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Firmes para dar la batalla

José Ricardo conoció al Señor Jesucristo, en un culto de domingo en la noche. Todas las
sillas estaban llenas. Muchos de los asistentes se mostraban conmovidos. En algunos rostros
corrían lágrimas. Era un momento emotivo y especial.
El joven salió del templo transformado. Sentía como si estuviera caminando en las nubes.
Era algo único e irrepetible. También había lagrimeado. En su ser había experimentado la
presencia del Señor.
El problema comenzó al día siguiente. Estaba representado en enfrentar el cúmulo de
personas con las que se inter-relacionaba y que no eran creyentes en Jesús. En esos
instantes sintió desfallecer.
Poco tiempo después, mientras se encontraba en el aula de clases de la universidad, un
compañero le preguntó:
--¿De manera que andas en la religión?—
--No sé de que hablas—le respondió--. Simplemente he ido a un culto--.
--Seguramente te volviste religioso—le salió al paso su compañero.
--Te repito: he ido a un culto. Es todo—interrumpió.
Sus emociones estaban confusas. ¡Había negado su condición de recién convertido a
Cristo! ¡Cuánto deseó haber permanecido firme! Corroboró, para su tristeza, que había
sucumbido "al qué dirán".
Como José Ricardo, decenas de personas en todo el mundo enfrentan la necesidad de
guardar firmeza frente a todas las circunstancias.
El tema es abordado en reiteradas ocasiones en las Escrituras. Le invito para que, Biblia en
mano, hagamos un recorrido panorámico con el fin de aprender qué nos enseña la Palabra.
La firmeza, un imperativo
Permanecer firmes en Cristo no es una opción, sino un imperativo; un mandato que
estamos llamados a asumir.
El apóstol Pablo lo dijo en los siguientes términos: "Estad, pues, firmes en la libertad
con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud"
(Gálatas 5:1).
El texto deja claro que el Hijo de Dios rompió las cadenas que nos mantenían atados al
pecado. Ahora somos libres. El llamamiento que Él nos hace es a permanecer firmes en esa
libertad.
Cada vez que sintamos de qué manera la pecaminosidad quiere tomar fuerza, debemos ir
a Jesús con el fin de que nos conceda la fortaleza que necesitamos. ¡Podremos vencer!
La necesidad de permanecer alerta
Quienes han sucumbido espiritualmente son aquellos que se consideraban estables en su
condición de creyentes. ¡Tremendo error!
El asunto fue abordado en el primer siglo de nuestra era cuando el apóstol escribió: "Así
que el que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Corintios 10:12).
La solución estriba en caminar siempre tomados de la mano del Señor Jesús. No podemos
confiarnos. La carne es débil. Por esa razón es esencial que no nos desprendamos de nuestro
Salvador. Es la única manera de obtener la victoria.
Firmes, en las fuerzas de Dios
Permanecer firmes sí es posible. Pero lograrlo es posible cuando dejamos de confiar en
nuestras fuerzas y comenzamos a depender de Él.
Al respecto el autor sagrado escribió: "¿Tú quien eres, que juzgas al criado ajeno? Para
su propio Señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para
hacerlo estar firme" (Romanos 14:4).
Dios tiene cuidado de nosotros. Sabe por las pruebas que atravesamos. Desea ayudarnos.
Sin embargo no es en nuestras fuerzas sino en las de Dios, como lo anotan las Escrituras.
Firmeza unida a la perseverancia
El Señor espera que evidenciemos firmeza frente a dos peligros latentes: el primero, el
pecado, y el segundo, la inclinación a volver atrás.
La Biblia tiene una advertencia especial que debemos asumir: "Así que, hermanos míos
amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo
que vuestro trabajo en el Señor no es en vano" (1 Corintios 15:18).
La lucha no es por un día. Siempre estará a la puerta y debemos hacerle frente. De ahí la
necesidad de estar dando siempre la pelea espiritual.
Para asegurar la victoria, es menester estar protegidos, como recomienda el apóstol
Pablo: "Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir el día malo
y, habiendo acabado todo, estar firmes" (Efesios 6:13).
Estamos llamados a vencer. Basta que permanezcamos firmes. Y lo lograremos, si en toda
circunstancia de la vida—favorable o desfavorable--, permanecemos unidos al Señor
Jesucristo.

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