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"Se cuenta que había una vez un escritor que vivía en una tranquila playa,
cerca de un pueblo de pescadores. Todas las mañanas andaba por la orilla
del mar para inspirarse, y por las tardes, se quedaba en casa escribiendo.
— ¿No se da cuenta?, dijo el joven. La mar está baja y el sol brilla. Las
estrellas se secarán y morirán si las dejo en la arena.
"Creo que la cárcel es una excelente oportunidad para la persona que está ahí,
para volver a encontrarse consigo mismo, con su historia, para volver a darle
un sentido a su vida. —dice Ordóñez de Lanús en relación a este servicio que dan en
la cárcel—. Es muy fuerte que los presos vean que hay personas que van a estar con
ellos, a conversar, a acompañarlos, a rezar el rosario, a darles una charla", agrega.
En el penal
Las rejas se cierran a medida que uno avanza en dirección al pabellón. Desde las
leoneras en el pasillo algunos presos se asoman. Al llegar a destino un guardiacárcel
abre la puerta y, luego de que los voluntarios ingresan, la cierra con llave y se queda
afuera. Adentro hay un espacio común con 10 celdas y un patio. En el medio, una
mesa de pallets con un mantel, galletitas, jarras con jugo, vasos y algunos mates. En
las sillas, unas mantas.
—Doña, ¿por qué viene? Podría estar haciendo cualquier cosa, ¿qué la trae acá?—
solían preguntarle los presos a Marieta (56), integrante del grupo, según recuerda la
voluntaria.
—Me traés vos. El poder escucharte. Yo recibo mucho más de lo que doy—,
respondía ella.
—"Chicas, vamos a bailar"—, les dijo un día Margarita a las presas, al ver que muchas
de ellas no se acercaban al encuentro.
"Acá ponés 10 y te llevás 100. Es una inversión. Salís incendiado —expresa Rufino
(64), otro de los acompañantes—. Todos tenemos heridas de amor. Recibimos al otro
con su historia, con quién es, con lo que trae", agrega. "Creo que no hay ninguna
herida que el amor no pueda curar", opina Nené (67)
A María Irene, otra de las voluntarias, le diagnosticaron una enfermedad muy grave
tras algunos meses de comenzar este servicio, a raíz de lo cual dejó todas sus
actividades. Luego de curarse, no volvió a ninguna, excepto a la cárcel. "Era a lo único
a lo que tenía ganas de volver. Es una experiencia que a mí me gusta mucho y me
hace muy bien. Voy con ganas", comparte.
"Es un lugar donde nada está estipulado. El trabajo es soltar el resultado", dice
Mariana L., quien acompaña a mujeres en la unidad 46. Recuerda el día en que una
mujer presa de cuarenta años le regaló un dibujo: "Fue una alegría enorme", dice.
María (65) también acompaña a mujeres en esta unidad. Según cuenta, la mayoría
no recibe visitas, están solas y vienen de ambientes muy bajos, con vidas duras. "Los
lunes son de ellas, todo el día", enfatiza.
"Todo esto es gracias a Antonio Pedrozo, director de la unidad, que siempre nos
habilita la entrada. Vamos en compañía del capellán Héctor Foggia", destaca
Mariana D.
También hay voluntarios del CESM que dan este servicio a presos en el Complejo
Federal de Jóvenes Adultos en Marcos Paz; en la cárcel de San Felipe, ciudad de
Mendoza; en la de Boulogne Sur Mer, la de Almafuerte y la de Las Avispas en
Cacheuta, Mendoza; en una cárcel de mujeres en Córdoba y en el Penal de Villa
Urquiza, Tucumán.
Todo suma
Lo más importante del acompañamiento espiritual, según explica Ordóñez de Lanús,
es que la persona acompañada descubra el núcleo más profundo de sí mismo, "donde
habita Dios". Y si la persona no es creyente, que pueda encontrar esta dimensión
espiritual: "Desde nuestra experiencia, es allí donde las personas encuentran
paz, descanso, la fuente de la vida. A lo mejor no le dan el nombre de Dios, pero sí
de amor, de bondad, de belleza".