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La semiótica de Charles Peirce

Charles Sanders Peirce (1839-1914): el signo y sus tricotomías


Roberto Marafioti (comp.) Recorridos semiológicos. Signos, enunciación y argumentación,
Buenos Aires, Eudeba, 1998 (fragmento)
“Siempre que llegamos a conocer un hecho es porque se nos resiste.”

Dos datos pueden extraerse de esta afirmación de Peirce: el primero es que le interesa
reflexionar sobre el conocimiento; el segundo es que afirma, por la existencia misma del conocimiento,
la prioridad de lo real. Enigma, problema u obstáculo, la realidad es aquello con que los seres humanos
se enfrentan. Aquello (“hecho”) que aparece como obstáculo. Sería la segundidad, o experiencia del
mundo lo que hace que se deba responder, a su vez, con la propia resistencia. Si, por ejemplo, nos
tropezamos con una piedra, ese tropezarse, ese encontrarse con un hecho, segundidad en tanto
encuentro, nos hará reconocer su dureza, primeridad, en tanto cualidad específica de ese obstáculo (que
puede formar parte, no obstante, de lo especifico de otros objetos). Pero tanto el reconocimiento de la
cualidad o primeridad del objeto (hecho que vivimos como resistencia) o segundidad, por el encuentro,
sólo pueden conocerse una vez establecida la relación (entre el obstáculo y su cualidad que lo hace
resistente-dureza en este caso). La relación es la terceridad. Cualidad, hecho, ley son las primeras
denominaciones de la semiosis o relación sígnica inherente a todo tipo de conocimiento (no sólo
científico y racional sino vulgar) que le preocupaba a Peirce.
El Diccionario... de Ducrot y Todorov ubica históricamente el término semiótica y sintetiza los
aportes fundamentales de Peirce en la constitución contemporánea de una ciencia de los signos.

La semiótica. Historia
La semiótica (o semiología) es la ciencia de los signos. Como los signos verbales siempre
representaron un papel muy importante, la reflexión sobre los signos se confundió durante mucho
tiempo con la reflexión sobre el lenguaje. Hay una teoría semiótica implícita en las especulaciones
lingüísticas que la Antigüedad nos ha legado: tanto en China como en la India, en Grecia como en
Roma. Los modistas de la Edad Media también formulan ideas sobre el lenguaje que tienen un alcance
semiótico. Pero sólo con Locke surgirá el nombre mismo de “semiótica”. Durante todo este primer
período, la semiótica no se distingue de la teoría general –o de la filosofía– del lenguaje.
La semiótica llega a ser una disciplina independiente con la obra del filósofo norteamericano
Charles Sanders Peirce (1939-1914). Para él, es un marco de referencia que incluye todo otro estudio:
“Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las matemáticas, la moral,
la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la anatomía comparada, la
astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonética, la economía, la historia de las
ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un estudio semiótico”. De allí que los textos
semióticos de Peirce sean tan variados como los objetos enumerados.
Nunca deje una obra coherente que resumiera las grandes líneas de su doctrina. Esto ha
provocado durante mucho tiempo y aún hoy cierto desconocimiento de sus doctrinas, tanto más
difíciles de captar puesto que cambiaron de ano en año.
La primera originalidad del sistema de Peirce consiste en su definición del signo. He aquí una de
sus formulaciones:

“Un Signo o Representamen, es un Primero que mantiene con un Segundo, llamado su Objeto,
tan verdadera relación triádica que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Interpretante,
para
que éste asuma la misma relación triádica con respecto al llamado Objeto que la existente entre el
Signo y el Objeto".
Para comprender esta definición debe recordarse que toda la experiencia humana se organiza,
para Peirce, en tres niveles que él llama la primeridad, la segundidad y la terceridad y que
corresponden, en líneas muy generales, a las cualidades sentidas, a la experiencia del esfuerzo y a los
signos. A su vez, el signo es una de esas relaciones de tres términos: lo que provoca el proceso de
eslabonamiento, su objeto y el efecto que el signo produce, es decir, el interpretante. En una acepción
vasta, el interpretante es pues el sentido del signo: en una acepción mas estrecha, es la relación
paradigmática entre un signo y otro; así, el interpretante es siempre un signo que tendrá su
interpretante, etc.: hasta el infinito. en el caso de los signos “perfectos”.
Podríamos ilustrar este proceso de conversión entre el signo y el interpretante mediante las
relaciones que mantiene una palabra con los términos, que en el diccionario podrá formularse, pero que
siempre estará compuesta de palabras. “El signo no es un signo si no puede traducirse en otro signo en
el cual se desarrolla con mayor plenitud.”
Es preciso subrayar que esta concepción es ajena a todo psicologismo: la conversión del signo en
interpretante(s) se produce en el sistema de signos no en el espíritu de los usuarios (por consiguiente,
no deben tomarse en cuenta algunas fórmulas de Peirce, como él mismo lo sugiere, por lo demás: “He
agregado ‘sobre una persona’ como para echarle un hueso al perro, porque desespero de hacer entender
mi propia concepción, que es más vasta”).
El segundo aspecto notable de la actividad semiótica de Peirce es su clasificación de las
variedades de signos. Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamental (como
el dos en Saussure); el número total de variedades que Peirce distingue es de sesenta y seis. Algunas de
sus distinciones son hoy corrientes, como, por ejemplo, la de signo-tipo y signo-ocurrencia (type y
token, o legisign y sinsing).
Otra distinción conocida; pero con frecuencia mal interpretada, es la de ícono. índice y símbolo.
Esos tres niveles del signo todavía corresponden a la gradación primeridad, segundidad, terceridad, y se
definen de la siguiente manera: “Defino un ícono como un signo determinado por su objeto dinámico en
virtud de su naturaleza interna. Defino un índice como un signo determinado por su objeto dinámico en
virtud de la relación real que mantiene con él. Defino un símbolo como un signo determinado por su
objeto dinámico solamente en el sentido en que será interpretado”. El símbolo se refiere a algo por la
fuerza de una ley: es, por ejemplo, el caso de las palabras de la lengua. El índice es un signo que se
encuentra en contigüidad con el objeto denotado, por ejemplo, la aparición de un síntoma de
enfermedad, el descenso del barómetro, la veleta que indica la dirección del viento, el ademán de
señalar. En la lengua, todo lo que proviene de la deixis es un índice, palabras tales como yo, tú, aquí,
ahora, etc. (son, pues, “símbolos indiciales”). Por fin, el ícono es lo que exhibe la misma cualidad, o la
misma configuración de cualidades, que el objeto denotado, por ejemplo, una mancha negra por el
color negro; las onomatopeyas; los diagramas que reproducen relaciones entre propiedades. Peirce
esboza una subdivisión de los íconos en imágenes, diagramas y metáforas. Pero es fácil ver que en
ningún caso pueda asimilarse (como suele hacerse, erróneamente) la relación de ícono a la de parecido
entre dos significados (en términos retóricos, el ícono es una sinécdoque, más que una metáfora:
¿puede decirse que la mancha negra se parece al color negro?). Es menos posible aun identificar la
relación de índice con la contigüidad entre dos significados (en el índice, la contigüidad existe entre el
signo y el referente, no entre dos entidades de la misma naturaleza). Por lo demás, Peirce llama la
atención contra tales identificaciones.
La primera publicación sistemática, en inglés, de los textos de Peirce se realizó recién en 1958.
En castellano comenzó a conocérselo en 1974. Dada su fragmentariedad y el hecho de que en diferentes
etapas de su reflexión cambió la terminología, todavía se esté discutiendo y reinterpretando su sistema
que denominó Gramática Especulativa, Lógica o Semiótica, según los textos. A veces lo más claro, sin
embargo, consiste en citar al mismo Peirce.
Carta a Lady Welby
Charles Sanders Peirce
Traducción castellana de Ignacio Redondo, 2006 (fragmentos)
Milford, Pennsylvannia
12 de octubre de 1904

Mi querida Lady Welby:


No ha pasado un solo día desde que recibí su última carta en el que no haya lamentado las
circunstancias que me impidieron escribir ese mismo día la carta que estaba intentando escribirle, no
sin haberme prometido a mí mismo que eso debería estar hecho pronto. […]
Pero quería escribirle acerca de los signos, que en su opinión y en la mía son cuestiones de gran
consideración. Creo que más en mi caso que en el suyo. Puesto que en mi caso, el más alto grado de
realidad sólo se alcanza por medio de signos, esto es, mediante ideas tales como las de Verdad, Justicia
y el resto. Suena paradójico, pero cuando le haya explicado mi teoría de los signos en su totalidad lo
parecerá menos. Creo que hoy le explicaré los esbozos de mi clasificación de los signos.
Usted sabe que apruebo especialmente la invención de palabras nuevas para nuevas ideas. No sé
si el estudio que llamo Ideoscopia puede considerarse una idea nueva, pero la palabra Fenomenología se
usa en un sentido muy diferente. La Ideoscopia consiste en la descripción y clasificación de las ideas que
pertenecen a la experiencia ordinaria, o que surgen de modo natural en conexión con la vida ordinaria,
sin considerar su validez o invalidez o su psicología. En la búsqueda de este estudio, después de tan sólo
tres o cuatro años de investigación, fui conducido tiempo atrás (1867), a clasificar todas las ideas en las
tres clases de Primeridad, Segundidad y Terceridad. Esta especie de clasificación es tan desagradable
para mí como lo es para cualquiera, y durante años me esforcé por menospreciarla y refutarla; pero
hace tiempo que me ha conquistado por completo. Tan desagradable como es atribuir tal significado a
los números, y sobre todo, a una tríada, es no obstante tan desagradable como verdadero. Las ideas de
Primeridad, Segundidad y Terceridad son suficientemente simples. Dando al ser el más amplio sentido
posible como para incluir tanto ideas como cosas, e ideas que imaginamos tener así como ideas que
realmente tenemos, definiría la Primeridad, la Segundidad y la Terceridad como sigue:
La Primeridad es el modo de ser de aquello que es como es, positivamente y sin referencia a
ninguna otra cosa.
La Segundidad es el modo de ser de aquello que es como es, con respecto a una segunda cosa
pero con independencia de toda tercera.
La Terceridad es el modo de ser de aquello que es como es, en la medida en que pone en mutua
relación a una segunda cosa con una tercera.
[…] Las ideas típicas de primeridad son cualidades de sentimiento, o meras apariencias. El color
escarlata de sus libreas reales, la cualidad misma, independientemente de que sea percibida o
recordada, es un ejemplo; con lo que no quiero decir que usted deba imaginar que no la percibe o la
recuerde, sino que debe discriminar aquello con que la cualidad puede estar conectada en la percepción
o en el recuerdo, pero que no pertenece a la cualidad misma. Por ejemplo, cuando usted la recuerda, se
dice que su idea es borrosa, y cuando está ante sus ojos, que es vívida. Pero la oscuridad o la vivacidad
no pertenecen a su idea de la cualidad. Podrían hacerlo, sin duda, si las consideráramos simplemente
como un sentimiento; pero cuando usted piensa en la vivacidad no la considera desde ese punto de
vista. Piensa en ella como un grado de perturbación de su conciencia. La cualidad de rojo no es pensada
como perteneciente a usted, o como vinculada a los uniformes. Es simplemente una posibilidad
cualitativa peculiar con independencia de cualquier otra cosa. Si usted pregunta a un minerólogo qué es
la dureza, le dirá que es lo que se predica de un cuerpo que no se puede rayar con un cuchillo. Pero una
persona simple pensará en la dureza como una posibilidad positiva simple cuya realización hace que un
cuerpo sea como un pedernal. Esa idea de dureza es una idea de Primeridad. La impresión total sin
analizar que produce cualquier complejo, no
pensado como hecho efectivo, sino simplemente como cualidad, como una posibilidad de aparición
positiva simple, es una idea de Primeridad. […]
El tipo de una idea de Segundidad es la experiencia del esfuerzo, prescindida de la idea de un
propósito. Se puede decir que no hay tal experiencia, que siempre hay un propósito a la vista en cuanto
se piensa en un esfuerzo. Esto puede estar sujeto a duda, pues en el esfuerzo continuado enseguida
apartamos la atención del propósito. Sin embargo, me abstengo de la psicología, que nada tiene que ver
con la ideoscopia. […] La experiencia del esfuerzo no existe sin la experiencia de la resistencia. El
esfuerzo sólo es esfuerzo en virtud de su oponerse a otra cosa; y no se introduce ningún tercer
elemento. Advierta que hablo de la experiencia, no del sentimiento, del esfuerzo. Imagínese a sí misma,
sentada sola en la noche sobre la cesta de un globo, muy lejos del suelo y disfrutando de la calma
absoluta y el sosiego. De pronto, el punzante alarido de un silbato humeante le golpea, y continúa
durante un buen tiempo. La impresión de la quietud era una idea de Primeridad, una cualidad de
sentimiento. El penetrante silbido no le permite pensar o hacer otra cosa que sufrir. Así que eso
también es absolutamente simple. Otra Primeridad. Pero la ruptura del silencio por el ruido fue una
experiencia. La persona, en su inactividad, se identifica a sí misma con el estado de sentimiento
precedente, y el nuevo sentimiento que viene a su pesar es el noego. Tiene una consciencia de dos caras,
de un ego y un no-ego. Esa consciencia de la acción de un nuevo sentimiento al aniquilar el antiguo
sentimiento es lo que yo llamo una experiencia. Generalmente, la experiencia es lo que el decurso de los
acontecimientos me ha obligado a pensar.[…] De manera general, se puede decir que la segundidad
genuina consiste en una cosa que actúa sobre otra - acción bruta. Digo bruta, porque en cuanto aparece
la idea de una ley o razón, aparece la idea de Terceridad. Cuando una piedra cae al suelo, la ley de la
gravitación no actúa haciéndola caer. La ley de la gravitación es el juez que, sobre el banquillo, puede
dictaminar la ley hasta el Día del Juicio; pero a menos que el brazo fuerte de la ley, el brutal alguacil,
haga la ley efectiva, no sirve para nada. La caída efectiva de la piedra es puramente el darse la piedra y
la tierra a un mismo tiempo. Se trata de un caso de reacción. Y por tanto, de existencia, que es el modo
de ser de lo que reacciona con otras cosas. Pero hay también acción sin reacción. Tal es la acción del
antecedente sobre el consecuente. Es una cuestión difícil si la idea de esta determinación unilateral es
una pura idea de segundidad o si implica terceridad. […]
Llego ahora a la Terceridad. Para mí, que he considerado durante cuarenta años la cuestión
desde todos los puntos de vista que pude encontrar, la inadecuación de la Segundidad para cubrir todo
lo que hay en nuestras mentes es tan evidente que apenas sé cómo comenzar a persuadir de ello a
cualquier persona que no esté ya de antemano convencida. Sin embargo, veo un gran número de
pensadores que están intentando construir un sistema sin colocar en él ninguna terceridad. Entre ellos
se encuentran algunos de mis mejores amigos, quienes se confiesan en deuda conmigo por sus ideas
aunque nunca aprendieron la lección principal. Muy bien. Es altamente conveniente que la Segundidad
deba buscarse en su fondo auténtico. Sólo así se puede comprender la necesidad e irreductibilidad de la
terceridad, aunque para aquel que posea el entendimiento capaz de comprenderlo es suficiente decir
que no se obtiene una ramificación de una línea de colocar una línea al final de otra. […] En su forma
genuina, la Terceridad es la relación triádica existente entre un signo, su objeto y el pensamiento
interpretante –él mismo un signo– considerado como lo que constituye su modo de ser un signo. Un
signo [o representamen] media entre el signo interpretante y su objeto. Tomando el signo en su sentido
más amplio, su interpretante no es necesariamente un signo. Cualquier concepto es un signo, por
supuesto. Ockham, Hobbes y Leibniz ya lo han dicho suficientemente. Pero podemos tomar un signo en
un sentido tan amplio que su interpretante no sea un pensamiento, sino una acción o experiencia, o
podemos incluso extender el significado de signo de tal manera que su interpretante sea una mera
cualidad de sentimiento. Un Tercero es algo que pone a un Primero en relación con un Segundo. Un
signo es un tipo de Tercero. ¿Cómo lo caracterizaremos? ¿Diremos que un Signo pone a un Segundo, su
Objeto, en una relación cognitiva con un Tercero? ¿Que un Signo pone a un Segundo en la misma
relación con un primero en la que él mismo está con respecto a ese Primero? Si insistimos en la
conciencia, debemos decir lo que
queremos decir con conciencia de un objeto. ¿Diremos que nos referimos al Sentimiento? ¿Diremos que
queremos decir asociación, o Hábito? Estas son, en su superficie, distinciones psicológicas que
particularmente evitaré. ¿Cuál es la diferencia esencial entre un signo que se comunica a una mente y
uno que no se comunica de ese modo? Si el problema fuese simplemente lo que entendemos realmente
por signo ésta se resolvería pronto. Pero esa no es la cuestión. Estamos en la misma situación de un
zoólogo que quiere saber cuál debería ser el significado de “pez” para hacer de los peces una de las
grandes clases de vertebrados. Me parece que la función esencial de un signo es hacer eficientes
relaciones ineficientes –no para ponerlas en acción, sino para establecer un hábito o regla general por
medio de la cual actuarán cuando sea oportuno–. De acuerdo a la doctrina física, nunca pasa nada
excepto las continuas velocidades rectilíneas con las aceleraciones que acompañan a las diferentes
posiciones relativas de las partículas. Todas las demás relaciones, de las que conocemos tantas, son
ineficientes. De algún modo, el conocimiento las hace eficientes; y un signo es algo por lo que
conocemos algo más. Con la excepción del conocimiento, en el instante presente, de los contenidos de
conciencia en ese instante (la existencia de cuyo conocimiento está abierta a duda), todo nuestro
pensamiento y conocimiento se da en signos. Por consiguiente un signo [o representamen] es un objeto
que por un lado está en relación con su objeto y por el otro con un interpretante, de tal modo que pone
al interpretante en una relación con el objeto que se corresponde con su propia relación con el objeto.
Podría decir "similar a la suya propia", ya que una correspondencia consiste en una similitud; pero tal
vez correspondencia es más adecuado.
Ahora estoy preparado para ofrecer mi división de los signos, tan pronto como haya señalado
que un signo tiene dos objetos, su objeto tal y como está representado [objeto dinámico], y su objeto en
sí mismo [objeto inmediato]. […] Ahora, los signos se pueden dividir en función de su propia naturaleza
material, en función de sus relaciones con sus objetos y en función de la relación con sus interpretantes.
[…]
Con respecto a las relaciones con sus objetos dinámicos, divido los signos en Iconos, Índices y
Símbolos (una división que di en 1867). Defino un Icono como un signo que está determinado por su
objeto dinámico en virtud de su propia naturaleza interna. […] Una visión, o el ― sentimiento que
despierta una pieza de música considerada como aquello que representa lo que pretendía el compositor.
Puede ser […] un diagrama individual; pongamos, una curva de distribución de errores. Defino un
Índice como un signo determinado por su objeto dinámico en virtud de su estar en una relación real
con éste. Por ejemplo, un nombre propio; tal es la aparición de un síntoma de una enfermedad. […]
Defino el Símbolo como un signo que está determinado por su objeto dinámico sólo en virtud de que
será interpretado de esa manera. Por lo tanto, depende, o bien de una convención, o bien de un hábito,
o bien de una disposición natural de su interpretante, o del campo de su interpretante (aquel del cual el
interpretante es una determinación).
La ciencia de la semiótica
Charles Sanders Peirce
Buenos Aires, Nueva visión, 1974 (fragmentos)
228. Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en algún
aspecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o,
tal vez, un signo aún más desarrollado. Este signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer
signo. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugar de ese objeto, no en todos los aspectos, sino
sólo con referencia a una suerte de idea, que a veces he llamado el fundamento del representamen.
"Idea" debe entenderse aquí en cierto sentido platónico, muy familiar en el habla cotidiana; quiero
decir, en el mismo sentido en que decimos que un hombre capta la idea de otro hombre, en que decimos
que cuando un hombre recuerda lo que estaba pensando anteriormente, recuerda la misma idea, y en
que, cuando el hombre continúa pensando en algo, aun cuando sea por un décimo de segundo, en la
medida en que el pensamiento concuerda consigo mismo durante ese lapso, o sea, continúa teniendo un
contenido similar, es "la misma idea", y no es, en cada instante del intervalo, una idea nueva.
229. Como consecuencia del hecho de estar cada representamen relacionado con tres cosas, el
fundamento, el objeto y el interpretante, la ciencia de la semiótica tiene tres ramas. La primera es […] la
gramática pura. Tiene por cometido determinar qué es lo que debe ser cierto del representamen usado
por toda inteligencia científica para que pueda encarnar algún significado. La segunda rama es la lógica
propiamente dicha. Es la ciencia de lo que es cuasi-necesariamente verdadero de los representámenes
de cualquier inteligencia científica para que puedan ser válidos para algún objeto, esto es, para que
puedan ser ciertos. […] La tercera rama, la llamaré retórica pura, imitando la modalidad de Kant de
conservar viejas asociaciones de palabras al buscar la nomenclatura para las concepciones nuevas. Su
cometido consiste en determinar las leyes mediante las cuales, en cualquier inteligencia científica, un
signo da nacimiento a otro signo y, especialmente, un pensamiento da nacimiento a otro pensamiento.

Una tricotomía de los signos


243. Los signos son divisibles según tres tricotomías: primero, según que el signo en sí mismo
sea una mera cualidad, un existente real o una ley general; segundo, según que la relación del signo
con su objeto consista en que el signo tenga algún carácter en sí mismo, o en alguna relación
existencia con ese objeto o en su relación con un interpretante; y tercero, según que su Interpretante
lo represente como un signo de posibilidad, como un signo de hecho o como un signo de razón.

Una segunda tricotomía de los signos


247. Conforme con la segunda tricotomía, un Signo puede ser llamado ícono, índice o símbolo.
Un Icono es un signo que se refiere al Objeto al que denota meramente en virtud de caracteres que le
son propios, y que posee igualmente exista o no exista tal Objeto. Es verdad que, a menos que haya
realmente un Objeto tal, el ícono no actúa como signo; pero esto no guarda relación alguna con su
carácter como signo. Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad, individuo existente o ley, es un ícono de
alguna otra cosa, en la medida en que es como esa cosa y en que es usada como signo de ella. 248. Un
índice es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de ser realmente afectado por aquel
Objeto. […] En la medida en que el índice es afectado por el Objeto, tiene, necesariamente, alguna
Cualidad en común con el Objeto, y es en relación con ella como se refiere al Objeto. En consecuencia,
un índice implica alguna suerte de Icono, aunque un icono muy especial; y no es el mero parecido con
su Objeto, aun en aquellos aspectos que lo convierten en signo, sino que se trata de la efectiva
modificación del signo por el Objeto.
249. Un Símbolo es un signo que se refiere al Objeto que denota en virtud de una ley,
usualmente una asociación de ideas generales que operan de modo tal que son la causa de que el
Símbolo se interprete como referido a dicho Objeto. En consecuencia, el Símbolo es, en sí mismo, un
tipo general o ley. […] En carácter de tal, actúa a través de una Réplica. No sólo es general en sí mismo;
también el Objeto al que se refiere es de naturaleza general. Ahora bien, aquello que es general tiene su
ser en las instancias que habrá de determinar. En consecuencia, debe necesariamente haber instancias
existentes de lo que el Símbolo denota, aunque acá habremos de entender por "existente", existente en
el universo posiblemente imaginario al cual el Símbolo se refiere. […]

Representar
273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos propósitos, se sea
tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vocero, un diputado, un
apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un tablero, una descripción, un concepto,
una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra cosa, de diversas maneras, para mentes que
así los consideran. Cuando se desea distinguir entre aquello que representa y el acto o relación de
representar, lo primero puede ser llamado el "representamen" y lo segundo la "representación". […]

Signo
303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al cual
ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez un signo, y
así sucesivamente ad infinitum.
304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que poseería el
carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal como un trazo de
lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un signo que perdería al instante el
carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido, pero que no perdería tal carácter si no
hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo de tierra que muestra el agujero de una bala como
signo de un disparo; porque sin el disparo no habría habido agujero; pero hay un agujero ahí,
independientemente de que a alguien se le ocurra o no atribuirlo a un disparo. Un símbolo es un signo
que perdería el carácter que lo convierte en un signo si no hubiera interpretante. Es tal cualquier
emisión de habla que significa lo que significa sólo en virtud de poder ser entendida como poseedora de
esa determinada significación. […]

Índice
305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier similitud o
analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho objeto pueda tener,
como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial] con el objeto individual, por
una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para quien sirve como signo, por la otra.
Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a algún signo que sirva como índice. Si A le dice
a B "Hay un incendio", B preguntará "¿Dónde?", como consecuencia de lo cual A deberá forzosamente
recurrir a un índice, aun cuando sólo quiera referirse a algún lugar no definido del universo real,
pasado y futuro. De lo contrario, s61o habrá expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual
no daría ninguna información, porque, salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería
ininteligible. Si A señala con su dedo el fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio, tanto
como si una alarma de incendio automática lo hubiera dirigido indicando dicha dirección; y, al mismo
tiempo, promueve que los ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su atención se concentre en el
incendio y que su entendimiento reconozca que se ha dado respuesta a su pregunta. Si, en cambio, la
respuesta de A hubiera sido "A mil metros de acá, más o menos", la palabra "acá" es un índice, dado
que tiene exactamente la misma fuerza que si hubiera señalado un punto preciso del terreno entre A y
E. Más aún: la palabra "metros", aunque representa a un objeto de clase general, es indirectamente
indicial, dado que las varas métricas en sí mismas son signos de una norma oficial […].
Las letras de uso común en álgebra que no presentan peculiaridades son índices. También lo son las
letras A, B, C, etcétera, asignadas a una figura geométrica. Los abogados y otros profesionales que se
ven en la necesidad de expresar algún asunto complicado con total precisión, recurren a letras para
distinguir a los entes individuales. Las letras, cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas
de los pronombres relativos. Mientras que los pronombres demostrativos y personales son, tal como se
los usa generalmente, "índices genuinos", los pronombres relativos son "índices degenerados", dado
que, aunque en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas existentes, ellos en realidad se
refieren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes mentales que las palabras
precedentes hayan creado.
306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres rasgos
característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segundo, que se
refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unidades o continuidades
individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una compulsión ciega. Pero sería harto
difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolutamente puro, o hallar algún signo
absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el punto de vista psicológico, la acción de los
índices depende de asociaciones por contigüidad, y no de asociaciones por parecido o de operaciones
intelectuales.

Símbolo
307. Un Signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente por el
hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por convención, y con
prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.

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