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Dos datos pueden extraerse de esta afirmación de Peirce: el primero es que le interesa
reflexionar sobre el conocimiento; el segundo es que afirma, por la existencia misma del conocimiento,
la prioridad de lo real. Enigma, problema u obstáculo, la realidad es aquello con que los seres humanos
se enfrentan. Aquello (“hecho”) que aparece como obstáculo. Sería la segundidad, o experiencia del
mundo lo que hace que se deba responder, a su vez, con la propia resistencia. Si, por ejemplo, nos
tropezamos con una piedra, ese tropezarse, ese encontrarse con un hecho, segundidad en tanto
encuentro, nos hará reconocer su dureza, primeridad, en tanto cualidad específica de ese obstáculo (que
puede formar parte, no obstante, de lo especifico de otros objetos). Pero tanto el reconocimiento de la
cualidad o primeridad del objeto (hecho que vivimos como resistencia) o segundidad, por el encuentro,
sólo pueden conocerse una vez establecida la relación (entre el obstáculo y su cualidad que lo hace
resistente-dureza en este caso). La relación es la terceridad. Cualidad, hecho, ley son las primeras
denominaciones de la semiosis o relación sígnica inherente a todo tipo de conocimiento (no sólo
científico y racional sino vulgar) que le preocupaba a Peirce.
El Diccionario... de Ducrot y Todorov ubica históricamente el término semiótica y sintetiza los
aportes fundamentales de Peirce en la constitución contemporánea de una ciencia de los signos.
La semiótica. Historia
La semiótica (o semiología) es la ciencia de los signos. Como los signos verbales siempre
representaron un papel muy importante, la reflexión sobre los signos se confundió durante mucho
tiempo con la reflexión sobre el lenguaje. Hay una teoría semiótica implícita en las especulaciones
lingüísticas que la Antigüedad nos ha legado: tanto en China como en la India, en Grecia como en
Roma. Los modistas de la Edad Media también formulan ideas sobre el lenguaje que tienen un alcance
semiótico. Pero sólo con Locke surgirá el nombre mismo de “semiótica”. Durante todo este primer
período, la semiótica no se distingue de la teoría general –o de la filosofía– del lenguaje.
La semiótica llega a ser una disciplina independiente con la obra del filósofo norteamericano
Charles Sanders Peirce (1939-1914). Para él, es un marco de referencia que incluye todo otro estudio:
“Nunca me ha sido posible emprender un estudio –sea cual fuere su ámbito: las matemáticas, la moral,
la metafísica, la gravitación, la termodinámica, la óptica, la química, la anatomía comparada, la
astronomía, los hombres y las mujeres, el whist, la psicología, la fonética, la economía, la historia de las
ciencias, el vino, la metrología– sin concebirlo como un estudio semiótico”. De allí que los textos
semióticos de Peirce sean tan variados como los objetos enumerados.
Nunca deje una obra coherente que resumiera las grandes líneas de su doctrina. Esto ha
provocado durante mucho tiempo y aún hoy cierto desconocimiento de sus doctrinas, tanto más
difíciles de captar puesto que cambiaron de ano en año.
La primera originalidad del sistema de Peirce consiste en su definición del signo. He aquí una de
sus formulaciones:
“Un Signo o Representamen, es un Primero que mantiene con un Segundo, llamado su Objeto,
tan verdadera relación triádica que es capaz de determinar un Tercero, llamado su Interpretante,
para
que éste asuma la misma relación triádica con respecto al llamado Objeto que la existente entre el
Signo y el Objeto".
Para comprender esta definición debe recordarse que toda la experiencia humana se organiza,
para Peirce, en tres niveles que él llama la primeridad, la segundidad y la terceridad y que
corresponden, en líneas muy generales, a las cualidades sentidas, a la experiencia del esfuerzo y a los
signos. A su vez, el signo es una de esas relaciones de tres términos: lo que provoca el proceso de
eslabonamiento, su objeto y el efecto que el signo produce, es decir, el interpretante. En una acepción
vasta, el interpretante es pues el sentido del signo: en una acepción mas estrecha, es la relación
paradigmática entre un signo y otro; así, el interpretante es siempre un signo que tendrá su
interpretante, etc.: hasta el infinito. en el caso de los signos “perfectos”.
Podríamos ilustrar este proceso de conversión entre el signo y el interpretante mediante las
relaciones que mantiene una palabra con los términos, que en el diccionario podrá formularse, pero que
siempre estará compuesta de palabras. “El signo no es un signo si no puede traducirse en otro signo en
el cual se desarrolla con mayor plenitud.”
Es preciso subrayar que esta concepción es ajena a todo psicologismo: la conversión del signo en
interpretante(s) se produce en el sistema de signos no en el espíritu de los usuarios (por consiguiente,
no deben tomarse en cuenta algunas fórmulas de Peirce, como él mismo lo sugiere, por lo demás: “He
agregado ‘sobre una persona’ como para echarle un hueso al perro, porque desespero de hacer entender
mi propia concepción, que es más vasta”).
El segundo aspecto notable de la actividad semiótica de Peirce es su clasificación de las
variedades de signos. Ya hemos advertido que la cifra tres representa aquí un papel fundamental (como
el dos en Saussure); el número total de variedades que Peirce distingue es de sesenta y seis. Algunas de
sus distinciones son hoy corrientes, como, por ejemplo, la de signo-tipo y signo-ocurrencia (type y
token, o legisign y sinsing).
Otra distinción conocida; pero con frecuencia mal interpretada, es la de ícono. índice y símbolo.
Esos tres niveles del signo todavía corresponden a la gradación primeridad, segundidad, terceridad, y se
definen de la siguiente manera: “Defino un ícono como un signo determinado por su objeto dinámico en
virtud de su naturaleza interna. Defino un índice como un signo determinado por su objeto dinámico en
virtud de la relación real que mantiene con él. Defino un símbolo como un signo determinado por su
objeto dinámico solamente en el sentido en que será interpretado”. El símbolo se refiere a algo por la
fuerza de una ley: es, por ejemplo, el caso de las palabras de la lengua. El índice es un signo que se
encuentra en contigüidad con el objeto denotado, por ejemplo, la aparición de un síntoma de
enfermedad, el descenso del barómetro, la veleta que indica la dirección del viento, el ademán de
señalar. En la lengua, todo lo que proviene de la deixis es un índice, palabras tales como yo, tú, aquí,
ahora, etc. (son, pues, “símbolos indiciales”). Por fin, el ícono es lo que exhibe la misma cualidad, o la
misma configuración de cualidades, que el objeto denotado, por ejemplo, una mancha negra por el
color negro; las onomatopeyas; los diagramas que reproducen relaciones entre propiedades. Peirce
esboza una subdivisión de los íconos en imágenes, diagramas y metáforas. Pero es fácil ver que en
ningún caso pueda asimilarse (como suele hacerse, erróneamente) la relación de ícono a la de parecido
entre dos significados (en términos retóricos, el ícono es una sinécdoque, más que una metáfora:
¿puede decirse que la mancha negra se parece al color negro?). Es menos posible aun identificar la
relación de índice con la contigüidad entre dos significados (en el índice, la contigüidad existe entre el
signo y el referente, no entre dos entidades de la misma naturaleza). Por lo demás, Peirce llama la
atención contra tales identificaciones.
La primera publicación sistemática, en inglés, de los textos de Peirce se realizó recién en 1958.
En castellano comenzó a conocérselo en 1974. Dada su fragmentariedad y el hecho de que en diferentes
etapas de su reflexión cambió la terminología, todavía se esté discutiendo y reinterpretando su sistema
que denominó Gramática Especulativa, Lógica o Semiótica, según los textos. A veces lo más claro, sin
embargo, consiste en citar al mismo Peirce.
Carta a Lady Welby
Charles Sanders Peirce
Traducción castellana de Ignacio Redondo, 2006 (fragmentos)
Milford, Pennsylvannia
12 de octubre de 1904
Representar
273. Estar en lugar de otro, es decir, estar en tal relación con otro que, para ciertos propósitos, se sea
tratado por ciertas mentes como si se fuera ese otro. Consecuentemente, un vocero, un diputado, un
apoderado, un agente, un vicario, un diagrama, un síntoma, un tablero, una descripción, un concepto,
una premisa, un testimonio, todos representan alguna otra cosa, de diversas maneras, para mentes que
así los consideran. Cuando se desea distinguir entre aquello que representa y el acto o relación de
representar, lo primero puede ser llamado el "representamen" y lo segundo la "representación". […]
Signo
303. Cualquier cosa que determina a otra cosa (su interpretante) a referirse a un objeto al cual
ella también se refiere (su objeto) de la misma manera, deviniendo el interpretante a su vez un signo, y
así sucesivamente ad infinitum.
304. Un signo es o bien un ícono, o un índice, o un símbolo. Un ícono es un signo que poseería el
carácter que lo vuelve significativo, aun cuando su objeto no tuviera existencia; tal como un trazo de
lápiz en un papel que representa una línea geométrica. Un índice es un signo que perdería al instante el
carácter que hace de él un signo si su objeto fuera suprimido, pero que no perdería tal carácter si no
hubiera interpretante. Tal es, por ejemplo, un pedazo de tierra que muestra el agujero de una bala como
signo de un disparo; porque sin el disparo no habría habido agujero; pero hay un agujero ahí,
independientemente de que a alguien se le ocurra o no atribuirlo a un disparo. Un símbolo es un signo
que perdería el carácter que lo convierte en un signo si no hubiera interpretante. Es tal cualquier
emisión de habla que significa lo que significa sólo en virtud de poder ser entendida como poseedora de
esa determinada significación. […]
Índice
305. Un signo, o representación, que se refiere a su objeto no tanto a causa de cualquier similitud o
analogía con él, ni porque esté asociado con los caracteres generales que dicho objeto pueda tener,
como porque está en conexión dinámica (incluyendo la conexión espacial] con el objeto individual, por
una parte, y con los sentidos o la memoria de la persona para quien sirve como signo, por la otra.
Ninguna aseveración fáctica puede hacerse sin recurrir a algún signo que sirva como índice. Si A le dice
a B "Hay un incendio", B preguntará "¿Dónde?", como consecuencia de lo cual A deberá forzosamente
recurrir a un índice, aun cuando sólo quiera referirse a algún lugar no definido del universo real,
pasado y futuro. De lo contrario, s61o habrá expresado que hay una idea tal como la de incendio, la cual
no daría ninguna información, porque, salvo que ya fuera conocida, la palabra "incendio" sería
ininteligible. Si A señala con su dedo el fuego, el dedo se conecta dinámicamente con el incendio, tanto
como si una alarma de incendio automática lo hubiera dirigido indicando dicha dirección; y, al mismo
tiempo, promueve que los ojos de B se vuelvan a esa dirección, que su atención se concentre en el
incendio y que su entendimiento reconozca que se ha dado respuesta a su pregunta. Si, en cambio, la
respuesta de A hubiera sido "A mil metros de acá, más o menos", la palabra "acá" es un índice, dado
que tiene exactamente la misma fuerza que si hubiera señalado un punto preciso del terreno entre A y
E. Más aún: la palabra "metros", aunque representa a un objeto de clase general, es indirectamente
indicial, dado que las varas métricas en sí mismas son signos de una norma oficial […].
Las letras de uso común en álgebra que no presentan peculiaridades son índices. También lo son las
letras A, B, C, etcétera, asignadas a una figura geométrica. Los abogados y otros profesionales que se
ven en la necesidad de expresar algún asunto complicado con total precisión, recurren a letras para
distinguir a los entes individuales. Las letras, cuando son usadas así, no son sino versiones mejoradas
de los pronombres relativos. Mientras que los pronombres demostrativos y personales son, tal como se
los usa generalmente, "índices genuinos", los pronombres relativos son "índices degenerados", dado
que, aunque en forma accidental e indirecta puedan referirse a cosas existentes, ellos en realidad se
refieren en forma directa, y sólo necesitan referirse a las imágenes mentales que las palabras
precedentes hayan creado.
306. Los índices pueden ser distinguidos de otros signos, o representaciones, por tres rasgos
característicos: primero, que carecen de todo parecido significativo con su objeto; segundo, que se
refieren a entes individuales, unidades individuales, conjuntos unitarios de unidades o continuidades
individuales; tercero, que dirigen la atención a sus objetos por una compulsión ciega. Pero sería harto
difícil, si no imposible, mencionar un índice que fuera absolutamente puro, o hallar algún signo
absolutamente desprovisto de cualidad indicial. Desde el punto de vista psicológico, la acción de los
índices depende de asociaciones por contigüidad, y no de asociaciones por parecido o de operaciones
intelectuales.
Símbolo
307. Un Signo (como se vio) que está constituido como signo mera o fundamentalmente por el
hecho de que es usado y entendido como tal, sea por el hábito natural o nacido por convención, y con
prescindencia de los motivos que originalmente llevaron a su selección.