentario
por ahí recogido. A esa hora, ya el tintineo metálico de las
máquinas había cesado; el personal de taller daba sus últimos
toques del día. Y por qué no, el administrativo, con la
satisfacción del deber cumplido, buscaba algún reparo a dónde
celebrar el día, tal vez en Gallito, de Sáenz Peña y Córdoba, tal
vez Karam de la Urquiza, tal vez la Italiana.
¿Y la celebración del Día del Gráfico?... ¿del Periodista?...
Sí que eran memorables. Todos estaban, los soldados de
vanguardia, los de retaguardia, aún los procaces. Recuerdo a
don Jaime Botargues «diseñando» el edificio La Hora, con
salida por Libertad, por un terreno baldío que hoy es Joyex;
asignando en cada piso una sección del diario, y en los últimos,
al personal; a don Samuel Yussem desgastando su filosofía del
discernimiento, que todos o casi todos desatendían con
discreción; a Mundo, su Director balanceándose con sus pasitos
cortos al compás de un pasodoble con la Chula, su esposa; y al
final, cuando las personas mayores daban las buenas noches,
las menores preparaban la munición para desplazarse hasta el
campo de batalla: la orilla del río hasta despuntar el alba; y
cuando el sol nos saludaba, estirando sus brazos de oro a través
de aquellas mansas aguas, la guitarra y la voz de Magui
Gamboa en alguna zamba se desparramaba por el aire, asida
del parche del bombo de Lucho Quadrelli. O tal vez sería El
Profe, o tal vez José Herrera… Bah… ya no me acuerdo…!
Historias de vida y otros cuentos, Luis Gerardo Quadrelli,
Idearte, 2011.

El Petiso Fantasma

Por: Julio Carreras

La muerte es una puerta sin regreso para quienes


sobrevivimos a alguien amado. Esto le sucedería a mi tío
Mariano con el fallecimiento de Chimbi -su primogénito de
cinco años- alrededor de 1957. Y a mí algo más tarde al morir,
también, Mariano, en 1972. Nada es igual ya.
Tal vez fuera esa desgracia lo que impulsó el regreso -hacia
1958- definitivo de mi tío Mariano a la ciudad. Talentoso,
refinado, prontamente ocuparía puestos de importancia en el
área docente. Pero su rostro develaba ya, al costado de su fina
boca, dos líneas profundas.
Lo designaron director de una bonita Escuela, cuyas ruinas
invito a mis lectores apresurarse a ver, pues en cualquier
momento algún "avisado" mercader comprará ese espacio por
monedas para convertirlo en "Shopping Center". Las ruinas del
hermoso edificio -que posee incluso una amplia vivienda para
sus cuidadores-, está frente a la placita Belgrano.
De allí hasta nuestras casas -Tío Mariano vivía sobre la
General Paz, nosotros en la 24 de Septiembre, ambas detrás del
Hogar Escuela-, había unas pocas cuadras.
Caminar por esos lugares era una delicia. Donde terminaba
nuestro pequeño barrio de clase media, hacia el sur, había una
cancha de fútbol ("Palmeira"); a su derecha, un montecito. Y
más a la derecha aún, cerraba el circuito una frondosa finca,
propiedad de un matrimonio italiano. No recuerdo su apellido -
tal vez nunca lo supe, pues lo que importaba era nuestra amistad
con sus hijos, dos mellizos rubiecitos, maravillosamente buenos:
Franco y Giorgio.
Majestuosas, las ruinas de un esquelético edificio
monumental se dibujaban sobre el perfil del horizonte al
finalizar la cancha -por lo demás escasamente utilizada. Se decía
que allí había sido un monasterio, abandonado por causas
misteriosas. Y que de noche, "las almas de las monjas,
espantaban".
Luego una placita con juegos, y enseguida un barrio, también
de clase media, pero ya extenso, no recoleto como el nuestro: el
Barrio Belgrano. En aquel tenía una amiga a quien nunca más vi,
pero recuerdo mucho por su bondad y talento. Se llamaba Ana
María Cassé (tal vez se escriba Casseaux, incluso creo que ella
algunas veces me lo aclaraba). Nos unía la música. Era mayor
que yo -¿tendría entonces quince o dieciséis años?, y yo apenas
ocho o nueve... De cabellos castaños, ondulados, vestía con
decoro, prolijamente; era bella pero sin estridencias. Sobresalía
su carácter: afable y calmo. Cuando iba a su casa en bicicleta -
imprevistamente, sólo por algún impulso del momento-, me
atendía en la vereda, junto a un florido jardín, en el verano. O
según el día, me invitaba a pasar. Generosamente, me prestaba
discos. Ella tocaba el piano. A veces, solía hacerlo para mí:
temas de jazz, alguna cancioncilla popular...
Hacia el Oeste, estaba limitado el Barrio Belgrano por una
Capilla y la mencionada escuela donde ejercía mi tío, rodeando a
una preciosa placita.
Majestuosa, la Acequia Belgrano, constelada de gigantescos
árboles, abría paso, con sólo cruzar alguno de sus puentecitos, a
la franja señorial. A su derecha, siempre al Oeste, se levantaban
imponentes edificios, rodeados por parques de ensueño. Entre
ellas, justamente donde terminaba la herradura de la placita,
estaba la Casa del Gobernador.

Una noticia conmovió a toda la sociedad santiagueña: ¡por las


noches, andaba apareciendo, sistemáticamente, un ser
sobrenatural! Repentinamente, se acercaba a los pequeños
grupos de colegialas, que regresaban de sus escuelas. Muy al
estilo "Chito Vozza" (es decir, con erudición, elegancia y
respeto), se dirigía a ellas, tras el sólo propósito de disfrutar con
su compañía.
A modo de advertencia, sin embargo, comenzó a aparecerse
también ante algunas autoridades. Curas párrocos, conductores
de "mateos", comisarios... se lo encontraban de repente,
mirándolos de un modo sombrío, antes de esfumarse en la
oscuridad.
De distintas fuentes de información, todas confiables,
llegaban nuevas noticias: ¡el Petiso había sido visto en Tala
Pozo! ¡El Petiso, anoche, se les apareció a las chicas de la
Escuela del Centenario! ¡El Petiso en el Profesorado de la
Normal! ¡El petiso en La Sarmiento!...
A las chicas que iban a la escuela de mi tío Mariano se les
apareció cierta noche y al día siguiente nuestra familia sólo
hablaba de eso. Si bien de Enseñanza Primaria, al ser Nocturna,
iban allí muchachas que por una u otra causa no habían podido
hacer sus estudios en edad normal (durante la infancia).
Presentaban entonces edades que iban entre los 13 y hasta veinte
años, con un promedio de dieciséis. ¡Este era precisamente el
target del Petiso!
Mi tío Mariano tenía una alumna a quien alojaba en su casa.*
Bella muchacha blanca, de cabellos oscuros cayendo en graciosa
melenita alrededor de su cara ovalada, la mañana siguiente nos
contó asustada lo ocurrido.
"Salíamos con tres chicas compañeras de la escuela, como a
las nueve y media", se estremecía ante la asombrada rueda que
componíamos mi abuela Corina, tía Teodora, mi hermanito
Gustavo de seis años, yo de ocho, mi pequeña prima Carmen
Graciela y detrás nuestras dos muchachas, paradas.
"Queríamos comprar caramelos en el almacén, y cuando
íbamos cruzando la placita, de repente... un hombre apareció en
medio de nosotros"...
Ninguna de las cuatro lo había escuchado llegar (pese a que
por entonces y especialmente de noche, nuestra ciudad era muy
silenciosa, escasos motores turbaban su calma y apenas los
cascos de uno que otro "mateo" resonaba alejándose por
momentos).
"Se metió en el medio de nosotros", se estremecía Catalina, la
joven protegida de mis tíos, la cual rondaría entonces los
dieciocho años. "¡A mí y Dorita, nos ha tomado del brazo!"
Las chicas se asustaron tanto que perdieron el habla. Después
de saludarlas, el Petiso siguió con ellas, diciéndoles galanterías,
hasta el final de la plaza. Mas desapareció, apenas las jóvenes
hubieron pisado la vereda del Almacén.

Entonces gobernaba Santiago del Estero don Eduardo


Miguel. Hombre campechano, elegante y alto, de cuidado bigote
cano, gustaba trasladarse hasta la sede gubernamental -frente a la
plaza San Martín- en mateo. Declinaba de vez en cuando el auto
oficial, para que la gente lo pudiera ver y saludarlos. En esos
finales de los 50 no se reunían multitudes tensas al mezclarse las
celebridades con el público: se las contemplaba con naturalidad.
Don Eduardo Miguel solía atravesar por la mano derecha de la
Acequia Belgrano, saludando con la mano cada tanto a los
transeúntes, en un "coche de plaza", ** las más o menos veinte
cuadras que separaban su residencia del edificio gubernamental.
"Don Eduardo", le gritaba repentinamente algún ciudadano, al
verlo venir: "¿cuándo lo van a agarrar al Petiso?"
"¡Para qué quieres que lo agarremos, m´hijo! ¡Si las trata a las
chicas mejor que sus maridos!", bromeaba el gobernador.
Tanta popularidad alcanzó el Petiso, tanto se hablaba de él en
casas, reuniones, bailes y confiterías, que los Hermanos Simón,
por entonces el conjunto musical más popular de Santiago,
decidieron dedicarle una chacarera:

"Tanto ruido hace la gente,


por el petiso fantasma;
si se topa con mi suegra
se le va a acabar la fama"
...decía en su primera estrofa. Y después:

"Dicen que a un conductor


se le sentó en el pescante;
falta que al gobernador,
a él también me lo espante.

"Un guapo salió a buscarlo


por las termas de Río Hondo;
al otro día lo hallaron
disparando por Huaico Hondo.

"¡Ahijuna con el petiso,


que no respeta las canas!
Si es que no le meten preso,
seguirá haciendo macanas.

Y si, por casualidad,


la mujer tiene mellizos:
uno se parece al padre
y el otro igual al petiso...

Viuditas y solteronas
ya no cierran las ventanas:
deseando están la visita
de algún "petiso fantasma".
Dicen que es peludo y chueco,
narigudo y cabezón,
pero que nadie le oculte
a los hermanos Simón.

¡Ahijuna con el petiso,


que no respeta las canas!
Si es que no le meten preso,
seguirá haciendo macanas...

Durante varios meses la figura fea pero impecablemente


vestida y seductora del fantasmal petiso coloreó las anécdotas de
toda una población que por entonces constituía, en realidad, sólo
una "gran familia". Ninguna tragedia ni situación desagradable
vino a empañar esta singular incursión temporaria de aquel
personaje, a quien el consenso de indoctos y sabios otorgaba,
unánimemente, la condición de "sobrenatural".
Sin ningún aviso, también, tal como había iniciado su
vigencia, el Petiso desapareció. Para no volver. Y hasta hoy,
pocas veces -quizá ninguna públicamente- se lo recordó.

* Era frecuente que Mariano Carreras Coria trajese niños o


niñas de lugares remotos y sin escuelas, para que completasen
sus estudios en la ciudad. Lo hacía desinteresadamente, sólo
para cumplir hasta los extremos, dentro de sus posibilidades, la
vocación docente.
** Comúnmente llamado "Mateo" era un carruaje con techo
de gruesa tela impermeabilizada sobre estructuras de metal,
tirado por un caballo o dos. Desde el pescante, lo conducía un
chofer, quien vestía de traje y sombrero. Los mateos alquilados
para entierros, obligaban a sus conductores llevar fraques negros
y sombreros de copa. Brindaron servicios de "taxi" en Santiago y
eran guardados por las noches en una "remise" (garage). De
donde proviene la costumbre de llamar "remises" a ciertos
automóviles de alquiler.

Luz de agosto. Julio Carreras. 2009.

Nota de los editores: Al momento de la edición de este libro,


la bella escuelita de que se habla al principio ha sido rodeada ya
por vallas y al parecer será demolida.

Mi cama es un jardín
Por: Bernardo Canal Feijóo

Era una región más árida que muchas otras de la Provincia.


De una aridez desoladora. De una árida desolación. Había un
perro flaco que no ladraba, unas ovejitas cabizbajas que no
balaban, sin duda porque nada podía recoger allí su voz…
Yo mismo, confieso, me sentí distendido y anulado. Y sólo mi
automatismo de ser traslaticio y ambulatorio pudo llevarme a dar
una vuelta al ranchito. Y fue contoneando una esquina que
tropecé de manos a boca con aquello. Digo tropecé, pero en
realidad lo que aconteció fue que aquello se me vino encima, me
cortó el paso agresivamente.
Era una colcha santiagueña desplegada al sol entre dos
estacas. Estaba armada de rojos, amarillos y verdes, en haces, y
cuchillas, y zigzagueantes y masas que resplandecían, y
coruscaban y crepitaban, en esgrimas, disparos, proyecciones y
flameos, como dirigiéndose numerosamente al bulto. Aquello
era algo así como el malón del color a plena luz. Diré, en una
palabra, que allí mi inermia descubría el infinito número, el
múltiple alarido, la ofensiva, la carga del color descolgado...
Fauna nunca vista, fantástica flora, triángulos, signos
escalonados, reptiles misteriosos, soles y lunas y estrellas de
cielos ignorados. Verdaderamente, la mano que conjura entre los
cuatro palos del telar “el jardín” del alma, sabe de la magia de la
creación divina.

(…) el alma indígena tiene en el tejido un magnífico campo


de expresión expedito, que le permite desplegar "impunemente"
ante los ojos del conquistador o dominador toda la gama de su
secreto pensamiento ideogramático, y comulgar a través del
símbolo íntimamente conjurado, en la fe de la raza, con todos
los hermanos de sangre, por encima de la fortuita apostasía a que
venía obligándolos la historia.
Ensayo sobre la expresión popular artística de Santiago.
Bernardo Canal Feijóo. Buenos Aires, Compañía Impresora
Argentina, 1937.

La resistencia cultural

Análisis de los tejidos artesanales santiagueños.


Aproximación hermenéutica a su simbolismo

Por: Rita Ledesma


Los pueblos en tanto sujetos culturales ofrecen al curioso, al
investigador, fenómenos tan particulares que suelen dar lugar a
lecturas diversas, a veces contrapuestas.

En el proceso que se produjo como consecuencia de la


llegada de los españoles a América es posible identificar formas
culturales conocidas como innovaciones-adecuaciones y otras
como “resistencia”: ésta suele manifestarse en el “silencio”, la
“negación”, la “furia contenida”, el “canto”, la “repetición de
algo por el sí-nomas”-etcétera.

Antes de tratar de reflexionar sobre la resistencia cultural


hagamos una interpretación del “tejido” como una forma
artesanal que le da identidad a nuestra provincia.

En los tejidos santiagueños cualquiera sea su textura y aun la


ocasión para lo que fueron hechos hay algo que llama la
atención del espectador: el colorido, el “colorinche” dirán las
teleras. Predominan los amarillos, los rojos, los anaranjados, y
algunas mezclas. Del uso puro o combinado de esos colores el
resultado será siempre “chillón”, brillante; a veces están
presentes los grises. El negro tiene un uso definido. Por lo
general constituye el fondo en donde la telera se expresará
decorativamente.

¿Qué productos utiliza para producir semejante colorido? Los


que le proporciona la naturaleza: raíces, hojas, flores, frutos,
corteza de árbol. No desconoce la química -que en forma de
anilinas también las usó-pero el aporte de la naturaleza, aquí
como en el resto de Latinoamérica, es importante. La naturaleza
es como un seno materno que le proporciona alimento, lugar y
elementos para su tarea, pero también una mezcla de seguridad y
tranquilidad.

En relación con la obtención de los colores para el teñido de


las lanas, el mecanismo empleado es casero, fatigoso, lento. Por
lo general se utiliza cuando se trabajan prendas destinadas o
relacionadas a familiares o acontecimientos familiares o de
amigos o para regalos. Cuando se trata de comercializarlos se
emplea la química: anilina. Es evidente el valor asignado a lo
que viene directamente de la naturaleza, que a su transformación
mediante el conocimiento científico.

Los dibujos que completan lo decorativo de estos productos


de tecnología artesanal son simples, sencillos. Sucesivas
generaciones de teleras han empleado -casi con rigurosa
exactitud- la misma guarda geométrica, idénticas composiciones
florales o representaciones antropomórficas o zoomórficas. No
se trabaja sobre la base de pre diseños o calcas de ningún tipo.
La urdimbre o base sobre la cual se hará el tejido es preparada
por comparación con otra anterior, por imitación a otra que le
gustó o, como dicen las teleras, sacadas de su propia cabeza.

Frente a estos productos tan particulares tanto por su colorido


cuanto por su dibujo realizado nos inquieta saber: ¿hay una
relación entre lo representado en el tejido y el pasado lugareño?
¿Qué quiso decir la telera al emplear colores tan brillantes?
¿Qué sentido tiene la recurrencia a la misma ancestral temática?

Algunos psicólogos y muchos artistas plásticos explican que


los colores que se utilizan son colores que expresan vitalidad,
excitación, movimiento. En general son colores de la cercanía.
Podríamos decir que una historia que casi se pierde en el tiempo
se hace presente en cada obra. Lo lejano está ahí nomas
(ahicito). Spengler al hablar de la cultura griega decía

El rojo y el amarillo son colores de la proximidad a


diferencia de los azules, verdes oscuros, los pardos que son
colores de la lejanía grumosa y de los horizontes lejanos.

Es que para el santiagueño todo está cerca, casi a la mano: su


pasado histórico o el paisaje.

Color y dibujo constituyen lo “decorativo de estos tejidos”


esto atrae, seduce, encanta, mas no se quedan en la mera
seducción sino que se remiten a la búsqueda de un por qué, a la
búsqueda de un sentido. Refiriéndose a la arquitectura y a toda
la gama de lo decorativo,
Gadamer en su texto “Verdad y método” afirma

Y la esencia de la decoración consiste en lograr esa doble


mediación: la de atraer por una parte la atención del
observador sobre sí, satisfacer su gusto, al mismo tiempo
apartarle de sí remitiéndolo al conjunto más amplio del
contexto vital.

No queda pues en la sola satisfacción del gusto del


observador sino que en este caso particular, remite a preguntar
por el sujeto que impulsa a la telera a preferir los colores de lo
vital, de la cercanía, del movimiento, pero también remite a
preguntar el por qué de estos dibujos que se repiten sobre todo
en los baitones. Esto habla de la connaturalización del
santiagueño con su paisaje, situación que también se encuentra
en la chacarera, música identitaria de nuestra provincia.
Aun cuando la telera trabaja con guardas geométricas no
logra desprenderse de lo vegetal, del paisaje. Los caracteres
geométricos de la naturaleza como figuras serpenteantes, ojos de
perdiz, troncos, etc. están presentes en estos tejidos. Rodolfo
Kusch dirá:

A través de líneas geométricas se destila cierta vegetabilidad.


Esta temática exclusivamente aborigen se encuentra también en
las vasijas o cacharros que la arqueología ha logrado recuperar
para la visión contemporánea de la vida de este pueblo.

Tanto este paisaje tejido como el paisaje cantado no es una


copia del original a la vista, es una representación, quizás, de
una historia de esplendor vivida antes que los pueblos
comenzaran su agonía, como dice el Dr. Orestes Di Lullo, con la
pérdida o cierre de sus pequeñas industrias.

Nos parece que la telera quiso trastocar un paisaje donde el


progreso con su paso acelerado marchitó las flores, arrugó los
rostros, agostó la vida. Ingenuamente quizás quizo detener el
tiempo en el momento más vegetal por el solo hecho de que
antes-como dicen nuestras paisanos-era más lindo. Lindo no
sólo de lo grato a la vista sino también de lo mucho, abundante o
excesivo.

¿Por qué la tejedora de hoy sigue aferrada a esta temática?


¿Por qué toda vez que se deja librada a su propia inspiración la
realización de una obra, ella vuelve al mismo dibujo, a la misma
guarda? ¿Por qué a pesar del aporte de la química, ella vuelve a
la naturaleza para teñir los hilos que luego combinará?
Si la vieja temática a pesar de la geometrización, no es cosa
de la actividad de la inteligencia, habrá que pensar que una
permanencia que lleva varios siglos es una cuestión emocional.
En este sentido el Dr. Canal Feijoo dirá:

Por qué no suponer que lo hace desde la sangre desde un


fondo de inspiración de raza allanada pero no muerta.

Quizás esta emocionalidad no sólo posibilitó que esta


costumbre se conservara sino que además encontró la energía
necesaria para mantenerla viva, como uno de los tantos bienes
que definen la identidad de este pueblo. Lo que es pasado
continua siendo presente.

Quién es el responsable de este trabajo? El sujeto colectivo


que encontró en la telera a la persona adecuada, no sólo para la
producción de tejidos sino también para la transmisión de
generación en generación. Es decir que hay una memoria
colectiva que guardó estos conocimientos y técnicas, que luego
por vía oral o de imitación se transmitirán de madres a hijos, sin
que medien currículas escolares de ningún tipo.

Ver un tejido no es preguntarse por la biografía de la telera


que lo hizo ni si quiera de su profesionalidad, sino que ver,
percibir, es una forma de participar, de esto habla Gadamer y le
llama “simultaneidad” y dice:

En nuestro sentido simultaneidad quiere decir…que algo


único que se nos representa por lejano que sea su origen gana
en su representación una plena presencia…Consiste en atenerse
a la cosa de manera que esta se haga simultánea lo que
significa que toda mediación quede cancelada en una
actualidad total.

El tejido posibilita la participación de un pasado lejano pero


que está ahicito así como el encuentro con la raíz aborigen, cuya
presencia no es fantasmal sino viva a pesar de los procesos
colonizadores de que fue objeto.

El tejido es así tejido acceso y encuentro con aquello que le


da sentido lo que esa telera representa en su obra.

En los tejidos santiagueños, ya fuera los tan codiciados


baitones, cubre camas, chusis, etc. hay un rasgo común y es el
que se hace referencia a la ocasión para la que fueron hechos.
Han sido confeccionados para el uso del hombre, cubrir-
abrigando; abrigar dando o manteniendo el calor.

Con Gadamer sostenemos que la “ocasionalidad” pertenece al


núcleo del contenido significativo del tejido,
independientemente que sea explícito o no. No es un agregado a
posteriori por el que usará estas prendas. Estas obras, cubren,
abrigan, dando o manteniendo el calor y sólo hay calor donde
algo está vivo o necesita calor para seguir viviendo. ¿Y qué es
aquello que se cubre y necesita calor para seguir viviendo?
Quizás tengamos que cubrir nuestra identidad que está viva,
pero que necesita calor para seguir viviendo.

Esta tarea de la fabricación de los tejidos, hoy es el trabajo de


las mujeres que quedan solas. Ella es la única responsable de sus
errores y también de sus aciertos. No hay series. La serie,
conquista industrial, no se la conoce. En esta actividad cada
“obra” es la obra.

Los pueblos poco a poco devinieron pueblos de mujeres solas


o en compañía de niños o de ancianos. Aquí el telar, instrumento
necesario para la fabricación de tejidos, se hizo canción para la
espera.

Desde la privación de la compañía y de los afectos de la


tejedora, desde la precariedad a veces de su producción, ésta
sirve para que los aconteceres cumplan su cometido: reunir a la
familia en los días fastos o nefastos; preparar los avíos para
hacer más cortos los caminos de los retornos o para la
alimentación diaria de la familia que queda o de las
enfermedades que suelen azotar.

Por lo general no solo la telera trabaja para tener más dinero o


sólo por él, sino que se trabaja para satisfacer las necesidades de
alimento, abrigo, desplazamiento, festejos del grupo familiar.
Buena parte de lo que producen será para cambiar por alimentos
o ropas en el almacén más cercano. Para esto se utiliza el
trueque. Rodolfo Kusch dice:

El trueque es una activad económica que tiene una dimensión


simbólica y cultural y que tal actividad implicaba una amplia
recuperación de lo humano con la consiguiente reafirmación de
valores.

Esta pauta cultural todavía se practica.

Seguramente desde el enfoque globalizador esta actividad del


trueque que todavía existe sea considerada anacrónica, obsoleta.
Hay quienes en este mismo mundo globalizado donde la gente
prefirió el trueque al dinero plástico: ¿sólo como modo de
sobrevivir o como actitud resistente? Muchos son los que
vuelven a la tierra en la que nacieron aunque sea seca o
despoblada, sólo porque no quieren trabajar y aquí la vida es
más barata y porque aquí en este pago todavía se puede entrar
sin golpear... ¿o por esa vibración interior que les dicta tal
preferencia? ¿Por qué esa actitud de no aceptación de la
tecnología que podría mejorar la cantidad o calidad de las obras
producidas, o de los instrumentos que utilizan, y siguen las
familias tejedoras utilizando los elementos de decoración y color
que aprendieron de sus antepasados aborígenes, ¿por simple
ignorancia o porque la voz la sangre o la raza les dicen que
deben mantener esta tradición que le da identidad a nuestro
pueblo? En una época en que las maquinas funcionan a control
remoto y los pocos operarios que quedan no ven la hora de
concluir su tarea, aquí la tejedora se posiciona frente al telar y
junto a su tarea empieza a cumplir una especie de ceremonia
sagrada, una especie de diálogo secreto entre sus recuerdos y el
tejido que sus manos van dibujando, es decir que ella humaniza
un trabajo que en otros contextos se robotiza.

Esto muestra que la tecnología y su poder globalizador no es


omnipotente y que a varias décadas de iniciado el proceso no
seduce a todos: vacila o se detiene ante la tenacidad tribal, ante
la negación porque sí nomás, ante la defensas de las tradiciones,
ante los localismos. Parecería que vence, pero no termina de
convencer.

Es posible que lo producido por la telera no sea valorado


monetariamente en proporción al trabajo realizado y al tiempo
empleado: pero ¿Quién se sustrae a presenciar en simultaneidad
un pasado de cinco siglos? ¿Quién no piensa en tantos héroes
conocidos o desconocidos de antes o de tiempos más cercanos
que cobijaron sus corajes o sus miedos bajo un poncho o baiton?

La telera no niega la técnica, la utiliza; no se niega a la


técnica sino a aquella que no respeta la vida. Al contrario la
telera humaniza la técnica y las actividades que ella origina
mientras que en otras dimensiones o territorios, la técnica y sus
actividades mecanizan, robotizan al hombre. El telar y los
tejidos muestran que se confeccionan y usan casi de la misma
manera que hacían los primitivos indígenas. Prefirieron esas
técnicas a la tecnología actual y que seguramente algún
empleado de capitalistas virtuales habrán llegado hasta el rancho
a hacerles demostraciones de sus beneficios sin conseguir más
que una actitud de silenciosa resistencia. Quizás esto nos haga
pensar que aquel “costado uterino” del que hablaba el Dr. Canal
Feijóo encontró en los tejidos y otras artesanías formas de
resistencia cultural para no dejar morir la raíz aborigen y
mantener la identidad regional.

Este trabajo es parte de un ensayo mayor en el que se hace


una aproximación hermenéutica no sólo al simbolismo de los
tejidos, sino que se incluye también al telar como herramienta
fundamental para la realización de éstos y que tiene un lugar de
privilegio en la propia casa de la telera. Se agrega además, el
análisis de la chacarera como danza propia del santiagueño.
Una revista cultural desde el Noroeste

Por: Juan Manuel Aragón

La aparición de la revista “El punto y la coma” ha sido uno de


los acontecimientos más importantes en cuanto al relevamiento
de la actualidad de la cultura y la educación del norte, según
expresó el poeta Alfonso Nassif en una nota publicada hace
algún tiempo. En el artículo aquel manifestó que en Santiago,
desde hacía unos veinte años que no se lograba una producción
similar, cuando la municipalidad de la capital, puso fin a los
“Cuadernos de cultura” que editaba bajo la dirección de Ricardo
Dino Taralli.
Los primeros números fueron de 16 páginas. Luego, con el
auspicio de un gremio nacional, pasó a 24 y actualmente tiene
solamente 8. En estos momentos está en imprenta el número 68,
que en estos días saldrá a la calle, con mil ejemplares que se
repartirán gratuitamente en bibliotecas, librerías y otros lugares
en los que la gente la viene buscando desde que apareció.
¿Por qué una revista de cultura en Santiago? Con Ariel
Sequeira, con quien recorrimos un gran trecho del camino antes
de que él tomara rumbos más redituables, teníamos la certeza de
que para los grandes medios de prensa de Buenos Aires,
existíamos sí, pero poquito. Cuando aparecieron la revista “Ñ”,
editada por Clarín y luego “ADN”, de La Nación, creímos que al
fin los artistas de las provincias tendrían su lugar para
expresarse. Nos equivocamos de medio a medio. En sus inicios
la revista de Clarín publicó un suplemento de 16 páginas que, en
muy oprimida síntesis, pretendía dar a conocer todo el bagaje
cultural de provincias tan ricas como las que tiene la Argentina.
Para peor, el número correspondiente a Santiago traía en su tapa
la foto de una especie de tótem hecho con algún material
moderno, que algún funcionario, cráneo de la intervención
federal de Pablo Lanusse había colocado en el pasillo principal
del museo Arqueológico. Desde una de sus principales revistas
de cultura, los porteños seguían haciéndonos burla. Siguen
pretendiendo fijar el fácil estereotipo de provincias en las que
todavía se anda a caballo y en diligencia, la gente oye folklore y
se viste de botas y bombachas.
En casi toda la prensa nacional, de vez en cuando se cuela
alguna noticia de lo que se hace en materia cultural en las
provincias, ya que, como todos saben, los periodistas que
mueven las marionetas, impusieron la idea de que Dios debe
atender en Buenos Aires sólo porque a ellos les queda más
cómodo. En los últimos tiempos, algunas revistas políticamente
interesadas, algo están publicando de lo que pasa aquí, en
Neuquén, en Jujuy o en Misiones; pero lo hacen como un gesto
condescendiente, para mostrar que, ¿viste?, están en onda,
contra “las Corpo” y todas esas bobadas que observan azorados
los que recuerdan que muchos de esos escribas no se hartaban de
hacer propaganda de otras políticas contrarias a las actuales. Y
que lo volverían a hacer si cambiaran los vientos y hubiera
chelines en la repartija.
Quedarse con la última palabra es una tentación fundamental
de quienes editan revistas que tratan sobre el pensamiento. Por
eso los que hacemos “El punto y la coma” hemos desaparecido
de sus páginas, salvo para dar a conocer dos o tres trabajos, que
fueron presentados como los de cualquier otro hijo de vecino.
No hemos adscrito, al menos en público, a ninguna de las
teorías, sistemas o ideologías en boga o pasadas de moda a fin
de que quienes quisieran publicar sus notas tuvieran la certeza
de que serían bien acogidos. Y si bien hemos alentado que
lectores y autores discutan entre ellos, en tales casos jamás
sucumbimos al impulso de dejar que se supiera nuestra
conclusión. Es decir, la revista estuvo y está al servicio de
cualquiera que envíe sus notas. Incluso aunque no estemos de
acuerdo con lo que dice, igual se publicará, sólo porque no
somos quiénes para actuar de censores o policías de las ideas
ajenas.
Que “El punto y la coma” haya pasado de 32 páginas a
solamente 8 y que se redujera su frecuencia de quincenal a
mensual, es un detalle que nos preocupa. Sobre todo porque ya
no aceptamos notas extensas y las amplias investigaciones que
encarábamos han sido dejadas de lado, cambiadas por otras más
breves. Pero la pobreza de medios casi siempre es parte de la
aventura de hacer una revista de cultura en Santiago. La más
famosa de todas las publicaciones de la provincia llegó a editar
ocho números. Aunque hayamos más que cuadruplicado esa
cifra, no nos creemos mejores, dicho esto como una salvedad
necesaria.
Algunos amigos sostienen que el tizón debe seguir encendido
y apuestan a que continúe durante mucho tiempo. Nosotros
también. Cada vez se hace más difícil conseguir el dinero
necesario para publicar, por eso tenemos la firme sospecha de
que un día de estos ha de morir. Sólo pretendemos que cuando
sea carne de archivo, alguna rata de las que nunca faltan
hurgando en papeles viejos, recorra sus páginas con ánimo de
hallar qué era de la cultura de Santiago y el norte en estos
tiempos. Y al menos se tope con una pista -un hilo una traza, un
rumbo- para comprender esta época plagada de contradicciones
que nos ha tocado en suerte.

En Santiago, verano del 2012.


El mito de las importaciones inglesas y las artesanías
regionales.

Por: José Guillermo Godoy

“No es muy difícil averiguar quiénes han sido los inventores


de

todo este sistema mercantil: no fueron los consumidores,


cuyos

intereses se olvidaron por completo, sino los productores,


cuyos

intereses se favorecieron con tanta diligencia.”

Adam Smith, La riqueza de las Naciones (1)

La historiografía provincial, en gran medida influida por el


nacionalismo y el revisionismo histórico, ha preferido juzgar las
políticas públicas de los gobiernos regionales en la historia, en
base a parámetros tales como “desarrollo económico”, “industria
nacional”, “intereses nacionales”, en desmedro de principios
tales como la “libertad individual” que en el campo de la
economía se traduce concretamente en la libertad para
emprender y consumir.

El supuesto filosófico necesario de esta concepción, es lo


que Escudé denomina “la falacia antropomórfica” que en el
discurso de las relaciones internacionales se refleja en una visión
unívoca de los intereses del Estado, al que se le atribuye
características sólo aplicables a los individuos.

Al respecto afirma Escudé: “Postulo en primer lugar que


toda invocación de la “dignidad”, el “orgullo” o el “honor”
nacionales constituye una extrapolación a la noción de
conceptos que son válidos para el individuo, que tiene un
sistema nervioso y una espina dorsal, y que es un todo superior
a la suma de sus partes. Estos conceptos, sin embargo, no son
válidos o aplicables para las colectividades, que no tienen una
espina dorsal sino en términos de una mala metáfora, y que
desde el punto de vista de la razón de ser del Estado no
constituyen “todos” superiores a la suma de sus partes” (2)

En la perspectiva nacionalista reposan gustosos dos


nociones: el odio al extranjero y el mito de la conspiración
internacional. Traducidas al campo económico, explican, en gran
medida, posturas historiográficas chauvinistas: Luis Alen
Lascano y María Mercedes Tenti, dos exponentes de la
historiografía regional, sostuvieron que las mercaderías inglesas
introducidas a territorio argentino durante el siglo XIX
constituyeron “una invasión”. Asimismo el “nacionalismo
argentino” se convierte en un “nacionalismo provinciano”: Raúl
Dargoltz y Juan Rafael, llegaron a afirmar que los ingenios
azucareros en Santiago del Estero habían desaparecido por un
plan orquestado por los empresarios tucumanos.

La preponderancia de corrientes nacionalistas en la


historiografía provincial ha parcializado el análisis histórico de
la economía regional y ha originado una especie de discurso
“neo-mercantilista” con fuerte arraigo en la opinión pública. Se
han presentado como axiomas hechos en principios
cuestionables. Se han sobrevalorado situaciones y se han
omitidos factores de estudio importantes.

La idea de que “las importaciones inglesas”, vale decir, la


supuesta política libre cambista del puerto de Buenos Aires,
constituye un hecho de por sí reprobable, que significó, además,
la causa eficiente del fin de un ciclo de auge de manufacturas
locales, requiere una cierta revisión.

El ímpetu emprendedor del pueblo santiagueño se


expresó desde sus inicios, pero no fue acompañado por política
que lo incentive. Muy por el contrario, desde la época hispánica
hasta gran parte del siglo XIX, distintas medidas gubernativas
tendientes a regular todo tipo de aspectos, han restringido la
capacidad emprendedora. Por su parte, los consumidores locales
fueron fuertemente coartados en su libertad de elección y
perjudicados económicamente con medidas que impedían el
ingreso de productos extranjeros.

Santiago del Estero fue la primera provincia del territorio


argentino que fue capaz de mantenerse y consolidarse. Los
primeros años fueron extremadamente duros para sus habitantes.
Por un lado, la escasa vestimenta que trajeron en las
expediciones quedó hecha girones en los montes espinosos.
Tuvieron, por tanto, que agudizar su ingenio y aprovechar la
obra indígena. Es así que fabricaron sus propias vestimentas de
cuero cocidas con cabuya -a manera de esparto- extraídas de los
cardones y espinos. Hacían camisas que podían servir de
cilicios. (3)

Desde el Perú Diego de Rojas y Nuñez del Prado introdujeron


caballos; este último también trajo cerdos, cabras y trigos. Pérez
de Zurita trajo vacunos. Desde Chile se trajeron semillas, plantas
y animales europeos. En 1556 Hernán Mejia de Miraval,
también desde Chile, introdujo algodón trigo y vides. (4)

Un factor externo, determinará la economía local en la época


hispánica: la irrupción de Potosí, por entonces la mina de plata
más grande del mundo. En 1570, tan sólo veinticinco años
después de su nacimiento, la población de Potosí ya era de 50.
000 habitantes. La inmensa riqueza del Cerro Rico y la intensa
explotación a la que lo sometieron los españoles, hicieron que la
ciudad creciera de manera asombrosa. En 1625 tenía ya una
población de 160.000 habitantes, por encima de Sevilla y mayor
aún que París o Londres. Los españoles que vivían en la ciudad
disfrutaban de un lujo increíble. (5)

Esto significará la aparición de un mercado


extraordinario sin parangón en el mundo: numeroso y con una
capacidad económica prodigiosa. En un contexto de monopolio,
era casi imposible que ante tamaña demanda no se desarrollara
una economía que tienda a satisfacerla. Y así fue. Las primeras
exportaciones a Potosí desde Santiago comenzaron con miel,
grana y cochinilla, para cuya recolección se utilizaba la mano de
obra indígena. Luego a partir del siglo XVII, se desarrolló la
exportación de mulas, animal apto para la zona, que se
engordaba en nuestra provincia. Finalmente la ropa del
Tucumán, de telas rústicas para vestir a la masa aborigen.

A pocos años de su fundación, en 1582 Sotelo de


Narvaez, decía con respecto a Santiago del Estero: “... Cogense
abundancia de miel y cera, y de cochinilla y añil (…) Hay
obrajes donde se hacen paños, frazadas, sayales y bayetas,
sombreros y cordobanes y suela; hay surtido para ella en
abundancia, hacense paños de cortes, reposteros y
alhombras…” (6)

Los estudios realizados por la historiadora Mercedes


Tenti en el Archivo General de la provincia de Santiago del
Estero, confirman un activo comercio con Potosí, con las
provincias del noroeste, centro y aún las del Litoral. Una
economía que giraba en torno al algodón y lo producidos en los
obrajes. (7)

Cronistas de la talla de Fray Reginaldo de Lizarraga y


Fray Antonio Vázquez de Espinosa; y las investigaciones de
Coni, Levellier, Orestes Di Lullo, coinciden en afirmar que el
algodón es el cultivo central de la época hispánica en Santiago,
hasta llegar a ser un elemento predominante de su economía.
Razón tenía el gobernador Ramírez Velazco al escribir que el
algodón es “la plata desta tierra”.
El algodón santiagueño, fue la piedra inicial del
comercio internacional argentino. Corresponde al primero
obispo del Tucumán, Fray Francisco de Victoria, el merito de
inaugurar la nueva ruta hacia el atlántico con salida por el puerto
de Buenos Aires. La primera expedición partió el 20 de octubre
de 1585, y la segunda el 2 septiembre de 1587, y abrió, en esa
fecha, “El libro de Tesorería de Buenos Aires”, con una
exportación valuada en 77.368 reales en productos textiles. (8)

El 2 de septiembre se conmemora por este motivo el día de la


Industria.

Debido a las quejas de los comerciantes y autoridades


limeñas, no escapaba a la Corona la existencia de un comercio
ilegal por el Atlántico, pero los productos extranjeros no
significaron el fin de las artesanías regionales. Esto parece
confirmado por el resumen económico virreinal del historiador
Vicente Fidel López quien sostiene que “todas las cobijas de
cama y ropas de abrigo, como pantalones, chaquetas frazadas,
ponchos, que usaba no solo el pueblo sino la clase decente era
productos de manufacturas internas sin contar los artículos
finos que usaban muchísimas de las personas acomodadas,
sobre todo en la clase de frazadas colchas alfombra jergones y
ponchos, los tejidos de lana ordinarios de Santiago del Estero
entraban y se vendían en Buenos Aires por miles de fardos...”

Otra industria complementaria a la textil, fue la industria


de “grana” utilizada como colorante en las telas y mantas. La
libra de grana se vendía de 7 reales a 1 peso. Andrés A.
Figueroa publicó un contrato de 1780 por 160 libras a razón de
un peso cada una. (9)
Asimismo se exportaba a Chile, Potosí, y el Perú, en
transacciones superiores a los $14.000. (10)

Ante tamaño mercado – como era el mercado de Potosí- la


mercadería extranjera no perjudicaba a los empresarios locales,
ya que la oferta de productos siempre era insuficiente en relación
con el nivel de la demanda.

En Europa, la apertura de los mercados del oriente,


producto del fin del sitio de Europa, dio inicio a la llamada
revolución industrial. La primera etapa de este proceso, al
contrario de lo que comúnmente se cree, se realizó con métodos
artesanales y arcaicos. No podía ser de otra manera. Sólo la
aparición de los mercados y el aumento del comercio, generaron
los incentivos necesarios para invertir en innovación y en nuevas
formas de producción.

Si se hubiese seguido el ejemplo europeo de abrir


jurisdicciones y generar las condiciones jurídicas para que
florezca el espíritu emprendedor, Potosí hubiese significado para
las economías de la región -en menor escala- lo que para las
economías europeas significó la apertura de los nuevos
mercados. Sin embargo no fue el camino escogido por las
nuevas colonias hispánicas.

Las producciones y el comercio se encaminaban hacia formas


artesanales integradas en el mercado interregional, pero todas las
actividades estaban reguladas. De un lado por las restricciones a
la industria americana impuestas por la misma Corona española,
para proteger a la industria de la Metrópoli, de otro lado, por
predisposiciones capitulares con notoria intervención en la vida
económica. Estas resoluciones fijaban normas de compra y
ventas, precios a artículos, especialmente pan y carnes. Percibían
impuestos a las actividades productivas y comerciales.
Ordenaban o prohibían según “la necesidad del momento” la
exportación de granos que se cotizaban fuera de Santiago. (11)

Los cabildantes santiagueños a través de un acta Capitular de


enero de 1730, establecían “no innovar en el precio de la
molienda de trigo de 8 reales por fanega”. (12)

El 28 de enero de 1802, el Cabildo fija nuevamente el precio


de venta del pan a la población adecuada a las oscilaciones de la
producción triguera. (13)

El 8 de septiembre de 1802 se adoptó una resolución de


prohibir “… absolutamente la extracción de trigos de toda esta
jurisdicción para las ciudades y campaña de Córdoba y Santa
Fe y aún para cualesquiera otra que lo intenten bajo las
conminaciones que sean suficiente a verificarlo, por la
esterilidad y falta de bañados donde se debían hacer las
sementeras para el año venidero” (14)

A las medidas capitulares se agregaron otras de ejercicio de


poder de policía según las circunstancias y necesidades.

El 15 de diciembre de 1803, sufrieron fuertes multas


Marcos Ibarra, Ramón Vieyra y Cayetano Ibarra, por llevar
cargamentos de trigo a Buenos Aires, contra el provenido por
este ayuntamiento. (15)

Similares disposiciones se adoptaron varias veces, como


el 30 de enero de 1806 “el auto del buen gobierno por el que se
prohíbe la extracción de trigo y maíz a extraña jurisdicción
atento a q se nota la escasez de dichos granos para el abasto de
esta república.”

En 1808 una disposición dirigida “a los que mantienen


atahonas en esta ciudad, (no) pudiesen ni consintiesen el que
muelan llegada la hora de las avemarías, y menos antes que
acabe el amanecer” (16)

Luis Alén Lascano, reconoce que estas medidas reproducían


otras similares adoptadas en siglos precedentes, ya que no era
una novedad momentánea, sino la resultante de una concepción
socio económica oficial. (17)

Toda esta cantidad de regulaciones impidió que la


economía se superara y robusteciera. El marco jurídico quitaba
todo tipo de incentivo para su desarrollo. Si a un productor o un
artesano se le imparte desde el Estado qué producir y qué no, y
en qué época hacerlo, qué vender y a qué precio, acompañado de
altos impuestos a su actividad, es claro que al no disponer
libremente de su negocio, no arriesgue ni invierta en
perfeccionarlo. 300 años de pésimas políticas públicas por parte
de la Corona española y los gobiernos locales, germinaron una
industria manufacturera que no pudo evolucionar más allá de la
etapa artesanal.

Ante el fracaso descomunal, la Corona española -ya en


manos de los Borbones-, intentó ejecutar una serie de medidas
tendiente mitigar el extraordinario dominio inglés. Prueba de
ello son: el remplazo del sistema de flotas y galeones por el de
navíos de registro, establecimiento de correos marítimos en
1764 (en Buenos Aires en 1767), sistema de puerto único en
1765 (por Buenos Aires en 1776). Esto se vio reforzado por el
“Auto de libre internación” de Cevallos del 6 de noviembre de
1777, refrendado por la disposición real del 12 de octubre de
1778, el reglamento y aranceles para el libre comercio. Estas
medidas no tuvieron mayores efectos, y la economía en los
hechos siguió siendo cerrada.

Finalmente el 14 de enero de 1809, y sólo debido a la crisis


europea, producto del avance de Napoleón, se firmó el tratado
anglo- español, con la cláusula adicional de otorgar “facilidades
al comercio inglés en América”, que sólo pudo ponerse en
práctica tras una solicitud de la firma John Dillon y John
Thwaites, para vender sus productos traídos desde Inglaterra.

El recientemente fallecido Pedro Santos Martínez,


rememora un arduo debate ocasionado entre monopolistas y
librecambistas. Entre los que defendieron la libertad de
comerciar con el mundo se encuentra Mariano Moreno, quien en
representación de los hacendados presentó su famoso alegato
firmado por el abogado José de la Rosa. Por su parte, los que se
expresaron en contra del comercio con Inglaterra fueron Manuel
Gregorio Yañiz, y el apoderado del consulado de la Universidad
de Cargadores e Indias de Cadiz, Miguel Fernandez de Agüero.

Yañiz señalaba “…la imposibilidad de equiparar nuestra


industria a la inglesa, cuyos tejidos ya introducidos son
superiores y más baratos que los de Cochabamba”. (18)

Agüero afirmaba que no tendrían compradores los tejidos de


las provincias interiores, que tanto se consumen en el Virreynato
“pues serán siempre preferidas las manufacturas de lana
ordinarias que los ingleses sabrían traer equivalentes aquellas y
que siendo de mejor vista serán también más como en el
precio”. Y continúa “Valdrán la cuarta parte de las nuestras,
pero arruinarán para siempre nuestra groseras fabricas y
después no habrá donde surtirnos”, “nos darán (…) el precio
que quieran”… Se dará “en aquellas industriosas provincias el
golpe que va a consumar su infelicidad” (19)

La resolución que permitía una relativa apertura del puerto de


Buenos Aires, tuvo escaso efecto debido a que la misma recién
se conoció en Londres en febrero de 1810.

La junta provisional instaurada en mayo de 1810, no varió


sustancialmente el sistema iniciado por Cisneros el 6 de
noviembre de 1890, que permitía el comercio con extranjeros
sólo a través de consignatarios españoles residentes en la capital
de Virreynato. Además resolvió que “…se recargaran con un
doce y medio por ciento sobre los derechos comunes, que a los
demás se impusieren, los artefactos y efectos groseros que
perjudiquen a la industria del País; y se excluirán
absolutamente los aceites, vinos, vinagres y aguardientes
extranjeros excepto el de la Caña...” (20)

Sumado a esto la Junta Grande integrada por diputados del


interior, impuso el 21 de junio de 1811 la restricción de la
introducción de productos foráneos al interior, realizada
directamente por extranjeros.

A pesar de las enormes restricciones comerciales, el peso


de una economía industrial es netamente superior al de una
economía arsenal o tradicional, que para el colmo tiene notables
obstáculos internos. Y es así como la producción regional no
pudo competir con la importada. Un poncho nacional fabricado
en la provincia valía $7, mientras que el mismo poncho, pero
inglés, $3; la vara de algodón trabajada en el país, $2 a 2 ¾
reales, mientras que la misma traída de Inglaterra, $1 a ¼.
Resultaba más barato comprar un poncho inglés que uno
producido en el país. (21)

Entre los años 1776 a 1848, se pudo observar una sensible


merma en el comercio inter- regional. María Mercedes Tenti
destaca que en un periodo anterior “ningún envío bajaba de 100
ponchos, mientras que en el siglo XIX, los fardos oscilaban
entre 40 y 20 ponchos y aumentaban los fardos de cueros vacuno
de pelo (arriba de 200 cada uno) o de suelas (más de 100 cada
uno). (22)

Las causas de la decadencia, podrían dividirse en dos. La


primera -y de fondo-, las políticas económicas tanto de la
metrópoli como de las colonias, que impidieron el desarrollo y
fortalecimiento de las economías regionales. La segunda, -y
coyunturales-se refieren: a la pérdida del mercado Alto peruano,
que durante 300 años había alimentado las económicas
regionales; a las guerras de la independencia que consumió
hombres y mano obra; y al desorden interno que ocasionó que
los indígenas abandonaran las fronteras y comenzaran a avanzar
por los campos otrora dedicados a la agricultura.

La etapa independiente y de las guerras civiles,


paradójicamente significaron una profundización de las políticas
públicas de la época hispánica: cierre de la economía, control de
precio, regulaciones y altos impuestos. Esto sólo ocasionará la
profundización de la decadencia del noroeste.
El mismo año de la autonomía provincial, en 1820, el cabildo
dispone que la carne debiera venderse a dos libras puras, carne
por medio y con hueso dos libras y media. (23)

La venta no debía estar a cargo de mujeres sino de hombres y


las reses tendrían que traerse a la ciudad cargadas en carretillas y
no a caballo.

En 1824 se previno a los carniceros que aumenten media libra


más en la carne con hueso, dando desde hoy en adelante tres
libras de la con hueso y dos libras de la pura carne. (24)

En 1830, a pedido del síndico procurador, ante el menor


precio de las reses, se debían dar cuatro libras y media de carne
por medio real. (25)

Por su parte los impuestos a las actividades económicas,


siguieron aumentando.

El Cabildo, con fecha 7 de junio de 1816, resolvió asignarles


una suma de $1200 a los diputados santiagueños en el Congreso
de Tucumán, obtenido a través de una serie de impuestos. Entre
ellos figuraban: medio real por cada cuero que saliese de la
ciudad, $5 por cada carreta con cueros rumbo al Perú y Tucumán
y $4 por las que saliesen con destino a la provincia de abajo.
Luego se gravaba los productos introducidos desde otras
ciudades, a razón del 2% extra del derecho de Alcabala. Las
carretas que partiesen desde la ciudad con otros productos que
no sean cueros, deberían abonar 4 reales por carretas.

Debían pagarse también impuestos por la introducción de


aguardiente, ($3 la carga), $1 por mes la pulpería, villares y
canchas de bolas y las atahonas de mula o caballo, a razón de 3
reales por mes las de la ciudad y 2 reales de la compaña. (26)

El mismo problema de la dieta, resurgió en 1821 con motivo


del Congreso de Córdoba convocado por Bustos. Por ello Ibarra
dictó un decreto el 12 de octubre de 1821, con nuevas
contribuciones: medio real sobre cada mozo de tabaco que se
internare en la provincia, medio real por cabeza de ganado que
se internare y transitare hacia otro destino, cuatro pesos anuales
a las atahonas de moler, un peso sobre la arroba de grana, cera y
odre de miel y un real por cada poncho que saliera de la
provincia. (27)

La ley de aduanas del 18 de diciembre de 1835 continuó de


algún modo las políticas comerciales restrictivas de la época de
la colonia. La misma gravaba con el 17% los artículos tales
como: cueros, sebo, lana, cuernos, huesos tasajo, plumas de
avestruz (existentes todos en el país), con el 5% yeso, carbón,
lana en ramas, relojes, alhajas, cuadros, herramientas agrícolas
(que no había en el país), el 10% para la seda, arroz, armas,
alquitrán, etcétera, el 24% para el azúcar, te, café, cacao; con el
35% el tabaco, ropa, calzado, muebles, vinos, aceite etcétera. Se
prohibía la exportación de productos tales como tejidos,
artículos de hierro y acero, objetos de madera, maíz, manteca,
algunas hortalizas, etcétera. No se permite el ingreso al país de
trigo, salvo en caso de malas cosechas. En general las
importaciones terrestres no pagan impuestos, (28)

El economista norteamericano León Burgin considera que la


industria manufacturera de Buenos Aires recibió una amplia
protección, al igual que las industrias de vino y licores de Cuyo,
Tucumán, “las textiles y de productos de alimenticios de
Córdoba y Santiago del Estero y la ovina de la provincia del
litoral”. (29)

El cierre de la economía fue exacerbado a través del uso de


las aduanas interiores.

El 6 de agosto de 1822 el gobernador Ibarra suscribió el


primer decreto de de gravámenes sobre textiles ultramarinos,
irlandas de algodón, casimires, pañas, bayetas. Aleipines,
pañuelos, medias y sombreros: cuchillos y platillas competidores
de las artesanías santiagueñas que fabricaba su numeroso
proletariado manual. (30)

Con el decreto del 20 de abril de 1839 fundado “…. en los


graves perjuicios que resultan a la industria de la provincia a
causa de la libre introducción de algunos artículos de comercio,
que por su merito aparente y moral, son vulgarmente preferidos
a los de igual clase elaborado en el país: ha acordado y decreta

Art 1- queda prohibida la introducción de toda clase de


tejidos que se elaboren en la provincia, como ser ponchos,
frazadas y alfombras.

Art 2- del mismo modo obras hechas de ferretería como


renos, estribos, espuelas, cencerros, chapas de toda clase,
alcayata, pasadores, argollas.” (31)

Ibarra emitió un nuevo decreto con fecha 10 de julio de 1843,


encabezado con el lema “Viva la confederación, mueran los
salvajes unitarios”. En el mismo explica que la introducción de
efectos ultramarinos importados a las provincias del Norte de la
República, por vía del puerto entonces Boliviano de Cobija,
perjudica enormemente nuestro comercio interior y exterior, por
cuanto:

- Se nos extrae en retorno la moneda metálica, único medio


circulante de nuestro comercio en dicha provincia.

- que nuestros frutos territoriales, no pudiendo sustraer para


dicho Puerto, pierden la estimación, no habiendo demanda de
ellos.

- que los efectos introducidos por nuestro Puerto, tienen al


contrario de aquellos la calidad de ser permutados por nuestros
frutos, sin que haya peligro que desaparezca nuestra moneda
metálica.

- y en virtud de otras consideraciones referente a nuestra


situación política.

Decreta

Art. 1- “todos los efectos de ultramar que se introduzcan a la


provincia de Santiago del Estero, precedentes de Puerto de
Valparaíso y Cobija. Y por otra vía que nos sea la procedente de
nuestro puerto argentino, pagarán en esta aduana el 30% de
derechos de Alcabala sobre aforos de guías.” (32)

Como una regulación lleva, inevitablemente, a otra


regulación, Ibarra dictó una nueva resolución, el 19 de junio de
1848. Según la cual consideraba de procedencia extranjera a
efectos de ultramar que eran introducidos por las provincias del
norte, razón por la que pagarán el 30% de derecho. Esta medida
sólo se aplicaba a aquellas mercaderías que vinieran sin los
documentos correspondientes que acrediten su procedencia de
los puertos argentinos. (33)

Todas estas medidas, de antecedentes hispánicos, fracasaron.


Las economías regionales se seguían deteriorando, a pesar de las
restricciones al ingreso de mercadería extranjera, y de todas las
supuestas protecciones.

Joseph Andrews, un capitán inglés que pasó por Santiago


del Estero allá por 1825, sostuvo que “Santiago apenas conserva
ahora rastros de su antigua riqueza y consideración”. (34)

El deterioro llegó a tal extremo, que obligó al gobernador


Ibarra a solicitar al gobierno de Buenos Aires una ayuda
económica el 19 de octubre de 1847. (35)

El ciclo de decadencia no culminará hasta 1853. Año en que


se instituye a nivel nacional una constitución que garantiza las
libertades individuales, institucionaliza la propiedad privada,
elimina las barreras y jurisdicciones internas y garantiza el
comercio libre con el mundo. A partir de entonces Santiago
comienza un proceso de crecimiento, que lo lleva a poseer
establecimientos industriales propiamente dichos, a partir de la
década del 70 del siglo XIX, gracias a programas de promoción.
Que pese a sus limitaciones, tuvieron el mérito de buscar los
incentivos por caminos muy distintos a los anteriormente
seguidos, y no fueron contrarios a la libertad del individuo para
producir y consumir.
Notas

(1) Smith, Adam, Investigación sobre la naturaleza y causas


de la riqueza de las naciones, pág. 590, Fondo de Cultura
Económica, quinta reimpresión, México D.F., 1987.

(2) Escudé, Carlos, Realismo periférico. Fundamentos para la


nueva política exterior argentina, pág. 51 y ss., Editorial Planeta,
Política y Sociedad, Buenos Aires, 1992.
(3) Assadourian y otros Argentina: de la conquista a la
independencia, Hyspamerica; Bs As 1986, pág. 46.

(4) Páez de la Torre, Carlos (h), Historia de Tucumán, Ed.


Plus Ultra, Bs. As., 1987.

(5) Fuertes, José Antonio "Descubriendo la Historia: La


Capitulación de Potosí". Diario El Potosí, 2007.

(6) Assadourian y otros; obra citada; pág. 98.

(7) Tenti, María Mercedes. La Industria en Santiago del


Estero. Lo que fue, lo que pudo ser, lo que queda. Editorial
SIGMA 1993. Pág. 17.

(8) Ibídem. Pág. 19.

(9) Figueroa A. De la vida colonial. En revista del Archivo.


cit tomo IX Nº 18 1928 Pág. 38

(10) Lascano, Luis Alén. Una economía dinámica en proceso


de desarrollo, en Historia de Santiago del Estero, Pág. 179. Ed.
Plus Ultra, Bs. As., 1991
(11) Ibídem. Pág. 177.

(12) Actas Capitulares de Santiago del Estero: Academia


Nacional de Historia. Tomo I, Kraft, Buenos Aires, 1941, pág.
161.

(13) Actas Capitulares de Santiago del Estero. Académica


Nacional de la Historia. Tomo V; Tall. Graf. San Pablo; Bs As,
1948. Pág. 528.

(14) Actas Capitulares de Santiago del Estero; tomo IV, Nº 6.


Octubre, noviembre y diciembre de 1925.

(15) Actas Capitulares de Santiago del Estero. Académica


Nacional de la Historia. Tomo V Pág. 633.

(16) Fuente. Ibíd. Tomo VI Pág. 114

(17) Lascano, Luis Alén. Obra citada. Pág. 202.

(18) Martínez Pedro Santos “Las industrias durante el


virreynato” (1776-1818) EUDEBA Bs As 1969, Pág. 153.

(19) Ibídem pág. 153.

(20) Sierra, Vicente Historia de la Argentina Tomo 4-3ª


Edición; Ed Científica Argentina; Buenos Aires, 1974 pág. 460.

(21). Álvarez Juan Las guerras civiles argentinas EUDEBA.


Bs As, 1966, pág 27.

(22) Tenti, Maria Mercedes. Obra citada. Pág. 32


(23) Actas Capitulares de Sgo. de Estero. T VI, 1951. Pág.
702.

(24) Ibídem Pág. 838.

(25) Ibídem Pág. 928.

(26) Revista del Archivo Histórico de Santiago del estero.


Tomo IV Nº 6, octubre, noviembre y diciembre de 1925.

(27) Revista del Archivo de Santiago del Estero: Tomo II, Nº


5, Julio, agosto y septiembre de 1925, pág. 142.

(28) Burguin Miron, “aspectos económicos del federalismo


argentino” Ed. solar Buenos Aires, 1975pag 302 y 304.

(29) Ibídem. Pág. 307.

(30) Lascano, Luis Alen. Obra citada, Pág.

(31) Revista del Archivo de Santiago del Estero, TOMO XI,


Nº 20, abril mayo, y junio de 1929, pág. 97

(32) Ibídem pág. 97 y 98

(33) Lascano, Luis Alen. Obra citada, pág. 164

(34) Andrews Joseph. Las provincias del Norte (Selección)


Tucumán 1967.

(35) Figueroa, Andrés A. La Autonomía de Santiago del


Estero. 1920 Pág. 144.
Caudillismo y clientelismo político

Por: Hugo F. Rodríguez

Uno de los síndromes mas críticos de Santiago del Estero y


de otras provincias del país, es la fidelidad a un modelo
caudillista instaurado en su historia y que forma parte ya de su
cultura política, cada uno con perfiles regionales propios.
Acaso una forma de transferir a alguien la decisión sobre la
vida y obra de una sociedad, desligándose en lo colectivo de la
responsabilidad inherente a todo ciudadano y amparándose en la
crítica doméstica, sin capacidad de reacción ni proyección
comunitaria.
Quejarse, pero avalar con su voto en cada elección el perfil
caudillesco del hombre fuerte, dominante, hegemónico, que
anula el pluralismo, la disonancia.
Así el modelo republicano define en los hechos una parodia
vacía de contenido.
Ni el parlamento ni la justicia se caracterizan por la
independencia.
Entonces el sentido de las instituciones es un absurdo formal
al que todos dan su consentimiento impotente.
Hasta hace relativamente poco, uno de los ejes dominantes en
gran parte de la historia de la provincia, se llamó Carlos Arturo
Juárez, un caudillo amado y odiado, que orientó los destinos de
la provincia por más de cincuenta años.
Durante ese periodo Santiago del Estero fue la penúltima
provincia con mayor índice de pobreza a nivel nacional.
Lamentablemente la economía santiagueña tenía en ese
tiempo como eje fundamental, el presupuesto del estado
provincial y los problemas de empleo, como el de los sectores
económicos, se nutren del reparto de las arcas provinciales bajo
el lema del acatamiento y el silencio cómplice.
La anestesia a la iniciativa privada y la ausencia de un
proyecto superador han sido característica de este régimen, cuyo
mayor merito ha sido una administración prolija de los escasos
dineros enviados por la nación.
La remisión de fondos de coparticipación o para proyectos
alternativos, han dibujado una suerte de castigo para la
provincia, en razón del distanciamiento del caudillo con los
líderes nacionales, cualquiera fuera su signo, ya que procuraba
mantener la provincia como una ínsula bajo su poder.
Este factor y la avidez de enriquecimiento por parte de los
socios del caudillo, inmersos en un nivel de corrupción crítico
han marcado una política de desarrollo escuálida.
El pueblo santiagueño amamantado por la leche de la
resignación y la dádiva sostuvo al régimen juarista con una
disciplina obsecuente, acaso el preludio de traiciones.
Un esquema de poder sustentado en una estructura
parapolicial de vigilancia a la oposición y a cualquiera que
pensara diferente, dominó la escena provincial sumergiéndola y
aislándola durando un periodo importante de su historia.
Desde hace algunos años emerge un nuevo tipo de liderazgo
caudillesco, con características marcadamente disímiles en orden
a su comunicación e imagen, pero con similitudes de poder que
incluso se llegan a profundizarse en algunos aspectos.
La irrupción accidental del Gerardo Zamora a partir del
suicidio político de José Zavalia, permite al joven radical ocupar
el vacío en los dos partidos políticos principales, vehiculizando
una nueva instancia cuya proyección en el tiempo aparece sin
signos visibles alternativos.
Acaso el principal “mérito” del dirigente en las primeras
medidas de gobierno fue desoír una vieja sentencia del partido
de Alem e Yrigoyen: “que se rompa pero no se doble”.
Apelando a un sentido político notable armonizó con el
kirchnerismo central y provocó una simbiosis en los sectores
políticos locales, desdibujando la oposición.
Esta liberación política y la circunstancia positiva en lo
económico en la Argentina, significó un punto de inflexión
para la economía santiagueña, extendiendo sus fronteras
agropecuarias e impulsando obras de infraestructuras de
importancia para el futuro, superando por primera vez,
situaciones de estancamientos que los santiagueños
prácticamente tenían asumidos.
Con el desarrollo agrícola ganadero, el crecimiento de
infraestructura -viales, agua, educación y salud, turismo, acaso la
única asignatura pendiente que tiene el zamorismo, donde está
dando pasos incipientes y lentos, es en lo relativo al perfil
industrial.
Sin embargo, es necesario decirlo, concomitante con
importantes logros, se advierte una concentración de poder como
nunca en la historia política de Santiago, especialmente con el
cercenamiento de exponer disensos en ámbitos de repercusión
publica, ahora bajo el férreo control estatal.
Dueño de una imagen cálida, ajena a los “yoismos” del
juarismo, el gobernador Zamora manifiesta un caudillismo
atípico para el santiagueño. Poco proclive a las apariciones
publicas desbordantes, sin un discurso altisonante, el titular del
gobierno provincial ha pergeñado una estrategia para diluir
cualquier oposición, incluso de orden interno como sucediera
hace pocos años con el titular del municipio capitalino.
El masivo apoyo electoral, que lo ubica como el gobierno
más avalado de la república y su proyección nacional de la mano
de la presidente, permite al titular del ejecutivo provincial un
transito sin sobresalto hacia una reelección sin prisas y sin
pausas.
El santiagueño

Conceptuada hasta no hace mucho, como una de las


provincias más pobres del país, Santiago del Estero, provoca una
dicotomía no fácilmente asimilable, comprensible, para quien
observa su realidad desde otra perspectiva.
¿Es posible que una población con índices tan críticos de
pobreza, como los que exhibían los santiagueños, se apasionen
con un ritmo tan cálido y alegre como la chacarera y expresen al
mismo tiempo un amor tan exquisito por una tierra cuya imagen
de desolación y pobreza, en gran parte de su territorio, corroe el
alma?
La expresión mas genuina que identifica al pueblo y la poesía
nostálgica por la tierra, es la carta de presentación del
santiagueño y que otras latitudes repiten y tararean haciendo
suya la pintura de una tierra, cuya idiosincrasia abarca
contradicciones fascinantes.
A priori parecen dibujarse dos versiones de Santiago del
Estero, para quienes caminan su territorio y observan a su tierra
y su gente de modo superficial.
La ciudad Capital de Santiago del Estero y La Banda,
prácticamente unidas –las separa tan sólo el río Dulce pero con
idiosincrasias diferentes- brindan una imagen más avanzada si se
compara con otras capitales norteñas, salvo San Miguel de
Tucumán y Salta.
El número de habitantes y el desarrollo urbano, una actividad
comercial significativa, marcan diferencias importantes,
especialmente con capitales de otras provincias del NOA.
Esto, potenciado por la tradición turística de la ciudad de
Termas de Río Hondo, en la que convergen intereses también de
Tucumán, ha movilizado en los últimos años hacia un
redimensionamiento de la imagen santiagueña
El turismo a nivel provincial, factor utópico diez años atrás,
ha cobrado cuerpo y proyecciones de desarrollo, a partir de
políticas implementadas desde el ejecutivo provincial con
inversiones sobre diferentes planos, provocando crecimiento en
números que sorprenden a los mismos santiagueños.
Incluso la misma capital ha modificado su rostro para el
turismo de una manera diferente, ampliando la oferta en la faz
cultural y no circunscribiéndola en torno al folclore
excluyentemente.
La provincia admite particularidades en la cotidianeidad que
ponen un sesgo diferente en la vida de convivencia, si se
parametra con otras sociedades en el país.
Pese a ser la primera ciudad de la república fundada por los
españoles y a una larga tradición en la expansión del territorio
nacional, la sociedad de Santiago del Estero, revela pautas
distintas de interacción entre las personas.
Aparece como una organización poco proclive a las
diferencias sociales entre sus habitantes.
El clásico segmento privilegiado de familias tradicionales, de
“apellido”, que constituyen una especie de icono de “nobleza”
en otras provincias vecinas, se han diluido con el correr de los
años y su influencia tiene una importancia muy relativa.
Paradójicamente, ha emergido fuertemente, un respeto social
de relevancia al sector profesional, acaso por el sacrificio que
importaba canalizar las vocaciones en otras provincias, como
asimismo los sectores de mayores ingresos, sean estos por
diferentes orígenes.
Lamentablemente, la necesidad en otros tiempos y, en menor
grado hoy, de trasladarse para alcanzar un titulo profesional, ha
constituido un elemento crítico de perdida de materia gris para
Santiago al encontrar otras formas de realización lejos de la
provincia natal.
Esta circunstancia también va morigerándose con la creación
de dos universidades, privada y estatal, que amplían y potencian
el acceso de sectores de menores ingresos a un nivel de
educación superior, extendiendo un basamento sólido
intelectualmente y promoviendo niveles de aspiración cada vez
mayores en los sectores medios de la sociedad.

Pero también existe otro rostro en Santiago.


Si bien se perfilan algunas localidades como polos de
desarrollo en el interior de la provincia, la mayoría de ellas son
pequeñas ciudades y poblados construidos a partir del corredor
del ferrocarril y cuyo cierre ha producido efectos significativos
en el desarrollo urbano de los mismos, develando en muchas de
ellas un rostro sombrío, no obstante el cambio formidable que se
ha producido por la expansión productiva en el campo.
La extensión territorial y la falta de fuentes laborales, exigen
una permanente diáspora de los lugareños, habituados desde
siempre a la migración hacia provincias vecinas para cosecha en
el caso de hombres y provisión de empleadas domesticas en el
sector femenino.
Curiosamente, esta dramática realidad no es fácilmente
perceptible por la mayoría de los santiagueños de ciudad, más
imbuidos por su propia realidad. Pocos advierten las penurias
que padecen otros comprovincianos a no más de cuarenta
kilómetros del centro, fuera de la zona de riego, por carecer de
agua e inmersos en un aislamiento crítico en los montes.
Demasiado se ignora las penurias que atraviesa la gente de
campo cuando se ven sumergidos en trabajos infrahumanos y
con salarios esclavizantes en otras provincias, por obra de
inescrupulosos que caminan por la vida sin tener conciencia de
la dignidad del hombre.
Otro tanto ocurre con la ocupación territorial en el propio
Santiago, que emerge a partir de la expansión agrícola ganadera
y en la que se ignora demasiadas veces, al habitante de la tierra
por generaciones, desoyendo el marco legal por el imperativo
del mercado.
La mansedumbre y la tenacidad del hombre de campo
santiagueño, que retorna inexorable a su terruño para
derrumbarse en una silla de tiempo y sentir cómo los coyuyos
irrumpen gloriosos con sus notas estridentes, mientras miles de
pájaros y catas morigeran la música para cerrar los ojos al dolor.
Vale aquí un recuerdo personal. Cuando era niño en mi
Tucumán natal, en el Ingenio Santa Lucía y observaba a paisanos
que hablaban diferente, viviendo en patéticos ranchos hechos
con paredes y techo de maloja (caña de azúcar seca), en la
precariedad mas absoluta, levantándose al amanecer para pelar
caña por los surcos, cargarlas a los carros e ir rumbo al ingenio.
Los changuitos bajo el crudo invierno, caminando descalzos
por los surcos con un palo sobre el hombro y al final del mismo,
atada una ollita pequeña con el guiso caliente para el padre, en
un cuadro cuya sensibilidad aún lastima y emociona.
Quien observó el cuadro se siente santiagueño después de
cuatro décadas de vivir en esta bendita tierra y puede observar
como el hombre del interior sigue deambulando por todo el país,
con ese espíritu resignado, manso, aceptando su destino duro y
muchas veces cruel por la venalidad de otro ser humano que no
vacila en utilizar su vulnerabilidad.

No pocas veces me he preguntado por esa ternura agradecida


e irrepetible que se percibe en el paisano hacia la tierra yerma en
muchos lugares de la extensa geografía santiagueña, donde el
vacío, la sequedad y el verde gris mortuorio, colman el espíritu
con una vigencia que excede el tiempo y el espacio.
No pocas veces he observado la alegría al bailar una
chacarera invocando su origen, sin importar el lugar donde esté,
en la certeza plena de una identidad inclaudicable, de un amor
agradecido por el origen, más allá de la nada en que alumbró su
infancia.
No pocas veces he hecho hincapié en la permanente imagen
de nostalgia del santiagueño hablándole a su dolor por la
impotencia de no transitar los días en su tierra, pero aferrado a
un recuerdo inconmovible, que no sabe de comparaciones
ventajosas, sino tan sólo aferrado a la imagen sagrada del lugar
donde nació.
No pocas veces he gozado con la alegría genuina de vivir en
una geografía cargada de sentimientos profundos, inmerso en
luces y sombras, abarcado por sueños utópicos y realidades
inmodificables, pero con ese hilo ancestral que da sentido pleno
a la voluntad de
vivir… con una sonrisa y mirando hacia adelante
Elevando los ojos al cielo cada amanecer y observar luego la
belleza contradictoria de la fealdad, abiertos los oídos al canto
de los pájaros y al viento que trae el perfume de otros sitios,
respirando ese aire vital, sin contaminaciones ni temores ni
angustias, cerrando los ojos en la noche para pensar que mañana
será otro día, seguramente mejor que hoy, y que puedo dormir
con la paz interior que no se quiebra con las urgencias.

Promesa

Por: Guillermo Pinto

Julián sintió el sol quemándole las espaldas y sin saber por


qué pensó en el sábado. Tal vez creyó no saberlo a causa de ese
sol que se encaprichaba en quemarle los riñones, y él pensó en el
sábado porque es día de pago de jornales y entonces podría
cumplirle la promesa a María. Y mientras pensaba en cumplirle
la promesa a María, cada vez que la azada se hundía en la tierra,
él sentía los latigazos de las llamas en su piel, rayos colorados,
como su promesa. Por eso pensaba en el sábado, de ello se dio
cuenta más tarde, cuando su cintura le pedía clemencia; pensaba
en los jornales que al cabo le pagaría ese sol colorado, en el
vestido de ese mismo color que había prometido a María, y fue
entonces, al levantar nuevamente la azada, que la vio bailar entre
el vapor y las gotas de sudor que le bajaban de la frente y se
empecinaban en nublarle los ojos, y el hierro afilado rompía los
terrones, y María hizo un giro y el vestido colorado pareció una
flor abriéndose al amanecer, y a él ya no le importó ni el sol, ni
la azada, ni la tierra, ni el sudor que recorría su rostro, sólo
deseó cumplirle la promesa a María, que seguía bailando sobre
los surcos desparejos y el polvo ardido; y así la vio durante los
siguientes días, como un gigantesco pájaro herido en pleno
vuelo, como si cientos de meteoritos incandescentes se
descolgaran del cielo, así hasta que los crepúsculos
interminables le confundieron las visiones.
Por fin llegó el día esperado, que amaneció nublado,
amenazando lluvia, y en la amplia galería Julián se quitó el
sombrero negro, y pese a que el sol no estaba, él continuó
sintiéndolo en sus omóplatos cansados, y nuevamente pensó en
María, girando con su vestido colorado en medio de las baldosas
también coloradas, que parecían recibirla y lanzarla una y otra
vez hacia arriba, en un acuerdo armonioso que sólo él parecía
ver. Más tarde, al apretar en su mano los billetes mugrientos, él
se imaginó al turco retirando de la vidriera el vestido que había
prometido a María noches atrás, a la salida del baile, y ella le
contó frente al escaparate iluminado que alguna vez había visto
a su prima llevando puesto uno igual al descender del tren que la
traía desde la gigantesca ciudad de vidrio que existe al final de
las vías, y desde entonces deseó siempre tener uno así, le había
dicho. Y él le pediría al turco que lo envolviese con un papel
donde estuviesen dibujados muchos soles, o rostros de niños, o
pájaros, y si no que fuese blanco, muy blanco.
Después, con el bollo de billetes en el fondo del bolsillo
derecho del pantalón, emprendió el regreso hacia Chaguar Punco
por el ancho callejón. Caminó más deprisa que otras veces, se
sentía ansioso y silbó durante todo el recorrido de la legua.
Jamás logró entender qué lo hizo detenerse en el almacén de
Don Rea a la entrada del pueblo, quizás una vieja costumbre. Al
ingresar en el patio de tierra apisonada escuchó el murmullo de
los hombres toscos y apenas alcoholizados, y observó los dos
gallos, uno blanco y el otro colorado, a los que sus dueños,
sosteniéndolos en los brazos, les pasaban aceite por las patas y el
cuello, y los animales miraban hacia un lado y hacia otro con sus
ojos inexpresivos, como dos botones movibles, profundamente
negros, al igual que la muerte que revoloteaba en el ambiente.
Luego les calzaron los espolones, y sin más se convirtieron en
máquinas de matar cubiertas de plumas.
Al vaciar el segundo vaso de vino, Julián pensó en el sol que
aún tenía clavado en sus espaldas, y que por una casualidad, sólo
por eso, esa mañana no brillaba; y fue en ese momento, al palpar
casi al descuido el dinero en el bolsillo del pantalón, que supo
que apostaría por el gallo colorado. Antes de arrojar los billetes
al suelo, por un instante se le cruzó la imagen de María bailando
con su vestido soñado por sobre los surcos ardidos.
La riña duró pocos minutos, y en medio de la gritería y el
alcohol liberado, el gallo colorado quedó tendido, con su cabeza
destrozada y el pico clavado en la tierra, rodeado de un charco
más colorado aún que el vestido que había prometido a María.
Después vio cómo alzaban triunfante al gallo blanco y lo
lanzaban hacia arriba, en un festejo de plumas y puños
crispados, también pudo ver cuando alguien a quien no conocía
levantaba sus billetes y entonces le pareció que ya no escuchaba
nada, ni siquiera el murmullo. Se acercó al perdedor que
permanecía con los ojos abiertos retratando la muerte en el
centro del círculo de arpilleras y cañas, y agachándose, lo tomó
por las patas y con paso vacilante se alejó del lugar. Antes, había
sentido un sabor agrio en su boca.
Cuando Julián depositó el gallo colorado sobre la pequeña
mesa vacía, no hubo un solo reproche en la mirada de María.
Luego se dejó caer en una silla, y mientras ella tiernamente le
acariciaba su pelo renegrido y grasiento, él pensó que el lunes lo
esperaba ese sol colorado, como la promesa que le había hecho a
María.

Cuando llegan las lluvias, Barco Editó, Santiago del Estero,


1998.

Mitos urbanos

Por: Amalia Beatriz Domínguez

A nosotros, los santiagueños, nos apasiona lo maravilloso y


nos conmueve lo inverosímil. Tanto como en Dios y en la Virgen
creemos también en la vasta gama de aparecidos y duendes
petisos que colman la biblioteca de nuestros mitos urbanos.
Siempre tenemos noticias de ellos a partir de abril o mayo de
cada año. Época de acostarse temprano porque el frío otoñal ya
se hace sentir. Una vecina, o tal vez el compañero de trabajo se
encarga de avisarnos lo extraordinario que le pasó a un remisero,
a un policía, o a los del Sease, que manejan las ambulancias.
Hacia 1980, mi amigo Lalo contaba que cuando regresaba a
su casa, a la noche, lo persiguió una mujer de blanco.
Lalo vive en el barrio Mishqui Mayu y con su bicicleta tenía
que cruzar el río Dulce, por el Puente Nuevo, y precisamente ése
era el lugar en que la mujer de largos cabellos negros y un
vestido blanco transparente y luminosamente blanco, lo
acompañaba casi volando hasta llegar a la intersección de la
transitada ruta nacional 34. La dama en cuestión no hacía nada,
pero lo espantaba. Era tanto el miedo que por mucho tiempo
tuvo que tomar un taxi para volver a su casa, y siempre mirando
a los costados, a ver si aparecía la mujer. El periodista Julio
Carreras publicó esta noticia en el diario El Liberal, en el
suplemento cultural, como un pequeño relato. Pero
inmediatamente tuvo una repercusión inesperada. Recibió un
llamado de la Jefatura de Policía, consultándole pues de casi
todos los barrios periféricos, habían reportado la noticia.
Muchos habían visto a la Mujer de Blanco, no sólo en las
inmediaciones de la costanera, sino en casi todos los barrios de
la ciudad.
Precisamente, un conocido profesional de nuestro medio,
llamémosle Juan, se animó a confesar a sus íntimos un hecho
similar. Una noche, al regresar a su hogar vio a un hombre que
esperaba apoyado en un automóvil. Cuando se saludaron, este
señor aprovechó para pedirle a Juan que por favor le dijera a la
señora de blanco que entró, que se apurara porque se le hacía
tarde.
Juan, totalmente desconcertado, sacó las llaves de su bolsillo,
abrió la puerta y al prender las luces se dio cuenta de que su casa
estaba tan vacía como la había dejado. Con la puerta abierta,
llamó al hombre para preguntarle cómo había entrado la mujer,
ya que era totalmente imposible que lo hiciera sin llaves, pero
aquél no supo contestarle. No había prestado atención. Al
asomarse al vestíbulo de la casa, apuntó a una fotografía, y dijo
“Esa es la señora. Estoy seguro. Es ella”.
Juan lo despidió cortesmente, no sin antes averiguar qué
hacía y de dónde era. El hombre era un salteño, de paso por la
ciudad, al que esta señora de blanco le había hecho seña en la
ruta y le pidió que lo llevara a esa dirección. Nunca se enteró
que la dama que había transportado llevaba muerta hacía mucho
tiempo. Juan no consideró pertinente decírselo. ¡Faltaba más...!
En las crónicas policiales, más precisamente en junio del
2011, se pudo leer el caso de un taxista que, antes de la
medianoche, llevó a una señora de blanco al cementerio. Esta
mujer le había dicho que esperara, porque ella debía hacer una
diligencia allí. Cuando llegaron, el edificio estaba oscuro. Sólo
las luces de la calle alumbraban el majestuoso frontispicio y así
pudo ver cómo esta señora bajaba y cruzaba el gran portón de
hierro como si fuera de humo.
Por supuesto que no se quedó a esperarla.
Siempre en invierno, tal vez por el hecho de que anochece tan
temprano, es cuando sale la Llorona. Ella es una jovencita, casi
una niña, que llora desconsoladamente, con pena, con dolor. Es
tanta la impresión que causa la congoja de su llanto, que muchos
se afanan por ayudarla.
Consta en los registros policiales, con nombre y apellido de
los involucrados, que al ver a esta jovencita sola en la calle,
llorando, la brigada le pregunta su nombre, su filiación, su
domicilio etcétera. Y al no obtener respuesta, la suben al móvil
policial y la conducen a la Comisaría para darle cobijo por esa
noche. Mientras viajan, ella llora angustiada, pero al llegar a la
Seccional, cuando abren la puerta del rodado, no hay nadie.
Cuando la ayudan, la Llorona desaparece inmediatamente.
Un caso espeluznante se vivió en 2010, en la zona sur de la
ciudad, cerca de los barrios El Vinalar y Siglo XXI. Las
viviendas apenas estaban habitadas y había una pequeña zona
montuosa cerca. El hombre iba en moto y escuchó llorar a un
niño. Cuando se acercó, vio que era una criatura, entonces sacó
su celular e inmediatamente llamó a la Policía. El móvil no tardó
en llegar. El hombre y los policías sufrieron el susto de su vida
cuando al tratar de tomar al niño, éste se puso a reír y convertido
en un pequeño monstruo, con cara de bruja huyó como un
animal, hacia el monte.
El monte… El símbolo ancestral por excelencia. Allí donde
habita el diablo y los estudiantes de la magia hacen sus tareas.
Reducto de los duendes enanos que ahora, a falta de monte por
la tala sojera, se están mudando a la ciudad.
En todos los barrios de Santiago hay un duende petiso bribón.

Los hombres le tienen miedo ya que es un villano


buscapleitos que por cualquier quítame de aquí esas pajas,
golpea a sus contrincantes con fiereza.
Aunque también, si no está enojado, y especialmente con las
chicas, es un galán parlanchín que también se deja fotografiar y
filmar. Lástima sus orejas, peludas y puntiagudas. Tampoco lo
favorece su nariz tan grande, cerca de una frente tan chiquita que
los cabellos casi tocan las cejas. La descripción que hago
proviene de un video. En la filmación parecía que la chica lo
asustaba un poco… o tal vez ya estaba asustado de sí mismo.

Fantasmas

Muchos hospitales y clínicas de la ciudad de Santiago tienen


fantasmas entre sus pacientes internados. Recuerdo que el Dr.
F., me contaba que en el sanatorio donde él hacia las guardias de
Terapia Intensiva, tenían como consigna no salir al pasillo a
partir de la medianoche y hasta las 5 de la mañana, más o
menos. ¿Por qué? Pues se sentían ruidos extraños, gente que
hablaba, que se quejaba, la camilla que rodaba llevando a
alguien y el ascensor yendo y viniendo. Pero cuando uno habría
la puerta del pasillo de la UTI, no había nadie. Sólo el olor de
los desinfectantes.
Una madrugada, yo estaba trabajando con un caso grave y
sentí cómo golpeaban la puerta. ¡Fuerte..! La enfermera me dijo
“doctor, no abra..!” Pero yo no le hice caso y fui a abrir. Una
sombra me golpeó. Fue como un golpe de aire frío en el pecho.
Y luego nada. No había nadie allí afuera.
También en las crónicas del diario el año 2011 se hablaba de
los fantasmas de otros importantes hospitales públicos. Poco
tiempo atrás la noticia de fantasmas en el ex Hospital de Niños
(Sáenz Peña entre avenida Moreno y Paraná), recorrió los
medios nacionales. "Se oyen murmullos, se ven sombras, y esto
no es algo que me pasa sólo a mí, mis compañeros también ven
y escuchan lo mismo?", dijo un guardia de seguridad al diario El
Intransigente, de Salta.
Carlos tiene 26 años, y hace cuatro que trabaja haciendo
vigilancia en el edificio donde antes funcionaba el Hospital de
Niños “Eva Perón” de esta ciudad. Cumple esa función desde
seis meses antes del traslado del centro asistencial a su nuevo
edificio, y es quien asegura que siempre se vivieron extrañas
situaciones en el lugar.
Relata con absoluta seguridad sobre ruidos, quejidos,
murmullos, abrir y cerrar de puertas que escuchan por los
desolados pasillos y habitaciones del lugar. Dice no ser el único
que experimenta estas situaciones, sino que también le ocurren a
sus compañeros de trabajo.
Y aporta un dato singular: sucede a cualquier hora del día, no
sólo de noche, como muchos supondrían.
Quizás la más singular de estas experiencias -y una de las
más recientes- es la que quedó registrada en el Libro de Guardia,
donde se anotan todas las novedades del servicio. En ese
cuaderno espiralado, el 19 de julio quedó asentado un hecho sin
explicación.
“Un día estaba haciendo la ronda y fui a la cocina porque se
escucha un murmullo en el pasillo. Llamé a mi compañero y
escuchábamos que varias personas hablaban muy concentradas.
Fuimos acercándonos y notamos que las voces provenían del
despacho de la Dirección. Tocamos el picaporte como para abrir
la puerta y se callaron. Pero después no se encontró nada. Y esa
oficina no tiene otra salida que la puerta donde estábamos
nosotros”. La novedad fue anotada e informada al día siguiente a
la responsable del área, que revisó su oficina y no halló
absolutamente nada fuera de lugar.
El relato más reciente, es el de una empleada de la
dependencia que allí funciona actualmente, de que caminando
por un pasillo vio a un hombre alto, vestido de negro, parado
frente a una puerta. Cuando pasaba ya, advirtió que en esa
oficina no había nadie a esa hora, por lo que volvió sobre sus
pasos para preguntarle a quién buscaba o qué deseaba, pero no
lo encontró, había desaparecido repentinamente. Lo insólito del
caso fue que cuando le preguntó al guardia que estaba en el hall
que da acceso a ese pasillo, él le dijo que nadie había entrado ni
salido de allí.
“Había pasado un año desde que el hospital había quedado
vacío, y comenzaron a escucharse muchas cosas extrañas. Bebés
que lloraban en la parte donde funcionaba la terapia, fue algo
que se escuchó por las noches durante todo un mes. También se
oyen murmullos, se ven sombras, y esto no es algo que me pasa
sólo a mi, mis compañeros también ven y escuchan lo mismo”,
asegura Carlos.
Si bien parece que la mayoría de las personas que trabajan en
el servicio de vigilancia del lugar parecen haberse acostumbrado
a estas situaciones, algunos la pasaron mal por las apariciones de
las que fueron testigos.
Relató con asombro, que en una oportunidad, un compañero
suyo hasta llegó a hablar con una aparición, por lo cual debió ser
asistido luego de sufrir un desmayo, después de la insólita
experiencia.
“Una vez, dos compañeros fueron a realizar una recorrida por
la parte de arriba del edificio, donde se encuentra la cocina. En
un momento, uno de ellos vio que el otro hablaba con alguien y
se quedó mirándolo. De pronto dejó de hablar y cayó
desmayado. Entonces lo auxilió, y lo calmó una ves que
reaccionó, porque estaba muy alterado y no dejaba de llorar”,
relató Carlos.
La historia siguió cuando el compañero que se había
desmayado le comentó lo que había visto: “Era una mujer que le
decía que trabajaba en la cocina, que había tenido a su hijo de
este hospital y se lo habían llevado a La Banda, y le pedía que
por favor lo ayude a buscarlo porque lo quería ver, y ahí fue que
se desmayó”.
Siguiendo con este tipo de experiencias, Carlos recordó
también que no hace mucho, estaba con su compañero
escuchando música, luego se fue al baño y al regresar escuchó
que se reiniciaba una computadora, pero ninguna estaba
encendida a esa hora.
“Vino mi compañero y me preguntó si había escuchado el
ruido de la computadora. Los dos escuchamos lo mismo y no
estábamos a la par, estábamos distanciados. También me dijo
que me había visto salir de una de las salas donde había
computadoras vestido de negro, y yo en ese momento estaba de
blanco”, prosiguió el custodio al insistir en que “se veían
muchas sombras” en el lugar.
Otro momento extraño vivió Carlos un domingo a las seis de
la mañana, cuando escuchó “el sonido de un órgano y como
coros en la parte de arriba; que sonaban y dejaban de sonar”.
Analizando el sonido, Carlos entiende que “no hay posibilidad
de que sea de los vecinos porque viven lejos y es gente grande”.
A lo largo de toda la entrevista, el guardia fue consultado
sobre posibles explicaciones lógicas, como el eco de sonidos que
se deformen o que provengan de las casas vecinas, pero siempre
insistió en que se trataba de sonidos muy específicos y que en
varias de estas oportunidades, como consta en sus relatos, fueron
percibidos por dos personas, juntas o separadas, pero del mismo
turno.
Mucha gente los ve, los oye, los siente. Son las almas todavía
dolientes que rondan por los espacios donde han sufrido tanto y
no encuentran la paz.
Para todas estas historias de duendes, de sombras, de almas
en pena, nosotros los santiagueños tenemos un antídoto. La fe en
Dios. Esa fe tan grande en la Virgen que nos protege con su
manto y en Dios que nos libra del mal, es lo que nos mantiene
firmes en el camino y seguimos… contando cuentos de
aparecidos.

A derrumbar

Por: Ana Gómez

Si usted camina por las calles céntricas de nuestra ciudad,


seguramente se asombra de cuán rápido llegó el progreso. Lo
trae, claro, la globalización ataviada de torres (ya suman
alrededor de 300) que con su altura modifican el paisaje urbano,
que pasa violentamente de una densidad de una construcción de
1 o 2 pisos como máximo a torres que los multiplican en altura y
privan a la ciudad de algunos de sus atributos mas dignos, como
esas antiguas casas en las que podemos reconocer la huella
intangible de la historia, una arquitectura con marca de identidad
y gran valor patrimonial.
Esas casas con molduras en sus frentes, documentos de su
época, de puertas altas, de madera tallada que hoy sólo se
consiguen en demoliciones o anticuarios, desaparecen a diario,
vertiginosamente, transformándose ello en atentados cotidianos.
Hoy ya no estamos en condiciones de reponer esa calidad, que se
hizo con las mejores posibilidades de aquel momento.
Se ha dicho que esa arquitectura no es relevante porque es
copia de otros estilos. Desde esa mirada entonces la arquitectura
neoclásica es irrelevante, la que vale es la griega.
Todo tiene un origen. La Carta Internacional de Turismo
Cultural sostiene: “El patrimonio natural y cultural es al mismo
tiempo un recurso natural y espiritual y ofrece una perspectiva
de desarrollo histórico. Desempeña un papel importante en la
vida moderna y el público en general debería tener acceso tanto
físico como espiritual y emotivo a este patrimonio. Los
programas para la conservación y protección del patrimonio
natural y cultural en sus características físicas, en sus valores
intangibles, expresiones culturales contemporáneas y sus
variados contextos, deberían facilitar a la comunidad y al
visitante, de modo equilibrado y agradable, la comprensión y el
aprecio de los significados de ese patrimonio.”
Vale aclarar que quienes queremos reciclar y preservar no
estamos en contra de la arquitectura actual. Lo que falta es una
planificación, que se traduzca en alentar o propiciar el desarrollo
de la construcción en zonas menos consolidadas que el centro,
entendiendo que con inversión se puede corregir el perfil de una
ciudad sin destruir su patrimonio arquitectónico y su diseño
urbano, el cual consiste en reglas, restricciones y limitaciones
que, si se rompen, producen degradación cultural.
Cabe plantearse la pregunta, sobre la homogenización de
tipologías: ¿por qué sólo torres? Eso que unifica todo ¿no es
limitado? ¿No hay otras posibilidades? ¿Se busca una estética
determinada en lo que se construye o sólo prevalece el progreso
inmobiliario?
El desarrollo urbano se debe basar en la densificación del
tejido.
Aquí el tejido sigue siendo el mismo de siempre. El sistema
de cloacas es el de muchos años atrás, salvo algunas pocas
calles, en las que se lo modificó y adaptó a los nuevos tiempos.
Y los demás servicios ¿podrán cubrir la actual densidad?
No se puede hablar de calidad de vida sin sustentabilidad. En
el mundo entero se están produciendo reacciones en contra de la
globalización que lo iguala todo, y la gente está buscando algo
propio que la identifique. Lo revolucionario hoy no es destruir
sino justamente conservar, que no significa frenar el desarrollo
sino, más bien, revisar los mecanismos de control sobre lo que
se construye, sobre con qué límites se realiza el diseño urbano y
qué dice el código al respecto.
El tema de la destrucción del patrimonio era antes exclusivo
de algunos especialistas, y no pasaba más allá de alguna
denuncia. Hoy, ante tanto derrumbe se hace necesario darle
impulso a ideas hacia una legislación racional y responsable. El
Bicentenario debería servirnos para reconocer y poner en valor
lo que se construyó en cien años pasados. Porque este
patrimonio histórico y social fue, es y será nuestra herencia. Y
un acervo referencial para las generaciones que vendrán.

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