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19 de octubre de 2021

Antivacunas: lo que he aprendido al debatir con ellos

Reflexiones sobre los argumentos que usan quienes se resisten a vacunarse contra el
coronavirus. 

Fotografía: CDC en Unsplash. Usada bajo licencia Creative Commons.


Hernán Restrepo
@hrestrepo

Covidiota fue el adjetivo acuñado por el Diccionario histórico de la lengua española


para definir a aquellas personas que “se niegan a cumplir las normas sanitarias
dictadas para evitar el contagio de la covid”.

Durante las últimas semanas me he visto abocado a debatir con amigos y familiares
que se resisten a vacunarse. Al hacerlo, la tentación de tratarlos como covidiotas ha
estado siempre presente. Sin embargo, he buscado escucharlos y tratarlos con
respeto para entender bien cuáles son sus argumentos. 

Lo primero que he aprendido es que, por más pruebas científicas que les des sobre
la efectividad de las vacunas disponibles contra el coronavirus, ellos no van a
cambiar de opinión. Lo experimenté luego de que un amigo, pese a perder a su
padre no vacunado por culpa del covid-19, decidió persistir en su negativa a
vacunarse. Y esta es la hora que no les ha puesto ninguna vacuna a sus hijos por
miedo a que se vuelvan autistas. Un bulo que circula desde finales de los 90 y que
ha hecho un daño difícil de reparar. 

La segunda lección que me he llevado es la necesidad de ser respetuosos con sus


puntos de vista, para poder así tener conversaciones medianamente civilizadas con
ellos. El Detector, un proyecto de fact-checking de Univision, publicó un muy buen
artículo con recomendaciones para entablar este tipo de debates. “Son tonterías” o
“vacúnate ya” son algunas de las expresiones que recomiendan no utilizar. ¿La
razón? Solo los pondrá a la defensiva. En su lugar, se recomienda entender el
motivo de su desconfianza, y ayudarlos a encontrar un motivo para vacunarse
ahora. 

Tres tipos de personas en contra de las vacunas

Así las cosas, me he encontrado con que los antivacunas (o "no vacunados", como
prefieren que los llamen) no son un grupo homogéneo. Los hay de distintos tipos,
pero se podrían clasificar en tres categorías: los que exponen motivos religiosos, los
sobreinformados y los libertarios. 

Los religiosos son los más comunes de encontrar. Han contribuido mucho a la
estigmatización de grupos cristianos. No todos los cristianos o católicos son
antivacunas. Pero es cierto que entre ellos se han afianzado creencias que los hacen
resistirse a inmunizarse. Entre ellas, que para desarrollar los actuales biológicos para
combatir la covid-19 fue necesario experimentar con fetos humanos abortados.
Esto ya fue desmentido por distintos fact-checkers. Otro argumento religioso
equipara la vacuna con la marca de la bestia anunciada en el libro bíblico de
Apocalipsis. El rapero Kanye West promovió esta afirmación durante su breve
campaña hacia la presidencia de Estados Unidos. Esta creencia suele venir
acompañada por el mito del chip que contiene la vacuna, lo cual también ha sido
reiteradamente desmentido por fact-checkers. 

Yo soy cristiano, vacunado ya con las dos dosis de AstraZeneca. Y a mis amigos
cristianos que se muestran reacios a recibir el pinchazo, les suelo recomendar este
video del Dr. Antonio Cruz Suárez, teólogo y biólogo español, donde ofrece
argumentos teológicos y científicos sólidos sobre la seguridad de la vacuna. No sé
qué Biblia leen, pero en la mía se lee muy claramente "El prudente ve el peligro y lo
evita; el inexperto sigue adelante y sufre las consecuencias" (Proverbios 22:3, NVI).

Los sobreinformados

Otro recurso de utilidad que he encontrado es un artículo publicado por la BBC,


donde ofrecen distintas alternativas sobre qué responder a quienes dudan si
vacunarse contra la covid-19. Me ha parecido especialmente útil para rebatir al
segundo grupo de mi clasificación: los sobreinformados. 

Se trata de personas, por lo general con un nivel educativo alto, incluso con
estudios universitarios de especialización o maestría, muy preocupados por la salud
de sus familiares, que han leído tanto y visto tantos videos de YouTube sobre la
pandemia, que han terminado creyendo en información brindada por fuentes de
dudosa credibilidad. “El ARN de la vacuna va a cambiar mi ADN”,  “las vacunas son
todavía experimentales, se desarrollaron demasiado rápido y sin los estudios
suficientes”, o “no son realmente efectivas contra el coronavirus” son algunos de los
argumentos que esbozan los sobreinformados. 

Con ellos, la tarea es más complicada, porque es necesario sentarse y mostrarles


uno a uno cuáles son las fuentes que han desmentido la información errada en la
que han creído. AFP Factual, EFE Verifica y Newtral son algunos de los portales que
recomiendo visitar para encontrar verificaciones realizadas por temas específicos. Si
después de leer lo que dicen los verificadores, se resisten a cambiar de opinión,
corren el riesgo de pasar de sobreinformados a conspiranoicos de la talla de Miguel
Bosé o Paty Navidad. He aquí su contradicción: los no vacunados están más
dispuestos a creerle a Nicki Minaj que a los científicos. 

Aquí vale mencionar una pregunta que he escuchado con frecuencia: ¿qué me dices
de aquellas personas que han muerto pese a estar ya vacunadas? Es necesario
responder a esto con datos. Solo 8 de cada 10.000 personas vacunadas han
requerido hospitalización. Como periodistas, debemos tener en mente un concepto
que Stephen Pinker menciona en su necesario libro 'En defensa de la ilustración'.
Allí menciona un concepto llamado el "sesgo de la negatividad". Significa que las
malas noticias hacen más ruido que las buenas noticias. Por ejemplo, tiene más
difusión una noticia sobre una persona vacunada que se muere, que la noticia
silenciosa sobre las miles de personas que se salvan de ser hospitalizados o de la
muerte, gracias a que tenían  la vacuna.

Los libertarios

Finalmente están quienes defienden, con algo de razón, que vacunarse contra el
covid-19 no debería ser obligatorio. Suelen ser personas que esgrimen el argumento
de conocer a un pariente o amigo cercano que luego de haberse vacunado
experimentó unos efectos secundarios terribles, que les hacen temer el recibir el
biológico ellos mismos. 

El caso del guitarrista y cantante de blues Eric Clapton es emblemático aquí. En su


canción ‘This has gotta stop’ (Esto tiene que parar), explica sus motivos para estar
en contra de que a la gente se le exija vacunarse para poder asistir a conciertos,
entrar a restaurantes o montar en el transporte público. 

Clapton ha declarado que los efectos secundarios que sufrió luego de recibir la
vacuna de AstraZeneca fueron tan severos, que creyó que no volvería a cantar
nunca más. Sobre esto, su colega el guitarrista de Queen y también astrofísico Brian
May ha declarado que sigue admirando a Clapton, pero que ha olvidado “que todo
medicamento que tomes traerá algún efecto secundario”. 

Aquí suele aparecer otro argumento que es común entre los sobreinformados y los
libertarios: que las vacunas son en realidad un negocio de las farmacéuticas y que la
inmunidad natural de los seres humanos ante virus como el sars-cov 2 es suficiente
protección, especialmente entre personas jóvenes y saludables. Otra gran mentira,
respaldada por políticos como el senador republicano Rand Paul, quien además ha
hecho de su defensa de la ivermectina un bastión entre los antivacunas que
denuncian que toda la pandemia fue orquestada por las farmacéuticas para
enriquecerse. 

Un último argumento que he encontrado al debatir con los no vacunados es el de


restarles credibilidad a los fact-checkers al calificarlos como “medios de izquierda” y
“prensa liberal” que han censurado a expertos como los pertenecientes a Médicos
Por La Verdad, a quienes nunca entrevistan en sus reportajes para dar a conocer
puntos de vista alternativos sobre lo que está pasando. Ante esto, solo puedo
señalar que existen colectivos de fact-checkers en donde medios de comunicación
de todas las orillas ideológicas se han aliado para hacerle frente al problema de la
desinformación. Ejemplos de esto son Latam Chequea, International Fact Checking
Network, Salud Sin Bulos o AAP en Australia. 

En conclusión, estamos ante la primera vez en la historia de la humanidad que se


lleva a cabo una campaña de vacunación global para toda la población mayor. Y los
mayores somos más resistentes al cambio que los niños. Tenemos nuestros recelos,
experiencias y trasfondo educativo que nos pueden hacer dudar, incluso cuando se
nos presentan argumentos científicos claros. Solo me resta compartir estas Siete
recomendaciones de la periodista científica Roxana Tabakman, quien un año antes
de esta pandemia ya vislumbraba el problema que sería el convencer a los no
vacunados, y el error que se cometería al tratarlos como si fueran idiotas: 
1. Evitar ser despectivo, reconocer las preocupaciones, y el derecho a dudar y
aprovecharlas para dar la información a medida.

2. No darles espacio a los mitos, porque se fortalecen en la mente del lector –


oyente. Hacer foco en los hechos.

3. Más que refutar, se recomienda aportar información nueva que podría remplazar
la antigua. Y hablar de las enfermedades más que de las vacunas.

4. Propiciar espacios de diálogo evitando el término «antivacunas» para un perfil


con muchos matices.

5. Principalmente en el caso de médicos columnistas de salud, sería adecuado un


enfoque personal: decir que vacunó o vacunaría a su propio hijo es
comprobadamente efectivo.

6. Siendo un problema de confianza, puede ser útil la participación de líderes


religiosos u otras personas influyentes.

7. Reforzar la idea que la decisión de no vacunar no es un derecho en el ejercicio de


la autonomía, sino un deber social.

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