Está en la página 1de 4

Acompañamiento espiritual en Carcel

"Se cuenta que había una vez un escritor que vivía en una tranquila playa,
cerca de un pueblo de pescadores. Todas las mañanas andaba por la orilla
del mar para inspirarse, y por las tardes, se quedaba en casa escribiendo.

Un día caminando por la playa, vio a un joven que se dedicaba a recoger


las estrellas de mar que había en la arena y, una por una, las iba devolviendo
al mar.

— ¿Por qué haces esto?, preguntó el escritor.

— ¿No se da cuenta?, dijo el joven. La mar está baja y el sol brilla. Las
estrellas se secarán y morirán si las dejo en la arena.

— Joven, hay miles de kilómetros de costa en este mundo, y centenares de


miles de estrellas de mar repartidas por las playas. ¿Piensas acaso que vas
a conseguir algo? Tú sólo retornas unas cuantas estrellas al océano. Sea
como sea, la mayoría morirán.

El joven cogió otra estrella de la arena, la lanzó al mar, miró al escritor y le


dijo:

— Por lo menos habrá valido la pena para esta estrella".*


Miguel C. (55) cita este cuento para describir lo que significa para él su voluntariado
en la cárcel. Él es integrante de un grupo de 14 personas llamado Al encuentro con
Jesús, que desde 2015 va todos los lunes a brindar acompañamiento espiritual
a personas privadas de su libertad en nueve pabellones de la unidad 46 del
penal de San Martín. Todos en el grupo se formaron como acompañantes
espirituales o ministros de la escucha en el Curso de Acompañamiento Espiritual
(CAE) del Centro de Espiritualidad Santa María (CESM), una comunidad eclesial
católica fundada en 1972 por Inés Ordóñez de Lanús y reconocida en 1998 por la
Arquidiócesis de Buenos Aires como asociación privada de fieles.

Dado el contexto de pandemia actual, los encuentros se están haciendo de


manera virtual, por Zoom, con internos de pabellones de hombres y mujeres,
según cuenta Mariana D. (67), quien coordina el grupo junto a su marido Jorge.
Participan entre tres y cuatro presos por encuentro, unas tres veces por semana. La
computadora la facilita el Servicio Penitenciario. "Les preguntamos cómo están,
cómo están viviendo esta situación de pandemia y cómo está el pabellón completo.
Terminamos con una oración. Es una forma de estar cerca y de no perder el contacto.
Les gusta mucho saber que seguimos con ellos, de la mano, atravesando todo esto
juntos", dice Mariana.

"Creo que la cárcel es una excelente oportunidad para la persona que está ahí,
para volver a encontrarse consigo mismo, con su historia, para volver a darle
un sentido a su vida. —dice Ordóñez de Lanús en relación a este servicio que dan en
la cárcel—. Es muy fuerte que los presos vean que hay personas que van a estar con
ellos, a conversar, a acompañarlos, a rezar el rosario, a darles una charla", agrega.

En el penal
Las rejas se cierran a medida que uno avanza en dirección al pabellón. Desde las
leoneras en el pasillo algunos presos se asoman. Al llegar a destino un guardiacárcel
abre la puerta y, luego de que los voluntarios ingresan, la cierra con llave y se queda
afuera. Adentro hay un espacio común con 10 celdas y un patio. En el medio, una
mesa de pallets con un mantel, galletitas, jarras con jugo, vasos y algunos mates. En
las sillas, unas mantas.

—Doña, ¿por qué viene? Podría estar haciendo cualquier cosa, ¿qué la trae acá?—
solían preguntarle los presos a Marieta (56), integrante del grupo, según recuerda la
voluntaria.

—Me traés vos. El poder escucharte. Yo recibo mucho más de lo que doy—,
respondía ella.

"Recibo un montón de ellos porque me abren su corazón. El hecho de que alguien te


muestre su debilidad, sus miedos, el ver cómo te escuchan, es impresionante",
expresa Margarita (71), quien acompaña a mujeres en esta unidad y es madrina de
confirmación de una interna.

—"Chicas, vamos a bailar"—, les dijo un día Margarita a las presas, al ver que muchas
de ellas no se acercaban al encuentro.

Luego caminó al patio y, entre la ropa colgada, comenzó a bailar.

—Vengan, vengan— insistió— ¡Acompáñenme a bailar!

"Se empezaron a reír, no podían creer. Primero no salían y me miraban. Pero


después, algunas, se pusieron a bailar", recuerda.

"Acá ponés 10 y te llevás 100. Es una inversión. Salís incendiado —expresa Rufino
(64), otro de los acompañantes—. Todos tenemos heridas de amor. Recibimos al otro
con su historia, con quién es, con lo que trae", agrega. "Creo que no hay ninguna
herida que el amor no pueda curar", opina Nené (67)
A María Irene, otra de las voluntarias, le diagnosticaron una enfermedad muy grave
tras algunos meses de comenzar este servicio, a raíz de lo cual dejó todas sus
actividades. Luego de curarse, no volvió a ninguna, excepto a la cárcel. "Era a lo único
a lo que tenía ganas de volver. Es una experiencia que a mí me gusta mucho y me
hace muy bien. Voy con ganas", comparte.

"Allí te encontrás con muchas historias complicadas, de abandono, de


marginalidad. Aprendés a valorar y a agradecer lo que te tocó", señala Ramiro M
(53).

"Me desnuda mi fragilidad, mi vulnerabilidad. Me recuerda que yo también soy eso


— comenta Luis M. (69), otro de los voluntarios—. Creo que es una tarea difícil
pero vale la pena".
Varios de los acompañantes coinciden en que en la cárcel aprenden a lidiar con lo
imprevisto. Uno puede ir con un taller o una actividad armada, pero al llegar hay que
atender la necesidad del momento: "Nada de lo que yo tengo planeado, organizado
y pensado, funciona en el penal. Ahí tenés que sumergirte con lo que hay: ver qué te
trae ese día, esa tarde, esa hora, y qué hacer al respecto —dice Marieta— Eso al
principio me generaba mucha frustración, hasta que aprendí a amigarme y a nadar
la ola del día, de la hora y del instante".

"Es un lugar donde nada está estipulado. El trabajo es soltar el resultado", dice
Mariana L., quien acompaña a mujeres en la unidad 46. Recuerda el día en que una
mujer presa de cuarenta años le regaló un dibujo: "Fue una alegría enorme", dice.

María (65) también acompaña a mujeres en esta unidad. Según cuenta, la mayoría
no recibe visitas, están solas y vienen de ambientes muy bajos, con vidas duras. "Los
lunes son de ellas, todo el día", enfatiza.

La constancia en las visitas ha ido generando de a poco un vínculo entre los


acompañantes y los internos: "Cada vez que nosotros no vamos ellos preguntan por
qué no estuvimos" ejemplifica Luis (73). "De a poco nos fuimos ganando la confianza
en los distintos pabellones, lo que me permitió sentarme con ellos, escucharlos y
recibirlos", agrega Jorge (74).

"Todo esto es gracias a Antonio Pedrozo, director de la unidad, que siempre nos
habilita la entrada. Vamos en compañía del capellán Héctor Foggia", destaca
Mariana D.

También hay voluntarios del CESM que dan este servicio a presos en el Complejo
Federal de Jóvenes Adultos en Marcos Paz; en la cárcel de San Felipe, ciudad de
Mendoza; en la de Boulogne Sur Mer, la de Almafuerte y la de Las Avispas en
Cacheuta, Mendoza; en una cárcel de mujeres en Córdoba y en el Penal de Villa
Urquiza, Tucumán.

Rafael (68) acompaña en la cárcel de Marcos Paz y en cuatro cárceles en Mendoza.


A él, ir a la cárcel lo ubica: "Uno siempre mira la vida desde un lado. El gran
aprendizaje viene de ver ese dolor inmenso y de la posibilidad de dar un día y un
camino distinto", indica.

Todo suma
Lo más importante del acompañamiento espiritual, según explica Ordóñez de Lanús,
es que la persona acompañada descubra el núcleo más profundo de sí mismo, "donde
habita Dios". Y si la persona no es creyente, que pueda encontrar esta dimensión
espiritual: "Desde nuestra experiencia, es allí donde las personas encuentran
paz, descanso, la fuente de la vida. A lo mejor no le dan el nombre de Dios, pero sí
de amor, de bondad, de belleza".

Mario Juliano, director ejecutivo de la Asociación de Pensamiento Penal y Juez


integrante del Tribunal en lo Criminal 1 de Necochea, destaca que hoy la cárcel es
mucho más visible, transparente y porosa que hace 20 años. "El voluntariado está
cubriendo un rol muy importante en el proceso de transformación
penitenciaria, abandonando la idea de que el Estado, a través de sus servicios
penitenciarios, es el único rector de la vida interna —dice Juliano— Hoy la vida
interna tiene que estar concebida como una comunidad penitenciaria integrada por
el Estado, el Servicio Penitenciario, por las personas privadas de la libertad y por los
múltiples actores que cotidianamente concurren -o concurrían, antes de la
pandemia-, a realizar actividades". Entre ellas destaca el deporte, la religión, las
actividades culturales y recreativas, entre otras.

Valeria Wittner, Doctora en Psicología, considera al voluntariado en la cárcel como


"un aspecto importante en la promoción de la salud" y lo considera central ya que el
mismo contribuye a generar redes de apoyo dentro de la institución penitenciaria.
En cuanto al acompañamiento, sostiene: "Además de ayudarlos a reflexionar, les
permite a los internos construir un nuevo proyecto de vida desde la fe y
acompañados de ciertos valores y reglas. Se genera una red espiritual y
estas son centrales para la reinserción social".

*Cada acción es importante, "Aplícate el cuento", de Jaume Soler y M.


Mercè Conangla.

También podría gustarte