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PARA UNA
COSMOVISIÓN CRISTIANA
J.P. MORELAND
WILLIAM LANE CRAIG
J.P. MORELAND
WILLIAM LANE CRAIG
A la memoria de Dallas Willard y Stuart Hackett
Prefacio
Una Invitación a la Filosofía Cristiana
PARTE I: INTRODUCCIÓN
1 ¿qué es filosofía?
2 Argumentación y Lógica
PARTE V: ÉTICA
21 Ética, Moralidad y Metaética
22 Relativismo Ético y Absolutismo
23 Teorías Éticas Normativas: Egoísmo y Utilitarismo
24 Teorías Éticas Normativas: Ética Deontológica y Ética de la Virtud
Estamos muy felices por el éxito de nuestra primera edición, tanto como
un libro usado en colegios, universidades y en seminarios, así como también
para uso personal. Hemos sido animados por la consistente recepción que
recibimos y la noticia de que el libro ha fortalecido a los cristianos y los ha
ayudado en su camino con Dios. Pero mucho más ha sucedido en el campo de
la filosofía, lo cual es especialmente relevante para pensadores y discípulos
educados de Cristo. De ahí esta edición revisada y actualizada. Para evitar
alargar innecesariamente el libro, hemos sido muy selectivos en lo que hemos
agregado al mismo. Creemos que el resultado es una nueva y ampliada
segunda edición de Fundamentos filosóficos para una cosmovisión cristiana
notablemente mejorada.
Los principales cambios que hemos realizado son los que siguen:
comentarios adicionales sobre la verdad y hacedores de verdad en el capítulo
seis, sección 2.2; revisiones completas de los capítulos once y doce; dos
capítulos completamente nuevos sobre las versiones del dualismo de
sustancias en el capítulo trece y alternativas fisicalistas para el dualismo de
sustancia en el capítulo catorce; una evaluación de las investigaciones de
Benjamin Libet en la sección 2.3.2 del capítulo quince; evidencia
cosmogónica actualizada y relevante para el argumento cosmológico kalam y
el argumento teleológico a partir del ajuste fino cósmico en el capítulo
veintitrés; un nueva y más completa taxonomía de las perspectivas sobre Dios
y los objetos abstractos concerniente a la aseidad divina, discutido todo en el
capítulo veinticuatro; un capítulo completamente nuevo sobre la doctrina de
la expiación (capítulo treinta y tres), una discusión completa de la Trinidad y
la encarnación; y además, referencias actualizadas a lo largo de toda la
bibliografía.
Así que, esperamos sea un disfrute esta nueva edición. Tendrás que
esforzarte para ser beneficiado de las siguientes páginas. ¡Este no es un libro
de cuentos para dormir! Pero los resultados en tu propia vida y en tu
habilidad para hablar por Cristo de manera agradable e informada valdrán la
pena.
UNA INVITACIÓN A LA FILOSOFÍA
CRISTIANA
Debo ser franco con ustedes: el peligro más grande que enfrenta el cristianismo evangélico
estadounidense es el peligro del anti intelectualismo. La mente en sus más grandes y profundos
alcances no se está cuidando lo suficiente. Pero la educación intelectual no puede darse separada
de la inmersión profunda durante un período de años en la historia del pensamiento y el espíritu.
Las personas que tienen prisa por salir de la universidad y comenzar a ganar dinero o servir a la
iglesia o predicar el evangelio, no tienen idea del valor infinito de pasar años conversando con
las mentes y almas más grandes del pasado, madurando, afilando y ampliando sus poderes de
pensamiento. El resultado es que la arena del pensamiento creativo se vuelve desocupada y
vacía, y abdicada al enemigo. Entre los evangélicos ¿quién puede estar de pie ante los gigantes
académicos y eruditos seculares en sus propios términos de erudición? Entre los académicos
evangélicos ¿quién es citado como una fuente normativa por las más grandes autoridades
seculares en el campo de la historia, filosofía, psicología, sociología o política? ¿Tiene el modo
de pensar evangélico la más mínima posibilidad de convertirse en el modo dominante en las
grandes universidades de Europa y América que moldea nuestra civilización entera con su
espíritu e ideas? Por el bien de una mayor efectividad al testificar a Jesucristo, así como por sí
mismos, los evangélicos no pueden permitirse seguir viviendo en la periferia de una existencia
intelectual responsable.[1]
Dios usualmente ejerce [su poder regenerativo] en conexión con ciertas condiciones previas de la
mente humana, y debería ser nuestro trabajo crearlas, en la medida de nuestras posibilidades, con
la ayuda de Dios, esas condiciones favorables para la recepción del evangelio. Las ideas falsas
son los mayores obstáculos para la recepción del evangelio. Podemos predicar con todo el fervor
de un reformador y aun así tener éxito solo en ganar un rezagado aquí y allá, si permitimos que
todo el pensamiento colectivo de la nación o del mundo sea controlado por ideas que, por la
fuerza irresistible de la lógica, evitan que el cristianismo sea considerado como algo más que un
engaño inofensivo.[2]
Se necesitará de un espíritu totalmente diferente para superar este gran peligro de anti
intelectualismo. Por ejemplo, yo veo este espíritu diferente, en lo que concierne a la filosofía —
el dominio más importante para el pensamiento y el intelecto— debe ver el tremendo valor de
pasar un año entero sin hacer nada más que estudiar intensamente la República o el Sofista de
Platón, o dos años la Metafísica o la Ética de Aristóteles, o tres años estudiando la Ciudad de
Dios de Agustín.[3]
Ahora, en un sentido, es la teología, no la filosofía, la que es el dominio
más importante para el pensamiento y el intelecto. Como los medievales
correctamente lo vieron, la teología es la reina de las ciencias, para ser
estudiada como la disciplina suprema solo después de que uno haya sido
entrenado en las otras disciplinas. Desafortunadamente, la reina se encuentra
actualmente en el exilio de la universidad occidental. Pero su sierva, la
filosofía, todavía tiene un lugar en la corte y, por lo tanto, está
estratégicamente posicionada para actuar en nombre de su reina. La razón por
la que Malik podría llamar a la filosofía, en ausencia de la reina, el dominio
intelectual más importante es porque es la disciplina más fundamental, ya que
examina las presuposiciones y ramificaciones de cada disciplina en la
universidad, incluyéndose a sí misma. Ya se trate de filosofía de la ciencia,
filosofía de la educación, filosofía del derecho, filosofía de las matemáticas, o
lo que sea, cada disciplina tendrá un campo base de filosofía asociado a esa
disciplina. La filosofía de esas respectivas disciplinas no es teológicamente
neutral. El adoptar presuposiciones que concuerden con el teísmo cristiano
ortodoxo, o que sean hostiles al mismo, tendrá un importante efecto levadura
en toda esa disciplina que, a su vez, colocará a sus practicantes a favor o en
contra de la fe cristiana. Los filósofos cristianos, al influenciar la filosofía de
estas disciplinas, pueden ayudar a moldear el pensamiento de toda la
universidad de una manera que disponga a nuestras generaciones futuras de
líderes a la recepción del evangelio.
Ya está sucediendo. En los últimos cuarenta años ha estado ocurriendo
una revolución en la filosofía angloamericana. Desde los últimos años de la
década de 1960, los filósofos cristianos han estado saliendo a defender la
verdad de la cosmovisión cristiana con argumentos filosóficamente
sofisticados en las mejores revistas académicas y sociedades profesionales. Y
como resultado, el rostro de la filosofía angloamericana ha sido
transformado. En un artículo que lamenta “la desecularización de la academia
que evolucionó en los departamentos de filosofía desde finales de 1960”, un
filósofo ateo observa que mientras que los teístas en otras disciplinas tienden
a compartimentar sus creencias teístas de su trabajo profesional, “en filosofía,
casi de la noche a la mañana, se convirtió en algo ‘académicamente
respetable’ el defender el teísmo, convirtiendo a la filosofía en un campo de
entrada privilegiado para los teístas más inteligentes y talentosos que
ingresan a la academia hoy en día.”[4] Él se queja: “Los naturalistas ven
pasivamente como versiones realistas del teísmo... comenzaron a extenderse a
través de la comunidad filosófica, hasta hoy tal vez un cuarto o un tercio de
los profesores de filosofía son teístas, y la mayoría son cristianos
ortodoxos.”[5] Él concluye, “Dios no está ‘muerto’ en la academia; volvió a la
vida a fines de la década de 1960 y ahora está vivo y coleando en su última
fortaleza académica, los departamentos de filosofía.”[6]
Este es el testimonio de un prominente filósofo ateo concerniente al
cambio que ha presenciado ante sus ojos en la filosofía angloamericana.
Probablemente está exagerando cuando estima que un cuarto o un tercio de
los profesores de filosofía son teístas; pero lo que su estimación sí revela es el
impacto recibido a causa de los filósofos cristianos en este campo. Así como
el ejército de Gedeón, una minoría comprometida de activistas puede lograr
un impacto muy desproporcionado con respecto a sus números. El primer
error que él comete es llamar a los departamentos de filosofía, la “última
fortaleza académica” en la universidad. Por el contrario, los departamentos de
filosofía son una cabeza de playa, desde las cuales las operaciones pueden ser
lanzadas a influenciar otras disciplinas en la universidad, ayudando así a
transformar el medio sociocultural en el que vivimos.
Pero no son solo aquellos que planean ingresar a la academia
profesionalmente, quienes necesitan entrenamiento en filosofía. La filosofía
cristiana es también una parte integral de la capacitación para el ministerio
cristiano. Un modelo para nosotros aquí es un hombre como John Wesley,
que fue a la vez un avivador lleno del Espíritu y un erudito educado en
Oxford. En 1756, Wesley entregó un discurso al clero, el cual recomendamos
a todos los futuros ministros cuando comiencen sus estudios en el seminario.
Al discutir qué tipo de habilidades debería tener un ministro, Wesley
distinguió los dones naturales y las habilidades adquiridas. Y es
extremadamente instructivo observar las habilidades que Wesley pensó que
un ministro debería adquirir. Una de ellas es una comprensión básica de la
filosofía. Él desafió a su audiencia a preguntarse:
¿Tengo un conocimiento adecuado de las ciencias? ¿He pasado por la puerta de ellas, la lógica?
Si no, no podré ir muy lejos, antes de tropezar en su umbral…. ¿Mi estúpida indolencia y pereza
no me impulsan a creer lo que los falsos sabios afirman, que la lógica no vale para nada? Por lo
menos sirve para esto (cuando es comprendida), para obligar a la gente a hablar menos,
mostrándoles exactamente lo que es y lo que no es y cuán difícil es probar cualquier cosa.
¿Entiendo la metafísica? ¿Si no, las profundidades de los sabios, las sutilezas de Duns Escoto o
de Tomás de Aquino, por lo menos los rudimentos, los principios generales de esa útil ciencia?
¿La he dominado lo suficiente como para aclarar mi comprensión y ordenar mis ideas bajo los
títulos adecuados, de manera que me capacite a leer con facilidad y placer, al mismo tiempo que
con provecho, las obras del Dr. Henry More, La búsqueda de la verdad, de Malebranche, y
Demostración del ser y los atributos de Dios, del Dr. Clarke?[7]
3―AGRADECIMIENTOS
Agradecemos el trabajo editorial minucioso y la paciencia de Jim Hoover de
InterVarsity Press por llevar a cabo este gran proyecto. Estamos en deuda
con Mark y Jennifer Jensen por su cuidadosa preparación de los índices.
También deseamos agradecer al Discovery Institute, a Howard Hoffman, y a
Paul y Lisa Wolfe por los subsidios que contribuyeron enormemente a la
finalización de este proyecto. También quisiéramos agradecer a Jarred
Snodgrass y Timothy Bayless por su esforzado y excelente trabajo al
proporcionar el índice de este libro. Finalmente, deseamos agradecer el apoyo
espiritual y la estimulación intelectual que hemos recibido de nuestros
colegas de la facultad y estudiantes de posgrado en Talbot School of
Theology, especialmente de aquellos en el Departamento de Filosofía y Ética
de Talbot.
PARTE I
INTRODUCCIÓN
̶1̶
¿QUÉ ES FILOSOFÍA?
¿Dónde estoy o qué soy?
¿De qué causas deriva mi existencia
y a qué condición debo volver?
¿Qué favores debo buscar y qué cóleras debo temer?
¿Qué seres me rodean?
¿Sobre qué tengo yo influencia y qué tiene influencia sobre mí?
Todas estas cuestiones me confunden
y comienzo a imaginarme en la condición más deplorable que pueda pensarse,
rodeado de la más profunda oscuridad
y totalmente privado del uso de todo miembro y facultad.
DAVID HUME, TRATADO DE LA NATURALEZA HUMANA
Si los apologistas persuadieron o no a los críticos paganos para que corrigieran su visión de los
cristianos como tontos analfabetos, ellos lograron proyectar una imagen favorable del grupo
mismo como la encarnación de la verdadera sabiduría y la piedad.... Digamos lo que digamos
sobre el propósito expreso de estas defensas, su función latente no fue tanto cambiar la imagen
pagana de los cristianos sino evitar que esa imagen fuera internalizada por los mismos cristianos.
[11]
Estas son algunas de las formas en que se lleva a cabo la integración. A partir
de los ejemplos y modelos enumerados anteriormente, debe quedar claro que
la filosofía es fundamental para la tarea de integración. Sin embargo, la tarea
de formar una cosmovisión integrada es muy difícil, y no hay un conjunto de
pasos o principios sencillos que describan exhaustivamente cómo se llevará a
cabo esa tarea o qué papel debe jugar la filosofía en la búsqueda de la
integración. Con esto en mente, la siguiente es una lista de principios que
pueden ayudar a alguien que no está familiarizado con la filosofía a pensar
más claramente sobre su papel en la integración.
Creacionista: Pero si la vida surgió en los océanos (abiogénesis) como afirmas, los factores de
dilución habrían mantenido la concentración de macromoléculas grandes en niveles tan pequeños
como para haber sido insignificantes.
Evolucionista: Bueno, ¿y qué? No creo que la abiogénesis haya tenido lugar en el océano de todos
modos. Por el contrario, tuvo lugar en algún grupo aislado que tenía algún mecanismo de
concentración en su lugar.
Creacionista: Pero las probabilidades de tal proceso son increíblemente pequeñas, y en cualquier
caso, parece que hay evidencia de que la atmósfera de la Tierra primitiva era una atmósfera
reductora, en cuyo caso las reacciones relevantes no podrían ocurrir.
1―INTRODUCCIÓN
La filosofía, según ha observado Alvin Plantinga, es pensar mucho acerca de
algo. Si ese es el caso, entonces hacer buena filosofía sería una cuestión de
aprender a pensar bien. Eso sirve para diferenciar la filosofía de meras
expresiones emocionales de lo que creemos que son expresiones verdaderas o
esperanzadoras de lo que deseamos que sea verdad. Entonces, ¿qué significa
pensar bien? Entre otras cosas, involucrará la habilidad para formular y
evaluar argumentos a favor de varios reclamos de verdad. Cuando hablamos
de argumentos a favor de una posición, por supuesto no nos referimos a
pelear al respecto. Más bien, un argumento en el sentido filosófico es un
conjunto de declaraciones que sirven como premisas que llevan a una
conclusión.
Cada uno de nosotros ya emplea reglas de argumentación sea que nos
demos cuenta o no. Porque todas estas reglas aplican a todo tipo de
razonamiento, sin importar el tema. Usamos estas reglas de manera
inconsciente en el día a día de nuestra vida. Por ejemplo, supongamos que un
amigo te dice: “Tengo que ir a la biblioteca hoy a buscar un libro”. Y tú le
dices, “No puedes ir hoy”. “¿Por qué no?”, te pregunta. “Porque hoy es
domingo”, le explicas, “y la biblioteca no abre los domingos”. De hecho, tú le
has presentado un argumento a tu amigo. Has razonado que:
Las declaraciones (1) y (2) son las premisas del argumento, y la oración (3)
es la conclusión. Tú estás diciendo que si las premisas (1) y (2) son
verdaderas, entonces la conclusión (3) es verdadera también. No es
simplemente tu opinión de que la biblioteca está cerrada; tú has dado un
argumento para esa conclusión.
¿Qué hace que un argumento sea bueno? Pues, depende. Los argumentos
podrían ser deductivos o inductivos. En un buen argumento deductivo las
premisas garantizan la verdad de sus conclusiones. En un buen argumento
inductivo las premisas hacen la conclusión más probable que sus
competidoras. Lo que hace que un argumento sea bueno depende de si el
argumento es deductivo o inductivo.
2―ARGUMENTOS DEDUCTIVOS
Un buen argumento deductivo será aquel que sea formal e informalmente
válido, que tiene premisas verdaderas, y dichas premisas, al tomarse juntas,
son más plausibles que sus oponentes. Vamos a explicar un poco cada uno de
estos criterios.
En primer lugar, un buen argumento debe ser formalmente válido. Esto
quiere decir que, la conclusión debe surgir a partir de las premisas según las
reglas de la lógica. La lógica es el estudio de las reglas del razonamiento.
Aunque la palabra lógica a menudo se usa coloquialmente como un sinónimo
para algo como “sentido común”, la lógica, de hecho, es una sub-disciplina
altamente técnica de la filosofía, similar a las matemáticas. Es un campo
multifacético, que consta de varios sub-campos, como la lógica
proposicional, la lógica de primer orden, la lógica plurivalente, la lógica
modal, la lógica temporal, y así sucesivamente. Afortunadamente, para
nuestros propósitos, solo necesitamos echar un vistazo superficial a la
función que juega la lógica en nuestra formulación y evaluación de
argumentos simples.
Se dice que un argumento cuya conclusión no se sigue de las premisas de
acuerdo con las reglas de la lógica es inválido, incluso si la conclusión
resulta ser cierta. Por ejemplo,
1. Si Sherrie obtiene un A en epistemología, ella estará orgullosa de su
trabajo.
2. Sherrie está orgullosa de su trabajo.
3. Por lo tanto, Sherrie obtuvo un A en epistemología.
Las tres afirmaciones pueden ser verdaderas. Pero debido a que (3) no se
infiere lógicamente de (1) y (2), este es un argumento inválido. Por el
conocimiento de (1) y (2), no puedes saber que (3) también es cierto. Lo
anterior, por lo tanto, no es un buen argumento.
En segundo lugar, un buen argumento será no solo formalmente válido
sino que también será informalmente válido. Como veremos, hay una
multitud de falacias en el razonamiento que, sin romper ninguna regla de la
lógica, descalifican a un argumento del estatus de bueno, por ejemplo, el
razonamiento circular. Considera el siguiente argumento:
1. Si la Biblia es la Palabra de Dios, entonces es la Palabra de Dios.
2. La Biblia es la Palabra de Dios.
3. Por lo tanto, la Biblia es la Palabra de Dios.
Lo que está mal con este razonamiento es que en ambos ejemplos (1) solo
indica una condición suficiente, no una necesaria, de (2). Si Jorge y Bárbara
están comiendo esas cosas, entonces están tomando el desayuno. ¡Pero eso no
significa que si ellos están desayunando, entonces están comiendo esas cosas!
Si Dios es atemporal, entonces es intrínsecamente inmutable. Pero eso no
implica que si él es intrínsecamente inmutable, es por lo tanto atemporal.
Si P → Q, la modus ponens nos dice que si afirmamos que la antecedente
P es verdadero, entonces la consecuente también es verdadera. Modus tollens
nos dice que si negamos que la consecuente Q es verdadera, entonces la
antecedente P debe también ser negada. Por lo tanto, si P → Q, es un
razonamiento válido para afirmar el antecedente o negar el consecuente y
sacar la conclusión apropiada. Pero no debemos caer en el error de afirmar la
consecuente. Si P → Q, y Q es verdadera, no podemos concluir válidamente
nada.
Ejemplo 2:
1. Si Johana ordena médallions de veau, entonces Guillermo ordenará
saumon grillé.
2. Si Guillermo ordena saumon grillé, entonces él no pedirá postre.
——————————————————
3. Si Johana ordena médallions de veau, entonces Guillermo no pedirá
postre.
Podemos usar nuestras tres reglas lógicas en conjunto para trazar inferencias
más complicadas. Por ejemplo, podemos usar la modus ponens (MP) y la
regla del silogismo hipotético (SH) para ver que el siguiente argumento es
válido.
1. P → Q
2. Q → R
3. P
4. P → R (SH, 1, 2)
5. R (MP, 3, 4)
Los primeros tres pasos son las premisas dadas. Los pasos (4) y (5) son
conclusiones que podemos extraer usando las reglas lógicas que hemos
aprendido. A la derecha abreviamos la regla que nos permite dar cada paso,
junto con los números de las premisas que utilizamos para llegar a esa
conclusión. Ten en cuenta que una conclusión válida extraída de las premisas
se convierte en premisa para una nueva conclusión.
Aquí vemos otro ejemplo:
1. P → Q
2. Q → R
3. ¬R
4. P → R (SH, 1, 2)
5. ¬P (MT, 3, 4)
Mientras más reglas aprendamos, más complicados se vuelven los
argumentos que podemos manejar.
Ejemplo 1:
1. Si Allison va de compras, comprará un nuevo vestido.
—————————————————————————————————
2. Si Allison va de compras, entonces ella irá de compras y comprará un
nuevo vestido.
Ejemplo 2:
1. Si haces la tarea, obtendrás una A.
—————————————————————————————————
2. Si haces la tarea, entonces haces la tarea y obtendrás una A.
El uso principal para la absorción será en los casos en que necesites tener P
& Q para dar un paso más en la discusión. Por ejemplo:
1. P → Q
2. (P & Q) → R
3. P → (P & Q) (Abs, 1)
4. P → R (HS, 2, 3)
Ejemplo 2:
1. O Amy trabajó en el jardín o Mack pasó la mañana del sábado haciendo
trámites.
2. Mack no pasó la mañana del sábado haciendo trámites.
—————————————————————————————————
3. Amy trabajó en el jardín.
Lo importante de recordar acerca de las disyunciones lógicas es que las dos
oraciones conectadas por o podrían ser verdaderas. En otras palabras, las
alternativas no tienen que ser mutuamente excluyentes. En el ejemplo 2,
ambas oraciones en la premisa (1) podrían ser verdaderas. Por lo tanto, uno
no puede concluir que debido a que uno de los disyuntos es verdadero, el otro
es falso. Ambos podrían ser verdaderos. Entonces, el silogismo disyuntivo te
permite concluir solo que si una parte de una verdadera disyunción es falsa,
entonces la otra disyunción es verdadera.
Como se mencionó, cuando las premisas de los argumentos son
complicadas, es útil introducir paréntesis para mantener las cosas en orden.
Por ejemplo, uno simbolizaría la oración “Si Amy replanta los arbustos, los
va a regar o morirán” como P → (Q v R). Esto es bastante diferente de (P →
Q) v R. Este último simbolizaría la disyunción “Si Amy replanta los
arbustos, los va a regar; o morirán”.
Al determinar si los argumentos más complejos son válidos, es
importante recordar que no se puede usar una regla lógica en solo una parte
de un paso; debe usarse en todo el paso. Entonces, por ejemplo, si uno tiene
1. P → (Q v R)
2. ¬Q
uno no puede concluir que
3. R
Para llegar a (3) necesitamos también la premisa
4. P
Entonces podemos concluir
5. Q v R (MP, 1, 4)
Y eso nos permite llegar a
6. R (SD, 2, 5)
Finalmente, ten en cuenta que la forma lógica de una oración puede ser
bastante diferente de su forma verbal. A menudo no nos molestamos en
repetir el sujeto o el verbo de la primera oración en una disyunción; por
ejemplo, “O Sherry o Patti irán contigo al aeropuerto”. Esto es lógicamente
una disyunción: “O Sherry irá contigo al aeropuerto o Patti irá contigo al
aeropuerto”. Pero este último no es la manera normal en que hablamos.
Entonces, a veces tenemos que descubrir la forma lógica de una oración.
Debemos tener cuidado porque no todo uso de o en una oración indica
que la oración es una disyunción. Supongamos que vienes al plato con las
bases llenas y dos out, y tu entrenador dice: “¡Si consigues un sencillo o una
base por bolas, ganamos!”. ¿Está diciendo: “Si consigues un sencillo,
ganaremos, o si consigues una base por bolas, ganaremos” (P → Q) v (R →
Q)? ¡Seguramente no! Porque entonces, podría haber dicho también: “Si
obtienes un single o un out, ganaremos”. Toda esa disyunción sería verdadera
porque P → Q es verdadera incluso si R → Q es falsa. Más bien, deberíamos
simbolizar el consejo del entrenador como (P v R) → Q. Él está diciendo que
lo que obtengas, un sencillo o una base por bolas, es una condición suficiente
para que ganemos el juego.
H.
1. Si Dios escucha la oración, entonces él responderá si yo oro.
2. Dios escucha la oración.
3. Oraré.
Confrontado con este argumento, su amigo ateo puede que elija renunciar a
una de sus premisas originales en lugar de renunciar a su creencia en (4).
Pero eso no debería molestarte. Tu argumento ha servido para mostrar lo
mucho que le costará aferrarse a su ateísmo. Tendrá que abandonar la
creencia en (1), (2) o (3). Pero cada una de estas afirmaciones parece ser
bastante cierta, al menos más claramente que (4). Cuando presentamos un
argumento usando reductio ad absurdum, tratamos de hacer que el costo de
renunciar a una de las otras premisas sea el más alto posible, con la esperanza
de que nuestro oponente abandone su creencia en la premisa condicional.
Simbolizamos (1) con la letra V = “es un vegetal plantado por Xiu Li” y B =
“brotaron”.
1. (x) (Vx → Bx)
Simbolizamos (2) con la letra m = “maíz”.
2. Vm
Ahora, reemplazamos la variable x en (1) con m.
3. Vm → Bm
Esto tiene el efecto de transformar (1) en una proposición acerca de un
miembro de la clase, es decir, el maíz. Simboliza “Si el maíz es un vegetal
plantado por Xiu Li, entonces brotó”. Ahora simplemente aplicamos nuestras
nueve reglas, y obtenemos:
4. Bm (MP, 2, 3)
Por lo tanto, podemos concluir de manera válida que el maíz brotó.
Algunas declaraciones universales son negativas. Afirman que si algo es
miembro de un cierto grupo, entonces no tiene la propiedad en cuestión.
Simbolizamos tal afirmación al negar el consecuente. Entonces, por ejemplo,
podemos simbolizar “Ningún ganso es peludo” como
(x) (Gx → ¬Px)
Esto se lee como “Para cualquier x, si x es un ganso, entonces x no es
peludo”. Nuevamente, hay muchas formas de expresar una proposición
universal negativa. No, nada, ningún, nadie, o simplemente generalizaciones
negativas pueden usarse para expresar tales declaraciones.
Vamos a simbolizar un argumento usando una premisa universalmente
cuantificada y negativa.
1. Ningún ganso es peludo.
2. El ganso rojo es un ganso.
Simbolizamos (1) y (2) como
1. (x) (Gx → ¬Px)
2. Gr
Entonces insertamos r para la variable x y obtener
3. Gr → ¬Pr
Lo que nos permite inferir
4. ¬Hr (MP, 2, 3)
A menudo encontramos argumentos con más de una premisa universalmente
cuantificada. Por ejemplo,
1. Todos los osos tienen garras.
2. Cualquier cosa con garras puede arañar.
3. El oso marrón es un oso.
Esto se simboliza
1. (x) (Ox → Gx)
2. (x) (Gx → Ax)
3. Om
Seguimos y conectamos m para la variable y luego aplicamos nuestras reglas
de inferencia:
4. Om → Gm
5. Gm → Am
6. Om → Am (SH, 4, 5)
7. Am (MP, 3, 6)
Supongamos que no tenemos premisa (3). Entonces podemos tomar un atajo
y concluir con un silogismo hipotético que (x) (Ox → Ax).
2.1.2.2 Cuantificación Existencial
Las declaraciones que se refieren solo a algunos miembros de un grupo se
le llaman declaraciones existencialmente cuantificadas. Estas nos dicen que
realmente existe al menos una cosa que tiene la propiedad en cuestión. Por
ejemplo, la afirmación “Algunos osos son blancos” nos dice que hay al
menos una cosa en el mundo que es a la vez un oso y de color blanco. La
afirmación “Algunos osos no son blancos” expresa que hay al menos una
cosa que es un oso y que no es blanco.
Simbolizamos declaraciones existencialmente cuantificadas usando el
símbolo ∃ . Se puede leer como “Hay al menos un ___ de tal manera que...”
Completamos el espacio en blanco con la variable x, que puede ser
reemplazada por cualquier cosa individual. Entonces, si dejamos Ox = “x es
un oso” y Bx = “x es blanco”, podemos simbolizar “Algunos osos son
blancos” como
( ∃ x) (Ox & Bx)
Esto se lee como “Hay al menos un x de tal manera que x es un oso y x es
blanco”. Observa que las declaraciones existencialmente cuantificadas se
simbolizan usando &, no → como lo son las declaraciones universalmente
cuantificadas. No debemos confundir los dos simbolizando “Algunos osos
son blancos” como
( ∃ x) (Ox → Bx)
Podemos simbolizar “Algunos osos no son blancos” como
( ∃ x) (Ox & ¬Bx)
Esto se lee como “Hay al menos un x tal que x es un oso y x no es blanco”.
Ahora inmediatamente vemos que tanto los enunciados afirmativos como
los negativos pueden ser verdaderos. “Algunos osos son blancos y algunos
osos no son blancos” no es una contradicción. Por lo tanto, las declaraciones
afirmativas y negativas existencialmente cuantificadas no son contradictorias.
Entonces, ¿qué es lo opuesto a una proposición existencialmente cuantificada
afirmativa? Se simbolizaría
¬( ∃ x) (Ox & Bx)
Esto indica que no hay nada que sea tanto oso como blanco, o, en otras
palabras, que no hay osos blancos. Entonces resulta que lo opuesto a una
afirmación existencialmente cuantificada afirmativa es una afirmación
universalmente cuantificada negativa. Por eso
(x) (Ox → ¬Bx) es contradictorio con respecto a ( ∃ x)(Ox & Bx)
Por ejemplo, sería una falacia pensar, “Si Bonds hubiera bateado un jonrón,
de todas formas los Giants habrían perdido. Por lo tanto, si los Giants
hubieran ganado, de todas formas Bond no habría bateado un jonrón”.
Finalmente, hay una falacia en la lógica contrafactual llamada
“fortaleciendo el antecedente”:
1. P □→ Q
——————
2. P & R □→ Q
Por lo tanto, sería una falacia argumentar de la siguiente manera: “Si yo
dejara de fumar, mi aliento olería mejor. Por lo tanto, si yo dejara de fumar y
empezara a comer ajo crudo, mi aliento olería mejor”.
Por otro lado, hay algunas formas de argumentos que son válidos en
lógica contrafactual que son particularmente útiles en casos en los que el
silogismo hipotético no se puede utilizar. Por ejemplo, es válido argumentar:
1. P □→ Q
2. P & Q□→ R
——————
3. P □→ R
Plantinga ha empleado esta forma de argumento al tratar con una versión
teísta de un problema en la teoría de la decisión, llamada la Paradoja de
Newcomb.[17] Se te presentan dos cajas A y B y se te da la opción de tener el
contenido de ambas cajas o solamente la de A. Aquí está la trampa: Tú sabes
que hay $1.000 en la caja B. Si eliges sólo la caja A, entonces Dios tendrá
conocimiento previo de tu elección y pondrá $1.000.000 en A. Pero si tú eres
codicioso y recoges ambas cajas, entonces Dios tendrá conocimiento previo
de esto y no pondrá nada en la caja A. El dinero está o no está en A. ¿Qué
debes elegir? Plantinga sostiene que se debe elegir una caja solo sobre la base
del siguiente razonamiento:
1. Si fueses a elegir las dos cajas, Dios habría creído que elegirías las dos
cajas.
2. Si fueses a elegir ambas cajas y Dios creyera que elegirías ambas,
entonces Dios no hubiera puesto dinero en A.
—————————————————————————————————
3. Por lo tanto, si fueses a elegir ambas cajas, Dios no habría puesto
ningún dinero en A.
(Un argumento paralelo muestra que si fueras a elegir una sola, entonces Dios
pondría el $1.000.000 en A. Así que la elección de una caja es la estrategia
ganadora). Este razonamiento tiene una aplicación importante para el
problema del conocimiento previo divino y la libertad humana.
Otra forma de inferencia válida es:
1. P □→ Q
2. Q □→ P
3. Q □→ R
——————
4. P □→ R
3―RAZONAMIENTO INDUCTIVO
Hasta este punto nos hemos centrado sólo en el razonamiento deductivo. En
un argumento deductivo sólido la conclusión se sigue necesariamente de las
premisas: si las premisas son verdaderas y la forma de inferencia es válida,
entonces es imposible que la conclusión sea falsa. Vale la pena observar que
el que un argumento tenga una forma deductiva es irrelevante para el estado
epistémico de las premisas y la conclusión. La diferencia entre un argumento
deductivo y uno inductivo no se encuentra en el grado en el que se discierne
la prueba demostrativa de alguna conclusión. Un buen argumento deductivo
podría solo hacer que una conclusión ligera y epistémicamente sea probable
si sus premisas están lejos de ser certeras, mientras que un argumento
inductivo podría darnos evidencia abrumadora para la confianza en su
conclusión. Este hecho es especialmente evidente cuando reflexionamos en
que algunas de las premisas en un argumento deductivo podrían ellas mismas
estar establecidas sobre la base de evidencia inductiva. Por lo tanto,
contrariamente a la impresión que a veces se da, un argumento inductivo o
deductivo en forma, no es una indicación de la certeza de la conclusión del
argumento.
Un argumento inductivo es uno para el que es posible que las premisas
sean verdaderas sin ningún tipo de inferencias inválidas, y aun así, la
conclusión sigue siendo falsa. Un buen argumento inductivo debe, al igual
que un buen argumento deductivo, tener premisas verdaderas que sean más
plausibles que sus contradictorias y ser informalmente válido. Pero debido a
que la verdad de sus premisas no garantiza la verdad de sus conclusiones, no
podemos hablar propiamente de que sea formalmente válido o inválido. En
tal razonamiento, se dice que la evidencia y las reglas de inferencia “sub-
determinan” la conclusión; es decir, que hacen la conclusión plausible o
probable, pero no garantizan su veracidad. He aquí un ejemplo de un buen
argumento inductivo:
1. Grupos A, B y C se componen de personas que sufren de la misma
enfermedad.
2. Al grupo A se le administró cierto medicamento nuevo, al grupo B se le
administró un placebo, y al grupo C no se le dio ningún tratamiento.
3. La tasa de mortalidad por la enfermedad posteriormente fue menor en el
grupo A en un 75 por ciento en comparación con los grupos B y C.
4. Por lo tanto, el nuevo medicamento es eficaz para reducir la tasa de
mortalidad para dicha enfermedad.
Es muy probable que la conclusión sea verdadera sobre la base de la
evidencia y las reglas del razonamiento inductivo, pero no es inevitablemente
verdad; a lo mejor la gente en el grupo A tuvo suerte, o alguna variable
desconocida causó su mejora.
1. □(P v Q)
2. ¬Q
——————
3. □P
1. □(P → Q)
2. P
——————
3. □Q
1. P □→ Q
2. P & Q □→ R
——————
3. P □→ R
1. P □→ Q
2. Q□→ P
3. Q□→ R
——————
4. P □→ R
1. P □→ Q
2. □(Q → R)
——————
3. P □→ R
Pr (H) × Pr (E|H)
Pr (H|E)
=
Pr (H) × Pr (E|H) + Pr (¬H) × Pr (E|¬H)
1―INTRODUCCIÓN
La vida mental de las personas constantemente está llena de actividad. Ellos
experimentan sonidos, formas y colores, experimentan sus propios
pensamientos, deseos y dolores, y simplemente pueden ver la verdad de
ciertas proposiciones evidentes, como 2 + 2 = 4. Las personas forman,
desechan, mantienen y ponen a prueba creencias. Hay muchas cosas que la
gente conoce y muchas cosas que no conocen. Algunas creencias son
bastante razonables y algunas de ellas son poco razonables.
La epistemología es la rama de la filosofía que trata de dar sentido al
conocimiento, a la racionalidad y a las creencias justificadas o injustificadas.
El término epistemología viene de la palabra griega epistḗmē, que significa
conocimiento. En consecuencia, la epistemología es el estudio del
conocimiento y la creencia justificada o garantizada. En realidad, hay cuatro
áreas principales de enfoque dentro del campo de la epistemología.
En primer lugar, existe el análisis conceptual de los conceptos clave en la
epistemología: ¿Qué es el conocimiento? ¿Qué es la racionalidad, la
justificación o la garantía? Esta primer área de la epistemología trabaja de la
mano con la filosofía del lenguaje, en el que el foco de estudio es la
clarificación de importantes nociones epistemológicas, con el fin de tener
claro lo que estos conceptos son en realidad. El objetivo principal de este
capítulo será sobre esta rama de la epistemología. El capítulo seis intenta
explicar qué es la verdad misma. Las preguntas sobre la naturaleza de la
verdad, es decir, preguntas acerca de lo que la verdad misma es (en oposición
a las preguntas acerca de cómo uno sabe que uno tiene la verdad) son
realmente preguntas metafísicas y no epistemológicas, ya que la metafísica es
la rama de estudio que investiga qué tipos de cosas existen. Pero es
acostumbre mirar la naturaleza de la verdad en relación con el campo de la
epistemología, y vamos a seguir esa costumbre de mirar a las teorías de la
verdad en la parte de este libro en relación con la epistemología, en concreto,
en el capítulo seis.
Segundo, existe el problema del escepticismo. ¿La gente realmente tiene
conocimiento o creencias justificadas? Si las personas tienen conocimiento o
creencias justificadas en un área, digamos en las matemáticas, lo tendrán en
otras áreas; por ejemplo, ¿existe la moral o conocimiento religioso? ¿Se
puede saber algo si no se está cien por ciento seguro de que no se está
equivocado? El problema del escepticismo se discutirá en el capítulo cuatro
y, de una manera diferente, en el capítulo seis.
En tercer lugar, está la cuestión de las fuentes y del alcance del
conocimiento y la creencia justificada. Si las personas, de hecho, tienen
conocimiento y creencias justificadas, ¿cómo es que las tienen? ¿Cuáles son
los diferentes tipos de conocimiento? Seguramente los cinco sentidos en
alguna manera son una fuente de conocimiento perceptivo sobre el mundo
externo. Pero, ¿hay otros tipos de conocimiento y fuentes para ellos más allá
de la percepción sensorial? ¿Hay también conocimiento y creencias
justificadas sobre el pasado (memoria), sobre nuestros estados mentales
internos (introspección), sobre los pensamientos, los sentimientos y las
mentes de otras personas, sobre la lógica, las matemáticas, la metafísica, la
moral, y sobre Dios? ¿Cuáles son las fuentes de estos diferentes tipos de
conocimiento?
En cuarto lugar, está la cuestión de los criterios para el conocimiento o
justificación. Supongamos que Jill tiene alguna creencia garantizada o
justificada, digamos la creencia que hay un roble afuera de su ventana. ¿Qué
es lo que confiere garantía o justificación a esa creencia? ¿Cómo es que una
creencia o conjunto de creencias constituyen la base para sostener otra
creencia? ¿Pueden otras cosas además de las creencias ―por ejemplo,
experiencias o la manera en que las personas forman sus creencias―
proporcionar soporte para una creencia justificada? O, ¿son otras creencias
las únicas cosas que pueden apoyar una creencia determinada? Estas
preguntas son el tema del capítulo cinco.
Antes de pasar al tema del conocimiento, una observación preliminar más
sobre la epistemología tiene que hacerse. Tradicionalmente, la epistemología
ha centrado su atención en cuestiones como éstas: ¿Puedo yo saber algo?
¿Qué es lo que yo puedo saber? ¿Cómo puedo yo mismo determinar si una
creencia mía está justificada en realidad? Este tipo de preguntas han sido
llamadas preguntas socráticas porque, de una manera u otra, son preguntas
que nos hacemos nosotros mismos. En otras palabras, la epistemología se
ocupa, antes que todo, de la perspectiva en primera persona, de las cuestiones
relacionadas con un individuo como sujeto en primera persona que
experimenta, cree y conoce. En la medida que campos como la psicología, la
biología, la neurofisiología, etc., estudian al ser humano desde una
perspectiva en tercera persona, es decir, como objetos estudiados desde el
“exterior” por así decirlo, en esa medida estos otros campos de estudio dejan
de lado algo esencial a la epistemología.
El resto de este capítulo analiza y aclara dos nociones diferentes: el
conocimiento y la racionalidad.
2―¿QUÉ ES EL CONOCIMIENTO?
Las tres oraciones siguientes revelan tres tipos diferentes de conocimiento:
1. Yo sé que la pelota está en frente de mí.
2. Yo sé jugar golf.
3. Yo sé que Reagan fue un presidente republicano.
La proposición (1) expresa lo que se conoce como el conocimiento por
familiaridad. Aquí sabemos algo ya que el objeto del conocimiento está
directamente presente a nuestra consciencia. Daniel sabe que la pelota está
delante de él porque ve la pelota, es directamente consciente de ello, él lo
sabe por intuición sensorial. Aquí, la palabra intuición no significa una
suposición o corazonada irracional, sino más bien una consciencia directa de
algo que está directamente presente a la consciencia. La gente conoce muchas
cosas por familiaridad o intuición: sus propios estados mentales
(pensamientos, sentimientos, sensaciones), objetos físicos con los que están
familiarizados con los cinco sentidos, y, algunos argumentarían, los
principios básicos de las matemáticas. Si uno le pregunta a la gente cómo
sabe que
1. 2 + 2 = 4
ó
2. (A) Si está lloviendo afuera, entonces afuera está mojado y (B) está
lloviendo afuera, entonces debe ser el caso de que (C) afuera está
mojado,
la respuesta parece ser que la gente simplemente puede “ver” que 2 + 2 = 4 o
que (C) debe seguir si (A) y (B) son aceptados. ¿Qué tipo de ver es este?
Muchos creen que implica una forma intuitiva de conciencia o percepción de
objetos abstractos e inmateriales y las relaciones entre ellos: números y
relaciones o proposiciones matemáticas y las leyes de la lógica. Podría
decirse que todos estos ejemplos de conocimiento son casos de conocimiento
por familiaridad.
La declaración (2) implica lo que se llama saber-cómo. El saber-cómo es
la capacidad o habilidad para comportarse de una manera determinada y
realizar alguna tarea o conjunto de comportamientos. Uno puede saber cómo
hablar griego, jugar al golf, montar en bicicleta o realizar otras habilidades.
El saber-cómo no siempre implica el conocimiento consciente de lo que uno
está haciendo. Alguien puede aprender a hacer algo por la práctica repetida
sin ser consciente de que uno está haciendo la actividad en cuestión o sin
tener la menor idea de la teoría detrás de la práctica. Por ejemplo, uno puede
saber cómo ajustar el movimiento para lanzar una bola curva sin ser
consciente del cambio de las zancadas o sin saber nada de la teoría de fondo
de la técnica para lanzar.
La declaración (3) expresa lo que Bertrand Russell llama conocimiento
por descripción, o lo que se llama más habitualmente por los filósofos:
conocimiento proposicional. Aquí alguien sabe P, donde P es una
proposición. Para los presentes efectos, una proposición puede ser definida
como el contenido de un enunciado o declaración. La epistemología
involucra los tres tipos de conocimiento.
Desde la época de Platón, los filósofos han tratado de ofrecer una
adecuada definición de conocimiento proposicional (a partir de aquí, lo
llamaremos simplemente conocimiento). En su diálogo Teeteto, Platón
ofreció (aunque él no lo aprueba por completo) lo que se conoce como la
definición estándar de conocimiento (proposicional). La forma estándar de
expresar esta definición, es decir, que el conocimiento es la creencia
verdadera justificada (a veces llamada como el análisis tripartito o aludido
simplemente como CVJ). Ella será útil para analizar esta definición aún más.
Si alguien sabe algo, entonces lo que sabe debe ser verdad. No tendría ningún
sentido decir que Jones sabe que la leche está en el refrigerador y, sin
embargo, es falso que la leche esté allí. Así que una condición necesaria del
conocimiento es que lo que se sabe es verdadero. Pero la verdad no es
suficiente para el conocimiento. Hay muchas verdades que uno nunca ha
pensado, mucho menos conocido. Y hay algunas verdades que alguien puede
pensar pero no conocer.
Además de la verdad, una segunda parte del conocimiento es la creencia.
Si Jones sabe algo en el sentido proposicional, debe al menos creerlo. No
tendría ningún sentido decir que Jones sabe que la leche está en el
refrigerador y, sin embargo, él no cree que la leche está en el refrigerador.
Así que la creencia es una condición necesaria para el conocimiento. Pero la
mera creencia no es suficiente para el conocimiento. La gente cree muchas
cosas que no saben si sea verdad.
La creencia verdadera es una condición necesaria para el conocimiento.
Pero, ¿es cierto que la creencia es suficiente para el conocimiento? No, no lo
es. La razón es que alguien puede creer cosas que son verdaderas, pero no
tener justificación ni garantía alguna para esas creencias. Pudiera ser que la
creencia de uno es verdad por simple accidente. Supongamos, por ejemplo, el
siguiente pensamiento al azar que viene a la mente de alguien: Está lloviendo
ahora en Moscú. Supongamos, además, que la persona cree en este
pensamiento y, además, da la casualidad que en realidad está lloviendo en
Moscú en ese momento. Entonces esa persona tendría una creencia
verdadera, pero la persona no tendría conocimiento de la proposición en
cuestión. O supongamos que la persona se dice a sí mismo, creeré en lo
primero que vea escrito en la pared del baño, y lo primero que ve es la frase:
“Está lloviendo ahora en Moscú”. Una vez más, incluso si el enunciado fuese
cierto, la persona no tiene conocimiento de la proposición.
¿Qué es lo que falta en estos casos? La persona carece de justificación o
garantía para la creencia en cuestión. En el capítulo cinco, diferentes teorías
de la “justificación” o “garantía” serán examinadas. Se hará evidente que
algunos filósofos equiparan las dos, mientras que otros hacen una distinción
entre ellas. Pero por ahora, se puede simplemente señalar que la justificación
(o garantía) para una creencia equivale a algo como esto: uno tiene suficiente
evidencia para la creencia, uno ha formado y mantenido la creencia de una
manera fiable (por ejemplo, sobre la base de los sentidos o por testimonio
experto y no por la lectura de la palma de la mano), o las facultades
intelectuales y sensoriales de uno funcionaban correctamente en un buen
ambiente intelectual cuando se formó la creencia en cuestión. Para los
presentes efectos, la idea principal es que hay una gran diferencia entre una
mera creencia verdadera y una creencia verdadera que tiene justificación o
garantía. Y la definición tradicional o estándar de conocimiento proposicional
es la visión de que el conocimiento es la creencia verdadera justificada. En
otras palabras, una persona S sabe P si y sólo si
1. S cree P.
2. P es verdadero.
3. La creencia de P está justificada para S en el momento que S la creyó.
Por mucho tiempo, la definición estándar de conocimiento proposicional
fue más o menos aceptada como adecuada por los filósofos. Y si bien hubo
algunos contraejemplos planteados en contra de la definición estándar (por
ejemplo, por Alexius Meinong y por Bertrand Russell a principios de 1900),
no fue hasta 1963 que la definición estándar fue objeto de severas críticas. En
1963 Edmund Gettier publicó un breve documento que plantea problemas
para la definición estándar.[20] El documento de Gettier presentó dos
contraejemplos cortos diseñados para mostrar que si bien la creencia
verdadera justificada puede ser necesaria para el conocimiento, no es
suficiente. Desde entonces, una serie de contraejemplos similares se han
planteado, y por lo general se les llama contraejemplos de tipo Gettier a la
definición estándar de CVJ del conocimiento.
Aquí está uno de los ejemplos originales de Gettier: Smith y Jones han
solicitado un determinado trabajo y Smith tiene una fuerte evidencia de la
siguiente proposición:
1. Jones es el que obtendrá el empleo, y Jones tiene diez monedas en su
bolsillo.
La evidencia de Smith para (a) incluye el hecho de que el presidente de la
compañía le aseguró que Jones sería seleccionado y que Smith mismo ha
contado las monedas en el bolsillo de Jones hace diez minutos. Sobre la base
de (a) Smith infiere una nueva proposición que ahora cree:
2. El hombre que obtendrá el empleo tiene diez monedas en su bolsillo.
Imaginemos además, dice Gettier, que Smith desconoce que él mismo
obtiene el trabajo y sucede que tiene diez monedas en el bolsillo. En este
caso, la proposición (b) es verdadera, Smith cree que (b), y (b) está
fuertemente justificada por Smith. En resumen, él tiene una creencia
verdadera justificada en relación con (b), pero sin duda, uno no quiere decir
que él sabe (b). La CVJ puede ser necesaria para el conocimiento, pero no es
suficiente.
He aquí otro ejemplo: supongamos que Fred cree que su esposa Betty está
en el trabajo y la base para esta creencia es el hecho de que la ha visto irse
para el trabajo hace treinta minutos, ella siempre va directamente al trabajo
todos los días, y ella al momento de irse le había dicho que iba directamente
al trabajo porque tenía un día ocupado por delante. Sin embargo,
supongamos, además, que en realidad Betty estaba engañando a Fred y, en
lugar de ir al trabajo, ella fue a una tienda de ropa para conseguirle un traje
nuevo a Fred. Al llegar a la tienda, Betty fue secuestrada por sus amigos y
llevada al trabajo para una fiesta de cumpleaños sorpresa para Betty. En este
caso, la creencia de Fred de que Betty está en el trabajo sería una creencia
verdadera justificada, pero no parece ser algo que Fred supiera.
He aquí un ejemplo final: supongamos que los Cowboys de Dallas están
jugando con los Buffalo Bills en el Súper Bowl por segundo año consecutivo.
Supongamos, además, que Harry está viendo en la televisión que los
Cowboys están venciendo a los Bills en el Súper Bowl. Al terminar el juego,
él forma la creencia de que los Cowboys simplemente han ganado el Súper
Bowl. Sin embargo, él desconoce que la transmisión del Súper Bowl ha sido
interrumpida debido a dificultades técnicas, y la televisión está mostrando
una repetición de la última victoria del año de los Cowboys en lugar del
juego de este año. De hecho, sin embargo, los Cowboys sí derrotaron a los
Bills por segundo año consecutivo, pero el final del partido actual no se
transmitió en la televisión. En este caso, Harry tiene una creencia verdadera
justificada de que los Cowboys acaban de ganar el Súper Bowl, pero no
parece que él sabe que este sea el caso.
¿Qué está pasando aquí? En cada caso, el ejemplo trata de dar un caso en
el cual la creencia verdadera justificada, aunque tal vez necesaria, sin
embargo, no es suficiente para el conocimiento, es decir, que el análisis
tripartito es demasiado débil o amplio ya que cuenta como casos de
conocimiento en los que el conocimiento, de hecho, no se obtiene.
Gran cantidad de tipos de estrategias (con diferentes versiones de cada
una) han sido presentadas como respuestas a los ejemplos de tipo Gettier:
Henry desconoce que el distrito al que ha llegado está lleno de facsímiles de papel maché de
graneros. Estos facsímiles se ven desde la carretera exactamente como graneros, pero en realidad
sólo son fachadas, sin paredes traseras o interiores, totalmente incapaces de ser utilizados como
graneros. Al entrar en el distrito, Henry no ha encontrado ningún facsímil; el objeto que ve es un
auténtico granero. Pero si el objeto en ese sitio era un facsímil, Henry lo confundiría con un
granero.[21]
2.2.2 Anulabilidad
El ejemplo del granero sugiere un cambio en la cuarta condición de no ser
una falsedad relevante a no tener una verdad relevante que pueda anular el
propio conocimiento. En el caso de Henry, hay una verdad relevante
(desconocida para él), esta es, que había una serie de facsímiles en el campo.
Si hubiera sabido eso, su cono cimiento de que estaba viendo el granero
habría sido anulado. Esto sugiere la siguiente cuarta condición para la
definición estándar: no debe haber ninguna verdad relevante tal que si la
persona la cree, serviría como anulador para su justificación. El conocimiento
no debe ser anulable (susceptible de ser anulado o invalidado) de esta
manera.
¿Qué se debe decir sobre esta condición? Obviamente maneja el caso del
granero. Sin embargo, el principal problema con esta solución es que no es
una condición necesaria para el conocimiento, porque uno puede tener
conocimiento y violar la condición. Supongamos que Beth tiene razones que
la justifican para saber que sus hijos están jugando en la escuela. Sin
embargo, desconocido para ella, un vecino llamó a su marido esta mañana e
invitó a los niños a saltar la escuela e ir a Disneyland. Supongamos además
que su marido ha estado diciendo desde hace tiempo que iba a dejar que los
niños hicieran esto pronto algún día. Finalmente, supongamos que sus hijos
tienen un examen ese día en la escuela y su marido rechazó la invitación.
¿Sabe ella que están jugando en la escuela? Parecería que sí, sin embargo,
hay de hecho una verdad que, si ella la conoce, anularía su justificación para
el conocimiento (que el vecino había llamado para invitarlos a Disneyland).
En este caso, no obstante, también hay un anulador para el anulador (la
negativa de su marido). La condición considerada no toma en cuenta el hecho
de que la gente a menudo conoce las cosas con verdaderos pero desconocidos
anuladores, porque hay anuladores para los anuladores y puede haber otros
anuladores de los anuladores y así sucesivamente. A menos que uno
establezca un requisito de omnisciencia (uno conoce todas las verdades
disponibles) ―lo que severamente limitaría lo que la gente conoce― esta
condición falla.
Los dos puntos de vista que acabamos de considerar son ejemplos de
estrategias internalistas, ya que hacen referencia a falsedades o verdades
relevantes de las que la persona es o puede tomar conciencia directamente en
su propio campo de conciencia y, de esta manera, podrían servir como
anulador del conocimiento. Las siguientes dos posiciones bien se pueden
ofrecerse como suplementos a una visión internalista de la justificación (el
conocimiento es CVJ + ?, donde “justificación” se entiende en última
instancia, en términos de algún estado interno al agente) o como sustitutos del
internalismo (el conocimiento es ?CV, donde la noción internalista de
justificación se sustituye con algo externo al agente). Primero, vamos a verlos
como sustitutos del internalismo, aunque lo que se diga de ellos, con ajustes
menores, podría aplicarse por igual a estos puntos de vista entendiéndose
como suplementos para el internalismo.
3―RAZÓN Y RACIONALIDAD
Además del conocimiento, la racionalidad es un término de importancia
epistemológica. En esta sección, vamos a ver diferentes aspectos de la
racionalidad, a partir de una lista de tres nociones diferentes que a menudo se
asocian con el término.
1―INTRODUCCIÓN
El sentido común nos asegura que todos sabemos y tenemos creencias
justificadas sobre muchas cosas: el mundo externo, Dios, la moralidad, el
pasado, las matemáticas, nuestra propia vida mental y la existencia de otras
mentes. Y mientras que las Escrituras colocan un énfasis importante en la fe,
hacen igualmente un importante hincapié en las cosas que podemos y
debemos saber, y de hecho, las que sabemos. Por lo tanto la Escritura se une
con el sentido común para afirmar que hay muchos ejemplos de conocimiento
y creencia justificada para los seres humanos. Sin embargo, todos hemos
conocido a los escépticos que, de una u otra manera, rechazan este o aquel
elemento de conocimiento o creencia justificada. Y algunos escépticos
afirman rechazar el conocimiento o creencia justificada por completo. Este
capítulo examina el escepticismo y proporciona importantes conocimientos
pertinentes de toda nuestra vida intelectual.
El escepticismo ha tenido una larga y variada historia. Durante el período
helenístico de la antigua filosofía griega, dos escuelas de escepticismo
surgieron. La primera, conocida como escepticismo académico, floreció en
los siglos III y II a.C. Fue fundada por Arcesilao (315-240 a.C.), un filósofo
en la academia de Platón, y fue propagada por Carneades en el segundo siglo
a.C. Existe cierta controversia sobre lo que los escépticos académicos
afirmaron como tal, pero el punto de vista tradicional es que afirmaron dos
cosas: (1) La tesis escéptica: Todas las cosas son inaprensibles, nadie tiene
conocimiento. (2) En cuanto a la tesis escéptica en sí, podemos
dogmáticamente afirmar que sabemos que nadie tiene conocimiento.
Debe quedar claro que, como hemos dicho, el escepticismo académico
fue una posición difícil de mantener. Por un lado, la declaración dos se refuta
a sí misma, ya que afirma que la gente sabe que no hay nada que puedan
conocer. Sin embargo, puede ser que en afirmar la propia tesis escéptica
(declaración uno), los escépticos académicos realmente no dicen que no hay
conocimiento en absoluto, sino más bien que sólo hay una cosa que la gente
sabe: a saber, que no se puede saber nada más. Pero esta afirmación, aunque
no se refuta a sí misma, es todavía difícil de mantener. ¿Es realmente posible
saber una sola cosa? ¿No sería que la persona que afirma conocer esta
declaración también esté implícitamente afirmando que sabe que él mismo
existía, que él sabía lo que significaba la declaración, que él sabía que la
declaración era verdadera, y por lo tanto que había tal cosa como la verdad?
Además, si alguien puede simplemente afirmar que hay una excepción a la
tesis escéptica (a saber, la tesis misma), ¿qué evitaría que otros simplemente
afirmaran otras excepciones a la tesis, por ejemplo, saber que el rojo es un
color? Por estas y otras razones, una segunda escuela del escepticismo
antiguo fue más prominente.
La segunda escuela fue llamada escepticismo pirroniano por su
fundador Pirrón de Ellis (360-270 a.C.). Floreció en Alejandría, Egipto, y
alcanzó su cenit en el último gran pirroniano, Sexto Empírico, que vivió
desde 160 al 210 d.C. Esta forma de escepticismo se basa en la opinión de
que la filosofía busca la sabiduría y la sabiduría incluye conocimiento de las
verdades relevantes para vivir una vida buena y calificada. El principal
problema humano es la infelicidad y esto viene, principalmente, a partir de
una disparidad entre los propios deseos y lo que se cree que es verdad en el
mundo. Así que la clave para lidiar con la infelicidad es renunciar a la
búsqueda de la sabiduría, suspender el juicio acerca de todas las creencias de
uno y ser libre.
Los escépticos pirronianos rechazaron el dogmatismo y procedieron en
tres etapas: (1) antítesis (ambos lados de un problema son colocados en
oposición entre sí, y los argumentos escépticos llamados “tropos” o “modos”
se utilizan para cada lado); (2) epoche (la suspensión del juicio); (3) la
ataraxia (el estado deseado de tranquilidad último). A diferencia de los
escépticos académicos, los pirrónicos suspendieron el juicio sobre todas las
cosas, incluyendo la tesis escéptica misma.
Con la difusión del cristianismo y de los escritos críticos sobre el
escepticismo como Contra los escépticos de Agustín, el escepticismo no
floreció hasta el tiempo de René Descartes (1596-1650 d.C.), cuando
comenzó de nuevo a florecer. Descartes se dispuso a refutar el escepticismo y
fijó el conocimiento sobre un fundamento seguro. Especial importancia en
este sentido es Meditaciones metafísicas de Descartes, publicado por primera
vez en 1641. Descartes comenzó su búsqueda del conocimiento mediante la
adopción de la duda metódica. Esto equivale a la idea de que el
conocimiento requiere certeza absoluta (a veces llamado certeza cartesiana)
y que si fuera lógicamente posible estar equivocado acerca de algo, entonces
uno no podría saber ese algo en cuestión. Armado con la duda metódica,
Descartes primero argumentó en contra del conocimiento del mundo exterior
sobre la base de que los sentidos de las personas a veces los engañan. En
segundo lugar, señaló que las personas a veces creen que hay un mundo
externo ante ellos pero ellos sólo están soñando y que es lógicamente posible
que uno esté soñando ahora mismo y que no exista el mundo externo. Por
último, Descartes opinaba que un demonio malévolo podría estar engañando
a la gente con experiencias sensoriales de un mundo externo cuando tal
mundo realmente “no está ahí afuera”. La posibilidad lógica de tal demonio
malévolo significó para Descartes que las personas no pueden conocer las
leyes de la lógica o las matemáticas, ya que el demonio puede estar
engañando a las personas a aceptar las leyes aun a pesar de que son falsas.
Pero hay una cosa sobre la que el demonio pudiera no engañar a alguien: la
propia existencia, porque antes de que alguien pueda dudar de su existencia él
debe existir. Esta idea fue expresada en la famosa máxima de Descartes (que
ya había sido declarada en una forma diferente por Agustín) Cogito ergo sum
(“Pienso, entonces existo”). Este era un elemento seguro de conocimiento
que no era posible ponerse en duda.
Descartes pasó desde el cogito para reafirmar el conocimiento de Dios, la
lógica y las matemáticas, y el mundo externo. Los detalles de su
procedimiento no son de importancia aquí. Pero una cosa sobre Descartes es
crucial: él aceptó una carga de la prueba más contra el escéptico (uno no
sabe algo a menos que pueda demostrar que lo hace contra el escéptico) y el
conocimiento requiere certeza absoluta para calificar como tal.
Hasta ahora, el propósito ha sido el de ilustrar algunos episodios clave en
la historial de escepticismo para dar al lector una idea de lo que es el
escepticismo. En el resto del capítulo cuatro elementos se discutirán: las
variedades de escepticismo, algunos de los principales argumentos escépticos
a favor del escepticismo, diferentes críticas al escepticismo y unas breves
palabras sobre el escepticismo y versiones naturalistas de la teoría evolutiva.
2―VARIEDADES DE ESCEPTICISMO
El escepticismo es una familia de puntos de vista y no una simple
posición. Para los fines de este capítulo, tres formas de escepticismo
requieren sólo una breve mención: iterativo, metaepistemológico y heurístico
o el escepticismo metodológico. El escepticismo iterativo se produce cuando
el escéptico se niega a ofrecer un argumento para su punto de vista, y en
cambio, simplemente responde a cada afirmación con la pregunta, ¿cómo lo
sabes? Cuando se conteste a esta pregunta, el escéptico iterativo simplemente
repetirá la pregunta, y así sucesivamente, de forma indefinida. Esta forma de
escepticismo no es una genuina posición filosófica, ya que sus defensores no
están dispuestos a ofrecer argumentos en contra del conocimiento o aceptar
argumentos para el conocimiento. El escepticismo iterativo no es más que un
juego verbal y debe tratarse como tal.
En segundo lugar, el escepticismo metaepistemológico ha sido
desarrollado por los filósofos como W. V. O. Quine y Richard Rorty. Los
defensores de este punto de vista se muestran escépticos sobre la filosofía (y
sobre todo la epistemología) y rechazan lo que tradicionalmente se concibe
de ella (por ejemplo, la epistemología es una búsqueda normativa para una
teoría de la justificación y el conocimiento), y afirman que la filosofía está en
un continuo con ―o simplemente un parte de― la ciencia natural. Los
escépticos metaepistemológicos sostienen una forma extrema de lo que se
llama epistemología naturalizada. En sus versiones más fuertes, este punto
de vista implica que la epistemología debe ser naturalizada en el sentido de
que debe reducirse y ser tratada como una rama de la psicología y la
neurofisiología. En lugar de centrarse en la cuestión normativa de lo que
justifica nuestras creencias, la epistemología naturalizada simplemente
describe cómo la gente, de hecho, forma sus creencias. La tarea de la
epistemología naturalizada es describir los factores y procesos causales en
términos científicos, naturales, en cuanto a cómo las creencias de la gente son
normalmente ―en sentido estadístico de típicamente o usualmente―
formadas.
La mayoría de los filósofos rechazan esta forma extrema de epistemología
naturalizada y el escepticismo metaepistemológico que conlleva. Por un lado,
se deja de lado lo que es crucial para la epistemología: el elemento
normativo. La epistemología tradicional proporciona una explicación de la
justificación y del conocimiento, de las virtudes epistémicas y deberes y de
cómo se decide lo que se debe y no debe creer. Descripciones puramente
psicológicas o neurofisiológicas de los procesos de formación causales de
creencias son meramente descriptivos y no normativos o prescriptivos. Así
que se deja de lado el elemento normativo fundamental en la epistemología
tradicional. En segundo lugar, se hará evidente en los capítulos diecisiete al
diecinueve que la ciencia tiene ciertos presupuestos filosóficos (por ejemplo,
que existe la verdad, que la gente tiene, de hecho, conocimientos y creencias
justificadas sobre el mundo externo). Debido a esto, la autoridad epistémica
de la ciencia se basa en el de la filosofía (incluyendo la epistemología), no al
revés. En tercer lugar, si bien no todos los filósofos están de acuerdo sobre
esto, algunos han argumentado que las declaraciones que afirman la
epistemología naturalizada y el escepticismo metaepistemológico son
autorefutantes porque ellas mismas son declaraciones filosóficas normativas
(no científicas) que necesitan justificación.
Una tercera forma de escepticismo es la heurística o escepticismo
metodológico. Aquí, son reconocidos el conocimiento y la creencia
justificada, y el escepticismo ―especialmente la pregunta “¿Cómo se sabe
X?”, y el uso de la duda― se toma como principio guía para ayudar a las
personas en su búsqueda de una mejor comprensión de las cuestiones
epistemológicas. En este sentido, el escepticismo no es una posición para ser
refutada u objetada, sino un método de guía para ayudar a la gente a entender
el conocimiento. Esta forma de escepticismo es, de hecho, muy útil, ya que
dudar y cuestionar las afirmaciones de conocimiento pueden llevarnos a una
comprensión más profunda. Pero hay que tener cuidado aquí al distinguir
entre la duda como método y la duda como un rasgo de carácter habitual. El
primero emplea el uso de la duda para desarrollar conocimiento. El último
está enraizado en un personaje o corazón escéptico y no es completamente
deseable desde la perspectiva cristiana, ya que, como cristianos, hemos de
cultivar la fe y el conocimiento mientras que al mismo tiempo no ser crédulos
o ingenuos. La duda, entendida como un rasgo de carácter, ayuda a evitar la
ingenuidad, entonces es una virtud intelectual. Si se produce el cinismo y una
pérdida de fe, entonces es un vicio intelectual. La sabiduría requiere una
perspectiva equilibrada.
Pasamos, ahora, a otras versiones de escepticismo, tradicionalmente
concebidas, versiones que expresan con mayor profundidad lo que el
escepticismo es cuando se ve como una tesis filosófica sustancial. En primer
lugar, hay una distinción entre el escepticismo de conocimiento y el
escepticismo de justificación. El escepticismo de conocimiento es una tesis
en el sentido de que las condiciones para el conocimiento no se obtienen y la
gente no tiene conocimiento. El escepticismo de justificación es la misma
tesis dirigida, no al conocimiento, sino a la justificación y creencias
justificadas. Uno podría ser un escéptico del conocimiento y no un escéptico
de la justificación. Por ejemplo, se podría negar el conocimiento en razón de
que no hay tal cosa como la verdad (y debido a que el conocimiento incluye
creencia verdadera justificada, no hay conocimiento) o sobre las bases de que
las normas para el conocimiento son tan altas (por ejemplo, el conocimiento
requiere una certeza absoluta) que nunca se cumplen. Pero uno podría pasar a
aceptar la afirmación de que las personas a menudo tienen justificación de sus
creencias. Alternativamente, se podría aceptar el hecho de que hay
conocimiento, pero ser escéptico sobre la existencia de creencias justificadas
si esa persona sostiene que la justificación no es parte del conocimiento.
Tanto los escépticos del conocimientos como los de la justificación
pueden dirigir su escepticismo ya sea a la generación, transmisión o a las
fuentes de la creencia. Es decir, el escéptico puede dirigir sus argumentos en
contra de (1) el origen del conocimiento o creencias justificadas en primer
lugar (por ejemplo, la creencia de que uno está experimentando una
sensación de color rojo generada por el hecho de que, de hecho, uno tiene esa
sensación), (2) el hecho de que algunas creencias justificadas o conocidas
(por ejemplo, que uno está experimentando una sensación de rojo) transfiere
la justificación a otras creencias (por ejemplo, que de hecho, hay un objeto
rojo frente a uno) o (3) facultades epistémicas enteras que sirven como
fuentes del conocimiento y la justificación (por ejemplo, contra la memoria,
las facultades sensoriales, la razón, introspección).
En este capítulo nos centraremos en el escepticismo de conocimiento, no
el escepticismo de justificación, por dos razones. En primer lugar, mucho de
lo que se diga sobre el escepticismo del conocimiento podría aplicarse al
escepticismo de justificación. En segundo lugar, parte de la tarea de
considerar el escepticismo de justificación es el análisis de las diferentes
teorías de la justificación y esto se hará en el capítulo cinco.
Los escépticos también difieren en cuanto a la profundidad de su
escepticismo. Ya vimos esto con respecto a la afirmación de la propia tesis
escéptica, los escépticos académicos son dogmáticos y seguros de sí mismo y
los escépticos pirrónicos son menos profundos y más provisionales sobre el
escepticismo. Pero, aparte de la propia tesis escéptica, los escépticos difieren
en cuanto a la profundidad de su posición sobre el conocimiento en general.
El escepticismo absoluto mantiene su escepticismo con una mayor garantía
y seguridad que el escepticismo no absoluto, que es más provisional sobre
las afirmaciones de conocimiento. Para cualquier artículo del supuesto
conocimiento, el escéptico absoluto afirma que no es un caso de
conocimiento, pero un escéptico no absoluto está más inclinado a retener el
juicio sobre esta afirmación.
Dentro de la categoría de los escépticos absolutos, hay tres grados de
fuerza con la que se afirma el escepticismo absoluto. Pasando de fuerte a
formas más débiles de escepticismo absoluto, estos grados son los siguientes:
(1) Ninguna proposición es cognoscible, es decir, no es posible para cualquier
proposición el que sea conocida. (2) Si bien puede ser posible que una
proposición sea conocida, como una cuestión de hecho, no se conoce ninguna
proposición. (3) Si bien puede haber algunas proposiciones que se conocen
en algún sentido débil de esa palabra, sin embargo, no hay proposiciones que
sean conocidas con toda seguridad.
Los escépticos también difieren en lo que respecta al alcance o magnitud
de su escepticismo. El escepticismo global es la visión de que no hay
conocimiento (o creencia justificada) en ningún área del pensamiento
humano. Por el contrario, el escepticismo local permite el conocimiento en
algunas áreas (por ejemplo, en la ciencia o en el conocimiento sensorial del
mundo exterior), pero los escépticos locales niegan el conocimiento en áreas
específicas (por ejemplo, en la teología, la ética, las matemáticas). Más
específicamente, los escépticos locales pueden dirigir su escepticismo a
determinados supuestos objetos, facultades o materias de conocimiento. Si
los objetos están a la vista, entonces el escéptico niega que las personas
tengan conocimiento de ciertos objetos o tipos de objetos (por ejemplo, otras
mentes, Dios, conexiones causales, materia). Si las facultades están a la vista,
entonces el escéptico niega que el conocimiento se pueda ganar mediante la
utilización de alguna facultad o conjunto de capacidades que las personas
suponen que poseen (por ejemplo, los sentidos, la razón, otras formas de la
intuición). Si un cierto tema es complicado, a continuación, el escéptico niega
que se obtenga conocimiento en esa materia (por ejemplo, historia, teología,
ciencia, ética).
No vamos a abordar el escepticismo local en lo que resta de este capítulo
por tres razones. En primer lugar, el escepticismo global es más interesante
desde el punto de vista filosófico y es más central, porque si es aceptable,
entonces el escepticismo local se sigue. En segundo lugar, es difícil sostener
el escepticismo local debido a las consideraciones que conduce, en algún
dominio específico son difíciles de limitar exclusivamente a ese dominio. Las
consideraciones escépticas tienen una tendencia a extenderse hacia otras
áreas, o para cambiar la metáfora, una vez que la nariz del camello está en la
tienda, es difícil limitar el movimiento del camello en toda la tienda. En
tercer lugar, en capítulos posteriores (por ejemplo, los caps. 21-22, 25-26),
examinaremos el escepticismo acerca de la moral y la religión,
respectivamente, por lo que se puede retrasar con seguridad una mayor
reflexión sobre el escepticismo local hasta entonces.
Por último, hay una distinción entre escepticismo de primer y segundo
orden. El escepticismo de primer orden es la versión más típica e implica el
escepticismo dirigido a las creencias cotidianas de las personas, es decir, las
creencias sobre el mundo externo (hay un árbol en el patio) o sobre una
proposición ética (la misericordia como tal es una virtud). El escepticismo
de segundo orden está dirigido a las creencias de las personas sobre otras
creencias. Aquí el escéptico no cuestiona directamente si la gente tiene
conocimiento de este o aquel elemento en particular. Más bien, él se opone a
la idea de que las personas saben que tienen este conocimiento. Normalmente
es el caso que un escéptico de primer orden también será un escéptico de
segundo orden porque si la gente no tiene conocimiento de esto o aquello,
entonces no puede tener el conocimiento de que ellos tienen conocimiento de
esto o aquello. Por otra parte, uno podría ser un escéptico de segundo orden y
no un escéptico de primer orden. Se podría sostener que la gente sabe que un
árbol está en el patio, pero que no puede saber que tiene este conocimiento
porque tal conocimiento de segundo orden requiere, primero, que tenga una
comprensión de lo que es el conocimiento mismo y, a la luz de los
contraejemplos de Gettier (véase cap. 3), ese entendimiento no está
disponible.
No vamos a abordar a todas estas diferentes versiones de escepticismo.
Tal tarea es importante, pero demasiado detallada para los presentes efectos.
Pero las consideraciones que siguen a menudo se aplicarán, a veces con
pequeños ajustes, a varias diferentes posiciones escépticas. Centraremos
nuestra atención en el escepticismo global, absoluto y de primer orden.
Además, nos centraremos en nuestro conocimiento sensorial del mundo
exterior a menos que se indique lo contrario. Sin embargo, antes de que nos
fijemos en los argumentos a favor y en contra de tal escepticismo, tenemos
que tener claridad sobre un importante propósito para esta investigación.
Nuestro objetivo aquí, y un objetivo importante de la epistemología en
general, es mejorar nuestra situación epistémica. Parte de tal mejora es
adquirir más conocimiento y creencias justificadas (y aumentar la fuerza de la
justificación para nuestras creencias que ya están justificadas hasta cierto
punto) y de quitar las creencias falsas o injustificadas de las cosas que
aceptamos. A la luz de esto, una distinción debe ser trazada entre refutando el
escéptico y rebatiendo el escéptico. Refutando al escéptico implica
demostrar que el escepticismo es falso, tal vez incluso probar esto a los
escépticos mismos. Esta estrategia implica la aceptación de una carga de la
prueba por parte del cognitivista: el que acepta el hecho de que las personas
tienen conocimiento. Por el contrario, rebatiendo al escéptico implica
mostrar que los argumentos escépticos no establecen el hecho de que la gente
no tenga conocimiento. Nuestra principal preocupación aquí no es refutar,
sino rebatir al escéptico. Tal postura consiste en colocar la carga de la prueba
sobre el escéptico y expresa como mínimo confianza inicial en nuestros
equipos no-éticos (por ejemplo, facultades sensoriales y cognitivas). Tal
expresión de confianza es como ir a casa en una visión teísta cristiana del
mundo, porque Dios es un ser bueno, confiable, racional que creó y diseño a
los seres humanos para tener conocimiento acerca de él y de su mundo. Si tal
la confianza se justifica dentro de un marco naturalista evolutivo es algo que
tendremos en cuenta al final del capítulo. Pero por ahora, veremos algunos de
los argumentos escépticos que se han ofrecido en defensa de sus tesis.
Tabla 4.1.
Problema El escéptico El particularista
carga de la prueba en el particularista en el escéptico
conocimiento requiere certeza no requiere certeza
“podrías estar usa un “podrías” lógico
usa un “podrías”
equivocado” epistémico
lidiando con el escéptico el escéptico refutado el escéptico de ser
rebatido
dos tareas de la enfatiza el evitar de enfatiza la obtención de
epistemología creencias falsas o creencias verdaderas o
injustificadas justificadas
el uso del particularista dogmáticamente afirmado el derecho de usar
del “derecho a estar de una manera cerrada nuestro conocimiento
seguro” mientras permanece
abierto
1―INTRODUCCIÓN
En los tres capítulos anteriores, hemos examinado la naturaleza del
conocimiento y la racionalidad, en diversos desafíos escépticos al
conocimiento y la creencia justificada, y en las diferentes fuentes y puntos de
vista sobre el alcance del conocimiento y la creencia justificada. En los tres
capítulos tuvimos ocasión de mencionar las nociones epistémicas de
justificación y creencias justificadas, y vimos al menos dos cosas sobre ellas.
En primer lugar, las personas, de hecho, han justificado las creencias en
muchas áreas de la actividad cognitiva. En segundo lugar, la justificación es
un concepto normativo, un concepto que tiene que ver con la evaluación
epistémica positiva. Si decimos que una creencia tiene justificación, entonces
decimos algo positivo acerca de ella desde un punto de vista epistemológico.
Y muy probablemente, la justificación sea una condición necesaria para el
conocimiento. En este capítulo, examinaremos más a fondo la estructura de la
justificación y las creencias justificadas al centrarnos en el debate entre las
teorías de justificación fundacionalistas y coherentistas. Después de unas
pocas observaciones introductorias, aclararemos y evaluaremos el
fundacionalismo y el coherentismo en ese orden.
El término estructura no-ética representa todo el conjunto de
proposiciones que una persona S, cree, junto con las diversas relaciones
epistemológicas que obtienen entre esas creencias (por ejemplo, algunas
creencias ―que las manzanas son rojas― implican otras creencias: que las
manzanas tienen color), más las relaciones entre S mismo y esas creencias
(por ejemplo, S acepta algunas creencias sobre la base de otras creencias). El
fundacionalismo y el coherentismo son teorías normativas sobre cómo debe
estructurarse una estructura no-ética de modo que las creencias en esa
estructura estén justificadas para la persona que posee esa estructura.
Todos aceptamos algunas creencias sobre la base de aceptar otras
creencias. Sara oye un ruido afuera debido al movimiento de las hojas de un
árbol. Ella se da cuenta de que el viento está soplando. Su creencia de que
sopla el viento está basada y justificada por su creencia de que las hojas están
susurrando. Esta segunda creencia es indirecta, es decir, se justifica a través
de la primera creencia o por medio de ella. Ahora podemos preguntar: ¿Qué
es lo que justifica la creencia de que sopla un viento? ¿Es otra creencia? ¿O
es una experiencia sensorial: la escucha de un sonido?
En general, supongamos que P, Q y R son tres creencias aceptadas por
una persona, y supongamos que P se justifica sobre la base de Q, y Q sobre la
base de R. Llamamos a una cadena de creencias como P, Q y R donde P se
justifica sobre la base de Q, y Q sobre la base de R, una cadena epistémica.
Ahora, ¿qué deberíamos decir sobre R y su justificación? Cuatro grandes
opciones se sugieren.
Primero, R podría ser justificada por S, S por T, y así sucesivamente. La
mayoría de los filósofos no aceptan esta opción porque parece exhibir un
vicioso retroceso infinito. En segundo lugar, una persona podría simplemente
detener la cadena de justificación con R y decir que R es simplemente una
suposición injustificada de fe bruta. De nuevo, la mayoría de los filósofos han
mirado desfavorablemente esta alternativa. ¿Por qué? La justificación para P
y Q en última instancia se basa en la justificación de R. ¿Cómo puede R
justificar P y Q si R no tiene justificación y no es más que un postulado
bruto? No puede. En tercer lugar, uno podría detenerse con R y decir que, de
alguna manera, R en sí misma está justificada, pero no sobre la base de
alguna otra creencia. Quizás R es evidente por sí misma o producida de
manera confiable o fundamentada en una experiencia sensorial, pero no en
una creencia perceptual. Esta es la estrategia adoptada por los
fundacionalistas. En cuarto lugar, uno podría formar un círculo de
justificación al afirmar que R se justifica con P, o formar una red de
justificación al afirmar que P, Q y R se justifican mutuamente en un patrón de
interacción mutuamente compatible. Esta es la perspectiva coherentista.
Los fundacionalistas y los coherentistas difieren en estas cuestiones y
sostienen puntos de vista opuestos sobre la naturaleza de las estructuras no-
éticas que exhiben creencias justificadas. Para el fundacionalista, las cadenas
epistémicas de justificación se detienen en creencias que no están justificadas
sobre la base de otras creencias. Para el coherentista, lo único que justifica
una creencia son otras creencias, -específicamente, el hecho de que la
creencia en cuestión “concuerde” con otras creencias de la manera correcta.
Antes de mirar más profundamente estas dos escuelas de pensamiento,
debemos hacer una distinción entre una sensación y una creencia. No todos
los filósofos están de acuerdo aquí, pero según la idea tradicional, una
sensación es una experiencia no proposicional poseída por un sujeto que
experimenta. Si una persona tiene una sensación roja, aparece a la persona de
forma roja. La persona tiene una cierta propiedad sensorial dentro de su
conciencia, a saber, algo que aparece como rojo. Las sensaciones no
contienen creencias o, dicho de otra manera, el simple ver no requiere ver
como o ver que. Si uno ve una manzana roja, entonces tiene una sensación
de rojo, es decir, aparece en forma de tipo rojo. Si uno ve el objeto como
rojo, entonces uno posee el concepto “ser rojo” y lo aplica al objeto de
percepción. Finalmente, si uno ve que se trata de una manzana roja, entonces
uno acepta la proposición de que (y por lo tanto tiene la creencia perceptiva
de que) este objeto es una manzana roja. Para tener una experiencia sensorial
de algo, uno no necesita tener conceptos o proposiciones en la mente. Por el
contrario, una creencia incluye la aceptación de una proposición y es la forma
en que algo le parece a un sujeto cuando piensa en la creencia en cuestión.
Según una visión tradicional, las sensaciones no son proposicionales; las
creencias sí.
2―FUNDACIONALISMO
De una forma u otra, el fundacionalismo ha sido la teoría dominante de la
justificación epistémica a lo largo de la mayor parte de la historia de la
filosofía occidental. Los defensores actuales de una u otra forma de
fundacionalismo incluyen a Roderick Chisholm, Robert Audi y Alvin
Plantinga. Las teorías fundacionalistas se distinguen por la noción de que
todo el conocimiento se basa en fundamentaciones. Más específicamente, el
fundacionalista señala una división fundamental entre esas creencias que
aceptamos justificadamente sobre la base probatoria de otras creencias (por
ejemplo, la creencia de que el viento está soplando se basa evidentemente en
la creencia de que las hojas están susurrando) frente a las que
justificadamente aceptamos en una forma básica, es decir, no completamente
sobre la base del apoyo que reciben de otras creencias.
3―COHERENTISMO
Oliver Sacks relata el caso de Lost Mariner, que sufría del síndrome de Korsakov, una profunda
y permanente devastación de la memoria causada por la destrucción alcohólica de los cuerpos
mamilares en el cerebro. Olvidó por completo un período de treinta años de su vida, creyendo
que tenía 19 años cuando en realidad tenía 49; él creía que era 1945 cuando en realidad era 1975.
Sus creencias (podemos estipular) eran coherentes; pero muchas de ellas, debido a esta patología
devastadora, tenían poca o ninguna garantía....
Finalmente, considere el caso del escalador epistémicamente inflexible. Ric está escalando el
Guide's Wall en Storm Point en Grand Tetons; después de haber pasado la dificultad cerca del
último aven, llega y se sienta en una cómoda cornisa, haciendo subir a su compañero. Él cree que
Cascade Canyon está a su izquierda, que los acantilados del Monte Owen están directamente
frente a él, que hay un halcón que se desliza en círculos perezosos a unos 60 metros debajo de él,
que está usando sus nuevos zapatos Fire Rock, y así sucesivamente. Sus creencias, podemos
estipular, son coherentes. Ahora agregue que Ric es golpeado por una ráfaga caprichosa de
radiación de alta energía. Esto induce un mal funcionamiento cognitivo; sus creencias se vuelven
fijas, ya no responden a los cambios en la experiencia. No importa cuál sea su experiencia, sus
creencias siguen siendo las mismas. A costa de un esfuerzo considerable, su compañero lo baja
y, en un último intento desesperado de terapia, lo lleva a la ópera en la cercana Jackson, donde la
Ópera Metropolitana de Nueva York que está de gira, se está presentando La Traviata. Ric
aparece de la misma manera que todos los demás allí; él está inundado por ola tras ola de sonido
dorado. Lamentablemente, el esfuerzo de la terapia falla; las creencias de Ric permanecen fijas y
no responden por completo a su experiencia; él todavía cree que está en la cornisa de
aseguramiento en la parte superior del penúltimo aven de Guide's Wall, que Cascade Canyon
está a su izquierda,... y así. Además, dado que él cree las mismas cosas que creía cuando estaba
sentado en la cornisa, sus creencias son coherentes. Pero seguramente tienen poca o ninguna
garantía para él. La razón es un mal funcionamiento cognitivo; sus creencias no responden
apropiadamente a su experiencia.[27]
4―EPISTEMOLOGÍA DE LA VIRTUD
En la parte cinco, examinaremos varios sistemas éticos y descubriremos que
la mayoría de ellos (por ejemplo, el utilitarismo, las teorías deontológicas) se
centran en discernir las reglas morales correctas y los actos morales correctos
y equivocados. El agente moral mismo queda afuera de la imagen. Pero un
sistema ético muy importante ―la ética de la virtud― se aleja de hacer de las
reglas y acciones morales su enfoque principal. En cambio, su principal
preocupación es aclarar la naturaleza de la persona buena y el tipo de virtudes
y rasgos de carácter que caracterizan a esa persona. Y un acto correcto es
aquel que es realizado por una buena persona con un conjunto desarrollado
de virtudes ordenadas adecuadamente. De la misma manera, el
fundacionalismo y el coherentismo se centran en la estructura de la
justificación y tratan de discernir las reglas y creencias epistémicas correctas.
Pero la epistemología de la virtud se centra en la noción de una virtud
intelectual y el tipo de virtudes que caracterizan a un agente racional. Por lo
tanto, una creencia justificada o garantizada sería la producida por un
conocedor virtuoso cuando ejerce sus virtudes epistémicas adecuadamente.
Las virtudes intelectuales son aquellas cualidades y capacidades de un buen
pensador o conocedor. Podemos pensar en ellas como hábitos que
perfeccionan el intelecto para la consideración adecuada y efectiva de la
verdad. Los epistemólogos de la virtud actuales consideran las virtudes
intelectuales como facultades cognitivas confiables o que conducen a la
verdad (por ejemplo, visión, audición, memoria, introspección) o como
buenos rasgos intelectuales del carácter como la atención, la mente abierta y
el coraje intelectual. En consecuencia, hay dos variedades principales de la
epistemología de la virtud.
Epistemología fiabilista o epistemología de la virtud basada en la
facultad. Desde este punto de vista, las virtudes intelectuales son cualidades
que ayudan a maximizar el excedente de verdad sobre el error, por ejemplo,
la memoria, la percepción, la introspección, la razón intuitiva. Estas virtudes
se identifican con varias facultades que las exhiben, y las facultades cuentan
como intelectualmente virtuosas, porque son epistémicamente confiables; por
lo tanto, el enfoque se conoce como virtud-fiabilismo o epistemología de
virtud basada en la facultad. Un problema para este enfoque es la dificultad
de explicar el “conocimiento de alto grado”. Los fiabilistas de la virtud
sostienen que una creencia verdadera es conocimiento solo si su alto estatus
epistémico es explicable en términos de un ejercicio apropiado de las
facultades confiables del conocedor. Por ejemplo, tal cuenta parece funcionar
para el conocimiento de alguien de que el Sol está brillando. Se tiene este
conocimiento solo si esta creencia es verdadera y su alto estatus epistémico
para el conocedor es explicable en términos del funcionamiento confiable de
sus facultades visuales. Pero considere la tarea de formar creencias
verdaderas que son menos triviales y, de hecho, bastante difíciles de adquirir,
por ejemplo, sobre partículas subatómicas, las causas de la caída del Imperio
Romano, o ciertos tipos de conocimiento teológico. En muchos de estos
casos, el conocimiento se acreditará a un sujeto no en términos de su visión
clara, buena audición, etc. Por el contrario, el conocimiento se acreditará
sobre la base de la curiosidad persistente, el trabajo duro, la mentalidad
abierta, la honestidad intelectual, y así sucesivamente. Estas cualidades ―no
las facultades cognitivas del conocedor― explicarán por qué la persona tiene
conocimiento.
Epistemología responsibilista o basada en el carácter de la virtud. Desde
el punto de vista de la epistemología responsibilista o basada en el
carácter de la virtud, las virtudes intelectuales se comparan con las virtudes
morales, por ejemplo, como buenos rasgos intelectuales del carácter, como la
atención, la imparcialidad, la tenacidad intelectual y la honestidad. Estas
virtudes intelectuales están dirigidas a bienes epistémicos como el
conocimiento y la comprensión. Así entendida, las virtudes intelectuales son
rasgos del carácter de un conocedor responsable. Mientras que las teorías
fiabilistas tienden a tratar el objetivo de la cognición humana como poco más
que la adquisición de creencias verdaderas sobre el mundo externo, los
responsabilistas tienden a enfocarse en un conjunto más rico de objetivos
cognitivos tales como el conocimiento y la comprensión, el discernimiento y
la sabiduría. Un problema de este enfoque es que varias formas de
conocimiento parecen lograrse independientemente de ejercer o incluso
poseer virtudes intelectuales, por ejemplo, el conocimiento inmediato de los
propios estados mentales o el conocimiento perceptivo del entorno.
La epistemología de la virtud es un desarrollo interesante en las últimas
décadas de reflexión epistémica, y queda por ver qué tan predominante será
en el futuro.
¡Así que eres rey! —le dijo Pilato— Eres tú quien dice que soy rey.
Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de
la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz. —
¿Y qué es la verdad?— preguntó Pilato.
JUAN 18:37-38
1―INTRODUCCIÓN
A lo largo de las épocas, las personas han hecho la pregunta de Pilato.
¿Existe algo así como la verdad y, de ser así, qué es exactamente? La religión
cristiana, así como sus rivales, esencialmente contienen afirmaciones sobre la
realidad, las cuales son verdaderas o falsas. Además, las afirmaciones de la
verdad que compiten entre sí, especialmente las que están en el núcleo de las
cosmovisiones rivales, a menudo tienen consecuencias muy diferentes para la
vida. Como lo expresó C. S. Lewis, “Ahora estamos llegando al punto en el
cual diferentes creencias sobre el universo conducen a un comportamiento
diferente. La religión implica una serie de afirmaciones sobre hechos, que
deben ser verdaderos o falsos. Si son verdaderos, se seguirá una serie de
conclusiones sobre la navegación correcta de la flota humana; si son falsos,
se seguirá un conjunto bastante diferente.”[28]
La noción de verdad empleada en el enunciado de Lewis se llama la
teoría de correspondencia de la verdad, la idea de que la verdad es una
cuestión de una proposición (creencia, pensamiento, enunciado,
representación) correspondiente a la realidad; la verdad se obtiene cuando la
realidad es la forma en que una proposición lo representa. La teoría de la
correspondencia de la verdad puede llamarse propiamente la teoría clásica de
la verdad, porque, con muy poca excepción, estuvo en manos de casi todos
hasta el siglo XIX. Sin embargo, desde entonces, la teoría de la
correspondencia ha sido criticada, y las teorías alternativas de la verdad han
sido formuladas. Además, de acuerdo con muchos de sus defensores, una
importante ideología contemporánea ―el posmodernismo― rechaza la
existencia de la verdad, especialmente si se interpreta de acuerdo con alguna
versión de la teoría de la correspondencia.
Para abordar estos temas, este capítulo estará dividido en dos secciones:
teorías de la verdad y posmodernismo. En la primera sección, después de
analizar algunos asuntos preliminares, se analizará y evaluará una teoría de la
correspondencia de la verdad, seguida de una discusión de teorías alternativas
de la verdad. En la segunda sección, se presentarán y evaluarán diferentes
aspectos del posmodernismo.
2―TEORÍAS DE LA VERDAD
1. Baal no existe.
2. Los dinosaurios están extintos hoy.
3. Todos los cuervos son negros.
4. Amar a un niño es moralmente correcto.
5. El presidente de EE. UU. en 2070 será una mujer.
6. Si Jones fuera rico, compraría un Lexus.
¿Son estos ejemplos de proposiciones verdaderas que no tienen hacedores
de verdad? Es al menos plausible pensar que se puede encontrar un hacedor
de verdad relevante para cada proposición.
Considera (1). El hacedor de verdad para (1) es simplemente el hecho de
que todos los estados de cosas que se obtienen en el mundo real carecen del
estado de cosas de “la existencia de Baal”. Esta es una carencia real, una
privación real que caracteriza genuinamente la realidad. En consecuencia,
tenemos un hacedor de verdad para (1).
La proposición (2) en realidad hace dos afirmaciones: Primero, afirma
que en algún momento antes de hoy existían los dinosaurios (distinguiendo
así (2) de proposiciones como “Los unicornios no existen hoy”), y segundo,
los dinosaurios no existen hoy. Por lo tanto, debe haber dos hacedores de
verdad para (2). La primera es que en algún momento antes de hoy el estado
de cosas de “existiendo dinosaurios” era real, mientras que el segundo es que
hay una verdadera carencia de “dinosaurios” en todos los estados de cosas
que se obtienen en la realidad del mundo hoy.
(3) es una afirmación universalmente cuantificada. Como tal, se aplica a
todos los cuervos, tanto real como posible, y no solo a aquellos que
simplemente existen. Entonces, el hacedor de verdad no puede ser “en
realidad existen cuervos siendo negros”. ¿Cuál es entonces el hacedor de
verdad para (3)? El hacedor de verdad es la obtención condicional del estado
de cosas de que “si algo es un cuervo, entonces es negro”; es decir, en la
condición de que haya algo que sea un cuervo, entonces tendrá la propiedad
de negrura. (Existe otro motivo metafísico para que este condicional sea
verdadero, es decir, existe una relación legal entre la propiedad de ser un
cuervo y la propiedad de ser negro).
(4) es una proposición de moralidad que no implica ni que los niños
existan, ni que ninguno que exista sea realmente amado. ¿Cuál es entonces el
hacedor de verdad para (4)? Sugerimos lo siguiente. Hay un tipo de acción, a
saber, amar a un niño, que tiene la propiedad moral de ser correcta. Este tipo
de acto en realidad tiene la propiedad de rectitud moral en todos los mundos
posibles, incluidos aquellos mundos sin hijos, o sin criaturas capaces de
amar. En los mundos donde hay ejemplos individuales de niños que son
amados, cada uno de esos ejemplos tendría la propiedad de la corrección
moral. Por lo tanto, el hacedor de verdad para (4) sería el estado de cosas del
tipo de acto que ama a un niño teniendo la propiedad moral correcta.
Como una declaración de tiempo futuro, (5) plantea problemas distintos.
Vamos a conceder, a causa del argumento, que el presidente de los Estados
Unidos en 2070 será una mujer. El problema con (5) es que, en cierto sentido,
parece ser cierto ahora, aunque la elección de una mujer para la presidencia
aún no ha ocurrido. ¿Cómo debemos manejar (5)? Tres estrategias parecen
ser posibles.[29] Primero, la oración (5) puede traducirse como (5'): “Es
(atemporalmente) cierto que el presidente de EE.UU. en 2070 es una mujer”.
Sobre esta estrategia, se obtiene atemporalmente el estado de cosas “el
presidente de EE.UU. siendo una mujer en 2070”, y es el hacedor de verdad
para (5). La segunda estrategia no pone a (5) como eliminando el tiempo,
sino que plantea un estado temporal de cosas como su hacedor de verdad. Es
decir, el estado de cosas “el presidente de EE.UU. siendo una mujer” tiene la
propiedad de obtenerse en el futuro, específicamente en 2070. El hecho de
que el estado de cosas actual de “el presidente de EE.UU. siendo una mujer”
tenga esta propiedad en tiempo futuro es lo que fundamenta la verdad de (5)
en la segunda estrategia. La tercera estrategia dice que el hacedor de verdad
relevante es el estado de cosas de una mujer que es presidente cuando el año
siendo presente es 2070, y el año 2070 siendo presente se obtendrá en un
momento posterior al momento presente real o “ahora”.
(6) expresa un contrafáctico verdadero de la libertad de las criaturas, es
decir, lo que el pobre Jones compraría si fuera rico. Al examinar (5),
aprendimos que puede haber hechos temporales sobre el futuro, hechos que
ahora existen aunque los objetos o eventos de los que tratan no. De manera
similar, afirmamos que hay “contrafácticos” (estados de cosas
contrafactuales) que realmente existen, aunque los objetos o eventos de los
que traten no lo hagan. Así, lo que sirve como hacedor de verdad para (6) es
el estado hipotético “si Jones fuera rico, compraría un Lexus”. En otras
palabras, si Jones siendo rico se obtiene, entonces la compra de un Lexus
también se obtiene.[30]
Parecería entonces que hay formas plausibles de manejar estos supuestos
contraejemplos que no requieren abandonar el requisito de hacedor de
verdad, pero nuevamente, el lector tendrá que decidir si estas respuestas son
plausibles. En cualquier caso, nuestra investigación de estos supuestos
contraejemplos nos permite hacer tres observaciones importantes. Primero,
los hacedores de verdad no hacen que las proposiciones sean verdaderas; más
bien, son los objetos intencionales en virtud de los cuales las proposiciones
que les corresponden son verdaderas. En segundo lugar, un hacedor de
verdad no necesita ser un objeto concreto; en muchos casos, es algún tipo de
estado abstracto.
En tercer lugar, bien podría ser que la teoría actual de los hacedores de
verdad no sea una versión adecuada de la teoría de la correspondencia de la
verdad. Recuerde que para una teoría de la correspondencia adecuada, dos
características son cruciales: (1) es el objeto intencional de la proposición (el
objeto de la proposición es de o acerca de) lo que está íntimamente
relacionado con “hacer” que la proposición sea verdadera; (2) el objeto
intencional debe corresponder a lo que la proposición atribuye al objeto
intencional de la manera especificada por la proposición. Una implicación
de esto es que el hacedor de verdad no necesita existir de manera presente
para que la proposición sea en el presente o actualmente verdadera. “Lincoln
fue asesinado en 1865” es cierto y no requiere que se le dispare a Lincoln por
ser temporalmente un estado de cosas, ni requiere que exista algo actualmente
(por ejemplo, algún rastro del disparo original que exista actualmente en el
universo). El hacedor de verdad para esta proposición no existe. Pero el
estado de cosas relevante existía de la manera especificada por la
proposición, es decir, en un momento en que el disparo estaba presente y que
fue anterior al ahora.
Pero la teoría del hacedor de verdad requiere que el hacedor de verdad
exista en el presente, y no necesita ser el objeto intencional de la proposición.
Por lo tanto, algunos han sugerido que el hacedor de verdad para “Lincoln
fue asesinado en 1865” es ciertos hechos actuales sobre la memoria de Dios.
Recuerde el principio del hacedor de verdad: x es un hacedor de verdad para
la proposición p si y solo si (1) p debe ser verdadero si x existe, y (2) si x
existe y p es verdadero, entonces p debe ser verdadero en virtud de la
existencia de x. Dejemos que x sean ciertos hechos actuales sobre la memoria
de Dios. Entonces tenemos ciertos hechos sobre la memoria de Dios como
hacedor de verdad para “Lincoln fue asesinado en 1865” si y solo si (1)
“Lincoln fue asesinado en 1865” debe ser verdadero si existen ciertos hechos
actuales sobre la memoria de Dios y (2) si ciertos hechos actuales sobre la
memoria de Dios existen y “Lincoln fue asesinado en 1865” es verdadero,
entonces “Lincoln fue asesinado en 1865” debe ser verdadero en virtud de la
existencia de ciertos hechos actuales sobre la memoria de Dios. El principio
hacedor de verdad parece quedar satisfecho, pero la teoría de la
correspondencia no. La teoría de la correspondencia requiere que el objeto
intencional de la proposición sea lo que haga que la proposición sea
verdadera si satisface las atribuciones de la proposición de la manera
especificada por la proposición. Pero, claramente, la proposición trata de que
algo le ocurre a Lincoln, no de un recuerdo en la mente de Dios. Debido a
que el principio hacedor de verdad usa la locución “en virtud de” lo bastante
vaga y no hace referencia a la intencionalidad y al objeto intencional de una
proposición, parece ser una formulación inadecuada de la teoría de la
correspondencia.
Nuestro estudio de los portadores de verdad ya nos ha llevado al tema de
la relación de correspondencia. ¿Cuál es esta relación exactamente? Tenga
en cuenta primero que la correspondencia no es una propiedad monádica de
una proposición, como el rojo es con respecto a una manzana. Una propiedad
monádica es un atributo que requiere una sola cosa para poseerla. Más bien,
la correspondencia es una relación doble entre una proposición y el estado de
cosas que es su objeto intencional. Una relación de dos puestos, como “más
grande que”, es una relación que requiere la creación de una instancia de dos
entidades. Por lo tanto, la verdad se basa en la intencionalidad. La esencia
intrínseca de una proposición se dirige hacia un estado de cosas, y la relación
de verdad se ejemplifica en caso de que el objeto intencional coincida, se
ajuste a, y se corresponda con la proposición.
En segundo lugar, la relación de correspondencia parece ser única entre
las relaciones. Como se verá más adelante, la relación de correspondencia en
sí misma puede ser experimentada directamente y convertida en un objeto de
pensamiento, y no parece reducirse a otra cosa. No es una relación causal, no
es física, ni es perceptible por los sentidos. Tampoco es una relación
pictórica. Las proposiciones no representan ni reflejan los estados de cosas
que les corresponden. Esto parece claro para estados de cosas que no son
perceptibles por sí mismos; por ejemplo, dos siendo un número par, la
misericordia una virtud, Gabriel un ángel. Pero también es cierto para estados
de cosas perceptibles por los sentidos. La proposición “El césped es verde”
no representa el estado de cosas, el césped siendo verde. La proposición
puede ser instanciada en una mente, pero no es en sí misma verde o
perceptible por los sentidos, mientras que la situación correspondiente es, de
hecho, verde. Por lo tanto, el primero no es una imagen del último.
Cuando analicemos las críticas a la teoría de la correspondencia, veremos
que algunos se oponen a ella con el argumento de que la relación de
correspondencia es demasiado misteriosa como para admitirla en la propia
ontología (la visión que uno tiene de la realidad). Por esta razón, algunos
defensores han tratado de establecer la teoría de la correspondencia sin
emplear la relación de correspondencia. Por ejemplo, algunos afirman que
una proposición verdadera es tal que lo que afirma que es el caso, es
realmente, de hecho, el caso. Tenga en cuenta que la afirmación no menciona
explícitamente la correspondencia. Puede ser que esto exprese una teoría de
correspondencia adecuada sin mencionar la relación de correspondencia. Sin
embargo, es más probable que esta afirmación haga un uso implícito de la
relación de correspondencia sin mencionarla. Cuando preguntamos qué debe
ser para que algo sea realmente lo que una aseveración afirma que es, una
respuesta parece ser posible: para el primero (que es el caso) debe
corresponder al último (lo que se afirma que es el caso).
Se han presentado dos argumentos principales a favor de la teoría de la
correspondencia, uno fenomenológico y otro dialéctico. Edmund Husserl
(1859-1938) planteó el argumento fenomenológico. El argumento
fenomenológico se enfoca en una descripción y presentación cuidadosas de
casos específicos para ver qué se puede aprender de ellos acerca de la verdad.
Como ejemplo, considere el caso de Joe y Frank. Mientras estaba en su
oficina, Joe recibió una llamada de la librería de la universidad de que un
libro específico que había ordenado —La evolución del alma, de Richard
Swinburne— había llegado y estaba esperando a ser retirado. En este punto,
aparece un nuevo estado mental en la mente de Joe: el pensamiento de que La
evolución del alma de Swinburne está en la librería. Ahora Joe, consciente
del contenido del pensamiento, se da cuenta de dos cosas estrechamente
relacionadas a este pensamiento: la naturaleza del objeto intencional del
pensamiento (el libro de Swinburne está en la librería) y ciertos pasos de
verificación que lo ayudarían a determinar la verdad de ese pensamiento. Por
ejemplo, él sabe que sería irrelevante verificar el pensamiento yendo a nadar
en el Océano Pacífico. Más bien, él sabe que debe tomar una serie de pasos
que lo llevarán a un edificio específico y buscar en ciertos lugares el libro de
Swinburne en la librería de la universidad. Así que Joe se echa a andar hacia
la librería, mientras se guía por la proposición “La evolución del alma de
Swinburne está en la librería”. En el camino, su amigo Frank se une a él,
aunque Joe no le dice a Frank a dónde va ni por qué. Llegan al lugar y ambos
ven el libro de Swinburne allí. En ese momento, Joe y Frank
simultáneamente tienen una cierta experiencia sensorial al ver el libro La
evolución del alma de Swinburne. Pero Joe tiene una segunda experiencia
que no posee Frank. Joe experimenta que su pensamiento se corresponde con
un estado de cosas real. Él puede comparar su pensamiento con su objeto
intencional y “ver”, estando directamente consciente de que el pensamiento
es verdadero. En este caso, Joe realmente experimenta la relación de
correspondencia en sí y la verdad misma se convierte en un objeto de su
conciencia.
El ejemplo que acabamos de citar presenta un caso de experiencia de la
verdad en el que el objeto intencional relevante es perceptible por los
sentidos, un libro específico que está en la librería. Pero este no es el caso.
Un estudiante, al ser enseñado sobre el modus ponens, puede llevar este
pensamiento a casos específicos de inferencias lógicas y “ver” la verdad de
modus ponens. Del mismo modo, una persona puede formar el pensamiento
de que está practicando la negación con respecto a su ira hacia su padre, y
mediante la introspección, puede descubrir si este pensamiento corresponde
con sus propios estados mentales internos.
Algunos pueden rechazar el argumento fenomenológico sobre la base de
que es demasiado simplista. Pero no está claro que esto sea así. El argumento
es simple pero no simplista, porque se pueden proporcionar casos más
sofisticados del mismo tipo en los que científicos, matemáticos u otros
académicos experimentan la verdad. Además, es una virtud de una teoría de
la verdad que concuerda con (¡corresponde con!) lo que todos
experimentamos cada día antes de que alguna vez lleguemos a la filosofía.
El argumento dialéctico afirma que aquellos que promueven teorías
alternativas de la verdad o que simplemente rechazan la teoría de la
correspondencia en realidad la presuponen en sus propias afirmaciones,
especialmente cuando presentan argumentos a favor de sus puntos de vista o
los defienden contra los anuladores. A veces este argumento se expresa en la
forma de un dilema: aquellos que rechazan la teoría de la correspondencia o
bien toman sus propias expresiones para que sean verdaderas en el sentido de
la correspondencia o no lo hacen. Si lo primero, esas declaraciones son
autorefutantes. Si lo último, no hay razón para aceptarlas, porque no podemos
tomar sus declaraciones como verdaderas.
Un crítico podría responder que el segundo cuerno de este dilema es una
petición de principio. El crítico puede afirmar que sus propias afirmaciones
no se ofrecen como verdaderas o de lo contrario se ofrecen como verdaderas
de acuerdo con la coherencia o la teoría pragmática de la verdad (ver más
abajo). El defensor de la teoría de la correspondencia podría responder de la
siguiente manera a cada alternativa: Primero, como veremos con más detalle
más adelante en la discusión sobre el posmodernismo, una persona puede
decir que no considera que sus propias declaraciones sean verdaderas, pero
cuando uno realmente lee los escritos de esa persona o escucha atentamente
sus declaraciones, se tiene generalmente la clara impresión de que la persona
realmente considera que sus propias afirmaciones son ciertas a pesar de las
protestas en sentido contrario. En segundo lugar, sería coherente rechazar la
teoría de la correspondencia y considerar que el rechazo mismo es verdadero
según una teoría diferente de la verdad. Sin embargo, cuando uno mira
cuidadosamente los escritos de aquellos que defienden teorías alternativas de
la verdad, a menudo parece que toman sus propios puntos como verdaderos,
porque corresponden a la realidad. Como ejemplo simple, los defensores de
una teoría de la verdad de coherencia a veces defienden su posición sobre la
base de que las personas no pueden escapar de su red de creencias y llegar a
la realidad misma, o sobre la base de que las personas realmente justifican
sus creencias y las toman como verdaderas, porque se cohesionan bien con
sus otras creencias. La forma más natural de tomar estas afirmaciones es
según la teoría de la correspondencia: la proposición de que la gente no puede
escapar de su red de creencias en realidad corresponde a la forma en que las
personas y sus creencias son, y de manera similar es con el punto acerca de
cómo las personas relacionan la coherencia con sus creencias.
Se han presentado tres objeciones principales contra la teoría de la
correspondencia. En primer lugar, algunos sostienen que, dado que no existe
una teoría clara, ampliamente aceptada acerca de las tres entidades que
constituyen la teoría de la correspondencia, ésta debe ser rechazada. Dos
cosas se pueden decir en respuesta. Por un lado, incluso si se concede que no
hay una cuenta ampliamente aceptada de las tres entidades disponible, solo se
deduce que se necesita hacer más trabajo para desarrollar la teoría, no que sea
falsa o injustificada. Después de todo, a menudo sabemos muchas cosas, que
Dios conoce el futuro, que los electrones atraen protones, incluso si no existe
una teoría única y ampliamente aceptada para dar cuerpo a los detalles de lo
que sabemos. En segundo lugar, creemos que el análisis presentado
anteriormente, aunque brevemente presentado, está en la línea correcta y se le
puede dar una defensa más sofisticada. La teoría de la correspondencia
también parece estar de acuerdo con casos claros como el que involucra a Joe
y Frank, y este hecho bien puede proporcionar la suficiente justificación para
anular la fuerza de esta crítica si se concede que tiene alguna fuerza
dialéctica.
En segundo lugar, se ha argumentado que al distinguir la verdad de la
evidencia que uno tiene para la verdad, es decir, al afirmar que la verdad
trasciende y no es idéntica a la evidencia, la teoría de la correspondencia nos
deja vulnerables al escepticismo. ¿Por qué? Porque si la teoría de la
correspondencia es correcta, entonces uno podría tener toda la evidencia en el
mundo de una creencia y la creencia aún podría ser falsa. Se pueden decir dos
cosas en respuesta. En primer lugar, incluso si se concede el punto, solo se
deduce que no podemos alcanzar la verdad; no se infiere que la teoría de la
correspondencia sea falsa. En segundo lugar, si bien la evidencia es
conducente a la verdad, en realidad es el caso de que la evidencia no es lo
mismo que la verdad misma. Por lo tanto, es lógicamente posible, aunque no
plausible, decir que uno podría poseer toda la evidencia que se pueda tener y
seguir estando equivocado. Por lo tanto, el argumento realmente hace
emerger una virtud de la teoría de la correspondencia, no un vicio. Además,
en el capítulo cuatro, se presentó un argumento detallado para la afirmación
de que la posibilidad lógica de error no hace que uno sea vulnerable al
escepticismo.
Finalmente, algunos argumentan que la teoría de la correspondencia
involucra entidades misteriosas: proposiciones, intencionalidad irreductible y
la relación de correspondencia, y por lo tanto debe ser rechazada. Es difícil
ver mucha fuerza en este argumento tal como está. Que una entidad sea
“misteriosa” no es motivo suficiente para rechazarla. Además, es una virtud
del argumento fenomenológico para la teoría de la correspondencia que estas
tres entidades parezcan ser comunes y de sentido común, no misteriosas. Las
personas cotidianas experimentan el contenido proposicional de sus
pensamientos/creencias, la intencionalidad de esos pensamientos/creencias y
los objetos intencionales asociados, y la relación de correspondencia en sí
misma.
Los críticos que plantean este argumento generalmente quieren decir algo
más específico. Se acercan a la metafísica con un compromiso previo con el
naturalismo filosófico, que incluye algún requisito de que una afirmación de
conocimiento debe, de una forma u otra, “estar conectada a” lo que es
perceptible por los sentidos. Como resultado, sostienen que la realidad debe
encajar en una cosmovisión naturalista, y esto a menudo significa que se
requiere alguna forma de fisicalismo. El argumento es que si el naturalismo
es verdadero, entonces entidades como las proposiciones, la intencionalidad
irreductible y la relación de correspondencia no existen. El defensor de la
teoría de la correspondencia puede adoptar la forma modus tollens del
argumento: dado que existen estos tres tipos de entidades, el naturalismo es
falso. La verdad siempre ha sido difícil de tolerar dentro de los confines de
una epistemología empirista o una cosmovisión naturalista. El lector debe
estar en condiciones de ver por qué este es el caso.
2.3 La Coherencia de la Teoría de la Verdad
Como la discusión de la teoría de la correspondencia ya nos ha llevado a
algunos de los argumentos y contraargumentos clave con respecto a la
verdad, es permisible tratar las siguientes dos teorías mucho más brevemente.
De acuerdo con la teoría de la coherencia, una creencia (enunciado,
proposición, etc.) es verdadera si y solo si es coherente con todo el conjunto
de creencias, asumiendo que el conjunto es en sí mismo fuertemente
coherente. Por lo tanto, la verdad o falsedad de una creencia no es una
cuestión de su coincidencia con un mundo real y externo. Más bien, es una
función de la relación de la creencia con otras creencias dentro de la red de
creencias de uno. Los defensores clave han sido Spinoza (1632-1677), Hegel
(1770-1831) y Brand Blanshard (1892–1987).
Es importante distinguir una teoría de la coherencia de la verdad de una
teoría de la coherencia de la justificación (véase el capítulo 5). Este último
ofrece coherencia como prueba de la verdad y es coherente con una teoría de
la correspondencia de la verdad, ya que se podría sostener que cuando una
creencia se corresponde bien con las otras creencias de uno, es probable que
corresponda a la realidad.
Uno de los principales problemas de la teoría de la coherencia de la
verdad es la falta de una noción adecuada de coherencia, y de hecho, nunca
se ha definido con precisión, al menos no de una manera plausible. El truco
consiste en definirla de una manera que no sea ni demasiado fuerte ni
demasiado débil. Sería demasiado fuerte definir la coherencia como una
vinculación tal que una creencia sea verdadera solo en caso de que conlleve
otras creencias. La creencia sensorial de que alguien parece ver una mesa
podría ser cierta, pero esto no implica que haya una mesa allí, aunque ambas
proposiciones (que parece que hay una mesa y que hay una mesa allí) podrían
ser verdaderas e incluso aunque ambas “se cohesionan bien” la una con la
otro. Sería demasiado débil definir la coherencia como una mera coherencia
lógica (dos o más creencias no se contradicen entre sí). Una persona podría
tener un extraño conjunto de creencias lógicamente consistentes que no
serían verdaderas. Por ejemplo, si Tom Crisp creía que era una berenjena, que
las berenjenas son conscientes, y que todos los intentos de otros para cambiar
su idea eran simples mentiras, Crisp tendría una creencia lógica consistente
pero falsa sobre sí mismo. En respuesta a este problema, algunos
coherentistas definen la coherencia como poder explicativo mutuo, encajando
o estando de acuerdo con el conjunto de creencias.
Además de las supuestas dificultades con la teoría de la correspondencia,
el argumento principal para la teoría de la coherencia de la verdad deriva de
un compromiso con una teoría de la coherencia de la justificación junto con
un deseo de evitar el escepticismo. Recordemos que en la teoría de la
correspondencia, uno podría tener creencias falsas altamente justificadas ya
que una creencia justificada podría no corresponderse con la realidad externa.
Es esta brecha entre la justificación y la verdad que proporciona argumentos
al escéptico, el cual puede argumentar que el conocimiento es imposible ya
que la justificación no garantiza la verdad. (Los problemas relacionados con
la justificación y el escepticismo se recogieron en los capítulos cuatro y
cinco, y no se repetirán aquí). Sin embargo, la teoría de la coherencia de la
verdad derrota al escéptico, porque ya no existe una brecha entre las
creencias justificadas adecuadas y las creencias verdaderas. Como la verdad
simplemente es una coherencia adecuada de una creencia con un conjunto
apropiado de creencias, cuando una creencia se justifica por medio de una
explicación de coherencia, es automáticamente verdadera. La verdad es una
cuestión de las relaciones internas de una creencia con las otras creencias de
uno, no sus relaciones externas con la realidad fuera del sistema de creencias
mismo.
Este argumento a favor de una teoría de la verdad basada en la coherencia
proporciona una ocasión apropiada para recurrir a las objeciones a la teoría.
En primer lugar, de acuerdo con la teoría de la coherencia, no existe una
creencia falsa apropiadamente justificada ya que la “justificación apropiada”
y la verdad son la misma cosa. De hecho, esto se afirma como una virtud de
la teoría. Pero, de hecho, es un vicio, porque es completamente posible que
exista el caso en el cual uno tiene una creencia apropiadamente justificada
que sea falsa. La única forma de evitar este problema es definir “justificación
apropiada” como lo mismo que verdad, pero esto sería una petición de
principio. Además, la teoría de la coherencia está separada del mundo ya que,
desde este punto de vista, la verdad es completamente una función de las
relaciones de una creencia dentro del sistema de otras creencias sin referencia
alguna a una realidad fuera del sistema. Este es un problema serio. En
respuesta, la mayoría de los coherentistas simplemente niegan la existencia
de una realidad independiente de la mente (independiente del lenguaje o la
creencia). En otras palabras, aceptan un antirrealismo con respecto a la
realidad. Sin embargo, este movimiento será una señal más de la insuficiencia
de la teoría para aquellos que creen o que realmente saben que existe un
mundo externo.
En tercer lugar, la teoría de la coherencia permite la posibilidad de que las
creencias completamente diferentes y contradictorias sean verdaderas
siempre que se correspondan bien con sistemas alternativos de creencias.
Considera el caso Tom Crisp nuevamente. Si P es Tom Crispes una
berenjena, entonces P es verdadera, ya que es coherente con las creencias
generales de Crisp, y es falsa, ya que no se combina bien con una de las
creencias del crítico de la creencia de Crisp. Dado que la teoría de la
coherencia permite que P sea verdadera y falsa, la teoría de la coherencia
debe ser rechazada.
Un defensor de la coherencia podría responder afirmando que el
coherentismo es una forma de relativismo con respecto a la verdad, y así evita
tratar a P como verdadera y falsa en el mismo sentido. Desde este punto de
vista, P es verdadera en relación con el sistema de Crisp y falsa en relación
con el de su crítico. Anteriormente, se formularon críticas contra el
relativismo de la verdad, y esas críticas, junto con los problemas relacionados
con el relativismo en general, se aplican por igual a este movimiento de
coherencia.
Finalmente, la teoría de la coherencia falla a la luz del argumento
fenomenológico de la teoría de la correspondencia, como vimos en el caso de
Joe y Frank. Ese caso, y un sinnúmero de ejemplos de la experiencia humana
real, nos enseñan que a menudo traemos proposiciones individuales (la
Evolución del Alma de Swinburne está en la librería) y no sistemas
completos de creencias a la realidad para juzgar su valor de verdad. A
menudo podemos ser conscientes de la realidad misma debido a la
intencionalidad de nuestros estados mentales, y con frecuencia podemos salir
de nuestros pensamientos/creencias, por así decirlo, y compararlos con sus
objetos intencionales en el mundo externo. Cuando esto sucede,
experimentamos la verdad o falsedad de nuestras creencias. La teoría de la
correspondencia tiene sentido en todo esto, pero la teoría de la coherencia
falla en este punto y, en consecuencia, debe ser rechazada.
3―POSMODERNISMO
En el contexto contemporáneo, una discusión de la verdad sería incompleta
sin un análisis del posmodernismo. Desafortunadamente, por dos razones,
un análisis de este tipo es extremadamente difícil de hacer de una manera
breve e introductoria. Por un lado, el posmodernismo es una coalición
flexible de pensadores diversos de varias disciplinas académicas diferentes, y
sería difícil caracterizar el posmodernismo de una manera que sea justo para
esta diversidad. Además, parte de la naturaleza del posmodernismo es el
rechazo de ciertas cosas ―por ejemplo, la verdad, la racionalidad objetiva, el
significado del autor en los textos junto con la existencia de significados
verbales estables y definiciones lingüísticas universalmente válidas― que
hacen posible obtener definiciones precisas. Aun así, es posible proporcionar
una caracterización bastante clara del posmodernismo en general, ya que sus
amigos y enemigos lo entienden lo suficientemente bien como para discutir el
punto de vista. Pero el lector debe tener en cuenta que se debe permitir que
un defensor del posmodernismo hable por sí mismo, y sería incorrecto
atribuir a un pensador individual cada aspecto de la caracterización a seguir a
menos que tal atribución esté justificada.
1―INTRODUCCIÓN
Cuando llegamos a la epistemología religiosa nos encontramos con la
intersección de la epistemología tradicional con el campo de la filosofía de la
religión, que recién está floreciendo. Una de las áreas de la filosofía de la
religión que se desarrolló con mayor rapidez ha sido la exploración del estado
epistémico de las afirmaciones de la verdad religiosa, su racionalidad y
garantía.
La palabra “ateo” en el presente contexto se interpreta de una manera inusual. Hoy en día,
normalmente se entiende como alguien que explícitamente niega la existencia... de Dios.... Pero
aquí debe entenderse no de manera positiva sino negativa, con el prefijo del griego “a” que se lee
de la misma manera en “ateo”, como habitualmente está en... palabras como “amoral”... En esta
interpretación, un ateo no se convierte en alguien que afirme positivamente la inexistencia de
Dios, sino alguien que simplemente no es teísta.[32]
Pascal razona que si creo que Dios existe y resulta que es así, entonces he
ganado el cielo en el pequeño sacrificio de renunciar a los placeres del
pecado por un tiempo. Si creo y resulta que Dios no existe, entonces no gano
nada y sufro la pérdida finita de los placeres del pecado a los que he
renunciado. Por otro lado, si no creo y resulta que Dios, de hecho, existe,
entonces he ganado los placeres del pecado por un tiempo a expensas de
perder la vida eterna. Si no creo y resulta que no hay Dios, entonces tengo la
ganancia finita de los placeres que ofrece mi estilo de vida libertino.
Ahora, de acuerdo con un principio de la teoría de decisiones llamada
principio de utilidad esperada, para maximizar la utilidad o beneficio de
mis elecciones, debería multiplicar cada uno de los resultados mutuamente
excluyentes por la probabilidad de que cada uno obtenga los dos estados,
agregue estos productos juntos, luego haga que la elección tenga la mayor
utilidad esperada. En la apuesta de Pascal, se supone que las probabilidades
de los estados (I) y (II) en la tabla 7.1 son pares (la evidencia a favor y en
contra de la existencia de Dios tiene exactamente el mismo peso). Entonces,
dejando que 0 אsignifique infinito y n cualquier número natural, podemos
calcular la utilidad de las elecciones (i) y (ii) de la siguiente manera:
1. (A × .5) + (B × .5) = (5. × 0 )א+ (-n × .5) = 0א
2. (C × .5) + (D × .5) = (–5. × 0 )א+ (n × .5) = –0א
En otras palabras, la elección (i) tiene ganancia infinita y elección (ii)
pérdida infinita. Por lo tanto, está claro que la creencia en Dios tiene una
mayor utilidad esperada que la incredulidad. Por lo tanto, incluso en ausencia
de evidencia preponderante de teísmo, deberíamos creer en la existencia de
Dios.
Se han presentado dos objeciones principales contra el argumento de la
apuesta. Primero, en la teoría de decisiones estándar, las utilidades infinitas
no pueden manejarse. En particular, dado que la división de cantidades
infinitas está prohibida en la aritmética transfinita, no tiene sentido hablar de
5. ×0א. Pero este problema se resuelve fácilmente: simplemente sustituya 0א
por cualquier cantidad finita arbitrariamente alta, y aún esto inundará la
cantidad menor n que representa nuestra pérdida o ganancia finita.
Sin embargo, la objeción verdaderamente seria a la apuesta de Pascal es
la llamada objeción de muchos dioses. Un musulmán podría establecer una
matriz de decisión similar para creer en Alá. Un mormón podría hacer lo
mismo a favor de su dios. En otras palabras, el estado (II) Dios no existe es
en realidad una disyunción indefinidamente compleja de varias deidades que
podrían existir si el Dios cristiano no existe. Por lo tanto, la elección no es tan
simple, porque si creo que el Dios cristiano existe y resulta que Alá existe en
su lugar, entonces sufriré una pérdida infinita en el infierno por mi pecado de
asociar algo (Cristo) con Dios.
Hay dos posibles respuestas a esta objeción. En primer lugar, en un
contexto teórico de decisión, tenemos justificación para ignorar los estados
que tienen remotamente pequeña probabilidad de obtener. Por lo tanto, no
debo preocuparme por la posibilidad de que, digamos, Zeus u Odín puedan
existir. En segundo lugar, podríamos tratar de limitar las opciones a las dos
disponibles o a un número manejable de alternativas. Esta pudo haber sido la
estrategia de Pascal. La apuesta es un fragmento de una Apología más grande
e inconclusa para el teísmo cristiano, interrumpida por la prematura muerte
de Pascal. Al mirar otros fragmentos de este trabajo, encontramos que aunque
Pascal desdeñó los argumentos filosóficos de la existencia de Dios, abrazó
con entusiasmo las evidencias cristianas, como la evidencia de la resurrección
de Cristo. Puede ser que él pensara sobre la base de tal evidencia que las
opciones podrían reducirse al teísmo cristiano o al naturalismo. Si las
alternativas se pueden reducir de esta manera, entonces la apuesta de Pascal
pasa la prueba con éxito.
Un buen ejemplo de un argumento pragmático e independiente de la
verdad para la creencia teísta se puede encontrar en el ensayo clásico de
William James “La voluntad de creer”. Escrito en respuesta a la sonora
declaración de W. K. Clifford de que está mal, siempre, en todas partes y para
cualquiera, cree en cualquier cosa con evidencia insuficiente, James quiere
mostrar que a veces estamos pragmáticamente justificados al creer algo ante
la ausencia de evidencia de su verdad. En los casos en los que no tenemos
evidencia preponderante a favor de una creencia, podemos recurrir a
consideraciones pragmáticas, insiste James, si y solo si la creencia es para
nosotros una opción genuina, es decir, una opción que es viva, trascendental
y forzada. Una opción viva es aquella que me presenta una creencia a la que
puedo dar un asentimiento genuino. Una elección es trascendental si mucho
depende de ella, si presenta una oportunidad única y sus consecuencias son
irreversibles. Finalmente, una elección es forzada si no hay opción de
permanecer indiferente, si no elegir creer es, en efecto, elegir no creer. James
sostuvo que la creencia religiosa cumple con estos criterios. Además, estaba
convencido de que la creencia religiosa es beneficiosa en esta vida,
independientemente de sus promesas para la próxima. Sus estudios lo habían
convencido de que los creyentes religiosos son personas más equilibradas,
más felices y más virtuosas que los incrédulos. Independientemente de la
verdad de la religión, entonces, la creencia religiosa es beneficiosa y, en vista
de tales beneficios, justificada pragmáticamente.
Y si eso es así, lo más lógico es pensar que él nos creó de tal manera que llegaríamos a tener
creencias tan verdaderas como que existe una persona como Dios.... Y si eso es así, entonces lo
más lógico es pensar que los procesos cognitivos que producen creencia en Dios están dirigidos
por su diseñador a producir esa creencia. Pero entonces la creencia en cuestión será producida
por facultades cognitivas que funcionen correctamente de acuerdo con un plan de diseño dirigido
con éxito a la verdad: por lo tanto, tendrá validez.[37]
1―INTRODUCCIÓN
La metafísica tiene un problema de relaciones públicas. Cuando algunas
personas escuchan la palabra, es probable que piensen en cierta área de la
librería en el centro comercial, donde obtienes libros sobre el movimiento
New Age, la proyección astral y la cocina herbal oriental. Es probable que
otros piensen en la metafísica como pura especulación intelectual sobre un
tema en el que la ciencia no puede dar una respuesta a nuestras preguntas. Por
popular que sea, ninguna de estas opiniones es precisa. La metafísica tiene
una larga y distinguida historia, que cuenta con algunos de los más grandes
pensadores de todos los tiempos: Platón, Aristóteles, Agustín, Boecio,
Aquino, Descartes, Leibniz, Locke y muchos otros. Junto con la lógica y la
epistemología, la metafísica es la parte más básica de la filosofía. Y la
metafísica ha sido la amiga de la teología desde hace mucho tiempo. Los
primeros credos de la cristiandad están llenos de términos metafísicos
―persona, esencia, sustancia, subsistencia― y dan testimonio de la ayuda
que la metafísica puede brindar al desarrollo de la teología sistemática.
El término metafísica fue utilizado por primera vez como un título para
un grupo de obras de Aristóteles (384-322 a.C.). Un conjunto de sus escritos
se refería a “las cosas de la naturaleza” y pasó a llamarse la Física. Otro
conjunto de obras (que el propio Aristóteles nunca nombró) fue llamado “los
libros después de la Física” (ta meta ta physica) por algunos editores
antiguos que recopilaron y editaron sus escritos en el siglo I a.C. Así, la
metafísica originalmente significaba “después de la Física” y, aunque la
reflexión metafísica existía antes de Aristóteles, el título se usó por primera
vez en la forma que se acaba de mencionar, y ha seguido refiriéndose a cierta
rama de la filosofía desde entonces.
Es difícil, si no imposible, proponer una definición adecuada de
metafísica. Por lo general, se caracteriza como el estudio filosófico de la
naturaleza del ser o de la realidad y las últimas categorías o tipos de cosas
que son reales. Esta definición es adecuada para capturar gran parte de lo que
se hace en metafísica. Las preguntas metafísicas típicas son estas: ¿Cuál es la
diferencia entre lo existente y lo no existente? ¿Es la realidad una o muchas?
¿Hay objetos abstractos que existen pero que no son espaciales ni
temporales? ¿Existen las sustancias y, de ser así, cuáles son? ¿Somos libres o
determinados? ¿Es la materia real y, de ser así, qué es? ¿Los humanos tienen
mentes y cuerpos? ¿La propiedad de ser rojo es real y, si es así, qué es?
¿Dónde está?
Un problema metafísico suele ser un enigma sobre algún tipo de
problema último expresado en una pregunta como una de las siguientes:
1. ¿Cómo podría existir x, dado que ciertas cosas son el caso?
2. ¿Cómo no puede haber x, dado que ciertas cosas son el caso?
Los ejemplos de (1) incluyen, ¿cómo podría haber seres vivos, dado que
todo en el universo es materia? ¿Cómo podrían existir los valores, dado que
todo lo que existe debe existir en algún momento en el espacio y el tiempo?
Los ejemplos de (2) incluyen, ¿cómo podría no haber objetos abstractos
llamados números, dado que las declaraciones de aritmética (2 + 4 = 6) son
necesariamente verdaderas? ¿Cómo podría no haber un alma, dada la
existencia de la libertad de la voluntad?
Estas preguntas deberían darle al lector una idea de los tipos de
problemas que abordan los metafísicos. En el resto de este capítulo, veremos
las principales ramas de la metafísica y estudiaremos algunas pautas
generales que a menudo se usan en la investigación metafísica. Las páginas
finales del capítulo examinarán brevemente un importante debate en
metafísica con el fin de ilustrar un tipo de disputa metafísica que ha existido
desde al menos el tiempo de Platón: el debate entre naturalistas y ontólogos
sobre la existencia de entidades abstractas (por ejemplo, propiedades,
números, proposiciones, conjuntos, relaciones).
Extranjero: Una parte está tratando de arrastrar todo a la tierra desde el cielo y lo invisible,
literalmente agarrando rocas y árboles en sus manos, ya que se aferran a cada acción y piedra y
afirman enérgicamente que la existencia real pertenece solo a lo que puede ser manejado y
ofrece resistencia al tacto. Definen la realidad como la misma cosa que el cuerpo, y tan pronto
como alguien de la parte contraria afirma que cualquier cosa sin un cuerpo es real, se vuelven
totalmente desdeñosos y no escucharán otra palabra.
Extranjero: Sí, y en consecuencia, sus adversarios son muy cautelosos al defender su posición
en algún lugar de las alturas de lo invisible, manteniendo con toda su fuerza que la verdadera
realidad consiste en ciertas formas inteligibles y sin cuerpo. En el choque de argumentos,
destruyen y pulverizan aquellos cuerpos que ejercen sus oponentes, y lo que esos otros alegan
que es la verdadera realidad, no un ser real sino una especie de proceso de transformación en
movimiento. En este tema, siempre hay una batalla interminable entre dos campos.[46]
En este texto, Platón hace referencia a una disputa metafísica que, para
ponerlo en términos contemporáneos, se centra en la existencia de entidades
abstractas. No podemos profundizar en los detalles de este debate aquí;
algunos aspectos del diálogo se tratarán en el capítulo diez. Por ahora,
ayudará a aclarar la naturaleza de las cuestiones y posiciones metafísicas si
declaramos de qué se trata este debate y cuáles han sido las principales
opciones al respecto. Definamos el universo como el sistema espacio-
temporal total de la materia y la energía (impersonal), es decir, como la suma
total de los objetos materiales, de alguna manera accesible a los sentidos y a
la investigación científica. El universo consiste en cosas, eventos y procesos
individuales que existen dentro del espacio y el tiempo, por ejemplo, átomos,
rocas, ríos, ósmosis y relámpagos. Para cualquier entidad en el universo, es
apropiado preguntar dónde y cuándo es.
Además del universo, muchos filósofos, como Platón, creían en otro
ámbito de entidades que se llaman objetos abstractos. Los objetos abstractos
son entidades inmateriales (es decir, no físicas) que no existen dentro del
espacio y el tiempo; en cambio, son atemporales y sin espacio. No tiene
sentido preguntar dónde o cuándo existen.
Ha habido muchos ejemplos de entidades abstractas: propiedades,
relaciones, conjuntos, números y proposiciones. En esta visión, las
propiedades son entidades que pueden ejemplificarse por muchas cosas al
mismo tiempo (por ejemplo, rojez, bondad, triangularidad, humanidad) y las
relaciones son entidades que pueden relacionar dos o más cosas y pueden
estar en más de un grupo de cosas al mismo tiempo (por ejemplo, más
brillante que, padre de, más grande que). Las propiedades y las relaciones se
llaman universales, porque, como se mencionó, pueden estar en más de una
cosa a la vez o pueden estar relacionadas en más de un grupo a la vez. Varias
manzanas pueden tener el mismo color rojo y varios grupos de personas
pueden entrar en la relación “padre de”.
Un conjunto es un grupo o colección de cosas llamadas: los miembros
del conjunto. El conjunto de todos los números del uno al diez es un ejemplo
de un conjunto. Los números son las cosas que entran en ciertas relaciones
matemáticas, por ejemplo, suma, resta. Las proposiciones son los contenidos
expresados en oraciones declarativas y contenidos en las mentes de las
personas cuando están pensando. Las proposiciones son también las cosas
que son verdaderas o falsas y que pueden relacionarse entre sí por medio de
las leyes de la lógica (por ejemplo, “si, entonces”, “si y solo si”).
Llamemos al mundo la suma total de todo lo que existe, incluidas las
entidades abstractas no temporales y el universo espacio-temporal de las
entidades físicas. El debate metafísico aludido por Platón puede ahora
plantearse de la siguiente manera: ¿existen entidades abstractas? O dicho de
otra manera: ¿existe el mundo o solo hay un universo? Los ontólogos son
aquellos filósofos que, como Platón, creen en el mundo y en las entidades
abstractas[47]. El término naturalismo tiene muchos significados diferentes,
pero un uso estándar del término lo define como la opinión de que el universo
existe solo. Como la mayoría de las formas actuales de naturalismo son de
sabor fisicalista, el naturalismo ha llegado a significar que la realidad se agota
por el mundo espacio-temporal de objetos físicos accesibles de alguna
manera a los sentidos y adoptados por nuestras mejores teorías científicas. El
naturalista tiene tres tareas antes de poder defender el naturalismo como una
visión metafísica amplia:
1. El naturalista debe demostrar que las entidades mentales no son reales (a)
negando su existencia directamente (por ejemplo, dado que las creencias,
si existen, deben ser mentales, entonces debemos tratar las creencias
como una tierra plana y negar que existan tales cosas) o (b) reduciéndolas
a entidades físicas en el espacio y el tiempo (por ejemplo, existen
creencias, pero en realidad no son más que estados del cerebro) o (c)
tratando de demostrar que de una forma u otra dependen del mundo
físico para su existencia.
2. El naturalista debe negar que las propiedades y relaciones son entidades
abstractas ya sea (a) negando que existan (nominalismo extremo) o (b)
aceptando la existencia de propiedades y relaciones pero tratándolas
como realidades materiales que están totalmente dentro del espacio y el
tiempo (nominalismo y realismo impuro).
3. El naturalista debe demostrar que las entidades abstractas no son reales
ya sea (a) negando su existencia directamente (por ejemplo,
proposiciones, como brujas, no existen en absoluto) o (b) reduciéndolas a
entidades físicas en espacio y tiempo (por ejemplo, proposiciones
existen, pero en realidad no son más que rasguños físicos llamados
oraciones).
1―INTRODUCCIÓN
En el capítulo ocho, vimos que son dos las tareas principales de la ontología
general: explicar qué es la existencia misma y describir las características
generales que son verdaderas para todas las entidades. En este capítulo,
abordaremos estas tareas mirando primero los problemas en la teoría del ser o
la existencia. ¿Qué es existir versus no existir? En segundo lugar,
investigaremos una característica que es verdadera para todas las entidades, a
saber, el hecho de que todo es idéntico a sí mismo y diferente de todas las
demás entidades. ¿Qué es la identidad y qué papel juega en la filosofía su
comprensión? Finalmente, examinaremos algunos aspectos de un área de la
metafísica estrechamente relacionada con la existencia y la identidad: el
reemplazo y el reduccionismo. ¿Qué significa reducir una cosa a otra? por
ejemplo, reducir el color a longitudes de onda, calentar al movimiento de las
moléculas, mentes a cerebros?
Cuando algo llega a existir, debe haber al menos una propiedad que
pertenezca a esa cosa. Por ejemplo, cuando un ser humano llega a ser,
entonces la propiedad de ser humano le pertenece a ese individuo en ese
momento. Cuando algo deja de ser, ya no tiene ninguna propiedad. El llegar a
ser y el perecer deben mantenerse separados de lo que los filósofos llaman
alteración. Un ejemplo de una alteración es que una manzana pasa de dulce a
amarga. Las alteraciones son tipos de cambio. Antes de que el cambio sea
posible, dos cosas deben ser verdaderas: (1) la cosa que está cambiando debe
existir, y (2) la cosa que cambia debe existir al principio, durante el proceso y
al final del cambio. En el ejemplo anterior, la manzana existe y continúa
existiendo mientras es dulce, durante el tiempo en que se vuelve agria y
mientras está agria. Una alteración es un caso en el que una cosa cambia en
las propiedades que tiene; no es un caso en el que algo cambia con respecto a
la existencia misma. Las alteraciones presuponen y, por lo tanto, no pueden
ser lo mismo que un cambio en la existencia misma.
Un segundo comentario sobre la existencia es este: la nada es eso, nada.
La nada no tiene ninguna propiedad. Las cosas que no existen no tienen
propiedades. Por ejemplo, el caballo volador Pegaso no tiene propiedades, y
eso es lo que equivale a su inexistencia. Podrías pensar que tiene la propiedad
de ser un caballo alado. Pero eso no es verdad. Nuestro concepto de Pegaso
(que está en nuestras mentes cuando pensamos en Pegaso) es un concepto de
algo que tendría la propiedad de ser un caballo alado si existiera. Pero Pegaso
no existe, y él, junto con todos los demás casos de nada, no tiene
propiedades. También se debe decir, sin embargo, que existe el concepto de
Pegaso, está en la mente de la persona que conoce el concepto, y el concepto
en sí mismo no tiene la propiedad de ser un caballo alado.
Muchos filósofos también sostienen que las propiedades negativas
tampoco existen. Por ejemplo, una manzana puede poseer positivamente la
propiedad de ser roja, dulce y redonda, pero, si existen propiedades negativas,
entonces la manzana también tendría las propiedades de no ser verde, no ser
cuadrada y, de hecho, la manzana tendría una cantidad infinita de
propiedades negativas (por ejemplo, de no ser un elefante). Sin embargo, es
más natural decir que la manzana no tiene la propiedad de ser verde, en lugar
de afirmar que tiene la propiedad de no ser verde. En general, cuando no es el
caso de que x sea F (la manzana no es verde), podemos explicar esto como un
caso en el que x no puede tener F, en lugar de afirmar la existencia positiva
de propiedades negativas, por ejemplo, como caso donde x tiene no-F.
Finalmente, algo debería decirse acerca de una posición en la historia de
la filosofía llamada la perspectiva de los modos de ser. De acuerdo con esta
visión, el ser es una categoría general, y la existencia es solo un tipo o modo
de ser (ver figura 9.1).
Las cosas que realmente existen (por ejemplo, los leones) tienen
existencia. Los objetos ficticios como Pegaso no tienen existencia, ni
tampoco existen. Más bien, han sido y, por lo tanto, son reales en una forma
menor que aquellas entidades que realmente existen. La existencia es solo un
tipo de ser, y los objetos ficticios inexistentes tienen ser aunque no existan.
Desde este punto de vista, hay grados de realidad, y el tipo de ser que tiene
Pegaso está a medio camino entre lo existente y lo no existente.
4―REEMPLAZO Y REDUCCIONISMO
Como seres humanos, estamos interesados en lo que es real y lo que no.
Importantes debates intelectuales se dan sobre la existencia de Dios, el alma,
los valores y la vida después de la muerte, solo por mencionar algunos.
Filosóficamente hablando, hay dos formas importantes de negar la existencia
de alguna entidad X: eliminar X y reemplazar la creencia con la creencia en
otra cosa Y, o continuar creyendo en X pero reducir X a Y.
Para entender esto, consideremos por un momento la historia de la
ciencia; las teorías científicas no siempre duran para siempre. El cambio de
teoría ocurre en la ciencia, y las teorías vienen y van de dos maneras
centrales: reemplazo y reduccionismo. A veces, un cambio de una teoría S a
una nueva teoría T implica un abandono total de S y una eliminación de las
entidades postuladas para la existencia de S. Un ejemplo de este tipo de
cambio, llamado reemplazo, fue el cambio de flogisto a química de oxígeno.
Cuando un metal se calienta en la atmósfera, pesa más después del
calentamiento que antes. En el siglo XVIII, los científicos explicaron esto
diciendo que la calefacción elimina una impureza en el metal conocido como
flogisto, que tiene un peso negativo.
A fines del siglo XVIII, la teoría del oxígeno de A. L. Lavoisier
reemplazó al flogisto. El oxígeno se veía como una entidad, diferente del
flogisto, con un peso positivo y que se unía a un metal cuando se calentaba en
el aire. El cambio del flogisto a la teoría del oxígeno fue un cambio teórico de
reemplazo. El modelo de oxígeno de Lavoisier no se vio como una mejor
imagen del flogisto que la de los científicos rivales. La teoría de flogisto fue
eliminada y reemplazada por completo; la gente ya no creía que el flogisto
existía.
Por otro lado, a veces un cambio de teoría implica reducción, es decir, la
creencia continua en alguna entidad X, pero ya no se cree que X sea lo que la
teoría S dijo que era; más bien, ahora está “reducido a” ser Y, lo que la nueva
teoría afirma que es. Por ejemplo, los científicos solían creer que cuando un
cuerpo se calienta es porque recibe calor, entendido como un fluido invisible,
sutil e ingrávido conocido como calórico. Hoy en día, los científicos creen
que no existe el calórico; en cambio, el calor se ha “reducido a” la vibración
de las moléculas, por ejemplo, la energía cinética promedio de un gas. El
calor no fue eliminado y reemplazado en este cambio de teoría. Los
científicos todavía creen en la existencia del calor. En cambio, primero se
pensó que el calor era X (calórico), pero ahora se ha “reducido a” ser Y (la
vibración de las moléculas).
La idea del reemplazo es bastante clara. Pero, ¿qué significa reducir una
cosa a otra? ¿Qué es reduccionismo? Desafortunadamente, la noción de
reducción en la filosofía tiene una amplia variedad de significados y no se le
da un uso común. Sin embargo, aquí están algunos de los diferentes sentidos
del reduccionismo:
1. Reducción lingüística. Esto ocurre cuando el lenguaje que usa un
vocabulario o un conjunto de términos se reemplaza por un lenguaje que usa
otro vocabulario o un conjunto de términos. Por ejemplo:
a. La familia promedio tiene 2.5 hijos.
a'. Agregue los niños y divida ese número por el número de familias y
obtendrá 2.5.
En este caso, la oración (a) usa el término “familia promedio”, que se
reemplaza por la oración (a'), donde el término se reemplaza por una fórmula
para calcular (con los términos agregar, dividir y numerar). La oración (a) es
la oración reducida, y (a') es la oración reductora. En algunos casos de
reducción lingüística, el término en la oración reducida (por ejemplo, “la
familia promedio”) ya no se usa para designar una entidad real en el mundo,
porque se deja fuera de la oración reductora. La oración (a) podría llevar a
alguien a pensar que había una familia en alguna parte, la familia promedio,
que en realidad tiene 2.5 hijos. Pero a través de la reducción lingüística
vemos que no existe tal entidad. Sin embargo, en otros casos de reducción
lingüística, el mero hecho de que las verdades que se dicen en un vocabulario
puedan decirse en otro vocabulario no significa, por sí mismo, que las
entidades designadas en la oración reducida no existen. Por ejemplo:
b. Hay tres cosas triangulares en la habitación.
b'. Hay tres cosas trilaterales en la habitación.
c. Un cuerpo sólido flota en un líquido si su gravedad específica es menor
que la del líquido.
c'. Un cuerpo sólido flota en un líquido si el cociente de su peso y volumen
es menor que el cociente correspondiente para el líquido.
d. Rojo es un color.
d'. Las cosas rojas son cosas de color.
1―INTRODUCCIÓN
Si una persona reflexiona sobre el mundo que lo rodea, será evidente que hay
una distinción entre cosas individuales como perros y automóviles y sus
propiedades. Además, también existe una clara distinción entre las
propiedades dentro de un individuo y las relaciones que el individuo sostiene
con otras cosas. Un perro específico es una cosa individual llamada sustancia,
tiene la propiedad de ser marrón, y se encuentra en la relación de más grande
que su plato de comida. En la historia de la filosofía, varios pensadores han
sostenido que tres de las categorías del ser son las de propiedad, la relación y
la sustancia. En este capítulo, investigaremos cuestiones filosóficas
involucradas en el estudio de propiedades y sustancias en ese orden.
2―PROPIEDADES
2.1 Tres Perspectivas Sobre las Propiedades
Supongamos que tenemos ante nosotros dos puntos rojos redondos
llamados Sócrates y Platón. Sócrates y Platón son exactamente iguales en
todas sus cualidades (es decir, propiedades). Dado que tienen el mismo
tamaño, forma, color, etc., Sócrates y Platón son un caso de lo que se llama
acuerdo de calidad. Sócrates y Platón son particulares concretos, es decir,
cosas individuales particulares que parecen tener propiedades (en este caso,
puntos que parecen tener la propiedad de ser rojas). Otros ejemplos de
particulares concretos son perros individuales, tablas o átomos de oro. ¿Cómo
debemos dar cuenta del acuerdo de calidad? Se han ofrecido tres amplias
respuestas a esta pregunta.
Primero, está el nominalismo extremo, defendido por filósofos como W.
V. O. Quine y Wilfrid Sellars. En esta visión, las propiedades no existen en
absoluto, y los particulares concretos y los grupos de detalles concretos son
las únicas cosas que son reales. Un nominalista extremo explicaría el
“acuerdo de calidad” entre Sócrates y Platón es como sigue:
A tiene la propiedad F si y solo si Q
Por ejemplo, Sócrates tiene la “propiedad” de rojez si y solo si Q. ¿Qué es
Q? Q puede ser “La palabra rojo es verdadera respecto a Sócrates” o puede
ser “Sócrates es un miembro del conjunto de detalles rojos y concretos”.
Estas dos estrategias se pueden representar como en las figuras 10.1 y 10.2.
Figura 10.1. Estrategia nominalista extrema #1 Figura 10.2. Estrategia nominalista extrema #2
Cuando hemos hallado una semejanza entre varios objetos [por ejemplo, objetos blancos] y que
frecuentemente se nos presenta, aplicamos el mismo nombre a todos ellos [“blanco”]… Después
que hemos adquirido un hábito de este género, la audición de este nombre despierta la idea de
uno de estos objetos y hace que la imaginación lo conciba con todas sus circunstancias y
proporciones determinadas.[50]
3―SUSTANCIAS
El término sustancia o substancias tiene muchos significados diferentes
asociados con él. Del mismo modo, ha habido diferentes usos del término en
la historia de la filosofía. Sin embargo, la idea más central de sustancia en la
historia de la metafísica es aquella que considera a los organismos vivos
(seres humanos individuales, mariposas, perros, robles) como los casos
paradigmáticos (es decir, lo estándar, los ejemplos más claros) de
sustancias. En nuestro estudio de la sustancia, (1) examinaremos la noción
tradicional de sustancia, (2) compararemos una sustancia con una propiedad-
cosa, (3) consideraremos el principal rival de la noción tradicional de
sustancia, y (4) dibujaremos algunas implicaciones de la posición tradicional.
Para entender lo que sigue, consideremos un perro marrón, adulto, el cual
llamaremos Fido. Una doctrina de sustancia debería explicar lo que parecen
ser cosas que conocemos sobre Fido, y la noción tradicional de sustancia hace
precisamente eso.
Me parece que la ciencia nos está dando cada vez más un punto de
vista por el cual los organismos pueden verse como mecanismos
fisicoquímicos. . . . En lo que respecta a la ciencia, parece que no
hay nada en el mundo, sino arreglos cada vez más complejos de
constituyentes físicos. Todos excepto un lugar: la conciencia. . . .
Simplemente no puedo creer que esto pueda ser así. Que todo
debería ser explicable en términos de física. . . excepto la ocurrencia
de sensaciones me parece francamente increíble.
J. J. C. SMART, “SENSACIONES Y PROCESOS CEREBRALES”
1―INTRODUCCIÓN
El hecho de ser diferentes de sus cuerpos, es prácticamente evidente para la
mayoría de las personas. Casi todas las sociedades a lo largo de la historia (a
menos que se les enseñe a pensar lo contrario) han creído en alguna forma de
vida después de la muerte, y esta creencia surge naturalmente cuando un ser
humano reflexiona sobre su propia constitución. Además, a lo largo de la
historia de la iglesia, la gran mayoría de los pensadores cristianos han
entendido correctamente las Escrituras para enseñar lo siguiente: (1) Los
seres humanos exhiben una unidad funcional holística. (2) Si bien es una
unidad funcional, los humanos son, sin embargo, una dualidad de
alma/espíritu inmaterial y cuerpo material, ambos intrínsecamente buenos.
Dejando de lado la cuestión de si el alma y el espíritu son iguales o
diferentes, y reconociendo que los términos bíblicos para alma (nepeš,
psychē) y espíritu (rûaḥ, pneuma) tienen una amplia variedad de significados
diferentes, sigue siendo claro que las Escrituras enseñan que el alma/espíritu
es un componente inmaterial diferente del cuerpo (Ec. 12: 7; Mt. 10:28), que
la muerte involucra que el alma abandone el cuerpo (Gen. 35:18; 1 Re. 17:21-
22), y que después de la muerte el alma continúa existiendo en un estado
intermedio incorpóreo mientras espera la resurrección del cuerpo (Lc. 23:46;
2 Cor. 5:1-10; Fil. 1:21-24; Heb. 12:23). (3) Dado que los animales son
criaturas vivientes, también tienen almas, esas almas son diferentes de las
almas humanas, y es poco probable que los animales sobrevivan a la muerte
(Gen. 1:30; Ap. 8:9).
Esta enseñanza bíblica debe integrarse con un área de filosofía conocida
como filosofía de la mente. Una parte principal de la filosofía de la mente es
algo llamado problema mente-cuerpo, que ocupará nuestra atención en este y
en los próximos tres capítulos.
Hay dos áreas centrales de debate con respecto al problema mente-
cuerpo. Primero, hay un debate sobre la naturaleza de la conciencia o las
propiedades/estados mentales, que discutiremos en los capítulos once y doce.
En este capítulo veremos cuestiones que involucran el dualismo de la
propiedad (y el dualismo de la propiedad simple definido más adelante): la
afirmación de que la conciencia o las propiedades/estados mentales son
inmateriales y no físicas. En el capítulo doce, continuaremos nuestra
discusión sobre la naturaleza de la conciencia o las propiedades/estados
mentales mirando las alternativas fisicalistas al dualismo de la propiedad con
respecto a la conciencia. En los capítulos trece y catorce seguiremos el
mismo patrón al discutir la segunda área central de debate sobre el problema
mente-cuerpo: la naturaleza del sujeto, portador o poseedor de la conciencia.
En el capítulo trece examinaremos cuestiones que involucran diferentes
versiones del dualismo de sustancia: la afirmación de que el sujeto de la
conciencia es inmaterial, no físico. Todas estas versiones sostienen que el
sujeto de la conciencia es un alma, yo, o mente que es distinta del cuerpo. En
el capítulo catorce, investigaremos las alternativas fisicalistas al dualismo de
sustancias que afirman que algo físico es el portador de la conciencia.
En este capítulo, veremos los siguientes temas: cuestiones preliminares, la
naturaleza de la conciencia, los argumentos para el dualismo de la propiedad
(o el dualismo de propiedad simple) y los argumentos contra el dualismo de
la propiedad.
2―CUESTIONES PRELIMINARES
Una vez que uno obtiene una descripción precisa de la conciencia (ver
arriba), queda claro que las propiedades/eventos mentales no son idénticos a
las propiedades/eventos físicos. Los estados mentales se caracterizan por su
sensación intrínseca, subjetiva, interna, privada, cualitativa, presentada a un
sujeto mediante la introspección en primera persona. Hay una especie de
dolor, una sensación de placer, un pensamiento de George Washington, y así
sucesivamente. Pero no existe lo que es ser como un electrón, ser una
neurona, un patrón de disparos sinápticos o cualquier estado físico. Además,
los estados mentales no pueden ser intrínsecamente descritos por el lenguaje
físico, incluso si, a través del estudio del cerebro, uno puede descubrir las
relaciones causales/funcionales entre los estados mentales y cerebrales. Pero
los estados cerebrales pueden describirse de manera exhaustiva e intrínseca
mediante el lenguaje físico.
Como se mencionó en la sección anterior, los estados mentales tienen una
naturaleza no física que los califica para estar relacionados con las tres
características de la subjetividad epistémica: acceso directo, autoridad
epistémica, acceso privado. Por el contrario, los estados físicos ―por
ejemplo, los estados cerebrales― son tales que deben accederse
indirectamente, y son entidades públicas tales que la autoridad epistémica y el
acceso privado no tienen ningún sentido con respecto a ellos.
Algunas sensaciones son placenteras o desagradables, pero nada físico
tiene estas propiedades. Un corte en la rodilla es, estrictamente hablando, no
desagradable. Es el evento de dolor causado por el corte que es desagradable.
Los estados mentales pueden tener la propiedad de familiaridad (por ejemplo,
cuando un escritorio parece familiar para alguien), pero la familiaridad no es
una característica de un estado físico. Cuando uno tiene un dolor, varias
neuronas llamadas fibras C participan en disparos sinápticos. Ahora, la
propiedad de ser un disparo de fibra C es una propiedad estructural
extremadamente complicada compuesta de miríadas de átomos, moléculas y
neuronas, todas ubicadas en una estructura geométrica muy complicada y que
exhibe una complicada estructura de disparo sináptico. Pero ser un dolor es
una cualidad simple; no está formado por miríadas de piezas colocadas en
una estructura complicada.
Como los estados mentales tienen estas características y los estados
físicos no, los estados mentales no son idénticos a los estados físicos.
Algunos fisicalistas han respondido negando que la conciencia tenga las
características en cuestión. Por ejemplo, los dualistas han argumentado que
los eventos de pensamiento no tienen propiedades geométricas (tamaño,
forma, ubicación) aunque el evento cerebral asociado con ellos sí lo tenga.
Los físicos afirman que los pensamientos están, después de todo, ubicados en
ciertos lugares del cerebro. Pero no hay ninguna razón para aceptar esta
afirmación, ya que los dualistas pueden explicar todos los factores espaciales
en términos de los eventos cerebrales relacionados causalmente con los
pensamientos. Son los eventos cerebrales asociados con pensamientos que
tienen características espaciales (tamaño, forma, ubicación), características
que pueden proyectarse en la pantalla de una computadora; no son los
eventos de pensamiento que tienen estas características espaciales. De hecho,
parece una falacia de categoría preguntar qué tan grande y cuál es la forma de
mi pensamiento sobre George Washington, y si está más cerca o más lejos de
mi oído izquierdo que mi idea sobre la nieve. Además, a través de la
introspección, los sujetos parecen saber bastante sobre las características de
sus pensamientos, y la ubicación espacial no es una de ellas. Los dualistas
ofrecen respuestas similares para las afirmaciones fisicalistas sobre las otras
características de la conciencia.
Imagine que está encerrado en una habitación, y en ésta hay varias cestas llenas de símbolos
chinos. Imagina que tú (como yo) no entiendes ni una palabra, pero que te dan un libro de reglas
en inglés para abordar los símbolos chinos. Las reglas especifican el uso de los símbolos de
manera puramente formal, en términos de su sintaxis, no su semántica. Así que la regla podría
decir: “Saca un garabato de la cesta número uno y colócalo junto a un letrero de la cesta número
dos”. Ahora, supongamos que otros símbolos chinos pasan a la sala, y que se te dan reglas
adicionales para devolverlos símbolos chinos fuera de la sala. Supongamos que los desconocidos
que pasaron los símbolos a la sala son llamados “preguntas” por las personas que están fuera de
la sala, y los símbolos que salen de la sala se llaman “respuestas a las preguntas”. Supongamos,
además, que los programadores son tan buenos diseñando los programas y que tú eres igual de
bueno abordando los símbolos, que muy pronto tus respuestas son indistinguibles de las de un
hablante chino nativo. Allí estás encerrado en tu habitación mezclando tus símbolos chinos y
repartiendo símbolos chinos en respuesta a los símbolos chinos entrantes.... Ahora, el objetivo de
la historia es simplemente este: en virtud de implementar un programa de computadora formal
desde el punto de vista de un observador externo, tú te comportas exactamente como si
entendieras chino, pero de todos modos no entiendes una palabra de chino.[54]
1―INTRODUCCIÓN
En el último capítulo, comenzamos nuestra investigación del problema
mente-cuerpo al examinar la posición conocida como dualismo de propiedad
simple y dualismo de propiedad simpliciter. El dualismo de propiedad simple
sostiene que si bien la conciencia y las propiedades/estados mentales son
inmateriales y no físicos, el poseedor de la conciencia es una entidad física,
por ejemplo, el cerebro o una subregión del cerebro. Por el contrario,
definimos el “dualismo de propiedad” como la opinión de que tanto la
conciencia como su poseedor (por ejemplo, una mente, alma, yo) son
inmateriales y no físicos. Un dualista de sustancia acepta el dualismo de
propiedad, porque considera que la conciencia es inmaterial. Pero no acepta
el dualismo de propiedad simple, porque rechaza la idea de que el poseedor
de la conciencia sea una entidad física de algún tipo.
En este capítulo, por dos razones, veremos a los principales rivales del
dualismo de propiedad simple: las versiones clave del fisicalismo en relación
con la conciencia y las propiedades/estados mentales. Primero, queremos
mantener el enfoque en las versiones fisicalistas de la conciencia y no en el
yo. Segundo, todos los que rechazan la inmaterialidad de la conciencia
también rechazan un alma o mente inmaterial. La batalla no se trata de la
naturaleza del poseedor de la conciencia. Supuestamente, esa batalla ha sido
ganada por los fisicalistas. Veremos en los próximos dos capítulos que esta
afirmación está lejos de la verdad. Por el contrario, los fisicalistas piensan
que la batalla ahora tiene que ver con la naturaleza de la conciencia y las
propiedades/estados mentales, es decir, con el dualismo de propiedad simple.
Entonces nuestro enfoque estará en las alternativas fisicalistas frente al
dualismo de propiedad simple.
Al comienzo del capítulo once, definimos el fisicalismo como el punto de
vista de que todas las entidades son entidades físicas. Aquí una “entidad
física” significa una que puede describirse completamente usando el lenguaje
de las ciencias duras, especialmente la química y la física. En la última
sección de este capítulo, veremos por qué esta comprensión de lo físico es la
más razonable para los fisicalistas modernos. Hasta entonces, este sentido del
término se utilizará sin más comentarios.
Aplicado al problema mente-cuerpo, un fisicalista cree que un ser
humano es simplemente una entidad física. En este capítulo, nos enfocaremos
en la conciencia y las propiedades/estados mentales. No todos los fisicalistas
están de acuerdo en cómo el fisicalismo debería analizar las
propiedades/estados mentales. La figura 12.1 representa las principales
formas contemporáneas de fisicalismo.
Figura 12.1. Variedades de fisicalismo reductivo y no reductivo
Daniel Dennett señala que “Darwin vio desde el principio que su teoría
debía incluir una explicación completamente naturalista de los orígenes de la
‘mente’... porque si el hombre fuera la excepción de oro a la regla de Darwin,
la teoría sería totalmente descartable.”[65] La forma más razonable de hacerlo
es avanzar en una versión de fisicalismo estricto, porque si algo como estados
mentales o sustancias existen, habría una cosa sobre los organismos vivos
más allá del alcance explicativo de la teoría de la evolución, y esto
amenazaría con hacer que esa teoría sea menos plausible. La mera afirmación
de que la mente simplemente emerge de la materia en el proceso evolutivo es
una afirmación no infalsificable en el mejor de los casos, y no una que encaje
naturalmente en una comprensión darwiniana de nuestros orígenes.
Este mismo punto ha sido hecho desde el tiempo de Darwin hasta el
presente. Aquí hay algunos ejemplos recientes. Paul Churchland hace esta
afirmación:
El punto importante acerca de la historia evolutiva estándar es que la especie humana y todas sus
características son el resultado totalmente físico de un proceso puramente físico.... Si este es el
recuento correcto de nuestros orígenes, entonces no parece que haya necesidad, ni espacio, de
incluir cualquier sustancia o propiedad no física en nuestra explicación teórica de nosotros
mismos. Somos criaturas de la materia. Y debemos aprender a vivir con ese hecho.[66]
Creo que debemos mantener no solo que el hombre tiene alma, sino
que es importante que sepa que tiene alma.
J. GRESHAM MACHEN, VISIÓN CRISTIANA DEL HOMBRE
1―INTRODUCCIÓN
En los dos capítulos anteriores examinamos diferentes puntos de vista
dualista y fisicalista de la conciencia y las propiedades/estados mentales.
También consideramos los argumentos a favor y en contra de cada punto de
vista, concluyendo que alguna forma de inmaterialismo con respecto a la
conciencia ―ya sea dualismo de propiedad o dualismo de propiedad
simpliciter― es la posición más razonable para sostener. Aquí, nos vamos a
enfocar en la afirmación de que el poseedor de la conciencia es una sustancia
inmaterial distinta del cuerpo. Por lo tanto, en este capítulo, primero,
proporcionaremos un breve resumen de nociones metafísicas importantes
para analizar si existe un alma y, si es así, qué es; segundo, proponer un
conjunto de argumentos que, si tienen éxito, respaldan todas las diferentes
versiones del dualismo de sustancia (dualismo genérico); tercero, caracterizar
tres versiones diferentes del dualismo de sustancia; y cuarto, concluir con
algunas ideas sobre la estructura del alma humana y la naturaleza de las
almas animales. Por dos razones, no consideraremos algunos argumentos
estándar contra el dualismo de sustancia. Por un lado, la mayoría de los
argumentos contra el dualismo de propiedad simple o el dualismo de
propiedad simpliciter presentados en los dos capítulos anteriores pueden ser
igualmente nivelados contra el dualismo de sustancia. Segundo, uno de los
argumentos en contra del dualismo de sustancias es la afirmación de que los
fisicalistas han ofrecido un mejor candidato para el “yo”, e investigaremos
ese reclamo en el próximo capítulo.
Y1 = Y2= Y3 Yo
Figura 13.1. Experiencia básica del yo
4.1.2 El Cuerpo
Descartes vio el cuerpo como una máquina física. Su dualismo de
sustancias involucraba un dualismo de dos sustancias separables: la mente y
el cuerpo. Para los cartesianos modernos, la mente es una sustancia y el
cuerpo es una propiedad puramente física o un agregado mereológico. De
cualquier manera, el cuerpo es un objeto físico totalmente descriptible en
términos físicos.
4.2.1 El Alma
El alma humana (en adelante, simplemente alma) es una sustancia simple
(que no contiene partes separables), espacialmente no extendida, que contiene
las capacidades para la conciencia y para animar y desarrollar
teleológicamente su cuerpo. De esta manera, el cuerpo es en realidad un
modo del alma (por ejemplo, el alma podría existir sin el cuerpo, pero no al
revés, porque un “cuerpo” sin un alma no es un cuerpo, es un cadáver). La
esencia del alma puede considerarse como información o como un plano:
contiene un conjunto ordenado con precisión de disposiciones o poderes
internos que, cuando se actualizan, dirigen el desarrollo de su cuerpo. Así,
muchos defensores de esta visión afirman que el cuerpo está en el alma en el
sentido de que el cuerpo es una estructura actualizada que corresponde y es
una manifestación de la estructura interna isomorfa, la esencia, que reside en
el alma. Por lo tanto, la mayoría de los poderes del alma (por ejemplo, el
poder de la vista) pueden actualizarse solo mediante el desarrollo del órgano
apropiado (por ejemplo, el ojo) del que depende esa potencia durante su
encarnación.
Además, la esencia del alma está constituida por propiedades
determinadas/determinables, es decir, la personalidad humana. Por lo tanto,
ser humano es una condición suficiente para ser una persona. Las facultades
del alma (por ejemplo, la mente, voluntad, espíritu, emociones, poderes para
producir y avivar un cuerpo) son partes/modos inseparables del alma que
contienen un grupo de poderes/capacidades que se asemejan naturalmente. La
esencia del alma fundamenta su pertenencia al tipo natural de una cosa y debe
entenderse en términos del esencialismo aristotélico. Por eso Joe tiene la
esencia de la personalidad humana que se clasifica en la clase de personas
humanas en lugar de, digamos, pingüinos.
Los aristotélicos de fines de la época medieval (1225-1671) establecieron
una distinción entre un particular grueso (el organismo concreto completo
que incluye el cuerpo, los accidentes más pequeños y específicos) y el
particular delgado (la esencia/forma, el nexo de la ejemplificación y un
individualizador, en su caso, materia prima).[99] En esta versión del dualismo
tomista/aristotélico, la persona humana es idéntica a su alma (el delgado
particular) y su alma contiene tres constituyentes metafísicos: una esencia
humana, una ejemplificación y un individualizador.[100] La esencia
individualizada es la base, el desarrollador, el unificador y el coordinador de
los diversos modos que están sentados como facultades (agrupaciones
naturales de potencialidades/disposiciones) dentro de ella.
1―INTRODUCCIÓN
En el capítulo once echamos un vistazo a los argumentos a favor y en contra
el dualismo de propiedad y de propiedad simple. En el capítulo doce
analizamos las alternativas fisicalistas al dualismo con respecto a la
conciencia y las propiedades mentales. En el capítulo trece nos encaminamos
al tema de la conciencia y analizamos diferentes versiones y argumentos a
favor y en contra del dualismo de la sustancia. Siguiendo nuestro patrón, en
este capítulo ofrecemos un tratamiento breve de las principales alternativas
fisicalistas al dualismo de sustancias: el animalismo, la perspectiva de la
constitución material, la perspectiva del cerebro y la teoría del gusano.
2―ANIMALISMO
2.1 La Perspectiva
De acuerdo con el animalismo, aunque podrían haber personas no
humanas (por ejemplo, ángeles), somos esencialmente idénticos a los
animales, organismos biológicos, miembros de la especie Homo sapiens o
cuerpos vivos sin partes artificiales. Como tal, somos continuantes
sustanciales que mantenemos la identidad absoluta a través de cambios
accidentales, aunque estamos hechos completamente de materia y podemos
ganar y perder partes con el tiempo.
¿Qué explica la habilidad de retener uniformidad literal a través del
reemplazo de una parte en un animal? La respuesta es que los animales tienen
vidas o, más exactamente, las vidas “poseen” organismos. Una vida es un
evento auto-organizado y autosuficiente que permite al organismo mantener
su estructura interna a pesar del cambio material. Una vida es una gran
variedad de eventos/procesos biológicos. ¿Cómo una vida proporciona la
capacidad para que un organismo retenga la identidad a través del reemplazo
de una parte? De esta manera: Consideremos el organismo O1 en el tiempot1
compuesto por todas y únicamente las partes llamadas “las p”. Cada parte
está constantemente sometida a eventos, cambios y procesos biológicos.
Llamemos al conjunto de todos los eventos de las p en t1“las e”. Ahora,
consideremos un organismo O2 en un tiempo posterior t2. Dejemos que todas
y únicamente sus partes en t2 se llamen “las q”, y llamemos al conjunto de
todos los eventos de las q en t2“las k”. Ahora podemos establecer las
condiciones de persistencia para organismos/animales de la siguiente forma:
P0: O1 en el tiempo t1 es idéntico a O2 en el tiempo t2 justo en caso de
que las e estén atrapadas en o constituyan la vida L1 en t1, las k estén
atrapadas en o constituyan la vida L2 en t2, y L1 sea idéntico a L2.
Dicho de manera más simple, si las actividades de las partes de un
organismo y las de las partes de “otro” organismo están atrapadas en la
misma vida, entonces los “dos” organismos son en realidad idénticos. La idea
es que el evento llamado “una vida” es ontológicamente más fundamental
que un organismo, y la vida es la carrera del organismo de tal manera que la
vida ―un tipo especial de evento, es decir, la suma de las actividades
metabólicas de las partes del organismo― sostiene la estructura delicada y
complicada entre las partes del organismo. Una vida es una tormenta
homeodinámica de atómica simple (un conjunto dinámico de procesos a lo
largo del tiempo que atraen y expulsan partes mientras mantienen su
estructura), un evento celoso, autosustentable y bien individuado. Un
organismo persiste en caso de que el proceso metabólico que es su vida siga
imponiendo su organización característica en partes nuevas. Además, ¿qué
significa que un conjunto de entidades, las x, cuenten como partes? Las x
componen (son parte de) algo y (y y siempre serán un organismo) si y solo si
las actividades de las x constituyen una vida. Finalmente, aunque somos
esencialmente animales, somos accidentalmente personas. Ser una persona es
como ser un adolescente, una fase que atravesamos cuando se cumplen
ciertos criterios psicológicos (por ejemplo, capaces de razonar, formar
objetivos y desarrollar métodos para lograrlos). Así que existes en la
concepción, pero como eres simplemente un animal, tienes poco valor,
eventualmente te conviertes en una persona por un tiempo, y si al final de la
vida no puedes satisfacer los criterios psicológicos relevantes para la
personalidad, sigues existiendo, pero ahora como un animal no personal.
Algunos animalistas sobresalientes son Eric Olson, Peter van Inwagen y
Trenton Merricks.
3―CONSTITUCIONALISMO MATERIAL
3.1 La Perspectiva
En los últimos quince o veinte años, las reflexiones sobre la composición
del material se han vuelto acaloradas, y en consecuencia, un creciente número
de pensadores han intentado usar la composición material como una forma de
dar cuerpo a una perspectiva (incluida una perspectiva cristiana) de la
persona humana. Dos importantes defensores del constitucionalismo material
son Kevin Corcoran y Lynne Rudder Baker. En esta sección, interactuaremos
brevemente con Baker, quien es el defensor más destacado de esta
perspectiva
Antes de continuar, debemos aclarar la distinción entre la relación de
composición y la relación de constitución. La composición es la relación
más familiar para las personas, y es una relación de muchos a uno; por
ejemplo, muchas partículas atómicas componen una mesa, muchas células
componen un cuerpo, y así sucesivamente. Por el contrario, la constitución es
una relación uno a uno entre dos objetos que existen en el mismo lugar al
mismo tiempo; por ejemplo, una cierta pieza de plástico constituye una
licencia de conducir, un trozo de mármol constituye una estatua, un cuerpo
constituye una persona. La constitución se aclarará a medida que
profundicemos en las opiniones de Baker.
Baker afirma que soy fundamentalmente una persona, y una persona
(humana o no humana) es una entidad con potencial para una perspectiva de
primera persona.[117] La perspectiva de primera persona es una propiedad
que las personas tienen, que se basa en los poderes causales del cerebro y es
constitutiva de personas. La capacidad de concebirse a uno mismo es
necesaria y suficiente para tener una perspectiva fuerte y robusta de primera
persona. Una persona humana es una persona totalmente constituida por un
cuerpo que es un organismo humano, un animal de la especie Homo sapiens.
Entonces, la relación de la persona con su cuerpo es que el último constituye
el primero; ellos no son idénticos.
De acuerdo con Baker, la constitución no es identidad. ¿Por qué?
Considera a David la estatua y la “Pieza” de masa de mármol que constituye
a David. Estos no pueden ser idénticos, porque tienen diferentes propiedades
modales o condiciones de persistencia (por ejemplo, si la masa cambia de
forma, la pieza podría sobrevivir pero David no). La constitución es un tipo
de relación de unidad cuya relata (las cosas que se relacionan) no son ni
idénticas ni dos particulares independientes (separables). David y la Pieza
coinciden espacialmente, tienen todas sus partes y propiedades físicas
separables en común (tamaño, masa, color), son tales que las propiedades
estéticas de David dependen de las propiedades de la Pieza, y David no tiene
a la Pieza como una parte apropiada. La constitución es una relación en algún
lugar entre la identidad y la existencia separable. Si x constituye y, entonces
hay un individuo unificado cuya identidad está determinada por y. La
identidad de la cosa constitutiva (x) está sumergida o abarcada por la
identidad de lo que constituye (y). Baker enumera los siguientes ejemplos
para ilustrar la ubicuidad de la relación de constitución: los trozos de papel
constituyen billetes de dólar y el ADN constituye los genes.
Baker también afirma que las cosas pueden tener propiedades de
diferentes maneras: derivativa y no derivativa (es decir, propiedades
derivadas y no derivadas). Por ejemplo, la Pieza tiene muchas propiedades
(por ejemplo, ser una estatua) derivativamente (es decir, en virtud de
constituir a David) y algunas no derivativas (masa). David tiene propiedades
derivativas, es decir, en virtud de estar constituidas por la Pieza (por ejemplo,
estar hecho de mármol) y algunas no derivativas (ser una estatua). Sin
embargo, las propiedades derivadas no son aditivas (por ejemplo, no hay dos
veces la masa presente en la Pieza). X poseyendo P derivativamente es x que
constituye algo y que tiene P no derivativamente.
Dado que la relata de la relación de constitución puede pertenecer a
muchos tipos (ser una pieza de plástico y ser una licencia de conducir, ser un
papel y ser un billete de un dólar, ser un trozo de mármol y ser una estatua;
ser un organismo vivo/cuerpo y ser una persona), es el tipo principal (ser una
licencia de conducir, ser un billete de un dólar, ser una estatua, ser una
persona) el que determina las condiciones de persistencia de un objeto.
Ciertas circunstancias son condiciones suficientes para que un objeto x
constituya un objeto y, donde x, y no son idénticos y pertenecen a diferentes
tipos (por ejemplo, ser mármol, ser una estatua); a saber, una clase completa
de nuevas clases de poderes causales están presentes en el objeto constituido
(la estatua) en virtud de su tipo (ser una estatua).
En cuanto a las personas humanas, la colección mereológica de
átomos/moléculas compone el cuerpo (y la persona) en un momento dado,
pero la colección no es idéntica a ese cuerpo. Y el cuerpo humano (el
organismo humano) constituye la persona humana. Una persona humana es
un particular que está totalmente constituido por un organismo/cuerpo
humano y que tiene una capacidad para una perspectiva de primera persona.
Baker también rechaza el esencialismo mereológico y afirma que los objetos
materiales son continuantes perdurables y no sumas de partes temporales;
por lo tanto, las personas humanas son tales continuantes. Ella no ha dado
argumentos detallados sobre por qué rechaza el esencialismo mereológico
para los objetos materiales.
Y aunque una persona es esencialmente una persona, una persona humana
no es esencialmente un ser humano. Lo que hace humanas a las personas
humanas es que están constituidas por cuerpos biológicamente humanos, es
decir, un animal humano o un organismo humano. Aun así, es posible que
una persona humana llegue a estar constituida por un cuerpo no biológico y
todavía exista si, por ejemplo, el cuerpo fue reemplazado gradualmente por
partes biónicas sin perder la perspectiva de primera persona. De hecho,
debido a que la constitución no es identidad, uno podría sobrevivir a la
muerte del cuerpo en un estado intermedio antes de la resurrección final al
estar constituido por un nuevo tipo de cuerpo.
5.1 La Perspectiva
Antes de que podamos entender la perspectiva cuadridimensional de
partes temporales, debemos introducir una serie de distinciones:
Como puedes ver, de acuerdo con la teoría del gusano, somos objetos
materiales que se extienden en el tiempo al tener diferentes partes temporales
que existen atemporalmente en diferentes momentos estáticos. Somos
eventos extendidos temporalmente como un juego de béisbol. El juego
completo nunca está presente en ningún momento; más bien, todo el juego es
una suma de nueve etapas temporales llamadas entradas (y éstas, a su vez,
podrían considerarse etapas temporales con etapas temporales adicionales que
las componen). Del mismo modo, un ser humano nunca está presente en un
momento dado; más bien, lo que uno encuentra a la vez es una etapa de
persona. El humano completo es una entidad teórica que nunca está presente
para la observación. Para la mayoría de los defensores de la teoría del gusano,
una persona es atemporalmente idéntica a su historia, así como la Primera
Guerra Mundial es atemporalmente idéntica a su misma historia (es decir,
series específicas de etapas temporales que la componen). Además, una
persona es como ser un adolescente: una fase en la vida de un ser humano.
Por lo tanto, “persona” es una clasificación por fases (ordena y se refiere a las
cosas como fases temporales) y no una clasificación por tipo natural (que
ordena y se refiere a tipos de cosas). Esto se puede ver en la figura 14.1.
Figura 14.1.
Como puedes ver, el ser humano existe desde el momento del nacimiento
(t0) hasta la muerte (t16). Pero la persona corre de t2 a t12. Cada etapa dentro de
este último evento de t2 a t12 satisface algún criterio psicológico para la
personalidad (por ejemplo, ser capaz de usar el lenguaje, tener un concepto de
sí mismo, ser capaz de formular objetivos y medios para alcanzarlos),
mientras que el período desde la concepción hasta t2 y desde t12 hasta t16
representan etapas de una no persona humana; la última etapa puede ser un
período caracterizado, por ejemplo, por estar en estado de coma o estado
vegetativo persistente.
La teoría del gusano contrasta con una perspectiva de sentido más común
según la cual somos continuantes perdurables que se mueven a través del
tiempo, están completamente presentes en cada momento de nuestras vidas y
no tienen partes temporales.
Figura 14.2.
Figura 14.3.
En la figura 14.3 queda claro que Tibbles (representado por el todo, más
grande que se encoge en tamaño cuando se le corta su cola) no es idéntico a
Tib (el cual es el gusano espacio-tiempo más pequeño, tal que antes de t1 Tib
es una parte arbitraria no unida de Tibbles y después de t1 Tib y Tibbles se
superponen).
¿Qué deberíamos hacer con la teoría del gusano? Por una serie de
razones, es difícil de aceptar. Primero, tenemos intuiciones extremadamente
fuertes de que una perspectiva del tiempo de serie A es verdadera: hay un
flujo al tiempo, el devenir temporal es primitivo y real, y las indiciales
temporales (“ahora”, “luego”) se refieren a las características reales del
mundo, es decir, hechos temporales. Y parecemos ser continuantes
perdurables que existen por completo en cada momento de nuestras vidas a
medida que avanzamos en el tiempo. En este momento, yo mismo como una
persona completa estoy escribiendo esta oración; no hay una parte temporal
de mí que esté escribiendo atemporalmente. Es muy difícil dar un sentido
intuitivo a la idea de que yo resulto ser un evento extenso temporalmente
estático cuyas partes temporales tienen atemporalmente propiedades.
En segundo lugar, soy yo mismo quien piensa. Soy idéntico a un
pensador. Y pensar implica un flujo continuo a través del tiempo durante un
proceso de pensamiento. No creo en virtud de tener una parte (temporal) de
mí que piensa atemporalmente. Para evitar este problema, un defensor de la
teoría de gusanos puede ajustar su punto de vista para incluir la noción de que
el pensador ―yo mismo― sea idéntico a cada etapa de pensamiento. Pero
esta respuesta parece ser una vez más la cura que mató al paciente. Por ahora,
me convierto en una serie de yos momentáneos y fugaces, y esto es muy
difícil de creer.
En tercer lugar, considere el caso de fisión representado en la figura 14.4.
Figura 14.4.
Nada sucede por azar; todo lo que ocurre es por necesidad racional.
LEUCIPO, FRAGMENTO (2)
1―INTRODUCCIÓN
Ya sea que lo admitamos o no, todos abrazamos una perspectiva ética sobre
lo que es correcto e incorrecto, virtuoso o ruin, digno de alabanza o
desprecio. Y un punto de vista ético sobre vida representa a los seres
humanos en general como seres intelectualmente y moralmente
responsables. Sin embargo, tal responsabilidad parece requerir algún tipo de
libertad de la voluntad como una condición necesaria. ¿Pero somos realmente
libres? Si es así, ¿qué tipo de libertad tenemos? ¿Es el determinismo
verdadero y compatible con la libertad?
La existencia y la naturaleza del libre albedrió es una cuestión de
importancia práctica para saber cómo vamos a emplear una perspectiva ética
en nuestras relaciones personales y sociales con los demás. Es también una
cuestión teórica problemática a la luz de diversas cosmovisiones que la gente
abraza. Por ejemplo, hay quienes sostienen que si el naturalismo es
verdadero, es difícil ver cómo la acción humana podría existir, porque el
naturalismo parece describir a seres humanos como máquinas pasivas que
forman parte de una red más amplia de causalidades físicas. En tal visión,
todos los eventos son o puramente sin causa y por azar o determinados por
eventos previos. De cualquier forma, las acciones libres son descartadas. Para
el teísmo cristiano, ciertas doctrinas han generado problemas a ciertas
perspectivas sobre la existencia y la naturaleza del libre albedrío: la
existencia y el origen del mal, la soberanía de Dios, la predestinación y la
elección, la justicia del infierno, y el conocimiento previo de Dios de actos
contingentes y libres por los seres humanos.
En este capítulo, vamos a ver los problemas filosóficos involucrados en el
esclarecimiento de la naturaleza de la libertad y en la defensa o crítica de su
realidad. Pero, ¿qué entendemos por libertad? Parte de nuestro propósito en
este capítulo será abordar esta cuestión, pero por ahora podemos distinguir
tres sentidos diferentes de la libertad. En primer lugar, está la libertad de
permiso: la noción social/política de la libertad involucrada en las
discusiones sobre los derechos, la autoridad del Estado, y la ley. Este sentido
de la libertad no nos concierne en este capítulo.
En segundo lugar, existe la libertad de la integridad personal: la
capacidad de personas plenamente desarrolladas y perfectamente funcionales
para actuar como seres unificados en una forma responsable y madura. Esta
forma de libertad contrasta con la esclavitud y la servidumbre que viene de
un ser inmaduro, dividido y no desarrollado. Entendido así, la libertad de la
integridad personal es en gran medida un concepto de desarrollo empleado en
los estudios de la formación psicológica y espiritual, aunque tiene aspectos
filosóficos también.
Por último, está la libertad de responsabilidad moral y racional: esa
libertad forma parte de la acción humana y de la agencia, en la que el ser
humano actúa como un agente que es en cierto sentido el autor de las
acciones propias y, en este sentido, está en el control de sus propias acciones.
Este tipo de libertad funciona como una condición necesaria para la
responsabilidad moral y, algunos dirían, para la responsabilidad intelectual.
Este tercer sentido de la libertad será principalmente usado en este capítulo, y
cuando hablemos de libertad o libre albedrío, esto es lo que se entenderá a
menos que se indique lo contrario.
Todos los cristianos están de acuerdo en que tenemos libre albedrío, pero
hay diferencias importantes entre ellos ―y entre los filósofos en general―
acerca de lo que es el libre albedrío. Podemos definir el determinismo como
la opinión de que para cada evento que ocurre, hay condiciones de tal manera
que, dadas esas condiciones, nada más podría haber pasado. Por cada evento
que ocurre, su suceso fue causado o exigido por factores previos tales que
debido a estos factores anteriores, el evento en cuestión tenía que ocurrir. Una
forma de determinismo se define como la opinión de que cada evento es
causado por eventos antecedentes causales y las leyes pertinentes suficientes
para la producción de ese evento. En cualquier momento t, sólo hay un
mundo futuro físicamente posible que puede obtenerse. Cada evento es el
resultado inexorable de una cadena de acontecimientos que conducen hacia a
y suficiente para ese evento. Los deterministas fuertes están de acuerdo con
los libertarios en sostener que el determinismo es incompatible con el libre
albedrío. El determinismo fuerte niega la existencia del libre albedrío (como
se entiende por los libertarios) y el libertarismo acepta el libre albedrío y
niega el determinismo con respecto a la libertad humana. El determinismo
débil, también llamado compatibilismo, sostiene que la libertad y el
determinismo son compatibles entre sí, por lo que la verdad del determinismo
no elimina la libertad. Como veremos, los compatibilistas tienen una
comprensión del libre albedrío distinta de la de los libertarios y los
deterministas fuertes.
El propósito principal de este capítulo es definir y comparar el
libertarismo y el compatibilismo y presentar algunas de las fortalezas y
debilidades de cada uno. Parte de la tarea de ser capaz de evaluar perspectivas
compatibilistas y libertarias de la libertad es aclarar lo que las dos posiciones
son. De hecho, la exposición de estos puntos de vista es una parte principal
del caso de cuál perspectiva aceptar, ya que la propia decisión en este sentido
con frecuencia se reducirá a cuál teoría es más congruente con las propias
intuiciones consideradas sobre una serie de cuestiones que se plantean en la
discusión de las acciones humanas. Con esto en mente, la sección principal
del capítulo comenzará por dar una visión general de compatibilismo y
libertarismo seguido de una comparación de los dos sobre cinco temas de
crucial importancia para una teoría adecuada de la libertad: la condición de
capacidad, la condición de control, racionalidad, la causalidad y la persona.
Se cerrará con un análisis de dos áreas problemáticas finales: el fatalismo y
las cuestiones teológicas. En el proceso de exposición, comparación y
contraste, los argumentos a favor y en contra de cada perspectiva serán
mencionados.
2.2.4 Causalidad
Partiendo de lo que ya se ha dicho, ya podemos anticipar una diferencia
entre libertarios y compatibilistas sobre la causalidad. Para aclarar esta
diferencia, supongamos que la causalidad es una relación entre dos cosas, a
saber, la causa y el efecto. Para el compatibilista, el único tipo de causalidad
se llama causalidad evento-evento (también llamada causalidad estado-
estado). El único tipo de entidades que se pueden poner en la relación causal
son los eventos. Supongamos que un ladrillo rompe un vaso. En general, la
causalidad evento-evento puede ser definida de esta manera: Un evento de
tipo K (el movimiento del ladrillo y su contacto de la superficie del vidrio) en
circunstancias de tipo C (el vidrio estando un sólido y no en estado líquido)
produciendo una entidad de tipo E (el objeto de cristal en sí mismo) causando
que ocurra un evento de tipo Q (el rompimiento del vidrio). Si decimos que el
viento hizo que el ladrillo rompiera el cristal, estrictamente hablando, esto no
es correcto. Más bien, debemos decir que el movimiento del viento provocó
un desplazamiento del ladrillo que, a su vez, provocó una ruptura del vidrio.
En este caso, todas las causas y efectos en la cadena son eventos. Del mismo
modo, si decimos que el deseo de votar causó que Jones levantara su brazo,
estamos equivocados. Estrictamente hablando, un deseo de votar causó un
levantamiento del brazo en el interior de Jones.
Los libertarios concuerdan en que la causalidad evento-evento es la forma
correcta de dar razón de los acontecimientos normales en el mundo natural
como ladrillos rompiendo vidrios. Pero cuando se trata de los actos libres de
personas, la persona misma como sustancia y como un agente ocupa el
primer término de la relación causal (la causa) y el acto es el segundo término
(el efecto). Las personas son agentes y, como tales, ya sea que en actos libres
causen sus actos por razones (llamado agente causal) o sus actos son
simplemente eventos no causados que hacen espontáneamente mediante el
ejercicio de sus poderes por razones (llamada teoría no causal de agencia).
De cualquier manera, las personas son vistas como causas primeras o motores
inmóviles que simplemente tienen el poder, como agentes libres, de ejercer la
habilidad de actuar como los autores finales de sus acciones. Es el yo, el yo
que actúa, no un estado en nosotros que causa un movimiento de algún tipo.
Los libertarios sostienen que su visión le da sentido a la diferencia entre
acciones (expresada por la voz activa, por ejemplo, Jones levantó la mano
para votar) y los meros sucesos (expresada por la voz pasiva, por ejemplo, un
levantamiento de la mano fue causado por un deseo de votar, el cual fue
causado por x,…).
En este punto, puede ser útil tener en cuenta la importancia de la física
cuántica en el debate del libre albedrío. Según algunos, ciertos eventos
cuánticos (por ejemplo, la ubicación precisa de un electrón golpeando una
placa después de haber sido disparado a través de una abertura, el tiempo
exacto en el que un átomo específico de uranio se descompondrá en plomo)
son eventos no causados por completo y, como tales, son indeterminados,
sucesos aleatorios. Por lo tanto, se argumenta que, una visión cuántica de la
realidad abandona el determinismo y abre espacio para el indeterminismo y
la libertad libertaria.
Por desgracia, la física cuántica tiene poca importancia en el debate del
libre albedrío. Por un lado, muchos científicos creen que el mundo cuántico
es tan determinado como el mundo normal de los macro-objetos como
pelotas de béisbol y autos. Simplemente no sabemos (quizás no podemos
saber) las causas de algunos eventos y no podemos predecir con exactitud el
comportamiento exacto de las entidades cuánticas. Por otro lado, incluso si
concedemos que en el mundo cuántico realmente el determinismo es falso,
todavía podría decirse que el determinismo reina en el macromundo.
En tercer lugar, y más importante, para el libertario, una condición
necesaria para el libre albedrío es una visión de la persona como una
sustancia que actúa como agente, es decir, como una primera causa o motor
inmóvil. Por eso, el determinismo es suficiente para la negación de la libertad
libertaria, ya que dice que todos los eventos son causados por
acontecimientos anteriores y no hay agentes sustanciales que actúen como
motores inmóviles. Pero incluso si el determinismo es falso, esto por sí solo
no establece la libertad libertaria, porque los eventos no causados
completamente al azar que ocurren sin razón, como en el mundo cuántico, no
dan ni el tipo de agencia necesaria para la libertad libertaria, a saber, la
libertad por la cual el agente como una sustancia está en control de sus
acciones. El debate principal entre compatibilistas y libertarios es uno acerca
de la naturaleza de la agencia y no del determinismo per se, aunque la verdad
del determinismo es suficiente para la negación del libertarismo, como ya se
mencionó.
Con esto en mente, estamos en condiciones de modificar la comprensión
de compatibilismo moderno que hemos utilizado hasta este punto. El
compatibilismo es básicamente la tesis de que la libertad y el determinismo
son compatibles entre sí, que ambos pueden ser verdaderos. Pero algunos
―de hecho la mayoría― de los compatibilistas van a aceptar la verdad del
determinismo, mientras que otros no se comprometen a aceptar el
determinismo.
Figura 15.1.
1―INTRODUCCIÓN
La muerte es un evento dramático y doloroso. Sin embargo, una verdad
central del cristianismo sostiene que la inmortalidad personal, en la cual yo
mismo sobreviviré a la muerte y viviré en la otra vida, es real. Ha habido una
gran cantidad de modelos diferentes que buscan representar la vida después
de la muerte tal como se enseña en las Escrituras, pero tres de estos modelos
se encuentran entre los más populares. En primer lugar, está la posición
tradicional sobre la inmortalidad, sostenida por la mayoría en la historia de
la iglesia. Desde esta perspectiva, solo Dios posee la inmortalidad en sí
mismo (véase 1 Tim. 6:16). Aun así, aunque los seres humanos son propia y
normalmente interpretados como una unidad de cuerpos humanos materiales
y almas inmateriales sustanciales, en el momento de la muerte una persona
entra en un estado incorpóreo temporal que es menos que completo y luego
recibe un nuevo cuerpo resucitado en la resurrección general. La persona que
sobrevive a la muerte soy “yo mismo” en un sentido absoluto y literal.
Una segunda perspectiva puede llamarse la posición de resurrección
inmediata sobre la inmortalidad. En esta perspectiva, cuando alguien
muere, se le da inmediatamente una especie de cuerpo temporal mientras
espera un cuerpo resucitado final, o Dios le quita su cuerpo previo a la muerte
y lo reemplaza con un cadáver que es sepultado. Esta posición tiene la virtud
de permitir la existencia personal continuada en un estado intermedio, pero se
enfrenta al hecho de que ciertos textos bíblicos parecen describir el estado
intermedio como un cuerpo incorpóreo (ver Sal. 49:15; Mt. 27:50; 2 Cor. 5:1-
8, Heb. 12:23, Ap. 6:9-11).
Una tercera perspectiva, más reciente, se llama posición recreativa sobre
la inmortalidad: cuando alguien muere, él se extingue ―no hay persona
incorpórea en un estado intermedio― pero en la resurrección de los muertos,
Dios recrea a esa persona de nuevo de la nada. Aparte de las dificultades
exegéticas con esta postura, no está claro que la misma tenga los recursos
para sostener que la persona que se recrea es, literalmente, la misma persona
que murió años antes. Volveremos a esta pregunta y al tema de la vida
después de la muerte ya al final del capítulo. Sin embargo, debe quedar claro
que la inteligibilidad de la supervivencia personal de la muerte (y de
cualquier versión de dicha supervivencia) será en parte una cuestión de la
perspectiva general de la identidad personal a través del cambio. El tema de
la identidad personal es de gran interés por sí mismo, pero también se
relaciona con la creencia en una vida futura.
Las preguntas sobre la identidad personal a través del cambio son
aspectos de un tema más amplio de igualdad y cambio en general. En el
capítulo nueve se señaló que antes de que el cambio sea posible, lo que
cambia debe existir al principio, durante y al final del cambio. Si una
manzana cambia de amarilla a roja, debe ser la misma manzana durante todo
el cambio. En general, el cambio presupone la mismidad literal y absoluta a
través del cambio. Si no existe tal mismidad o igualdad, entonces solo hay
sucesión y ningún cambio real. Habría una manzana amarilla en el momento
x que dejó de ser y una manzana roja en el momento y sucesora de la anterior.
En el capítulo diez vimos que la doctrina tradicional de la sustancia es una
visión metafísica que busca, entre otras cosas, dar cuenta de la mismidad
mediante el cambio.
Sin embargo, nuestro propósito en este capítulo no es centrarnos en la
mismidad y el cambio en general, sino en la naturaleza de la identidad
personal en particular. ¿Qué es una persona humana, y esa persona sigue
siendo la misma a través del cambio? Si es así, ¿cómo lo entendemos? La
teología cristiana tradicional, el sentido común y varios argumentos
filosóficos se unen para afirmar que las personas sostienen la mismidad
absoluta y real a través de varios tipos de cambio. Esta posición se denomina
perspectiva absoluta de la identidad personal y, con mucha frecuencia,
aunque no siempre, está asociada con el dualismo de sustancia (véase el
capítulo 13).
Sin embargo, ciertas ideologías contemporáneas como el cientificismo, el
fisicalismo y formas sensoriales del empirismo crudo hacen que la mismidad
absoluta a través del cambio sea imposible. Por estas y otras razones, se han
ofrecido diversas perspectivas empiristas sobre la identidad personal como
alternativas a la visión absoluta. En este capítulo, primero veremos la
identidad de los artefactos físicos a través del cambio; segundo, se explicará
detalladamente la perspectiva absoluta y dos perspectivas empiristas sobre la
identidad personal (la posición del cuerpo y la perspectiva de la memoria);
tercero, se evaluarán los argumentos a favor y en contra de estas tres
posiciones.
Antes de continuar, se deben hacer algunas distinciones preliminares.
Primero, debemos distinguir un sentido de identidad absoluto y estricto de
un sentido de identidad amplio y popular. Si una entidad x en el momentot1
mantiene una identidad absoluta y estricta con la entidad y en el momento t2
(digamos x es Smith a los doce años y y es Smith a los cuarenta y tres años),
entonces x e y están en la relación de identidad el uno con el otro de modo
que la ley de Leibniz sobre la indiscernibilidad de los idénticos (véase el
capítulo 9) se cumple para x e y (algo es cierto para x si y solo si es cierto
para y). Todo lo verdadero de Smith a los doce años es cierto de Smith a los
cuarenta y tres, porque la misma persona que tenía doce años ahora tiene
cuarenta y tres. En absoluta mismidad, una persona se mueve a través del
tiempo y existe completamente en cada momento de su vida. Las personas no
tienen partes o etapas temporales; por lo tanto, los tiempos y las fechas no
son partes de personas. Smith, a los doce años, medía metro y medio y
mediría metro ochenta de alto a los cuarenta y tres. Smith a los cuarenta y tres
mide metro ochenta de alto, pero medía metro y medio.
Examinaremos más de cerca el sentido de identidad popular y amplia
cuando miremos la identidad de los objetos físicos. Pero, por ahora, debemos
señalar que si algo mantiene una identidad amplia y popular a través del
cambio, nuestro juicio de mismidad es hasta cierto punto arbitrario y no debe
ser entendido de manera estricta. Por ejemplo, el equipo de béisbol Kansas
City Royals podría cambiar a todos sus jugadores, gerentes, propietarios e
incluso su estadio y uniformes, y aun así ser juzgado como el mismo equipo
en un sentido amplio y popular, incluso si, en sentido estricto, el equipo es
diferente. Una cuestión que veremos es si las personas mantienen la igualdad
o mismidad estricta y absoluta a través del cambio o simplemente una
“mismidad” popular y amplia.
Segundo, los aspectos metafísicos de la identidad personal deben
mantenerse separados de los epistemológicos. El primero se centra en lo que
constituye la identidad personal: ¿Qué es la identidad personal y qué la hace
real? ¿Qué significa que esa persona x en el momento t1sea la misma persona
que y en t2? Los aspectos epistemológicos se centran en los criterios para la
identidad personal: ¿Cómo es posible saber o creer justificadamente que una
persona en el momento t2 es la misma persona que alguien en t1? El problema
epistemológico se puede dividir en dos subtemas que son muy diferentes: el
problema de primera persona de cómo yo mismo sé que soy la misma
persona a través del cambio versus el problema de tercera persona de cómo se
puede saber que otra persona es la misma persona a través del cambio.
Además, el problema epistemológico incluye la cuestión de cómo sabríamos
(en primera o tercera persona) que la identidad personal se obtiene en un
estado corpóreo antes de la muerte en comparación con un estado intermedio
incorpóreo después de la muerte. En este capítulo, nuestro enfoque principal
será en el aspecto metafísico de la identidad personal, aunque las cuestiones
epistemológicas serán tratadas como parte de nuestra discusión. No podemos
cubrir todas las perspectivas importantes sobre este tema en el espacio de un
breve capítulo. Por el contrario, este capítulo se centrará en tres perspectivas
principales que han jugado un papel importante en la historia del debate sobre
la identidad personal.
El barco en el que Teseo y la juventud de Atenas regresaron tenía treinta remos, y fue
conservado por los atenienses incluso hasta la época de Demetrio Falereo, ya que se llevaron las
viejas tablas a medida que se descomponían, colocando madera nueva y más resistente en su
lugar de modo que este barco se convirtió en un ejemplo permanente entre los filósofos, para la
pregunta lógica de las cosas que crecen; un lado sostiene que el barco permaneció igual, y el otro
sostenía que no era el mismo.[121]
1―INTRODUCCIÓN
No hay duda de que la influencia más importante que moldea el mundo
moderno es la ciencia. Las personas que vivieron durante la Guerra Civil
estadounidense tenían más en común con Abraham que con nosotros. Desde
los viajes espaciales y la energía nuclear, la anestesia y los trasplantes de
órganos hasta la investigación del ADN y el láser, nuestro mundo es uno de
ciencia moderna.
Si los cristianos van a hablar al mundo moderno e interactuar con él de
manera responsable, deben interactuar con la ciencia. Y si los creyentes van a
explorar el mundo de Dios por medio de la ciencia e integrar sus creencias
teológicas con los resultados de esa exploración, necesitan una comprensión
más profunda de la ciencia misma. ¿Qué es ciencia? ¿Hay algo así como el
método científico, y si es así, qué es? ¿Son las buenas teorías científicas al
menos aproximadamente verdaderas, o son simplemente útiles ficciones?
¿Cómo deberían interactuar la teología y la ciencia? ¿Es la creación una
ciencia o una religión? ¿Qué hay de la ciencia teísta? Las preguntas de este
tipo son filosóficas, y los próximos cuatro capítulos nos llevan a un viaje
filosófico que explora la ciencia. En este capítulo comenzamos ese viaje
centrándonos en la metodología científica. Primero, investigaremos la
naturaleza de la filosofía de la ciencia y su relación con la ciencia misma;
segundo, vamos a examinar cuestiones clave involucradas en la clarificación
de la metodología científica.
3.1 Inductivismo
El inductivismo es una perspectiva acerca del método científico
popularizada en el siglo XIX y usualmente asociada con las ideas de Francis
Bacon (1561-1591), J. F. W. Herschel (1792-1866) y John Stuart Mill (1806-
1873), aunque la verdadera descripción de la metodología científica por estas
tres figuras es mucho más complicada que el tipo de inductivismo que se
describirá en esta sección. El inductivismo es una visión completa de la
metodología científica, y no debe confundirse con la inducción misma, que es
una forma de inferencia en la que la verdad de las premisas no garantiza, sino
que solo respalda la verdad de la conclusión en un grado u otro. Como se
llegó a entender a mediados del siglo XX, el inductivismo es una perspectiva
del método científico en la que se ve a los científicos como partiendo de
observaciones imparciales de los hechos, acumulando progresivamente más y
más hechos por medio de esas observaciones, generalizándolos por inducción
enumerativa en leyes, combinando estas generalizaciones en generalizaciones
más amplias y más amplias acumulando más hechos, y, finalmente, llegando
a varios niveles de leyes científicas cuyos contenidos no son más que los
hechos en forma general. El inductivismo representa el método científico
como en la figura 17.1.
Por ejemplo, considere la historia de la determinación de los pesos atómicos. ¿Cuáles fueron los
hechos? Bajo la influencia de la hipótesis de Prout, algunos químicos consideraron que las
discrepancias entre los valores integrales de los pesos atómicos de los elementos [por ejemplo,
cloro es aproximadamente 35.5] fueron errores, ya que Prout había mantenido que todos los
átomos elementales eran combinaciones de números enteros de átomos de hidrógeno completos,
y por lo tanto sus pesos atómicos tenían que ser números enteros en comparación con el
hidrógeno. Los que no aceptaron o abandonaron la hipótesis de Prout se inclinaban más bien a
suponer que los pesos no integrales eran los hechos, que es una medida genuina de un fenómeno
natural. Los hechos dependían en parte de si uno tenía o no una determinada teoría.[124]
1―INTRODUCCIÓN
Nuestro discurso científico, así como nuestro lenguaje cotidiano, está
impregnado de términos para las entidades teóricas de la ciencia: quarks,
vacíos cuánticos, electrones, moléculas de ADN, placas continentales y una
gran cantidad de otros. Además, la mayoría de las personas hoy en día se
inclinan a pensar que nuestras teorías actuales sobre estas entidades—por
ejemplo, nuestras opiniones actuales sobre las moléculas de ADN—son
razonablemente precisas, representaciones teórico independientes
aproximadamente verdaderas del mundo real. Sin embargo, a pesar de estas
opiniones ampliamente aceptadas, sigue siendo legítimo, y es parte del
trabajo de la filosofía, cuestionar estos puntos de vista planteando esta
pregunta: dado que una teoría científica es “exitosa” en algún sentido de ese
término (por ejemplo, explica hechos, hace buenas predicciones), ¿tenemos
derecho entonces a creer en la realidad de las entidades teóricas postuladas
por esa teoría y en la verdad aproximada de nuestras descripciones de esas
entidades?
Desde que los antiguos griegos comenzaron a investigar la naturaleza, ha
habido un debate sobre esta y otras preguntas relacionadas. ¿Cuál es el
propósito de las teorías científicas? ¿Qué significa decir que una teoría
científica es exitosa? ¿Las teorías científicas exitosas son ficciones
meramente útiles que explican observaciones empíricas y generan
predicciones precisas, o sus términos teóricos se refieren realmente a
entidades reales, y una teoría exitosa proporciona descripciones bastante
precisas de esas entidades? Este debate se llama debate realista–antirrealista,
y todavía existe entre científicos y filósofos. El realismo científico es la
visión de que la ciencia asegura progresivamente teorías verdaderas, o
aproximadamente verdaderas, sobre el mundo real y teórico independiente, y
lo hace de una manera racionalmente justificable. Por el contrario, el
antirrealismo, que se presenta en diferentes formas, niega interpretaciones
realistas de la ciencia a favor de interpretaciones alternativas. Por lo tanto, es
importante tener en cuenta que una defensa de la existencia de las entidades
teóricas de la ciencia no es, en última instancia, una cuestión de si alguna
teoría científica es “exitosa”. Más fundamentalmente, es una pregunta sobre
qué tipo de filosofía de la ciencia ―el realismo científico o alguna forma de
antirrealismo— debería preferirse como una caracterización del éxito de las
teorías científicas.
¿Por qué deberían los cristianos preocuparse por este tema? Además del
valor intelectual del debate, otro aspecto de esta discusión interesa a los
cristianos: los puntos de vista de la controversia realismo-antirrealismo deben
tenerse en cuenta en la comprensión de la integración de la ciencia y la
teología. Si se acepta el realismo científico como la visión correcta de una
teoría científica —por ejemplo, la idea de que al emplear la noción del tiempo
imaginario como algo real, uno puede evitar postular un comienzo para el
universo— entonces, si esa teoría parece contrarrestar alguna afirmación
teológica, por ejemplo, que el universo tuvo un comienzo, entonces los
cristianos tendrán que refutar esa teoría científica, ajustar su comprensión de
la afirmación teológica o adoptar una estrategia diferente. Por lo tanto, mucho
depende de lo que signifique que una teoría esté bien establecida o tenga
éxito. Esto, a su vez, está relacionado con el debate sobre el realismo y el
antirrealismo.
Sin embargo, si el antirrealismo se adopta y se limita a las teorías
científicas, entonces uno no consideraría que una teoría científica bien
establecida es verdadera o aproximadamente verdadera —tal vez la teoría sea
solo una ficción útil— y no habrá presión para ajustar la verdad de la
afirmación teológica. Por ejemplo, si un teólogo cree que todos los eventos
físicos tienen causas, y si la física cuántica parece negar esto, entonces si la
teoría cuántica se toma de una manera antirrealista, no habría necesidad de
ajustar la perspectiva de la causalidad. Por otro lado, puede haber peligros al
adoptar el antirrealismo para las teorías científicas, porque, una vez que se
realiza este movimiento, puede ser difícil limitar el antirrealismo únicamente
a las teorías científicas. Por ejemplo, si el antirrealismo de alguien afecta sus
afirmaciones teológicas, entonces las afirmaciones sobre Dios, la vida
después de la muerte, etc., podrían interpretarse de manera tal que se cambien
o eliminen esas afirmaciones sin considerar que se refieren a entidades reales
(Dios, la otra vida) en el mundo real. La figura 18.1 muestra algunas de las
principales opciones en el diálogo realista-antirrealista.
2―REALISMO CIENTÍFICO
RC1: Las teorías científicas (en las ciencias maduras y desarrolladas) son
verdaderas o aproximadamente verdaderas.
RC2: Los términos centrales observacionales y teóricos de una teoría
científica madura se refieren genuinamente a entidades en el mundo. Estos
términos hacen afirmaciones de existencia.
RC3: Dadas dos teorías rivales, en principio es posible tener buenas
razones para pensar que es más probable que sea verdadera o
aproximadamente verdadera. La racionalidad es una noción objetiva y el
relativismo conceptual (lo que es racional para una persona o grupo no
necesariamente debe serlo para otra persona o grupo, ya que la
racionalidad misma es relativa a una persona, comunidad científica o
teoría) es falso.
RC4: una teoría científica incorporará ciertas virtudes epistémicas
(simplicidad, claridad, ausencia de problemas conceptuales internos y
externos, éxito predictivo, precisión empírica, alcance de relevancia,
fructífera en la orientación de nuevas investigaciones, uso de formas
apropiadas de explicar cosas, por ejemplo, preferir causas eficientes a
finales) si y solo si es verdadera o aproximadamente verdadera.
RC5: El objetivo de la ciencia es una concepción literalmente verdadera
del mundo externo teórico independiente. El progreso científico es un
hecho, y la ciencia tiende a converger en concepciones más y más
verdaderas del mundo, con teorías posteriores que habitualmente refinan y
conservan las mejores partes de las teorías anteriores y se acercan a la
verdad que las teorías anteriores en el mismo campo del discurso (es decir,
donde las teorías anteriores y posteriores hablan de las mismas cosas y,
por lo tanto, son comparables entre sí).
3―ANTIRREALISMO
3.1 No-Realismo Racional (instrumentalismo)
El no-realismo racional, también llamado instrumentalismo, es una
familia de opiniones que concuerda en dos puntos principales: (1) La ciencia
es un trabajo objetivamente racional, y el relativismo conceptual es falso
como una forma de entender la racionalidad de la ciencia. (2) Las teorías
científicas no nos dan imágenes verdaderas o aproximadamente verdaderas
de las entidades y procesos teóricos inobservables que son causalmente
responsables de lo que observamos empíricamente, ni los términos teóricos
de esas teorías se refieren a entidades reales en el mundo independiente de la
teoría (e incluso si, por accidente, se refieren a entidades existentes, esto sería
totalmente irrelevante para la ciencia). Por el contrario, las teorías científicas
son herramientas o instrumentos útiles (por eso el nombre de
instrumentalismo) que nos ayudan a lograr ciertas cosas. Pero, entonces,
¿cuáles son las cosas que las teorías científicas nos ayudan a lograr? Aquí, los
instrumentistas difieren, y al menos se han dado cuatro respuestas a esta
pregunta.
1. Fenomenalismo. Entre otras cosas, el fenomenalismo es una doctrina
epistemológica que incluye una visión sobre la naturaleza de la percepción.
Fue discutido en el capítulo ocho, y por lo tanto, aquí solo se tratará
brevemente con un enfoque especial en la forma en que el fenomenalismo se
relaciona con la naturaleza de la ciencia. El fenomenalismo es una visión que
fue más popular en el siglo anterior. Los principales defensores de una u otra
forma de fenomenalismo han sido Benjamin Brodie, Ernst Mach y A. S.
Eddington. Esencialmente, el fenomenalismo es una teoría empirista radical
de la epistemología en el sentido de que todo nuestro conocimiento se deriva
y se trata de experiencias sensoriales inmediatas. Aplicado a la ciencia, la
visión implica que el conocimiento científico se trata de lo que se puede
observar directamente. Cualquier cosa o proceso que no se pueda percibir no
se puede suponer que exista para la ciencia.
En segundo lugar, el significado de las expresiones que parecen referirse
a entidades teóricas invisibles (por ejemplo, electrón, átomo) debe tomarse
como una referencia a la experiencia sensorial. Dado que solo las
proposiciones sobre lo que es directamente observable son significativas o
tienen el estatus de conocimiento, las afirmaciones sobre entidades teóricas
inobservables son en realidad declaraciones encubiertas sobre experiencias
sensoriales y deben traducirse o reducirse a ellas. La ciencia simplemente
trata de salvar los fenómenos, es decir, facilitar nuestra capacidad para
describir las sucesivas experiencias sensoriales que tenemos del mundo o
para anticipar y predecir las experiencias sensoriales futuras. Como dijo
Mach, “es el objeto de la ciencia reemplazar, o salvar, las experiencias,
mediante la reproducción y anticipación de los hechos en el pensamiento.”[125]
Los términos teóricos son meramente resúmenes de datos, dispositivos que
reducen el esfuerzo para clasificar las observaciones. Una teoría es un
dispositivo mnemónico mediante el cual los hechos sensoriales se almacenan
y se recogen; es una fórmula elíptica de las relaciones de dependencia que
ocurren regularmente entre los eventos observables y las propiedades. Así,
los términos teóricos se pueden traducir sin residuo en un conjunto de
enunciados sobre un conjunto potencialmente infinito de experiencias
sensoriales reales o posibles.
Además, los fenomenalistas sostienen que la experiencia no es más que
una sucesión de estados conscientes inmediatos, conocidos por inspección
directa o conocimiento del flujo de la propia conciencia. Estos estados
conscientes son llamados ideas, datos sensoriales o impresiones.
Algunos ejemplos pueden ayudar a aclarar qué significa todo esto. De
acuerdo con el fenomenalismo, la palabra hidrógeno se refiere no a un átomo
que existe sino a un conjunto de observaciones de laboratorio de “espacio
hidrogenado” (es decir, un conjunto de observaciones incoloras, peso y
volumen que se experimentan después de una serie de experiencias
sensoriales previas que involucran formas de preparar el “espacio
hidrogenado”). La afirmación “Actualmente hay una corriente eléctrica en el
cable de la mesa” no se refiere a la entidad teórica, una corriente eléctrica,
sino que la declaración puede traducirse en un conjunto de declaraciones
como esta: “Si el galvanómetro en el escritorio se introdujera en el circuito, el
puntero se desviaría de su posición actual”. Esta afirmación puede, a su vez,
traducirse en una declaración sobre un conjunto de experiencias sensoriales
(“Si uno orienta la cabeza en una dirección determinada en el momento
correcto, uno tendrá un dato de sentido de tipo puntero con una cierta
forma”). La ley 2H2 + O2 = 2H2O simplemente afirma que, en el pasado y
muy probablemente en el futuro, dos unidades de un cierto volumen, peso y
ausencia de olor observados producidos por ciertas técnicas se han agregado
a una unidad de volumen, peso y ausencia de olor producido por ciertas otras
técnicas, y una sustancia húmeda e incolora de dos unidades siempre ha
seguido. Tenga en cuenta que las características esenciales de la ley son todas
capaces de ser analizadas en términos de experiencias sensoriales (por
ejemplo, volumen, peso y ausencia de olor observados).
No podemos emprender una crítica del fenomenalismo aquí, pero debe
hacerse un punto. Siempre ha habido una tensión entre los aspectos empíricos
de la ciencia y la creencia de que la ciencia nos da la verdad sobre las
entidades y procesos teóricos e inobservables en el mundo. En la medida en
que uno enfatiza los aspectos empíricos de la ciencia, es difícil sostener el
realismo científico. Por otro lado, en la medida en que uno abraza el realismo
científico, uno debe permitir que la ciencia vaya más allá y se involucre en
factores distintos a los que pueden ser probados directamente a través de la
observación inmediata.
2. Operacionalismo. El operacionalismo, ocasionalmente llamado
operacionismo, es un enfoque de la ciencia muy similar al fenomenalismo.
Su principal proponente ha sido P. W. Bridgman (1882-1962). Mientras que
el fenomenalismo vincula los términos científicos, las leyes y las teorías con
las experiencias sensoriales reales o posibles, el operacionalismo las vincula
con operaciones reales o posibles de laboratorio. Para el fenomenalista, las
leyes científicas y los términos teóricos realmente se refieren no a entidades y
eventos independientes de la mente sino a sensaciones dependientes de la
mente. Para el operacionista, las leyes científicas y los términos teóricos
realmente se refieren a actividades y operaciones experimentales. Los
términos teóricos son como el término “familia promedio” que discutimos en
conjunto con RC2.
Bridgman afirmó el principio central del operacionalismo de esta manera:
“En general, no nos referimos a ningún concepto más que a un conjunto de
operaciones; el concepto es sinónimo del conjunto correspondiente de
operaciones.... La definición adecuada de un concepto no está en términos de
sus propiedades sino en términos de operaciones reales.”[126] Por ejemplo, la
longitud no es un atributo que un cuerpo físico tiene; más bien, se define
como un conjunto de operaciones de reglas de cálculo, marcando
coincidencias y contando cuántas operaciones se han realizado. La “longitud”
de una habitación no es más que la operación de tomar una vara con treinta y
seis marcas (llámalas marcas en pulgadas), comenzando en un extremo de la
habitación y colocando la vara de punta a punta hasta que cruces la
habitación, y registrando todas nuestras actividades. Del mismo modo, la
afirmación de que x cantidad de algún ácido neutraliza y de alguna base
significa que si se vierte una determinada medida de un líquido (que, a su
vez, se define en términos de ciertas operaciones utilizadas para obtenerlo) en
un vaso de precipitado y se agrega cierta medida de otro líquido, luego siguen
ciertas mediciones (por ejemplo, los líquidos combinados cambian de color
cuando las mediciones se realizan de cierta manera).
Antes de pasar a la siguiente perspectiva instrumentalista, debe hacerse
una observación final sobre el operacionalismo. El operacionalismo es
reduccionista en espíritu y, por lo tanto, es una teoría inadecuada. La longitud
es una propiedad de los cuerpos que se puede medir mediante un conjunto de
operaciones de medición, pero que no es idéntica o igual a esas mediciones.
Por lo tanto, debemos tener cuidado de distinguir el operacionalismo como
una filosofía de la ciencia del uso legítimo de las definiciones operacionales.
Es bastante apropiado encontrar una definición operativa de algo —
digamos, inteligencia, depresión o longitud— en el que se formule un
conjunto de operaciones cuantificables y empíricamente comprobables como
una prueba para lo que se estudia. Una cosa es decir que las medidas x, y y z
son buenas pruebas para la presencia de algún fenómeno P, que es lo que el
uso legítimo de las definiciones operacionales busca hacer. Sin embargo, es
otra cosa completamente diferente afirmar, como lo hacen los
operacionalistas, que el fenómeno P es idéntico a, no es más que, mediciones
x, y y z. Por lo tanto, uno puede usar definiciones operativas sin ser un
operacionista en toda regla.
3. Pragmatismo. Una tercera visión instrumentalista se llama
pragmatismo, y el principal defensor contemporáneo de esta visión es el
filósofo Larry Laudan.[127] Según Laudan, cualquier filosofía de la ciencia
debe tener en cuenta tres características de la historia de la ciencia: (1) En
cada período de la ciencia, uno puede encontrar ejemplos de acuerdo (donde
los científicos están de acuerdo sobre la adecuación de alguna teoría) y
desacuerdo (donde varias teorías compiten por fidelidad). (2) La ciencia es
una disciplina objetivamente racional y progresiva, pero el progreso científico
tiene poco o nada que ver con la verdad. Por lo tanto, debemos entender el
progreso científico de una forma distinta a la propuesta de realismo científico
expresada en la proposición RC5. (3) La ciencia trata de resolver problemas
empíricos y conceptuales (ver capítulo 17). Una solución a un problema no
necesita ser verdad; solo debe eliminar nuestra perplejidad sobre algún
fenómeno y permitirnos hacer predicciones útiles sobre el mundo natural y
armonizar nuestras teorías con lo que observamos.
La filosofía de la ciencia de Laudan es un intento de explicar estas tres
características de la historia de la ciencia. Para Laudan, entonces, el objetivo
principal de la ciencia es resolver problemas. El problema resuelto es la
unidad básica del progreso científico. Por ejemplo, si nuestra teoría de la
gravedad nos ayuda a explicar y predecir el movimiento de las mareas,
entonces hemos utilizado nuestra teoría para eliminar el desconcierto sobre
este problema, y nuestra solución es buena porque nos funciona,
independientemente de si nuestra solución es verdad. Por lo tanto, el progreso
científico debe definirse en términos de la tasa relativa, número e importancia
de los problemas resueltos logrados por una teoría o programa de
investigación, no en términos de convergencia hacia la verdad (un programa
de investigación es, más o menos, un grupo de teorías que se centran en los
mismos problemas, por ejemplo, todos los modelos de la teoría atómica a
través de la historia serían parte del mismo programa de investigación). Si la
teoría A resuelve problemas importantes más rápidamente que la teoría B,
entonces es más racional aceptar la teoría A que la B. La posesión de varias
virtudes epistémicas (simplicidad, éxito predictivo, etc.) por una teoría nos
dice simplemente que la teoría es exitosa, que funciona bien para resolver sus
problemas, no que la teoría sea aproximadamente verdadera.
En resumen, Laudan afirma que la resolución de problemas es la
característica fundamental de la ciencia, que el progreso científico debe
definirse, no en términos de verdad, sino en términos de velocidad y éxito del
historial de resolución de problemas de una teoría, y que la racionalidad
científica debería, a su vez, ser definida en términos del progreso de una
teoría: cuanto más progresiva es una teoría, más racional es aceptarla. Según
Laudan, el concepto realista de la verdad no es relevante para ninguna de
estas nociones.
Pero el realista científico querrá saber cómo la ciencia puede progresar en
la solución de sus problemas si sus teorías no son al menos aproximadamente
verdaderas. Si la verdad de nuestras teorías no es la responsable de hacerlas
funcionar, entonces ¿qué es? La respuesta de Laudan implica una teoría de la
coherencia de la justificación epistémica (véase el capítulo 5). El objetivo de
nuestras teorías es que funcionen, y cuando una teoría tiene problemas,
seguiremos haciendo ajustes de varias maneras. Podemos negar que los datos
problemáticos son realmente precisos (tal vez nuestros instrumentos no son
fiables), podemos cambiar los objetivos y métodos que apropiáramos (por
ejemplo, comenzar a preferir la simplicidad teórica a la precisión empírica,
probar diferentes métodos de prueba que armonicen con nuestra teoría y
abandone los métodos de prueba que no lo hacen), o podemos ajustar parte de
nuestra teoría. El punto es que encontraremos alguna manera de restablecer la
coherencia entre nuestras teorías, los datos y nuestros objetivos y métodos.
Pero una vez que hemos obtenido tal coherencia, eso no significa que la
teoría sea aproximadamente verdadera; solo significa que los científicos se
han vuelto buenos para adaptar las cosas hasta que funcionen. Para Laudan,
esto es todo lo que se necesita para explicar cómo la ciencia avanza en la
solución de sus problemas.
4. Empirismo constructivo. El filósofo de Princeton Bas C. van Fraassen
tiene una opinión sobre la ciencia que él llama empirismo constructivo.[128]
Según van Fraassen, el realismo científico es inadecuado; el objetivo de la
ciencia es “salvar los fenómenos”, es decir, desarrollar teorías que sean
consistentes con las observaciones y predicciones empíricas. La ciencia
apunta a darnos teorías que sean empíricamente adecuadas, y la aceptación de
una teoría solo implica la creencia de que es empíricamente adecuada.
Van Fraassen considera constructiva su filosofía, porque considera que el
objetivo de la ciencia es la construcción de modelos teóricos, no el
descubrimiento de la verdad con respecto a los no observables. Se llama
empirismo, porque, como ya se mencionó, el objetivo principal de la ciencia
es desarrollar teorías empíricamente adecuadas y predeciblemente exitosas.
Van Fraassen hace una distinción entre creer y aceptar una teoría. Aceptar
una teoría simplemente implica la creencia de que la teoría es empíricamente
adecuada, que es verdadera con respecto a lo que dice sobre lo que podemos
observar. No implica ningún compromiso con la verdad de las entidades y
procesos teóricos e inobservables incluidos en la teoría, sino simplemente el
compromiso pragmático de actuar como si tales entidades y procesos fueran
reales si tal compromiso nos lleva a un mayor y mejor éxito empírico. Creer
una teoría, por otro lado, implica un compromiso con la creencia de que una
buena teoría realmente describe tanto el mundo observacional como el
inobservable. Los realistas científicos creen buenas teorías; los empiristas
constructivos simplemente los aceptan.
Si el realismo científico es falso, ¿cómo es que las teorías progresan en
“salvar los fenómenos”? La respuesta de Van Fraassen es similar a la ofrecida
por Laudan: dado que el punto de una teoría es la adecuación empírica en
primer lugar, los científicos seguirán ajustando las cosas hasta que nuestros
modelos obtengan tal adecuación. La competencia de la teoría científica es
como la selección natural: solo los fuertes (es decir, los empíricamente
adecuados) sobreviven.
Esto completa nuestra breve descripción de cuatro puntos de vista
instrumentalistas de la ciencia. Todos ellos coinciden en que la ciencia es un
conjunto de disciplinas objetivamente racional. Los irrealistas (no
realistas)irracionales (no racionales) rechazan esta noción. Están de acuerdo
con los instrumentistas en que la verdad sobre las entidades y los procesos
reales y teóricos no es el objetivo de la ciencia. Pero también rechazan la
noción de que haya algún sentido objetivo de racionalidad que encarne la
ciencia.
1―INTRODUCCIÓN
En los dos capítulos anteriores, hemos mirado a través del lente de la filosofía
a varios aspectos de la ciencia. También hemos visto lo importante que es
para los cristianos integrar sus creencias teológicas con las científicas. En este
capítulo, investigaremos más a fondo los temas integradores y, en el proceso,
veremos una vez más cuán importante es la filosofía para la tarea de
integración y formación de una cosmovisión cristiana.
En el capítulo dieciocho, vimos cómo el debate realista-antirrealista se
relaciona con la integración. Para los propósitos de este capítulo, vamos a
asumir el realismo científico, aunque gran parte de lo que se dirá podría
aplicarse igualmente a las concepciones antirrealistas de la ciencia. En lo que
sigue, primero examinaremos una ideología, actualmente bastante popular,
conocida como cientificismo. Luego, el capítulo examinará varios modelos
para integrar la ciencia y la teología. Finalmente, nos enfocaremos en la
pregunta de si la ciencia debe presuponer lo que se llama naturalismo
metodológico. Al examinar esta cuestión, el debate de creación-evolución se
utilizará para agudizar los problemas.
2―CIENTIFICISMO
El cientificismo, expresado en la cita de Rescher al comienzo del capítulo, es
la opinión de que la ciencia es el verdadero paradigma de la verdad y la
racionalidad. Si algo no cuadra con las creencias científicas actualmente bien
establecidas, si no está dentro del dominio de las entidades apropiadas para la
investigación científica, o si no se sujeta a metodología científica, entonces
no es verdadero o racional. Todo lo que está fuera de la ciencia es una
cuestión de mera creencia y opinión subjetiva, de la cual la evaluación
racional es imposible. La ciencia, exclusiva e idealmente, es nuestro modelo
de excelencia intelectual.
En realidad, hay dos formas de cientificismo: cientificismo fuerte y
cientificismo débil. El cientificismo fuerte es la perspectiva de que alguna
proposición o teoría es verdadera y/o racional, si y solo si es una proposición
o teoría científica; es decir, si y solo si es una proposición o teoría científica
bien establecida que, a su vez, depende de haber sido formada, probada y
utilizada con éxito de acuerdo con la metodología científica apropiada. No
hay verdades aparte de las verdades científicas, e incluso si las hubiera, no
habría ninguna razón para creerlas.
Los defensores del cientificismo débil permiten la existencia de verdades
aparte de la ciencia e incluso están dispuestos a conceder que puedan tener un
estado de racionalidad mínimo y positivo sin el apoyo de la ciencia. Pero los
defensores del cientificismo débil todavía sostienen que la ciencia es el sector
de aprendizaje humano más valioso, más serio y más autorizado. Cualquier
otra actividad intelectual es inferior a la ciencia. Además, prácticamente no
hay límites para la ciencia. No hay campo en el que la investigación científica
no pueda arrojar luz. En la medida en que algún tema o creencia ajena a la
ciencia pueda recibir apoyo científico o pueda reducirse a ciencia, hasta ese
punto la cuestión o creencia se vuelve racionalmente aceptable. Por lo tanto,
tenemos una obligación intelectual y quizás incluso moral de tratar de utilizar
la ciencia para resolver problemas en otros campos que, hasta el momento, no
han sido tocados por la metodología científica. Por ejemplo, debemos tratar
de resolver problemas sobre la mente mediante los métodos de la
neurofisiología y la informática.
Tenga en cuenta que los defensores del cientificismo débil no están
simplemente afirmando que, por ejemplo, la creencia de que el universo tuvo
un comienzo, apoyado por buenos argumentos filosóficos y teológicos, gana
un apoyo adicional si esa creencia también tiene buenos argumentos
científicos para ello. Esta afirmación es relativamente incontrovertida,
porque, por lo general, si alguna creencia tiene algunos buenos argumentos
de apoyo y luego obtiene más argumentos de apoyo, entonces esto aumentará
la racionalidad de la creencia en cuestión. Pero esto no es lo que implica el
cientificismo débil, porque este punto corta en ambos sentidos. Pues
igualmente será el caso de que los buenos argumentos filosóficos y teológicos
para un comienzo del universo aumentarán la racionalidad de tal creencia
inicialmente respaldada solo por argumentos científicos. Los defensores del
cientificismo débil afirman que los campos ajenos a la ciencia ganan si
reciben apoyo científico y no al revés.
Si el cientificismo fuerte o débil es verdadero, esto tendría implicaciones
drásticas para la integración de la ciencia y la teología. Si el cientificismo
fuerte es verdadero, entonces la teología no es un trabajo cognitivo en
absoluto y no existe el conocimiento teológico. Si el cientificismo débil es
verdadero, entonces la conversación entre la teología y la ciencia será un
monólogo en el que la teología escucha a la ciencia y espera que la ciencia la
respalde. Para los cristianos pensantes, cualquiera de estas alternativas es
inaceptable. ¿Qué deberíamos decir entonces sobre el cientificismo?
Observa primero que el cientificismo fuerte se refuta a sí mismo (ver el
capítulo 2 para un tratamiento de autorefutación). El cientificismo fuerte no
es en sí mismo una proposición de la ciencia, sino una proposición de
segundo orden de la filosofía sobre la ciencia en el sentido de que solo las
proposiciones científicas son verdaderas y/o racionales para creer. Y el
cientificismo fuerte en sí mismo se ofrece como una posición verdadera y
racionalmente justificada para ser creída. Ahora, las proposiciones que se
refutan a sí mismas (por ejemplo, “No hay verdades”) no se hacen
simplemente falsas, porque podrían haber sido verdaderas. Las proposiciones
autorefutantes son necesariamente falsas; es decir, no es posible que sean
verdaderas. Lo que esto significa es que, entre otras cosas, ninguna cantidad
de progreso científico en el futuro tendrá el más mínimo efecto en hacer que
el cientificismo fuerte sea más aceptable.
Hay dos problemas más que cuentan igualmente contra el cientificismo
fuerte y débil. Primero, el cientificismo (en ambas formas) no permite
adecuadamente la tarea de enunciar y defender las presuposiciones necesarias
para que la ciencia misma sea practicada (asumiendo el realismo científico).
Así, el cientificismo se muestra como un enemigo, y no un amigo, de la
ciencia.
La ciencia no se puede practicar en el aire. De hecho, la ciencia misma
presupone una cantidad de tesis filosóficas sustantivas que deben ser
asumidas si la ciencia va a despegar de la pista. Ahora, cada uno de estos
supuestos ha sido cuestionado, y la tarea de enunciar y defender estos
supuestos es una de las tareas de la filosofía. Las conclusiones de la ciencia
no pueden ser más ciertas que las presuposiciones en las que se basa y utiliza
para llegar a esas conclusiones.
El cientificismo fuerte descarta completamente estas presuposiciones,
porque ni las presuposiciones mismas ni su defensa son asuntos científicos.
El cientificismo débil malinterpreta su fortaleza en su opinión de que las
proposiciones científicas tienen una mayor autoridad epistémica que las de
otros campos, como la filosofía. Esto significaría que las conclusiones de la
ciencia son más ciertas que las presuposiciones filosóficas utilizadas para
justificar y llegar a esas conclusiones, y eso es absurdo. En este sentido, la
siguiente declaración de John Kekes ataca el corazón del cientificismo débil:
Un argumento exitoso para que la ciencia sea el paradigma de la racionalidad debe basarse en la
demostración de que las presuposiciones de la ciencia son preferibles a otras presuposiciones.
Esa demostración requiere mostrar que la ciencia, confiando en estas presuposiciones, es mejor
para resolver algunos problemas y alcanzar algunos ideales que sus competidores. Pero mostrar
eso no puede ser tarea de la ciencia. Es, de hecho, una tarea filosófica. Así, el trabajo de
justificar las presuposiciones de la ciencia mostrando que con su ayuda la ciencia es la mejor
manera de resolver ciertos problemas y lograr algunos ideales es una condición previa necesaria
para la justificación de la ciencia. De ahí que la filosofía, y no la ciencia, sea un candidato más
fuerte para ser el mismo paradigma de la racionalidad.[130]
Es imposible, por lo tanto, que cualquier argumento de la experiencia pueda probar esta
semejanza del pasado con el futuro, ya que todos estos argumentos se basan en la suposición de
esa semejanza. Dejemos que el curso de las cosas se permita hasta ahora con tanta regularidad,
que solo, sin algún nuevo argumento o inferencia, no prueba que para el futuro continuará así.
En vano pretendes haber aprendido la naturaleza de los cuerpos de tu experiencia pasada. Su
naturaleza secreta y, en consecuencia, todos sus efectos e influencia, pueden cambiar sin ningún
cambio en sus cualidades sensibles. Esto sucede a veces, y con respecto a algunos objetos. ¿Por
qué no puede suceder siempre, y con respecto a todos los objetos? ¿Qué lógica, qué proceso de
argumentación te asegura contra esta suposición? Mi práctica, dices, refuta mis dudas. Pero
confundes el significado de mi pregunta. Como agente, estoy bastante satisfecho con el punto;
pero como filósofo que tiene algo de curiosidad, no diré escepticismo, quiero aprender la base de
esta inferencia.[131]
Incluso si las teorías creacionistas son falsas, eso no significa que no sean
científicas; existe una diferencia entre ser una teoría científica verdadera o
falsa por un lado y no ser una teoría científica del otro. Los defensores del
naturalismo metodológico reclaman lo último, pero no han cumplido con la
carga de prueba necesaria para sostener este cargo.
¿Qué hay de los otros dos aspectos del naturalismo metodológico: la
imagen de la explicación científica y la visión complementaria de la agencia
divina y humana? En cuanto a la explicación científica, los partidarios del
naturalismo metodológico parecen confiar demasiado en un modelo de ley
científica que cubre la explicación y en centrar demasiado la atención en la
ciencia empírica frente a la histórica. Sin embargo, ya hemos visto que los
científicos no responden simplemente preguntas de tipo “cómo” al subsumir
cosas bajo las leyes naturales. Los científicos también explican citando
entidades causales, procesos, eventos y acciones. Por ejemplo, los
cosmólogos explican ciertos aspectos del universo (la ubicación actual y el
movimiento de las estrellas) no solo citando leyes naturales (por ejemplo,
leyes del movimiento) sino también citando el Big Bang como un solo evento
causal.
Ahora algunas ramas de la ciencia —por ejemplo, Búsqueda de
Inteligencia Extraterrestre (SETI por sus siglas en inglés: Search for
ExtraTerrestrial Intelligence), arqueología, ciencia forense, psicología y
sociología— usan la agencia personal y diversos estados internos de agentes
(voluntad, deseos, intenciones, creencias) como parte de su descripción de las
entidades causales citadas en sus explicaciones de las cosas que tratan de
explicar. Esto es especialmente cierto en las ciencias históricas en oposición a
las ciencias empíricas. Por lo tanto, no hay nada no científico apelando a la
agencia divina en las explicaciones creacionistas de ciertos fenómenos como
el origen del universo, la primera vida y los seres humanos. Por lo menos, tal
apelación no puede ser criticada como no científica sobre la base de que
involucra una explicación causal del agente y no una explicación en términos
de subsunción bajo la ley natural. Además, tal apelación a la agencia divina
puede ser especialmente apropiada (aunque no únicamente) cuando existen
razones teológicas para creer que Dios actuó por causas primarias y no
secundarias.
Se puede objetar que tales apelaciones son permisibles en las ciencias
humanas pero no en las llamadas ciencias naturales como la biología o la
paleontología. Pero esta respuesta es claramente una petición de principio en
el sentido de que es un intento de definir y clasificar ejemplos de “ciencia
natural” haciendo una especie de contrabando con el naturalismo
metodológico en la definición, en lugar de utilizar definiciones ostensivas
neutrales de la ciencia natural. También distorsiona la historia de al menos
algunas de las ciencias naturales. Científicos desde Charles Darwin hasta
Stephen Jay Gould han visto claramente que las ideas teológicas pueden tener
implicaciones científicamente comprobables, un hecho que no se explica en
la visión metodológica naturalista de la explicación científica.
Por ejemplo, a menudo encontramos a Darwin y a otros evolucionistas
afirmando que si Dios fuera un diseñador óptimo y eficiente, y si también
fuera libre de usar variedad en sus actividades de diseño, entonces ciertas
estructuras biológicas (por ejemplo, estructuras homólogas, como las
extremidades anteriores de las aves, marsopas y humanos que tienen una
estructura similar, pero tienen propósitos diferentes) no estarían presentes,
porque no son muy eficientes ni muestran mucha creatividad. El punto aquí
no es para evaluar la fuerza de tales argumentos o para examinar la idoneidad
del modelo de Dios como diseñador que utilizan. Más bien, el punto es
mostrar que la historia de la biología y la paleontología ilustra argumentos de
este tipo una y otra vez. Y tales argumentos no son meramente recursos
retóricos sino afirmaciones sustantivas que muestran cómo las ideas
teológicas, adecuadas o inadecuadas, pueden tener implicaciones para la
explicación científica, la evaluación y las pruebas.
¿Qué pasa con la visión de complementariedad de la agencia humana y
divina? Ya hemos examinado este punto de vista en capítulos anteriores, por
lo que ofreceremos solo una breve crítica aquí. Cuando Dios actúa por causas
secundarias, cuando los fenómenos regularmente recurrentes generados en
parte por mecanismos naturales están a la vista (como la producción de agua
a partir de hidrógeno u oxígeno), entonces la teología puede verse
legítimamente como complementaria de la ciencia. Pero tal imagen de
integración solo permite la causalidad de evento-evento (o estado-estado)
donde un estado de cosas sirve como causa para otro estado de cosas (el
movimiento de una pelota causa el movimiento de una segunda pelota). Sin
embargo, cuando Dios actúa como una causa primaria, Dios actúa como un
agente (e incluso cuando Dios actúa por causas secundarias, en algún lugar u
otro debe actuar de manera causal primaria o de lo contrario se requerirá una
regresión infinita de causas secundarias). Recordarán que lo importante sobre
la causalidad del agente es esto: la causa de una acción (por ejemplo,
levantar el brazo, votar por una elección, crear directamente la primera vida)
es una sustancia —el agente mismo— y no un estado de cosas en el agente.
No existe un conjunto suficiente de condiciones previas dentro o fuera del
agente que garantice el efecto. El agente debe ejercer sus poderes causales
como una sustancia y simplemente actuar.
Esto significa que cuando se trata de estados de cosas directamente
producidos por causas del agente (la mano que se levanta, la vida que se
crea), habrá una brecha entre el estado de cosas que existía antes del efecto y
el estado de cosas que es (o está correlacionado con) ese efecto. Cuando una
mujer levanta su brazo, la situación en ella en el nivel físico justo antes de
levantar el brazo, digamos, en su cerebro o sistema nervioso central, y el
estado físico de las cosas correlacionadas con su brazo levantado no será
suavemente continuo con ese estado previo de cosas. El primero no es
suficiente para dar cuenta de este último, y existe una brecha causal en la
producción del efecto realizado por el agente mismo. Una observación
similar podría hacerse para los casos de la agencia causal primaria de Dios y
los huecos resultantes (por ejemplo, entre materiales inorgánicos y primera
vida) que podrían, al menos en principio, ser científicamente detectables,
contrariamente a lo que afirman los defensores de la visión de
complementariedad.
A pesar de estas debilidades, los defensores del naturalismo metodológico
han estado en lo correcto para recordarnos dos cosas. Primero, Dios está
constantemente activo para sostener y dirigir el mundo, y es teológicamente
inapropiado limitar la actividad de Dios a la causalidad primaria. En segundo
lugar, debemos ser cautos al apelar a la principal actividad causal de Dios, y
tales invocaciones deben hacerse solo cuando existen buenas razones
teológicas, filosóficas y científicas para hacerlo. En general, el naturalismo
metodológico es muy útil para describir la ciencia empírica u operacional
donde Dios actúa por causas secundarias y en donde nuestro propósito
principal es describir los mecanismos naturales que Dios usa para llevar a
cabo sus actividades.
Una forma en que un cuerpo de conocimiento S puede manejar una pregunta es, por supuesto,
respondiéndola. Otra forma más, pero muy diferente, en la que S puede manejar una pregunta es
rechazándola. S rechaza [P] cuando hay alguna presuposición de P que S no tolera: dado S,
simplemente no estamos en posición de levantar P.[136]
1―INTRODUCCIÓN
La filosofía del tiempo y el espacio ha sido tradicionalmente una rama de la
metafísica, pero desde principios del siglo XX se ha incluido como una de las
subdisciplinas de la filosofía de la ciencia. Actualmente, la filosofía principal
del tiempo y el espacio es principalmente una reflexión sobre el tiempo y el
espacio tal como se describen en la física, en particular la teoría de la
relatividad (especial y general) y la teoría cuántica.
La razón por la que se produjo este cambio dramático es en sí misma una
cuestión de considerable interés filosófico. Albert Einstein, al explicar la
importancia del empirismo radical de Ernst Mach para el desarrollo de la
teoría de la relatividad especial (TRE), una vez señaló que ni siquiera los
oponentes de Mach se dieron cuenta de cuánto de su filosofía habían
ingerido, por así decirlo, con la leche de su madre.[137] Lo mismo podría
decirse de los filósofos del tiempo y el espacio contemporáneos con respecto
a la filosofía del positivismo —una escuela de pensamiento científica y
profundamente antimetafísica— y su compañero, el verificacionismo, según
el cual una frase informativa, para ser significativa, debe ser capaz en
principio de ser verificada empíricamente. Aunque estas perspectivas
radicalmente empíricas son hoy casi universalmente rechazadas, su legado
perdura en las teorías físicas que se basan en ellas.
El edificio de la física del siglo XX está basado sobre los pilares gemelos
de la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, y ambos poderosos pilares se
basan sobre las bases decadentes de una epistemología verificacionista. No es
que los núcleos matemáticos de estas teorías sean incorrectos (aunque son
inconsistentes entre sí y requerirán alguna teoría de nivel superior para
reconciliarlos); más bien, son las interpretaciones físicas recibidas de las
ecuaciones matemáticas que en esencia son verificacionistas. Este hecho
debería suscitar una gran simpatía por las interpretaciones antirrealistas o
instrumentalistas de estas teorías. Pero ni los filósofos ni los físicos han
abandonado en general las interpretaciones realistas de estas teorías por esa
razón (aunque las afirmaciones realistas con respecto a la teoría cuántica sí
suscitan una gran dosis de escepticismo).
Además, la discusión filosófica del tiempo y el espacio procede casi
como si la revolución epistemológica que provocó la desaparición del
positivismo en la segunda mitad del siglo XX no hubiera ocurrido. En un
artículo titulado “Filosofía del espacio y el tiempo” en Introducción a la
filosofía de la ciencia, John Norton observa que esta disciplina exhibe
algunas de las “aplicaciones más claras” de las ideas del positivismo lógico,
como (1) una aplicación del principio de verificación del significado en la
teoría de la relatividad especial de Einstein para eliminar el estado de reposo
absoluto postulado en la teoría clásica del tiempo y el espacio de Newton, (2)
afirmaciones de convencionalidad sobre la métrica del espacio y del tiempo,
así como relaciones de simultaneidad dentro un único marco de referencia, y
(3) análisis reduccionistas de las relaciones espaciotemporales para las
relaciones causales en la teoría causal del tiempo.[138] Es notable que mientras
que (2) y (3) han sucumbido a la crítica en gran parte, (1) sigue siendo un
incuestionable dogma. Con frecuencia se dice que el advenimiento de la
teoría de la relatividad destruyó las concepciones clásicas del tiempo y el
espacio, forzándonos a abandonar el reposo absoluto, la simultaneidad
absoluta e incluso la separabilidad del tiempo y el espacio.
II. El espacio absoluto, por su naturaleza y sin relación a cualquier cosa externa, siempre
permanece igual e inmóvil; el relativo es cualquier cantidad o dimensión variable de este espacio,
que se define por nuestros sentidos según su situación respecto a los cuerpos, espacio que el
vulgo toma por el espacio inmóvil: así, una extensión espacial subterránea, aérea o celeste
definida por su situación relativa a la Tierra. El espacio absoluto y el relativo son el mismo en
especie y en magnitud, pero no permanecen siempre el mismo numéricamente. Pues si la Tierra,
por ejemplo, se mueve, el espacio de nuestra atmósfera que relativamente y respecto a la Tierra.
[139]
III. Lugar es la parte del espacio que un cuerpo ocupa y es, en tanto que espacio, absoluto o
relativo....
IV. Movimiento absoluto es el paso de un cuerpo de un lugar absoluto a otro lugar absoluto, el
relativo de un lugar relativo a otro lugar relativo.[140]
[Dios] Es eterno e infinito… es decir, dura desde la eternidad hasta la eternidad y está presente
desde el principio hasta el infinito…. No es la eternidad y la infinitud, sino eterno e infinito; no
es la duración y el espacio, sino que dura y está presente. Dura siempre y está presente en todo
lugar, y existiendo siempre y en todo lugar, constituye a la duración y al espacio. Puesto que
cada partícula de espacio existe siempre, y cada momento indivisible de duración está en algún
lugar, ciertamente el Constructor y Señor de todas las cosas no será nunca, ningún lugar.[145]
Debido a que Dios es eterno, existe una duración eterna, y debido a que
es omnipresente, existe un espacio infinito. El tiempo y el espacio absolutos
son por lo tanto relacionales en el sentido de que dependen de la existencia de
Dios.
En su tratado anterior “Sobre la gravedad y el equilibrio de los fluidos”,
Newton argumentó que el espacio (y por implicación del tiempo) no es ni una
sustancia, ni una propiedad, ni nada en absoluto. No puede ser nada, porque
tiene propiedades, como el infinito y la uniformidad en todas las direcciones.
No puede ser una propiedad, porque puede existir sin cuerpos. Tampoco es
una sustancia: “No es sustancia... porque no es absoluto en sí mismo, sino
que es como un efecto emanente de Dios o una disposición de todo ser.”[146]
Contrariamente a la comprensión convencional, Newton aquí declara
explícitamente que el espacio no es en sí mismo absoluto y por lo tanto no es
una sustancia. Más bien, es un efecto emanente —o emanante— de Dios.
Con esta idea, Newton quiso decir que el tiempo y el espacio eran la
consecuencia inmediata del mismo ser de Dios. El ser infinito de Dios tiene
como consecuencia tiempo y espacio infinitos, que representan la cantidad de
su duración y presencia. Newton no concibe el espacio o el tiempo como
atributos de Dios en sí mismo, sino más bien, como él dice, los efectos
concomitantes de Dios.
En la visión de Newton, el “ahora” de Dios es el momento presente del
tiempo absoluto. Como Dios no es “un dios enano” o dvergar ubicado en un
lugar particular del espacio,[147] sino que está omnipresente, hay un momento
mundial que está absolutamente presente. El teísmo temporal de Newton
proporciona así la base para la simultaneidad absoluta. La absoluta presente y
la simultaneidad absoluta son, en primer lugar, características del tiempo de
Dios, del tiempo absoluto y, de manera derivada, del tiempo medido o
relativo.
Así, el concepto newtoniano clásico del tiempo está firmemente enraizado
en una cosmovisión teísta. Lo que Newton no se dio cuenta, ni pudo haber
sospechado, es que el tiempo físico no es solo relativo sino también
relativista, que la aproximación del tiempo físico al tiempo absoluto depende
no solo de la regularidad del reloj, sino también de su movimiento. A menos
que un reloj estuviera en reposo absoluto, no registraría con precisión el paso
del tiempo absoluto. Los relojes en movimiento corren lentamente. Esta
verdad, desconocida para Newton, finalmente fue captada por los científicos
solo con el advenimiento de la teoría de la relatividad.
Donde Newton se quedó corto, entonces, no fue en su análisis del tiempo
absoluto o metafísico —tenía motivos teológicos para postular tal tiempo—
sino en su comprensión incompleta del tiempo relativo o físico. Supuso
demasiado fácilmente que un reloj ideal daría una medida precisa del tiempo
independientemente de su movimiento. Si se le confronta con la evidencia
relativista, Newton sin duda habría acogido con satisfacción esta corrección y
no habría visto en ella ninguna amenaza a su doctrina del tiempo absoluto. En
resumen, la relatividad corrige el concepto de Newton del tiempo relativo, no
su concepto de tiempo absoluto.
Como un efecto persistente del positivismo, existe una gran antipatía en
la física moderna y la filosofía de la ciencia hacia realidades metafísicas, tales
como el espacio y el tiempo newtonianos, principalmente porque no son
físicamente detectables. Pero Newton habría quedado singularmente poco
impresionado con esta ecuación verificacionista entre la indetectabilidad
física y la inexistencia. Las bases para el espacio y el tiempo metafísicos no
eran físicas, sino filosóficas, o más precisamente, teológicas. Las objeciones
epistemológicas no preocupan a Newton porque, como muy bien dice el
filósofo de Oxford John Lucas, “está pensando en una Deidad omnisciente y
omnipresente cuya relación característica con las cosas y con el espacio se
expresa en el modo imperativo.”[148] Las teorías físicas modernas no dicen
nada en contra la existencia de tal Dios o el tiempo metafísico constituido, en
el pensamiento de Newton, por su eternidad. Lo que hizo la teoría de la
relatividad, en efecto, fue simplemente eliminar a Dios de la imagen y
sustituirlo en su lugar por un observador finito. La teoría representa así, en
palabras del historiador de la ciencia Gerald Holton, “la secularización final
de la física.”[149] Pero para un teísta como Newton, tal perspectiva secular
impide —en lugar de avanzar— nuestra comprensión de la naturaleza de la
realidad.
¿Cómo, entonces, evaluaremos la afirmación de que la TER ha eliminado
el tiempo y el espacio absolutos? Lo primero que se debe decir es que el
verificacionismo que caracterizó la formulación original de la TER de
Einstein pertenece esencialmente a los fundamentos filosóficos de la teoría.
Toda la teoría descansa en la redefinición de simultaneidad de Einstein en
términos de sincronización de reloj mediante señales de luz. Pero esa
redefinición supone necesariamente que el tiempo que tarda la luz en viajar
entre dos observadores relativamente estacionarios A y B es el mismo de A a
B que de B a A en un viaje de ida y vuelta. Esa suposición presupone que A y
B no están ambos en movimiento absoluto, o en otras palabras, que ni el
espacio absoluto ni el marco inercial privilegiado existen. La única
justificación para esa suposición es que es empíricamente imposible
distinguir el movimiento uniforme del reposo relativo a dicho marco, y si el
espacio absoluto y el movimiento absoluto o el reposo son indetectables
empíricamente, entonces no existen (e incluso puede decirse que son sin
sentido).
Pero si el verificacionismo pertenece esencialmente a los fundamentos de
la TER, lo siguiente que se debe decir es que el verificacionismo ha
demostrado ser completamente insostenible y ahora está pasado de moda. El
verificacionismo no proporciona ninguna justificación para pensar que
Newton erró, por ejemplo, al sostener que Dios existe en un tiempo que
existe independientemente de nuestras medidas físicas de él y que puede o no
ser registrado con precisión por ellos. No importa ni un ápice que las
criaturas finitas sepamos qué hora es en el tiempo absoluto de Dios; Dios lo
sabe, y eso es suficiente.
No estamos aquí respaldando los puntos de vista de Newton sobre la
eternidad divina y la omnipresencia (véase el capítulo 27), pero estamos
afirmando que las consideraciones metafísicas que adujo Newton son
cruciales para una correcta comprensión del tiempo y el espacio. Si
suponemos que Dios está en el tiempo, ¿cómo deberíamos entender la TER?
En un fascinante pasaje de su ensayo “La medida del tiempo”, Henri
Poincaré, el gran matemático francés y precursor de la relatividad, trata
brevemente la hipótesis de “una inteligencia infinita” y considera las
implicaciones de tal hipótesis. Poincaré reflexiona sobre el problema de cómo
podemos aplicar una y la misma medida de tiempo a eventos espacialmente
distantes. ¿Qué significa, por ejemplo, decir que dos pensamientos en la
mente de dos personas ocurren simultáneamente? ¿O qué significa decir que
ocurrió una supernova antes de que Colón viera el Nuevo Mundo? Como un
buen verificacionista, Poincaré dice: “Todas estas afirmaciones no tienen
significado en sí mismas.”[150] Luego comenta:
Primero deberíamos preguntarnos cómo se podría haber tenido la idea de poner en el mismo
marco tantos mundos impenetrables entre sí. Nos gustaría representarnos a nosotros mismos el
universo externo, y solo al hacerlo podríamos sentir que lo entendimos. Sabemos que nunca
podremos lograr esta representación: nuestra debilidad es demasiado grande. Pero al menos
deseamos la capacidad de concebir una inteligencia infinita para la cual esta representación sea
posible, una especie de gran conciencia que debería ver todo, y que debería clasificar todo en su
tiempo, cuando clasificamos, en nuestro tiempo, vemos menos.
Esta hipótesis está de hecho cruda e incompleta, porque esta inteligencia suprema sería solo un
semidiós; infinito en un sentido, estaría limitado en otro ya que solo tendría un recuerdo
imperfecto del pasado; no podría tener otro, ya que de lo contrario todos los recuerdos estarían
igualmente presentes y no habría tiempo para ello. Y, sin embargo, cuando hablamos de tiempo,
de todo lo que sucede fuera de nosotros, ¿no adoptamos inconscientemente esta hipótesis; no nos
ponemos en el lugar de este Dios imperfecto; y ni siquiera los ateos se ponen en el lugar donde
estaría Dios si existiera?
Lo que acabo de decir nos muestra, tal vez, por qué hemos tratado de poner todos los fenómenos
físicos en el mismo marco. Pero eso no puede pasar por una definición de simultaneidad, ya que
esta inteligencia hipotética, incluso si existiera, sería para nosotros impenetrable. Por lo tanto, es
necesario buscar otra cosa.[151]
Poincaré sugiere aquí que, al considerar la noción de simultaneidad, nos
ponemos instintivamente en el lugar de Dios y clasificamos los eventos como
pasados, presentes o futuros de acuerdo con su tiempo. Poincaré no niega
que, desde la perspectiva de Dios, existirían relaciones de simultaneidad
absoluta. Pero rechaza la hipótesis como una definición de simultaneidad,
porque no podríamos conocer tales relaciones; tal conocimiento seguiría
siendo la posesión exclusiva de Dios mismo.
Claramente, las dudas de Poincaré son relevantes para una definición de
simultaneidad solo si uno presupone algún tipo de teoría verificacionista del
significado, como indudablemente lo era. El hecho es que Dios conoce la
simultaneidad absoluta de los eventos, incluso si andamos a tientas en la
oscuridad total. Tampoco debemos preocuparnos por el argumento de
Poincaré de que una inteligencia tan infinita sería un mero semidiós, ya que
no hay razón para pensar que un ser temporal no pueda tener un perfecto
recuerdo del pasado. No hay dificultad conceptual en la idea de un ser que
conoce todas las verdades en tiempo pasado. Su conocimiento cambiará
constantemente, a medida que más y más eventos pasen. Pero en cada
momento sucesivo podría conocer cada verdad del tiempo pasado que hay en
ese momento. Por lo tanto, no se sigue que si Dios es temporal, no puede
tener un recuerdo perfecto del pasado.
La hipótesis de Poincaré sugiere, por lo tanto, que si Dios es temporal, su
presente es constitutivo de relaciones de simultaneidad absoluta. En este
punto de vista, el filósofo J. M. Findlay se equivocó cuando dijo: “La
influencia que armoniza y conecta todas las líneas del mundo no es Dios, no
es un medio sin rasgos, inerte, medio, sino ese intercambio vivo y activo
llamado... Luz, descendencia del primogénito del cielo.”[152] Por el contrario,
el uso de señales luminosas para establecer la sincronía del reloj sería una
convención que las criaturas finitas e ignorantes se han visto obligadas a
adoptar, pero el Dios vivo y activo, que lo sabe todo, no sería tan dependiente
En la experiencia temporal de Dios, habría un momento que estaría presente
en tiempo absoluto, ya sea que estuviera registrado o no por cualquier hora
del reloj. Él sabría, sin ninguna dependencia de los procedimientos de
sincronización de reloj o cualquier operación física en absoluto, y cuáles
eventos estaban simultáneamente presentes en tiempo absoluto. Él sabría esto
simplemente en virtud de que sabía en cada momento el conjunto único de
verdades presentes en ese momento, sin ninguna necesidad de observación
física del universo. Entonces, ¿qué sería de la TER si Dios está en el tiempo?
Por lo que se ha dicho, la existencia de Dios en el tiempo implicaría que
Lorentz, en lugar de Einstein, tenía la interpretación correcta de la teoría de la
relatividad. Es decir, el procedimiento de sincronización del reloj de Einstein
sería válido solo en el cuadro de referencia preferido (absoluto), y las barras
de medición se contraerían y los relojes se ralentizarían de la manera
relativista especial cuando están en movimiento con respecto al cuadro
preferido. La relatividad de Lorentz se admite por todos lados a ser
empíricamente equivalente a la relatividad de Einstein, e incluso hay indicios
en la vanguardia de la ciencia de hoy en día que un punto de vista lorentziano
puede ser preferible a la luz de los descubrimientos recientes. Tal
interpretación estaría implícita en la temporalidad divina, porque Dios en el
“ahora” del tiempo absoluto sabría qué eventos en el universo están siendo
creados por él y, por lo tanto, son absolutamente simultáneos entre sí y con su
“ahora”. Esta sorprendente conclusión muestra que la hipótesis teísta de
Newton no es una especulación ociosa, sino que tiene implicaciones
importantes para nuestra comprensión de cómo es el mundo y para la
evaluación de teorías científicas rivales.
Así que juzgar que mi experiencia está presente es muy similar a mi juicio de que es indolora.
Por un lado, el juicio no es uno que deba hacer.... Pero, por otro lado, si lo hago, estoy obligado a
tener la razón, al igual que cuando juzgo que mi experiencia es indolora. La presencia de la
experiencia… es algo de lo que la conciencia es infalible.
... No importa quién soy o cada vez que juzgue que mi experiencia está presente, ese juicio será
verdadero.[159]
Pero (B) es trivialmente verdadero, una mera tautología. Por lo tanto, aunque
(A) es verdadero, su contenido fáctico, según lo revelado por (B), no implica
la realidad objetiva de la actualidad.
Esta respuesta de Mellor tiene muchas fallas. Primero, la tautología de
Mellor es autoconstruida, ya que él estipula que son “las experiencias que
estoy teniendo ahora” las que se consideran presentes. Pero no hay ninguna
razón para describir las experiencias de uno como aquellas que se está
teniendo ahora. Las creencias en cuestión no son como (A); más bien, son
como (A'):
A'. Mi experiencia de ver la supernova está presente.
Y (A') no es tautológica.
En segundo lugar, incluso (A) se puede leer de una manera que no sea
tautológica. Dejemos que la frase “la experiencia que estoy teniendo ahora”
escoja una experiencia específica y única, como la observación de la
supernova. En ese caso, la atribución de la presencia a esa experiencia
particular de todas las experiencias que uno tiene no es trivial o verdadera por
definición.
Tercero, incluso si (A) es trivial, eso no implica que la actualidad de la
experiencia sea trivial. Puede ser trivial afirmar que “mis experiencias
presentes están presentes” o que “mis experiencias actuales son
experiencias”. Pero eso no sirve para explicar el hecho de que uno tiene
experiencias presentes o para derrotar la creencia en la actualidad de las
propias experiencias.
En cuarto lugar, declarar condiciones de verdad atemporal para la
creencia de uno en la actualidad de su experiencia no constituye ni siquiera
un derrotador prima facie de esa creencia. Tales condiciones de verdad son
irrelevantes para la base propia de esa creencia. Porque el objeto de la propia
creencia no es el hecho de que se establezca como las condiciones de verdad
atemporal de lo que uno cree. Para que ese sea el caso, (B), la declaración de
las condiciones de verdad tendría que tener el mismo significado que (A), la
declaración de la creencia temporal ―la cual Mellor niega. Como no son
sinónimos, la trivialidad de la declaración de las condiciones de verdad no
implica la trivialidad de la creencia temporal. Tampoco hay ninguna razón
para pensar que el contenido fáctico de la creencia temporal se da de manera
exhaustiva en las condiciones de verdad atemporal.
Por lo tanto, parece que Mellor no ha proporcionado un derrotador
exitoso para nuestra creencia de que nuestras experiencias están presentes.
No solo esa creencia parece ser propiamente básica, sino que incluso parece
ser irrevocablemente verdadera.
Una segunda forma en que experimentamos la realidad del tiempo se
muestra en nuestras actitudes hacia el pasado y el futuro. Recordamos
eventos pasados con nostalgia o arrepentimiento, mientras que esperamos
futuros eventos con temor o anticipación. Las creencias que expresan estas
actitudes son creencias tensas. Como dijo una vez el antiguo lógico de
Oxford A. N. Prior, cuando decimos: “¡Gracias a Dios, eso ya
pasó!”,ciertamente no queremos decir “¡Gracias a Dios la fecha de
conclusión de tal cosa es el 15 de junio de 1954!” o “¡Gracias a Dios que la
conclusión de tal cosa es simultánea con este enunciado!”: ¿por qué debería
alguien agradecer a Dios por eso?[160] El punto anterior es que tales actitudes
no pueden referirse a hechos tensos, sino a hechos tensos. El punto adicional
es que es completamente racional tener tales actitudes. Por lo tanto, las
creencias temporales evidenciadas por estas actitudes también deben ser
racionales. Si es racional que una persona se sienta aliviada de que su visita al
dentista haya pasado, entonces su creencia de que su visita ha pasado también
es racional.
En la teoría B del tiempo, los sentimientos de alivio y anticipación deben
considerarse en última instancia como irracionales, ya que los eventos en
realidad no son pasados ni futuros. Sin embargo, uno puede decir con
seguridad que ningún teórico B ha logrado despojarse de tales sentimientos.
De hecho, cualquiera que lograra deshacerse de tales sentimientos y las
creencias temporales que expresan dejaría de ser humano.
En respuesta, los teóricos B admiten que tales actitudes expresan
creencias temporales; pero nuevamente intentan despojar esas creencias de
cualquier contenido factual temporal. Dicen que agradecemos a Dios que
nuestro dolor de cabeza haya terminado, no porque haya terminado, sino
porque creemos que ha terminado; y el contenido de esta creencia está fijado
por sus condiciones de verdad atemporal, como que el dolor de cabeza es
anterior al momento de la propia creencia. Por lo tanto, que uno realmente
crea que el dolor de cabeza ha terminado, no implica que el dolor de cabeza
de uno es objetivamente pasado.
Ahora bien, los teóricos B tienen razón en que lo que nuestras actitudes
expresan inmediatamente son creencias temporales, no hechos temporales.
Porque un evento anticipado puede evitarse y, por lo tanto, nunca llegar a
pasar en absoluto. Pero todo lo que prueba es que las creencias temporales
son anulables. Muchas veces, sin embargo, nuestras creencias temporales son
correctas. De hecho, a veces son irrevocablemente correctas, como cuando
uno cree que el dolor que sintió ha terminado. En otras palabras, la pregunta
se reduce una vez más a la actualidad de la experiencia. Cuando uno siente
alivio, lo que le alivia puede analizarse como un hecho complejo que
involucra las creencias de que (1) la experiencia de uno está presente y (2)
algún evento es anterior al presente. Uno puede estar equivocado acerca de
(2), pero no acerca de (1), y por lo tanto la objetividad del tiempo permanece.
Hay una característica adicional de nuestras actitudes hacia el pasado y el
futuro que merece ser destacada, a saber, la diferencia en cómo consideramos
un evento dependiendo de su pasado o futuro. Una experiencia desagradable
que yace en el futuro ocasiona sentimientos de temor; pero esa misma
experiencia, una vez pasada, evoca sentimientos de alivio. En una teoría A
del tiempo, estas diferentes actitudes se basan en la realidad del devenir
temporal. Un evento futuro aún no existe y estará presente; pero un evento
pasado ya no existe y estuvo presente. Por lo tanto, es racional tener
diferentes sentimientos sobre estos eventos. Pero en una teoría B del tiempo,
esta diferencia de actitud hacia el pasado y el futuro carece de fundamento y,
por lo tanto, es irracional. Como filósofo del tiempo George Schlesinger
señala, en la teoría B del tiempo no hay más diferencia entre un evento
ubicado una hora más tarde contra una hora antes que ahora que en un evento
que se encuentra a una milla a la derecha contra uno milla a la izquierda de
aquí, porque ni “ahora” ni “aquí” son objetivos. Ya sea pasado o futuro,
ambos eventos son igualmente reales, no hay un devenir temporal, ni estamos
avanzando hacia un evento y alejándonos del otro, y la distinción entre
pasado y futuro es puramente subjetiva. Por lo tanto, simplemente no tiene
sentido mirar estos eventos de manera diferente. Y, sin embargo, como
observa Schlesinger, una preocupación tan diferencial es una experiencia
humana universal.
Piensa, por ejemplo, en la diferencia en nuestra actitud hacia el
nacimiento y la muerte. En la teoría B del tiempo, el período de inexistencia
personal que se encuentra después de la muerte no tiene más significado que
el período de inexistencia personal que yace antes del nacimiento. Y, sin
embargo, celebramos los cumpleaños, mientras que normalmente tememos
morir, un temor tan profundo que la muerte de uno, totalmente en contraste
con el nacimiento, parece poner un signo de interrogación detrás del valor de
la vida misma. Muchos filósofos existencialistas han dicho que la vida se
vuelve absurda a la luz de “mi muerte”; pero nadie ha dicho esto como
resultado de “mi nacimiento”.
Los teóricos B han sido reacios a descartar como irracionales nuestras
actitudes diferenciales hacia los eventos pasados y futuros, y en su lugar han
tratado de encontrar alguna base para esta diferencia en la teoría estática. Por
ejemplo, Nathan Oaklander, un ardiente defensor del tiempo estático, insiste
en que tal diferencia es racional porque en la teoría B el tiempo es asimétrico;
es decir, hay una dirección del tiempo determinada por el orden de los
eventos según las relaciones anteriores a/posteriores a. Oaklander cree que
marca la diferencia en el mundo tanto si un evento es posterior a la ubicación
en el tiempo o antes de nuestra ubicación.
Pero es evidente que en una teoría B del tiempo, la mera asimetría del
tiempo —su orientación según las relaciones anteriores a/posteriores a— no
es un sustituto adecuado del devenir temporal. Despojados de todo el tiempo,
las relaciones de anteriores a/posteriores a que con respecto a algún evento
no justifican más las actitudes divergentes de nuestra parte que las relaciones
con a la derecha de/a la izquierda de. De hecho, en la teoría B del tiempo, en
realidad hay dos direcciones al tiempo: una dirección “anterior a” y la otra
dirección “posterior a”. En ausencia de un devenir temporal, es totalmente
arbitrario cómo estas instrucciones se establecen en la serie de eventos. Las
dos flechas del tiempo podrían girarse 180 grados sin ninguna inconsistencia
con los hechos. Aunque algunos científicos intentan apelar a las leyes de la
termodinámica u otros procesos físicos para establecer la flecha del tiempo,
todos estos intentos presuponen una elección previa de dirección; por
ejemplo, que la dirección del aumento de entropía es la posterior a la
dirección. En ausencia del devenir temporal, tal elección es completamente
arbitraria. Podríamos haber llamado a la dirección de aumento de entropía
antes de lo que hubiéramos querido. Por lo tanto, anterior y posterior
simplemente no tienen la importancia en una teoría B del tiempo que lo hacen
en una teoría dinámica.
Nuestras diferentes actitudes hacia los eventos pasados y futuros sirven
para resaltar cuán arraigadas están nuestras creencias temporales. Si la teoría
B del tiempo es correcta, los sentimientos de alivio, nostalgia, temor y
anticipación son todos irracionales. Como tales sentimientos son
indestructibles, la teoría B nos condenará a todos a la irracionalidad. En
ausencia de un derrotador por nuestra creencia en la distinción objetiva entre
el pasado, el presente y el futuro, tal creencia sigue siendo propiamente
básica y los sentimientos que evocan son totalmente apropiados.
Hay muchas otras maneras en que experimentamos la realidad objetiva
del devenir temporal. A menos que los teóricos B puedan proponer una
garantía más poderosa para adoptar una teoría B del tiempo, debemos
apegarnos a la teoría A. Entonces, ¿qué razones existen para pensar que una
teoría B del tiempo es verdadera?
Sin lugar a dudas, la principal motivación para la adopción de una teoría
B del tiempo por los filósofos de la ciencia es la convicción de que la teoría
de la relatividad lo exige. Como el propio Einstein se dio cuenta, su teoría
especial tiene más sentido si está formulada en una geometría de cuatro
dimensiones, y su teoría general de la relatividad caracteriza la gravedad,
no como una fuerza, sino como la curvatura del espacio-tiempo
cuadridimensional (la unión del espacio y el tiempo en una realidad única,
que se presupone por un enfoque geométrico de la gravitación). Pero por lo
que ya se ha dicho anteriormente, está claro que tal argumento no es en
absoluto convincente. En primer lugar, hay una interpretación del núcleo
matemático de la relatividad especial que es empíricamente equivalente a la
interpretación de Einstein y es totalmente compatible con una teoría A del
tiempo, a saber, la relatividad de Lorentz. Entonces, ¿qué hay de malo con
una interpretación lorentziana?
El verificacionismo aparte, en la raíz de la aversión de muchos físicos a la
relatividad de Lorentz está la convicción que viene a la expresión en el
aforismo de Einstein: “Sutil es el Señor, pero malicioso no es”. Es decir, si
existe en la naturaleza una asimetría fundamental, entonces la naturaleza no
conspirará para ocultarlo de nosotros. Pero la relatividad lorentziana nos
obliga a creer que, aunque en el mundo existe simultaneidad y duración
absolutas, la naturaleza nos lo oculta al ralentizar nuestros relojes (retraso
del reloj) y al reducir nuestras varillas de medición (contracción de
longitud) cuando tratamos de detectarlos. D'Abro expresa su objeción a tal
conspiración de la naturaleza:
Si la Naturaleza fuera ciega, ¿por cuál maravillosa coincidencia todas las cosas habrían sido
ajustadas de manera que ocultaran una velocidad a través del éter? Y si la naturaleza fuera sabia,
seguramente tuviera otras cosas que atender, más dignas de su consideración, y apenas estaría
interesada en obstaculizar nuestros débiles intentos de filosofar. En la teoría de Lorentz, la
Naturaleza, cuando leemos en su sistema todos estos ajustes extraordinarios ad hoc, hace que
parezca travieso; era extremadamente difícil conciliar nuestro ser con encontrar tales rasgos
humanos en el plan universal.[161]
Primero hay que decir que D'Abro exagera en gran medida el alcance de
la supuesta conspiración. Después de todo, la relatividad especial es una
teoría restringida: lo único que se nos oculta es el movimiento uniforme
relativo al marco de referencia privilegiado. Pero la aceleración y la rotación
son movimientos absolutos que la naturaleza no hace nada por ocultar.
Además, uno seguramente debe cuestionar la presuposición de que si existen
asimetrías fundamentales, la naturaleza debe revelarlas a nosotros. La
manifestación empírica de un estado de naturaleza subyacente a menudo
puede aparecer alterada como resultado de distorsiones que intervienen entre
la teoría y la evidencia, de modo que es una tarea no trivial excavar el estado
de naturaleza de su manifestación distorsionada. Tim Maudlin, un filósofo de
la ciencia que se ha especializado en las implicaciones de la llamada no
localidad cuántica para la teoría de la relatividad, concluye después de
examinar todos los intentos de integrar los resultados del teorema de Bell con
la teoría de la relatividad: “De una manera u otra Dios nos ha jugado un truco
desagradable.”[162] Él sostiene que la solución de la relatividad de Lorentz no
puede ser rechazada sobre la base de que sería engañosa de la naturaleza, ya
que los partidarios de todas las soluciones dicen lo mismo de todos los
demás. Al final, reflexiona: “El verdadero desafío recae en los teólogos de la
física, que deben justificar los caminos de una Deidad que, si no es malvada,
es al menos extremadamente maliciosa.”[163]
En cuanto a la queja de d'Abro sobre encontrar “rasgos humanos en el
plan universal”, el lorentziano podría apelar al llamado principio antrópico.
De acuerdo con ese principio, las características del universo se pueden ver
en la perspectiva correcta solo si tenemos en cuenta que ciertas características
del universo son necesarias si existen observadores como nosotros. Si el
universo no tuviera esas características, entonces no estaríamos aquí para
observarlas. Ahora, nuestra propia existencia depende del mantenimiento de
ciertos estados de equilibrio dentro de nosotros. Pero la contracción de la
longitud y el retraso del reloj son, en opinión lorentziana, el resultado
precisamente de que los sistemas materiales mantienen sus estados de
equilibrio mientras están en movimiento. Por lo tanto, si la naturaleza
careciera de este comportamiento compensador, ¡no estaríamos aquí para
observar el hecho! Dado que no podríamos existir sin él, ¿por qué deberíamos
sorprendernos de observar la “conspiración” de la naturaleza?
Pero, ¿por qué la naturaleza está estructurada de esa manera? Dada la
perspectiva teísta a partir de la cual abordamos estas cuestiones, difícilmente
nos sorprendería descubrir que el universo está diseñado de tal manera que
respalda nuestra existencia. Debemos esperar que Dios haya elegido leyes de
la naturaleza que mantendrán los estados de equilibrio esenciales para nuestra
existencia. Incluso si, como dice d'Abro, la Naturaleza es ciega, Dios no; y si
la naturaleza no es sabia, Dios sí lo es. No es la Naturaleza, entonces, quien
se ocupa de nuestros débiles seres, quien nos considera sujetos dignos de
atención, sino el Creador y Sustentador del universo que es consciente del
hombre (Sal. 8: 3-8). Sutil es el Señor, misericordioso también lo es.
En cuanto a la teoría general de la relatividad, la pregunta planteada por el
enfoque geométrico de Einstein sobre la gravitación es si debe entenderse de
manera realista o meramente instrumental. De acuerdo con el notable filósofo
de la ciencia Arthur Fine, pocos científicos hábiles y expertos dan crédito a la
interpretación realista de la relatividad general. Más bien, la teoría es vista
como “una magnífica herramienta de organización” para lidiar con problemas
gravitacionales: “La mayoría de los que la usan piensan en la teoría como un
instrumento poderoso, en lugar de expresar una ‘gran verdad’.”[164] Puede ser
seguro decir que no existe una desventaja científica al tratar el enfoque
geométrico de la gravedad como meramente instrumental. De hecho, por el
contrario, se puede argumentar que una comprensión realista del espacio-
tiempo en realidad oscurece nuestra comprensión de la naturaleza
sustituyendo la geometría por una fuerza gravitatoria física, impidiendo así el
progreso al conectar la teoría de la gravedad con la teoría de partículas. En su
Gravitación y Cosmología, el físico ganador del Premio Nobel Steven
Weinberg sostiene que tomar la gravedad como una fuerza real es “un
vínculo crucial” entre la relatividad general y la física de partículas, ya que
debe haber una partícula de radiación gravitacional, el llamado gravitón.[165]
El enfoque geométrico del realismo espacio-tiempo es, por lo tanto, un
impedimento positivo para lograr una comprensión más integrada de la física.
El espacio-tiempo geométrico, en opinión de Weinberg, debe entenderse
“solo como una herramienta matemática” y “no como una base fundamental
para la teoría de la gravitación”.[166]
¿Qué otras razones podrían ofrecerse para adoptar una teoría B del
tiempo? Uno de los argumentos más celebrados es la paradoja de
McTaggart. En 1908, el idealista de Cambridge John Ellis McTaggart
publicó un notable artículo en la revista Mind titulado “La irrealidad del
tiempo”.[167] Su argumento consiste en dos partes. En la primera parte,
McTaggart argumenta que el tiempo es esencialmente temporal. En la
segunda parte argumenta que el tiempo temporales auto-contradictorio. Por lo
tanto, se deduce que el tiempo es irreal.
Dado que nuestra preocupación es con argumentos para la teoría B del
tiempo, nos centraremos en la segunda mitad de la prueba de McTaggart. Su
argumento aquí puede parecer desconcertante a menos que primero
comprendamos sus presupuestos metafísicos. La clave para comprender la
contradicción que McTaggart ve en una visión temporal del tiempo es su
presuposición de que los eventos pasados, presentes y futuros son todos
igualmente reales o existentes y que el devenir temporal consiste en el
movimiento del presente a lo largo de esta serie. McTaggart piensa en la serie
de eventos temporales estirados como una cadena de bombillas que están
momentáneamente iluminadas en sucesión, de modo que la luz se ve
moviéndose a través de la serie de bombillas. De la misma manera, la
presencia se mueve a través de la serie de eventos. Dado que todos los
eventos son igualmente existentes, el único respecto en el que cambian es el
cambio en el tiempo que experimentan. Primero son futuros, luego están
presentes, luego son pasados. En cualquier otro aspecto, simplemente son.
Obviamente, entonces, para McTaggart hacerse presente no implica
convertirse en existente.
McTaggart observa que el pasado, el presente y el futuro son mutuamente
incompatibles: ningún evento puede tener los tres. Pero dada la serie de
eventos temporales de McTaggart, ¡cada evento tiene los tres! Tome un
evento atemporalmente situado en t1. En t1 ese evento es obviamente
presente. Pero debido a que todos los eventos son igualmente reales, ese
mismo evento también tiene pasado y futuro, porque en t2 es pasado y en t0 es
futuro. El momento t1 no es más real o privilegiado que t0o t2, por lo que el
evento en cuestión debe caracterizarse por los tiempos que tiene en todo
momento, lo cual es imposible. Podemos visualizar el problema imaginando
a las personas existentes en cada uno de estos tres momentos. Para las
personas en t1, t1es presente. Como ni t1 ni estas personas fallecen, sigue
siendo el caso cuando es t2 que para las personas en t1 el momento t1 está
presente. Pero para la gente en t2, el momento t1 ha pasado. El momento t1
nunca se desvanece y toma el pasado: ¡Solo pregúntale a la gente en t1! Pero
t1 nunca cambia su pasado por otro tiempo tampoco, como la gente en t2 te
dirá. Por lo tanto t1 es incambiable tanto presente como pasado, lo cual es
imposible. Si alguien dijera: “Pero t1 está presente en relación con t1 y pasado
en relación con t2, lo cual no es contradictorio”, el defensor del tiempo
atemporal dirá que esa reducción de tales propiedades relacionales a las
relaciones atemporales es simultánea con y es anterior a, lo que reivindica la
teoría atemporal.
Después de décadas de discusión, parece estar surgiendo un consenso de
que la paradoja de McTaggart se basa en un intento equivocado de unir una
teoría dinámica del devenir temporal a una serie estática de eventos.
¡Entonces no es de extrañar que la teoría del tiempo dinámico-estática con la
que termina resulte siendo auto-contradictoria! Los críticos perspicaces de
McTaggart como C. D. Broad y A. N. Prior han insistido casi desde el
principio en que una teoría del tiempo temporal o A implica un compromiso
con el presentismo, la doctrina de que las únicas entidades temporales que
existen son entidades presentes. Según el presentismo, las entidades pasadas
y futuras no existen. Por lo tanto, realmente no hay eventos pasados o
futuros, excepto en el sentido de que ha habido ciertos eventos y habrá otros;
los únicos eventos reales son eventos presentes. Por lo tanto, no puede
hablarse de intercambio de un evento futuro por el presente o la realidad en el
presente por el pasado. El devenir temporal no es el intercambio de tiempo
por parte de los sucesos temporales existentes, sino el entrar y salir de la
existencia de las entidades mismas. ¡Los eventos ya no cambian los tiempos,
sino que intercambian propiedades de inexistencia y existencia! Un evento
posee solo el tiempo que tiene cuando está presente, es decir, la actualidad.
Ningún evento posee pasado o futuro, porque los eventos no representados no
existen. Por lo tanto, no puede haber duda de que un evento posea
determinaciones de tiempo verbal incompatibles. Por lo tanto, la paradoja de
McTaggart es ineficaz contra el presentista. La paradoja surge, no de una
contradicción dentro de una teoría del tiempo temporal, sino de una unión
mal concebida de las teorías A y B del tiempo.
El presentismo no es rechazado con poca frecuencia, porque se piensa
que implica, junto con la TER, una especie de solipsismo (la opinión de que
solo yo existo) que ninguna persona en su sano juicio puede creer. Esta
consecuencia no deseada se debe a la ausencia de tiempo y espacio absolutos
dentro del contexto de la TER, lo que hace imposible definir cualquier
relación de coexistencia plausible entre uno mismo y otras cosas. Cualquiera
que haya seguido nuestro argumento hasta ahora, sin embargo, se dará cuenta
de que esta objeción al presentismo no es difícil de responder. Se basa en una
interpretación einsteiniana de la teoría de la relatividad, que se puede
rechazar con fundamentos totalmente independientes a favor de una
interpretación lorentziana. Una comprensión lorentziana de la relatividad
preserva las relaciones de simultaneidad absoluta y, por lo tanto, no confronta
ningún desafío sobre las relaciones de coexistencia entre los seres temporales.
El presentista que acepta la relatividad lorentziana no está, por lo tanto,
amenazado por el fantasma del solipsismo.
En conclusión, tenemos buenas bases para aceptar una teoría A del
tiempo en vista de la base propia de nuestra creencia en la realidad objetiva
del devenir temporal. Por el contrario, los argumentos para una teoría B del
tiempo tienden a basarse en una interpretación física de la teoría de la
relatividad que se basa en una epistemología verificable insostenible. En
general, la filosofía contemporánea del tiempo y el espacio, como resultado
de la era positivista, ha sido completamente infectada por un cientificismo
insalubre. Ya es hora de que la filosofía del tiempo y el espacio se restaure al
dominio de la filosofía a la que pertenece propiamente: la metafísica, donde
las consideraciones teístas, como las aducidas por Newton, no pueden ser
ignoradas.
1―INTRODUCCIÓN
¿Qué es exactamente la moralidad y por qué parece importar tanto para
nosotros? ¿Existe realmente una diferencia objetiva entre el bien y el mal, lo
correcto y lo incorrecto, la virtud y el vicio, y si es así, cómo podemos
diferenciarlos? ¿Es alguna forma de relativismo moral la mejor teoría ética?
¿Existe una teoría ética más amplia que sea más consistente con las
Escrituras, y si es así, cuál es? Estas y muchas otras preguntas surgen cuando
uno comienza a pensar profundamente sobre cuestiones éticas. En los
próximos cuatro capítulos, se abordarán muchas de estas preguntas. Esta
importante exploración de los temas éticos se iniciará en este capítulo
examinando una visión general del campo de la ética, examinando las
principales opciones en metaética sobre el significado de los términos
morales y la naturaleza de las proposiciones morales, tales como Las
personas tienen valor intrínseco o Es malo robar, y al sondear la pregunta,
¿por qué deberíamos ser morales?
Silogismo B:
1'. Todas las promesas se mantienen.
2'. Esto es una promesa.
3'. Esta promesa se mantiene.
En este caso, (3') se infiere de las premisas. Sin embargo, el silogismo B
ya no contiene enunciados morales, porque, desde el punto de vista
imperativista, lo que hace que una proposición sea moral es su fuerza
imperativa expresada en la palabra por favor. Es “por favor” que da de (1) a
(3) su potencial de guía de acción. Por lo tanto, la única forma en que se
puede decir que las proposiciones morales en el silogismo A se encuentran en
relaciones lógicas entre sí es si dejamos caer su componente distintivamente
moral para generar silogismo B. Como B ya no está compuesto de
proposiciones morales, esta respuesta falla.
Si hubiera valores objetivos, entonces serían entidades o cualidades o relaciones de un tipo muy
extraño, completamente diferentes de cualquier otra cosa en el universo. En consecuencia, si
fuéramos conscientes de ellos, tendría que ser por alguna facultad especial de percepción moral o
intuición, completamente diferente de nuestras formas ordinarias de conocer todo lo demás.[168]
Mackie está discutiendo —afirmando que podría ser una mejor palabra,
ya que no es una gran discusión— que los valores morales son tan extraños
que su existencia sería extraña y que nuestra habilidad para conocerlos sería
también extraña. Pero ¿por qué alguien debería estar de acuerdo con Mackie
sobre esto? Si la moral existe, ¿por qué alguien esperaría que fuera como otro
tipo de cosas? Parece que Mackie está fallando en los valores morales por no
comportarse como objetos físicos. Pero este es un ejemplo absurdo de
búsqueda de fallas. Si los valores morales no son objetos físicos, entonces
¿por qué las personas esperan que sean como objetos físicos? Si Mackie está
en lo correcto desde su punto de vista, entonces una gran cantidad de
entidades —números, personas, leyes de la lógica, universales, conjuntos y
cualquier otra entidad no física— se deben echar a la basura, porque son
“raras”.
La objeción de Mackie es una mera afirmación de parcialidad a favor del
naturalismo. Parece razonable decir que si una versión fisicalista del
naturalismo filosófico es verdadera, entonces los valores morales objetivos
no existen. Pero a menudo es el caso en filosofía que el modus ponens de una
persona es el modus tollens de otra persona. Mackie afirmaría el antecedente
y negaría la objetividad de los valores morales. Sin embargo, un oponente
negaría la consecuencia y negaría que una versión fisicalista del naturalismo
filosófico sea verdadera. En el capítulo veintiséis revisaremos esta dialéctica
y veremos que la objetividad de los valores morales proporciona una base
para creer en la existencia de Dios. En resumen, estas son las opciones
principales en metaética. Además del análisis de términos y aserciones
morales, otro tema importante en la metaética es el problema de justificar el
punto de vista moral en sí mismo.
1―INTRODUCCIÓN
Cuando una persona aborda cuestiones específicas de la ética aplicada, como
el aborto, la pena capital o la eutanasia, él o ella aporta a esas cuestiones una
serie de creencias básicas o de trasfondo sobre temas éticos generales. Esta es
la forma en que debería ser. En cualquier campo de estudio, se discuten
debates específicos dentro del marco de teorías amplias que son relevantes
para esos debates. Por ejemplo, si dos historiadores van a discutir las causas
del declive del Imperio Romano, utilizarán argumentos enraizados en teorías
más amplias sobre historia, civilizaciones, etc.: ¿Los historiadores crean
hechos o los descubren? ¿Tenemos buenos registros sobre la antigua Roma?
¿Cómo se puede determinar para una civilización la importancia relativa de
los factores económicos en comparación con otros factores? Y así
sucesivamente.
Del mismo modo, cuando intentamos analizar cuestiones éticas
específicas, ciertos temas generales son importantes. ¿Cuál es la diferencia
entre un juicio fáctico (por ejemplo, las personas desaprueban el asesinato) y
un juicio de valor (por ejemplo, las personas deben desaprobar el asesinato)?
¿Son todos los valores relativos, o son algunos absolutos? ¿Qué significa
decir que algún valor moral es un absoluto? El debate entre el relativismo y el
absolutismo morales es de importancia central para el razonamiento ético, y
este debate es especialmente apremiante en la cultura contemporánea. Louis
Pojman observa,
Los esquimales permiten que sus ancianos mueran de hambre, mientras que nosotros creemos
que esta práctica es moralmente incorrecta. Los espartanos de la antigua Grecia creían, y Dobu
de Nueva Guinea creen hoy, que el robo es moralmente correcto, pero creemos que está mal. Los
Nuer de África Oriental arrojan bebés deformados a los hipopótamos, pero aborrecemos el
infanticidio. Ruth Benedict describe una tribu en Melanesia que ve la cooperación y la bondad
como vicios, y Colin Turnbull había documentado que los Ik en el norte de Uganda no tienen
ningún sentido del deber hacia sus hijos o padres. Algunas sociedades hacen obligatorio para los
niños matar (a veces estrangular) a sus padres ancianos. Los esquimales a veces abandonan a sus
ancianos mientras se trasladan a nuevos lugares. Las prácticas sexuales varían con el tiempo y el
clima. Algunas culturas permiten el comportamiento homosexual, mientras que otras lo
condenan. Algunas culturas practican el canibalismo, mientras que nosotros lo detestamos. El
relativismo cultural está bien documentado, y la costumbre parece ser “el rey de todo”.[169]
2―RELATIVISMO ÉTICO
En esta sección aclararemos y evaluaremos seis tesis diferentes que, de una
manera u otra, se han asociado con el relativismo. Pero primero, veamos
brevemente una importante distinción filosófica entre hechos y valores.
3―ABSOLUTISMO
1―INTRODUCCIÓN
Las teorías normativas en ética buscan proporcionar una explicación sobre
cuáles acciones son correctas e incorrectas y por qué. En las discusiones
actuales sobre ética, las teorías normativas generalmente se agrupan en dos
grupos básicos y mutuamente excluyentes: las teleológicas y las
deontológicas.
Hay dos sentidos diferentes del término teleológico cuando se usa para
identificar teorías normativas teleológicas en ética. En primer lugar, la ética
teleológica puede referirse a ciertos tipos de teorías de la ley moral natural
que describen el propósito de la vida humana en general, y las reglas morales
en particular, moviéndose hacia un fin y promoviendo una meta (el telos)
para la cual fuimos hechos: el florecimiento humano ideal de acuerdo con
nuestra naturaleza humana. Este sentido de “ética teleológica” no es el que
estamos usando en este capítulo. La ética de la virtud está estrechamente
relacionada con este tipo de teoría teleológica, y esta forma de pensar se
examinará en el próximo capítulo. La segunda noción de una teoría ética
teleológica es la que tenemos en mente aquí. Esta noción de ética teleológica
sostiene que lo correcto o incorrecto de un acto es exclusivamente una
función de la bondad o maldad de las consecuencias de ese acto. En última
instancia, las consecuencias y solamente las consecuencias son cruciales. Así
entendida, la ética teleológica está en conflicto con las teorías deontológicas
de la ética. La ética deontológica niega la afirmación de que las
consecuencias son el único factor determinante de lo correcto o incorrecto.
Pone límites a la relevancia de las consideraciones teleológicas. Los
deontólogos sostienen que algunos actos son intrínsecamente correctos o
incorrectos desde un punto de vista moral. Este enfoque se estudiará en el
próximo capítulo.
El utilitarismo es claramente la teoría teleológica más ampliamente
aceptada. Algunos, sin embargo, han aceptado otra visión teleológica: el
egoísmo ético. Por lo tanto, a continuación expondremos y evaluaremos el
egoísmo ético y las diferentes formas de utilitarismo, en ese orden.
2―EGOÍSMO ÉTICO
La humanidad tiene varios instintos y principios de acción como lo tienen las criaturas
irracionales; algunos se conducen de manera más directa e inmediata para el bien de la
comunidad, y algunos más directamente para el bien privado.... No es una verdadera
representación de la humanidad, el afirmar que están completamente gobernados por el amor
propio, el amor al poder y los apetitos sensuales…. Es un hecho manifiesto que las mismas
personas, la generalidad, con frecuencia son influenciadas por la amistad, la compasión, la
gratitud;... y el gusto por lo que es bueno y justo, toma su lugar entre los otros motivos de
acción.[172]
3―UTILITARISMO
Los utilitaristas ven la vida moral en términos de razonamiento de medios a
extremos. La esencia del utilitarismo puede expresarse de esta manera: lo
correcto o incorrecto de un acto o regla moral es únicamente una cuestión
del bien no moral producido directa o indirectamente en las consecuencias
de ese acto o regla. El utilitarismo se puede aclarar y las críticas se agudizan
investigando tres aspectos diferentes de las teorías que llevan este nombre:
teorías utilitarias del valor, el principio de la utilidad misma, y diferentes
formas de utilitarismo.
1―INTRODUCCIÓN
La gran mayoría de los pensadores cristianos a lo largo de la historia de la
iglesia han adoptado la ética deontológica o de virtud o alguna combinación
de ambas. Los Diez Mandamientos y, más en general, la ley del Antiguo
Testamento parecen ser, naturalmente, un ejemplo de ética deontológica. El
libro de Proverbios y el Sermón del Monte parecen ser expresiones de un
enfoque de ética de la virtud. Además, estas dos teorías éticas normativas
parecen captar lo que la mayoría de la gente considera un enfoque de sentido
común sobre la naturaleza de la ética.
A grandes rasgos, la ética deontológica se centra en las acciones morales
correctas e incorrectas y en las leyes morales, y sostiene que algunos actos y
reglas morales son intrínsecamente correctos o incorrectos,
independientemente de las consecuencias producidas al hacer esos actos o
seguir esas reglas. De acuerdo con la ética deontológica, la moralidad es su
propio punto, al menos en parte, y el deber moral debe hacerse por sí mismo.
Por el contrario, la ética de la virtud se centra en la naturaleza y la
formación de una buena persona, y el tipo de disposiciones y rasgos de
carácter que constituyen la buena persona. De acuerdo con la ética de la
virtud, la persona buena es la que está funcionando correctamente, es decir,
como un ser humano debe funcionar y, por lo tanto, es uno que es experto en
la vida.
En este capítulo, la ética deontológica y la ética de la virtud serán
examinadas y evaluadas en ese orden. El capítulo cerrará con un breve
examen de las diferentes formas en que las dos teorías se pueden unir en una
visión integral de la vida moral.
2―ÉTICA DEONTOLÓGICA
Para comprender la teoría deontológica de la moralidad, se deben entender
tres aspectos de la teoría: la teoría deontológica del valor, la naturaleza de una
regla moral y los argumentos a favor y en contra de la teoría.
3―ÉTICA DE LA VIRTUD
La teoría de la virtud, también llamada ética aretaica (de la palabra griega
aretē, “virtud”), tiene un linaje largo y distinguido, que se remonta a
Aristóteles y Platón, pasando por Tomás de Aquino e incluyendo a muchos
defensores contemporáneos. Los expertos en ética de la virtud a veces
afirman que la ética deontológica falla, porque se abstrae del agente moral en
sí mismo, se enfoca completamente en hacer las cosas correctas en lugar de
ser una buena persona, y proporciona poca guía para comprender cómo
desarrollar el carácter ético y la motivación moral. Por el contrario, la ética de
las virtudes es la cuestión de qué es una buena persona y cómo se desarrolla
una buena persona. Además, se afirma que la ética deontológica pone
demasiado énfasis en la autonomía moral, mientras que la teoría de la virtud
incluye un énfasis en la comunidad y las relaciones. El resto de esta sección
examinará una exposición y evaluación de la ética de la virtud.
1―INTRODUCCIÓN
Una de las disciplinas de filosofía de segundo orden que es de especial interés
para el cristiano es la filosofía de la religión. Así como aparece en la escena
contemporánea, en realidad hay dos disciplinas bastante diferentes bajo el
nombre de filosofía de la religión. Lo que nos interesará aquí es la disciplina
de segundo orden que persiguen los filósofos profesionales, quienes
típicamente participan en una sociedad profesional como la Asociación
Filosófica Americana. La filosofía de la religión es también una disciplina de
segundo orden para los estudios religiosos, donde normalmente la llevan a
cabo profesores de religión o teología que trabajan profesionalmente en
sociedades como la Academia Americana de Religión. Estos dos enfoques de
la filosofía de la religión tienen una textura muy diferente. En términos
generales, podemos decir que el primero se ocupa de filosofar sobre los
problemas planteados por las afirmaciones de verdad religiosa, mientras que
el segundo tiende a filosofar sobre el fenómeno de la religión misma. Por lo
tanto, este último se parece más estrechamente a la disciplina de la religión
comparada que el primero, y cuando sus practicantes reflexionan sobre un
problema de significado filosófico, a menudo carecen de las herramientas
conceptuales proporcionadas por la formación en filosofía analítica, que es la
tradición dominante en filosofía de la religión como lo persiguen los filósofos
profesionales de hoy. Aunque la filosofía de la religión ha sido reconocida
como una disciplina filosófica de segundo orden delineada tan atrás como el
filósofo alemán G. WF. Hegel, que dio una conferencia sobre el tema, la
filosofía analítica de la religión es un movimiento reciente de la última mitad
del pasado siglo más o menos, la cual es una de las áreas más emocionantes y
florecientes de la filosofía angloamericana contemporánea.
Dentro de la disciplina de la filosofía de la religión, han surgido ciertos
temas estándar, como la naturaleza del lenguaje religioso (¿las oraciones que
tienen contenido religioso hacen afirmaciones fácticas que son verdaderas o
falsas?), epistemología religiosa (¿cómo puede uno estar justificado o
garantizado al creer en las afirmaciones de la verdad religiosa?), la existencia
de Dios (¿existe tal cosa como Dios?), la coherencia del teísmo (¿tiene
sentido el concepto de Dios?), el problema del mal (¿el sufrimiento en el
mundo excluye la existencia de Dios?), religiones comparadas (¿cómo se
evalúan las afirmaciones de verdad religiosa de otras religiones?), el
problema de los milagros (¿cómo debe entenderse la acción divina en el
mundo natural?), el alma y la inmortalidad (¿cuál es la naturaleza del hombre
y la vida después de la muerte?), la experiencia religiosa (¿podemos
experimentar a Dios y cómo?), y las doctrinas religiosas reveladas (¿cómo
debemos entender doctrinas como la Trinidad, la encarnación, la expiación, el
cielo y el infierno, la providencia, la predestinación, la inspiración bíblica y
una multitud de otras doctrinas?).
Es evidente que la filosofía de la religión se superpone no solo con otras
disciplinas filosóficas sino también con las preocupaciones de la teología
sistemática. De hecho, es difícil ver cómo la tarea del filósofo cristiano de la
religión difiere mucho de la del teólogo sistemático. Aunque algunos
pensadores cristianos dirían que la teología sistemática difiere de la filosofía
de la religión en que el teólogo sistemático presupone la verdad de la
Escritura, es difícil ver por qué el filósofo cristiano debe estar peculiarmente
limitado y restringido a la razón natural en vez de permitirse él mismo de
aprovechas todas las fuentes de la verdad, de las cuales él cree que la
Escritura es una. En la medida en que él filosofa como cristiano en lugar de
afectar una postura epistemológica que tergiversa sus creencias reales, él es,
en efecto, indistinguible del teólogo sistemático, al menos en la medida en
que este último se dedica a la formulación y defensa de la doctrina cristiana.
De hecho, el trabajo más interesante e importante en la exploración de temas
en la teología sistemática de hoy en día se está haciendo cada vez más, no por
teólogos, sino por filósofos analíticos de la religión.
En esta sección, debido a limitaciones de espacio, nos restringiremos a la
discusión de algunos de los temas más centrales en la filosofía de la religión
en la medida en que estos temas no hayan sido abordados en otro lugar de
este libro. Específicamente, en este capítulo y en el siguiente, exploraremos la
cuestión de la existencia de Dios.
Para evaluar este argumento, será útil definir algunos términos. Por un
infinito real, el defensor del argumento quiere decir cualquier colección que
tenga en un tiempo t un número de miembros definidos y discretos que es
mayor que cualquier número natural {0, 1, 2, 3,...}. Esta noción debe
contrastarse con un infinito potencial, que es cualquier colección que tiene
en cualquier momento t un número de miembros definidos y discretos que es
igual a un número natural pero que con el tiempo aumenta infinitamente hasta
el infinito como límite. Por existir, los defensores del argumento quieres decir
“tener existencia extra mental” o “ser instanciados en el mundo real”. Por un
“evento físico”, se refieren a cualquier cambio que ocurra dentro del universo
del espacio-tiempo. Como cualquier cambio lleva tiempo, no hay eventos
instantáneos. Tampoco podría haber un evento infinitamente lento, ya que tal
“evento” sería en realidad un estado inmutable. Por lo tanto, cualquier evento
tendrá una duración finita, distinta de cero. Para que todos los eventos que
constituyen la regresión temporal de eventos pasados sean de igual duración,
uno arbitrariamente estipula algún evento como nuestro estándar y, tomando
como punto de partida el presente evento estándar, consideramos cualquier
serie de tales eventos estándar ordenados de acuerdo con la relación antes
que. La pregunta es si esta serie de eventos comprende un número realmente
infinito de eventos o no. De lo contrario, dado que el universo no es distinto
de la serie de eventos físicos pasados, el universo debe haber tenido un
comienzo, en el sentido de un primer evento estándar. Por lo tanto, no es
relevante si la serie temporal tenía un punto de inicio (un primer instante
temporal). La pregunta es si en el pasado había un evento que ocupaba un
intervalo temporal finito distinto de cero que era absolutamente el primero, es
decir, que no estaba precedido por ningún intervalo igual.
La premisa (1) afirma, entonces, que un infinito real no puede existir en el
mundo real, espaciotemporal. Generalmente se alega que este tipo de
argumento ha sido invalidado por el trabajo de Georg Cantor sobre el infinito
real y por los desarrollos subsecuentes en la teoría de conjuntos. Pero esta
acusación malinterpreta la naturaleza del sistema de Cantor y de la teoría de
conjuntos moderna, ya que el argumento no contradice, de hecho, ninguno de
los dos principios. La razón es esta: el sistema de Cantor y la teoría de
conjuntos son simplemente un universo de discurso, un sistema matemático
basado en ciertos axiomas y convenciones adoptados. El defensor del
argumento puede sostener que si bien el infinito real puede ser un concepto
fructífero y consistente dentro del universo de discurso postulado, no puede
ser transpuesto al mundo espaciotemporal, ya que esto implicaría absurdos
contraintuitivos. Esto se puede demostrar mediante ejemplos concretos que
ilustran los diversos absurdos que resultarían si un infinito real fuera
instanciado en el mundo real.
Tomemos, por ejemplo, el Hotel de Hilbert, un producto de la mente del
gran matemático alemán David Hilbert. Como precalentamiento, imaginemos
un hotel con un número finito de habitaciones. Supongamos, además, que
todas las habitaciones están llenas. Cuando llega un nuevo invitado pidiendo
una habitación, el propietario se disculpa, “Lo siento, todas las habitaciones
están llenas”, y ese es el final de la historia. Pero ahora imaginemos un hotel
con un número infinito de habitaciones y supongamos una vez más que todas
las habitaciones están llenas. No hay una sola habitación libre en todo el
infinito hotel. Ahora, supongamos que aparece un nuevo invitado pidiendo
una habitación. “¡Pero por supuesto!”, dice el propietario, e inmediatamente
cambia a la persona de la habitación 1 a la habitación 2, la persona de la
habitación 2 a la habitación 3, la persona de la habitación 3 a la habitación 4
y así sucesivamente hasta el infinito. Como resultado de estos cambios de
habitación, la habitación 1 queda vacante y el nuevo huésped se registra con
gratitud. Pero recuerda, antes de llegar, ¡todas las habitaciones estaban llenas!
Igualmente curioso, según los matemáticos, ahora no hay más personas en el
hotel que antes: el número es infinito. ¿Pero como puede ser esto? El
propietario acaba de agregar el nuevo nombre de invitado a la hoja de registro
y le dio sus llaves ―¿cómo puede no haber una persona más en el hotel de
las que había antes?
Pero la situación se vuelve aún más extraña. Supongamos que una
infinidad de nuevos invitados se presentan en el escritorio y piden una
habitación. “¡Por supuesto, por supuesto!”, dice el propietario, y procede a
cambiar a la persona de la habitación 1 a la habitación 2, la persona de la
habitación 2 a la habitación 4, la persona de la habitación 3 a la habitación 6
y así sucesivamente hasta el infinito, siempre colocando a cada ocupante
anterior en el número de habitación dos veces el suyo. Como cualquier
número natural multiplicado por dos siempre equivale a un número par, todos
los invitados terminan en habitaciones pares. Como resultado, todas las
habitaciones impares quedan vacantes, y la infinidad de nuevos huéspedes se
acomoda fácilmente. Y, sin embargo, antes de que llegaran, ¡todas las
habitaciones estaban llenas! Y, de nuevo, curiosamente, el número de
huéspedes en el hotel es el mismo después de que la infinidad de nuevos
huéspedes se registran como antes, a pesar de que había tantos invitados
nuevos como invitados antiguos. De hecho, el propietario podría repetir este
proceso infinitamente muchas veces, y aún así, nunca habría una sola persona
más en el hotel que antes.
Pero el Hotel de Hilbert's es incluso más extraño de lo que el matemático
alemán lo hizo. Por supuesto, algunos de los invitados comienzan a retirarse.
Supongamos que el invitado en la habitación 1 se va. ¿No hay ahora una
persona menos en el hotel? ¡No según los matemáticos! Supongamos que los
invitados en las habitaciones 1, 3, 5,... hacen el check out. En este caso, un
número infinito de personas ha abandonado el hotel, pero según los
matemáticos, ¡no hay menos personas en el hotel! De hecho, podríamos hacer
que todos los huéspedes salgan del hotel y repetir este proceso infinitamente
muchas veces y, sin embargo, nunca habrá menos personas en el hotel. Ahora
supongamos que al propietario no le gusta tener un hotel medio vacío (se es
bueno para el negocio). ¡No importa! Al desplazar a los ocupantes como
antes, pero en orden inverso, transforma su hotel de medio desocupado en
uno que está repleto. Podrías pensar que con estas maniobras el propietario
siempre podría mantener este extraño hotel completamente ocupado. Pero
estarías equivocado. Supongamos que las personas en las habitaciones 4, 5,
6,... se van. De un solo golpe, el hotel quedaría prácticamente vacío, el
registro de invitados se reduciría a tres nombres, y el infinito se convertiría en
finitud. Y, sin embargo, sería igualmente cierto el mismo número de
invitados que se fueron esta vez que cuando los invitados en las habitaciones
1, 3, 5,... se fueron. ¿Alguien puede creer que un hotel así podría existir en
realidad?
El Hotel de Hilbert ciertamente parece absurdo. Dado que nada depende
de que la ilustración involucre un hotel, el argumento, si tiene éxito,
mostraría en general que es imposible que exista un número realmente
infinito de cosas en la realidad espaciotemporal. Los estudiantes a veces
reaccionan a ilustraciones como el Hotel de Hilbert diciendo que realmente
no comprendemos la naturaleza del infinito y, por lo tanto, resultan estos
absurdos. Pero esta actitud es simplemente errónea. La teoría de conjuntos
infinita es una rama de las matemáticas muy desarrollada y bien entendida, y
estos absurdos se pueden ver como resultado precisamente porque, de hecho,
entendemos la noción de una colección con un número realmente infinito de
miembros.
A veces se dice que podemos encontrar contraejemplos en la afirmación
de que un número realmente infinito de cosas no puede existir, por lo que esa
premisa (1) debe ser falsa. Por ejemplo, ¿no todas las distancias finitas
pueden dividirse en 1/2, 1/4, 1/8,... hasta el infinito? ¿Eso no prueba que haya
en una distancia finita un número realmente infinito de partes? El defensor
del argumento puede responder que esta objeción confunde un infinito
potencial con un infinito real. Señalará que si bien puedes continuar
dividiendo cualquier distancia por el tiempo que quieras, tal serie es
meramente y potencialmente infinita, esa infinidad sirve como un límite al
que te acercas sin fin pero nunca alcanzas. Si supones que alguna distancia ya
está compuesta de un número realmente infinito de partes, entonces estás
cayendo en una petición de principio. Estás asumiendo lo que se supone que
el objetor debe probar, es decir, que hay un claro contraejemplo para la
afirmación de que un número realmente infinito de cosas no puede existir.
De nuevo, vale la pena reiterar que nada en el argumento debe
interpretarse como un intento de socavar el sistema teórico legado por Cantor
a las matemáticas modernas. De hecho, algunos de los entusiastas más
entusiastas del sistema de las matemáticas transfinitas están muy dispuestos a
aceptar que estas teorías no tienen ninguna relación con el mundo real. Así,
Hilbert, quien ensalzó exuberantemente la grandeza de Cantor, sostuvo que el
paraíso de Cantor existe solo en el mundo ideal inventado por el matemático
y no se encuentra en ninguna parte en la realidad. El caso en contra de la
existencia de la necesidad infinita real no dice nada sobre el uso de la idea del
infinito en los sistemas matemáticos conceptuales.
La segunda premisa establece que una regresión temporal infinita de los
eventos es un infinito real. Esto afirma que si la serie o secuencia de cambios
en el tiempo es infinita, entonces estos eventos considerados colectivamente
constituyen un infinito real. El punto parece bastante obvio, ya que si ha
habido una secuencia compuesta por un número infinito de eventos que se
remontan al pasado, entonces ha ocurrido un número realmente infinito de
eventos. Si la serie de eventos pasados fuera un infinito real, entonces todos
los absurdos que conlleva la existencia real de un infinito real se aplicarían a
él.
En resumen: si un infinito real no puede existir en el mundo real,
espaciotemporal y un retroceso temporal infinito de los eventos es un infinito
real, podemos concluir que un retroceso temporal infinito de eventos no
puede existir; es decir, la serie temporal de eventos físicos del pasado tuvo un
comienzo. Y esto implica la segunda premisa del silogismo original del
argumento cosmológico kalam.
El segundo argumento contra la posibilidad de un pasado infinito que
consideraremos es el argumento basado en la imposibilidad de formar un
infinito real por adición sucesiva. Puede formularse de la siguiente manera:
1. La serie temporal de eventos físicos es una colección formada por
adición sucesiva.
2. Una colección formada por adición sucesiva no puede ser un infinito
real.
3. Por lo tanto, la serie temporal de eventos físicos no puede ser un
infinito real.
Aquí no se supone que un infinito real no puede existir. Incluso si un
infinito real puede existir, se argumenta que la serie temporal de eventos no
puede ser tal, ya que un infinito real no puede formarse por adición sucesiva,
como lo es la serie temporal de eventos.
La premisa (1) presupone una vez más una teoría A del tiempo. En tal
teoría, la recopilación de todos los eventos pasados antes de cualquier evento
dado no es una colección cuyos miembros coexisten atemporalmente. Por el
contrario, es una colección que se instancia de forma secuencial o sucesiva en
el tiempo, un evento que llega a los talones de otro. Dado que el devenir
temporal es una característica objetiva del mundo físico, la serie de eventos
pasados no es un continuo infinitamente existente, todos sus miembros son
igualmente reales. Por el contrario, los miembros de la serie llegan a ser y
desaparecen uno tras otro.
La premisa (2) afirma que una colección formada por adición sucesiva no
puede ser un infinito real. A veces esto se describe como la imposibilidad de
atravesar el infinito. Para que podamos “llegar” hasta hoy, la existencia
temporal ha atravesado, por así decirlo, un número infinito de eventos
previos. Pero antes de que pudiera llegar el evento presente, el evento
inmediatamente anterior tendría que llegar, y antes de que ese evento pudiera
llegar, el evento inmediatamente anterior tendría que llegar, y así
sucesivamente hasta el infinito. Ningún evento podría llegar, ya que antes de
que pudiera transcurrir siempre habrá un evento más que tuvo que haber
sucedido primero. Por lo tanto, si la serie de eventos pasados no tuviera
comienzo, el presente evento no podría haber llegado, lo cual es absurdo.
Este argumento trae a la mente el relato de Bertrand Russell sobre
Tristram Shandy, quien, en la novela de Sterne, escribe su autobiografía tan
lentamente que le toma todo un año registrar los eventos de un solo día. Si
fuera mortal, nunca terminaría, afirma Russell, pero si fuera inmortal, todo el
libro podría completarse, ya que cada día correspondería un año, y ambos son
infinitos. Sin embargo, la afirmación de Russell es insostenible en una teoría
A del tiempo, ya que el futuro es en realidad un potencial infinito solamente.
Aunque escribiera para siempre, Tristram Shandy solo se iría cada vez más
atrás, de modo que en vez de terminar su autobiografía, se acercaría
progresivamente a un estado en el que estaría infinitamente lejos. Pero nunca
llegaría a ese estado, porque los años y, por lo tanto, los días de su vida
siempre serían finitos en número, aunque aumentarían indefinidamente.
Pero pasemos a la historia: supongamos que Tristram Shandy ha estado
escribiendo desde la eternidad pasada al rango de un día por año. ¿No debería
Tristram Shandy estar ahora infinitamente lejos? Porque si ha vivido durante
un número infinito de años, Tristram Shandy ha registrado una cantidad
igualmente infinita de días pasados. Dada la minuciosidad de su
autobiografía, estos días son todos días consecutivos. En cualquier punto del
pasado o del presente, por lo tanto, Tristram Shandy ha registrado una serie
sin comienzo, infinita de días consecutivos. Pero ahora inevitablemente surge
la pregunta: ¿cuáles días son estos? ¿Dónde en la serie temporal de eventos
están los días registrados por Tristram Shandy en un punto dado? La
respuesta solo puede ser que son días infinitamente distantes del presente.
Porque no hay un día en que Tristram Shandy escriba en el cual esté
finitamente distante del último día registrado.
Si Tristram Shandy ha estado escribiendo durante un año, entonces el día
más reciente que pudo haber registrado es hace un año. Pero si ha estado
escribiendo durante dos años, ese mismo día no pudo haber sido registrado
por él. Puesto que su intención es registrar días consecutivos de su vida, el día
más reciente que pudo haber registrado fue el día inmediatamente posterior a
un día, al menos, hace dos años. Esto se debe a que toma un año registrar un
día, por lo que para registrar dos días debe tener dos años. De manera similar,
si ha estado escribiendo tres años, entonces el día más reciente registrado
podría ser no más reciente que hace tres años más dos días. De hecho, la
recesión en el pasado del día registrable más reciente se puede trazar de
acuerdo con la fórmula: (fecha actual - n años de escritura) + (n - 1) días. En
otras palabras, cuanto más tiempo ha escrito, más atrás ha caído. Pero, ¿qué
sucede si Tristram Shandy, ex hypothesi,[176] ha estado escribiendo durante un
número infinito de años? El primer día de su autobiografía retrocede hasta el
infinito, es decir, a un día infinitamente distante del presente. En ningún lugar
del pasado a una distancia finita del presente podemos encontrar un día
registrado, ya que Tristram Shandy está infinitamente lejos y atrasado. La
serie infinita de días sin comienzo que ha registrado son días que se
encuentran a una distancia temporal infinita del presente. Lo que sigue de la
historia de Tristram Shandy es que una serie infinita de eventos pasados es
absurda, ya que no hay forma de recorrer la distancia desde un evento
infinitamente distante hasta el presente o, más técnicamente, para un evento
que una vez estuvo presente para retroceder a una distancia temporal infinita.
Pero ahora un absurdo más profundo irrumpe a la vista. Porque si la serie
de eventos pasados es un infinito real, entonces podemos preguntarnos: ¿por
qué Tristram Shandy no terminó su autobiografía ayer o el día anterior, ya
que para entonces ya había transcurrido una serie infinita de momentos?
Dado que en un tiempo infinito terminaría el libro, entonces, en cualquier
punto del pasado infinito, ya debería haber terminado. No importa cuán lejos
regrese la serie de eventos pasados, Tristram Shandy ya habría completado su
autobiografía. Por lo tanto, en ningún momento en la serie infinita de eventos
pasados podría estar terminando el libro. Nunca podríamos mirar por encima
del hombro de Tristram Shandy para ver si ahora estaba escribiendo la última
página. En cualquier punto, una secuencia de eventos realmente infinita
habría ocurrido y el libro ya se habría completado. Por lo tanto, en ningún
momento de la eternidad encontraremos la escritura de Tristram Shandy, lo
cual es absurdo, ya que supusimos que estaría escribiendo desde la eternidad.
Y en ningún momento terminará el libro, que es igualmente absurdo, porque
para que el libro se complete, en algún momento debe haber terminado. Lo
que la historia de Tristram Shandy realmente nos dice es que una regresión
temporal realmente infinita es absurda.
A veces los críticos acusan este argumento como un truco de
prestidigitación como las paradojas del movimiento de Zenón. Zenón
argumentó que antes de que Aquiles pudiera cruzar el estadio, tendría que
cruzar a la mitad; pero antes de que pudiera cruzar a la mitad, tendría que
cruzar un cuarto del camino; pero antes de que pudiera cruzar un cuarto del
camino, tendría que cruzar un octavo del camino; y así sucesivamente hasta
el infinito. ¡Es evidente que Aquiles ni siquiera podía moverse! Por lo tanto,
concluyó Zenón, el movimiento es imposible. Ahora bien, aunque el
argumento de Zenón es muy difícil de refutar, nadie realmente cree que el
movimiento sea imposible. Incluso si Aquiles debe atravesar un número
infinito de puntos intermedios para cruzar el estadio, ¡de alguna manera logra
hacerlo! El argumento en contra de la imposibilidad de atravesar un pasado
infinito, según algunos críticos, debe cometer la misma falacia que la
paradoja de Zenón.
Pero tal objeción no tiene en cuenta dos disanalogías cruciales de un
pasado infinito para las paradojas de Zenón: mientras que en los
experimentos de pensamiento de Zenón los intervalos recorridos son
potenciales y desiguales, en el caso de un pasado infinito, los intervalos son
reales e iguales. La afirmación de que Aquiles debe atravesar un número
infinito de puntos intermedios para cruzar el estadio es una petición de
principio, ya que supone que todo el intervalo es una composición de un
número infinito de puntos, mientras que los oponentes de Zenón, como
Aristóteles, toman la línea como un todo a ser conceptualmente anterior a
cualquier división que podamos hacer en ella. Además, los intervalos de
Zenón, al ser desiguales, se suman a una distancia meramente finita, mientras
que los intervalos en un pasado infinito se suman a una distancia infinita. Por
lo tanto, sus experimentos mentales son crucialmente desanálogos a la tarea
de atravesar un número infinito de intervalos iguales y reales para llegar a
nuestra ubicación actual.
Con frecuencia se objeta que este tipo de argumento presupone
ilícitamente un punto de partida infinitamente distante en el pasado y luego se
pronuncia que es imposible viajar desde ese punto hasta el día de hoy. Pero si
el pasado es infinito, entonces no habría ningún punto de partida, ni siquiera
uno infinitamente distante. Sin embargo, desde cualquier punto dado en el
pasado, solo hay una distancia finita al presente, que es fácilmente
“atravesada”. Pero, de hecho, ningún defensor del argumento kalam del que
seamos conscientes ha asumido que había un punto de comienzo
infinitamente distante en el pasado. (Incluso la paradoja de Tristram
Shandy no afirma que hubo un primer día infinitamente distante, sino
simplemente que hubo días infinitamente distantes en el pasado). El hecho de
que no hay un comienzo en absoluto, ni siquiera uno infinitamente distante,
parece solamente empeorar el problema, no mejorarlo. Decir que el pasado
infinito pudo haber sido formado por una adición sucesiva es como decir que
alguien acaba de escribir todos los números negativos, terminando en -1. Y,
podríamos preguntar, ¿cómo se afirma que desde un momento dado en el
pasado solo hay una distancia finita al presente que sea relevante para el
problema? El defensor del argumento kalam podría estar de acuerdo con esto
felizmente. El problema es cómo se puede formar toda la serie, no una
porción finita de la misma. ¿Piensa el objetor que debido a que cada
segmento finito de la serie puede formarse por adición sucesiva de manera
que toda la serie infinita pueda formarse de esta manera? Eso es tan
lógicamente falaz como decir que porque cada parte de un elefante es liviana,
todo el elefante es liviano. El reclamo es por lo tanto irrelevante.
En resumen: si una colección formada por adición sucesiva no puede ser
un infinito real, entonces dado que la serie temporal de eventos es una
colección formada por suma sucesiva, se deduce que la serie temporal de
eventos no puede ser un infinito real. Esto implica, por supuesto, que la serie
temporal de eventos físicos pasados tiene un comienzo.
El tercer argumento para el comienzo del universo propuesto por los
defensores contemporáneos del argumento cosmológico kalam es un
argumento inductivo basado en la expansión del universo. En 1917, Albert
Einstein hizo una aplicación cosmológica de su teoría gravitacional recién
descubierta, la teoría general de la relatividad (TGR). Al hacerlo, asumió
que el universo existe en un estado estable, con una densidad de masa media
constante y una curvatura constante del espacio. Para su disgusto, sin
embargo, descubrió que la TGR no permitiría tal modelo del universo a
menos que introdujera en sus ecuaciones de campo gravitacional un cierto
“factor de corrección” para contrarrestar el efecto gravitacional de la materia
y así garantizar un universo estático. Desafortunadamente, el universo
estático de Einstein estaba equilibrado en el filo de una navaja, y la menor
perturbación haría que el universo implosione o se expanda. Tomando en
serio esta característica del modelo de Einstein, el matemático ruso
Alexander Friedman y el astrónomo belga Georges Lemaître pudieron
formular de manera independiente en la década de 1920 soluciones a las
ecuaciones de campo que predijeron un universo en expansión.
En 1929, el astrónomo Edwin Hubble demostró que el corrimiento al rojo
en los espectros ópticos de la luz de galaxias distantes era una característica
común de todas las galaxias medidas y era proporcional a su distancia de
nosotros. Este corrimiento al rojo fue tomado como un efecto Doppler
indicativo del movimiento de recesión de la fuente de luz en la línea de
visión. Increíblemente, lo que Hubble había descubierto era la expansión
isotrópica del universo predicha por Friedman y Lemaître sobre la base del la
TGR de Einstein.
Según el modelo de Friedman-Lemaître, a medida que pasa el tiempo, las
distancias que separan a las masas galácticas se vuelven más grandes. Es
importante entender que, como teoría basada en la TGR, el modelo no
describe la expansión del contenido material del universo en un espacio vacío
preexistente, sino la expansión del espacio mismo. Las partículas ideales del
fluido cosmológico constituido por las masas galácticas están concebidas
para estar en reposo en relación con el espacio, pero alejarse progresivamente
una de la otra a medida que el espacio se expande o se estira, así como los
botones pegados a la superficie de un globo retrocederían uno del otro a
medida que el globo se infla. A medida que el universo se expande, se vuelve
cada vez menos denso. Esto tiene la asombrosa implicancia de que a medida
que uno invierte la expansión y extrapola en el tiempo, el universo se vuelve
progresivamente más denso hasta que uno llega a un estado de “densidad
infinita”[177] en algún punto del pasado finito. Este estado representa una
singularidad en la que la curvatura espacio-tiempo, junto con la temperatura,
presión y densidad, se vuelve infinita. Por lo tanto, constituye un borde o
límite para el espacio-tiempo en sí mismo. El término “big bang” es
potencialmente engañoso, ya que la expansión no se puede visualizar desde el
exterior (no hay “afuera”, así como no hay “antes” con respecto al big bang).
El modelo estándar del big bang, como se llamó el modelo de Friedman-
Lemaître, describe así un universo que no es eterno en el pasado, sino que
surgió hace un tiempo finito. Además, y esto merece subrayarse, el origen
que postula es un origen absoluto ex nihilo. Porque no solo toda la materia y
la energía, sino también el espacio y el tiempo mismos, aparecen en la
singularidad cosmológica inicial. No puede haber una causa física natural del
evento del big bang, ya que, en palabras de Quentin Smith, “pertenece
analíticamente al concepto de la singularidad cosmológica que no es el efecto
de los eventos físicos previos. La definición de una singularidad... implica
que es imposible extender la variedad del espacio-tiempo más allá de la
singularidad.... Esto descarta la idea de que la singularidad es un efecto de
algún proceso natural previo.”[178] Sir Arthur Eddington, al contemplar el
comienzo del universo, opinó que la expansión del universo era tan absurda e
increíble que “siento casi una indignación de que cualquiera debería creer en
ella, excepto yo mismo”.[179] Finalmente se sintió forzado a concluir: “El
comienzo parece presentar dificultades insuperables a menos que aceptemos
considerarlo francamente sobrenatural.”[180]
A veces los objetores apelan a modelos no estándar del universo en
expansión en un intento de evitar el comienzo absoluto predicho por el
modelo estándar. Pero aunque estos escenarios pasados-eternos son posibles,
ha sido el veredicto abrumador de la comunidad científica que ninguno de
ellos es más probable que un universo con un comienzo. El diablo está en los
detalles, y una vez que se llega a los detalles, se encuentra que no existe un
modelo matemáticamente consistente que haya sido tan exitoso en sus
predicciones o corroborado por la evidencia como los modelos de big bang
con un comienzo.
Mientras tanto, una serie de notables teoremas de singularidad ha
apretado cada vez más el círculo alrededor de modelos empíricamente
defendibles al mostrar que bajo condiciones más y más generalizadas, un
comienzo es inevitable. En 2003, Arvind Borde, Alan Guth y Alexander
Vilenkin pudieron demostrar que cualquier universo que esté, en promedio,
en un estado de expansión cósmica a lo largo de su historia no puede ser
infinito en el pasado, sino que debe tener un comienzo. Eso vale para
escenarios de multiversos también. En 2012, Vilenkin demostró que los
modelos que no cumplen esta condición todavía fallan por otras razones al
evitar el comienzo del universo. Vilenkin concluyó: “Ninguno de estos
escenarios puede ser eterno.”[181] “Toda la evidencia que tenemos dice que el
universo tuvo un comienzo.”[182]
El teorema de Borde-Guth-Vilenkin demuestra que el espacio-tiempo
clásico, bajo una sola condición muy general, no puede extenderse al infinito
pasado, sino que debe alcanzar un límite en algún momento en el pasado
finito. Ahora bien, o bien había algo al otro lado de ese límite o no. Si no,
entonces ese límite simplemente es el comienzo del universo. Si hubiera algo
en el otro lado, entonces será una región descrita por la teoría de la gravedad
cuántica que aún no se ha descubierto. En ese caso, dice Vilenkin, será el
comienzo del universo.
Tanto Vilenkin como, más famoso, James Hartle y Stephen Hawking han
propuesto modelos del universo según los cuales el espacio-tiempo clásico
emerge de un régimen de gravedad cuántica que elimina la singularidad
inicial al transformar la geometría cónica del espacio-tiempo clásico en una
geometría curva que no tiene borde. Si existe una región no clásica, entonces
no es pasado eterno en el sentido clásico. Hawking lo describe como
“completamente autónomo y no se ve afectado por nada fuera de sí mismo.
No sería creado ni destruido. Simplemente SERÍA.”[183] Pero este régimen no
puede existir literalmente sin tiempo, similar a la forma en que los filósofos
consideran que los objetos abstractos como los números son eternos, o los
teólogos consideran que Dios es eterno. Para esta región está en un estado de
flujo constante, que es suficiente para las relaciones antes/después. Además,
se supone que de alguna manera existió antes de la era clásica, y se supone
que la era clásica surgió de ella, lo que parece postular una relación temporal
entre la era de la gravedad cuántica y la era clásica.[184]
Por lo tanto, parece que incluso si el tiempo, tal como se define en la
física clásica, no existe en tal era de gravedad cuántica, algún tipo de tiempo
lo haría. Pero si la era de la gravedad cuántica es en cierto sentido temporal,
no puede extenderse infinitamente en el tiempo, ya que tal estado cuántico no
es estable y, por lo tanto, produciría el universo desde la eternidad pasada o
no lo haría en absoluto. Como sostienen Anthony Aguirre y John Kehayias,
“es muy difícil concebir un sistema —especialmente uno cuántico— que no
haga nada ‘para siempre’ y luego evolucione. Un estado cuántico
verdaderamente estacionario o periódico, que durara para siempre, nunca
evolucionaría, mientras que uno con cualquier inestabilidad no duraría por un
tiempo indefinido.”[185] Por lo tanto, la era de la gravedad cuántica tendría que
haber tenido un comienzo para explicar por qué hizo la transición hace unos
catorce mil millones de años en el tiempo y el espacio clásicos. Por lo tanto,
ya sea en el límite o en el régimen de gravedad cuántica, el universo comenzó
a existir.
El cuarto argumento para la finitud del pasado es también un argumento
inductivo, esta vez sobre la base de las propiedades termodinámicas del
universo. De acuerdo con la segunda ley de la termodinámica, los procesos
que tienen lugar en un sistema cerrado siempre tienden hacia un estado de
equilibrio. Nuestro interés en la ley se refiere a lo que sucede cuando se
aplica al universo como un todo. El universo es, desde una perspectiva
naturalista, un gigantesco sistema cerrado, ya que es todo lo que existe y no
hay nada fuera de él. Esto parece implicar que, con el tiempo suficiente, el
universo y todos sus procesos se agotan, y todo el universo llegará al
equilibrio. Esto se conoce como la muerte térmica del universo. Una vez
que el universo alcance este estado, no es posible ningún cambio adicional.
El universo está muerto.
Ahora, la pregunta que debe hacerse es la siguiente: si se le da suficiente
tiempo, el universo alcanzará la muerte térmica o entrópica, entonces ¿por
qué no está en un estado de muerte térmica ahora, si ha existido por siempre,
desde la eternidad? Si el universo no comenzó a existir, entonces ahora
debería estar en un estado de equilibrio. Como un reloj que hace tic-tac, ya
debería haberse agotado. Dado que aún no se ha agotado, esto implica, en
palabras de un científico desconcertado, “de alguna manera el universo debe
haber sido liquidado.”[186]
Descubrimientos recientes indican que la expansión cósmica en realidad
se está acelerando. Debido a que el volumen del espacio aumenta tan
rápidamente, el universo se aleja cada vez más de un estado de equilibrio en
el que la materia y la energía se distribuyen de manera uniforme. Pero la
aceleración de la expansión del universo solo acelera su desaparición. Por
ahora las diferentes regiones del universo se vuelven cada vez más aisladas
unas de otras en el espacio, y cada región abandonada se vuelve oscura, fría,
diluida y muerta. Entonces, de nuevo, ¿por qué nuestra región no está ahora
en tal estado si el universo ya ha existido por tiempo infinito?
La implicación obvia de todo esto es que la pregunta se basa en una
suposición falsa, a saber, que el universo ha existido durante un tiempo
infinito. Hoy la mayoría de los físicos dirían que la materia y la energía
simplemente se pusieron en el universo como una condición inicial, y el
universo ha estado siguiendo el camino trazado por la segunda ley desde su
comienzo hace un tiempo finito.
Por supuesto, se han hecho intentos para evitar el comienzo del universo
predicho sobre la base de la segunda ley de la termodinámica. Pero ninguno
de ellos ha tenido éxito. Los escépticos podrían mantener la esperanza de que
la gravedad cuántica sirva para evitar las implicaciones de la segunda ley de
la termodinámica. Pero en 2013, el cosmólogo Aron Wall de la Universidad
de California pudo formular un nuevo teorema de singularidad que parece
cerrar la puerta a esa posibilidad. Wall muestra que, dada la validez de la
segunda ley generalizada de la termodinámica en la gravedad cuántica, el
universo debe haber comenzado a existir, a menos que uno postule una
inversión de la flecha del tiempo (¡el tiempo corre hacia atrás!) En algún
punto del pasado, que, observa acertadamente, implica un comienzo
termodinámico en el tiempo que “parecería plantear el mismo tipo de
preguntas filosóficas que cualquier otro tipo de principio en el tiempo.”[187]
Wall informa que sus resultados requieren la validez de solo ciertos
conceptos básicos, por lo que “es razonable creer que los resultados se
mantendrán en una teoría completa de la gravedad cuántica.”[188]
Por lo tanto, la termodinámica sugiere que el universo tuvo un comienzo.
El universo parece haber sido creado hace un tiempo finito, y su energía fue
de alguna manera simplemente puesta en la creación como una condición
inicial.
Sobre la base de estos cuatro argumentos para la finitud del pasado, el
proponente del argumento cosmológico kalam parece tener buenas bases para
afirmar la segunda premisa del argumento: que el universo comenzó a existir.
Por lo tanto, se deduce que el universo tiene una causa. El análisis conceptual
nos permite recuperar una serie de propiedades llamativas que debe poseer
ese ser ultramundano. Porque como causa del espacio y el tiempo, esta
entidad debe trascender el espacio y el tiempo y, por lo tanto, existir
atemporalmente y no espacialmente, al menos sin el universo. Esta causa
trascendente debe, por lo tanto, ser inmutable e inmaterial, ya que la
atemporalidad implica inmutabilidad, y la inmutabilidad implica
inmaterialidad. Tal causa debe ser sin comienzo y sin causa, al menos en el
sentido de que carece de cualquier condición causal previa. La navaja de
Ockham eliminará otras causas, ya que no debemos multiplicar las causas
más allá de la necesidad. Esta entidad debe ser inimaginablemente poderosa,
ya que creó el universo sin ninguna causa material.
Finalmente, y lo más notable, una causa tan trascendente se considera
plausiblemente como personal. Se pueden dar tres razones para esta
conclusión. Primero, hay dos tipos de explicaciones causales: explicaciones
científicas en términos de leyes y condiciones iniciales y explicaciones
personales en términos de agentes y sus voliciones. Un primer estado del
universo no puede tener una explicación científica, ya que no hay nada antes,
y por lo tanto, solo puede explicarse en términos de una explicación personal.
En segundo lugar, la personalidad de la causa del universo está implícita en
su atemporalidad e inmaterialidad, ya que las únicas entidades que
conocemos que pueden poseer tales propiedades son mentes u objetos
abstractos, y los objetos abstractos no se encuentran en relaciones causales.
Por lo tanto, la causa trascendente del origen del universo debe ser del orden
de mente. Tercero, esta misma conclusión también está implícita en el hecho
de que tenemos en este caso el origen de un efecto temporal de una causa
atemporal. Si la causa del origen del universo fuera un conjunto impersonal
de condiciones necesarias y suficientes, sería imposible que la causa existiera
sin su efecto. Porque si las condiciones necesarias y suficientes del efecto se
dan de manera atemporal, entonces también se debe dar su efecto. La única
forma de que la causa sea atemporal e inmutable, pero para que su efecto
origine un tiempo finito nuevo, la causa debe ser un agente personal que elige
libremente producir un efecto sin condiciones previas determinantes. Por lo
tanto, somos llevados, no solo a una causa trascendente del universo, sino a
su Creador personal. Él es, como sostenía Leibniz, la Razón Suficiente de por
qué algo existe en lugar de nada.
Hay cinco formas en las cuales se puede probar que hay un Dios.
TOMÁS DE AQUINO, SUMMA THEOLOGIAE 1A.2.3
También creo que casi todos los medios que se han empleado para
probar la existencia de Dios son buenos y podrían ser útiles si los
perfeccionamos.
G. W. LEIBNIZ, NUEVOS ENSAYOS SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO
No hemos podido demostrar que la razón requiera el punto de vista moral, o que todas las
personas realmente racionales no sean egoístas individuales o amoralistas clásicos. La razón no
decide aquí. La imagen que he pintado para ti no es agradable. La reflexión sobre eso me
deprime.... La razón práctica pura, incluso con un buen conocimiento de los hechos, no lo llevará
a la moralidad.[199]
Alguien podría decir que está en nuestro mejor interés propio adoptar un
estilo de vida moral. Pero, claramente, eso no siempre es cierto: todos
conocemos situaciones en las que el interés propio choca con la moralidad.
Además, si uno es suficientemente poderoso, como Ferdinand Marcos o Papa
Doc Duvalier, entonces uno puede prácticamente ignorar los dictados de la
conciencia y vivir con seguridad en la autocomplacencia. Finalmente, como
vimos en los capítulos veintiuno y veintitrés, cualquiera que trate de adoptar
el punto de vista moral únicamente por motivos de interés propio fracasa al
adoptar el punto de vista moral. Por lo tanto, se deduce que es imposible
adoptar un estilo de vida verdaderamente moral por mero interés propio.
Los actos de autosacrificio se vuelven particularmente inútiles en una
cosmovisión naturalista. ¿Por qué deberías sacrificar tu propio interés y
especialmente tu vida por el bien de alguien más? Considerado desde el
punto de vista sociobiológico, tal comportamiento altruista es simplemente
el resultado del condicionamiento evolutivo que ayuda a perpetuar la especie.
Una madre entrando corriendo en una casa en llamas para rescatar a sus hijos
o un soldado arrojando su cuerpo sobre una granada de mano para salvar a
sus camaradas no hace nada más significativo o loable, moralmente
hablando, que una hormiga de combate que se sacrifica por el hormiguero. El
buen sentido dicta que debemos resistir, si es que podemos, las presiones
sociobiológicas a esa actividad autodestructiva y optar por actuar en nuestro
propio interés. En el ateísmo, el valor prudencial y el valor moral están en
curso de colisión. El ateo puede elegir adoptar un estilo de vida moral si lo
desea, pero será imprudente hacerlo. Por lo tanto, la ausencia de
responsabilidad moral de la filosofía del naturalismo hace que la ética de la
compasión y el autosacrificio sea una abstracción hueca.
Así llegamos a perspectivas radicalmente diferentes sobre la moralidad
según si Dios existe. Si Dios existe, hay una base sólida para la moralidad. Si
Dios no existe, entonces, como afirmó Nietzsche, al final parece que
aterrizamos en el nihilismo.
Pero la elección entre los dos no necesita hacerse arbitrariamente. Por el
contrario, las mismas consideraciones que hemos estado discutiendo pueden
constituir una justificación moral para la existencia de Dios.
Por ejemplo, si pensamos que existen valores morales objetivos, entonces
seremos guiados lógicamente a la conclusión de que Dios existe. Y
seguramente aprehendemos un reino de valores morales objetivos. No hay
más razón para negar la realidad objetiva de los valores morales que la
realidad objetiva del mundo físico. El razonamiento de Ruse de que la moral
es solo una adaptación biológica es en el peor caso un ejemplo de libro de
texto de la falacia genética (la falacia de argumentar que una creencia es
errónea o falsa debido a la forma en que se originó la creencia) y en el mejor
de los casos demuestra que nuestra percepción subjetiva de valores morales
objetivos ha evolucionado. Pero si los valores morales se descubren
gradualmente, no se inventan, entonces nuestra aprehensión gradual y falible
del reino moral no socava más la realidad objetiva de ese reino que nuestra
percepción gradual y falible del mundo físico socava la objetividad de ese
reino. La mayoría de nosotros cree que aprendemos valores objetivos. Como
el mismo Ruse confiesa, “El hombre que dice que es moralmente aceptable
violar niños pequeños es tan equivocado como el hombre que dice: 2 + 2 =
5.”[200]
Además, consideremos la naturaleza de la obligación moral. La
comunidad internacional reconoce la existencia de los derechos humanos
universales, y muchas personas también están dispuestas a hablar de los
derechos de los animales. Pero la mejor manera de dar sentido a tales
derechos es en términos de acuerdo o desacuerdo de ciertos actos con la
voluntad o los mandamientos de un Dios santo y amoroso.
Finalmente, tomemos el problema de la responsabilidad moral. Aquí
encontramos un poderoso argumento práctico para creer en Dios. Según
William James, los argumentos prácticos solo pueden usarse cuando los
argumentos teóricos son insuficientes para decidir una cuestión de
importancia urgente y pragmática. Pero parece obvio que un argumento
práctico también podría usarse para respaldar o motivar la aceptación de la
conclusión de un argumento teórico sólido. Creer, entonces, que Dios no
existe y que, por lo tanto, no hay responsabilidad moral sería desmoralizarlo
literalmente, porque entonces deberíamos creer que nuestras elecciones
morales son finalmente insignificantes, ya que tanto nuestro destino como el
del universo será lo mismo independientemente de lo que hacemos. Por
“desmoralización” nos referimos a un deterioro de la motivación moral. Es
difícil hacer lo correcto cuando eso significa sacrificar el interés propio, y es
difícil resistir la tentación de hacer el mal cuando el deseo es fuerte. La
creencia de que, en última instancia, no importa lo que elijas o escojas, puede
minar tu fortaleza moral y, por lo tanto, socavar tu vida moral. Por el
contrario, no hay nada tan probable que fortalezca la vida moral como la
creencia de que se te hará responsable de tus acciones y de que tus elecciones
sí marcan la diferencia para lograr lo bueno. El teísmo es, pues, una creencia
moralmente ventajosa, y esto, en ausencia de cualquier argumento teórico que
establezca que el ateísmo sea el caso, proporciona argumentos prácticos para
creer en Dios y motivación para aceptar las conclusiones de los argumentos
teóricos en apoyo del teísmo.
En conclusión, si Dios no existe, entonces es plausible pensar que no hay
valores morales objetivos, que no tenemos deberes morales, y que no hay
responsabilidad moral por cómo vivimos y actuamos. Si, por otro lado,
sostenemos, como parece racional, que existen valores y deberes morales
objetivos, entonces tenemos buenas bases para creer en la existencia de Dios.
Podemos formular este argumento simplemente de la siguiente manera:
1. Si Dios no existiera, los valores y deberes morales objetivos no
existirían.
2. Los valores y deberes morales objetivos existen.
3. Por lo tanto, Dios existe.
Además, hemos visto poderosas razones prácticas para abrazar el teísmo
en vista de los efectos moralmente vigorizantes que produce la creencia en la
responsabilidad moral. No podemos, entonces, verdaderamente ser buenos
sin Dios; pero si podemos en cierta medida ser buenos, entonces se deduce
que Dios existe.
1―INTRODUCCIÓN
Una de las preocupaciones centrales de la filosofía de la religión
contemporánea es la coherencia del teísmo o el análisis de los atributos de
Dios. Durante la generación anterior a la nuestra, el concepto de Dios a
menudo se consideraba un terreno fértil para los argumentos antiteístas. Se
dijo que la dificultad con el teísmo no era meramente que no hay buenos
argumentos para la existencia de Dios, sino, más fundamentalmente, que la
noción de Dios es incoherente.
Esta crítica antiteísta ha evocado una literatura prodigiosa dedicada al
análisis filosófico del concepto de Dios. Dos controles han tendido a guiar
esta investigación en la naturaleza divina: la Escritura y la teología del ser
perfecto. Para los pensadores en la tradición judeocristiana, la
autorrevelación de Dios en las Escrituras es obviamente primordial en la
comprensión de cómo es Dios. Además, la concepción anselmiana de Dios
como el ser máximamente grande concebible o el ser más perfecto —la
teología del ser perfecto— ha guiado la especulación filosófica sobre los
datos en bruto de las Escrituras, para que los atributos bíblicos de Dios se
conciban de manera tal que sirvan para exaltar la grandeza. Dado que el
concepto de Dios está subdeterminado por los datos bíblicos y dado que lo
que constituye una propiedad “perfecta” es hasta cierto punto discutible, los
filósofos que trabajan dentro de la tradición judeocristiana disfrutan de una
gran libertad para formular una doctrina de Dios filosóficamente coherente y
bíblicamente fiel. Los teístas así encontraron que las críticas antiteístas de
ciertas concepciones de Dios en realidad podrían ser bastante útiles para
enmarcar una concepción más adecuada. Por lo tanto, lejos de socavar el
teísmo, las críticas antiteístas han servido principalmente para revelar cuán
rico y desafiante es el concepto de Dios, refinando y fortaleciendo así la
creencia teísta.
2―NECESIDAD
Desde Aristóteles, Dios ha sido concebido en la teología filosófica occidental
como un ser necesariamente existente (ens necessarium). Los teólogos
cristianos interpretaron la revelación del nombre divino “Yo soy el que soy”
(Éx. 3:14) para expresar la misma idea de la necesidad de Dios. Para
Aristóteles, la existencia necesaria de Dios probablemente significó
simplemente su inmunidad a la generación y la corrupción. La concepción
aristotélica encuentra su contrapartida entre los filósofos contemporáneos que
defienden la idea de la necesidad “fáctica” de Dios: de acuerdo con esta
noción, Dios existe necesariamente en el sentido de que, dado que Dios
existe, es imposible que alguna vez haya venido a la existencia o vaya a dejar
de existir. Él es incausado, eterno, incorruptible e indestructible. Durante la
Edad Media, sin embargo, los filósofos islámicos como al-Farabi comenzaron
a enunciar una concepción aún más poderosa de la necesidad de Dios: la
inexistencia de Dios es lógicamente imposible. Esta concepción de la
existencia necesaria yace en el corazón del argumento ontológico de
Anselmo: si la inexistencia de Dios es lógicamente imposible, se deduce que
debe existir. Desde este punto de vista, Dios no es simplemente factualmente
necesario, sino lógicamente necesario en su ser.
Se pueden dar poderosas razones teológicas y filosóficas para considerar
que la existencia de Dios es lógicamente necesaria. Filosóficamente, la
concepción de Dios como el ser máximamente concebible implica su
existencia necesaria en este sentido, ya que la existencia lógicamente
contingente no es tan grande como la existencia necesaria. Ciertas formas del
argumento de contingencia para la existencia de Dios terminan en un ser
lógicamente necesario, ya que solo ese ser puede proporcionar una respuesta
adecuada a la pregunta, ¿por qué hay algo en vez de nada? El argumento
conceptualista para la existencia de Dios también implica la existencia de un
ser lógicamente necesario para fundamentar el reino de los objetos abstractos.
El argumento axiológico conduce naturalmente a tal ser, ya que los valores y
principios morales no son de manera plausible lógicamente contingentes.
Teológicamente hablando, un Dios que simplemente existe (incluso
eternamente y sin causa) parece menos satisfactorio religiosamente que aquel
cuya inexistencia es imposible. Por lo tanto, la mera necesidad objetiva no
parece capturar la plenitud del ser divino.
Sin embargo, desde las críticas de Hume y Kant, los filósofos han
rechazado ampliamente la noción de Dios como un ser lógicamente
necesario. A menudo se decía que hablar de un ser lógicamente necesario es
un error de categoría; las proposiciones son lógicamente necesarias o
contingentes con respecto a sus valores de verdad, pero los seres no son más
necesarios o contingentes de lo que son verdaderos o falsos. Si uno contesta
que el teísta se refiere a que sostener la proposición “Dios existe” es
necesariamente verdadera, entonces la respuesta es que las proposiciones
existenciales (es decir, aquellas que afirman la existencia de algo) son
uniformemente contingentes. Además, la proposición “Dios no existe” no es
en sí misma una contradicción, por lo que “Dios existe” no puede ser
lógicamente necesario. Además, muchos filósofos insistieron en que la
distinción entre la verdad necesaria y la contingente es meramente un
resultado de la convención lingüística, de modo que se vuelve meramente
convencional afirmar que Dios necesariamente existe.
La reflexión filosófica durante el último cuarto de siglo ha anulado en
gran medida estas críticas. El desarrollo de la semántica de mundos posibles
ha proporcionado un medio útil para expresar el reclamo del teísta: decir que
Dios es un ser lógicamente necesario es decir que Dios existe en todos los
mundos posibles (Dios en este caso es un nombre propio y, por lo tanto,
rígidamente designando su referente, es decir, escogiendo la misma entidad
en cada mundo posible en el que existe). En otras palabras, la proposición
“Dios existe” es verdadera en todos los mundos posibles. No hay una buena
razón para pensar que tal proposición existencial no puede ser verdadera en
todos los mundos posibles, ya que muchos filósofos hacen afirmaciones
precisamente similares sobre la existencia necesaria de varios objetos
abstractos como números, propiedades, proposiciones, etc. Aunque
abstractos, muchos filósofos creen que tales objetos existen, en palabras de
Alvin Plantinga, tan serenamente como tu objeto más sólido y concreto.[203]
Por lo tanto, sería un alegato especial privilegiar estos objetos con una
existencia necesaria mientras se niega necesariamente la posibilidad de la
existencia de Dios.
Además, la modalidad operativa en la semántica de mundos posibles no
es una necesidad/posibilidad lógica estricta, sino una
necesidad/posibilidad lógica amplia. Con respecto la primera, no hay
imposibilidad lógica, hablando estrictamente, en la proposición El primer
ministro es un número primo; pero no deberíamos querer decir, por lo tanto,
que hay un mundo posible en el que esta proposición es verdadera. Por el
contrario, la posibilidad lógica amplia suele interpretarse en términos de
posibilidad de actualizabilidad y, por lo tanto, a menudo se la entiende como
una posibilidad metafísica. No existen criterios claros que puedan aplicarse
mecánicamente para determinar si una proposición es metafísicamente
necesaria o imposible. Uno tiene que depender principalmente de la intuición
o la posibilidad de concebir. Las proposiciones que no son estrictamente
hablando lógicamente contradictorias, sin embargo, pueden ser
metafísicamente imposibles; por ejemplo, Esta mesa podría haber sido hecha
de hielo o Sócrates podría haber sido un hipopótamo. De manera similar, las
proposiciones no necesitan ser tautólogas (Si está lloviendo, entonces está
lloviendo) o analíticas (Los números pares son divisibles entre dos) para ser
metafísicamente necesarias; por ejemplo, El oro tiene el número atómico 79,
Lo que comienza a existir tiene una causa, o Todo lo que tiene una forma
tiene un tamaño. Las intuiciones pueden diferir sobre si alguna proposición
es metafísicamente necesaria o imposible. Por lo tanto, con respecto a la
proposición de que Dios existe, el hecho de que la negación de esta
proposición no sea una contradicción de ninguna manera muestra que la
proposición no es metafísicamente necesaria. De manera similar, la
proposición de que Nada existe no es una contradicción lógica, pero eso no
muestra que la proposición sea ampliamente, lógicamente posible. Si alguien
tiene alguna razón para pensar que existe un ser metafísicamente necesario,
sería una petición de principio rechazar esta conclusión únicamente sobre la
base de que parece posible que no exista nada.
Finalmente, en cuanto a la teoría convencionalista de la necesidad,
según la cual la distinción entre verdad necesaria y contingente se basa
meramente en convenciones lingüísticas, tal interpretación de nociones
modales no solo es injustificada sino enormemente implausible. Como señala
Plantinga,[204] el convencionalista lingüístico confunde oraciones con
proposiciones. Las oraciones son entidades lingüísticas compuestas de
palabras; las proposiciones son el contenido de información expresado por
oraciones declarativas. Podemos imaginar situaciones en las que la oración
“O Dios existe o no existe” no habría expresado la proposición que de hecho
expresa y, por lo tanto, podría no haber sido ni necesaria ni verdadera. Pero
eso no deja lugar a la prueba de que la proposición que expresa no es ni
necesaria ni verdadera. Además, parece bastante increíble pensar que la
necesidad de esta proposición se ve afectada de alguna manera por nuestra
determinación de usar las palabras de cierta manera. ¿Podría ser realmente el
caso de que Dios existe y no existe?
La concepción de Dios como un ser necesario en un sentido amplio
lógico parece ser una noción coherente que pertenece propiamente al teísmo
cristiano.
3―ASEIDAD
Aseidad (del latín a se, “por sí mismo”) se refiere a la autoexistencia o
independencia de Dios. Dios no existe meramente en todos los mundos
posibles (por grandioso que eso sea) sino que, aún más grandemente, él existe
en cada mundo totalmente independiente de cualquier otra cosa. Las
Escrituras afirman la preexistencia de la Palabra divina: “Todas las cosas se
hicieron a través de él, y sin él ninguna cosa se hizo” (Jn. 1:3). Dios es único
en su aseidad; todas las demás cosas existen ab alio (a través de otro).
La aseidad divina enfrenta un desafío serio de una de las doctrinas
filosóficas más antiguas y persistentes: el platonismo, que sostiene que
además de los objetos concretos como las personas y los planetas también
existen realidades separadas de objetos abstractos como números y conjuntos
y proposiciones y propiedades. Los platónicos sostienen que estos objetos,
aunque abstractos y que generalmente se cree que existen más allá del tiempo
y el espacio, son, sin embargo, tan reales como los objetos físicos familiares
de nuestra experiencia diaria. Existen necesariamente, ya que es inconcebible
que deban existir, por ejemplo, un mundo posible que carezca de números o
proposiciones, incluso si ese mundo estuviera completamente desprovisto de
objetos concretos distintos de Dios mismo. Además —y este es el punto
crucial— existen a se. No hay causa de la existencia de tales entidades; cada
uno de ellos existe independientemente el uno del otro y de Dios. Es esta
característica del platonismo, más que ninguna otra, lo que ha preocupado a
muchos teístas cristianos. No solo hay un número infinito de tales objetos
(hay un número infinito de números naturales solos), sino que hay órdenes
superiores e infinitos de infinitos de tales objetos, infinitos de infinitos, de
modo que Dios es completamente empequeñecido por esa multitud
inimaginable. Dios se encuentra en medio de reinos infinitos e innatos de
seres que existen tan necesaria e independientemente como él. La
dependencia de la creación física de Dios para su existencia se convierte en
una trivialidad infinitesimal en comparación con la existencia de la infinitud
de seres que existen independientemente de él. El platonismo implica un
pluralismo metafísico que es incompatible con la singularidad de Dios.
Hay una amplia gama de opciones abiertas para el pensador cristiano en
respuesta al desafío del platonismo (ver figura 27.1).
__________________________________________________________________
Figura 27.1. Opciones para enfrentar el desafío del platonismo a la aseidad divina
4―INCORPOREIDAD
“Dios es espíritu” (Jn. 4:24), es decir, una sustancia viva e inmaterial. La
inmaterialidad de Dios conlleva el atributo divino de la incorporeidad; que
Dios no es un cuerpo ni está encarnado. Como ser personal, Dios es por lo
tanto del orden de la Mente sin cuerpo.
El naturalismo científico y, en particular, el fisicalismo no pueden tolerar
la doctrina de la incorporeidad divina. Dado que todo lo que existe es de
naturaleza física o al menos superveniente o dependiente de lo físico, no
puede haber tal entidad como una mente incorpórea que existe más allá del
universo. Cómo tal Mente podría afectar causalmente al mundo, para ser su
Creador y Sustentador, es completamente misterioso. Por lo tanto, si la
incorporeidad pertenece al concepto de Dios, se deduce que Dios no existe.
Este desafío a la incorporeidad divina recuerda la crítica fisicalista del
dualismo mente-cuerpo con respecto a la antropología filosófica y, sin duda,
la forma más efectiva de enfrentar este desafío será recordar los argumentos
ofrecidos en apoyo de la mente como sustancia mental (ver capítulos 11–14,
16). Porque si se puede defender la coherencia de mentes finitas distintas del
cuerpo, también puede ser análoga la coherencia de una Mente infinita
distinta del mundo. Por lo tanto, es notable que el fracaso del materialismo
reductivo se haya vuelto patente para la mayoría de los pensadores en la
filosofía de la mente contemporánea y que los puntos de vista principales
sean por lo tanto versiones no reductivas del fisicalismo o no del todo
fisicalistas. Pero el fisicalismo no reductivo, que podría decirse que debe ver
los estados mentales como meros epifenómenos de estados cerebrales, no
puede ser plausiblemente cuadrado con nuestra experiencia de nosotros
mismos. Además, dado que no existe un yo perdurable en tales teorías, sino
solo una sucesión temporal de estados mentales, la identidad personal a
través del tiempo (identidad diacrónica) es imposible. Y, sin embargo, me
comprendo como un yo duradero (recuérdese el capítulo 16). Deberíamos
abrazar con razón a alguien trastornado que realmente creía que no había
existido más tiempo que el momento presente, que sus recuerdos no eran de
hecho suyos, que él mismo nunca antes había hecho, dicho o pensado algo.
En tales teorías, la alabanza moral o la culpa carecen de sentido, ya que el
estado mental actual de uno no puede ser considerado responsable o alabado
por acciones previas asociadas con estados mentales bastante distintos.
Además, dada la impotencia causal de los estados mentales epifenoménicos,
nadie puede ser considerado responsable de las acciones llevadas a cabo solo
por el cuerpo. Por la misma razón, el epifenomenalismo exprime la libertad
de la voluntad, ya que la dirección de la influencia causal entre la conciencia
y el cuerpo es exclusivamente una calle con un sentido único (véase el
capítulo 15).
No solo una visión así se desvanece frente a nuestra propia experiencia de
nosotros mismos como agentes causalmente eficaces, sino que plantea dos
problemas más. (1) Tal visión determinista de la agencia humana no puede
ser afirmada racionalmente. Porque si nuestra vida mental es simplemente el
subproducto de nuestra composición material y estímulos externos, entonces
la decisión de creer que el determinismo es verdadero no puede ser más
racional que tener un dolor de muelas. (2) Tal punto de vista es incompatible
con la biología evolutiva, ya que los estados mentales causalmente
impotentes, que simplemente cabalgan, por así decirlo, en estados físicos, no
pueden conferir ninguna ventaja en la lucha por la supervivencia. De hecho,
podríamos preguntarnos si algo de lo que creemos es verídico, dado que los
estados corporales en los que sobrevienen nuestras creencias han
evolucionado solo bajo la presión de la supervivencia, no el éxito en captar la
verdad. Por todas estas razones, la opinión de que las mentes son sustancias
inmateriales es, por lo menos, coherente, en cuyo caso el teísmo no está
convencido de la incoherencia al afirmar la incorporeidad de Dios.
El problema de la interacción divina con el mundo también refleja el
problema planteado por las visiones dualistas e intelectuales de la mente y el
cuerpo. En el capítulo once vimos que nuestra incapacidad para explicar
cómo la mente influye en el cuerpo no debería llevarnos a dudar de nuestro
conocimiento de primera mano de que sí lo hace. Nos aprehendemos a
nosotros mismos como causas; de hecho, nuestra comprensión de la noción
de causalidad proviene probablemente de nuestro conocimiento de nosotros
mismos como agentes causalmente eficaces. Además, vimos que la pregunta
misma bien puede estar mal planteada, ya que parece suponer la necesidad de
algún vínculo causal intermedio entre causa y efecto, lo que queda excluido
por la naturaleza de la causa. Debido a que Dios, en particular, actúa
inmediatamente en la creación, en principio no puede ser intermedio, ya que
la creación constituye su objeto (véase el capítulo 30).
El paralelo entre el dualismo-interaccionismo y las relaciones Dios-
mundo sugiere que las acciones de Dios en el mundo son como las acciones
básicas que emprendemos en nuestros cuerpos. En una acción básica, no
realizamos ninguna acción al comprometernos a hacer otra cosa; más bien,
nos comprometemos a realizar alguna acción de inmediato, como cuando voy
a levantar mi brazo. Del mismo modo que yo, como sustancia inmaterial,
puedo realizar acciones básicas con respecto a mi cuerpo, así Dios puede
producir efectos en el mundo por el simple hecho de estar dispuesto a
hacerlo. El mundo es, por así decirlo, el equivalente instrumental del cuerpo
de Dios.
¿Deberíamos presionar aún más la analogía y afirmar con el teísmo del
proceso que Dios tiene un cuerpo después de todo, que el mundo es el cuerpo
de Dios y Dios el alma del mundo? ¿Es la analogía tan completa como para
sugerir que aunque Dios ha creado el mundo ex nihilo, sin embargo, ha
llegado a encarnarlo? Parece que no. La disanalogía crucial entre el mundo y
el cuerpo es que el mundo no funciona para Dios ni como sustrato material de
la conciencia ni como órgano sensorial a través del cual percibe el mundo
externo. Nuestras almas, aunque están encarnadas, de alguna manera y en
algunos aspectos dependen de nuestros estados corporales como una base
física para la conciencia y como un medio para percibir la realidad fuera de
nosotros mismos. Pero nada comparable a esto es verdad en el caso de Dios.
El cerebro humano es la estructura más compleja del universo, y no hay nada
en el mundo físico que pueda servir como substrato para una Mente
omnisciente. Además, el conocimiento de Dios, como veremos, no debe
interpretarse según las líneas de la percepción.
En resumen, aunque la relación alma-cuerpo funciona muy bien como
una analogía para las relaciones Dios-mundo en un sentido activo, no es
análoga en el sentido pasivo. Dios es ontológicamente distinto de su creación.
5―OMNIPRESENCIA
La comparación de la relación Dios-mundo y la relación mente-cuerpo
naturalmente plantea la pregunta de cómo debemos entender la presencia de
Dios en la creación. Como un ser incorpóreo, Dios no debe ser pensado como
ubicado en el espacio, teniendo un cierto tamaño y forma circunscrita. Las
Escrituras presentan a Dios como teniendo el atributo de omnipresencia; él
está en todas partes presente en su creación en virtud de su incorporeidad:
¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu?
¿A dónde podría huir de tu presencia?
Si subiera al cielo,
allí estás tú;
si tendiera mi lecho en el fondo del abismo,
también estás allí.
Si me elevara sobre las alas del alba,
o me estableciera en los extremos del mar,
aun allí tu mano me guiaría,
¡me sostendría tu mano derecha!
(Sal. 139:7-10) (NVI 1999)
Pero, ¿cómo vamos a entender esto? Así como no pensamos en Dios
como ubicado en el espacio, tampoco deberíamos concebirlo como extendido
a través del espacio como una especie de éter omnipresente. Así como la
incorporeidad es incompatible con una deidad localmente circunscrita, es
incompatible con una deidad tan universalmente extendida, que estaría
imbuida del tamaño y la forma del espacio mismo (que estaría cambiando
constantemente a medida que el espacio se expande) y que no podría estar
totalmente presente en todos los lugares simultáneamente sino que solo
podría tener partes que ocuparían partes correspondientes del espacio. De
alguna manera, Dios debe estar completamente presente en todos los puntos
en el espacio a la vez.
De nuevo, las analogías de la relación alma-cuerpo son instructivas.
Algunos filósofos de la mente sostienen que el alma está presente
espacialmente en el cuerpo. Nuestro yo parece tener una ubicación espacial:
yo, por ejemplo, estoy aquí en esta habitación y no en el fondo de la Fosa de
las Marianas o luchando en las costas de la Patagonia. Sin embargo, como
entidad incorpórea, mi alma no tiene extensión espacial. Entonces, según
estos pensadores, el alma tiene una ubicación espacial pero carece de
extensión espacial. Está presente en su cuerpo respectivo pero no se extiende
a través de él como un fantasma humanoide. Tampoco se limita a alguna
parte del cuerpo, como el cerebro, sino que de alguna manera está totalmente
presente en todos los puntos de su cuerpo. Por otro lado, algunos teóricos de
la mente y el cuerpo niegan que el alma esté ubicada espacialmente. Sus
percepciones son relativas a un cierto punto de vista, la ubicación de su
cuerpo, a través del cual experimenta y actúa en el mundo. Por esa razón
parece que nuestro yo está localizado espacialmente; de hecho, cada uno de
nosotros se imagina a sí mismo como el centro del universo. Pero la mente en
sí misma no es una entidad espacial y por lo tanto carece de ubicación o
extensión en el espacio.
De manera similar, podemos decir que Dios está ubicado espacialmente
en el universo, pero que está totalmente presente en cada punto o que Dios no
está ubicado espacialmente en el universo, sino que está causalmente activo
en todos los puntos del mismo. ¿Hay alguna razón para preferir una de estas
concepciones de la omnipresencia divina sobre la otra? La aespacialidad
divina se puede deducirse fácilmente de ciertas interpretaciones de otros
atributos divinos. Por ejemplo, si Dios es eterno o inmutable, no podría
existir en el espacio, ya que cualquier entidad localizada en el espacio
cambiará constantemente en relación con otras cosas espaciales. Pero como la
atemporalidad y la inmutabilidad son doctrinas muy controvertidas, debemos
preguntarnos si existen argumentos independientes para nuestra
interpretación de la omnipresencia divina. La idea de que una entidad
concreta puede estar totalmente presente en puntos espacialmente separados
es ciertamente una concepción difícil. Podría parecer que necesitamos que
digamos que Dios, totalmente presente en cada punto, creería que dos puntos
separados por miles de millones de años luz están ambos “aquí”, lo cual es
incoherente. Pero tal vez se podría evitar una multiplicidad de “herejías” al
estipular que el “aquí” de Dios es coextensivo con el universo entero, de
modo que el espacio como un todo está “aquí” para él.
Una mejor razón para pensar que Dios trasciende el espacio es que
sabemos, en virtud de la doctrina de la creación, que Dios es aespacial
existiendo solo sin la creación. Porque en una visión relacional del espacio,
el espacio no existe en la ausencia total de cualquier realidad física, y en una
visión sustantiva del espacio, el espacio es una cosa o sustancia y, por lo
tanto, debe haber sido creado por Dios. En cualquier caso, entonces, Dios trae
el espacio a la existencia en el momento de su creación del universo. Sin
creación, por lo tanto, Dios existe aespacial o sin espacio. Pero la creación del
espacio no haría nada para “espacializar” a Dios, es decir, traerlo al espacio.
La creación de espacio no es en sí misma un acto espacial (como lo es, por
ejemplo, golpear algo). Por lo tanto, no hay razón para pensar que la falta de
espacio divina es entregada en el acto de la creación. Si no, entonces la
omnipresencia debe ser entendida en términos de que Dios es
inmediatamente consciente y causalmente activo en cada punto del espacio.
Él sabe lo que está sucediendo en cada ubicación espacial en el universo, y él
es causalmente operativo en cada punto, incluso si nada más sucede allí sino
las fluctuaciones cuánticas en el espacio “vacío” completamente desprovisto
de materia.
La aespacialidad de Dios sería el equivalente funcional de una
hiperdimensión incrustada del espacio. Así como un ser tridimensional
podría actuar en el plano bidimensional de maneras que parecerían
misteriosas a los habitantes de Planolandia, así el Dios trascendente puede
actuar inmediatamente en cualquier punto de nuestro mundo tridimensional.
Encantados por esta imagen, algunos pensadores incluso han pensado en
interpretar a Dios como literalmente un ser hiperdimensional que existe en un
espacio-tiempo incrustado. Pero esta extravagancia metafísica realmente
abandona lo que se ha logrado al interpretar la omnipresencia divina en
términos de aespacialidad sin obtener ninguna ventaja nueva. Hablar de un
hiperespacio incrustado habitado por Dios debería tomarse como un
dispositivo ilustrativo sin significado ontológico. Parece mejor decir que Dios
literalmente existe aespacialmente, pero está presente en cada punto del
espacio en el sentido de que él es consciente y está causalmente activo en
cada punto del espacio.
6―ETERNIDAD
La cuestión de la relación de Dios con el espacio naturalmente plantea la
cuestión de su relación con el tiempo también. Que Dios es eterno es la
enseñanza clara de las Escrituras judeocristianas (Sal. 90:2), y la eternidad de
Dios también se sigue de la necesidad divina. Porque si Dios existe
necesariamente, es imposible que él no exista; por lo tanto, él nunca puede
dejar o llegar a existir. Dios simplemente existe, sin principio ni fin, que es
una definición minimalista de lo que significa decir que Dios es eterno.
Pero existe un desacuerdo considerable con respecto a la naturaleza de la
eternidad divina. Platón, Plotino, Agustín, Boecio, Anselmo y Aquino
argumentaron que Dios trasciende el tiempo, así como lo hace el espacio, y
por lo tanto tiene toda su vida a la vez (tota simul). Tales pensadores a
menudo dicen que, desde el punto de vista de la eternidad (sub specie
aeternitatis), toda la serie de eventos temporales es real para Dios y, por lo
tanto, está disponible para su influencia causal en cualquier punto de la
historia a través de un solo acto atemporal. Por otro lado, es posible que
Aristóteles haya tomado la eternidad de Dios como una duración temporal
eterna, y Duns Scoto criticó duramente la visión atemporalista de Santo
Tomás sobre la base de que el tiempo, siendo dinámico por naturaleza, no
puede coexistir como un todo con Dios. Isaac Newton, el padre de la física
moderna, en su Escolio general a sus grandes Principios matemáticos de la
filosofía natural (Principia mathematica), fundó su doctrina del tiempo
absoluto en la duración temporal infinita de Dios, y en tiempos más recientes
filósofos del proceso y teólogos como Alfred North Whitehead y Charles
Hartshorne han afirmado vigorosamente la visión temporalista.
¿Por qué pensar que Dios existe eternamente? La atemporalidad de Dios
podría deducirse con éxito de su simplicidad e inmutabilidad, porque si Dios
es absolutamente simple, no tiene ninguna relación real—incluidas las
relaciones temporales anteriores a/posteriores a—y si Dios es absolutamente
inmutable, entonces no puede cambiar en ningún manera, que, si está en el
tiempo, debe hacerlo, al menos de manera extrínseca, a medida que cambian
las cosas que le acompañan. Pero como veremos en el próximo capítulo, estas
doctrinas extrabíblicas son muy controvertidas y ahora ampliamente
rechazadas, por lo que uno tiene que buscar otros fundamentos de la doctrina
de la eternidad divina.
Quizás el argumento más persuasivo a favor de la atemporalidad divina se
basa en lo incompleto de la vida temporal. Las líneas melancólicas de
Shakespeare,
Mañana, mañana y mañana
Se arrastra en este pequeño paso del día a día
A la última sílaba del tiempo registrado.
(Macbet 5.5.21)
1―OMNISCIENCIA
En la versión estándar de la omnisciencia, para cualquier persona S, S es
omnisciente si y solo si S conoce cada proposición verdadera y no cree
ninguna proposición falsa. La explicación estándar implica que si hay
proposiciones verdaderas expresadas por oraciones de tiempo futuro,
entonces Dios, como es omnisciente, debe conocer esas proposiciones. Si
Dios existe en el tiempo, entonces tiene presciencia o conocimiento previo
literal de los eventos descritos por tales proposiciones. Entonces, si es verdad
que “Jones cortará su césped el sábado”, entonces Dios, siendo omnisciente,
debe saber y siempre ha sabido la proposición expresada por esta oración.
Pero esto plantea dos preguntas difíciles: (1) Si Dios siempre ha creído esta
proposición y Dios no puede estar equivocado, ¿no está Jones destinado a
cortar su césped el sábado? (2) Si la acción de Jones es realmente libre,
¿cómo puede Dios saberlo de antemano?
La primera pregunta plantea el problema del fatalismo, la opinión de que
todo lo que sucede, sucede por necesidad (véase el capítulo 15). El
pensamiento griego antiguo estaba infectado con el fatalismo, y los padres de
la iglesia se sintieron obligados a resistirlo. El fatalismo griego fue puramente
lógico: si es cierto que algún evento sucederá, necesariamente sucederá. Para
los padres de la iglesia, el fatalismo tomó un matiz teológico: si Dios sabe de
antemano que algún evento sucederá, entonces necesariamente sucederá. Casi
todos los principales teólogos filosóficos cristianos después de Orígenes
tenían algo que decir sobre esta cuestión, la gran mayoría defendía la libertad
y la contingencia. Sin embargo, hubo algunos teólogos de los últimos siglos
como Martin Lutero y Jonathan Edwards, que negaron la libertad libertaria,
respaldando el fatalismo.
Aristóteles había tratado de evitar el fatalismo al negar la validez del
principio de bivalencia para las futuras proposiciones contingentes; es decir,
sostenía que las proposiciones sobre contingentes futuros no son ni
verdaderas ni falsas. Tal posición sería compatible con la omnisciencia
divina, ya que ninguna verdad permanece desconocida para Dios; pero tal
solución no estaba abierta a los padres de la iglesia a la luz de la doctrina
bíblica de que Dios tiene conocimiento previo (griego: prognósis [Hechos
2:23; 1 Pedro 1:1-2, 19-20]) y los muchos ejemplos bíblicos de profecías
detalladas de eventos futuros (por ejemplo, Marcos 14:18, 30). Algunos
filósofos contemporáneos, especialmente el lógico polaco Łukasiewicz, han
seguido el ejemplo de Aristóteles, pero pocos han encontrado atractivo este
curso a la vista de las dislocaciones lógicas e implausibilidades que implican
esta posición.[206]
Los teístas que niegan el conocimiento de Dios de los contingentes
futuros, se han sentido obligados a redefinir la omnisciencia de tal manera
que la ignorancia de Dios de las proposiciones contingentes futuras
verdaderas no cuenta en contra de su ser omnisciente. Por ejemplo,
típicamente se propone que S es omnisciente si y solo si S conoce ―solo y
todas― las proposiciones verdaderas que son tales que es lógicamente
posible que se conozcan. Pero no está claro qué se requiere —más allá de la
verdad— para que una proposición sea lógicamente posible de ser conocida,
en cuyo caso la revisión no tiene sentido. Los revisionistas dirán que las
verdaderas proposiciones contingentes futuras son lógicamente imposibles de
conocer, ya que si uno las conoce, entonces no son contingentemente
verdaderas. Pero el razonamiento del revisionista es falaz, como puede
demostrarse por lo siguiente: para cualquier proposición contingente futura p,
incluso si uno concede eso
1. No-posiblemente (Dios sabe p, y p es contingentemente verdadera)
y
2. p es contingentemente verdadera,
lógicamente no se sigue que
3. No-posiblemente (Dios sabe p).
(Recuerda nuestra discusión sobre las falacias modales en el capítulo 2). Solo
se sigue que Dios en realidad no conoce p. Pero aún es posible para él saber
p. Por lo tanto, incluso en la definición revisionista de la omnisciencia, Dios
debe conocer las proposiciones contingentes futuras, ya que es lógicamente
posible para él conocerlas.
Pero si Dios conoce las proposiciones contingentes futuras, ¿esto no
implica fatalismo? La pregunta aquí es por qué deberíamos pensar que (1) es
verdadera. La forma básica del argumento fatalista en nombre de (1) es la
siguiente:
4. Necesariamente (si Dios sabe p, entonces p).
5. Dios sabe p.
Por lo tanto,
6. Necesariamente (p).
Como p es necesariamente verdadera, no describe un evento contingente.
En virtud de la presciencia de Dios, todo está destinado a ocurrir.
El problema con el argumento es que es lógicamente falaz. Lo que es
implícitamente válido por (4) y (5) no es (6) sino
6'. p.
Es correcto que en un argumento deductivo válido, la conclusión se
deriva necesariamente de las premisas. Es decir, es imposible que las
premisas sean verdaderas y la conclusión sea falsa. Pero la conclusión en sí
misma no necesita ser necesaria. El fatalista transfiere ilícitamente la
necesidad de la inferencia a la conclusión misma. Lo que necesariamente
sigue de (4) y (5) es solo la proposición contingente (6'). Pero el fatalista
confusamente piensa que la conclusión es necesariamente verdadera y
termina con (6). Al hacerlo, simplemente comete una falacia lógica común.
Sin lugar a dudas, una fuente importante de la confusión del fatalista es su
confluencia de certeza con la necesidad. Con frecuencia se encuentra en los
escritos de las declaraciones teológicas fatalistas contemporáneas que pasan
de afirmar que algo es ciertamente verdadero para afirmar que es
necesariamente verdadero. Esto es un error. La certeza es una propiedad de
las personas y no tiene nada que ver con la verdad, como se desprende del
hecho de que podemos estar absolutamente seguros de algo y, sin embargo,
estar equivocados. Por el contrario, la necesidad es una propiedad de las
proposiciones, lo que indica que una proposición no puede tener un valor de
verdad diferente. Podemos estar totalmente inseguros acerca de las
proposiciones que, sin saberlo nosotros, son necesariamente verdaderas
(imagina alguna ecuación o teorema matemático complejo). Por lo tanto,
cuando decimos que alguna proposición es “ciertamente verdadera”, esto no
es más que una forma de hablar que indica que estamos seguros de que la
proposición es verdadera. La gente está segura; proposiciones son necesarias.
Al confundir certeza y necesidad, el fatalista hace su argumento
lógicamente falaz engañosamente atractivo. Porque es correcto que a partir de
las premisas (4) y (5) podemos estar absolutamente seguros de que ocurrirán
los eventos descritos por p. Pero es un desorden pensar que porque
ciertamente sucederán, necesariamente sucederán. Podemos estar seguros,
dada la presciencia de Dios, de que los eventos conocidos no fallarán, aunque
es muy posible que no ocurran. Podrían dejar de ocurrir, pero Dios sabe que
no lo harán. Por lo tanto, podemos estar seguros de que sucederán
―sucederán de manera contingente.
Los fatalistas teológicos contemporáneos reconocen la falacia de la forma
anterior del argumento y, por lo tanto, tratan de remediar el defecto haciendo
que la premisa (5) también sea necesariamente verdadera:
4. Necesariamente (si Dios sabe p, entonces p).
5'. Necesariamente (Dios sabe p).
Por lo tanto,
6. Necesariamente (p)
Así formulado, el argumento ya no es lógicamente falaz, y entonces la
pregunta es si (5') es verdadero. Ahora, en sentido literal, (5') es obviamente
falso. La teología cristiana siempre ha sostenido que la creación del mundo
por parte de Dios es un acto libre, que Dios pudo haber creado un mundo
diferente, donde p es falso, o incluso que no existiera ningún mundo del todo.
Decir que necesariamente Dios sabe p implica que este es el único mundo
que Dios pudo haber creado y por lo tanto niega la libertad divina.
Pero los fatalistas teológicos tienen en mente un tipo diferente de
necesidad cuando dicen que necesariamente Dios sabe p. De lo que están
hablando es de la necesidad temporal o la necesidad del pasado. A menudo
esto se expresa diciendo que el pasado es inevitable o inmutable. Si algún
evento está en el pasado, entonces ahora es demasiado tarde para hacer algo
que lo afecte. Es en ese sentido necesario. Dado que el conocimiento previo
de Dios de los eventos futuros es ahora parte del pasado, ahora es fijo e
inalterable. Por lo tanto, se dice que (5') es verdadero. Desafortunadamente,
los fatalistas teológicos nunca han proporcionado una explicación adecuada
de esta peculiar modalidad. ¿Qué es la necesidad temporal de todos modos, y
por qué pensar que las creencias pasadas de Dios ahora son temporalmente
necesarias? Todavía tenemos que encontrar una explicación de la necesidad
temporal, según la cual las creencias pasadas de Dios son temporalmente
necesarias, que no se reducen ni a la inalterabilidad ni a lo causalmente
cerrado del pasado.
Pero interpretar la necesidad del pasado como su inalterabilidad (o
incambiabilidad o inevitabilidad) es claramente inadecuado, ya que el futuro,
por definición, es tan inalterable como el pasado. Por definición, el futuro es
lo que ocurrirá, y el pasado es lo que ha ocurrido. Cambiar el futuro sería
provocar que no ocurra un evento que ocurrirá, lo cual es autocontradictorio.
Es puramente una cuestión de definición que el pasado y el futuro no pueden
ser cambiados, y de esta verdad no se infiere ninguna conclusión fatalista.
Porque no necesitamos poder cambiar el futuro para determinar libremente el
futuro. Si nuestras acciones se realizan libremente, entonces está dentro de
nuestro poder determinar de manera causal cuál será el curso de los eventos
futuros, incluso si no tenemos el poder de cambiar el futuro.
El fatalista insistirá en que el pasado es necesario en el sentido de que no
tenemos una habilidad similar para determinar causalmente el pasado. El
teólogo ortodoxo puede admitir felizmente el punto: la causalidad hacia atrás
es imposible. Pero lo causalmente cerrado del pasado no implica fatalismo.
La libertad de abstenerse de hacer lo que Dios sabe que hará, no implica una
causalidad hacia atrás. El teólogo ortodoxo puede conceder que no hay nada
que pueda hacer ahora para causar o provocar el pasado. En particular, no
puedo hacer que Dios haya tenido en el pasado una cierta creencia sobre mis
acciones futuras. Sin embargo, como vio el teólogo medieval Guillermo de
Ockham, bien podría estar en mi poder realizar libremente alguna acción A,
entonces, si A ocurriera, entonces el pasado habría sido diferente de lo que
realmente es. Supongamos, por ejemplo, que Dios siempre ha creído que el
23 de agosto de 2010, Jones cortaría su césped. Supongamos que hasta que
llegue el momento, Jones tiene la capacidad de cortar o no cortar el césped. Si
Jones decidiera no cortar el césped, entonces Dios siempre habría tenido una
creencia diferente a la que realmente tiene. Porque si Jones decidiera no
cortar el césped, entonces las diferentes proposiciones contingentes futuras
habrían sido ciertas, y Dios, siendo omnisciente, las habría conocido. Por lo
tanto, habría tenido una conocimiento previo diferente al que realmente tiene.
Ni la relación entre la acción de Jones y una futura proposición contingente
correspondiente, ni la relación entre una proposición contingente verdadera
futura y la creencia de Dios en ella es una relación causal. Por lo tanto, lo
causalmente cerrado del pasado es irrelevante. Si la necesidad temporal es
simplemente lo causalmente cerrado del pasado, entonces es insuficiente para
apoyar el fatalismo.
Ningún fatalista ha explicado con éxito una concepción de la necesidad
temporal que no equivalga ni a la inalterabilidad ni a lo causalmente cerrado
del pasado. Típicamente, los fatalistas simplemente afirman algún tipo de
“principio del pasado fijo” en el sentido de que no está en mí poder actuar de
tal manera que, si lo hiciera, el pasado hubiera sido diferente, lo que es una
petición de principio. En los análisis de la necesidad temporal que no son
reducibles ni a la inalterabilidad ni a lo causalmente cerrado del pasado, las
creencias pasadas de Dios siempre resultan no ser temporalmente necesarias.
[207]
Por lo tanto, (5') es falso, y el argumento del fatalismo teológico es
erróneo.
Si el previo conocimiento divino y la contingencia futura son
compatibles, queda la pregunta de cómo podría Dios conocer las futuras
proposiciones contingentes. Los teólogos del proceso suelen negar la
presciencia divina, porque, dada la contingencia del futuro, es imposible que
alguien, incluso Dios, tenga conocimiento de lo que sucederá. Al evaluar esta
objeción, será útil distinguir dos modelos de cognición divina: el modelo
perceptualista y el modelo conceptualista. El modelo perceptualista
interpreta el conocimiento divino en la analogía de la percepción sensorial.
Dios mira y ve lo que está allí. Tal modelo se asume implícitamente cuando
la gente habla de que Dios “previó” el futuro o que tiene “previsión” de
eventos futuros. Dada una teoría dinámica del tiempo, el modelo
perceptualista de la cognición divina se topa con problemas reales cuando se
trata del conocimiento de Dios del futuro, ya que, dado que los eventos
futuros no existen, no hay nada allí para percibir.
Por el contrario, en un modelo conceptualista del conocimiento divino,
Dios no adquiere su conocimiento del mundo a través de algo como la
percepción. Su conocimiento del futuro no se basa en su “mirar” hacia
adelante y “ver” lo que yace en el futuro (una noción terriblemente
antropomórfica en cualquier caso). Más bien, el conocimiento de Dios es
autónomo; es más como el conocimiento de una mente de ideas innatas.
Como ser omnisciente, Dios tiene esencialmente la propiedad de conocer
todas las proposiciones verdaderas; hay proposiciones verdaderas sobre
futuros contingentes; ergo, Dios conoce todas las proposiciones verdaderas
concernientes a futuros contingentes. Mientras no seamos seducidos a pensar
en el previo conocimiento divino sobre el modelo de la percepción, ya no es
evidente por qué el conocimiento de los eventos futuros debería ser
imposible. A menos que el detractor de la presciencia divina pueda mostrar
cierta incoherencia en la noción de conocimiento innato, no obstante su
objeción parece ni siquiera poder despegar.
Podemos impulsar el análisis conceptualista un paso más allá. Según el
teólogo de la Contrarreforma Luis Molina, lógicamente antes del decreto
divino para crear un mundo, Dios posee no solo el conocimiento de todo lo
que podría suceder (conocimiento natural) sino también todo lo que
sucedería en cualquier conjunto de circunstancias apropiadamente
especificado (conocimiento medio).[208] El conocimiento natural de Dios es
su conocimiento de todas las verdades necesarias. Por medio de él, Dios sabe
cuál es el rango completo de mundos posibles. Él sabe, por ejemplo, que en
algún mundo posible Pedro niega libremente a Cristo tres veces y que en otro
mundo, Pedro afirma libremente a Cristo en circunstancias idénticas, ya que
ambos son posibles. El conocimiento medio de Dios es su conocimiento de
todas las proposiciones contrafactuales o contrafácticas contingentemente
verdaderas, incluidas proposiciones sobre acciones libres de las criaturas.
Una proposición contrafactual es una proposición condicional en el modo
subjuntivo. Por ejemplo, lógicamente antes de su decreto creativo, Dios sabía
que si Pedro estaba en circunstancias C, él negaría libremente a Cristo tres
veces. Estos contrafactuales sirven para delimitar el rango de mundos
posibles a mundos que son factibles o realizables para Dios. Por ejemplo, hay
un mundo posible en el que Pedro afirma libremente a Cristo precisamente en
las mismas circunstancias en que de hecho lo negó; pero dada la verdad
contrafactual de que si Pedro estuviera precisamente en esas circunstancias,
negaría libremente a Cristo, entonces el mundo posible en el cual Pedro
afirma libremente a Cristo en esas circunstancias no es factible para Dios.
Dios podría hacer que Pedro afirme a Cristo en esas circunstancias, pero
entonces su confesión no sería libre. Por medio de su conocimiento medio,
Dios sabe cuál es el subconjunto apropiado de mundos posibles que son
factibles para él, dados los contrafactuales que son verdaderos. Entonces Dios
decreta crear ciertas criaturas libres en ciertas circunstancias, y así, sobre la
base de su conocimiento medio y su conocimiento de su propio decreto—es
decir, su decreto para crear el mundo—Dios tiene presciencia o conocimiento
previo de todo lo que sucederá (conocimiento libre). De esa manera, él sabe,
simplemente sobre la base de sus propios estados internos y sin ninguna
necesidad de ningún tipo de percepción del mundo externo, que Pedro negará
libremente a Cristo tres veces. Por lo tanto, en el esquema molinista, tenemos
el orden lógico ilustrado en la figura 28.1.
2―SIMPLICIDAD
La simplicidad divina es una doctrina inspirada por la visión neoplatónica de
la realidad metafísica última o máxima como el Uno absoluto. Sostiene que
Dios, como la realidad metafísica última, es una unidad indiferenciada, que
no hay complejidad en su naturaleza o ser. Como tal, esta es una doctrina
radical que no goza de apoyo bíblico e incluso está en desacuerdo con la
concepción bíblica de Dios de varias maneras. De acuerdo con la doctrina de
la simplicidad divina, Dios no tiene atributos distintivos, no se encuentra en
relaciones reales, su esencia no es distinta de su existencia, simplemente es el
acto puro de subsistir. Todas estas distinciones existen solo en nuestras
mentes, ya que no podemos formar ninguna concepción del ser divino
absolutamente simple. Si bien podemos decir cómo Dios no es, no podemos
decir cómo es él, excepto en un sentido analógico. Pero estas predicciones al
final deben fallar, ya que no hay un elemento unívoco en los predicados que
le asignamos a Dios, dejándonos en un estado de genuino agnosticismo sobre
la naturaleza de Dios. De hecho, en esta visión, Dios realmente no tiene
naturaleza; él es simplemente el acto inconcebible de ser.
¿Por qué deberíamos adoptar una doctrina tan extraordinaria? Se
recordará que Tomás de Aquino argumentó a favor de la existencia de un ser
tan simple por medio de su argumento cosmológico. Pero el famoso
argumento de Tomás de los seres contingentes (seres cuya esencia es distinta
de su existencia) nos obliga a lo sumo a postular la existencia de un ser cuya
esencia es tal que existe necesariamente, un ser metafísicamente necesario.
No necesita comprometernos con la simplicidad divina.
La doctrina está abierta, además, a poderosas objeciones. Por ejemplo,
decir que Dios no tiene propiedades distintas parece evidentemente falso: la
omnipotencia no es la misma propiedad que la bondad, porque un ser puede
tener una y no la otra. Podría decirse que la omnipotencia y la bondad de
Dios difieren solo en nuestra concepción, ya que las manifestaciones de una
sola propiedad divina, como, por ejemplo, “la estrella de la mañana” y “la
estrella de la tarde” tienen sentidos diferentes, pero ambos se refieren a la
misma realidad, a saber, Venus. Pero esta respuesta es inadecuada. Por ser la
estrella de la mañana y ser la estrella de la tarde son propiedades distintas
poseídas por Venus; la misma entidad tiene estas dos propiedades distintas.
Del mismo modo, ser omnipotente y ser bondadoso no son sentidos
diferentes para la misma propiedad (como son, por ejemplo, ser par y ser
divisibles entre dos), sino que son propiedades claramente distintas. En el
caso de Dios, la misma entidad posee estas dos propiedades distintas.
Además, si Dios es idéntico a su esencia, entonces Dios no puede saber ni
hacer nada diferente de lo que él sabe y hace. No puede tener ningún
conocimiento o acción contingente, ya que todo lo relacionado con él es
esencial para él. Pero en ese caso todas las distinciones modales colapsan y
todo se vuelve necesario. Dado que Dios sabe que p es lógicamente
equivalente a p es verdadero, la necesidad de la primera implica la necesidad
de la última. Así, la simplicidad divina conduce a un fatalismo extremo,
según el cual todo lo que sucede, sucede con una necesidad temporal, sino
con una necesidad lógica.
Se podría decir que Tomás pudo escapar a esta conclusión inoportuna con
su doctrina de que Dios no tiene ninguna relación real con las criaturas.
Como un ser simple, Dios trasciende todas las distinciones aristotélicas entre
sustancia y accidentes. Como las relaciones son un tipo de accidente, Dios
no tiene propiedades relacionales y no tiene una relación real con las cosas
externas a él. Las cosas están en relaciones reales con Dios, pero la situación
no es simétrica: las relaciones de Dios con las criaturas están solo en nuestras
mentes, no en la realidad. Por lo tanto, Dios es perfectamente similar en todos
los mundos lógicamente posibles que podemos imaginar, pero en algunos
mundos, o bien criaturas diferentes están en relación con Dios o no existen
criaturas en absoluto ni están relacionadas con Dios. Así, el mismo estado
cognitivo simple cuenta como el conocimiento de una conjunción de
proposiciones en un mundo y otra conjunción de proposiciones en otro
mundo. De manera similar, el mismo acto de poder (que simplemente es el
ser divino) tiene, en un mundo, efectos realmente relacionados con él en
forma de criaturas y, en otro mundo, no tiene tales efectos. Pero la doctrina
de Tomás solo sirve para hacer que la simplicidad divina sea más increíble.
Porque es incomprensible cómo el mismo estado cognitivo puede ser
conocimiento de que “yo existo solo” en un mundo y que “yo he creado
multitud de criaturas” en otro. Además, lo que Dios sabe es todavía diferente,
incluso si el estado cognitivo de Dios es el mismo; y dado que Dios es su
conocimiento, la contingencia se introduce en Dios. Es igualmente
ininteligible por qué un universo de criaturas debería existir en algunos
mundos y no en otros si el acto de poder de Dios es el mismo en todos los
mundos (para más información sobre esto, véase el capítulo 30, sobre la
doctrina de la creación). La razón no se puede encontrar en Dios, ya que él es
absolutamente el mismo. Tampoco se puede encontrar la razón en las propias
criaturas, porque la razón debe ser explicativamente anterior a las criaturas.
Por lo tanto, afirmar que Dios no se encuentra en relaciones reales con las
cosas es hacer que la existencia o inexistencia de criaturas en varios mundos
posibles sea independiente de Dios y completamente misteriosa.
Finalmente, decir que la esencia de Dios es simplemente su existencia
parece totalmente confuso, ya que entonces no existe en el caso de Dios
ninguna entidad que exista; solo existe la existencia misma. Las cosas
existen; pero es ininteligible decir que existe solo existe [o existe solo la
existencia].
En resumen, no tenemos una buena razón para adoptar y tenemos muchas
razones para rechazar la doctrina de la simplicidad divina. Aún así, eso no
significa que la doctrina carezca por completo de mérito. Por ejemplo,
seguramente es correcto enfatizar que Dios no está compuesto de mente y
cuerpo; más bien, él es mente pura. Como tal, Dios es notablemente simple
en el sentido de que una sustancia tan inmaterial no está compuesta de piezas
o partes separables en la forma en que lo es un objeto material. Además,
algunos pensadores como William Alston, aunque rechazan la simplicidad
completa, han defendido que el conocimiento de Dios se interprete como
simple. Desde el punto de vista de Alston, Dios tiene una intuición simple de
toda la realidad, que los conocedores humanos nos representamos a nosotros
mismos de manera proposicional. Tal visión está en línea con la adaptación
de Aquino de la noción agustiniana de las ideas divinas. Para preservar la
aseidad divina frente al platonismo, Agustín ubicó las formas platónicas en la
mente de Dios como las ideas divinas. Aquino fue más allá al afirmar que
Dios no tiene, estrictamente hablando, una pluralidad de ideas divinas, sino
más bien un conocimiento indiferenciado de la verdad. Los conocedores
finitos rompemos la intuición indivisa de Dios en ideas separadas. De manera
similar, Alston sostiene que el conocimiento de Dios es estrictamente no
proposicional, aunque lo representamos a nosotros mismos como
conocimiento de distintas proposiciones. Por lo tanto, decimos, por ejemplo,
que Dios sabe que Marte tiene dos lunas, y de hecho lo sabe, pero la
representación de que él conozca esta proposición es una forma meramente
humana de expresar lo que Dios sabe de una manera no proposicional. Tal
concepción del conocimiento divino tiene la ventaja de que nos permite
abrazar el conceptualismo sin comprometernos con un infinito real de
cogniciones divinas o ideas divinas.
Una doctrina modificada de la simplicidad divina podría ser útil de otras
maneras. Por ejemplo, podríamos pensar en el acto de creación de Dios o en
la conservación del mundo, no como una multiplicidad de actos individuales
de creación de esta o aquella cosa, sino como un acto único que comprende
todo lo que existe fuera de él. Esta es un área que merece una mayor
exploración por parte de los pensadores cristianos.
3―INMUTABILIDAD
Para Aristóteles, Dios era el Motor Inmóvil, la fuente inmutable de todo
cambio. La inmutabilidad de Dios también está atestiguada en las Escrituras
(Malaquías 3:6, Santiago 1:17). Pero los autores bíblicos no tenían en mente
la radical inmutabilidad contemplada por Aristóteles ni la inmutabilidad
requerida por las doctrinas de la atemporalidad o simplicidad divina esencial.
Hablaban principalmente del carácter y la fidelidad inmutables de Dios. Pero
si Dios es esencialmente eterno y simple, debe ser completamente incapaz de
cambiar. Podemos distinguir útilmente entre dos tipos de cambio: cambio
intrínseco y cambio extrínseco. Un cambio intrínseco es un cambio no
relacional, que involucra solo al sujeto. Por ejemplo, una manzana cambia de
verde a rojo. Un cambio extrínseco es un cambio relacional que involucra
algo más en relación con el cual el sujeto cambia. Por ejemplo, Jones se
vuelve más bajo que su hijo, no al experimentar un cambio intrínseco en su
estatura, sino al estar relacionado con su hijo, ya que su hijo sufre un cambio
intrínseco en su estatura. Jones cambia extrínsecamente de ser más alto que
su hijo a ser más bajo que él, porque su hijo está creciendo. La atemporalidad
divina o la simplicidad divina requerirían que Dios no experimentara ningún
cambio intrínseco ni extrínseco. En cualquier caso, una relación de antes y
después sería generada por tales cambios, lo que serviría para ubicar a Dios
temporalmente con respecto a esos cambios. Por lo tanto, Dios debería ser
incapaz incluso de la más mínima alteración.
Sin embargo, hemos visto razones para rechazar la atemporalidad y
simplicidad esenciales de Dios. ¿Hay alguna otra razón para pensar que Dios
es inmutable? A veces se dice que la inmutabilidad divina es un correlato
necesario de la perfección divina: si Dios cambiara, solo podría ser para peor.
Siendo esencialmente perfecto, Dios debe ser inmutable. Pero este
razonamiento parece claramente incorrecto. Un ser perfecto no necesita
cambiar “verticalmente”, por así decirlo, en la escala de perfección y, por lo
tanto, para peor, sino que podría cambiar “horizontalmente”, permaneciendo
igualmente perfecto en ambos estados. Por ejemplo, que Dios cambie de
saber “ahora es t1” a saber “ahora es t2” no es un cambio para peor en Dios;
por el contrario, es un signo de su perfección el que siempre sepa qué hora es.
Hemos argumentado que, en virtud de su relación real y causal con el
mundo temporal, Dios debe experimentar mínimamente un cambio extrínseco
y, por lo tanto, ser temporal, al menos desde el momento de la creación.
Además, el conocimiento de Dios de los hechos temporales, implicado por su
omnisciencia, requiere que desde el momento de la creación también
experimente un cambio intrínseco, ya que él sabe lo que está sucediendo
ahora en el universo. Por lo tanto, Dios no es inmutable en un sentido fuerte.
El rechazo de la inmutabilidad radical, sin embargo, nos deja abiertos
para afirmar que Dios es inmutable en el sentido bíblico de ser constante e
inmutable en su carácter. Además, él es inmutable en su existencia
(necesidad, aseidad, eternidad) y su ser omnipresente, omnisciente y
omnipotente. Estos atributos esenciales son suficientes para salvaguardar la
perfección de Dios sin congelarlo en la inmovilidad.
Finalmente, si adoptamos nuestra interpretación propuesta de la eternidad
divina como atemporalidad sin creación y temporalidad con la creación,
entonces podemos afirmar la inmutabilidad de Dios, si no su inmutabilidad,
en el estado atemporal de existir solo y sin el mundo. Demuestra la libertad y
la condescendencia de Dios para que abandone ese estado por el bien de la
creación y la salvación de las criaturas temporales como nosotros. Dios
podría haber permanecido inmutable si hubiera deseado; el hecho de que no
lo hizo es un testimonio tanto de su amor como de su libertad.
4―OMNIPOTENCIA
Aunque uno de los nombres bíblicos de Dios es El-Shaddai (Dios
Todopoderoso), el concepto de omnipotencia ha permanecido poco
entendido debido a su obstinación en el análisis. Pocos pensadores, aparte de
Descartes, han estado dispuestos a afirmar que la doctrina significa que Dios
puede hacer cualquier cosa, por ejemplo, hacer un triángulo cuadrado. Tal
punto de vista ha sido interpretado como afirmando el posibilismo universal,
la doctrina de que no hay verdades necesarias. En este punto de vista, una
deidad omnipotente podría haber provocado que incluso las contradicciones
lógicas sean verdaderas y las tautologías sean falsas, por inconcebible que
esto nos parezca. Pero tal doctrina parece incoherente: ¿es la proposición “No
hay verdades necesarias” necesariamente verdadera o no? Si es así, entonces
la posición es autorrefutante. Si no, entonces esa proposición es posiblemente
falsa, es decir, Dios podría haberlo llevado a la conclusión de que hay
verdades necesarias. Utilizando la semántica de mundos posibles, podemos
decir que hay, por lo tanto, un mundo posible en el que Dios lo lleva a pensar
que hay proposiciones que son verdaderas en todos los mundos posibles. Pero
si hay tales proposiciones, entonces no hay mundo en el que sea el caso de
que no haya proposiciones verdaderas en todos los mundos posibles; es decir,
no es posible que no haya verdades necesarias, lo que contradice el
posibilismo universal.
Además, la posición de Descartes no es creíble. Nos pide que creamos,
por ejemplo, que Dios pudo haber hecho que él nos haya creado a todos sin
su existencia; es decir, hay un mundo posible en el que Dios no existe y él
nos creó a todos. Esto es simplemente una tontería.
Por lo tanto, uno debe delinear más cuidadosamente lo que se entiende
como omnipotencia. Desafortunadamente, esto no ha sido fácil. La discusión
filosófica pareció estancarse hasta que la notable obra “Maximal Power” de
Thomas Flint y Alfred Freddoso apareció en 1983.[210] Su análisis está
estrechamente relacionado con la solución de Ockham al fatalismo teológico
y la doctrina del conocimiento medio de Molina. Una idea clave del concepto
de omnipotencia es que debe definirse en términos de la capacidad de
actualizar ciertos estados de cosas, más que en términos de poder bruto. Por
lo tanto, la omnipotencia no debe entenderse como el poder que es ilimitado
en su cantidad o variedad. Tal comprensión lleva inmediatamente al viejo
problema de si Dios puede crear una piedra demasiado pesada como para
levantarla. Si Dios posee el poder de hacer lo uno, entonces no tiene el poder
para hacer lo otro. Tales acertijos surgen, no de alguna falta de poder por
parte de Dios, sino de un concepto defectuoso de omnipotencia. Si
entendemos la omnipotencia en términos de la capacidad de actualizar los
estados de cosas, no es atenuante de la omnipotencia de Dios que no pueda
hacer una piedra demasiado pesada para que la levante, dado que Dios es
esencialmente omnipotente, “una piedra demasiado pesada para Dios para
levantar” describe como un estado de cosas lógicamente imposible como lo
hace “un triángulo cuadrado”, y por lo tanto no describe nada en absoluto.
¿Diríamos, entonces, que un agente S es omnipotente si y solo si S puede
actualizar cualquier estado de cosas que sea ampliamente lógicamente
posible? No, para ciertos estados de cosas puede ser lógicamente posible,
pero debido al paso del tiempo puede que ya no sea posible actualizarlo. Por
ejemplo, el hecho de que los Cachorros hayan ganado la Serie Mundial de
1968 describe una situación lógicamente posible; pero ya no es posible
actualizar este estado de cosas, al menos directamente. Para actualizar
directamente tal estado de cosas ahora equivaldría a cambiar la causalidad
pasada o hacia atrás, lo cual es amplia y lógicamente imposible. Por lo tanto,
la incapacidad de S para actualizar directamente tal estado de cosas en este
momento no debería contar contra la omnipotencia de S. Pero, ¿podría quizás
actualizar tal estado de cosas indirectamente? Supongamos que hubiera
alguna acción A que S pudiera tomar, y si S tomara A, entonces Dios lo habría
sabido previamente y traído consigo una victoria de los Cachorros en 1968.
Entonces S ahora parece tener el poder de actualizar el estado de las cosas
Los Cachorros ganaron la Serie Mundial de 1968 indirectamente. Si S, de
hecho, tiene tal poder, depende de si ciertos contrafactuales reversos, es
decir, contrafactuales que implican que el pasado sea diferente de lo que fue,
resultan ser ciertos. Llamemos pasado “suave” a los estados de cosas pasados
que son indirectamente actualizables por alguien, y pasado “fuerte” a los
estados que no son indirectamente actualizables por alguien. En
consecuencia, debemos enmendar nuestro análisis de omnipotencia de tal
manera que la incapacidad de S para actualizar estados de cosas
inconsistentes con el pasado fuerte no cuente contra la omnipotencia de S.
¿Deberíamos decir, entonces, que un agente S es omnipotente en un
momento t si y solo si S puede actualizar cualquier estado de cosas que sea
ampliamente lógicamente posible para alguien que comparte el mismo
pasado fuerte con S para actualizar en t? Parece que no. Porque los
contrafactuales sobre acciones libres de criaturas, se plantea un problema
adicional. El contrafactual Si Jones estuviera en C, le escribiría libremente a
su esposa está bajo el control de Jones, es decir, cómo Jones decida
libremente actuar en C implica si ese contrafactual es verdadero o no. Por el
contrario, el contrafactual no está dentro del control de Smith: si ese
contrafactual es verdadero, entonces es lógicamente imposible para Smith
hacer cualquier cosa que implique su falsedad. Él podría evitar que Jones esté
en C, pero no puede hacer nada que implique la falsedad del contrafactual.
Por lo tanto, uno tiene el control de los contrafactuales sobre las propias
decisiones libres, pero no sobre los contrafactuales sobre las decisiones libres
de los demás. Eso implica que una definición adecuada de omnipotencia no
puede requerir que S sea capaz de actualizar los estados de cosas descritos
por contrafactuales sobre las decisiones libres de otros agentes. Si el
contrafactual anterior es verdadero, no se puede esperar que S actualice un
mundo en el que Jones está en C y se abstiene de escribirle a su esposa,
porque esto es exigir lo lógicamente imposible de S. Nuestra definición
provisional requeriría que S tuviera el capacidad de actualizar todos los
mismos estados de cosas que Jones si comparten el mismo pasado duro en t,
lo cual es pedir lo lógicamente imposible de S. Por lo tanto, debemos
modificar nuestro análisis de omnipotencia para no requerir tal habilidad en
S.
¿Deberíamos decir, entonces, que S es omnipotente en un momento t si y
solo si S puede actualizar cualquier estado de cosas que sea ampliamente
lógicamente posible para que S lo actualice, dado el mismo pasado fuerte en t
y los mismos contrafactuales verdaderos sobre actos libres de otros? Esto
parece casi correcto. Pero está abierto a la queja de que si S es esencialmente
incapaz de cualquier acción en particular, no importa cuán trivial sea, que la
incapacidad de S para realizar esa acción no cuenta en contra de su
omnipotencia. En ese caso, es lógicamente imposible que S realice el acto en
cuestión, ya que es esencialmente incapaz de hacerlo. Por lo tanto,
necesitamos ampliar la definición para requerir que S realice cualquier acción
que cualquier agente en su situación pueda realizar. El truco es que no
debemos exigir que S actualice los estados de cosas descritos por
contrafactuales sobre los actos libres de los demás.
El siguiente análisis parece ser el truco: S es omnipotente en un momento
t si y solo si S no puede actualizar ningún estado de cosas que no esté descrito
por contrafactuales sobre los actos libres de otros y eso es lógicamente
posible para que alguien actualice, dado el mismo pasado fuerte en t y los
mismos contrafactuales verdaderos sobre actos libres de otros. Tal análisis
establece con éxito los parámetros de la omnipotencia de Dios sin imponer
ningún límite no lógico sobre su poder.
5―BONDAD
Los creyentes en la tradición monoteísta siempre han sostenido que Dios es
perfectamente bueno, y los cristianos han pensado en Dios como la fuente de
todas las variedades de bondad, ya sean morales, metafísicas, estéticas, etc.
Aquí nuestro interés está en la bondad moral de Dios. Algunas versiones del
argumento axiológico a favor de la existencia de Dios implican que la
bondad, de alguna manera, está enraizada en Dios mismo. Pero desde Platón,
la afirmación de que los valores y deberes morales se basan en Dios ha sido
criticada como problemática. En un famoso dilema en su diálogo Eutifrón,
Platón pregunta, en efecto, si algo es bueno porque Dios lo aprueba o si algo
es aprobado por Dios, porque es bueno. Cualquiera de los cuernos de este
dilema ha llevado a consecuencias insostenibles. Si decimos que alguna
acción es buena o correcta por la simple razón de que Dios lo quiere,
entonces la moralidad es fundamentalmente arbitraria. Dios pudo haber
querido que la crueldad fuera buena y que amara el mal, y deberíamos
habernos visto obligados a odiar a los demás y tratar de hacerles daño. No
solo es esto desmedido, sino que también parece hacer de la afirmación de
que Dios es bueno una afirmación totalmente tonta y vacía. ¡Afirmar que
Dios es bueno parece no significar más que Dios hace lo que quiere! Por otro
lado, si Dios quiere que realicemos alguna acción porque es lo correcto o lo
bueno, entonces los valores morales no están basados en Dios después de
todo, sino que existen independientemente de él. Tal alternativa se considera
incompatible con el teísmo clásico, porque compromete la soberanía y la
aseidad de Dios. Dios mismo está obligado a obedecer ciertos principios
morales que no son de su propia creación, sino que, por así decirlo, se le
impusieron. La evidencia de que el valor moral es independiente de Dios se
dice a veces que se encuentra en el hecho de que podemos comprender
valores morales y deberes bastante independientes de la creencia en Dios.
Al ordenar la maraña de cuestiones planteadas por esta objeción, nos
resultará útil distinguir claramente varias áreas de la teoría moral como se
muestra en la figura 28.2 (véase el capítulo 21).[211]
1―INTRODUCCIÓN
Sin duda, el mayor obstáculo intelectual para creer en Dios es el llamado
problema del mal. Es decir, parece poco creíble, que exista un Dios
omnipotente y omnibenevolente, que permita tanto dolor y sufrimiento en el
mundo.
La cantidad de miseria y dolor humanos en el mundo es, de hecho,
incalculable. Por un lado, están todos los males que son el resultado de la
propia inhumanidad del hombre hacia el hombre. Tal mal moral es
suficientemente malo, pero tal vez aún más difícil de conciliar con la
existencia de un Dios omnipotente y omnibenevolente es el sufrimiento
provocado por causas naturales en el mundo, desastres como inundaciones,
terremotos o tornados; diferentes tipos de enfermedades como la viruela, la
poliomielitis, el cáncer o la leucemia; discapacidades congénitas como
distrofia muscular, parálisis cerebral o encefalitis; accidentes y lesiones como
quemaduras, aplastamientos o ahogamiento. A veces el mal natural se
entrelaza con el mal humano: por ejemplo, millones de africanos del Este
enfrentan hambruna, no porque haya inadecuados suministros de auxilio que
impiden satisfacer sus necesidades, sino porque los gobiernos dictatoriales
usan la comida como arma política para aplastar la resistencia rebelde al
prohibir esos suministros. A la luz de la cantidad y naturaleza del sufrimiento
provocado por causas humanas o naturales, ¿cómo puede ser que exista un
Dios omnipotente y omnibenevolente?
Durante el último cuarto de siglo aproximadamente, se ha vertido una
enorme cantidad de análisis filosóficos en el problema del mal, con el
resultado de que se ha realizado un genuino progreso filosófico sobre la
antigua pregunta. Podemos comenzar nuestra investigación haciendo una
serie de distinciones para ayudar a mantener nuestro pensamiento enfocado.
En términos más generales, debemos distinguir entre el problema intelectual
del mal y el problema emocional del mal. El problema intelectual del mal
se refiere a cómo dar una explicación racional de la coexistencia de Dios y el
mal. El problema emocional del mal se refiere a cómo consolar a los que
sufren y cómo disolver la aversión emocional que la gente tiene de un Dios
que permitiría tal maldad. El problema intelectual yace en el terreno del
filósofo; el problema emocional radica en el terreno del consejero. Es
importante mantener clara esta distinción, porque la solución al problema
intelectual podría parecer seca, indiferente e incómoda para alguien que está
pasando por un sufrimiento, mientras que la solución al problema emocional
podría parecer superficial y deficiente como explicación para alguien que
contempla la pregunta de manera abstracta. Teniendo en cuenta esta
distinción, consideremos primero el problema intelectual del mal.
La clave de la historia del mundo es el reino de Dios.... Desde el principio,... Dios ha estado
trabajando estableciendo un nuevo reino en el mundo. Es Su propio reino, y está llamando a las
personas del mundo a ese reino: y todo lo que sucede en el mundo tiene relevancia para ese
reino.... Otros eventos son importantes ya que influyen en ese evento. Los problemas de hoy
deben ser entendidos solo en su luz....
No tropecemos, pues, cuando vemos cosas sorprendentes en el mundo. Más bien,
preguntémonos: “¿Cuál es la relevancia de este evento para el reino de Dios?” O, si te están
sucediendo cosas extrañas, no te quejes, sino di: “¿Qué me está enseñando Dios a través de
esto?”... No necesitamos desconcertarnos y dudar del amor o la justicia de Dios.... Deberíamos...
juzgar cada evento a la luz del gran, eterno y glorioso propósito de Dios.[214]
Es muy posible que los males naturales y morales sean parte de los
medios que Dios usa para atraer a las personas a su reino. La lectura de un
manual de misiones como Operation World de Patrick Johnstone revela que
es precisamente en países que han soportado graves dificultades donde el
cristianismo evangélico está creciendo a su mayor ritmo, mientras que las
curvas de crecimiento en el indulgente Oeste son casi planas. Considere, por
ejemplo, los siguientes informes:[215]
China:
Se estima que 20 millones de chinos perdieron la vida durante la
Revolución Cultural de Mao. Los cristianos se mantuvieron firmes en lo
que probablemente fue la persecución más extendida y dura que la Iglesia
haya experimentado alguna vez. La persecución purificó e indigenizó a la
Iglesia. Desde 1977, el crecimiento de la Iglesia en China no tiene
paralelos en la historia. Los investigadores estiman que había entre 30 y
75 millones de cristianos para 1990. Sin darse cuenta, Mao Zedong se
convirtió en el más grande evangelista de la historia.
El Salvador:
La guerra civil de 12 años, los terremotos y el colapso del precio del café,
la principal exportación del país, empobrecieron a la nación. Más del 80%
vive en la pobreza extrema. Una asombrosa cosecha espiritual se ha
obtenido de todos los estratos de la sociedad en medio del odio y la
amargura de la guerra. En 1960 los evangélicos eran el 2.3% de la
población, pero hoy en día son alrededor del 20%.
Etiopía:
Etiopía está en estado de shock. Su población lucha con el trauma de
millones de muertes a través de la represión, el hambre y la guerra. Dos
grandes oleadas de persecución violenta refinaron y purificaron a la
Iglesia, pero hubo muchos mártires. Ha habido millones viniendo a Cristo.
Los protestantes eran menos del 0,8% de la población en 1960, pero en
1990 esto puede haberse convertido en el 13% de la población.
Ejemplos como estos podrían multiplicarse. La historia de la humanidad ha
sido una historia de sufrimiento y guerra. Sin embargo, también ha sido una
historia del avance del reino de Dios. La figura 29.1 es una tabla publicada en
1990 por el Centro Estadounidense para la Misión Mundial que documenta el
crecimiento en el cristianismo evangélico a lo largo de los siglos.
Según Johnstone, “vivimos en la época de la mayor cosecha de personas
en el reino de Dios que el mundo haya visto jamás.”[216] No es para nada
improbable que este asombroso crecimiento en el reino de Dios se deba en
parte a la presencia de males naturales y morales en el mundo.
LA TAREA DECRECIENTE
Columna 1 Columna 2 Columna 3 Tendencia
FECHA No cristianos Cristianos asombrosa
comprometidos
100 d.C. 180 0.5 360
1000 d.C. 220 1 220
1500 d.C. 344 5 69
1900 d.C. 1,062 40 27
1950 d.C. 1,650 80 21
1980 d.C. 3,025 275 11
1989 d.C. 3,438 500 7
Los números anteriores son publicados por el (Columna 2
Grupo de Trabajo de Estadísticas de Lausana. dividida entre
Nota: las cifras en estas dos columnas están en Columna 3)
millones
La hoja que cuelga del árbol no cae, ni ninguno de los dos gorriones
vendidos por un cuarto caen al suelo, ni sucede nada más sin la
providencia de Dios, y lo tendrán o lo permitirán como un
particular.
LUIS MOLINA, CONCORDIA 4.53.3.17
1―CREATIO EX NIHILO
“En el principio Dios creó los cielos y la tierra” (Gen 1:1). Con majestuosa
simplicidad el autor del primer capítulo del Génesis por lo tanto diferenció su
punto de vista, no sólo de la de los antiguos mitos de la creación de los
vecinos de Israel, sino también efectivamente del panteísmo, tal como se
encuentra en las religiones orientales como el hinduismo y el taoísmo, desde
el panenteísmo, ya sea de la clásica teología neoplatónica de la época o de la
teología del proceso del siglo XX, y del politeísmo, desde el antiguo
paganismo hasta el mormonismo contemporáneo. Para el autor de Génesis 1,
no parece que se asuma ningún material preexistente, no hay dioses en guerra
o dragones primitivos ―solo Dios, de quien se dice que “crea” (bārā', una
palabra que se usa solo con Dios como sujeto y que no presupone una
sustancia material subyacente) “los cielos y la tierra” ('ēt haššāmayîm wǝ'ēt
hā'areṣ, una expresión hebrea para la totalidad del mundo o, más
simplemente, el universo). Además, este acto de creación tuvo lugar “en el
principio” (bǝrē'šît, usado aquí como en Is. 46:10 para indicar un comienzo
absoluto). Por lo tanto, el autor implica creatio ex nihilo (creación de la
nada) en el sentido temporal de que Dios creó el universo sin una causa
material en algún punto del pasado finito.
Los autores bíblicos posteriores así entendieron el relato de Génesis de la
creación (por ejemplo, Is. 44:24; cf. Is. 45:12, 18). La doctrina de creatio ex
nihilo también está implícita en varios lugares en la literatura judía
extrabíblica temprana. Y los padres de la iglesia, aunque fuertemente
influenciados por el pensamiento griego, se rehusaron a cambiar con respecto
a la doctrina de la creación, insistiendo vigorosamente, con pocas
excepciones, en la creación temporal del universo ex nihilo en oposición a la
eternidad de la materia. En la forma del argumento cosmológico kalam, una
tradición de argumentación robusta contra la eternidad pasada del mundo y
en favor de creatio ex nihilo continuó durante siglos en el pensamiento
islámico, judío y cristiano. En 1215, la iglesia católica promulgó la creatio ex
nihilo temporal como doctrina oficial de la iglesia en el Cuarto Concilio de
Letrán, declarando a Dios como “Creador de todas las cosas, visible e
invisible,... quien, por su poder omnipotente, desde el principio de los
tiempos ha creado ambas órdenes de la misma manera de la nada”. Esta
notable declaración afirma no solo que Dios creó todo sin ninguna causa
material, sino que incluso ese mismo tiempo tuvo un comienzo. La doctrina
de la creación está intrínsecamente ligada a consideraciones temporales, e
implica que Dios trajo el universo a la existencia en algún momento en el
pasado, sin ninguna causa material anterior o contemporánea.
Al mismo tiempo, las Escrituras cristianas también sugieren que Dios está
involucrado en una especie de creación continua, sosteniendo el universo en
el ser. Cristo “refleja la gloria de Dios y lleva el sello mismo de su naturaleza,
sosteniendo el universo por su palabra de poder” (Heb. 1:3). Aunque
relativamente, infrecuentemente atestiguado en las Escrituras en comparación
con las abundantes referencias al acto original de creación de Dios, esta idea
de creación continua llegó a constituir también un aspecto importante de la
doctrina de la creación. Para Tomás de Aquino, por ejemplo, este aspecto se
convierte en la doctrina central de la creación, y la cuestión de si la recepción
de Dios por el mundo tuvo un comienzo temporal o no tiene solo una
importancia secundaria. Para Aquino, la creación es el otorgamiento
inmediato del ser y, como tal, pertenece solo a Dios, el principio universal del
ser; por lo tanto, la creación es ex nihilo, porque el hecho de que Dios haga
que una criatura exista es inmediata. Incluso si esa criatura ha existido desde
la eternidad, todavía se crea ex nihilo en este sentido metafísico.
Por lo tanto, Dios se concibe en la teología cristiana como la causa del
mundo, tanto en su acto inicial de hacer que el universo exista y en su
constante conservación del mundo en el ser. Estas dos acciones han sido
tradicionalmente clasificadas como especies de creatio ex nihilo, a saber,
creatio originans (creación originaria) y creatio continuans (creación
continua). Si bien esta es una rúbrica útil, desafortunadamente se vuelve
rápidamente problemática si se empuja con precisión técnica. Porque si
decimos que una cosa se crea en un momento t solo si t es el primer momento
de la existencia de la cosa, entonces la doctrina de creatio continuans implica
que en cada instante Dios crea un individuo nuevo, numéricamente distinto
de su predecesor cronológico. Así, nos encontramos en una extraña doctrina
llamada ocasionalismo, según la cual no existen individuos persistentes, de
modo que la agencia personal y la identidad a lo largo del tiempo quedan
excluidas.
Uno podría eludir este problema reinterpretando la creación de tal manera
que no implique que el primer principio de una cosa exista en el momento de
su creación. Pero algo importante sobre el concepto de creación parecería
estar perdido. Por lo tanto, es preferible considerar la “creación continua”
como una manera de hablar y distinguir la creación de la conservación.
Como observó John Duns Scoto,
Hablando correctamente... solo es cierto decir que una criatura es creada en el primer momento
(de su existencia) y solo después de ese momento se conserva, ya que solo entonces tiene este
orden para sí mismo como algo que fue, por así decirlo, allí antes. Debido a estas diferentes
relaciones conceptuales implícitas en las palabras “crear” y “conservar”, se deduce que no se
aplica a una cosa cuando la otra lo hace.[220]
2―PROVIDENCIA
La cosmovisión bíblica implica una concepción muy fuerte de la soberanía
divina sobre el mundo y los asuntos humanos, incluso si presupone la libertad
y la responsabilidad humanas. Aunque son demasiado numerosos para
enumerarlos aquí, los pasajes bíblicos que afirman la soberanía de Dios han
sido agrupados por D. A. Carson bajo cuatro encabezados principales: (1)
Dios es el Creador, el Gobernante y el Poseedor de todas las cosas; (2) Dios
es la causa personal máxima de todo lo que sucede; (3) Dios elige a su
pueblo; y (4) Dios es la fuente no reconocida de buena suerte o éxito.[224]
Nadie que tome estos pasajes en serio puede abrazar puntos de vista
revisionistas o “abiertos” actualmente de moda, que niegan la completa
soberanía de Dios sobre los eventos contingentes de la historia. Por otro lado,
la convicción de que los seres humanos son agentes morales libres también
impregna la forma de pensar hebrea, como se desprende de los pasajes
enumerados por Carson bajo nueve títulos: (1) Las personas se enfrentan a
una multitud de exhortaciones y órdenes divinas; (2) se dice que las personas
obedecen, creen y eligen a Dios; (3) la gente peca y se rebela contra Dios; (4)
los pecados de las personas son juzgados por Dios; (5) las personas son
probadas por Dios, (6) las personas reciben recompensas divinas; (7) los
elegidos son responsables de responder a la iniciativa de Dios; (8) las
oraciones no son meros modelos escritos por Dios; y (9) Dios literalmente
ruega a los pecadores que se arrepientan y sean salvos.[225] Estos pasajes
descartan una comprensión determinista tradicional de la providencia divina,
que excluye la libertad humana (para una discusión de esto ver el capítulo
15).
Reconciliar estas dos corrientes de enseñanzas bíblicas sin
comprometerlas ha demostrado ser extraordinariamente difícil. Sin embargo,
una solución sorprendente a este enigma surge de la doctrina de Molina del
conocimiento medio divino. Molina, como se recordará del capítulo
veintiocho, propone proporcionar un análisis del conocimiento divino en
términos de tres momentos lógicos. Aunque todo lo que Dios sabe, lo sabe
eternamente, por lo que no hay sucesión temporal en el conocimiento de
Dios, no obstante, existe una suerte de sucesión lógica en el conocimiento de
Dios en el sentido de que su conocimiento de ciertas verdades es condicional
o explicativamente anterior a su conocimiento de otras ciertas verdades. En el
primer momento incondicionado, Dios conoce todas las posibilidades, no
solo todas las criaturas que podría crear, sino también todas las órdenes de
criaturas que son posibles. Molina llama a dicho conocimiento “conocimiento
natural”, porque el contenido de dicho conocimiento es esencial para Dios y
de ninguna manera depende de las decisiones libres de su voluntad. Por
medio de su conocimiento natural, entonces, Dios tiene conocimiento de cada
estado contingente de cosas que podría obtenerse y de lo que cualquier
criatura libre podría elegir libremente hacer en cualquier estado de cosas que
debería ser real.
En el segundo momento, Dios posee el conocimiento de todas las
proposiciones contrafactuales verdaderas, incluidas las contrafactuales de la
libertad de las criaturas. Mientras que por su conocimiento natural Dios sabía
lo que cualquier criatura libre podría hacer en cualquier conjunto de
circunstancias, ahora, en este segundo momento, Dios sabe lo que cualquier
criatura libre haría en cualquier circunstancia. Esto no se debe a que las
circunstancias determinan causalmente la elección de la criatura, sino
simplemente porque así es como la criatura elegiría libremente. Dios sabe por
lo tanto que si él actualizara ciertos estados de cosas, entonces obtendrían
otros ciertos estados contingentes de cosas. Este llamado conocimiento medio
es como el conocimiento natural en el sentido de que tal conocimiento no
depende de ninguna decisión de la voluntad divina; Dios no determina qué
contrafactuales de la libertad de las creaturas son verdaderos o falsos. Por lo
tanto, si es verdad que “si algún agente S fuera puesto en las circunstancias C,
entonces él realizaría libremente la acción a”, entonces incluso Dios en su
omnipotencia no puede lograr que S se abstenga libremente de a si fuera
colocado en C. Por otro lado, el conocimiento medio es diferente al
conocimiento natural en el sentido de que el contenido de su conocimiento
intermedio no es esencial para Dios. Los contrafactuales verdaderos son
contingentemente verdaderos; S podría decidir libremente abstenerse de a en
C, de modo que diferentes contrafactuales podrían ser verdaderos y ser
conocidos por Dios que aquellos que sí lo son. Por lo tanto, aunque es
esencial para Dios que tenga un conocimiento medio, no es esencial para él
tener un conocimiento medio de esas proposiciones particulares que de hecho
sabe.
Interviniendo entre el segundo y el tercer momento de conocimiento
divino se encuentra el decreto libre de Dios para actualizar un mundo
conocido por él que es realizable sobre la base de su conocimiento medio.
Por su conocimiento natural, Dios sabe cuál es toda la gama de mundos
lógicamente posibles; por su conocimiento medio él sabe, en efecto, cuál es
el subconjunto apropiado de esos mundos que le es posible realizar. Por una
decisión libre, Dios decreta actualizar uno de esos mundos conocidos por él a
través de su conocimiento medio. Al hacerlo, también decreta cómo él mismo
actuaría en cualquier conjunto de circunstancias, para que los
contrafactuales de la libertad divina se hagan realidad casualmente con el
decreto divino.
Dada la decisión libre de Dios de actualizar un mundo, en el tercer y
último momento Dios posee el conocimiento de todas las proposiciones
restantes que son de hecho verdaderas en el mundo real, incluidas las futuras
proposiciones contingentes. El contenido de tal “conocimiento libre”
claramente no es esencial para Dios, ya que podría haber decretado actualizar
un mundo diferente. Si lo hubiera hecho, el contenido de su conocimiento
libre sería diferente.
El esquema de Molina es una doctrina de notable productividad teológica
que resuelve de un solo golpe la mayoría de las dificultades tradicionales
relativas a la divina providencia y la libertad humana. Molina define la
providencia como la ordenación de Dios de las cosas para sus fines, ya sea
directa o mediadamente a través de agentes secundarios. Pero él distingue
entre las intenciones absolutas de Dios y sus intenciones condicionales con
respecto a las criaturas. Es, por ejemplo, la intención absoluta de Dios que
ninguna criatura peque jamás y que todos lleguen al cielo. Pero no está dentro
del poder de Dios determinar qué decisiones tomarían libremente las criaturas
bajo diversas circunstancias. En ciertas circunstancias, las criaturas pecarán
libremente, a pesar de que es la voluntad de Dios que no pequen. Si entonces
Dios por alguna razón quiere provocar esas circunstancias, no tiene más
remedio que permitir que la criatura peque, aunque esa no es su intención
absoluta. Las intenciones absolutas de Dios a menudo son frustradas por
criaturas pecaminosas, aunque su intención condicional, que toma en cuenta
las acciones libres de las criaturas, siempre se cumple. Ahora, obviamente, en
este mundo, es el plan providencial de Dios permitir que ocurra el pecado.
Pero incluso el pecado sirve a las intenciones condicionales de Dios en el
sentido que manifiesta su bondad desbordante en la encarnación de Cristo
con el propósito de rescatar a la humanidad del pecado, su poder en su pueblo
redentor del pecado y su justicia para castigar el pecado.
Mientras que la providencia de Dios, entonces, se extiende a todo lo que
sucede, no se sigue que Dios quiera positivamente todo lo que sucede. Dios
quiere positivamente cada buena decisión de las criaturas, pero las malas
decisiones no las quiere, sino que simplemente las permite. Molina explica,
Todas las cosas buenas, ya sean producidas por causas que actúan por una necesidad de la
naturaleza o por causas libres, dependen de la predeterminación divina... y la providencia de tal
manera que cada uno está específicamente destinado por Dios a través de su predeterminación y
providencia, mientras que los actos malvados de la voluntad creada están sujetos también a la
predeterminación divina y la providencia en la medida en que las causas de las cuales emanan y
la concurrencia general por parte de Dios requerida para obtenerlos se les otorga la
predeterminación divina y la providencia, aunque no para que estos actos particulares emanen
de ellos, sino para que otros actos, muy diferentes, puedan llegar a ser, y para que la libertad
innata de las cosas dotadas de una voluntad se pueda preservar para su máximo beneficio;
además, los actos malvados están sujetos a la misma predeterminación y providencia divina en la
medida en que no pueden existir en particular a menos que Dios, por su providencia, los permita,
en particular, al servicio de un bien mayor. De lo anterior se desprende claramente que todas las
cosas, sin excepción, están individualmente sujetas a la voluntad y providencia de Dios, que
tienen la intención de que algunas de ellas sean particulares y permitan el resto como
particulares. (Molina, On Divine Foreknowledge 4.53.3.17)
Todo lo que sucede, por lo tanto, ocurre ya sea por la voluntad de Dios o por
el permiso de Dios y, por lo tanto, cae bajo su providencia.
Esto sirve para poner de relieve la doctrina de la concurrencia simultánea
de Molina, que junto con el conocimiento medio proporciona los
fundamentos de su doctrina de la providencia. Dado que Dios es la primera
causa, los teólogos medievales tradicionalmente sostuvieron que Dios no solo
conserva el universo en el ser, sino que él concuerda con la operación de cada
causa secundaria en el universo, de modo que él es, literalmente, la causa de
todo lo que sucede. Santo Tomás interpretó que la noción de concurrencia
divina significa que Dios no solo suministra y conserva el poder de operación
en cada causa secundaria, sino que actúa sobre las causas secundarias para
producir sus operaciones reales, una visión que llegó a conocerse como la
doctrina del premovimiento. Con respecto a los actos contingentes de la
voluntad, esta doctrina dice que las decisiones libres de las criaturas son
producidas por Dios, causando que la voluntad de una persona vaya a sí
misma de esta o de otra manera.
Molina, sin embargo, rechaza esta interpretación de la concurrencia
divina en términos de premovimiento como en la realidad completamente
determinista e incompatible con la existencia del pecado. En cambio, propone
considerar la concurrencia divina como concurrencia simultánea; es decir,
Dios actúa, no sobre, sino con la causa secundaria para producir su efecto.
Por lo tanto, cuando una persona desea producir algún efecto, Dios está de
acuerdo con la decisión de esa persona al actuar también para producir ese
efecto; pero él no actúa en la voluntad de la persona para moverlo a su
decisión. En las decisiones pecaminosas, Dios accede actuando para producir
el efecto, pero no se le debe responsabilizar por la pecaminosidad del acto, ya
que no movió la voluntad de la criatura para hacerlo. Más bien, por su
determinación de permitir la libertad humana, simplemente permitió que se
tomara la decisión. De este modo, ya sea que esté dispuesto o que permita
todo lo que sucede, Dios actúa para producir cada evento en el mundo real.
Al reconciliar la soberanía divina y la libertad humana, Molina apela
tanto al conocimiento medio como a la concurrencia simultánea. Por su
conocimiento medio, Dios conoce una infinidad de órdenes que podría crear,
porque sabe cómo las criaturas en ellos responderían dadas las diversas
circunstancias. Luego decide por el acto libre de su voluntad cómo
respondería en estas diversas circunstancias y al mismo tiempo desea realizar
una de estas órdenes. Él provoca directamente ciertas circunstancias y
provoca otras indirectamente a través de causas secundarias determinadas
causalmente. Sin embargo, él permite a las criaturas libres actuar como sabía
que lo harían cuando se los coloca en tales circunstancias, y él está de
acuerdo con sus decisiones al producir los efectos que desean. Algunos de
estos efectos Dios los deseaba incondicionalmente y por lo tanto quiere
positivamente que ocurran. A otros no los desea incondicionalmente, pero los
permite debido a su deseo primordial de permitir la libertad de las criaturas,
sabiendo que incluso estos actos pecaminosos encajarán en el esquema
general de las cosas, para que se cumplan los fines últimos de Dios en la
historia humana. Dios ha dispuesto providencialmente para todo lo que
sucede ya sea que lo quiera o lo permita, y causa todo lo que sucede, pero de
manera tal que preserva la libertad y la contingencia.
El molinismo efectúa así una dramática reconciliación entre la soberanía
divina y la libertad humana. ¿Qué explicación de la providencia divina se
puede dar en ausencia del conocimiento medio? Los defensores de los puntos
de vista revisionistas, como la visión de apertura de Dios que niega el
conocimiento medio divino y el conocimiento previo, admiten libremente que
sin un conocimiento medio, una doctrina fuerte de la providencia divina se
vuelve imposible. Pero tal punto de vista en consecuencia tiene una dificultad
real para dar sentido al énfasis de las Escrituras resumido anteriormente. La
perspectiva calvinista/agustiniana interpreta la providencia divina en términos
de predeterminación. Dios sabe lo que sucederá, porque él hace que suceda.
Es difícil ver cómo esta interpretación puede evitar hacer que Dios sea el
autor del pecado, ya que es él quien movió a Judas, por ejemplo, a traicionar
a Cristo. Pero, ¿cómo puede un Dios santo mover las voluntades de las
personas para cometer un mal moral y, además, cómo puede él
responsabilizar moralmente a estas personas por actos sobre los cuales no
tenían control? El defensor de la presciencia simple en ausencia de un
conocimiento medio tiene dificultades para dar sentido a la planificación
providencial de Dios en un mundo de criaturas libres. Porque desde este
punto de vista, lógicamente antes del decreto divino, Dios solo tiene
conocimiento natural de todas las posibilidades, pero no tiene conocimiento
de lo que sucedería bajo ninguna circunstancia. Por lo tanto, lógicamente
posterior al decreto divino, Dios debe asombrarse de encontrarse en un
mundo, de todos los mundos posibles que podría haber creado, en el que la
humanidad cae en el pecado y Dios mismo entra en la historia humana como
una ofrenda de sacrificio sustituto a rescatarlos. Por supuesto, uno está
hablando antropomórficamente aquí; pero el punto es que sin un
conocimiento medio, Dios no puede saber antes del decreto creativo cómo
sería el mundo. Por lo tanto, ninguno de los competidores del molinismo
parece estar equipado para ofrecer una doctrina tan robusta de la providencia
divina y la libertad humana como el molinismo.
¿Qué objeciones podrían surgir en contra de una postura molinista?
Examinando la literatura, uno descubre que los detractores del molinismo
tienden a no criticar la doctrina molinista de la providencia sino a atacar el
concepto de conocimiento medio sobre el cual se basa. Estas objeciones, sin
embargo, han sido contestadas repetidamente por defensores del
conocimiento medio. ¿Qué objeción, entonces, podría plantearse, no a un
conocimiento medio per se, sino a una perspectiva molinista de la
providencia?
Tal vez la objeción más convincente a lo que los revisionistas a veces
llaman “providencia meticulosa” es que el relato molinista hace que el
problema del mal sea aún más difícil de resolver. Pues debemos decir que
Dios planeó incluso los males más horrendos que ocurren en el mundo. Por
ejemplo, planeó hasta el último detalle que la paliza brutal y la violación de
un niño pequeño tuviera lugar. El problema del sufrimiento inocente puede
parecer menos difícil si adoptamos la visión revisionista de que Dios ignora
los contingentes futuros y por lo tanto no planeó que tales horrores ocurran.
Una pequeña reflexión revela, sin embargo, que la objeción no puede
mantenerse. En el punto de vista revisionista, Dios, por así decirlo, se sienta
retorciéndose las manos mientras permite que ocurran horrendos males sin
intervenir para detenerlos. Cualquier razón por la cual el revisionista podría
apelar para Dios permitiendo que tales males continúen también está
disponible para el molinista. De hecho, el molinista está mejor posicionado
para defender la afirmación de que Dios tiene razones moralmente suficientes
para permitir que ocurran horrendos males. Porque dado su conocimiento
medio, Dios conoce todas las innumerables consecuencias a lo largo del resto
de la historia humana de cualquier mal dado. El Dios del revisionista solo
puede tomar en cuenta las consecuencias inmediatas y predecibles. Esas
podrían ser insuficientes para justificar su inacción al permitir que el mal
continúe. Pero como vimos en nuestra discusión del problema del mal, dado
el conocimiento medio divino, no estamos en una buena posición para
afirmar que Dios no tiene razones moralmente suficientes para permitir que
ocurra un mal determinado. Las razones de Dios para permitir el mal pueden
implicar consecuencias que yacen siglos en el futuro y están
inextricablemente entrelazadas con otros eventos en otras partes del mundo.
Por la misma razón, nuestra voluntad u obligación de prevenir o detener
ciertos males que observamos no se traduce automáticamente en la obligación
de Dios de prevenirlos. Por lo tanto, si bien podemos cuestionar con razón la
bondad del Dios revisionista por su falta de intervención, no estamos en
posición de juzgar a un Dios verdaderamente omnisciente. Por lo tanto, el
molinismo parece proporcionar el relato más esclarecedor y bíblicamente fiel
de la providencia divina disponible en la actualidad.
3―MILAGROS
No es necesario demostrar que la narración bíblica de la acción divina en el
mundo es una narración repleta de eventos milagrosos. Dios es concebido
como un ser que puede producir eventos que las cosas naturales, dejadas a
sus propios recursos, no producirían. Por lo tanto, los milagros pueden
funcionar como signos de actividad divina. “¡Aquí hay algo asombroso!”,
exclama el ciego de nacimiento, cuando se enfrenta al escepticismo de los
fariseos con respecto a la restauración de la vista de Jesús: “Nunca desde el
principio del mundo se escuchó que alguien abrió los ojos de una persona que
nació ciega. Si este hombre no fuera de Dios, no podría hacer nada” (Jn. 9:30,
32-33).
Para diferenciar entre la manera acostumbrada en que Dios actúa y su
acción especial y milagrosa, los teólogos tradicionalmente han distinguido
dentro de la providencia divina entre providentia ordinaria (providencia
ordinaria) de Dios y su providentia extraordinaria (providencia
extraordinaria), identificándose esta última con los milagros. Pero nuestra
exposición de la providencia divina basada en el conocimiento medio de Dios
sugiere una categoría de providencia especial no milagrosa, la cual será útil
distinguir. Aquí tenemos presentes eventos que son producto de causas
naturales pero cuyo contexto es tal que sugieren una intención divina especial
con respecto a su ocurrencia. Por ejemplo, justo cuando los israelitas se
acercan al río Jordán, un desprendimiento de rocas aguas arriba bloquea
temporalmente el flujo del agua, lo que les permite cruzar a la Tierra
Prometida (Jos. 3:14-17); o bien, como Pablo y Silas están presos en la cárcel
por predicar el evangelio, ocurre un terremoto que abre las puertas de la
prisión y desata sus cadenas (Hch. 16:25-26). Por medio de su conocimiento
medio, Dios puede ordenar providencialmente el mundo para que las causas
naturales de tales eventos estén, por así decirlo, listas y esperando producir
tales eventos en el momento propicio, tal vez en respuesta a oraciones que
Dios sabía que se ofrecerían. Por supuesto, si no se ofrecieran tales oraciones
o si el curso contingente de los acontecimientos fuera diferentes, entonces
Dios habría sabido esto y no habría dispuesto las causas naturales, incluidas
las voluntades humanas libres, para producir el evento providencial especial.
Los eventos forjados por una providencia especial ya no están más fuera del
curso y de la capacidad de la naturaleza que los eventos producidos por la
providencia ordinaria de Dios, pero el contexto de tales eventos —como su
tiempo, su naturaleza coincidente y demás— apunta a una intención divina
especial. Tales eventos parecen merecer más apropiadamente que los
milagros la denominación providentia extraordinaria.
Entonces, si distinguimos los milagros tanto de la providentia ordinaria
de Dios como de la extraordinaria, ¿cómo deberíamos caracterizar los
milagros? Desde los inicios de la modernidad, los milagros se han entendido
ampliamente como violaciones de las leyes de la naturaleza. En su artículo
“Milagros” del Diccionario Filosófico, por ejemplo, Voltaire afirma que
según el uso aceptado, “un milagro es la violación de las leyes matemáticas,
divinas, inmutables y eternas” y, por lo tanto, es una contradicción. De hecho,
Voltaire tiene toda la razón de que esa definición es una contradicción, pero
esto debería haberlo llevado a la conclusión, no que los milagros pueden
definirse de la existencia, sino que la definición habitual es defectuosa. De
hecho, un examen de las principales escuelas de pensamiento que compiten
con respecto a la noción de una ley natural revela que en cada teoría el
concepto de violación de una ley natural es incoherente y que los milagros
no necesitan definirse así. En términos generales, hay tres puntos de vista
principales de la ley natural actual: la teoría de la regularidad, la teoría de la
necesidad nómica y la teoría de las disposiciones causales.
De acuerdo con la teoría de la regularidad, las “leyes” de la naturaleza
no son realmente leyes en absoluto, sino simplemente descripciones
generalizadas de la forma en que suceden las cosas en el mundo. Describen
las regularidades que observamos en la naturaleza. Ahora bien, dado que en
tal teoría una ley natural es simplemente una descripción generalizada de lo
que ocurra en la naturaleza, se deduce que ningún evento que ocurra puede
violar tal ley. En cambio, simplemente se convierte en parte de la
descripción. La ley no puede ser violada, porque describe en cierta forma
generalizada todo lo que sucede en la naturaleza.
De acuerdo con la teoría de la necesidad nómica, las leyes naturales no
son meramente descriptivas, sino que nos dicen qué puede y qué no puede
suceder en el mundo natural. Nos permiten hacer ciertos juicios
contrafactuales, como “Si la densidad del universo fuera lo suficientemente
alta, se habría recontraído hace mucho tiempo”, que una teoría puramente
descriptivista no permitiría. De nuevo, sin embargo, dado que las leyes
naturales se consideran generalizaciones inductivas universales, una
violación de una ley natural no es más posible en esta teoría que en la teoría
de la regularidad. Siempre que las leyes naturales sean generalizaciones
universales basadas en la experiencia, deben tener en cuenta todo lo que
sucede y, por lo tanto, deberían revisarse en caso de que ocurra un evento que
la ley no abarque.
Por supuesto, en la práctica, los defensores de tales teorías no tratan las
leyes naturales tan rígidamente. Por el contrario, se supone que las leyes
naturales tienen implícitas en ellas ciertas suposiciones acerca de que todas
las cosas son iguales, de modo que una ley establece lo que es el caso bajo el
supuesto de que no interfieren otros factores naturales. Cuando se produce
una anomalía científica, generalmente se supone que algunos factores
naturales desconocidos están interfiriendo, por lo que la ley no se viola ni se
revisa. Pero supongamos que la ley no describe ni predice con precisión lo
que sucede, porque algunos factores sobrenaturales están interfiriendo.
Claramente, la suposición implícita de tales leyes es que no interfieren
factores sobrenaturales ni factores naturales. Si la ley resulta inexacta en un
caso particular porque Dios está actuando, la ley no se viola ni se revisa. Si
Dios provoca algún evento que una ley de la naturaleza no puede predecir o
describir, tal evento no puede caracterizarse como una violación de una ley
de la naturaleza, ya que la ley solo es válida en el supuesto de que no existan
factores sobrenaturales además de los factores naturales que entran en juego.
En tales teorías, entonces, los milagros deben definirse como eventos
naturalmente imposibles, es decir, eventos que no pueden ser producidos
por las causas naturales que operan en un tiempo y lugar determinados. Si un
evento es un milagro, lo es, por lo tanto, relativo a un tiempo y lugar. Dadas
las causas naturales que operan en un momento y lugar determinados, por
ejemplo, la lluvia puede ser inevitable o necesaria, pero en otra ocasión, la
lluvia puede ser naturalmente imposible. Por supuesto, algunos eventos, por
ejemplo, la resurrección de Jesús, pueden ser absolutamente milagrosos,
porque están en todo momento y lugar más allá de la capacidad productiva de
las causas naturales.
Según la teoría de las disposiciones causales, las cosas en el mundo
tienen diferentes naturalezas o esencias, que incluyen sus disposiciones
causales para afectar otras cosas de ciertas maneras, y las leyes naturales son
verdades metafísicamente necesarias sobre las disposiciones causales que
poseen los diversos tipos naturales de cosas. Por ejemplo, “La sal tiene una
disposición para disolverse en agua” establecería una ley natural. Si, debido a
la acción de Dios, algo de sal no se disuelve en el agua, la ley natural no se
viola, porque aún es cierto que la sal tiene tal disposición. Como resultado de
las disposiciones causales de las cosas, existen ciertas propensiones naturales
deterministas en la naturaleza, y cuando tal propensión no se ve obstaculizada
(por Dios o por algún otro agente libre), entonces podemos hablar de una
necesidad natural. En esta teoría, un evento que es naturalmente necesario
debe ocurrir, y de hecho ocurre, ya que la propensión natural se emitirá
automáticamente en caso de que no se vea obstaculizada. Por la misma razón,
un evento naturalmente imposible no puede y no ocurre realmente. Por lo
tanto, un milagro no se puede caracterizar en esta teoría como un evento
naturalmente imposible. Más bien, un milagro es un evento que resulta de la
interferencia causal con una propensión natural que es tan fuerte que solo un
agente sobrenatural podría impedirla. El concepto de milagro es
esencialmente el mismo bajo las dos teorías anteriores, pero uno simplemente
no puede llamar a un milagro “naturalmente imposible” ya que esos términos
se definen en esta teoría; quizás podríamos adoptar en cambio la
nomenclatura “físicamente imposible” para caracterizar los milagros bajo tal
teoría.
En ninguna de estas teorías, entonces, deben los milagros ser entendidos
como violaciones de las leyes de la naturaleza. Más bien, son eventos
naturales (o físicamente) imposibles, eventos que en ciertos momentos y
lugares no pueden ser producidos por las causas naturales relevantes.
Ahora la pregunta es, ¿qué podría concebiblemente transformar un evento
que es naturalmente imposible en un evento histórico real? Claramente, la
respuesta es el Dios personal del teísmo. Porque si existe un Dios
trascendente y personal, entonces podría causar eventos en el universo que no
podrían ser producidos por causas dentro del universo. Dado un Dios que
creó el universo, que conserva el mundo en el ser y que es capaz de actuar
libremente, los milagros son evidentemente posibles. De hecho, si es incluso
(epistémicamente) posible que exista un Dios personal tan trascendente,
entonces es igualmente posible que haya actuado milagrosamente en el
universo. Sólo en la medida en que uno tenga buenas razones para creer que
el ateísmo es verdadero, se podría justificar racionalmente al negar la
posibilidad de milagros. En esta luz, los argumentos para la imposibilidad de
los milagros basados en definirlos como violaciones de las leyes de la
naturaleza son vacíos y necios.
La pregunta más interesante se refiere a la identificación de milagros: si
es posible identificar cualquier evento como un milagro. Por un lado, podría
argumentarse que una demostración convincente de que un evento
supuestamente milagroso ha tenido lugar solo tendría éxito al obligarnos a
revisar la ley natural para acomodar el evento en cuestión. Pero como ha
argumentado Richard Swinburne, una ley natural no se elimina por una
excepción; la anomalía debe ocurrir repetidamente siempre que las
condiciones estén presentes.[226] Si se produce un evento anómalo y tenemos
motivos para creer que este evento no volvería a ocurrir en circunstancias
similares, entonces la ley en cuestión no será abandonada. Uno puede
considerar un evento anómalo como repetible si otra formulación de la ley
natural representa mejor el evento en cuestión y si no es más complejo que la
ley original. Si existe alguna duda, el científico puede realizar experimentos
para determinar qué formulación de la ley resulta más exitosa en la
predicción de fenómenos futuros. De manera similar, uno tendría buenas
razones para considerar un evento como una anomalía irrepetible si la ley
reformulada fuera mucho más complicada que la original sin producir
mejores predicciones nuevas o si la ley predijera nuevos fenómenos sin éxito
donde la formulación original los predijo con éxito. Si la formulación original
sigue siendo exitosa en la predicción de todos los fenómenos nuevos a
medida que se acumulan los datos, mientras que ninguna reformulación
mejora al predecir los fenómenos y explicar el evento en cuestión, entonces el
evento debe considerarse como una anomalía no repetible. Por lo tanto, la
ocurrencia admitida de un evento milagroso no serviría para alterar la ley
natural.
Por otro lado, se podría instar a que, si se demostrara que ha ocurrido un
evento supuestamente milagroso, debemos concluir que el evento ocurrió de
acuerdo con causas y leyes naturales desconocidas. La pregunta es, ¿qué
sirve para distinguir un milagro genuino de una mera anomalía científica?
Aquí el contexto religioso-histórico del evento se vuelve crucial. Un
milagro sin contexto es intrínsecamente ambiguo. Pero si ocurre un supuesto
milagro en un contexto religioso-histórico significativo, entonces aumentan
las posibilidades de que sea un verdadero milagro. Por ejemplo, si los
milagros ocurren en un momento trascendental (por ejemplo, la lepra de un
hombre desapareciendo cuando Jesús dice las palabras “¡Sé limpio!”) y no se
repiten regularmente en la historia, y si los milagros son numerosos y
diversos, entonces las posibilidades de ser el resultado de algunas causas
naturales desconocidas se reducen. En el caso de Jesús, además, sus milagros
y resurrección ocurrieron ostensiblemente en el contexto de y como clímax
de su propia vida y enseñanzas incomparables y produjeron un efecto tan
profundo en sus seguidores que lo adoraron como Señor.
El milagro central del Nuevo Testamento, la resurrección de Jesús, si
ocurrió, fue sin duda un milagro. En primer lugar, la resurrección excede
tanto lo que conocemos de la capacidad productiva de las causas naturales
que solo puede ser razonablemente atribuida a una causa sobrenatural.
Cuanto más aprendemos sobre la necrosis celular, más evidente es que tal
evento es naturalmente imposible. Si fuera el efecto de causas naturales
desconocidas, entonces su singularidad en la historia humana sería
inexplicable. Segundo, la explicación sobrenatural se da de inmediato en el
contexto religioso histórico en el que ocurrió el evento. La resurrección de
Jesús no fue simplemente un evento anómalo, que ocurrió sin contexto; llegó
como el punto culminante de la propia vida y las enseñanzas de Jesús y sirve
como la reivindicación divina de los reclamos supuestamente blasfemos de
Jesús por los que fue crucificado. Por lo tanto, tenemos una buena razón para
considerar que la resurrección de Jesús, si ocurrió, es verdaderamente
milagrosa. Por lo tanto, si bien es difícil saber en algunos casos si se ha
producido un milagro genuino, eso no implica pesimismo con respecto a
todos los casos.
Pero tal vez la imposibilidad natural de un verdadero milagro impida que
identifiquemos un evento como un milagro. Como argumentó Hume
notoriamente, quizás sea siempre más racional creer que un error o engaño
está en juego que creer sobre la base del testimonio de que ha ocurrido un
milagro genuino.[227] Esta conclusión se basa en el principio de Hume de que
siempre es más probable que el testimonio de un milagro sea falso que el
milagro haya en sí ocurrido. Pero el reclamo de Hume es doblemente
erróneo. Primero, no toma en cuenta todas las probabilidades involucradas.
Estimulado por el argumento original de Hume contra los milagros, surgió
una discusión entre los teóricos de la probabilidad sobre qué evidencia se
requiere para establecer la ocurrencia de eventos altamente improbables.[228]
Pronto se dio cuenta de que si uno simplemente ponderaba la probabilidad
del evento contra la confiabilidad del testigo, entonces deberíamos ser
inducidos a negar la ocurrencia de eventos que, aunque altamente
improbables, razonablemente sabemos que ocurrieron. Por ejemplo, si en las
noticias de la mañana se informa que el número en la lotería de la noche
anterior fue 7492871, este es un informe de un evento extraordinariamente
improbable, uno de varios millones, e incluso si se sabe que la precisión de
las noticias matutinas es del 99,99 por ciento, la improbabilidad del evento
reportado hundirá la probabilidad de la fiabilidad del testigo, por lo que
nunca deberíamos creer en dichos informes. Para creer en el informe, el
principio de Hume requeriría que tengamos suficiente evidencia a favor de la
confiabilidad de las noticias de la mañana para contrarrestar la
improbabilidad de la elección ganadora, lo cual es absurdo.
Los teóricos de la probabilidad vieron que también se debe tener en
cuenta la probabilidad de que si el hecho denunciado no se ha producido, el
testimonio del testigo sigue siendo el mismo. Por lo tanto, para volver a
nuestro ejemplo, la probabilidad de que las noticias de la mañana anuncien el
número 7492871 si otro número hubiese sido elegido sería increíblemente
pequeño, dado que los presentadores de noticias no tenían preferencia por el
número anunciado, que contrarresta la alta improbabilidad del evento
reportado. Lo que Hume tendría que decir en el caso de la resurrección, por
ejemplo, es que si Jesús no resucitó de los muertos, entonces es muy probable
que tengamos exactamente el testimonio que tenemos de los hechos de su
tumba vacía, apariciones postmortem y la creencia de los discípulos en su
resurrección. Pero claramente, si Jesús no hubiera resucitado, entonces la
evidencia testimonial, en lugar de ser lo que es, podría ser para cualquiera de
una amplia gama de escenarios imaginables. Otro factor descuidado por
Hume es el notable aumento en la probabilidad que resulta de testimonios
múltiples e independientes de algún evento. Charles Babbage, en su noveno
tratado Bridgewater, señala que si dos testigos son cada uno 99 por ciento
confiables, entonces las probabilidades de que ambos testifiquen de manera
independiente falsamente ante algún evento son solo 1 de cada 10,000; las
probabilidades de que tres de esos testigos estén equivocados es 1 de cada
1,000,000; y las probabilidades de que seis de esos testigos estén equivocados
es 1 de cada 1,000,000,000,000, que, señala, es cinco veces mayor que la
improbabilidad que Hume asigna a la resurrección de Jesús. De hecho, el
poder acumulativo de los testigos independientes es tal que individualmente
podrían ser poco confiables más del 50 por ciento del tiempo y, sin embargo,
sus testimonios se combinan para hacer que un evento de aparentemente
enorme improbabilidad sea bastante probable. Con respecto a la resurrección
de Jesús, es difícil saber cuán independientes son algunos de los testigos —
aunque en los casos de personas como Pedro, Santiago y Saúl, la
independencia está bien establecida— pero tenemos una acumulación similar
de probabilidad del hecho que la evidencia de la tumba vacía, las apariencias
postmortem y la creencia de los discípulos en la resurrección de Jesús son en
sí mismas tres líneas independientes de evidencia que apuntan al hecho de la
resurrección.
Para demostrar que un milagro M probablemente se ha producido sobre la
base de evidencia específica E y nuestra información de fondo B, tendremos
que mostrar que Pr (M|B & E)> Pr (¬M|B & E). Sin embargo, incluso esto
necesita algo de precisión. Si permitimos que M = la resurrección de Jesús,
entonces ni siquiera necesitamos mostrar que la probabilidad de la
resurrección en la evidencia y la información de trasfondo es mayor que la
probabilidad de no resurrección en la misma evidencia e información. Más
bien, lo que debemos mostrar es que la probabilidad de la resurrección es
mayor que cualquiera de sus alternativas. Porque la probabilidad colectiva de
que todas estas alternativas sean tomadas en conjunto no tiene sentido, ya que
la disyunción formada por todas estas alternativas no es en sí misma una
alternativa. Por lo tanto, la hipótesis de la resurrección será preferible si es
más probable que cualquiera de sus alternativas.
El segundo problema con el argumento de Hume es que asume
incorrectamente que los milagros son intrínsecamente altamente improbables.
Con respecto a la resurrección de Jesús, por ejemplo, no hay razón para
pensar que la hipótesis “Dios resucitó a Jesús de los muertos” es altamente
improbable en relación con nuestra información de fondo. Lo que es
improbable en relación con nuestra información de fondo es la hipótesis de
que “Jesús resucitó naturalmente de la muerte”. Teniendo en cuenta lo que
sabemos sobre la necrosis celular, esa hipótesis es fantástica, incluso
inimaginable e improbable. Teorías de conspiración, teorías de la muerte
aparente, teorías de alucinación, teorías de hermanos gemelos: casi cualquier
hipótesis, aunque poco probable, parece más probable que la hipótesis de que
todas las células en el cadáver de Jesús volvieron espontáneamente a la vida.
Pero tales hipótesis naturalistas no son más probables que la hipótesis de que
Dios resucitó a Jesús de entre los muertos. La evidencia de las leyes de la
naturaleza relevantes en este caso hace que sea probable que una resurrección
de entre los muertos sea naturalmente imposible, lo que hace improbable la
hipótesis de que Jesús resucitó naturalmente de la tumba. Pero tal evidencia
es simplemente irrelevante para la probabilidad de la hipótesis de que Dios
resucitó a Jesús de entre los muertos. No hay razón a priori para esperar que
sea mucho más probable que el testimonio de la resurrección sea falso que el
hecho de que la hipótesis de la resurrección es verdadera.
Aunque sería justo decir que la falacia del razonamiento de Hume ha sido
reconocida por la mayoría de los filósofos que escriben sobre el tema hoy en
día, todavía existe una suposición generalizada de que si la investigación
histórica es factible, entonces uno debe adoptar una especie de naturalismo
metodológico como principio historiográfico fundamental (véase el capítulo
19). Según esta perspectiva, los historiadores deben adoptar como principio
metodológico una especie de “naturalismo histórico” que excluye lo
sobrenatural.
Este punto de vista es simplemente una reformulación del principio de
analogía de Ernst Troeltsch.[229] Según Troeltsch, uno de los principios
historiográficos más básicos es que el pasado no difiere esencialmente del
presente. Aunque los eventos del pasado no son, por supuesto, los mismos
que los del presente, deben ser del mismo tipo para que la investigación
histórica sea posible. Troeltsch se dio cuenta de que este principio era
incompatible con los eventos milagrosos y que cualquier historia escrita
sobre este principio sería escéptica con respecto a la historicidad de los
eventos de los Evangelios.
Wolfhart Pannenberg, sin embargo, ha argumentado persuasivamente que
el principio de analogía de Troeltsch no puede emplearse legítimamente para
desterrar del ámbito de la historia todos los sucesos no análogos.[230] Definida
correctamente, la analogía significa que en una situación que no está clara,
los hechos deben entenderse en términos de experiencia conocida; pero
Troeltsch elevó el principio para restringir todos los eventos pasados a
eventos puramente naturales. Pero que un evento irrumpa todas las analogías
no puede usarse para disputar su historicidad. Cuando, por ejemplo, los
mitos, leyendas, ilusiones y cosas por el estilo son descartadas como no
históricas, no es porque no sean análogas, sino porque son análogas a las
formas presentes de conciencia que no tienen un referente objetivo. Cuando
se dice que ha ocurrido un evento para el cual no existe una analogía, su
realidad no puede ser descartada automáticamente; para hacer esto debemos
requerir una analogía con alguna forma conocida de conciencia que carezca
de un referente objetivo que sea suficiente para explicar la situación.
Pannenberg ha volcado así el principio de analogía de Troeltsch de tal manera
que no es la falta de una analogía lo que muestra que un evento no es
histórico, sino la presencia de una analogía positiva con las formas de
pensamiento conocidas que muestran un evento supuestamente milagroso
como no histórico. Así, él ha afirmado que si las tradiciones pascuales
demostraban ser construcciones esencialmente secundarias, análogas a los
modelos religiosos comparados comunes, las apariciones de Pascua se
corresponderían completamente con el modelo de alucinaciones, y la
tradición de la tumba vacía se evaluaría como una leyenda tardía, luego la
resurrección estaría sujeta a evaluación como no histórica. De esta manera, la
falta de una analogía con la experiencia presente no dice nada a favor o en
contra de la historicidad de un evento. La formulación de Troeltsch del
principio de analogía intenta exprimir el pasado en el molde del presente sin
proporcionar ninguna garantía para hacerlo. Por lo tanto, destruye el
razonamiento histórico genuino, ya que el historiador debe estar abierto a la
singularidad de los eventos del pasado, y no puede excluir a priori la
posibilidad de eventos, como la resurrección, simplemente porque no se
ajustan a su experiencia presente. Pero la formulación de Pannenberg del
principio conserva la naturaleza análoga del pasado al presente o a lo
conocido, lo que hace posible la investigación de la historia, sin sacrificar la
integridad del pasado, ni distorsionarlo.
Dado, entonces, que el Dios de la creación y la providencia descrito en el
teísmo clásico, los milagros son posibles y, cuando se producen bajo ciertas
condiciones, son plausiblemente identificables.
1―INTRODUCCIÓN
Uno de los desarrollos más notables en la filosofía de la religión
contemporánea ha sido el ingreso de filósofos cristianos a áreas normalmente
consideradas como terreno de los teólogos sistemáticos. En particular,
muchos filósofos cristianos han participado en la tarea de formular y defender
declaraciones coherentes de la doctrina cristiana. En los próximos tres
capítulos examinaremos brevemente algunas de las doctrinas cristianas más
importantes que han atraído la atención filosófica.
Es notable que a pesar de que su fundador y los primeros protagonistas
fueron judíos monoteístas, el cristianismo, aunque celoso de preservar el
monoteísmo judío, llegó a enunciar un concepto no unitario de Dios. Desde el
punto de vista cristiano, Dios no es una sola persona, como se concibe
tradicionalmente, sino que es tripersonal. Hay tres personas, denominadas el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que merecen ser llamados Dios, y, sin
embargo, hay un solo Dios, no tres. Esta sorprendente reconsideración del
monoteísmo judío sin duda surgió de la reflexión sobre la autocomprensión
radical del propio Jesús de Nazaret y sobre la experiencia carismática de la
iglesia primitiva. Aunque muchos críticos del Nuevo Testamento han
cuestionado el uso histórico de títulos cristológicos explícitos por parte de
Jesús, se puede hacer un caso histórico muy fuerte para la autocomprensión
de Jesús como el Hijo del hombre (una figura escatológica divina y humana
en Daniel 7) y el único Hijo de Dios (Mt. 11:27; Mc. 13:32; Lc. 20:9-19).
Además, ha surgido algo de consenso entre los críticos del Nuevo
Testamento que en sus enseñanzas y acciones ―tales como su afirmación de
la autoridad personal, su revisión de la ley mosaica dada divinamente, su
proclamación de la irrupción del reino o reino de Dios en la historia en su
persona, haciendo milagros y exorcismos como signos del advenimiento de
ese reino, sus pretensiones mesiánicas de restaurar a Israel, y su pretensión de
perdonar pecados― Jesús enunció una cristología implícita, poniéndose en
el lugar de Dios. El teólogo alemán Horst Georg Pöhlmann afirma:
Este reclamo inaudito de autoridad, como viene a la expresión en la antítesis del Sermón del
Monte, por ejemplo, es cristología implícita, ya que presupone una unidad de Jesús con Dios que
es más profunda que la de todos los hombres, es decir, una unidad de esencia. Este... reclamo a la
autoridad es explicable solo desde el lado de su deidad. Solo Dios mismo puede reclamar esta
autoridad. Con respecto a Jesús, solo hay dos modos posibles de comportamiento; ya sea creer
que en él Dios nos encuentra, o clavarlo a la cruz como un blasfemo. Tertium non datur.[231]
2―TRASFONDO HISTÓRICO
El Hijo de Dios es la Palabra del Padre en Forma Ideal y Poder Energizante; porque a su
semejanza y a través de él, todas las cosas llegaron a existir, lo que presupone que el Padre y el
Hijo son uno. Ahora, ya que el Hijo está en el Padre y el Padre en el Hijo por una poderosa
unidad de Espíritu, el Hijo de Dios es la mente y la razón del Padre.... Él es el primer engendrado
del Padre. El término no se usa porque él viniera a la existencia (porque Dios, que es mente
eterna, tenía en sí mismo su palabra o razón desde el principio, ya que era eternamente racional),
sino porque salió para servir como Forma Ideal y Poder Energizante a todo material.... El...
Espíritu Santo... consideramos como un efluente de Dios que fluye de él y regresa como un rayo
de sol. (Suplica a favor de los cristianos 10)
2.2 Modalismo
La doctrina del Logos de los apologetas griegos fue retomada en la
teología occidental por Ireneo, quien identifica la Palabra de Dios con el Hijo,
y su Sabiduría con el Espíritu Santo (Contra las Herejías 4.20.3; ver 2.30.9).
Durante el siguiente siglo surgió una concepción bastante diferente de los
personajes divinos en contraste con la doctrina de Logos. Noeto, Práxeas y
Sabelio propugnaban una visión unitaria de Dios, llamada diversamente
modalismo, monarquianismo o sabelianismo, según la cual el Hijo y el
Espíritu no son individuos distintos del Padre. O fue el Padre quien se
encarnó, sufrió y murió, siendo el Hijo, a lo sumo, el aspecto humano de
Cristo, o el único Dios asumió secuencialmente tres roles como Padre, Hijo y
Espíritu Santo en relación con sus criaturas. En su refutación del modalismo,
Contra Práxeas, Tertuliano, el padre de la iglesia del norte de África, aportó
una mayor precisión a muchas de las ideas y gran parte de la terminología
adoptada más tarde en las formulaciones de credo de la doctrina de la
Trinidad. Deseoso por preservar la monarquía divina (un término empleado
por los apologetas griegos para designar el monoteísmo), Tertuliano insistió
en que no nos atrevamos a ignorar la economía divina (un término tomado de
Ireneo), por la cual Tertuliano parece significar la forma en que Dios existe.
El error de los monarquianos o modalistas es su “pensamiento de que uno no
puede creer en un solo Dios de otra manera que no sea diciendo que el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo son la misma persona”. Pero mientras “todos son
de uno, por unidad (es decir) de sustancia”, Tertuliano insiste en que
el misterio de la economía… distribuye la unidad en una Trinidad, colocando en su orden a las
tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: tres, sin embargo, no en condición, sino en
grado; no en sustancia, sino en forma; no en poder, sino en aspecto; sin embargo, de una
sustancia, y de una condición, y de un poder, ya que Él es un solo Dios, de quien estos grados y
formas y aspectos son contados, bajo el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
(Contra Práxeas2)
2.3 Arrianismo
En 319, un presbítero alejandrino llamado Arrio comenzó a propagar su
doctrina de que el Hijo no era de la misma sustancia que el Padre, sino que
fue creado por el Padre antes del comienzo del mundo. Esto marcó el
comienzo de la gran controversia trinitaria, que duró hasta finales de ese siglo
y nos dio los Credos de Nicea y Constantinopla. Aunque los teólogos
alejandrinos, como Orígenes, en contraste con Tertuliano, habían
argumentado que el engendramiento del Logos del Padre no tuvo un
comienzo sino que fue desde la eternidad, la razón por la cual la mayoría de
los teólogos consideraron inaceptable la doctrina de Arrio no era, como Arrio
creía, tanto porque él afirmara que, “El Hijo tiene un principio, pero Dios no
tiene principio” (Carta a Eusebio de Nicomedia 4-5). Más bien, lo objetable
era que Arrio incluso negaba que el Logos preexistiera inmanentemente en
Dios antes de ser engendrado o que fuera en algún sentido de la sustancia del
Padre, de modo que su comienzo no era, de hecho, un engendramiento sino
una creación ex nihilo y que, por lo tanto, el Hijo es una criatura. Como
Atanasio, obispo de Alejandría, más tarde habría de protestar, a juicio de
Arrio, Dios sin el Hijo carecería de su Palabra y su Sabiduría, lo que es
blasfemo (Discursos contra los arrianos 1.6.17), y el Hijo es “una criatura y
una obra, no propia de la esencia del Padre” (1.3.9). En 325, un concilio en
Antioquía condenó a cualquiera que dijera que el Hijo es una criatura, o que
fue originado o hecho, o no verdaderamente un descendiente, o que hubo una
vez en la que él no existía; más tarde ese año, el Concilio Ecuménico de
Nicea emitió su credo de creencias trinitarias.
El credo reza,
Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las
invisibles;
Y en un solo Señor, Jesucristo Hijo Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia
del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios Verdadero; engendrado, no hecho;
consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que
hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió y se encarnó, se
hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los
vivos y a los muertos.
Y [creemos] en el Espíritu Santo.
Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue,
y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hypóstasis o de otra sustancia [ousia],
o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatemiza la Iglesia Católica.[233]
1―INTRODUCCIÓN
El Nuevo Testamento afirma tanto la humanidad como la deidad de
Jesucristo. Como ser humano nació Jesús (Lc. 2:7, 11), experimentó
limitaciones físicas y mentales (Lc. 2:52; ver Mt. 4: 2; Mc. 4:38; 13:32; Jn.
4:6), fue tentado (Mt. 4:1-11), creció en perfección moral a través del
sufrimiento (Heb. 5:7-10), y fue torturado y ejecutado (Mc. 15:15). Sin
embargo, los autores del Nuevo Testamento afirman que Jesús era Dios (Jn.
1:1-3, 14, 18, 20: 26-29, Rom. 9:5, Tito 2:13, Heb. 1:8, 2 Ped. 1:1) y lo
describieron como la plenitud de la deidad en forma corporal (Col. 1:15-20;
2:9; Fil. 2:5-8). La iglesia del Nuevo Testamento lo llamó kyrios (Señor), la
misma palabra usada en la traducción griega del Antiguo Testamento en lugar
de Yahveh, y aplicó a Jesús los pasajes del Antiguo Testamento
concernientes a Yahveh (1 Cor. 16:22; Rom. 10: 8, 13).
Pero si algo parece ser una contradicción, ¡seguramente es esto! ¿Cómo
puede Jesús ser Dios y hombre, infinito y finito, Creador y criatura? ¿Cómo
podemos unir en una sola persona la omnisciencia y la ignorancia, la
omnipotencia y la debilidad, la perfección moral y la perfectibilidad moral?
Los atributos de la deidad parecen expulsar a los atributos de la humanidad,
por lo que parece lógicamente inconsistente afirmar con la Iglesia cristiana
histórica que Jesús es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre (vere
Deus/vere homo).
Los problemas que tienen las personas con ideas como expiación y
representación (o sustitución) en nuestra era secularizada
descansan menos en la falta de contundencia en los términos
tradicionales que en el hecho de que aquellos que son competentes
para interpretarlos no explican su contenido con suficiente
contundencia o claridad.
WOLFHART PANNENBERG, TEOLOGÍA SISTEMÁTICA
1―INTRODUCCIÓN
La palabra expiación es única entre los términos teológicos en ser una
derivación, no del griego o el latín, sino del inglés medio, es decir, la frase
“at onement”[243], que designa un estado de armonía. Su significado principal
es la reconciliación, específicamente entre Dios y el hombre. La
reconciliación es el tema principal del Nuevo Testamento, y otros motivos
importantes como el reino de Dios, la salvación, la justificación y la
redención están subordinados a él. La expiación, por lo tanto, yace en el
corazón de la fe cristiana.
El mensaje del Nuevo Testamento es que Dios, por su gran amor, ha
provisto los medios de expiación por medio de Cristo. Por su muerte en la
cruz, Cristo ha hecho posible la reconciliación de los pecadores alienados y
condenados a Dios (Jn. 3:16). Así, “la cruz” llegó a ser una metáfora que
personifica el mensaje del evangelio, de modo que Pablo podría llamar al
evangelio “la palabra de la cruz” (1 Cor. 1:18).
Pero, ¿cómo la muerte de Cristo en la cruz venció el distanciamiento y la
condenación de los pecadores ante un Dios santo, para reconciliarnos con él?
Embarcados como estaban en debates sobre la persona de Cristo (a saber,
sobre la Trinidad y la encarnación), los padres de la iglesia dedicaron poco
tiempo a la reflexión sobre lo que los teólogos posteriores llamarían la obra
de Cristo (por ejemplo, su logro expiatorio). Como resultado, ningún concilio
ecuménico se pronunció sobre el tema de la expiación, dejando a la iglesia
sin una guía conciliar. Una gran variedad de teorías de la expiación se han
ofrecido a lo largo de los siglos para dar sentido al hecho de que Cristo por su
muerte ha proporcionado los medios de reconciliación con Dios: teorías de
rescate, teorías de satisfacción, teorías de influencia moral, teorías de
sustitución penal, y así sucesivamente.[244] Si el espacio lo permitiera, nos
gustaría haber estudiado las principales alternativas aquí. Las teorías en
competencia deben ser evaluadas de acuerdo con la enseñanza bíblica y su
coherencia filosófica.
Desafortunadamente, el trabajo de los filósofos cristianos
contemporáneos sobre la doctrina de la expiación ha sido ampliamente
desinformado por la exégesis bíblica. Las teorías de la expiación se formulan
sobre la base de la forma en que normalmente se logra la reconciliación en las
relaciones humanas. Esta metodología no solo es una distorsión arriesgada
debido a las enormes disanalogías entre las relaciones meramente humanas y
las relaciones divino-humanas, sino que más fundamentalmente corre el
riesgo de desarrollar una teoría de la expiación que, por agradable que sea,
simplemente no es una teoría cristiana del expiación, porque no concuerda
con los datos bíblicos. De nuevo, las limitaciones de espacio no permiten una
revisión de los datos bíblicos aquí,[245] pero cualquier teoría que aspire a ser
una teoría cristiana de expiación debe capturar adecuadamente motivos
bíblicos como sacrificio, el siervo sufriente del Señor, justificación,
representación, redención y así sucesivamente. Si bien no defendiendo una
teoría específica de la expiación, sí creemos que cualquier teoría adecuada
debe incorporar los siguientes elementos: sustitución penal, satisfacción,
redención e influencia moral. Estudiaremos cada uno de estos elementos uno
a uno.
2―SUSTITUCIÓN PENAL
Primero, un elemento esencial, y de hecho central, de cualquier teoría de
expiación bíblicamente adecuada es la sustitución penal. La sustitución
penal, en un contexto teológico, es la doctrina de que Dios inflingió a Cristo
el sufrimiento que merecíamos como castigo por nuestros pecados, como
resultado de lo cual ya no merecemos castigo. Observa que esta explicación
deja abierta la pregunta si Cristo fue castigado por nuestros pecados. Algunos
defensores de la sustitución penal retroceden ante la idea de que Dios castigó
a su amado Hijo por nuestros pecados. Más bien, Dios afligió a Cristo con el
sufrimiento que, si nos hubiera sido infligido, habría sido nuestro justo
desierto y, por lo tanto, castigo. En otras palabras, Cristo no fue castigado,
pero soportó el sufrimiento que habría sido nuestro castigo si nos hubiera
sido infligido. No queremos excluir por definición tales relatos como teorías
sustitutivas penales, ya que Cristo en tales visiones sufre como nuestro
sustituto y soporta lo que habría sido nuestro castigo, liberándonos así del
castigo. Por supuesto, nuestra explicación también permite que el teórico de
la sustitución penal afirme que Cristo fue, de hecho, castigado en nuestro
lugar y así soportó el castigo por nuestros pecados.
Ninguna teoría de expiación que omita la sustitución penal puede esperar
dar cuenta de manera adecuada de los datos bíblicos, particularmente Isaías
53 y su empleo en el Nuevo Testamento. Más que eso, la sustitución penal, si
es verdadera, no podría ser una faceta meramente subsidiaria de una teoría de
expiación adecuada, ya que es fundamental para muchos otros aspectos de la
expiación, como la redención del pecado, la satisfacción de la justicia divina
y la influencia moral del ejemplo de Cristo. Entonces, una teoría de
expiación multifacética debe incluir la sustitución penal en su centro.
La doctrina de la sustitución penal, desde la época de Fausto Socino
(1539-1604), se ha enfrentado a formidables, y algunos dirían insuperables,
desafíos filosóficos. Al discutir estos desafíos, nuestro objetivo no es articular
una única solución para ellos, sino explorar algunas de las diversas opciones
abiertas al pensador cristiano. Una discusión de tales desafíos nos lleva a
animados debates sobre preguntas en una subdisciplina de filosofía que aún
no se ha abordado en este libro, a saber, la filosofía del derecho,
particularmente las preguntas sobre la teoría del castigo.
Desafortunadamente, la mayoría de los teólogos están poco familiarizados
con estos debates. La doctrina de la sustitución penal es rechazada casi
invariablemente por sus críticos en un solo párrafo, incluso en una sola
oración, en el sentido de que sería injusto de parte de Dios castigar a una
persona inocente por los pecados de los demás, fin de la discusión.
Necesitamos ir más profundo.
La teoría del castigo debe ofrecer tanto una definición de castigo como
una justificación del castigo, aspectos de la teoría del castigo que los
filósofos del derecho han desbaratado en las últimas décadas. Una definición
de castigo nos permitirá determinar si algún acto cuenta como castigo,
mientras que una justificación del castigo nos ayudará a determinar si un acto
punitivo es permitido o incluso requerido, dependiendo de la teoría que se
sostenga. Ambos aspectos de la teoría del castigo son relevantes para la
doctrina de la sustitución penal. De hecho, la sustitución penal no es discutida
con poca frecuencia en un contexto completamente no teológico.
Corresponderá al filósofo cristiano hacer la aplicación teológica.
Una palabra de advertencia, sin embargo, está en orden en este punto. El
castigo discutido por teóricos legales y filósofos de la ley es casi
invariablemente un castigo legal en el contexto del derecho penal. Incluso
cuando se discuten las penas ordenadas por el derecho civil en lugar del
derecho penal, el marco sigue siendo legal. Se está discutiendo el castigo
administrado por el estado como parte de un sistema de justicia. Como
algunos filósofos han señalado, tal teoría del castigo es demasiado estrecha
como para servir como teoría general del castigo, ya que el castigo también
tiene lugar fuera del sistema de justicia, por ejemplo, en la familia, el aula o
el lugar de trabajo.[246] La mayoría de los teóricos lo reconocen de hecho, pero
están interesados, después de todo, en la filosofía de la ley y, por lo tanto,
optan por ignorar el castigo fuera de un contexto legal. No podemos hacerlo,
ya que nuestro interés es abiertamente teológico. Aunque análoga a la justicia
divina, los sistemas humanos de justicia también tendrán características que
son significativamente disanálogas a la justicia divina. Para dar un ejemplo
obvio, el estado puede verse obligado a no administrar castigos como
resultado de la falta de espacio en la prisión debido a la sobrepoblación y la
falta de recursos. Dios, evidentemente, no está tan obstaculizado. Los
teóricos legales y los filósofos del derecho han dedicado una gran cantidad de
pensamiento a la teoría del castigo, por lo que podemos esperar aprender
mucho de ellos, pero debemos ser conscientes de que sus teorías del castigo
no son directamente transferibles a todas las formas de castigo, por no hablar
de castigo divino.
2.1 Definición de Castigo
¿Qué es, entonces, el castigo? El castigo implica, primero, un trato
severo, como es obvio en casos típicos de castigo. El tratamiento severo no es
suficiente para el castigo, sin embargo. Como reconoció Socino, Dios puede
justificadamente infligir sufrimiento a una persona sin que sea un castigo.
Entonces, ¿qué transforma el trato severo en castigo? Aquí es donde
comienza el debate.
Para que un acto cuente como castigo, debe tener cuatro elementos.
En primer lugar, debe imponer algún tipo de costo o privación, o al menos retirar un beneficio
que de otro modo sería disfrutado por la persona que está siendo castigada.
En segundo lugar, el castigador debe hacerlo intencionalmente, no como un accidente, y no
como un efecto secundario de perseguir otro fin.
En tercer lugar, la dificultad o la pérdida deben imponerse en respuesta a lo que se cree que es un
acto u omisión ilícitos.
En cuarto lugar, la dificultad o la pérdida deben imponerse, al menos en parte, como una forma
de enviar un mensaje de condena o censura por lo que se cree que es un acto u omisión ilícitos.
[247]
Esta es una versión de lo que se llama una teoría expresivista del castigo,
popularizada por Joel Feinberg,[248]según la cual el trato severo impuesto debe
expresar “condena o censura”" para contar como castigo. Muchos pensadores
expresivistas querrían modificar la caracterización anterior para exigir que el
duro severo sea impuesto por una autoridad reconocida, a fin de distinguir el
castigo de la venganza personal o el vigilantismo.
Algunos críticos de la sustitución penal han afirmado que, dada una teoría
expresivista del castigo, es conceptualmente imposible que Dios castigue a
Cristo por nuestros pecados.[249] Porque Dios no podía condenar ni censurar a
Cristo, ya que no cometió ningún error. El punto no es que sería inmoral que
Dios castigue a Cristo por los errores de los demás, sino que cualquier
tratamiento tan severo infligido a él por Dios por esos errores no contaría
como castigo, porque no expresaría censura.
4―REDENCIÓN
Tercero, la redención a través de la sangre de Cristo será una parte vital de
cualquier teoría bíblica de expiación. Durante aproximadamente novecientos
años, desde Ireneo y Orígenes hasta la época de Anselmo, la opinión
dominante entre los teólogos cristianos era la llamada teoría del rescate de la
expiación, según la cual el sacrificio de la vida de Cristo servía como rescate
para liberar a la humanidad de la esclavitud de Satanás y de la corrupción y la
muerte que son las consecuencias del pecado. Los teóricos del rescate
contemporáneo reconocen que el precio del rescate de nuestra redención no
se debe considerar como pagado a Satanás para asegurar nuestra liberación de
la esclavitud. Más bien, el precio del rescate se le paga a Dios para que libere
la deuda de castigo que le debemos a la justicia divina. Así como hablamos
de un delincuente que “pagó su deuda con la sociedad” al sufrir el castigo por
su crimen, también podemos hablar de que Cristo pagó la deuda que le
debíamos a Dios. Hablar de rescate es una metáfora de la sustitución penal.
Las teorías de rescate no son, por lo tanto, teorías independientes, sino que
son una faceta de una teoría de la expiación que tiene una sustitución penal
en el centro.
La redención debe ser aumentada por otros motivos, como la creación
nueva (2 Cor. 5:17). La expiación del pecado es una transacción forense, que
sería impotente para transformar nuestras vidas sin el trabajo del Espíritu
Santo en la regeneración y la santificación. Legalmente liberados de la
condena e imputados con la justicia de Cristo, aún necesitamos ser
transformados por la obra continua del Espíritu infundiendo justicia en
nosotros.
5―INFLUENCIA MORAL
En cuarto lugar, la muerte de Cristo es la fuente de una influencia moral en la
humanidad, que ayuda a atraer a las personas a la fe en Cristo y a perseverar
en la fe a través de las pruebas e incluso del martirio. De acuerdo con las
teorías de la influencia moral, la muerte de Cristo logró nuestra reconciliación
con Dios, no mediante la satisfacción de la justicia divina, sino moviendo
nuestros corazones a la contrición y al amor al contemplar el abrazo
voluntario de Cristo por el horrible sufrimiento y la muerte. Nada realmente
sucedió entre Dios y el hombre en la crucifixión de Jesús. Ningún pecado fue
castigado, ninguna deuda pagada. Todo el poder de la cruz para hacer
expiación radica en su fuerza ejemplar para producir un impacto subjetivo en
nosotros.
Tomado aisladamente, la teoría de la influencia moral es inútil como una
teoría de la expiación. No solo es bíblicamente inadecuada, sino que es
impotente para explicar, por ejemplo, cómo se realiza la redención para todos
aquellos creyentes que vivieron antes del tiempo de Cristo, en quienes su
muerte no tuvo influencia alguna. Además, una vez que se ha eliminado la
sustitución penal, la teoría de la influencia moral se vuelve extraña. En su
obra clásica The Atonement, el filósofo y teólogo R. W. Dale reflexionó: “Si
mi hermano entraba en una casa en llamas para salvar a mi hijo de las llamas
y él mismo pereciera en su aventura heroica, su destino sería una prueba
maravillosa de su afecto por mí; pero si no hubiera un niño en la casa, y si me
dijeran que él entró y pereció sin más objeto que mostrar su amor por mí, la
explicación sería absolutamente ininteligible”.[275] La sustitución penal yace
en el corazón de la influencia moral de la muerte de Cristo.
La influencia moral de la muerte autosacrificial de Cristo en la
humanidad es verdaderamente inestimable. Repetidamente representada
figurativamente en la literatura y gráficamente en el arte, la muerte de Cristo,
incluso más que sus enseñanzas y su carácter, hizo de Jesús de Nazaret una
persona cautivadora para cientos de millones, sino miles de millones de
personas, y ha inspirado a innumerables personas a soportar con coraje y fe
terribles dolores e incluso la muerte. Como se mencionó anteriormente, no es
en absoluto inverosímil que solo en un mundo que incluye una muerte tan
expiatoria, el número óptimo de personas vendría libremente a amar y
conocer a Dios y así encontrar la vida eterna. La sabiduría de Dios, no solo su
amor y santidad, se manifiesta así en la muerte expiatoria de Cristo.
1―INTRODUCCIÓN
Los apóstoles de Jesucristo creyeron y predicaron que no había salvación
aparte de Cristo. De hecho, la convicción de que la salvación está disponible
solo a través de Cristo impregna el Nuevo Testamento. Pablo, por ejemplo,
invita a sus conversos gentiles a recordar sus días anteriores a ser cristianos:
“Recuerden que estaban en ese momento sin Cristo, siendo extranjeros de la
comunidad de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin
Dios en el mundo” (Ef. 2:12). Es el tema central de los primeros capítulos del
libro de Romanos para mostrar que esta condición asolada es la situación
general de la humanidad. Pablo explica que el poder y la deidad de Dios se
dan a conocer a través del orden creado a nuestro alrededor, para que la gente
no tenga excusa (Rom. 1:20), y que Dios ha escrito su ley moral en todos los
corazones, para que sean moralmente responsables ante él (Rom. 2:15).
Aunque Dios ofrece vida eterna a todos los que responderán de manera
apropiada a la revelación general de Dios en la naturaleza y la conciencia
(Rom. 2:7), el triste hecho es que en lugar de adorar y servir a su Creador, las
personas ignoran a Dios y desobedecen su ley moral (Rom. 1:21-32). La
conclusión de Pablo es que todas las personas están bajo el poder del pecado
(Rom. 3:9-12). Peor aún, Pablo continúa explicando que nadie puede
redimirse a sí mismo por medio de una vida recta (Rom. 3:19-20). Sin
embargo, afortunadamente Dios ha provisto un medio de escape: Cristo ha
muerto por los pecados de la humanidad, satisfaciendo así las demandas de la
justicia de Dios y facilitando la reconciliación con Dios (Rom. 3:21-26). Por
medio de su muerte expiatoria, la salvación está disponible como un regalo
para ser recibido por la fe.
La lógica del Nuevo Testamento es clara: la universalidad del pecado y la
singularidad de la muerte expiatoria de Cristo implican que no hay salvación
aparte de Cristo. Esta doctrina particularista fue tan escandalosa en el mundo
politeísta del Imperio Romano como en la cultura occidental contemporánea.
Con el tiempo, sin embargo, el escándalo retrocedió, a medida que el
cristianismo creció suplantando a las religiones de Grecia y Roma y se
convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. De hecho, para los
pensadores medievales como Agustín y Aquino, una de las marcas de la
verdadera iglesia era su catolicidad, es decir, su universalidad. Para ellos,
parecía increíble que el gran edificio de la iglesia cristiana, que ocupaba toda
la civilización, se fundara en una falsedad.
La desaparición del particularismo cristiano se produjo con la llamada
expansión europea, los tres siglos de exploración y descubrimiento desde
aproximadamente 1450 hasta 1750. A través de los viajes de hombres como
Marco Polo, Cristóbal Colón y Fernando de Magallanes, nuevas
civilizaciones y nuevos mundos enteros se descubrieron, los cuales no sabían
nada de la fe cristiana. La comprensión de que gran parte del mundo estaba
fuera de los límites del cristianismo tuvo un doble impacto en el pensamiento
religioso de las personas. En primer lugar, tendía a relativizar las creencias
religiosas. Se vio que, lejos de ser la religión universal de la humanidad, el
cristianismo se limitó en gran parte a Europa occidental, solo un rincón del
mundo. Al parecer, ninguna religión podía reivindicar la validez universal;
cada sociedad parecía tener su propia religión adecuada a sus necesidades
peculiares. En segundo lugar, hizo que el reclamo del cristianismo de ser el
único camino de salvación pareciera estrecho y cruel. Los racionalistas de la
Ilustración como Voltaire se burlaron de los cristianos de su época con la
perspectiva de millones de chinos condenados al infierno por no haber creído
en Cristo, cuando ni siquiera habían oído hablar de Cristo. En nuestros días,
la afluencia a las naciones occidentales de inmigrantes de las antiguas
colonias y los avances en las telecomunicaciones que han servido para
reducir el mundo a una aldea global han aumentado nuestra conciencia de la
diversidad religiosa de la humanidad. Se estima que entre el 15 y el 25 por
ciento de la población mundial todavía no ha escuchado el evangelio de
Cristo.
Las consecuencias misiológicas y teológicas del desafío que plantea la
diversidad religiosa han sido importantes. Las iglesias históricas han perdido
en gran medida el sentido de llamar a la evangelización mundial. Ya no es
tarea de las misiones llevar el mensaje vivificante del evangelio a un mundo
perdido y agonizante; más bien, la tarea misionera se reinterpreta como una
mejora social de las naciones en desarrollo. La tarea en cuestión es brindar
asistencia a estos países en agricultura, medicina y desarrollo económico
―una especie de Cuerpos Cristianos de Paz. La caída teológica ha sido igual
de grave: ha marginado a la persona de Cristo. Esto se personifica en la
peregrinación del teólogo filosófico John Hick. Hick comenzó su carrera
como un teólogo relativamente conservador. Su primer libro fue titulado
Christianity at the Centre [Cristianismo en el centro]. Pero a medida que
Hick se familiarizaba con los partidarios de otras religiones del mundo, le
parecía inconcebible que todas estas personas estuvieran destinadas al
infierno. Sus propias religiones deben ser igualmente eficaces caminos de
salvación. Pero entonces Cristo ya no puede estar en el centro; de alguna
manera, debe ser marginado. Por lo tanto, Hick llegó a editar el libro The
Myth of God Incarnate[El mito de Dios Encarnado], en el que rechaza la
encarnación y la divinidad de Cristo como un mito. Por lo tanto, las
consecuencias misiológicas y teológicas del desafío planteado por la
diversidad religiosa han sido serias.