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Introducción
1
Las reflexiones y análisis acá expuestos están fundamentados en el estudio denominado “Violencia, dominación
masculina y exclusión social: un estudio sobre los asesinatos de mujeres en Guatemala (2000-2010)”, el cual fue
realizado por la autora como tesis doctoral en ciencias antropológicas ante la Universidad Autónoma Metropolitana,
Unidad Iztapalapa, del Distrito Federal de México, año 2012.
El artículo está organizado en tres partes. La primera aborda un análisis crítico sobre
discusiones generadas en Guatemala acerca del femicidio y los asesinatos de mujeres; la segunda
describe el contexto de violencia contra las mujeres, asesinatos y femicidio en Guatemala; y la
tercera plantea una explicación sobre la correlación entre dominación masculina y exclusión
social como elementos clave que subyacen a la problemática de la violencia contra las mujeres y
el incremento en los asesinatos y femicidios en Guatemala. Por último se presentan –a manera de
conclusión– reflexiones que se consideran relevantes a los temas acá abordados.
Desde los primeros años de la década del 2000, organizaciones de derechos humanos en
Guatemala reaccionaron ante el fenómeno de los asesinatos de mujeres, tanto en la línea de la
denuncia y de la demanda de justicia por parte del Estado, como del impulso de estudios que
ofrecieran una explicación al problema y sus causas. Algunas hipótesis empezaron a surgir desde
entonces.
Las explicaciones que hasta ahora se han planteado en Guatemala van del femicidio
como reproducción de la violencia del conflicto armado interno al femicidio como resultado de
políticas de terror contra las mujeres; de los asesinatos como resultado del crimen organizado y
la delincuencia a los asesinatos como resultado de la violencia entre maras; de los crímenes
2
Decreto 22-2008 del Congreso de la República de Guatemala.
1.1 Una postura generalizada: a las mujeres las matan por ser mujeres, los
asesinatos son crímenes de odio contra las mujeres
Ha transcurrido más de una década desde que Marcela Lagarde propuso el término
feminicidio, de acuerdo con Julia Monárrez (2002) fue en el año 1997 del pasado siglo. A partir
de entonces, el concepto se ha convertido en un referente para plantear la problemática de las
muertes violentas de mujeres como crímenes de odio contra las mujeres por ser mujeres. Como
lo explican Diana Russell y Marcela Lagarde (2006) esta frase –según las autoras– se utilizó con
la intención de develar la naturaleza política de los asesinatos de mujeres y también porque es
3
Viole ia de gé e o es ual uie fo a de viole ia i te pe so al, o ga iza io al o política perpetrada contra
las personas debido a su identidad de género, orientación sexual, o ubicación en la jerarquía de los sistemas
sociales dominados por los hombres, como las familias, las organizaciones militares, el trabajo forzado ,
incluyendo la violencia masculina hombre a hombre, entre otras expresiones de violencia perpetrada por razones
de género (O Toole et al., 2007:xii)
En el presente análisis planteo que la razón política detrás de la naturaleza del femicidio
estaba contenida en su explicación teórica desde un inicio, en tanto los asesinatos se señalan
como crímenes derivados de un contexto social y político que permite la violencia contra las
mujeres, que implican la jerarquía entre los géneros, las relaciones de poder y la dominación
masculina que hacen que muchas mujeres vivan en opresión y sean víctimas de violencia durante
sus vidas y hasta en su propia muerte. Otro elemento importante de mencionar es que las razones
políticas que explican los fenómenos de violencia contra las mujeres también han estado
contenidas desde los distintos instrumentos internacionales en favor de los derechos de las
mujeres. Alusión especial merece la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y
erradicar la violencia contra las mujeres –Convención de Belém do Pará– adoptada por las
Naciones Unidas en 1994, desde la cual queda claro que el problema es social y político y que
los Estados deben jugar un rol determinado para asegurar que las mujeres vivan una vida libre de
violencia. Cuando los Estados faltan a este compromiso, se convierten en parte responsable de la
violencia de género.
¿Por qué, entonces, se asegura que solamente explicando las muertes violentas de
mujeres como asesinatos de mujeres por ser mujeres se logra dejar explícito el contenido
político detrás del fenómeno y su relación con el Estado? Éste es otro cuestionamiento que surge
al analizar la influencia de Lagarde y Russell y la manera en que han abordado el problema, tanto
en Guatemala como en México. Luego de la revisión bibliográfica en el tema, considero que la
forma en que se ha buscado resaltar la explicación y naturaleza política de los asesinatos de
mujeres no ha sido la más adecuada ni por parte de las académicas ni por parte de las
organizaciones de mujeres, pues la frase no logra explicar la base de la violencia de género que
da lugar al fenómeno. Por lo tanto, al utilizarla en esa forma, queda invisibilizada toda la riqueza
Explicar el asesinato o muertes violentas de mujeres como crímenes de odio contra las
mujeres por ser mujeres no abona a la comprensión del problema en el ámbito sociopolítico, en
el marco académico minimiza los avances del análisis y en el contexto jurídico limita las
posibilidades de investigación. Además, al utilizar la frase como explicación general se corre el
riesgo de que su utilización indiscriminada haga que se pierda su contenido crítico y que se
utilice la terminología solamente para estar dentro de un discurso político,4 olvidando con ello la
posibilidad de explicar y aportar a la comprensión del problema como primer paso para plantear
medidas de solución. En Guatemala, a pesar de los avances de la Ley contra el Femicidio, aún se
utiliza la frase las matan por ser mujeres y en la mayoría de las ocasiones, cuando se hace
mención del problema, las referencias van dirigidas a declarar que la totalidad de muertes de
mujeres son femicidios; esto a pesar de que ya es bastante conocido que no todos los asesinatos
de mujeres son femicidios. Estas generalizaciones se aplican en el plano nacional5 e
internacional6 y generalmente son emitidas por especialistas en la temática. Las publicaciones
han llegado a extremos como el caso de “Femicidio: la pena capital por ser mujer”, artículo de la
4
Un ejemplo concreto para Guatemala es que, cuando se empezó a discutir la creación de la ley de femicidio, un
grupo de mujeres pertenecientes a un partido político presentó una iniciativa de ley en agosto de 2006 que
denominaron Le o t a el fe e i idio . Este nuevo término reflejaba la incomprensión del problema que se
abordaba, dejando la impresión de que sólo se le estaba dando un uso político en una aparente inclusión de la
perspectiva de género en las políticas. Este equívoco fue corregido en la última versión de dicha iniciativa de ley
presentada en junio de 2007 (Iniciativa de ley registro 3503 del Congreso de la República de Guatemala, 2006).
5
El artículo Guate ala o ti úa o í di es ás altos de fe i idios e el u do p ese ta los datos glo ales de
muertes violentas de mujeres, englobando todas éstas dentro del fenómeno del femicidio. En
<http://cerigua.org/1520/index.php?option=com_content&view=article&id=4493:guatemala-continua-con-
indices-mas-altos-de-femicidios-en-el-mundo-&catid=46:mujeres&Itemid=10>.
6
El a tí ulo titulado Guate ala es el país o a o a tidad de fe i idios, segú u a o ga iza ió e i a a
presenta datos globales de asesinatos de mujeres, catalogándolos todos de t o de la atego ía fe i idio . En
<http://noticias.com.gt/nacionales/20100427-guatemala-mayor-cantidad-femicidios.html>.
Con afirmaciones como éstas, más que resaltar la naturaleza política de la violencia de
género contenida en los asesinatos de mujeres, se envía un mensaje equivocado que se presta a
caer en el esencialismo, en el sentido de interpretar la muerte de las mujeres a causa de su sexo
biológico: las matan por ser mujeres, y no por su condición social dentro de las relaciones de
poder entre los géneros, la cual la subordina y violenta. La reducción del mensaje invierte
advertencias teóricas –como la señalada por Jill Radford y Diana Russell (1992) respecto de
interpretaciones sobre los asesinatos de mujeres– con las cuales se corre el riesgo de argumentar
que son resultado de la violencia generada por unos perpetradores psicópatas, bestias o animales
y no maridos, esposos, novios, amantes y hombres “normales” que tienen el aval social de
violentar a las mujeres porque actúan bajo las estructuras de dominación masculina que rigen en
la mayoría de sociedades del mundo.
7
Sylvia Gereda Valenzuela, El sí d o e de ‘o e to Ba eda , elPeriódico, 22 de septiembre de 2011. Roberto
Barreda es presunto responsable de la desaparición de su esposa Cristina Siekavizza, ocurrida en julio de 2011.
Actualmente (junio 2014) se encuentra en prisión acusado por los delitos de femicidio, obstrucción de justicia y
maltrato contra personas menores de edad.
Las discusiones antes expuestas son una base importante para plantear una propuesta
con la cual dar un giro al enfoque y explicación social sobre las muertes violentas de mujeres, y
que busque –desde su enunciado general– expresar el contenido de violencia de género presente
en los femicidios. Para esta propuesta he tomado en cuenta las discusiones teóricas sobre el
concepto de misoginia en un sentido más amplio que solamente “odio a las mujeres”, como se
tradujo del griego (Holland, 2010; Cazés y Huerta, 2005), ya que haber utilizado el sentido literal
del término para explicar los asesinatos de mujeres como “crímenes de odio” es una reducción
del problema que subyace a la violencia de género.
Según Jack Holland (2010) la misoginia tiene una historia larga que se ha ido
transformando a lo largo de los siglos pero persistiendo de diferentes maneras según las distintas
épocas históricas. Su núcleo es el desprecio y la hostilidad por parte de los hombres hacia las
mujeres, lo cual tiene su base en las primeras explicaciones filosóficas que consideraban a las
mujeres como inferiores a los hombres. Aristóteles fue uno de los principales exponentes de esta
corriente, sin embargo, es importante tener en cuenta que la filosofía fue posterior a la
organización social de los primeros grupos humanos y al desarrollo de las estructuras
jerarquizadas entre los géneros. No obstante, aunque la filosofía se desarrolló más tarde, ésta
vino a reforzar la desigualdad llegando a convertirse en una especie de aparato intelectual que
serviría para justificar la misoginia a lo largo de los siglos, concretizándose en distintas maneras
de menosprecio y denigración de las mujeres.
“los griegos crearon una visión de la mujer como ‘la otra’, la antítesis de la tesis
masculina, que requería límites para mantenerla contenida. Y, cosa más esencial,
sentaron las bases filosófico-científicas de una visón dualista de la realidad, en la cual
las mujeres estaban condenadas por siempre a personificar este mundo mutable y
esencialmente despreciable” (Holland, 2010: 29).
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La violencia moral refiere un mecanismo sutil y –aparentemente– pacífico que mantiene la subordinación y
op esió de las uje es po lo ual o e esita del es á dalo ue p odu e la violencia física. En sus formas
sutiles logra la dominación de un sexo sobre el otro. Rita “egato la defi e así: La viole ia o al es el ás
eficiente de los mecanismos de control social y de reproducción de las desigualdades. La coacción de orden
psicológico se constituye en el horizonte constante de las escenas cotidianas de sociabilidad y es la principal forma
de control y de opresión social en todos los casos de dominación. Por su sutileza, su carácter difuso y su
omnipresencia, su eficacia es máxi a e el o t ol de las atego ías so iales su o di adas… La efi ie ia… esulta
de t es aspe tos ue la a a te iza : su dise i a ió asiva e la so iedad, ue ga a tiza su atu aliza ió
o o pa te de o po ta ie tos o side ados o ales a ales; 2) su arraigo en valores morales religiosos y
familiares, lo que permite su justificación y 3) la falta de nombres u otras formas de designación e identificación de
la conducta, que resulta en la casi imposibilidad de señalarla y denunciarla e impide así a sus víctimas defenderse y
us a a uda (2003,115). Ejemplos que Segato expone sobre la violencia moral son: el control económico, el
control de la sociabilidad y movilidad de las mujeres, el menosprecio moral, estético y sexual, y la descalificación
intelectual y profesional. Por su parte, Françoise Héritier (2007) expone otros ejemplos relacionados, como las
diferentes formas de discriminación política, educativa y profesional, así como la doméstica que refiere la injusta
distribución de las tareas domésticas entre hombres y mujeres.
9
La violencia simbólica está basada en el orden de ideas de la dominación masculina, particularmente de la
supe io idad e i fe io idad. Es o o u a fue za fo a de pode ue se eje e di e ta e te so e los ue pos
o o po a te de agia, al a ge de ual uie oa ió físi a Bou dieu, . Esta fo a de pode está u
ligada a la violencia moral expresada por Segato (2003).
De esta forma, todas las mujeres quedan sujetas a ser objetos de la misoginia,
valorizadas y a la vez despreciadas, ya sea por sus caudales sexuales o por la ausencia de ellos.
Ésta es la paradoja siempre presente: la demonización o la beatificación de la mujer, resultado de
haberles negado una humanidad normal (Idem: 95-100). Existe una represión, censura e
inhibición de la libre expresión sensual y sexual de la mujer (Wolfensberger, 2002: 247).
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El planteamiento de Héritier expresa que la jerarquía entre los géneros, el poder de un sexo sobre el otro, que
ella de o i a vale ia dife e ial de los se os , está asada e el despojo o ap opia ió de la fe u didad de las
mujeres por parte de los hombres, pues ellos no tienen la capacidad de reproducirse por sí mismos, por ello se
“El temor que los hombres sienten por las mujeres y que se deriva de su reconocimiento
de que son diferentes de ellos de maneras potencialmente amenazadoras. Desde luego,
la historia de la misoginia confirma las obsesiones masculinas por la forma en que las
mujeres difieren de ellos, de manera real o simplemente percibida como real. Para los
hombres las mujeres son el ‘otro’originario […] pero la mujer representó un problema
más complejo […] es el “otro” que no puede ser excluido […] la cópula con las
mujeres, al final, resulta inevitable, incluso para los misóginos […] el verdadero horror
era comprender que el hombre no era autónomo, antes bien, que era dependiente”
(Holland, 2010:219-224).
Esta realidad explica, según el autor citado, los fuertes sentimientos –contradictorios o
no– de algunos hombres con la madre, la dificultad de relacionarse con las mujeres, así como los
sentimientos ambivalentes que tienen sobre la belleza femenina y por lo cual la condenan, la
desean o la violentan. Retomando a los dos autores mencionados (Héritier y Holland), existe una
relación estrecha entre la jerarquía derivada de la expropiación de la fecundidad femenina y la
misoginia de la que va acompañada. Con la primera la dominación se logra a través del
ordenamiento social, y con la segunda mediante el ordenamiento simbólico que tiene resultados
concretos por medio de las diferentes formas de violencia ejercida contra las mujeres.
Otra discusión que interesa incluir en este apartado es la realizada por el lingüista
Daniel Cazés, quien señala que la misoginia no es patrimonio exclusivo de los hombres en lo
individual, sino parte estructural del dominio patriarcal. Las mujeres han interiorizado la
aseguran de controlar no sólo esa fecundidad femenina sino a ellas mismas. Ésta es la base del intercambio de las
mujeres estudiado por Claude Lévi-Strauss (1991) en el cual, según Gayle Rubin (1986), está presente un
importante elemento de dominación.
Presentar una mirada más amplia sobre la misoginia busca superar el reduccionismo de
su explicación como “odio contra las mujeres”. Más que este supuesto odio, y de acuerdo con
Cazés en cuanto a que la misoginia –como género– es una categoría en construcción, se concibe
como el mecanismo mediante el cual se ampara la dominación masculina. La misoginia es una
herramienta de poder (Wolfensberger, 2002: 118) y, en este sentido, más que un sentimiento, es
una práctica constante que fortalece el control y dominación de un género sobre otro. Nelson
Minello, apoyado en Connell aporta en esta dirección al sostener que: “la misoginia no es un
sentimiento personal […] sino un elemento integrante de la dominación masculina […] que ésta
se manifiesta a través de un orden de género, sin importar si los hombres individualmente amen
u odien a la mujer en singular” (en Cazés y Huerta, 2005:80)
El objetivo de las reflexiones acá expuestas está ligado a la intención de proponer otro
enfoque a la explicación social sobre las muertes violentas de mujeres, que efectivamente
exprese el contenido de violencia de género presente en los femicidios. Luego de la revisión
teórica expuesta, la propuesta derivada del análisis planteado es que los femicidios sean
explicados como “asesinatos de mujeres derivados del poder y dominación masculina” o
La llamada ola de violencia que se vive en Guatemala desde finales del siglo pasado ha
tenido enormes costos humano-materiales y ha impactado de manera diferenciada a todos los
grupos sociales. En el caso de la violencia contra las mujeres,12 como se señaló en el apartado
anterior, se observa un agravamiento del continuum de violencia que, a diferencia del período de
guerra, en la actualidad está ligado a un contexto político y socioeconómico que presenta
complejidades particulares: altos niveles de violencia intrafamiliar, trata de mujeres y niñas,
violación sexual de mujeres –incluso de niñas y ancianas–, asesinatos y femicidios. Éstos son
algunos de los ejemplos más representativos de la violencia masculina contra las mujeres,
violencia que –en diferentes grados– se expresa cotidianamente en la sociedad guatemalteca.
11
La viole ia as uli a es toda fo a de oa ió , o t ol o i posi ió ilegíti a po la ue se i te ta a te e
la jerarquía impuesta por la cultura sexista, forzándolas [a las mujeres] a que hagan lo que no quieren, no hagan lo
que quieren, o se convenzan que lo que decide el hombre es lo que se debe. Esta violencia ejercida por hombres
de todas las edades, sectores y etnias, tiene una causalidad compleja y multidimensional, pero sus causas
primarias son las pautas culturales sexistas que mantienen y favorecen la superioridad masculina y la
su o di a ió fe e i a, así o o su atu aliza ió a aliza ió Bo i o, 2005:1-2). Se incluyen aquí las
diferentes formas de violencia física, económica o psicológica cometida por los hombres contra las mujeres.
12
La Convención Belém do Pa á defi e la viole ia o t a las uje es o o ual uie a ió o o du ta, asada
en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito
pú li o o o e el p ivado A tí ulo .
Interesa presentar algunos datos estadísticos sobre la violencia masculina contra las
mujeres, sin embargo, antes de ello es necesario advertir sobre algunas carencias técnicas en la
rama de registro y estadísticas fidedignas sobre este tipo de violencias. Al respecto, se resalta que
la principal fuente de información corresponde a los reportes de la Policía Nacional Civil (PNC),
instancia que, aunque ha tenido avances en los últimos años, aún carece de capacidades técnicas
en cuanto al registro de datos precisos sobre la violencia contra las mujeres y, más aún, sobre los
procesos de investigación criminal en el caso de los asesinatos. Otros avances, como la creación
del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) y los Juzgados Especializados de
Femicidio, se han convertido en un soporte para la mejora del registro y manejo de datos, aunque
aún se tienen dificultades técnicas y profesionales. Con esta advertencia, en seguida se presentan
datos sobre violencia contra las mujeres, con la finalidad de ofrecer un panorama general de la
problemática.
Como resultado de los avances sobre el registro de violencia contra las mujeres en el
2008, el Instituto Nacional de Estadística (INE) presentó uno de los primeros datos sobre el
tema, reflejando en este caso un total de 23,700 denuncias de violencia intrafamiliar en las que
en el 90% de los casos los victimarios fueron hombres y las víctimas fueron mujeres, que en su
mayoría eran jóvenes entre veinte y treinta y nueve años de edad (INE, 2009: 12). Hacia el año
2013 las denuncias de violencia intrafamiliar se habían incrementado y el registro reportó 36,170
(Cerigua, 2014). Los datos reflejan que las diferentes formas de violencia contra las mujeres
incrementan sus cifras año con año y que el problema se agrava y complejiza con las condiciones
de la realidad actual; pobreza, trata de mujeres y niñas, esclavitud sexual, etcétera.
Otros graves hechos de violencia masculina, como los analizados por el Observatorio de
Salud Sexual y Reproductiva –OSAR- reflejan que entre los años 2011 y 2013 7,627 niñas y
adolescentes habían quedado embarazadas, la mayoría en edades de diez a catorce años de edad.
En algunas regiones del país, varios de esos casos representaban embarazos provenientes de
13
Conversación personal con la comisionada de la Reforma Policial en Guatemala, Helen Mack. Guatemala, 2010.
Gráfico 1
800
720
687 695
700
603 590
600
497 518
500
387
400
303 317
300
213
200
100
0
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010
Aunque la gráfica anterior está basada en el período de estudio abarcado por este
artículo –por lo cual no incluye datos de los últimos dos años y medio–, es importante señalar
que, según datos recientes en los últimos dos años, la tasa de asesinatos de mujeres se ha
reducido en dos puntos, uno por cada año, presentando 631 casos en el 2011 y 572 en el 2012
(Mendoza y Méndez, 2013:7).
Con este concepto como base, la investigación judicial tiene herramientas analíticas y
jurídicas para llegar a determinar las causas presentes en el móvil del asesinato de una mujer;
clave para hacer la distinción entre los asesinatos y los femicidios –en estos últimos están
presentes aquellos elementos de la violencia masculina y violencia de género, como dominación,
relaciones desiguales de poder, control, celos y superioridad masculina, entre otros. Como
resultado de dichas investigaciones, a diciembre del 2009, en Guatemala se habían dictado
Además de los elementos ya indicados en relación con las causas diferenciadas entre los
asesinatos y los femicidios, las cifras ofrecen elementos de información territorial importantes
para identificar los lugares de ocurrencia. Es a partir de ellos que se observa que –en el país– la
mayor parte de los asesinatos de mujeres y femicidios ocurren específicamente en el
departamento de Guatemala. Los otros departamentos afectados son: en el oriente de la
República, Chiquimula y Jalapa; en el sur, Escuintla; en el occidente, Quetzaltenango; y en el
norte, Izabal y Petén.
14
Las investigaciones judiciales están a cargo de Juzgados Especializados de Primera Instancia Penal y Tribunales
de Sentencia de Delitos de Femicidio y otras Formas de Violencia contra la Mujer, los cuales están ubicados en tres
departamentos del país: Guatemala –ciudad–, Chiquimula –en el oriente– y Quetzaltenango –en el occidente
(Reina, 2010). Hacia el año 2012, los juzgados se ampliaron a los departamentos de Huehuetenango y Alta
Verapaz, en el occidente y norte del país respectivamente. En el mismo año, la Corte Suprema de Justicia emitió el
Acuerdo 12-2012 en el que decide la creación de la Sala de la Corte de Apelaciones Penal de Delitos de Femicidio y
otras Formas de Violencia contra la Mujer, en el departamento de Guatemala.
15
En <www.ine.gob.gt>.
En la ciudad existen 221,969 hogares distribuidos entre las diferentes zonas, de las
cuales las más pobladas son seis: 18, 07, 06, 21, 01 y 05, que representa en su
conjunto el 63.46% del total de la población urbana. Las menos pobladas son las
zonas 4, 8, 9 y 10.
Las zonas 18, 24 y 25 son las que presentaron mayores porcentajes de población
analfabeta, sin primaria completa, con hogares sin agua entubada, con piso de tierra,
sin luz eléctrica, sin servicio sanitario y con mayor grado de hacinamiento. Al
establecer el índice de insatisfacción de necesidades básicas, las mujeres son más
pobres que los hombres. Los niveles de acceso a salud son significativos al indicar
que la población que más se enferma y muere está ubicada en las zonas de mayor
pobreza, lo cual refuerza la desigualdad y la inequidad frente a las otras zonas de la
ciudad.
Una muestra del año 2007, utilizada para el estudio base de este artículo, refleja la
incidencia de casos de homicidios en concordancia con los municipios señalados en el Gráfico
2. La muestra indicada documentó doscientos casos en la ciudad, que representan el 58% del
total en el departamento de Guatemala.
3%
3%
11% 37 casos
Guatemala
Mixco
11%
39 casos Villa Nueva
La incidencia y lugar de los casos de asesinatos plantea preguntas de interés sobre las
que es necesario seguir investigando. Una de las preguntas es: ¿cuáles son las características de
la ciudad que influyen para que la mayoría de casos ocurra ahí y no en otro lugar? Este
cuestionamiento fue una base importante para analizar el fenómeno, razón por la cual en el
estudio base de este artículo planteé cruzar dos perspectivas de análisis: la dominación masculina
y la exclusión social urbana, y la interacción entre ambas. Tema del siguiente apartado.
16
De acuerdo con Carlos Sojo (2003) la exclusión social refiere u a ala vi ula ió , o de u a vi ula ió pa ial
–deficitaria– a la comunidad de valores que identifican a una sociedad… o –falta de– disposición de medios que
aseguren una adecuada calidad de vida, en el sentido más acotado de comprensión de lo social. En cuyo caso
puede hablarse también de exclusión económica, política, de género, ét i a a ie tal . Para fines del presente
artículo, es importante resaltar que la relación entre exclusión social y violencia es compleja. Los especialistas del
tema plantean que la pobreza, la exclusión y la violencia no operan de una forma mecánica y que es en los
procesos de empobrecimiento, pero sobre todo de agudización de desigualdades sociales, en los que se da el
aumento de crímenes, especialmente de crímenes violentos.
Éstos son solamente algunos de los ejemplos de cómo se fueron dando los cambios en
los roles tradicionales de las mujeres, los cuales se intensificaron aún más durante los últimos
veinte años (1990-Actualidad). Hoy, las mujeres están insertas en espacios políticos, en el
mercado laboral, en altos puestos de educación y de empresas, y continúan liberándose –en
alguna medida– del rol doméstico tradicional. Todos estos cambios por la emancipación y
equidad de género son resultado de la lucha histórica y política de los movimientos de mujeres y
representan una transformación socioeconómica, cultural y política que en Guatemala se
convierte en un abierto desafío a la dominación masculina.
Esta afirmación está fundamentada tanto en un análisis global sobre los cambios de las
mujeres en las últimas décadas como en el análisis profundo de los casos de asesinatos que
fueron base del estudio en que se fundamenta el presente artículo. En estos últimos se observó
que la violencia masculina –al extremo del asesinato– fue una respuesta al desafío de las
mujeres. Esto como resultado de una fuerte y constante necesidad de los hombres de reiterar su
dominación, sobre todo en una sociedad donde las mujeres han transformado sus roles
tradicionales femeninos y los hombres aún viven bajo conceptos de la masculinidad tradicional
que respalda, entre otros elementos, la violencia masculina como un ejercicio central que ofrece
poder e identidad masculina.
17
Un estudio reciente sobre las políticas de salud en Guatemala señala que ningún otro país de América tiene una
participación privada –según el gasto nacional total de salud– tan alta como Guatemala, y evidencia cómo a partir
de las reformas y ajuste estructural en los años noventa empieza a decaer la atención pública en salud (Hernández,
2010).
El consentimiento social que se da cuando los testigos, a pesar de que son muchos y
diversos, optan por el silencio: autoridades, vecinos, amistades, familiares, los próximos y los
lejanos. El mundo de lo privado es en esta sociedad un límite casi infranqueable en el que los
vecinos y vigilantes de los espacios habitacionales de las clases medias escuchan las discusiones,
las autoridades reciben las denuncias de las víctimas, registran los hechos y no hacen nada. La
maquinaria pareciera andar perfectamente para mantener el orden patriarcal. Para las mujeres no
parece haber otra opción que someterse al poder y a la violencia masculina que termina en una
indefensión total frente al victimario, pero también frente al Estado y la sociedad. El caso de
Cristina Siekavizza, que no fue motivo de análisis del estudio base, es tan emblemático de la
maquinaria del orden patriarcal como el de Isabel.
Cuando se conjugan las desigualdades sociales con las de género. Este campo es el
más dramático porque combina la pobreza, la desigualdad, la segregación, el narcomenudeo, el
abandono de la juventud, la desesperanza, la violencia y la dominación masculina. Es el caso de
la niña de seis años violada y asesinada por dos jóvenes en condiciones de marginalidad y
pobreza. Siguiendo las explicaciones de Héritier en su obra Disolver la Jerarquía, si los
elementos de la jerarquía por anterioridad (generacional) y de la jerarquía de género (hombre
sobre mujer) no hubiesen estado presentes en el entorno de Ofelia, el asesinato no hubiese
ocurrido en esa forma. Las realidades se agravan y exacerban cuando se da una conjugación de
las desigualdades sociales y de la segregación espacial-territorial.
4 A manera de conclusión
En los casos muestra tomados para el estudio base se observan a detalle no sólo la
interacción entre dominación masculina y exclusión social sino también articulaciones más
complejas que cruzan las variables y las problemáticas derivadas de ellas, por ejemplo: la
proximidad entre víctimas y victimarios, las complicidades institucionales y “vecinales”, las
circunstancias específicas en las que subyacen motivaciones diversas de los victimarios y las
víctimas, el problema de la drogadicción de jóvenes, la acción del sujeto de violencia (denuncia
reiterada), la convalidación o consentimiento –por omisión– del sector justicia, la sumisión o el
desafío, la segregación y la pobreza, entre otros elementos de análisis.
Exclusión social urbana. Esta segunda variable se centra en tres procesos fundamentales
para explicar la desigualdad social en la ciudad de Guatemala:
Tomando en cuenta tanto los datos estadísticos como el análisis teórico realizado por la
investigación que fue base de este artículo, se plantea que el incremento de los asesinatos –en
contextos adversos– está relacionado con el desafío a la dominación masculina por parte de las
mujeres y los cambios que ellas han protagonizado en las últimas décadas. El desafío agudiza la
violencia contra ellas porque confronta el modelo tradicional de la masculinidad que los hombres
aún no están dispuestos a abandonar y, al verse cuestionados, responden con actos violentos –a
distintos grados micro/macro. La heterosexualidad como norma de la construcción de las
identidades masculinas implica control, poder, imposición y decisión sobre territorios
particulares y sobre la vida de las mujeres. Ésta es la base de la masculinidad –del ser hombre– y
cuando esa base se fragmenta o es amenazada, los hombres reaccionan violentamente para
proteger su pilar de identidad más importante: la dominación.
La gráfica siguiente refleja los datos –en porcentaje– de los asesinatos de mujeres y
hombres en relación con el año base (2001) y muestra que el incremento de los asesinatos de
mujeres fue mayor que el incremento de los asesinatos de hombres.
160
140
120
Porcentaje
100
Hombres
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Para esta publicación (en academia.edu) se incluye la bibliografía completa del trabajo de tesis base del presente
artículo. En el libro Dinosaurio reloaded la bibliografía incluye solamente a las y los autores citados en el artículo.
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Leyes internacionales: